09. MOTÍN DE ESQUILACHE (1766)

Es domingo de Ramos de 1766. Son las 4 de la tarde cuando un caballero camina por la plaza de Antón Martín y cruzan por delante de un cuartelillo existente allí. Lleva sombrero de ala ancha y con su capa ocultan el rostro. Algo prohibido en aquel momento, lo que llama la atención de varios soldados que, al observarle, se llaman la atención. Mientras, los aguadores recogen agua de la fuente de la Fama, ajenos a la escena. Tras darle el alto, los soldados piden explicaciones a caballero. Le piden que se despoje de su sombreros y deje el rostro al descubierto, pero lo que el caballero descubre el brillante acero de su espada. Da un silbido y otros caballeros, junto con otros transeúntes. que se encontraban por allí acuden en su ayuda. Los soldados se ven obligados a huir de allí. Pero no acaba todo. En realidad, acaba de empezar. Los amotinados asaltaron el cuartelillo y se apoderan de fusiles y sables. Después se dirigen todos por la calle Atocha hacia la Plaza Mayor lanzando gritos contra Esquilache. Poco a poco se les va uniendo más manifestantes, hasta alcanzar casi los dos mil. Al llegar a la puerta de Guadalajara (hoy, Puerta Cerrada) los amotinados se encuentran con el Duque de Medinaceli a quien obligaron a transmitir al rey una serie de peticiones. El duque se dirige apresuradamente al Palacio Real y se las entrega al rey. Este, en principio, no quiere dar demasiada importancia al asunto y confía en que el motín acabe pronto.

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Retrato del Marqués de Esquilache, de Giuseppe Bonito

Pero, lejos de ello, los amotinados, que crecen su número sin cesar, se dirigen hacia el palacio del ministro Esquilache, mientras van destruyendo todo lo que encuentran a su paso. Cuando llegan allí, en lo que hoy se llama la Casa de las siete chimeneas, la asaltan. A un criado de la casa lo matan a puñaladas. En su camino atacan los palacios de los ministros Grimaldi y Sabatini, de origen italiano, como Esquilache. Esa misma noche, un retrato de Esquilache es quemado en la Plaza Mayor.

Al día siguiente, el lunes Santo 24 de marzo la situación empeora aún más, ante la falta de respuesta del Rey Carlos III. Los amotinados, envalentonados, entre los que se encuentran muchas mujeres y niños, por lo sucedido el día anterior, se dirigen hacia el Palacio real, donde se asegura se encuentra Esquilache con el Rey. Frente a la explanada del palacio, en la Puerta de la Armería, se encuentran protegiéndola la guardia real y la guardia valona.

Motín de Esquilache
Motín de Esquilache

Mientras los primeros se limitan a contener a la multitud, los segundos abren fuego. El cuerpo de una mujer cae sin vida por los disparos. Los amotinados entonces se lanzan cuerpo a cuerpo contra los soldados. El enfrentamiento es muy sangriento. Algunos de los manifestantes caen muertos y heridos por las balas de los soldados, pero también caen guardias valones, uno en ese mismo lugar y otros que fueron sorprendidos en otros puntos de la ciudad. Algunos de los cadáveres fueron mutilados y arrastrados por las calles, siendo quemados dos de ellos. Un fraile franciscano llega hasta las inmediaciones del palacio con el fin de calmar los ánimos y se ofrece para presentarse ante el Rey y entregarle las peticiones de los amotinados. Escoltado por la guardia real, el fraile llega hasta Carlos III. Le entrega entonces un papel en el que se recogen las peticiones, entre las que se incluyen el cese y destierro del ministro Esquilache, a todos los ministros extranjeros, l extinción de la guardia valona, que se baje el precio de los alimentos y, por supuesto, que se anule la ley que prohíbe las capas y sombreros anchos, además de exigirle a Rey que sea él mismo el que anuncie esas medidas de su propia boca. Por el contrario, si no se acceden a las demandas, el fraile anuncia que el Palacio será arrasado y reducido a escombros en menos de dos horas.

Motín de Esquilache, atribuido a Goya
Motín de Esquilache, atribuido a Goya

El Rey, en contra de la opinión de sus consejeros, aceptó las demandas que le ofrecía el fraile y, como prueba de ello, salió al balcón para anunciar que aceptaba las peticiones. Las palabras del Rey calmaron a los amotinados y las movilizaciones cesaron.

Al día siguiente, 25 de marzo, Madrid amanecía tranquila. Es entonces cuando el Rey decide, por seguridad, trasladarse él y su familia a Aranjuez se adueña de las calles de Madrid el rumor de que el Rey ha decidido por seguridad, refugiarse él y su familia en el Palacio de Aranjuez. Ello es interpretado que el Rey el día anterior les ha mentido para calmar la situación y de que el ejército se va a adueñar de las calles. Inmediatamente, un gran número de manifestantes se empiezan a congregar u comienzan de nuevo los desórdenes y saqueos. Se atacan los cuarteles y se liberan a los presos.

Carlos III es consciente del error de abandonar Madrid. Ordena redactar una carta en la que se compromete a de la torpeza que supuso su marcha de la ciudad, hizo redactar una carta que se hizo pregonar en las calles de Madrid. En ella, justificaba su marcha por motivos de salud y se comprometía a respetar las promesas del día anterior. Cuando la carta fue leída, la multitud empezó a dar vivas al Rey. Las armas que habían sido capturadas por los amotinados fueron devueltas a sus depósitos. Inmediatamente, Esquilache fue cesado y partió al destierro, convirtiéndose El conde de Aranda, capitán general de Valencia, que se encontraba con sus tropas desplazadas a Aranjuez, se convirtió en el hombre fuerte del nuevo gobierno.

Motín de Esquilache
Motín de Esquilache

Era el final del llamado Motín de Esquilache. Un motín iniciado a causa de la ley promovida por Leopoldo de Gregorio, Marqués de Esquilache, que dictaba la prohibición de usar las capas largas y los sombreros de ala ancha usados por los madrileños y sustituirlas por capas cortas y sombreros de tres picos, en un intento de europeizar y modernizar España. Alegaba que las capas largas facilitaban llevar armas ocultas en ellas y los grandes sombreros ocultaban el rostro de los delincuentes. La ley estaba concebida como una serie de medidas de seguridad pública que, en principio, fueron aceptadas por la población, más preocupada como estaba por otros problemas más importantes, como eran el aumento de los precios del pan, del aceite, de los alimentos en general, y del carbón. En realidad, aquel motín era el detonante contra el descontento y rechazo al ministro Esquilache, al que el pueblo responsabilizaba de la subida de los productos de primera necesidad, provocada por la especulación permitida por libertad de comercio promulgada por el ministro. De ahí que la nueva ley sobre la vestimenta fuera menor. El problema además surge cuando esta ley, que en un principio solo afectaba a los funcionarios, empezó a aplicarse en marzo de 1766 para toda la población, aparecieron en Madrid carteles prohibiendo el uso de estas prendas. La reacción popular fue la ya conocida. Una revuelta que, además, estaba alimentada y apoyada por los sectores de la nobleza del Antiguo Régimen y por los jesuitas, muy descontentos con las ideas ilustradas del nuevo régimen.

Más tarde, el conde de Aranda consiguió lo que el marqués de Esquilache no había conseguido: erradicar la capa larga y el sombrero de ala ancha. Y lo hizo de una manera muy subliminal: ordenó que los verdugos del Reino usaran como vestimenta y uniforme la capa larga y el chambergo, lo que provocó que los ciudadanos evitaran vestir como los verdugos.

 

 

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