02. EL REINO VISIGODO (409)

 

  • A ver Manolito, ¿podría decirme la lista de los reyes godos en España?

Manolito mira a su profesor cariacontecido, lo que demuestra que no se sabe la maldita lista. Esta pregunta era un clásico de las clases de Historia española de Bachillerato en los colegios durante las décadas de los 50 y 60. Aquella lista era obligada conocerla y recitarla, si recitada, en una especie de canto similar a las tablas de multiplicar. Y los escolares españoles se sabían la lista correlativa aunque, eso sí, no supieran quienes eran esos reyes y, aún más, quienes eran los godos, o los visigodos, en sus aspectos esenciales. Además, no era tarea fácil memorizar, que no aprender, aquellos reyes que tenían unos nombres rarísimos, como extranjeros, que nada tenían que ver con los nombres cristianos de reyes posteriores, Isabel, Fernando, Carlos, Felipe…, etc. Pero se aprendían. Desde el primero hasta el último. Y es curioso que los reyes cristianos posteriores, desde la reina Isabel la Católica, hasta el último rey Alfonso XIII no era necesario conocerlos por orden. Paradojas de la enseñanza. O paradojas de la historia.

El profesor mira a Manolito y adivina que su pupilo no parece tener aprendida la lista de marras. Le ordena que se siente. Luego se dirige a otro de sus alumnos, sin duda el más listo, y le repite la pregunta. Este, sí. Este la sabe. Orgulloso de si mismo recita la lista uno por uno, apenas sin tomar aliento de todos ellos: Ataúlfo, Sigerico, Walia, Teodorico I, Turismundo, Teodorico II, Eurico, Alarico II, Gesaleico, Teodorico III, Amalarico, Teudis, Teudiselo, Ágila, Atanagildo, Liuva I, Leovigildo, Recaredo, Liuva II, Witerico, Gundermaro, Sisebuto, Recaredo II, Suintila, Sisenando, Khintila, Tulga, Chindasvinto, Recesvinto, Wamba, Ervigio, Égica, Witiza, Ágila II y Rodrigo. Toma aire y mira al profesor. Este le felicita. El chico se sienta orgulloso. Pero entonces se queda pálido cuando le pregunta si sabe quiénes eran los visigodos. Quiere volver a recitar de nuevo la lista, pero el profesor le detiene. Le pregunta entonces si sabe quién fue el último rey visigodo. El niño está desconcertado. El profesor le sonríe y le dice que se siente. Repite la última pregunta a todos y no obtiene respuesta. En realidad, el profesor ya intuía la respuesta de la clase ante estas últimas cuestiones. No es la primera vez que le ha ocurrido durante su carrera docente.

El profesor se levanta de su mesa y se limpia las gafas. Luego mira su reloj. Decide entonces parar el tiempo y dedicarlo a contar a sus alumnos la historia de los visigodos. Así se lo dice a los chicos y el gesto de estos demuestra su indiferencia. Tampoco sería mejor si les fuera a hablar de los números primos o sobre la generación del 98. Les promete ser lo más ameno posible y acabar cuando ellos así lo quieran. Luego coge el libro de historia, en el que se encuentran un montón de hojas escritas a mano y con voz pausada inicia su lección……

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Para empezar, el imperio visigodo reinó en la antigua Hispania desde el año 409 hasta el 711. Poco se conoce de aquellos 35 reyes godos, o visigodos, que reinaron en la Península Ibérica. Y si tenemos en cuenta que la mitad de ellos murieron violentamente y que la otra mitad mató a sus enemigos de la misma forma, concluiremos en la necesidad de saber algo más de ellos. Además, fueron capaces de sustituir a un imperio de enorme importancia como el romano y dar una identidad a una nación que durante varios siglos fue una colonia romana.

El profesor se sienta y toma aliento. Toda la clase está en silencio. Les vuelve a preguntar si quieren saber quiénes fueron los visigodos y que pasó con ellos. Nadie contesta. Les propone que les contará su historia a cambio de no volver a pedirles la famosa lista. Ahora sí. Todos asienten a la invitación del profesor. Y continúa…..

Los visigodos fueron una rama de los godos, que a su vez pertenecían a los conocidos como pueblos germánicos orientales. Los visigodos procedían de Europa Central y, tras la caída del Imperio Romano, fueron ocupando los territorios que hasta entonces habían pertenecido a él, como la Península Ibérica. Los godos, o visigodos, se establecieron en una determinada parte de Francia, concretamente en el sur y hablaban la lengua germánica, aunque en los documentos oficiales utilizaban el latín. Por desgracia, no se han conservado apenas escritos originales en su lengua por razones que luego veremos. Los visigodos vivían en aldeas y se dedicaban a la agricultura, el pastoreo y la ganadería. También fabricaban objetos con metales preciosos y piedras.

Para entender lo que ocurrió durante el periodo de nuestra historia en relación al imperio visigodo hay que tener en cuenta algo esencial en su organización política. Todos hemos estudiado que las monarquías son hereditarias, es decir, el trono de una nación pasa de padres a hijos basado en el carácter hereditario o cosanguíneo. Esto  significa que cuando un rey muere, su hijo primogénito, o su heredero natural, pasa a sustituirle en el trono. Y este proceso solo se interrumpe o altera cuando no existe hijo alguno para suceder a su padre. En este caso, un hermano o familiar de primer grado es el encargado de sustituirle. El conflicto se produce cuando existen varios candidatos a suceder a un rey fallecido que no ha tenido herederos.

Sin embargo, una de las características esenciales de la monarquía visigoda era su carácter electivo, en los que la sucesión no hereditaria, sino que el rey heredero lo era por elección de los nobles. Pero esta característica, que podríamos considerarla muy democrática era, en realidad, el principal problema. La muerte de un rey suponía, en muchas ocasiones, el inicio de una guerra o, en el menor caso, un conflicto sucesorio que dividía a la nobleza visigoda y que repercutía en la sociedad.

El sucesor, por lo tanto, era elegido por los nobles en una asamblea y tenía que cumplir que el mismo fuera un noble y, por supuesto, contara con el apoyo necesario de la mayoría de esa nobleza que tenía que elegirlo. Cuanto más amplio fuera ese apoyo  mejor para el futuro del reino. Este sistema electivo llevaba al rey a que, mientras gobernaba, “asociara” a su heredero, es decir gobernara junto a él durante parte de su reinado, con el fin de que fuera adquiriendo la experiencia suficiente y ganando la confianza y el apoyo de la nobleza y fuera elegido en el futuro sin conflicto alguno. Si no era así y había varios candidatos al trono, todo dependía de los apoyos que tuviera cada uno de ellos. El problema es que, en algunas ocasiones, o en demasiadas, la cuestión sucesoria acababa en una guerra civil, con las consecuencias consiguientes.

Un ejemplo muy significativo de lo que os he empezado a contar se produce cuando en el año 710 muere el rey Witiza a los 30 años de edad.  Pese a que tenía tres hijos, estos eran menores de edad. Sus partidarios y familia intentaron que la corona recayera en el primogénito Witiza, Agila, una decisión que no contaba con el apoyo de una parte importante de la nobleza, muy descontenta con el reinado de Witiza, por lo que apelaron a su minoría de edad y, además, lo consideraban ilegítimo. Por ello, esta parte de la nobleza eligió en asamblea a otro rey, llamado Rodrigo. Sobre este, que pasará a la historia como el último rey visigodo en Hispania, existen algunas dudas sobre su procedencia, si bien cumplía las condiciones para ser elegido rey. Según la Crónica del rey Alfonso III, Rodrigo era hijo de Teodofredo, duque visigodo hijo de rey Chidasvinto, quien por envidia fue cegado por el rey Egica, padre de Witiza, siendo, además, desterrado a la ciudad de Córdoba. Según esta misma crónica el hermano de Rodrigo era el duque Fafila, el cual fue asesinado a su vez  por Witiza en Tuy en circunstancias que luego veremos, mientras reinaba Egica. Ambas circunstancias demuestran la rivalidad y enemistad entre Witiza y Rodrigo desencadenante de la guerra posterior. Otra crónica, conocida como la Crónica Mozárabe del 754 nos cuenta que Rodrigo fue gobernador de la Bética cuando es nombrado rey en sustitución de Witiza. Como consecuencia de ello, los partidarios de Witiza no estaban dispuestos  a aceptar a Rodrigo como nuevo rey y establecieron alianzas con las tribus bereberes del norte de África, al otro lado del Estrecho de Gibraltar  y se prepararon para enfrentarse a los visigodos de Rodrigo. Aquel enfrentamiento, uno más en la historia de los visigodos, era, sin embargo, el final de un reino, el visigodo, y el inicio de la presencia musulmana en la Península Ibérica durante 700 años. Unos episodios que veremos más adelante y que no dudo en que lo que os voy a contar atrapará vuestra atención.

El silencio demostraba que sí. Los alumnos parecían interesados con las primeras palabras de su profesor. Así que continuó.

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Aquello fue el final de un periodo iniciado trescientos años antes, poco comparable con los más de siete siglos del imperio romano y los casi ochocientos años de los árabes. La presencia romana en la Península Ibérica moldeó la cultura, la vida social, las comunicaciones, la arquitectura, la religión y el marco jurídico, con un legado que aún hoy se mantiene en pie e influyendo notablemente en la relación entre los recién llegados visigodos y la población autóctona hispanorromana.

Como hemos visto antes, en el 409 entran en Hispania diversos pueblos de origen germánico: suevos, vándalos y alanos, y aunque Hispania seguía siendo una provincia romana, los pueblos invasores se asentaron en diversas zonas de la península. Así, los suevos se establecieron en la Gallaecia, es decir, en Galicia, los vándalos en la Bética y los alanos la Lusitania, en la parte oriental en la Península; y la Cartaginensis, en el centro y zona este peninsular.

En el año 418, el rey visigodo Valia pacta con el emperador romano Honorio, sucesor de Constantino, y firma el foedus, un tratado por el que los godos reciben tierras en las Galias para asentarse, a cambio de combatir como aliado de Roma a los enemigos del Imperio, ya muy debilitado. Se constituye así el reino visigodo en el sur de la Galia con capital en Tolosa, la actual Toulouse.

Merced a este pacto, el debilitado Imperio romano permite a los visigodos penetrar en la Península Ibérica y expulsar a los invasores bárbaros. Así lo hicieron con alanos y vándalos, pero no con los suevos que siguieron en el norte occidental. Los visigodos penetran en Hispania bajo los reinados de Teodorico II y Eurico, entre los años 453 al 484 ocupando la Tarraconense y la Lusitania, siendo Eurico el primer rey visigodo de España desde Tolosa, reino que termina con la derrota de Alarico II por los francos en la batalla de Vouillé en el 507.

