01. NUMANCIA (133 a.C.)

Numancia es sinónimo de resistencia. De heroísmo ante el poderoso ejército romano, hasta el punto que se ha acuñado el adjetivo “numantino” para definir la lucha contra lo difícil, la esperanza de supervivencia, la lucha por la libertad y la vida hasta el límite.

Porque, históricamente, Numancia fue el poblado celtíbero que resistió hasta el final el asedio de las legiones romanas y cuyos restos se encuentran a apenas siete kilómetros al norte de la ciudad de Soria, en el denominado Cerro de la Muela, junto a la pequeña población de Garray. Contemplando hoy los restos de ella, que a lo largo de las últimas décadas se ha ido rehabilitando con gran acierto, podemos viajar en el tiempo hasta los más de dos mil años en el que se produjeron los hechos que han dado fama a Numancia. Pero lo que ocurrió en este lugar es, a todas luces, inimaginable.  Aquellas escenas dantescas de horror y sangre, el heroísmo y, sobre todo, la desesperación de los numantinos para evitar su captura superan todo. La caída de Numancia fue el capítulo final que se produjo tras veinte años de resistencia y once meses de asedio, concluyendo en el verano del año 133 a.C. Viendo las actuales ruinas podremos viajar con nuestra imaginación a aquel tiempo…..

Y  viajamos hasta el siglo VII a.C. cuando la tribu celtíbera de los arévacos, pueblo prerromano que se asentó en el valle del Duero, crea sobre el cerro un pequeño asentamiento fortificado en el que irán desarrollando una importante actividad agrícola y ganadera. Con el tiempo, en Numancia irán reforzando sus defensas construyendo murallas con torreones y cuatro puertas de acceso para proteger aquella ciudad adaptada para resguardarse del frío que caracteriza a esa comarca.

En el siglo II a.C. se inicia la conquista de la Península Ibérica por parte del imperio romano, pero nuestra historia comienza  en al año 154 a.C., cuando el pueblo celtíbero denominado belos, amplía las fortificaciones de la ciudad de Segeda, cercana a la actual Calatayud. Tal circunstancia lleva al Senado romano a considerar a Segeda como una amenaza para sus intereses en Hispania, ya que rompía los acuerdos con Roma que prohibían fortificar las ciudades conquistadas. Por ello, ordenó la paralización de la construcción de la muralla y el pago de los tributos pendiente de pago. Los belos responden que la muralla era, en realidad, una ampliación y no una nueva construcción. Y en cuanto al pago de tributos pendientes, consideraban que estaban exonerados de ello. Esta situación de rebeldía llevó al senado a enviar al cónsul Quinto Fulvio Nobilior al mando de un ejército de treinta mil hombres. Conocedores de la próxima llegada de Nobilior, los belos huyen a territorio los arévacos. Estos les acogen y, además, elijen al líder militar Caro de Segeda para que organice la defensa de todos ellos. Este, hábil militar y muy valeroso, prepara un ejército formado entre varias tribus celtíberas de unos veinticinco mil hombres y ataca por sorpresa a las tropas romanas. Tras una larga batalla de tres días, vence al ejército romano, el cual sufrió unas innumerables bajas. La victoria celtíbera se produce el día 23 de agosto, día consagrado por los romanos a Vulcano, que fue declarado a partir de entonces nefasto, de manera que ningún general romano en el futuro librará batalla alguna en tal día. Nobilior compensó la derrota con un contraataque en el que murieron Caro y parte de sus hombres, mientras los celtíberos se refugian en Numancia. El cónsul asienta a sus tropas en las cercanías de la ciudad esperando los refuerzos necesarios para conquistarla.

Un mes más tarde, Nobilior recibió estos refuerzos. Será Masinisa, rey de Numidia, quien hará llegar desde el norte de África un ejército formado por trescientos jinetes y diez elefantes para luchar con los celtíberos en campo abierto. Nobilior organiza sus tropas, pero oculta los elefantes en la retaguardia para atacar por sorpresa. En efecto, los elefantes, un elemento absolutamente desconocido por estas tierras, fueron la sorpresa de la batalla. En plena batalla surgieron los elefantes, cuya presencia estaba motivada para a atacar la robusta muralla y derribar sus torres defensivas. La presencia de los paquidermos asustó a atacados y atacantes en la misma medida o, por mejor decir, a los caballos de los jinetes romanos, muchos de los cuales huyeron. Aun así, los elefantes llegaron hasta la muralla. Fue entonces cuando uno de ellos fue herido en la cabeza con una gran piedra, lo que provocó su furia de tal modo que, con terribles bramidos, se volvió contra los suyos y comenzó a atropellar a cuantos encontraba. A los bramidos de éste, los demás elefantes, asustados, comenzaron a hacer lo mismo y atropellaron a los romanos, que empezaron a huir. Los celtíberos salieron en su persecución y mataron a un buen número de ellos y a tres elefantes, además de apoderarse de sus armas.

