02. FARSA DE ÁVILA (1465)

Constituye la llamada “Farsa de Ávila” el primer acto para instaurar a Isabel de Trastámara como Reina de Castilla. Todo comenzaba al pie de las murallas de Ávila, el 5 de junio de 1465.

Aquel gran cadalso se recortaba sobre la luz de la luna de forma siniestra. Era visible desde bastante distancia por sus dimensiones y por estar situado en el exterior de la muralla de Ávila, en una amplia plaza situada frente a la Puerta del Alcázar. Los que observaban aquel objeto se preguntaban a quién ajusticiarían allí al otro día. Nadie conocía condenado alguno. Poco faltaba para que amaneciera y se conocieran los acontecimientos.

La mañana llegó. Era una mañana típica de primavera, concretamente el 5 de junio de 1465. Algo fresca, pero Ávila era así. Poco a poco el sol iba extendiendo su luz y poco a poco algunos curiosos se acercaban hasta aquel patíbulo.

Pronto los que estaban congregados allí adivinaron que aquel cadalso estaba preparado para algún acontecimiento importante, viendo como importantes señores feudales de la ciudad se acercaban ataviados de forma ceremonial.

En efecto. Todos conocieron entre aquellos señores al Marqués de Villena, al conde de Paredes, al conde Benavente y al conde de Plasencia. Al poco, llegó Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo. Finalmente llegaba el mismísimo Infante Alfonso, que a pesar de sus once años de edad lucía un semblante de gran seriedad. De inmediato, ocupó su lugar frente al cadalso.

Fue entonces cuando trajeron a una especie de figura de madera de tamaño natural. Iba vestida de negro. Llevaba puerta una máscara de barro. Lo colocaron sobre el cadalso y le colocaron una corona y el bastón y espada reales. Todos reconocieron a esta figura como una efigie del rey Enrique IV. Estaba claro que aquello era un acto contra el rey legítimo de Castilla en aquel momento y todos aquellos señores eran enemigos declarados del rey, incluyendo el arzobispo y el Infante Alfonso de Trastámara, hermano del rey. Un murmullo se elevó entre las personas congregadas y aquella escena, que parecía formar parte de alguna pantomima, levantó alguna hilaridad entre los presentes. Pero el silencio se hizo dueño de la escena cuando el arzobispo comenzó una misa solemne que era seguida por todos los presentes con gran silencio y devoción. Terminada la misa, empezó una extraña ceremonia.

Los señores feudales subieron a cadalso y leyeron una declaración en la que vertía varias acusaciones contra Enrique IV. Según ellos, el rey mostraba simpatía por los moros, le acusaban de ser homosexual e impotente, de corrupto, de debilidad y, la más grave de todas las acusaciones: de no ser el padre de su hija Juana y, por lo tanto, no reconocer su legitimidad como heredera al trono de Castilla.

Con la efigie de Enrique IV coronada y armada comenzó la lectura de una carta de agravios. Según ella, aquel personaje de madera se merecía, tal y como cuentan las crónicas de la época, cuatro cosas: perder la dignidad Real. Fue entonces cuando el arzobispo de Toledo subió al estrado y le quitó la corona; perder la administración de Justicia, lo que llevó al conde de Plasencia al subir al cadalso para quitarle la espada; perder el gobierno del Reino, y el Conde de Benavente le quitó el bastón que hacía de cetro; y perder el trono de Rey. Fue entonces cuando el Conde de Benavente, hermano del conde de Plasencia, el que se dirigió a la figura de madera y la tiró al suelo mientras gritaba: “¡A tierra, puto!”. Después, dirigiéndose a los presentes sentenció: “El rey ha muerto”. Finalmente, los nobles subieron al cadalso infante Alfonso y le proclamaron rey al grito de “¡Castilla, por el rey don Alfonso!”, tras lo cual, todos los presentes y asistentes al acto gritaron “Viva el Rey”. Pese a la solemnidad aparente, aquella ceremonia parecía haber sido una pantomima o, por mejor decir, una farsa. Y tan es así que pasará a la historia como “La Farsa de Ávila”.

Pero aquella farsa o pantomima fue, en realidad, el inicio del camino que llevó finalmente a Isabel al trono de Castilla y convertirse en la futura Isabel la Católica y todo lo que de ello derivó, algo que aquellos nobles feudales no podían siquiera imaginar en aquel momento.