A mediados del siglo VI, Atanagildo, tras una cruenta guerra civil con el entonces rey ostrogodo, Agila I, asciende al trono en el año 555. Atanagildo trasladará la capital del reino a Toledo. Desde entonces Toledo permanecerá como capital del reino visigodo en España hasta su final. El reinado de Atamagildo será pacífico hasta su muerte en el año 567 en su palacio de Toledo por muerte natural, una muerte poco corriente entre los monarcas visigodos. Durante los cinco meses posteriores, varios candidatos se postularon para la sucesión al trono vacante y cuando parecía inevitable la guerra civil los nobles consiguieron ponerse acuerdo y nombrar a Liuva como nuevo rey, lo que garantizaba un periodo de paz.

En este tiempo, la elección del monarca, como ya hemos visto, estaba fundamentalmente en manos de la nobleza cortesana, agrupada en el entorno de los reyes y cuyo séquito militar se añadía al de éstos. De esta forma, tras la muerte del rey la selección de su sustituto se hacía entre los miembros de esta nobleza, lo que limitaba el derecho de aquel candidato que no perteneciera a esa élite, por muy noble que fuera, lo que provocaba una coronación alternativa de otro rey que no perteneciera a esa élite, una situación que desafiaba la autoridad del rey, por así decirlo, “oficial”. Es evidente que esta rebelión contaba con unos recursos más limitados y menor apoyo, por lo que raramente conseguían su objetivo. Aun así, fueron varias las situaciones en las que se produjeron estos enfrentamientos.

Ya desde el principio, los reyes visigodos intentaban adaptar la organización y legislación germánica para incorporar a la nobleza hispanorromana a su gobierno.  La organización política de los visigodos se basaba en el derecho germánico. La institución fundamental de gobierno era la Asamblea de los hombres libres, en la que residía el poder del reino, que era conferido a un rey mediante la elección por parte de esa asamblea. Los hombres libres estaban formados por la clase privilegiada basada en la nobleza de sangre.  Después estaban los semilibres, el más numeroso. Una especie de clase media formada por aquellos que habían pertenecido a la Curia romana, pequeños propietarios, artesanos, industriales, mercaderes, etc. y que en realidad dependían económicamente de un señor, de ahí el término de semilibre. Recibían la encomienda para trabajar las tierras  y se ponía bajo su protección a cambio de determinados servicios. Finalmente, se encontraban los no-libres. Estos últimos eran individuos no sujetos a derecho y lo constituían los siervos, los esclavos, los prisioneros de guerra y sus descendientes.  Los esclavos alcanzaban su condición por nacimiento, prisión de guerra o la comisión de determinados delitos.

Por otra parte, la organización territorial se basa en los latifundios, explotados por los nobles visigodos, los hombres libres, favorecida por el reparto de tierras aplicado por el término llamado hospitalitas, y que eran explotadas directamente por sus dueños.

Antes de continuar, definamos dos términos relacionados con la organización territorial nacidos entre romanos y visigodos. Antes hemos visto el foedus, el  tratado firmado entre Roma y cualquier tribu que no fuera colonia romana, ni se le hubiera concedido la ciudadanía romana, por el cual los romanos permitían el establecimiento de esta tribu en su territorio para, en caso de necesidad esta tribu proporcionara apoyo militar a los romanos, tal y como vimos en el asentamiento de Tolosa, o el que se produjo en Toledo, y que servía para expulsar a otros pueblos rebeldes con Roma y la pacificación de esa comarca. La hospitalitas, segundo de los términos que hemos visto,  era el marco legal bajo el cual se acuartelaba a los soldados en fincas de civiles romanos. Las leyes romanas de hospitalitas obligaban al dueño de una finca a proveer comida y cobijo a los soldados acuartelados, y a su vez prohibían que los bienes fueran expoliados o requisados. A partir del siglo V se reguló aplicando  esta antigua ley en el reparto de tierras de propietarios romanos entre los visigodos. Este reparto no afectaba a la propiedad de la tierra, ya que estas seguían perteneciendo al propietario mientras el beneficiado se convertía en huésped del primero. Estas eran tierras de cultivo y permitía a los huéspedes visigodos, hábiles agricultores por otro lado, la explotación de las mismas a cambio del pago de un impuesto al propietario. En estas tierras se cultivan cereales, la vid y el olivo y en la meseta central predomina el cultivo del trigo, la cebada y los viñedos, mientras el olivo destaca en la Bética. En cuanto a la ganadería, destaca la cría del ganado caballar y  los rebaños de ganado bovino y ovino. Además, destacó la industria metalúrgica y más concretamente la orfebrería. En cuanto al comercio se desarrolla, tanto las grandes empresas mercantiles como con pequeños comerciantes y mercaderes o artesanos, estos últimos en manos de los judíos, lo que provocó en numerosas ocasiones enfrentamientos y leyes contra ellos. El comercio interior se desarrolla aprovechando la gran infraestructura de vías y comunicaciones heredadas de los romanos. La gran mayoría de la población visigoda vivía en el campo y con menor importancia en los núcleos urbanos, salvo en el caso de Toledo, sede regia y metrópoli eclesiástica. Bajo esta organización, los godos intentaron unificar un reino intentando facilitar la integración de todas las etnias que durante siglos habían convivido en Hispania. Lo que no era tarea fácil.

El profesor calla por un instante y comprueba el nivel de atención de sus alumnos. Todos permanecen aparentemente interesados, y alguno está tomando notas de las palabras del profesor. El profesor pregunta si alguien tiene alguna duda y los alumnos responden con la cabeza que no. Pregunta entonces si quieren que continúen. Y todos con la cabeza responden que sí.

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En estas circunstancias, la relación entre los visigodos e hispanorromanos no era fácil por la propia estructura y organización social visigoda y porque, sociológicamente hablando, se estaba formando sobre una mayoría de población hispanorromana formada por unos 9 millones de habitantes, y una minoría visigoda, de alrededor 250.000 habitantes, una diferencia sustancial que obligaba a aceptar costumbres distintas. Empezando por la propia religión, algo esencial en aquella sociedad, ya que el pueblo hispanorromano era católico, y los visigodos pertenecían a una creencia considerada una herejía, como era el arrianismo, que no reconocía a Cristo tal y como proponía la Iglesia católica oficial. Y el arrianismo fue la religión oficial hasta la conversión del rey Recaredo en el siglo VI, debiendo convivir, mientras tanto, ambas creencias: el arrianismo y el catolicismo, lo que complicaba enormemente la relación entre ambas comunidades. Las ceremonias religiosas tenían que adaptarse a la situación, y los matrimonios entre arrianos y católicos estaban prohibidos, algo que se mantuvo hasta el reinado de Leovigildo, padre de Recadero.

Hablemos de Leovigildo, otros de los reyes de la lista. La cuestión religiosa se mantuvo inalterable hasta la llegada al trono visigodo de Leovigildo, quien  gobernó entre los años 569 y 586 y que fue el artífice de la unidad política de la península y marcó un nuevo período, que duraría unos 140 años hasta la desaparición de la monarquía visigoda con Witiza. Leovigildo está  considerado el rey visigodo más importante y uno de los soberanos más admirados de toda la historia de España. Fue el autor del Codex Revisus o Código de Leovigildo, legislación que equiparaba los derechos de godos e hispanorromanos en su reino aunque para ello tuviera que renunciar a gran parte de las tradiciones bárbaras. Y eso que no lo tenía fácil.

Leovigildo había sucedido a su hermano Liuva, con quien había gobernado asociado durante los últimos años de su reinado para evitar una guerra civil contra los partidarios de su antecesor, el rey Atanagildo, el cual  había dejado una Hispania visigoda inestable y amenazada por la rebelión de algunos sectores hispanorromanos de la Bética. En el año 568 se eligió como nuevo rey a Liuva, quien no contaba con el apoyo de los partidarios de Atanagildo en Toledo, por lo que, como decimos, optó por gobernar junto a su hermano Leovigildo. Este estaba casado con la viuda de su Atanagildo, llamada Gosvinta, lo que permitió el reinado de ambos hermanos. No obstante, tenía Liuva que permanecer en la provincia de Narbonensis, en la Galia, mientras Leovigildo, junto a su esposa, permanecía en Toledo.

Tras la muerte de Luiva en el año 572, Leovigildo comienza a reinar en solitario buscando la unificación territorial con una política anexionista de los territorios aún no controlados por él. De esa forma va conquistando la Bética y Cantabria y someterá al rey de los suevos obligándole a prestar juramento de fidelidad hacia él. Junto con esta unificación territorial, Leovigildo buscará la unificación política buscando  la instauración de una monarquía hereditaria y no electiva, principal problema sucesorio del reino. En cuanto a la unificación social, Leovigildo derogó la ley que prohibía los matrimonios mixtos y promulgó el Codex Revisus, de aplicación general al conjunto de la población. Además, intentó la unificación convocando un sínodo arriano en Toledo, donde se acordó facilitar la conversión de estos al catolicismo  sin obligarles a rebautizarse, algo en lo que también fracasó. Precisamente el fracaso en esta unificación religiosa provocó el único conflicto de importancia en el reinado de Leovigildo.

Leovigildo, con el objetivo de asegurar su sucesión de su primogénito Hermenegildo, le casó con la princesa Ingundis, católica, hija del rey franco Sigeberto y de Brunequilda, ambos también católicos. Leovigildo confiaba en que Ingunda hiciera lo mismo que su madre Brunequilda, la cual  había renunciado a  su fe arriana y abrazado el catolicismo, por ser la religión de su esposo y de los habitantes de su reino. Leovigildo quería que la futura esposa de su hijo abrazara la religión arriana y renunciara al catolicismo, ya tanto Leovigildo como su esposa Gosvinta, eran arrianos. Pero Ingunda, con apenas 12 años de edad  en el momento de su matrimonio, se negó a abjurar de su fe católica, lo que provocó un grave conflicto entre Leovigildo y su hijo. Hermenegildo fue  enviado  a Sevilla como gobernador. Leovigildo se vio obligado a luchar contra su propio hijo y, tras su victoria sobre este, le despojó de sus privilegios y le condenó a muerte, nombrando como heredero a su hijo menor Recadero.