Nobilior se retiró con lo que quedaba de sus tropas y con las que le envió el senado romano en el año 152 a.C. Allí fueron víctimas del intenso y crudo invierno y muchos de los acampados murieron de frío y por la escasez de víveres. El ejército quedó, así, inutilizado. La incapacidad mostrada por Nobilio llevó al senado a obligarle a regresar a Roma y sustituirlo por el cónsul Marco Claudio Marcelo.

El nuevo cónsul llega a Hispania con una estrategia diferente y contraria a la de su antecesor. Aconsejado por la prudencia y la diplomacia, supo ganarse la confianza de los celtíberos con actos de clemencia y de acuerdos con ellos, una estrategia que le ayudó a controlar el valle del Jalón y firmar un tratado de paz. Así consiguió la rendición de Oscilis (Medinaceli) y la tregua con Nertóbriga, ciudad bajo control de los belos, consiguiendo el control del valle del Jalón. Marcelo exigió a todas las ciudades celtiberas someterse al acuerdo de paz, en condiciones similares al tratado antiguo con Roma firmado en el 179 a.C. De esta forma, los celtíberos enviaron emisarios a Roma para negociar la paz.

El Senado, sin embargo, no aceptó firmar el tratado de paz, por lo que Marcelo, que se encontraba por entonces en Corduba (Códoba) recibió la orden de reanudar la guerra. El cónsul se dirigió con su ejército hacia Numancia y acampó en las cercanías de la ciudad. Ante esta amenaza, el jefe militar de la ciudad, Litennón pidió negociar la paz con Marcelo, llegando a un acuerdo que finalmente firmaron todos los celtíberos, por el que éstos tuvieron que pagar una importante cantidad de dinero a modo de indemnización y la entrega de un número determinado de rehenes, que posteriormente fueron liberado. Este tratado de paz fue ratificada por el Senado romano y se mantuvo desde el 151 al 143 a.C.

Será en este año cuando los arévacos se levanten contra Roma, y se unan al general lusitano Viriato, quien se había rebelado contra Roma, en el inicio de la segunda fase de las guerras celtibéricas. El senado romano envía a varios generales para someter a Numancia. Tras varios fracasos envían a Quinto Pompeyo, quien también fue derrotado en varias ocasiones y que se vio obligado a firmar un tratado de paz que garantizaba la integridad de la Numancia y que tampoco será ratificado por el Senado romano. Es enviado entonces el cónsul Marco Popilio Lenate. Este llegaba desde Lusitania, donde había sido enviado por Roma para ayudar a Quinto Cepión en su lucha contra Viriato. Tras el asesinato de este y la victoria contra Lusitania llega a Numancia en el año 139 a.C. dispuesto a cumplir la orden del Senado de continuar la guerra, fracasando en ello. Es enviado entonces como su sustituto a Cayo Hostilio Mancino en el año 137 a.C. quien será derrotado por los numantinos y obligado a huir buscando el valle del Ebro con sus tropas aprovechando la oscuridad de la noche. Una oscuridad no demasiado protectora porque tenían que atravesar territorio enemigo y en un desfiladero fue atacado por los arévacos, sufriendo una fuerte derrota. Tuvo que capitular a pesar de que eran 20.000 soldados romanos frente a 4.000 arévacos. Estos aceptaron negociar la paz con un enésimo tratado, y dejaron marchar al ejército romano. 

Pero de nuevo el Senado se negó a ratificar este nuevo tratado por considerarlo ignominioso y traidor a Roma. Su respuesta fue nombrar al general Flavio Furio Filo para continuar la guerra y entregar a Mancino a los numantinos, el cual fue juzgado por traidor y condenado regresar a Hspania vestido con tan solo una túnica y con sus manos atadas, donde abandonado delante de las murallas de Numancia. Pero los numantinos se negaron a aceptarlo y lo devolvieron al campamento romano, siendo enviado a Roma. Tanto Furio Filo como los dos generales siguientes, Calpurnio Pisón y Marco Emilio Lépido, continuaron la guerra, siempre infructuosamente.

La paciencia de Roma estaba al límite y no podía tolerar que una pequeña ciudad como Numancia estuviera ocasionando tantos problemas a su potente y victorioso ejército. Así, el senado nombró a un nuevo, otro más de la larga lista, general, en este caso al prestigioso general Publio Cornelio Escipión, nieto de Escipión El Africano, gran vencedor de la ciudad de Cartago. Este apenas contaba con un ejército formado por unos 20.000 soldados pero consiguiendo el dinero suficiente para alistar un número importante de mercenarios, hasta reunir unos 60.000 hombres.