Aquellos nobles estaban abiertamente enfrentados al rey Enrique IV “el Impotente” y apoyaban a su hermano al infante don Alfonso, cuyo principal problema era su corta edad. O, al contrario, su corta edad lo convertía en un objeto de manipulación para aquellos nobles. Lo que no estaban dispuestos a aceptar la intención del rey de nombrar como sucesora al trono a su hija Juana.

Los antecedentes a esta farsa, un golpe de estado al fin y al cabo, hay que buscarlo en la personalidad y en el reinado de Enrique IV.

Enrique IV había sucedido en el trono a su padre Juan II tras la muerte de este en 1454. En su testamento, el rey decretaba que la línea sucesoria correspondía a sus hijos legítimos, una cuestión clave en los hechos que nos ocupan.

La herencia recibida por Enrique era un reinado caracterizado por los conflictos internos y la eterna lucha de la nobleza por el control político del reino. Juan II era un rey de escaso carácter y tenía en su valido, Álvaro de Luna, a un ser de enorme ambición, aunque de gran habilidad política. Y en aquella corte existía otro personaje también con gran ambición: Juan Pacheco, quien entró en la corte en 1440, alcanzando el título de “camarero mayor” del infante Enrique apenas dos años después. Jun Pacheco empezó a coleccionar cargos nobiliarios e influencia al abrigo del rey Juan, quien en 1445 le nombraba marqués de Villena.

A pesar de ello, en aquella corte castellana el valido del rey, Álvaro de Luna, seguía actuando a sus anchas y llevando los asuntos del reino. Una situación que cambia tras el matrimonio entre Juan II y su segunda esposa, Isabel de Portugal, quien ve el inmenso poder del valido y sus intrigas. Isabel le pidió a su marido con insistencia deshacerse de su favorito. Algo que también buscaban los enemigos del valido, entre ellos su principal enemigo, el marqués de Villena. En 1453, el rey Juan II cede a las presiones y el valido es detenido en Burgos. Aquella detención inició una revuelta de los partidarios del valido, encabezada por la esposa e hijo de este, quienes solicitaron ayuda al papa, por pertenecer a la Orden de Santiago, de la que era Gran Maestre. Tras sofocar la rebelión, el valido fue trasladado a Valladolid, donde fue juzgado y condenado en un juicio que fue otra farsa. Álvaro de Luna fue decapitado en la Plaza Mayor de Valladolid el 2 de junio de 1453. En este ambiente de incertidumbre y de enfrentamiento, el nuevo Rey Enrique heredaba el Reino de Castilla, con veintinueve años, un año después a la muerte de Juan II.

Como su padre, En nuevo rey Enrique IV fue un monarca débil en manos de unos cortesanos que pensaban más en si mismos que en el reino. Y en esa corte, el personaje más importante era Juan Pacheco, quien con su hermano, Pedro Girón, y su tío Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, manejaban el reino de acuerdo a sus intereses.

Y la corte sigue dividida entre los partidarios del antiguo valido Álvaro de Luna y los partidarios de Juan Pacheco. La ejecución del primero no el final de nada, como erróneamente pensaba el nuevo rey, sino el principio de todo.

Así pues, Enrique IV se encuentra dividido en dos grupos enfrentados entre si. El primero de ellos está representado fundamentalmente por la poderosa familia Mendoza, y el grupo encabezado por Juan Pacheco, para quien el fin, cualquier fin, justica los medios, cualquier medio.

Así pues, la primera etapa del reinado de Enrique IV viene marcada por la influencia poderosísima que Juan Pacheco, siendo él quien toma las decisiones en Castilla. Sin embargo, en este escenario aparece un tercer personaje: don Beltrán de la Cueva, quien de inmediato encandila al rey, y a la reina.

Y Juan Pacheco, llevado por su ambición política y personalidad ególatra, recela de la sombra de Beltrán de las Cuevas. El afecto y las atenciones del rey con él le preocupan hasta el punto que empieza a ver al rey también como un enemigo.