El año 579 supuso el inicio de la rebelión de Hermenegildo contra su padre.  Esta rebeldía la hizo Hermenegildo con el total apoyo del obispo de Sevilla, Leandro, hermano de Isidoro de Sevilla, quien justificaba la rebelión por la persecución por parte del rey contra los católicos, condenando al destierro a muchos obispos. Algo que, por otra parte, no era cierto, ya que el rey había castigado al destierro e incautando sus bienes, tanto a obispos como a muchos de los suyos, no por su religión sino por la oposición a su gobierno. Así, los  hispanorromanos utilizaron a Hermenegildo como instrumento de sus verdaderos intereses con el argumento religioso, lo que provocó que el este, influenciado por el obispo y por su esposa, adoptara el catolicismo.

Otras teorías, sin embargo, apuntan a que Hermenegildo, como gobernador del sur, se rebela contra su padre ante sus intentos de imponer la religión arriana. Fuera uno u otro motivo, este enfrentamiento, al ser considerado únicamente de carácter religioso, provocó que Hermenegildo fuera declarado mártir por el Papa Gregorio Magno, quien en sus escritos narra como este mártir no dudó en sacrificar su vida por la fe. Hermenegildo no se convirtió del arrianismo al catolicismo, al parecer, hasta el año 582, lo que provocó que Leovigildo actuara contra su hijo un año más tarde, lo que podría indicar que no actuó antes por no considerar grave la amenaza de su hijo, más allá de no aceptar su voluntad. O bien porque sospechaba quien estaba, en realidad, detrás de la rebelión de su hijo y los verdaderos motivos de esta. Hasta entonces Leovigildo estaba inmerso en una guerra contra los vascones y fue al final de la misma cuando inicia la guerra contra su hijo. Así, aseguran que Leovigildo actuó contra su hijo para evitar que  el emperador de Constantinopla, Mauricio, enviara sus tropas contra Hermenegildo y, ante la amenaza de ello, él mismo acudió a la Bética para enfrentarse a su hijo y evitar así males mayores. Así, en el asedio de Sevilla Leovigildo bloqueó el río Guadalquivir para, según unos, impedir la huida de los asediados; o según otros, para impedir que llegaran refuerzos imperiales por el río. Sea como fuere, Sevilla cayó en el año 584.  Antes de la rendición de la ciudad Hermenegildo huyó hasta Córdoba, donde fue capturado y enviado al exilio a Valencia. Finalmente, Hermenegildo, en el año 585, fue asesinado en Tarragona por un desconocido de quien solo se sabe su nombre, Sisberto, quien a su vez fue también asesinado más tarde.

Muchos historiadores coinciden en que, por otra parte, Hermenegildo temía la influencia de su hermano Recadero sobre su padre, muy fiel, gran militar y arriano convencido, lo que, unido a su negativa a obedecerle, podía convertir a Recadero en sucesor al trono por encima de él, a pesar de ser el hijo primogénito. Aunque es posible hacer distintas especulaciones, la verdad es que no sabemos por qué mataron a Hermenegildo, ni por qué estaba en Tarragona en vez de en Valencia, ni quién era Sisberto, ni por qué éste fue asesinado muy poco tiempo después. Parece muy poco probable que Leovigildo no estuviera involucrado de alguna manera en la muerte de su hijo, pero han recaído algunas sospechas en su hijo menor y sucesor Recaredo. Unos dicen que Leovigildo mandó a un obispo arriano a dar la comunión a Hermenegildo para que éste renunciara a su fe y que éste lo rechazó, por lo cual ordenó su asesinato. Otros señalan a Recaredo como el que ordenó su asesinato de su hermano para asegurarse el trono visigodo. Sea como fuere, a partir de este momento Recaredo quedó como único heredero.

Así, pues, el principal fracaso del reinado de Leovigildo estuvo en la política religiosa. No consiguió imponer a la población hispanorromana la fe arriana y la rebelión de Hermenegildo demostró la importancia y la dificultad de solucionar el conflicto religioso latente desde la entrada visigoda en la península. Lo ocurrido con su hijo le llevó a aumentar la persecución de los católicos, pero tuvo que cambiar de actitud hacia el final de su vida, favoreciendo la posterior conversión de su hijo y sucesor, Recadero, a la fe católica, aunque, curiosamente, el error de Leovigildo de fomentar el arrianismo supuso el éxito de Recaredo al hacer lo mismo, pero a favor del catolicismo.

Recaredo, grabado del siglo XV

Leovigildo moría en 586 dejando a su único hijo vivo, Recaredo, un reino unificado. Después de décadas de guerra civil y desintegración, un rey había conseguido vencer a todos los enemigos tradicionales del reino y había impuesto su autoridad en prácticamente la totalidad de la Península. Incluso su tradicional enemigo del sur dejaba de ser una amenaza para el futuro.

Recadero, ya como rey,  convocaba en el año 589 el III Concilio de Toledo en el que, junto con varios nobles y dignatarios eclesiásticos, abjuraba del arrianismo y se convertía al catolicismo, con lo que llevaba a cabo la unificación religiosa entre visigodos e hispanorromanos, consiguiendo así la unidad espiritual y territorial del reino visigodo en Hispania. Tras su bautismo, intentó convencer a los obispos arrianos de que aceptaran la doctrina católica, Para ello organizó varias reuniones entre obispos de ambas religiones, pero sin éxito. Finalmente confesó su nueva fe y muchos nobles visigodos siguieron su ejemplo, lo que provocó la expropiación de las iglesias arrianas y su entrega a los católicos en la primavera del año 587.

Esta estrategia tenía el objetivo esencial de acabar con el conflicto religioso que había dividido al reino desde los inicios mismos de la llegada de los visigodos a Hispania. La existencia de dos comunidades provocaba que la mayoría de las poblaciones importantes tuvieran iglesias y cleros arrianos y católicos, así como jerarquías eclesiásticas paralelas. Paralelas y rivales, como hemos visto.  Con obispos de las dos confesiones enfrentados unos con otros en todas o en la mayoría de las diócesis. El problema de todo era que, aunque en Hispania había en la práctica muy pocos arrianos en comparación con el número de católicos, la unidad entre la élite visigoda y el clero arriano hacía muy difícil que la monarquía cambiara su opción religiosa, ya que ello implicaba un riesgo político importante. El rey necesitaba el apoyo de los nobles y estos apoyaban, y eran apoyados, por la jerarquía arriana. Ni aun con el apoyo de los obispos católicos y los terratenientes hispano-romanos se podía conseguir. Era necesario, e indispensable, el reconocimiento por ambas partes de que la cuestión religiosa era un problema que había que resolver. Otros reinos occidentales, como los burgundios e incluso los vándalos, habían conseguido con anterioridad la reconciliación entre ambas religiones y su conversión al catolicismo. Incluso parece que Leovigildo, cuando se aproximaba ya la fecha de su muerte, estaba dispuesto a aceptar el catolicismo para conseguir la unidad teológica del reino. Recadero estaba dispuesto a consolidar esa unidad, pero el problema estaba en cómo hacerlo sin provocar reacciones violentas.

Recadero había sucedido  en el trono a su padre, no por elección como era propio de los reyes visigodos hasta entonces, sino por designación de su padre y con consentimiento de la nobleza visigoda y de la iglesia, ambas arrianas. Desde unos años antes había compartido, o “asociado”, el poder con su padre y había mostrado sabiduría  y dotes como general al conducir a los godos a una victoria sobre los francos. Ahora, uno de los objetivos de Recadero era completar la reforma de disolución de la etnia germánica en la hispanorromana y la unidad religiosa.  Lo que no era poco.

Conversión de Recaredo al catolicismo. de Antonio Muñoz Degrain

En este contexto,  la conversión de Recaredo al catolicismo en el año 587, justo diez meses después de su subida al trono, fue un acto simbólico de gran importancia porque aceleraba el necesario cambio para solucionar la cuestión. Una solución que tenía que incluir una auténtica reconciliación de la jerarquía arriana y sus nobles. Estos no podían ver amenazados sus privilegios, su patrimonio ni posición social. Para ello, Recadero convocó a una asamblea de obispos arrianos, celebrada inmediatamente después de la conversión del rey. Y aunque no existen actas de los acuerdos que se tomaron, si se sabe que de la misma se inició  un proceso de resolución de cuestiones teológicas. Así, cuando se reunió el III Concilio de Toledo en mayo de 589, estos temas estaban ya en su mayoría resueltos y los obispos, junto al rey y su esposa, simbolizaron la reconciliación de las dos Iglesias y, en la práctica, el fin del arrianismo en todo el reino visigodo. A los antiguos obispos arrianos se les permitió conservar su rango y funciones, compartiendo las diócesis con los titulares católicos. En cuanto a la nobleza arriana que había sido privada de sus bienes durante el reinado de Leovigildo, Recadero les recompensó por sus pérdidas, lo mismo que a la iglesia. Esto no evitó algún foco de rebelión por parte de algún noble arriano descontento, pero fue sofocado.

Uno de ellos, y un buen ejemplo, es la rebelión  del año 589, tras el III Concilio de Toledo, protagonizado por Argimundo, duque godo de la Cartaginense, quien se proclamó a sí mismo rey. Fue capturado y llevado encadenado a Toledo y, tras ser castigado a latigazos, le arrancaron el cuero cabelludo y le cortaron la mano derecha, tras lo cual fue paseado por todo Toledo montado en un asno, como un ejemplo para todos. Peor suerte corrieron sus cómplices. Fueron todos ejecutados. Lamentablemente, este capítulo de Argimundo es el último que se conoce sobre el reinado de Recadero, sin que se conozca apenas nada del resto de su reinado, solo sobre su muerte acaecida en el año 601.

Recadero muere a la edad de cincuenta años, dejando la corona a su único hijo reconocido, Liuva, con apenas dieciocho años de edad. Decimos único hijo reconocido, porque era ilegítimo, de madre desconocida y, al parecer, de origen plebeyo, lo que provocó la rebelión de la buena parte de la nobleza visigoda que terminó con el destronamiento de Liuva y su posterior muerte. Fue sustituido por el conde Witerico,  elegido rey en 603. Este había sido uno de los nobles que se habían rebelado en su día contra Recadero al ser uno de los nobles arrianos despojado de sus bienes.