Escipión, al llegar a la península inicia un duro entrenamiento para formar a sus tropas, tras lo cual, una vez que consideró que estas estaban suficientemente preparadas, se trasladó hasta las cercanías de Numancia, donde llegó en octubre del 134 a. C. El plan de Escipión consistía en sitiar a los numantinos para forzar su rendición y evitar, por tanto, el enfrentamiento directo con ellos. Para evitar el aprovisionamiento de la ciudad arrasó los campos de cultivo de las poblaciones vecinas donde se aprovisionaban.

Al tiempo, construyó un cerco estricto sobre Numancia, construyendo fosos, empalizadas y un muro de varios kilómetros con sus correspondientes torres, que rodeaban la ciudad. Las torres contaban con catapultas y otras máquinas de asalto, mientras en el muro se instalaron arqueros y honderos. Además construyó un foso, además del ya existente, y lo fortificó. Nadie podía entrar ni salir de la ciudad sin ser visto. En total Escipión contaba con más de 60.000 soldados, incluyendo doce elefantes que actuarían como torres móviles en caso de ataque. Frente a ellos, Numancia apenas contaba con apenas 2.500 numantinos.

Los numantinos son conscientes de que aquel asedio les condenaba a morir de hambre y que su única oportunidad de supervivencia era romper del cerco y buscar ayuda de las tribus vecinas. Así, con las primeras luces del amanecer, un grupo grande de numantinos saltan la muralla y se enfrenta a los romanos. Pero estos reaccionan a tiempo y el rápido ataque de la caballería romana obliga a los numantinos a retroceder a la ciudad. El consejo de la ciudad se reunió para encontrar otra solución. Se había demostrado que era posible romper el cerco, pero imposible enfrentarse a los romanos porque estos eran mucho mayor en número y con gran capacidad de reacción. La única solución para romperlo era un pequeño grupo que aprovechara la noche para escapar y buscar ayuda entre las tribus vecinas para atacar a los romanos.

 

Fue entonces cuando un noble arévaco, conocido como Caraunio, se ofreció para romper el cerco acompañado por otros cinco numantinos para pedir ayuda a los aliados más cercanos a la ciudad. El consejo aprobó la propuesta y los seis numantinos se dispusieron para ejecutar el arriesgado plan.

Sin que aún el sol asomara por el horizonte y protegidos por la oscuridad, Caraunio y el pequeño grupo de hombres salieron de la ciudad y cruzaron sin dificultad el primer vallado. Tras degollar a los adormilados soldados de la guardia, cruzaron el foso y se dirigieron al segundo vallado, donde también mataron a los soldados romanos que custodiaban el muro y las torres de vigía. Con los caballos con las pezuñas protegidas para evitar ruidos y con los ojos tapados para que no se asustaran, consiguieron romper el cerco y llegar hasta el exterior. Al amanecer, los romanos solo encontraron los cuerpos degollados de sus compañeros y con las huellas que demostraban la huida de un pequeño grupo de jinetes. Salieron en su persecución, pero los seis jinetes lograron su objetivo y se dirigieron en busca de ayuda para romper el asedio de Numancia.

Sin embargo, Caraunio y sus compañeros fueron encontrando la negativa allá donde imploraban ayuda. El grupo fue recorriendo las ciudades cercanas, entre ellas Termancia (Tiermes) y Uxama (Burgo de Osma), pero rechazaron ayudarles debido a la amenaza que existía contra ellos. Era más fuerte el miedo a Escipìón y sus soldados que la unión con sus aliados naturales. Caraunio y los suyos siguieron buscando ayuda en territorios más alejados. Y llegaron a Lutia, a unos 45 kilómetros de Numancia. Allí, el consejo de ancianos se negó a ayudarles por temor a las represalias de los romanos. Sin embargo,  un grupo de unos cuatrocientos jóvenes se ofrecieron a unirse a ellos. Así, mientras, los numantinos seguían buscando ayuda, los voluntarios de Lutia se prepararon para partir. Pero el consejo de ancianos decidió enviar un emisario a Escipión para informarle de lo ocurrido. Al día siguiente, cuando estaban preparados ya los refuerzos de los numantinos, todos se estremecieron al ver como las tropas romanas habían cercado e invadido el pueblo de Lutia. Escipión ordenó a todos los hombres a reunirse en su plaza mayor. Tras separar a los 400 voluntarios y, ante la mirada horrorizada de todos, les cortaron las manos como castigo por haber intentado levantarlas contra Roma. Aquel cruel suceso se extendió por toda la comarca y el pánico acabó con todas las esperanzas de ayuda a los numantinos. Caraunio y los suyos, ante la imposibilidad de conseguir ayuda alguna, decidieron regresar a Numancia. Tras romper de nuevo el cerco, eta vez en dirección contraria, llegaron a Numancia y contaron lo sucedido. Los numantinos se resignaron a su final.