Los problemas entre Enrique IV y Juan Pacheco empiezan a materializarse en relación a la custodia de los dos hermanastros del rey, Isabel y Alfonso, quienes viven en la corte desde 1461. Ambos se han convertido, para los nobles castellanos descontentos con la política de Enrique IV, en la esperanza para ellos. Y una esperanza para el ambicioso Juan Pacheco, quien no apoyaba la idea de que la hija de Enrique IV y Juana de Portugal llegara reinar.

El 16 de mayo de 1464, Juan Pacheco, junto con su hermano Pedro Girón y su tío Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, solicitan al rey la custodia de los infantes Isabel y Alfonso. Lo hacen como alternativa al acuerdo matrimonial de Alfonso con la princesa Juana de Portugal, por el cual el rey se compromete a nombrar heredero a su hermano Alfonso. Este acuerdo sigue el testamento impuesto por Juan II, por el cual había nombrado como heredero de su corona a su hijo primogénito y, tras él, da preferencia al varón sobre la mujer. Así, aunque Isabel es mayor que su hermano Alfonso, es este el heredero de Enrique en caso de que este muriera sin dejar heredero o heredera al trono. Isabel queda en tercer lugar con muy escasas posibilidades de ser reina. Sólo si sus dos hermanos mueren sin descendencia legítima alguna lo sería.

El otro punto de conflicto está íntimamente relacionado con el anterior y con la hija del rey, la princesa Juana. El primer matrimonio de Enrique IV, realizada con Blanca de Navarra, es declarado nulo al no haberse consumado, razón por la cual se anula. Más tarde, el rey se casa con una Juana de Portugal, pero pasa el tiempo y no hay descendencia alguna hasta que, finalmente y tras siete años de matrimonio, Juana da a luz una niña. Castilla ya tiene heredera legítima al trono. O no.

En el momento de su nacimiento en 1462, nadie parece duda de la paternidad del rey y, por lo tanto, de la legitimidad de la niña. Pero las intrigas y las luchas por el poder empiezan a hacerlo de manera interesada, sin que la verdad importe mucho. Pronto empiezan a acusar a la reina de adulterio y al rey de impotente y homosexual, y a señalar a Beltrán de la Cueva como padre de la princesa Juana, a la que darán el apodo de “La Beltraneja”. Enrique IV toma esta decisión con el fin de acabar con la rebeldía de los nobles castellanos contrarios a él, toda vez que el reconocimiento de Alfonso como heredero está supeditada al matrimonio entre este y su hija Juana, con lo que esta se convertiría en reina consorte de Castilla

Pero Enrique se equivocaba. La otra parte de la nobleza, encabezada por Juan Pacheco y el arzobispo Carrillo no aceptaban la estrategia del rey en relación a su hija. Y esa es la razón de los acontecimientos que tienen lugar en Ávila, en un acto de gran teatralidad y contenido simbólico. Los rebeldes coronan rey al infante Alfonso, y deponen, también simbólicamente, a Enrique IV, al que acusan, como hemos visto, de no cumplir sus obligaciones reales y, ya puestos, de traición, impotencia y homosexualidad, entre otras cosas. Para evitar la guerra civil, el rey Enrique accede a desterrar a Beltrán de la Cueva y nombra como heredero a la Corona a su hermano Alfonso. El rey queda muy debilitado sin Beltrán, y ello es aprovechado por los partidarios de Villena para hacer más exigencias. Así, el 16 de enero de 1465 se dicta la Sentencia Arbitral de Medina del Campo, que exigía tomar medidas discriminatorias contra moros y judíos y un mayor poder para los nobles. El rey no acepta estas exigencias y anula los acuerdos, haciendo volver a la Corte a Beltrán de la Cueva.

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Vista general de Ávila. Foto: J.A. Padilla

Los nobles opositores a Enrique se reúnen entonces en Ávila. La fecha en la que tuvo lugar la farsa de Ávila no era aleatoria. Se elige unos días antes del Corpus, el día 13 de junio, lo que garantizaba la asistencia de espectadores y, también, una cierta solemnidad, como si fuera un acto más del Corpus. La escenografía estaba cuidosamente preparada. Sobre un cadalso, se despojaba de sus atributos reales a un muñeco de madera y, finalmente, se le arrojaba al suelo. Después, se le entregaban estos atributos a Alfonso y era proclamado rey ante el pueblo. Un acto inútil, pero muy propagandístico.