De los últimos ochenta y cinco años de existencia de la monarquía visigoda, es decir, desde el periodo comprendido entre 625 hasta 711, sólo se conserva la Historia del rey Wamba, escrita por el historiador y obispo de Toledo, Julián de Toledo. Existen textos posteriores que cuentan sobre algunos aspectos de la historia visigoda, pero escritos siglos después de sucederse los hechos, por lo que estos no son fieles a la historia o están distorsionados y adaptados al interés de quien los escribe. Esto es muy significativo en relación a la posterior invasión y conquista árabe. Los textos más fiables sobre los hechos ocurridos son las actas de los concilios de la Iglesia que se celebraron en el reino visigodo, desde el año 633 hasta finales del siglo VII, pero desgraciadamente no se ha conservado acta alguna del último concilio celebrado en Toledo a principios del siglo VIII. Pese a ello, intentaremos conocer estos acontecimientos y los sucesos que se irán produciendo a partir de este momento. Si es que os sigue interesando. Todos miraban al profesor con inusual atención. Este limpió las gafas y, tras ajustárselas, continuó.

4

Los visigodos no fueron un pueblo invasor ni conquistador desde el punto de vista cultural ni religioso, ni social. No impusieron el arrianismo, sino que permitieron el catolicismo y terminaron, a partir de Recadero, declarándole religión oficial. Tampoco extendieron las costumbres germanas, sino que fueron asimilando paulatinamente las romanas, unificándolas como hemos visto en el capítulo anterior durante el reinado de Leovigildo.

Al contrario que en Francia, donde los godos dividieron la Galia, la España visigoda siguió desde Leovigildo una política integradora de toda la península. Con este rey, visigodos e hispanorromanos empiezan a ser considerados iguales ante la ley y mismo status social. Solo le faltó a este periodo la necesaria unión religiosa, algo en lo que Leovigildo fracasó, aunque facilitó la posterior conversión católica de su hijo Recadero.  Pero en esta unificación religiosa falto la tolerancia religiosa con un grupo que durante la época romana había convivido integrada en la sociedad hispana: los judíos. Aquella convivencia terminó con la llegada de los visigodos.

Cuando los visigodos llegaron a Hispania los judíos eran una etnia que gozaba de una buena situación económica y vivían sin problemas debido a que existía una amplia tolerancia religiosa. Pero la situación comenzó precisamente tras la muerte de Recaredo en el año 601, una muerte que iniciará un periodo de crisis, intolerancia y asesinatos como forma de acceder al trono.

Tras Recadero reinará su hijo Lliuva con apenas 18 años de edad, si bien su reinado durará solo dos años fue considerado hijo ilegítimo fruto de las relaciones de su padre con una plebeya, como ya hemos visto. En la primavera del año 602 será depuesto por Witerico, quien, con ayuda de gran parte de la nobleza, derrocará a Lliuva y ordenará su ejecución. En el año 610, será Gundemaro quien derroque a Witerico, quien también llegará al trono tras asesinarle. El nuevo rey reinará hasta febrero del año 612, aunque esta vez lo hará de muerte natural y, eso sí, dejando un reino en profunda crisis en manos de Sisebuto, un hombre de gran cultura y que contaba con el apoyo de una buena parte de la nobleza y de la Iglesia. Dejó en herencia varias obras literarias y poemas, pero también la persecución a los judíos.

En efecto, en el año 613  Sisebuto ordena la conversión obligatoria al catolicismo de los judíos para evitar su expulsión. Una parte importante opta por la conversión y serán conocidos como cristianos judaizantes porque continuaban practicando su antigua religión. Y así sucederá hasta el año 633 bajo el reinado de Sisenando, cuando tiene lugar el IV concilio de Toledo prohibiendo que se utilizase la violencia para obtener conversiones. También se prohibió a los judíos ejercer funciones públicas y poseer esclavos cristianos así como el comercio entre judíos y cristianos. Esta fue la medida que terminó por enfrentar a los judíos y cristianos. Una razón para justificar que los judíos conspiraran desde entonces con los judíos del norte de África, lo que supuso la confiscación de los bienes de todos los judíos. Otra razón para que los estos colaborasen con los invasores musulmanes de principios del siglo VIII, tal como se cuenta. Todo lo que estamos viendo cuestiona, en gran medida, el periodo histórico en el que los visigodos permanecieron en España. Sus luchas internas, sus dudas religiosas y la persecución a los judíos marcaron los tres siglos de su imperio. Sin embargo, sería injusto no reconocerles algunos logros y méritos.

Los visigodos consiguieron ser el primer reino de la Europa occidental en fundar algunas ciudades con cierta autonomía local, y en crear las bases jurídicas de la nación. Además, a partir de Recadero, proporcionaron a la nueva Hispania visigoda una identidad propia basada en el cristianismo, una identidad que se opuso a los invasores árabes y que dio origen a una fuerte resistencia en el norte peninsular, reivindicando esa identidad independiente de la musulmana. Sin esa identidad ni esa herencia visigoda la Reconquista habría sido imposible o reservada a unos cuantos reinos o condados del norte. Y, sin embargo, la lucha contra los musulmanes tuvo un componente religioso innegable. Así pues, cuando hablamos de los godos, de los visigodos, lo más importante no es conocer, uno a uno y por orden, cada uno de los reyes de ese periodo, sino recordar la contribución de aquel periodo histórico a nuestra historia. Algo que, al parecer, no le ha interesado a aquellos que inventaron la famosa lista como recurso educativo, como tampoco le interesa a aquellos que ven en la civilización islámica como una oportunidad perdida.

Aquella identidad sustituía a aquella que dependía de un imperio del cual, el romano, que tras su desaparición en el siglo III d.C. era sustituido por un pueblo procedente de Europa oriental. Tampoco lo tuvieron fácil porque llegaron a un antigua provincia romana que poseía unas estructuras sólidas y una sociedad muy consolidada. Hispania había sido una colonia bajo el imperio romano, pero no estaba dispuesta a seguir siéndolo bajo el dominio visigodo. Y estos no tenía un espíritu conquistador, en el término literal del mismo, y asumen la civilización romana existente y apenas introducen cambios para  ir creando las bases del feudalismo.

Durante los casi tres siglos del periodo visigodo, las comunidades hispano-romana y visigoda convivieron casi de manera independiente, probablemente porque la sociedad hispano-romana era más numerosa y más avanzada, y la única manera de imponerse era la fuerza. Y los constantes enfrentamientos internos de los visigodos apenas les dejaban margen para enfrentarse a una comunidad mucho más numerosa que ellos. El principal problema, como hemos visto, era el religioso al tener que convivir el arrianismo de las élites visigodas con el cristianismo de los hispanorromanos y la iglesia cristiana. Y de todos ellos con otro grupo importante: el judaísmo.

En este escenario es fácil imaginarse que no era fácil la convivencia porque originalmente la sociedad germana era igualitaria. La esclavitud era algo casi desconocido y solo se aplicaba para los delincuentes y prisioneros de guerra. Todos los hombres eran iguales, de acuerdo, eso si a su estatus social, y las decisiones se tomaban en asambleas de hombres libres, y los militares en periodo de guerra. En el nuevo orden, sin embargo, el asentamiento de los clanes derivó en una nueva estructura social, que iba desde los agricultores a los jefes de clanes en la escala más baja, hasta los funcionarios y jefes militares y políticos, una estructura derivada de la hispanorromana. Y este problema era aún mucho mayor si tenemos en cuenta que la población hispanorromana era muy superior a la de los godos. En Europa, la población romana era 25 veces mayor que la germana. Sin embargo, esta minoría controlaba el ejército, la política y un sector importante de la economía, lo que provocaba la división social y un cierto rechazo, e incluso odio, entre ambas comunidades. Así, hasta el siglo VI, los visigodos mantuvieron el código de Alarico, aplicable a ellos, y el código de Eurico, para los romanos. En las ciudades vivían separados y, hasta el reinado de Leovigildo, se prohibían los matrimonios mixtos mientras se mantenían los privilegios para los visigodos en cuanto a impuestos, derechos políticos y de posesión de armas, participación en la vida pública, etc., como una forma de preservar las tradiciones y evitar que la mayoría romana se impusiera sobre la visigoda.

Todo eso sin olvidar que el principal problema del sistema político visigodo era el sistema electivo de los reyes, una característica, por otra parte, propia de los pueblos germanos, pero que debilitaba el poder de los reyes, necesitados de realizar pactos y prebendas con la nobleza para que les otorgara los votos necesarios para asegurarse y mantener el trono. Y esta cuestión se acentuaba aún más en una sociedad en la que los nobles latifundistas gobernaban a su antojo en sus tierras. De esa forma, el rey electo poseía una autoridad muy dependiente de aquellos que le habían apoyado a cambio de privilegios y que convertía ese sistema político en un sistema frágil y descoordinado. La muerte de un rey podía desembocar en una guerra civil o fratricida que era aprovechado por sus enemigos, como los suevos, vándalos y alanos, sin olvidar a los cántabros, vascones y los bagaudas, estos últimos grupo de rebeldes formados por soldados desertores, prisioneros, delincuentes y otros similares y que ya existían desde la época romana.

En el siglo VI, todas estas circunstancias provocaron una situación de gran crisis en el reino visigodo. Con el levantamiento de los cántabros y vascos y con la población hispanorromana rebelada la situación parecía insostenible. Fue entonces cuando el rey visigodo Recadero, juntos con algunos de sus sucesores, como Chindasvinto, Recesvinto, Sisebuto y Suintila, se vieron obligados a tomar medidas para cambiar una situación que amenazaba con acabar con ellos.

Recesvinto creaba una ley común para todos los habitantes del reino, fuese cual fuese su origen, el llamado Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo que, en la práctica, anulaba todas las diferencias jurídicas entre godos e hispanorromanos. Como consecuencia de ello, muchos obispos de la iglesia católica, como iglesia oficial, pasaron a desempeñar cargos de consejeros del rey o gobernadores provinciales, lo que mejoró notablemente la administración. Además, se intentaba integrar a la comunidad judía, aunque con los resultados ya vistos. A los cántabros y vascos se les permitía crear una región autónoma a cada uno de ellos, lo que trajo la paz a esas tierras. Gracias a ello, en la primera mitad del siglo VII se vivió una época de leve recuperación económica y cultural, lo que, por otro lado, no paliaba la debilidad del reino visigodo.