Numancia, de Alejo Vera

La situación de la ciudad era crítica. Los graneros estaba completamente vacíos y apenas quedaba comida. Sin apenas agua para beber, la falta de higiene provocó la aparición de epidemias. Tras un invierno crudo e interminable, en la primavera del año 133. a.C. el consejo se reúne y acuerda enviar un emisario a Escipión para negociar una paz honrosa a cambio de la capitulación. La respuesta de Escipión al emisario fue clara y contundente. La capitulación tenía que ser total e incondicional. Les propone la entrega de las armas, por un lado; y de los supervivientes, por otro. No era posible otra negociación. Los numantinos saben que tras esa oferta se esconde la muerte o la esclavitud.. Para los numantinos, aquellas condiciones eran inaceptables y fueron aceptando que solo la muerte les liberaría del asedio, preparándose para ello.

Poco a poco, los víveres fueron escaseando mientras el cerco romano se va estrechando sobre ellos. Los numantinos saben que su suerte está echada y solo el heroísmo y la supervivencia les mantiene con vida. Pero no es suficiente. Llegan al extremo de cocer los cueros y las pieles para comer e incluso se ven obligados a comer carne humana de los que ya han fallecido. A pesar de su desesperación intenta una acción desesperada contra los romanos.

En pleno día, los vigías romanos ven cómo se abren las puertas de la ciudad y salen los sitiados dispuestos a enfrentarse a ellos. La torres vigía dan la alarma y todo el ejército romano se dirige hacia ellos en un combate desigual. Los numantinos recibieron una lluvia de flechas disparadas desde las torres de vigilancia. Los que aún quedaban en pie siguen avanzando a la desesperada y reciben otra lluvia, esta vez de las pillum, unas lanzas de unos dos metros, lanzadas por la primera línea defensiva romana. Era imposible seguir avanzando y los numantinos no tienen más remedio que retroceder y regresar a la ciudad. Los numantinos supervivientes, desesperados y viéndose derrotados, deciden quitarse ellos mismo la vida y evitar la conquista de la ciudad. Queman toda la ciudad y luchan entre ellos mismos para matarse los unos a los otros. Al vencido se lanza su cuerpo a las hogueras. El vencedor queda a merced de la voluntad de Escipión. Otros se quitan la vida a si mismos, a sus mujeres e hijos para evitar su captura con vida y convertirse en esclavos de los romanos. La situación es dantesca.

Los soldados romanos contemplaban atónitos y escuchaban los gritos de dolor y agonía que escapaban de la de la incendiada Numancia, mientras el humo consigue tapar la luz del sol y trae el olor a carne quemada. Poco a poco, los gritos se van acallando y un silencio sepulcral, en el más literal sentido de la palabra, se va adueñando de la escena. De repente, las puertas de la ciudad se abren y de su interior salen apenas un puñado de hombres, en un número aproximado de cincuenta, quienes completamente desarmados, entregan la ciudad. Los soldados romanos entran en ella. El intenso olor a muerte y destrucción, la visión de los cadáveres mutilados o decapitados y la sangre llenándolo todo provocó en los conquistadores un vahído de nausea y horror. Aquella era una victoria que no merecía tal nombre.

Pero Escipión no quería renunciar a la gloria de aquella conquista. Demasiado tiempo y demasiado esfuerzo en conseguirla. De aquella ciudad no se podía saquear nada, porque nada quedaba, salvo sangre y cenizas. No había botín alguno de guerra. Nada. Ni siquiera para pagar a sus soldados, a los que tendrá que pagar él mismo con su dinero. Pero, al menos, aquellos numantinos supervivientes les servirían para vender una victoria épica, un ejemplo del poder militar de Roma y un nuevo éxito de él mismo.

En el año 132 a.C., Escipión entra en Roma acompañado de sus generales, legionarios y soldados. Toda Roma salió a recibirlo y a vitorear a los vencedores. Con ellos vienen 50 esclavos numantinos encadenados, cuyo aspecto lamentable eran un mal ejemplo de un enemigo poderoso que había desafiado durante veinte años el inmenso poder militar del imperio. Roma celebraba la conquista de una pequeña ciudad como si fuera un reino. Para entonces, Numancia ya se había convertido en leyenda. Numancia había caído por hambre y enfermedad y se había convertido en un símbolo de la resistencia contra el imperio romano.

En el año 1.860 d.C. se descubren los primeros restos de Numancia. El yacimiento es declarado Monumentos nacional en el año 1882, construyéndose cuatro años después un obelisco en honor de los numantinos. No será hasta el año 1905 cuando comienzan las excavaciones de la ciudad y encuentra los campamentos. A día de hoy las excavaciones continúan.