Tan estudiada estaba la escenografía que la ceremonia se copiaba de forma similar a la aclamación de un príncipe tras el fallecimiento del rey, con la diferencia que ello se hace en una iglesia o catedral, de forma solemne tras una misa oficiada por el obispo. Aquí, de manera deliberada, se hacía sobre un cadalso, con lo que se manifestaba la culpabilidad del rey de los cargos que se le acusaban. A este respecto, tras la muerte de Enrique IV el 18 de diciembre de 1474, se levanta en la catedral, también de Ávila, de un altar donde se deposita el cuerpo inerte del rey, vestido también de negro y, tras la misa, se proclama al rey heredero entregándole los atributos del rey fallecido. Y la consecuencia fue la prevista es la guerra civil.

El reino se divide entre ambos grupos de nobles. Pero se producirá una circunstancia no prevista por nadie: la muerte prematura de Alfonso en 1468. Según algunos, envenenado al comer una trucha. Según otros, de muerte natural. Sea como fuere, aquella muerte marca los acontecimientos posteriores. Hasta la muerte de Alfonso los enfrentamientos armados entre ambos ejércitos son escasos aunque se mantiene la división por toda Castilla.

Mientras tanto, Isabel, que se ha negado a participar en guerra alguna contra su hermano, permanece en la corte. Enrique tras la farsa de Ávila, propondrá a Juan Pacheco el matrimonio de la infanta con el hermano de este, Pedro Girón. Pero este, Pedro muere también inesperadamente poco después, el 2 de mayo de 1466, al parecer de un ataque de apendicitis cuando iba camino de Madrid al frente de su ejército para formalizar la petición de mano.

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Litografía de La Farsa de Ávila (Anónimo)

 

Siete meses después de esto, muere Alfonso el 5 de julio de 1468 e Isabel se convierte en una seria opción de heredera del reino para una de las partes de la nobleza castellana. Sin embargo la infanta, que conoce perfectamente los entresijos de la corte, no está dispuesto a heredar un reino en guerra y exigirá la firma de la paz para aceptar la corona.

En el mismo mes de julio, Isabel es nombrada princesa como heredera de Alfonso, pero no acepta ser coronada, e insiste en pactar con su sobrino Enrique su reconocimiento como legítima heredera del trono.

En septiembre de 1468, en los Toros de Guisando, Isabel es reconocida oficialmente heredera de Castilla. Y como argumento para ello se pone en entredicho a Juana en función de la supuesta ilegitimidad del matrimonio de sus padres, ya que Enrique IV y Juana de Portugal, unidos por vínculos de consanguinidad, no solicitaron la necesaria bula de dispensa, causa por la cual canónicamente la unión no es legítima y, por tanto, tampoco lo es su descendencia. Basándose en ello, Enrique ordena que Isabel sea nombrada princesa de Asturias y, por lo tanto, heredera al trono.

Ese pacto señala que el matrimonio de Isabel será establecido de común acuerdo entre ella misma, algunos grandes nobles y el rey. Aquel acto, frente a los toros de piedra de Guisando, tiene algunas similitudes con la “Farsa de Ávila”. Se hace al aire libre, en un lugar poco solemne y el encargado del acto es el arzobispo Carrillo, quien se niega a besar la mano de Enrique, que no está dispuesto a obedecer al rey mientras este no reconozca a Isabel como heredera. Pero si la “Farsa de Ávila” era un acto más del enfrentamiento entre los nobles castellanos, el Pacto de Guisando no era solución alguna al mismo. Al contrario.

En realidad, la «Farsa de Ávila» no tuvo efectos prácticos. El infante Alfonso jamás fue nombrado oficialmente rey. Tres años después, el infante Alfonso murió y su hermana Isabel se sometió a la autoridad de su hermanastro Enrique IV. Paradójicamente, cuando Isabel sucede a Enrique como reina de Castilla, algunos de estos nobles, entre ellos el marqués de Villena, declararon la guerra a Isabel y apoyaran a la Infanta Juana, a la que siempre habían considerado bastarda.

Como consecuencia de aquel acto, en el escudo de Ávila se incluyen tras divisas: “Ávila del Rey”, “Avila de los leales” y “Ávila de los caballeros”.