Pero la principal causa de debilidad de la monarquía visigoda residía en la situación que se producía tras la muerte de un rey, especialmente si el sucesor no contaba con los apoyos suficientes. Pese a que en los concilios de Toledo V y VI, en los años 636 y 638 respectivamente, se había acordado que los nobles partidarios de rey fallecido no debían ser despojados de sus bienes y propiedades por los nobles partidarios del nuevo rey, tanto si las habían obtenido por medios lícitos como si eran resultado de actos ilícitos. Chisdanvinto  en el año 653, tras la muerte de su antecesor Tulga, hijo de Chintila, ejecutó a muchos nobles que habían apoyado a Tulga, mientras otros partían al exilio, tras lo cual sus propiedades fueron distribuidas entre los partidarios del nuevo rey. Chindasvinto había asociado al trono a su hijo Recesvinto para que gobernara conjuntamente con él hasta el año 649. Bajo su reinado solo se convocó un Concilio en Toledo, el VII, al que asistieron sólo treinta obispos y en el que se acordó un canon que  excomulgaba a todos los miembros del clero y seglares que huyeran del reino, conspiraran contra el rey o ayudaran a los conspiradores. Con esto Chisdasvinto buscaba proteger al rey contra los conspiradores y, en particular, evitar y castigar a aquellos nobles que se tuvieron que exiliar o familiares de los que fueron ejecutados durante el reinado de Recesvisto y regresasen al reino. Esta era una cuestión interesante porque los reyes visigodos hasta entonces habían confiscado los bienes de aquellos nobles que habían conspirado contra la autoridad de del rey y que, si bien pasaban a ser propiedad del estado, en la práctica habían sido utilizados como propios.

Así, en el VII Concilio buscó la revocación de este acuerdo para evitar que los reyes siguieran haciéndolo y, además, dar la oportunidad de regresar a los exiliados. Los obispos querían evitar esa práctica del rey de confundir lo privado con los del Estado. Una confusión, muy clara entre los bienes que el rey  poseía de forma privada y los que administraba por razón de su cargo. Las propiedades propias eran suyas en el más amplio sentido del término, podía disponer libremente de ellas y transmitirlas a sus herederos. Pero los bienes del reino solo podían administrarlas durante su etapa como rey y trasmitirlos a su sucesor. Al ser una monarquía electiva, difícilmente los bienes eran administrados por una familia durante más de dos generaciones. De hecho, en el período comprendido entre 531 y 711, únicamente la dinastía de Liuva I y Leovigildo mantuvieron el trono durante tres generaciones, y la tercera sólo lo ocupó durante dos años. Como consecuencia, llegó a ser muy importante hacer esta distinción entre las propiedades personales y familiares del monarca y las propiedades del Estado. Había que evitar la eliminación de esa delgada línea roja entre ambas. El rey podía utilizar las propiedades y tesoros reales para enriquecer a su propia familia y también confiscar los recursos necesarios para defender su corona, lo que constituía un terreno abonado para que las propiedades de la corona se perdieran para siempre si se utilizaban como propiedades privadas del rey. Si además, este era sucedido por su propio hijo, existía el peligro de que las propiedades del Estado pasaran a formar parte del patrimonio de la familia noble correspondiente. De ahí que en el Concilio del año 653 el canon se refiriera a las donaciones de propiedades que hizo Chindasvinto a varios hermanos de Recesvinto o de que aquel hubiera tomado como propiedad personal suya gran parte de lo que había confiscado a los afectados por las expropiaciones del año 642 y de años posteriores, enriqueciendo a su propia familia y no a la corona. Los obispos pidieron que las propiedades confiscadas a los partidarios de los reyes anteriores fueran entregadas al nuevo rey. Un canon que daba respuesta a la aristocracia cortesana, especialmente a los nobles que habían respaldado a Chindasvinto y a Recesvinto y que pensaban que el primero se había quedado con una parte considerable grande de lo confiscado y la había utilizado para aumentar los bienes de su propia familia, en vez de los de la corona o de aquellos que le habían apoyado.

Como consecuencia de ello, Recesvinto se vio obligado a devolver a la corona la posesión de las tierras que habían obtenido todos sus predecesores desde Suintila y que se habían convertido en propiedad personal de los monarcas y sus familias. También tuvo que aceptar que las propiedades del monarca estaba formadas por las propiedades familiares del rey y las que le correspondía administrar mientras ejerciera como rey, si bien estas últimas tenían que estar a disposición del monarca para que éste pudiera disponer de ellas tal como fuera necesario en defensa de la corona. Este canon distinguiendo entre los dos tipos de propiedades reales se incluyó en el código que promulgó Recesvinto en el año 654, conocido como Leges Visigothorum o Forum Iudicum. Cuando Recesvinto fallece en el año 672, no existe heredero alguno, al no tener hijos. Y además, ninguno de sus hermanos ni familiares tenía algún apoyo importante, por lo que parecía claro un cambio de dinastía.

El profesor hace un alto en su lección. Mira a sus chicos y la mirada de estos demuestra que la historia les está interesando. No quiere detenerse para no distraer su atención y, de inmediato, continua…..

5

Wamba renunciando al trono, de Juan Antonio Ribera

Esta circunstancia ponía en marcha nuevamente la máquina de elección de un nuevo rey, que en este caso, además, suponía que tenía que ser de una nueva familia. Los nobles preparaban a su candidato y este tenía que conseguir el máximo apoyo posible. Un apoyo que marcaba el precio de su corona. Claro que también se conoce a algún rey que no quiso formar parte de la lista de reyes godos por pura voluntad y hubo de ser obligado a serlo. Los nobles no aceptaron su negativa hasta el punto de ser amenazado de muerte si mantenía su negativa. Hablamos así del rey Wamba, quien protagoniza un hecho curioso y que demuestra, una vez más, el carácter decimonónico de la monarquía visigoda y su íntima relación con la religión. Así, tras la muerte de Recesvinto el bueno de Wamba fue elegido rey contra su voluntad, a la edad de 72 años, en 672, gobernando durante ocho años. Un reinado que mantuvo el esplendor y la tranquilidad del reino visigodo. Su reinado fue fructífero, como la fama que le precedía. Tuvo que hacer frente a las sublevaciones de vascones y cántabros, a las que combatió y venció. Incluso tuvo que hacer frente a un intento de invasión proveniente del norte de África, O la rebelión desde la Septimania, con el noble Ilderico al frente,  al que también venció. Bajo su reinado se promulgó la ley “De his qui ad bellum non vadunt”, que obligaba a todos los nobles y clérigos a tomar las armas en caso de guerra. Cumplidos los 80 años de edad, en su palacio de Toledo, fue  obligado a abdicar en favor de Ervigio tras ser traicionado por este y por el obispo de Toledo, Julián. Wamba fue engañado en cumplimiento de un canon que incapacitaba para gobernar a un rey si este recibía los últimos sacramentos y estaba obligado a retirarse a un monasterio alejado de las tentaciones y, sobre todo, de sus responsabilidades. Wamba fue convencido para que tomara un líquido que en realidad era una bebida que contenía un narcótico que le postro en un estado similar a la agonía de la muerte. Fue entonces cuando los conjurados le dieron la extrema unción, le vistieron con un hábito de monje y le tonsuraron, declarándole “velut mortuus huic mundo”, es decir muerto para este mundo. Así, al recuperar la consciencia y la memoria, el rey  fue obligado a dejar el trono y recluirse en un monasterio. Las crónicas acusan a Ervigio y al obispo de proporcionarle el veneno y de darle el último sacramento. Wamba firmó un documento en el que declaraba a Ervigio su sucesor mientras él se retiraba a vivir como monje al monasterio de Monjes Negros de San Vicente en Pampliega, Burgos, donde murió en el año 688, curiosamente un año más tarde de que Ervigio tuviera que abandonar el trono por una grave enfermedad.

En relación a este suceso, la Chronica Regum Visigothorum dice que Wamba recibió el sacramento de la penitencia a primera hora de la noche del 14 de octubre y que Ervigio fue proclamado rey justo al día siguiente, el 15 de octubre, mientras que su proclamación como rey se pospuso hasta el día 21, que fue el primer domingo posterior a su ascensión al trono. Mientras, la Crónica de Alfonso III cuenta que Wamba había sido envenenado y, cuando se recuperó  se encontró convertido en un penitente, por lo cual, voluntariamente o no, renunció al trono. La Chronica Regum Visigothorum deja claro que el momento en que Wamba recibió el sacramento de la penitencia se sitúa sólo unas pocas horas antes de la proclamación de Ervigio como rey. Además, Wamba tenía que haber estado perfectamente recuperado para firmar los documentos de abdicación. Sea como fuere, parece claro que en la sucesión de Wamba existen aspectos oscuros que implican a parte de los miembros más poderosos de la corte, empezando por el propio Ervigio, junto con miembros de la Iglesia, apuntando en este caso al propio obispo Julián de Toledo. Está claro que Ervigio era el candidato preferido por la aristocracia palaciega y eclesiástica. Además, según la Crónica de Alfonso III, Ervigio era sobrino nieto de Chindasvinto y primo de Recesvinto.

Ervigio y Julián de Toledo intentaron buscar la legitimidad del nombramiento como rey y evitar la rebelión de los nobles partidarios de Wamba, que sospechaban lo ocurrido. Convocaron el XII Concilio de Toledo y Ervigio presentó los tres documentos que le legitimaban como rey, como aquel que certificaba que Wamba, en peligro de muerte, había recibido la penitencia y la tonsura; el segundo, el firmado por el propio Wamba en el que declaraba a Ervigio como su sucesor; el tercero, el firmado también por Wamba, en el que pedía al obispo Julián que ungiese a Ervigio. Los obispos dieron validez a todo el procedimiento y Ervigio fue nombrado rey.

Teniendo en cuenta los antecedentes de Ervigio y las circunstancias que le llevaron a ser nombrado rey, es evidente que su reinado estuvo supeditado a las sospechas que recaían sobre él y marcado por la influencia que sobre él ejercía el obispo Julián de Toledo, quien le obligó a promulgar leyes antijudáicas que obligaban a los judíos a bautizarse, prohibición de la circuncisión, no poder tener esclavos cristianos, prohibición de celebrar fiestas judías, etc, leyes que ya estaban preparadas por el obispo antes de la abdicación de Wamba.

Ervigio temía por su vida y la de su familia, por lo que se promulgó un canon que condenaba a la excomunión a todo aquél que atentara contra los bienes o dignidades de su esposa y de sus hijos, la prohibición de que nadie se casara con su viuda en caso de muerte de un  rey. Ervigio buscaba en los Concilios garantizar su vida y la de su familia. En este contexto, casó a su hija con un sobrino de Wamba, llamado Egica, con la intención de nombrarle su sucesor en el trono y garantizar así el futuro de su familia. El 14 de noviembre de 687, Ervigio gravemente enfermo y, como había sucedido con Wamba, recibió el hábito de penitencia y, tras ser tonsurado, abdicó en su yerno Egica. Así, en Toledo,  Egica fue ungido como rey el 24 de noviembre. De Ervigio poco, o nada, se supo de lo que le aconteció con posterioridad. Ni la fecha real de su muerte ni el lugar donde está enterrado. Y en cuanto al compromiso de Egica de respeto a la familia de Wamba, se convocó un Concilio que revocaba el acuerdo del anterior y permitía al nuevo rey el repudio de su esposa, la hija de Ervigio, y su encierro en un convento junto con sus hijas, así como a la confiscación de los bienes de la familia. Un acuerdo firmado por los obispos apenas cinco años después del anterior concilio.

En el año 693 se produce una conspiración para asesinarle a él y a sus hijos, en la que aparece implicado el sucesor de Julián de Toledo, el obispo Sisberto, junto con otros nobles, pero la rebelión fue sofocada y el obispo fue excomulgado, desposeído de sus bienes y desterrado, mientras los nobles cómplices fueron enviados a prisión y sus bienes confiscado. Egica inicia así una brutal represión contra la nobleza y fue incautando todos sus bienes que pasaron a su propiedad, a la Iglesia o a los nobles que le apoyaron. Y mientras Egica se beneficiaba de sus medidas, el pueblo pasaba hambre y era víctima de una epidemia de peste. Mientras, se continuaba la implacable persecución contra los judíos, a los que se les acusaba de tramar rebeliones y conspirar contra el rey con la colaboración de los judíos del norte de África, una estratagema de Egica y los suyos para legitimar su represión antijudía.

Egica, con la aprobación de los obispos, dispuso que a todos los judíos no conversos les fueran confiscados sus bienes, que fueran convertidos en esclavos y dispersados por todo el territorio, mientras se les prohibía practicar sus ceremonias religiosas. Además, los hijos de los judíos que cumplieran los siete años eran separados de sus padres y entregados a familias cristianas para ser educados y evitar el adoctrinamiento judío Para fortalecer su poder y garantizar el de su familia, asoció al trono a su hijo Witiza en el año 694.

Ocho años más tarde, Egica fallecía sin que se conozcan los detalles de su muerte, ni siquiera la fecha exacta. Su hijo Witiza llegaba así al trono. Con él se iniciaba el último capítulo de la historia de los visigodos en España.

El profesor consultó sus notas y ordenó sus papeles, que se amontonaban encima de la mesa. Pero en realidad, quería conocer el significado de aquel silencio que se adueñaba de la clase. Nunca había vivido algo así en su vida de profesor. Nunca un grupo de alumnos se había entregado a sus enseñanzas de aquella manera. Anunció a sus alumnos que lo que quedaba era la mejor parte de la historia. La clave de todo. Pero no era necesario buscar más su atención.

Bebió agua y preguntó si alguien necesitaba ir al baño. Varias manos se levantaron. Les permitió salir mientras él ordenaba de nuevo las hojas. Cuando todos estuvieron ya sentados, continuó……

6

Wamba había sido el primer rey que quiso reducir el poder de los nobles y fortalecer el estado, pero ello solo generó conflictos que, a la larga, le costó su indeseada corona. Hemos visto lo que ocurrió con su sucesor, Ervigio y con Egica, más preocupados por si mismos que por el bien general. Tras él, sería también Witiza el que quiso continuar la estrategia de Wamba, pero fracasó igualmente. Y con Witiza, además, se iniciaba la desaparición, no del estado, sino del reino visigodo. Tras la abdicación de Wamba, un periodo relativamente tranquilo, en apenas treinta años gobernaron cuatro reyes, lo que demuestra la inestabilidad del reino. La muerte de Witiza y el posterior enfrentamiento entre los hijos de partidarios de este y del nombrado su sucesor en el trono visigodo, Rodrigo, es un fiel reflejo de lo que constituyó en reino visigodo en España y una forma de entender su desaparición.

Witiza, de Manuel Iglesias Dominguez

Witiza accede al trono visigodo hacia el año 694 de forma asociada a su padre, Égica. De esa forma, el heredero va ganando experiencia y demostrando sus cualidades a la par que se garantiza los apoyos y los privilegios de que los partidarios de su padre no se verán afectados. Por ello, cuando fallece Égica en el año 705, Witiza posee todos los apoyos necesarios para continuar su reinado, tanto de los nobles como de los miembros de la Iglesia. El nuevo rey parecía tener el viento a favor. Sobre el reinado de Witiza, las crónicas varían de unas a otras, aunque, en términos generales se acepta que cuando Witiza accede al trono devuelve muchos de los bienes incautados por su padre a los nobles y perdonó deudas que estos habían contraído con el fisco.  En el plano religioso, redujo la persecución contra los judíos e intentó acabar con  la corrupción de los clérigos prohibiendo el celibato para evitar que los miembros de la iglesia, incluso obispos, vivieran amancebados. Sobre los últimos años de su reinado no existe constancia de lo ocurrido porque se han perdido las actas de los concilios. Pero lo que si se sabe es que el final de su reinado coincide con la iglesia y con la nobleza perdiendo confianza en su rey y que, además, poseen un poder lo suficientemente importante para nombrar a su sucesor.

Así, cuando en el año 710 Witiza fallece, al parecer de forma natural a pesar de contar tan solo 30 años de edad, deja tres hijos varones Agila, Olmundo y Ardabasto, todos ellos menores de edad por lo que su viuda intenta mantener unidos a sus partidarios y  el control del reino. Ninguna fuente contemporánea, ni crónica alguna, da detalles  sobre el destino de Witiza.  Se supone que su reinado finalizó cuando él murió, en el año 710, según la Chronica Regué Visighotorum. Sin embargo, la Crónica de 754 sitúa en el año 711 el acceso al trono  del rey Rodrigo, quien fue nombrado en Toledo por acuerdo  de los miembros más destacados de la nobleza, y por buena parte  de los obispos, es decir, a la élite seglar y eclesiástica que había controlado prácticamente todos los cambios de monarca desde los tiempos de Recaredo.  Rodrigo y los suyos habían precipitado los acontecimientos sucesorios con el apoyo de esta élite nobiliaria. Es casi seguro que Witiza fue derrocado por la fuerza e, incluso,  que fuera asesinado, de ahí se desconozca las circunstancias de su muerte. Era el final de un reinado marcado por la guerra civil, la traición y las discrepancias violentas dentro de la élite nobiliaria. Si se estudia toda la historia de la monarquía visigoda, con los datos que hoy conocemos, concluiremos que durante los ciento veinte años inmediatamente posteriores a la conversión de Recaredo en 587 y a la represión de la última de las rebeliones que siguieron a esta conversión, lo que más destaca es el papel desempeñado por la élite aristocrática cercana al rey.

Antes de analizar las causas del final del imperio visigodo entraremos en el territorio de la pura leyenda que intentan justificar el final del mismo y la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica. Existen dos versiones de la leyenda, la cristiana y la árabe, con un final idéntico. Además, existe otra leyenda árabe que justifica la invasión y posterior conquista como un castigo divino contra Rodrigo. Vemos todo de forma sencilla.

Antes de adentrarnos en la leyenda, citemos nuestra atención en el año 705, momento en el que Musa ibn Nusayr es nombrado nuevo gobernador de Ifriquiya, un territorio situado en el norte de África y que corresponde a la actual Túnez. Cercana a ella se encontraba Ceuta, la ciudad situada en el extremo noreste en el que también se encuentra Tánger, y que había estado en manos bizantinas en el año 687, y que permaneció así hasta ser tomada por Musa ibn Nusayr hacia el año 706. Las crónicas árabes señalan que el gobernador de Ceuta era un conde visigodo llamado “Ilyan” o, en cristiano, Julián, que se encontraba al servicio del rey Rodrigo. Estas crónicas afirman que el conde don Julián quiso vengarse del rey, ya que éste había violado a su hija, de nombre Florinda, y, en consecuencia, conspiró para proporcionar a los árabes, ya asentados en Tánger, los barcos que necesitaban para cruzar el estrecho de Gibraltar que separa África de la Península Ibérica. Esta es la leyenda que ampara la invasión según las crónicas árabes, pero crónicas cristianas posteriores ponen muy en duda estos hechos y hasta niegan la existencia del conde y de su hija, cuyo propósito es justificar el desastre, derrota y desaparición del reino visigodo en un cortísimo espacio de tiempo. Y nada como un drama, con el honor por medio, para conseguirlo.

Florinda, la Cava saliendo del baño, de Isidoro Lozano

En cuanto a que los árabes necesitaran los barcos de don Julián para realizar la travesía porque ellos no los tenían, este es un argumento escasamente creíble porque a lo largo de aquellos años habían ido conquistando prácticamente todas las islas del Mediterráneo occidental. La hipótesis más lógica sería que tanto Ceuta como Tánger permanecieron en manos bizantinas hasta la conquista árabe entre 705 y 710 y, tras ello, las fuerzas musulmanas dirigidas por Tariq bin Ziyad, un beréber lugarteniente de Musa, se prepararon en la costa norte africana para las primeras expediciones que cruzaron el estrecho y entrarían en el reino visigodo justo en el momento propicio para ello, como era el conflicto y división visigodo entre Witiza y Rodrigo. El final del reinado de Witiza sumió el reino visigodo en la crisis, una más y definitiva, convirtiéndose en el escenario perfecto para los árabes.

A partir de esto, los testimonios escritos y crónicas de un lado y de otro proceden de períodos diferentes, que van desde los inmediatamente contemporáneos hasta los de algunos siglos más tarde de la invasión musulmana, por lo que los datos y sucesos que aportan estas fuentes difieren en función del objetivo. Curiosamente, las crónicas que aportan más datos son las más lejanas en el tiempo, lo que afecta a su exactitud y objetividad. Solo la aparición de monedas con las efigies de los distintos reyes ofrece una información más precisa de los periodos de reinado.

Alguna crónica cristiana cuenta que el nuevo rey envió sus ejércitos a luchar contra los árabes y los beréberes, que estaban atacando y destruyendo muchas poblaciones en el sur peninsular. Fue entonces cuando durante una batalla parte de sus tropas desertaron y Rodrigo resultó muerto. Según la misma, los desertores, todos ellos pertenecientes a clanes nobiliarios enemigos de Rodrigo y, por lo tanto, pertenecientes a Witiza tenían el objetivo de eliminar a Rodrigo permitiendo que lo mataran en la batalla y dejando el trono libre para alguno de los suyos, pero de algún modo el plan salió al revés, y también muchos de ellos cayeron al ser derrotados, o lo hicieron poco después. La misma crónica señala que, tras la derrota en el sur, las tropas árabes y beréberes bajo el mando de Musa tomaron Toledo en 711, ejecutando a los nobles  que todavía estaban en la ciudad, De esta manera, la muerte de Rodrigo y la caída de Toledo se produjeron ambas en el año 712. Ante el éxito del invasor, el ánimo de los vencidos decayó de tal modo que, falto de energías para resistir y asolado por la hambruna y las epidemias  las plazas se fueron rindiendo sin resistencia alguna al invasor para evitar enfrentamientos inútiles y pactar su capitulación.

Don Rodrigo

Alrededor del año 860, una crónica árabe afirma que Tariq ibn Ziyad estableció contacto con “Ilyan”, gobernador de Ceuta y súbdito de Rodrigo. Ilya estaba resentido con Rodrigo, porque éste había tenido abusado sexualmente de su hija mientras la muchacha se encontraba en la corte de Toledo, donde su padre la había enviado para que se educara. Con el fin de vengarse, el señor de Ceuta, según esta versión, se ofreció a transportar a Tariq y sus tropas a través del estrecho. Una vez allí, los musulmanes ocuparon Cartagena y se dirigieron a Córdoba, derrotando a un ejército que intentó detener su avance. En respuesta, Rodrigo y su ejército entablaron una batalla con Tariq donde los visigodos fueron vencidos y su rey encontró la muerte. A continuación Tariq se dirigió a Toledo, donde entre otros tesoros halló la mesa del rey Salomón.  El lugar de la batalla se sitúa así en el valle del río Guadalete, cerca de Medina-Sidonia.

La Crónica de Alfonso III, cuyo origen se sitúa en el siglo X,  se muestra muy crítica con  Witiza, al que acusa de tener muchas esposas y amantes, y de intentar hacer que sus obispos se casasen, algo que se ve como la razón por la cual se produjo la ruina del reino visigodo. Omite que esa obligación intentaba acabar con el amancebamiento de los religiosos. Además, dice de Witiza murió por causas naturales en Toledo el año 711, y que Rodrigo fue elegido rey. Justifica la rivalidad entre Rodrigo y Witiza porque dice que Rodrigo era hijo de Teodofredo, el cual a su vez era hijo del rey Chindasvinto y había sido cegado por Egica, porque éste temía que los godos intentaran hacerle rey.

Según la crónica los árabes llegaron a Hispania durante el tercer año del reinado de Rodrigo  debido a la traición de los hijos de Witiza. Rodrigo se vio obligado a marchar contra los invasores, pero, a causa de la traición de los hijos de Witiza, el ejército visigodo fue derrotado. Nada se supo sobre el destino de Rodrigo, pero durante la reconstrucción de la ciudad de Viseu se encontró un epitafio dentro de una iglesia en ruinas, en el que se registraba el hecho de que “Aquí yace Rodrigo, el último rey de los godos”.

La Cava espiada por don Rodrigo, de Frank Winterhalter

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Lo que si nos queda claro, realidad o leyenda aparte, es que  Rodrigo, desde Toledo, tenía un peligroso enemigo al otro lado del estrecho de Gibraltar: el conde don Julián, tal y como aparece en las crónicas cristianas; o Ilyan, u Olián, como aparece en las crónicas musulmanas. Como hemos visto, don Julián era un bereber católico bajo la soberanía de los reyes visigodos  que gobernaba la ciudad de Ceuta, última posesión bizantina en África del Norte, y se había enfrentado en diversas ocasiones contra las tropas musulmanas. Cuando en 708 el lugarteniente de MusaTariq, tomó Tánger, el conde don Julián fue sitiado en Ceuta pero gracias a la ayuda de los visigodos pudo resistir el ataque, por lo que su fidelidad al reino estaba asegurada. Su fidelidad, sin embargo, se rompe con el incidente de su hija Florinda y su posterior traición. Como hemos visto,  esta es la versión árabe de la leyenda.

En la actualidad, sin embargo, dicha leyenda es considerada falsa, ya que don Julián era partidario de Witiza y de Egica y cuesta trabajo pensar que enviara a su hija a la corte de su enemigo en Toledo. Algunas crónicas cristianas, sin embargo, dicen que don Julián envió a su hija a Sevilla cuando aún era rey Witiza y se encontraba de visita a su hermano Oppas que, como hemos dicho, era obispo de la ciudad hispalense. Witiza se enamoró de la muchacha hasta el punto de violarla, lo que provocó los acontecimientos posteriores. Otra teoría que, sin embargo, es puesta en duda, porque no cabe pensar que posteriormente, don Julián apoyara a Agila en su enfrentamiento con Rodrigo.

Sea cual sea lo sucedido, de una u otra forma, lo cierto es que don Julián y su leyenda   juegan un papel importante, y esencial, en la desaparición del reino visigodo. El enfrentamiento entre don Julián y Rodrigo, sea cual sea la causa, provocó  la petición de ayuda del gobernador a los musulmanes y bereberes del norte de África. Don Julián abrió las puertas de Ceuta a las tropas de Tariq y le proporcionó, supuestamente, los barcos con los que alcanzar la Península en el verano del año 710. Los musulmanes, invadieron el sur de la Península y saquearon numerosas poblaciones de Andalucía, tras lo cual regresaron a África. Mientras tanto, Rodrigo se encontraba ocupado en los preparativos de guerra contra los vascones, por lo que no pudo mandar tropas para hacer frente a los invasores al inicio de la invasión.

Don Rodrigo arengando a sus tropas en Guadalete, de Bernardo Blanco

Así, en la primavera del año 711 cuando Rodrigo se dirige al frente del ejército visigodo hacia el territorio de los vascones con la idea de poner fin a la revuelta de estos y acabar con su resistencia, los partidario de Agila envían un mensaje a Musa ibn Nusayr para que les preste su ayuda a través del conde don Julián. Musa pone al frente de la expedición a su lugarteniente Tariq y este cruza el estrecho con siete mil hombres en abril de 711, haciéndose fuerte en Gibraltar. A principios de mayo, Rodrigo recibe la noticia del desembarco musulmán en las costas peninsulares. Ante la magnitud del mismo, Rodrigo abandona el norte y se dirige apresuradamente al sur. Se detiene en Toledo, donde envía emisarios para convocar a toda la nobleza del reino. A este llamamiento también acuden los hijos y partidarios de Witiza, en una estrategia que alimentaba su traición posterior.

El rey visigodo logrará reunir un poderoso ejército que las crónicas cifran  en cien mil soldados, cifra a todas luces imposible. Independientemente del número real de las fuerzas visigodas, lo cierto es que estas eran considerablemente mayores que las de Tariq por lo que éste pidió refuerzos a Musa, quien le envió más soldados. Aun así, las fuerzas de Tariq seguían siendo inferiores en número por lo que el Tarik tratará de evitar un encuentro frontal con el ejército de Rodrigo.

La batalla de Guadalete, de Salvador Martínez Cubells

Finalmente, ambos ejércitos se encontraron en un lugar cuya localización no parece estar suficientemente localizada, pero se ha aceptado que fue en las proximidades del río Guadalete, razón por la cual se ha denominado oficialmente la batalla de Guadalete. Dicha batalla tuvo lugar entre el 19 y el 23 de julio de 711. Según las cronistas árabes, la batalla duró toda una semana y en la cual los partidarios de Witiza y Agila, que ocupaban los flancos del ejército de Rodrigo, se pasaron al bando contrario desprotegiendo al ejército visigodo, obligándole a una desorganizada retirada. Como ya hemos visto, Rodrigo desaparece de las crónicas y se ignora si falleció en la batalla o después. Simplemente desapareció. Sobre la muerte de Rodrigo existen diferentes hipótesis. La primera, la menos verosímil, dice que pereció a manos del mismo Tariq. La segunda, que se ahogó al cruzar el río Guadalete. La tercera, que derrotado y herido abandonó el campo de batalla y se escondió  en la Lusitania, donde vivió anónimamente. Ésta última teoría se debe a que en las proximidades de Viseu se ha encontrado  una gran tumba con una lápida con el nombre de Rodericus Rex que, como hemos visto se encuentra en Portugal.

Pese a las diferentes versiones que recogen tanto las crónicas cristianas como las musulmanas, en la actualidad se tiende a pensar que la batalla de Guadalete no fue de gran envergadura dada la escasez de efectivos de ambos bandos. La batalla de Guadalete adquiriría su carácter decisivo por haber motivado el colapso del reino visigodo, al perder a su rey, su guardia, el ejército real y por la rápida conquista de Toledo, pero no dejó de ser una razzia entre visigodos y musulmanes. El hecho de que el gobernador musulmán, Musa, no se encontrase al frente de sus tropas en Guadalete, como era tradición en las campañas de conquista, apoya la idea de que la expedición de 711 no fue otra cosa que una mera campaña de reconocimiento del terreno. Sólo la debilidad endémica del reino visigodo de Toledo hizo posible que la victoria de Tariq en Guadalete se convirtiera en el hecho fundacional al-Andalus

Pero, en esta ocasión, la muerte de Witiza y el enfrentamiento entre los nobles que apoyan a Rodrigo y los que apoyan a Agila se ha convertido en la ocasión perfecta que los árabes aprovechan. Ya en los primeros meses del año 711, el conde Julián, al parecer partidario de Witiza, entabla conversaciones con el gobernador musulmán de Marruecos a fin de que tropas musulmanas desembarcaran en Andalucía para derrotar a Rodrigo y favoreciera los intereses de Agila. A cambio, los musulmanes recibirían una gran cantidad de oro y les entregarían la plaza de Ceuta.

En la primavera del año 711, en el reino existe en alto clima de crispación. Rodrigo tiene que hacer frente a los nobles descontentos con él y a la iglesia, al tiempo que las tribus vascas se rebelan hasta el punto de obligarle a enviar a su ejército al norte para sofocar la revuelta. Es entonces cuando, aprovechando las circunstancias y las noticias que le llegan, los musulmanes deciden aprovecharlas. El ejército de Tariq, por orden de Muza, desembarca en Cádiz con la confianza de que, en caso de enfrentamiento con Rodrigo, contará con la inestimable ayuda de los partidarios de Witiza. Mientras, Rodrigo se ve obligado a llevar parte de su ejército hacia el sur para sofocar la invasión, quedando su ejército diezmado y dividido.

El conde don Julián en su venganza por la deshonra de su hija había propuesto al gobernador Musa ibn Nusair, la conquista de la Península Ibérica. Musa ibn Nusair acepta la proposición y le ordena hacer los preparativos de la invasión. Envía al general bereber Tariq a realizar una incursión a la costa hispana situada frente a Ceuta en julio de 710, tras conocer la muerte de Witiza y la posterior elección de Rodrigo como nuevo rey y la división del reino visigodo en dos bandos irreconciliables y, lo mejor, divididos. El hijo de Witiza, Agila, que no se resignaba a la derrota, envía un mensaje a Tánger pidiendo ayuda a Tariq para recobrar el trono con el conde don Julián como intermediario. Así, la noche del 27 al 28 de abril de 711 las tropas musulmanas cruzan el estrecho de Gibraltar gracias a la ayuda y apoyo del deshonrado conde don Julián

Ajeno a los acontecimientos, Rodrigo se encontraba en el norte combatiendo a los vascones en Pamplona. La noticia de la invasión africana le llega al rey visigodo tres semanas después de la entrada de los árabes, lo que limitó considerablemente su margen de maniobra a la hora de reunir un ejército con el que hacer frente a la invasión, solicitando la ayuda de los witizanos, sin sospechar que estos actuaban de acuerdo con Tarik.

En el valle del río Guadalete, entre el 19 y 26 de julio de 711,  tuvo lugar la batalla entre el ejército de Rodrigo y el de Tarik. Fue el momento en el que se produce la traición y el cambio de bando de los partidarios de Witiza, quienes, una vez empezada la batalla, se separaron del ejército visigodo y se unieron al musulmán, dejando a Rodrigo en inferioridad numérica y contra los musulmanes. Rodrigo era derrotado. Su  caballo fue encontrado asaetado a orillas del río, mientras él desaparece para siempre, vivo o muerto.

Pero la derrota de Rodrigo era también la derrota de los partidarios de Witiza. Porque los musulmanes ya habían trazado el plan para invadir la Península Ibérica para convertirla en una provincia más del Islam. Aquella victoria dejaba a Tarik el camino de Toledo expedito a finales del mismo año 711.  A las fuerzas invasoras se unieron la población hispanorromana, quienes tras tres siglos de gobierno visigodo, no habían  tenido derecho a participar en el gobierno y que veía en el nuevo invasor un posible aliado contra los germanos. También se habla de la ayuda de la población judía, la cual venía siendo perseguida por la monarquía católica visigoda, y de gran parte del resto de la población que afectada por las continuas hambrunas y epidemias y deseosa de una estabilidad política. Todo ello era consecuencia de una situación que durante los casi tres  siglos no había sido capaz de conseguir el asentar las estructuras necesarias para consolidarse…..

De repente se abre la puerta del aula. Es el jefe de estudios que, extrañado, se ha dirigido al aula. Observa, con gran sorpresa, el silencio y atención y pregunta al profesor qué ocurre y si están castigados los alumnos.

El profesor le dice que están estudiando la lista de los reyes godos y que están todos por propia voluntad, sin castigo alguno. El jefe de estudios observa el ambiente casi sin creer lo que está viendo. Luego, sale del aula, mientras el profesor regresa a su clase.

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Todos los elementos esenciales de esta parte de la historia de España son víctimas de la especulación y de la subjetividad de las crónicas, lo que convierte a la realidad en pura coincidencia. Las fuentes beben  de crónicas escritas dos o tres después de los acontecimientos, por lo que su veracidad es muy dudosa. Primero por el lugar en el que se produce: Toledo o Sevilla, con Rodrigo. En Toledo, cuando era ya rey; o en Sevilla cuando era gobernador de la Bética. También no hay unanimidad en cuanto al autor de la deshonra: Witiza o Rodrigo.  Y se señala a Witiza quien, conocedor de la belleza de Florinda,  la hace llevar a su palacio y la deshonra. Da igual, en realidad, la razón de quien mancilló el honor de don Julián. O la verdadera razón de la traición de este. Pero, leyendas aparte, ciertas o no, vayamos a las causas reales de la caída del imperio visigodo. Porque ellas hay que buscarlas más en la profunda crisis del reino visigodo que en leyendas de nobles ultrajadas y de honores manchados.

Hemos visto que el reino visigodo estuvo gobernado durante casi trescientos años, de manera general, por la inestabilidad y debilidad de la monarquía visigoda, incapaz de gobernarse a si misma y mucho menos sobre una sociedad heredada del antiguo imperio romano que poseía su propia identidad y organización. Y hemos podido comprobar que estos problemas fueron más intensos en los años anteriores a la conquista islámica. Tras casi trescientos  años, la situación no era próspera y en proceso de descomposición provocado, principalmente,  por la debilidad de unos reyes que dependían del apoyo de una nobleza y clero que defendían, por encima de todo, sus privilegios. De esta manera, las estructuras políticas del reino eran cada vez más débiles. El III Concilio de Toledo en el año 589 se puso en discusión el modelo de monarquía electiva, de acuerdo al origen germano, para adaptarla a la romana, de carácter hereditario. Pero este dilema, más que una solución, llevaba a más disputas. A una nobleza que gobernaba sus territorios de una manera cada vez más independiente respecto al poder real solo le importaba que sus privilegios se mantuvieran. En cuanto a la situación económica del reino, las malas cosechas, como consecuencia de las plagas, así como las epidemias y las enfermedades y la hambruna mediaron a la población del reino. Situación que aprovecharon de nuevo los nobles para la creación de latifundios, sin que ello repercutiera en los ingresos del Estado. Y provocando un empobrecimiento generalizado de la población.

Mientras, en el norte de África, el califato de Damasco iba avanzando inexorablemente y acababa con la resistencia de las tribus bereberes que, a finales del siglo VII, se convirtieron finalmente al islam y se integraron dentro de la estructura política y militar del califato. Así, un califato unido y fuerte acechaba a un enemigo dividido y débil que estaba apenas a unos kilómetros de distancia, separados por una estrecha franja de agua. Y esta es la principal razón de la invasión y conquista posterior y no las leyendas de dudosa veracidad.

Independientemente de las circunstancias que se produjeron, será el general Tarik quien cruce el estrecho de Gibraltar en el año 710 y haga una pequeña incursión sin apenas resistencia y compruebe la fragilidad de un imperio que se desmorona. Y además cuenta con un colaborador esencial como es el gobernador de Ceuta, quien controlaba el estrecho de Gibraltar y poseía los barcos necesarios para cruzarlo. Pero, sobre todo, conocía la información precisa sobre la división irreconciliable entre ambos visigodos y la situación de las tropas del rey Rodrigo, al otro lado del mapa. Por si fuera poco, don Julián le prometía el apoyo de buena parte del ejército visigodo.

Este traidor visigodo y cristiano será la llave de la invasión. En abril del año 710 comenzó el traslado de las tropas de Tariq a la península. La fecha no había sido escogida al azar sino influenciada por la propia situación en la que se encontraba el reino visigodo. Tariq sabía por don Julián, y este por los partidarios de Agila, que los visigodos estaban en una nueva guerra civil, entre ellos mismos y contra los vascones en el norte peninsular, a miles de kilómetros de allí, en el norte, ajeno lo que ocurría en el sur, confiando en que estaba suficientemente protegido por el hijo de Witiza. Rodrigo desconocía que los partidarios de Witiza habían llegado, a través de don Julián, a un pacto con los musulmanes, no para que invadieran la península, sino para que les prestaran apoyo militar para destronar a Rodrigo.

Lo que se ignora, en este punto, es si las tropas de Tarik invadieron la península para ayudar al ejército de Agila o, tras la victoria, decidieron invadirla aprovechando la desaparición del rey legítimo y la extrema debilidad del reino visigodo. Porque lo sucedido tras la batalla de Guadalete genera muchas dudas al respecto. Tras la batalla, Tarik, decidió,  por su cuenta, avanzar hacia el centro peninsular, con el objetivo de llegar hasta Toledo, la capital del Estado, sin contar con la aprobación de Musa, de quien era subalterno. Esto obligó a este a cruzar el estrecho y encontrarse con Tarik en Toledo donde le recriminó su actitud y le acusó a no seguir sus órdenes.

Tarik se atrevió a actuar en solitario porque contaba con importante información sobre la situación en la que se encontraban las capitales visigodas y quería la gloria para si mismo. Por ello, dirigirá una parte de su ejército a Córdoba, futura capital del califato, para conquistarla en octubre del 711 con apenas 700 hombres, sabiendo que la ciudad contaba con una defensa de apenas 400 soldados cristianos, mientras él se dirige, con el grueso de su ejército a Toledo, que estaba totalmente desprotegida para conquistar la capital y permanecer allí. Fue entonces cuando en el verano del 712, Musa entra en la península al mando de un potente ejército formado por unos 18.000 árabes, y se dirige a Toledo pasando primero por Sevilla a la que sitió durante casi durante un año, cayendo a mediados del año 713. Después conquistó Mérida, que también opuso una fuerte resistencia, y finalmente llegará a Toledo. Esto demostraría que, en realidad, la invasión fue improvisada aprovechando las circunstancias. Sea como fuere, desde este momento se iniciaba la expansión de Al-Andalus y en los tres siglos siguientes se fue asentando en toda la península Ibérica.

Una expansión que se producirá con algunas batallas, pero con escasa resistencia por parte de una población hispana muy empobrecida. Y en unas condiciones tan lamentables que no les merecía la pena poner resistir a los conquistadores, que además ofrecían capitulaciones benignas. Incluso ofrecían pactos muy beneficiosos para la propia élite visigoda, cuyo único objetivo era el de siempre: mantener sus propiedades y privilegios. Además, se permitía la religión cristiana y a la población judía mantener su culto y propiedades a cambio del pago de impuestos que, en todo caso, eran inferiores a los que pagaban  a los reyes visigodas. En resumen, se puede asegurar que la conquista islámica del antiguo imperio visigodo no puso fin a las estructuras políticas visigodas y, por otra parte, culturalmente no fue un cambio brusco en tanto que buena parte de la población del Al-Ándalus siguió manteniendo sus costumbres.

El silencio se adueña del aula. El profesor mira el reloj. Pregunta si han entendido la clase. Los movimientos de cabeza dicen que sí, pero el profesor adivina que no. Ni siquiera la historia ni el tiempo han descifrado las incógnitas en torno al periodo visigodo en España.

Es tarde, pero ha merecido la pena. Abre la puerta. Los chicos entonces rompen el silencio y aplauden a su profesor. Luego van saliendo poco a poco. A nadie se le olvidará quienes eran los visigodos, aunque probablemente olviden la famosa lista.