33. REINADO DE ALFONSO XIII (1902)

La Restauración borbónica por medio del hijo de Isabel II, Alfonso XII, fue una experiencia positiva para España, proporcionando una estabilidad ya olvidada. Alfonso no había sido un digno hijo de su madre, afortunadamente para él, que heredó una Corona, pero no la personalidad casquivana y caprichosa de su madre.

La prematura muerte de Alfonso XII llevó al trono español a su hijo, de nombre también Alfonso. Este, que no llegó a conocer a su padre al morir unos meses antes de nacer él, si heredó: la corona de su padre y las costumbres de su abuela. Aquel niño, obligado a reinar desde la cuna misma, recuperaría la tradicional desidia que había caracterizado a la monarquía española en el último siglo. Educado cristianamente, Alfonso dio, desde el principio de su juventud, una cierta atracción por lo mundano y los asuntos de gobierno no le interesaban demasiado. Finalmente, el 17 de mayo e 1902, al cumplir los 17 años de edad, Alfonso fue proclamado como Alfonso XIII. Un reinado marcado por dos periodos diferenciados.

Alfonso-XIII

El primero, desde su proclamación en 1898 hasta 1923 se vio afectado por la I Guerra Mundial, la cual transcurrió entre 1914 y 1918, y la posterior guerra de Marruecos, en 1920, acabando con el tradicional sistema bipartidista entre conservadores y demócratas. El fantasma de la República volvía a planear por una España en grave crisis, aumentada aún más por los movimientos socialista y anarquista. El Rey prefería apoyarse en el ejército, lo que a la larga provocaría el aislamiento político del Rey, especialmente después de lo acontecido en la guerra contra Marruecos. Ni siquiera la presencia de Antonio Maura y José Canalejas al frente de los partidos conservador y liberal respectivamente pudieron regenerar el bipartidismo tradicional. Por el contrario, el anarquismo va ganando influencia, como lo prueba la huelga general organizada en Barcelona en 1902, una estrategia que desestabilizó al gobierno de Sagasta, quien tuvo que ceder el gobierno a Francisco Silvela, a quien un año más tarde sustituyó Viilaverde, y este a su vez por Antonio Maura apenas unos meses más tarde., con el Rey como mero espectador de los acontecimientos. Tras la Semana Trágica en Barcelona y el desastre de África, Alfonso XIII sustituye a Maura, siendo sustituido, primero por Moret; y luego por Canalejas. La imagen pública de la monarquía se deterioraba a pasos agigantados y ni siquiera el matrimonio del Rey con la princesa Victoria Eugenia de Battenberg el 31 de mayo de 1906 ayudó a mejorarla. Más bien al contrario, el mismo día de la boda el anarquista Mateo Morral,  les arrojó una bomba camuflada en un ramo de flores lanzada desde un balcón cuando la comitiva nupcial pasaba por el número 88 de la  calle Mayor. Murieron veintitrés personas entre miembros de la guardia real y personas que asistían. La explosión no hirió a los reyes ni a los guardias que iban en la carroza. La reina se presentó ante los invitados con el traje de novia manchado de sangre de los muertos y heridos en el atentado.  Mateo Morral fue detenido en Torrejón de Ardóz por un guardia jurado. Mientras Mateo Morral Roca era llevado al cuartelillo, consiguió asesinar al guardia jurado y posteriormente se pegó un tiro.

Atentado en la calle Mayor
Atentado en la calle Mayor

La segunda fase de su reinado se inicia con el asesinato de José Canalejas, un duro golpe que supuso el final del tradicional bipartidismo. Eduardo Dato asumirá la presidencia desde noviembre de 1913 a diciembre de 1914, aprovechando la visita del presidente francés para declarar la neutralidad de España en la I Guerra Mundial. Una neutralidad que, sin embargo, no mejoraba nada. Dato era sustituido por Romanones, siendo este sustituido a su vez por García Prieto en 1917, siendo este también sustituido por Dato al poco tiempo y, finalmente de nuevo por García Prieto.

Alfonso XIII y Eduardo Dato
Alfonso XII y Eduardo Dato

La situación del gobierno era tan precaria que Alfonso XIII tuvo que amenazar con la abdicación para que Maura consintiera en hacerse cargo de la formación de un Gobierno de Unidad Nacional en 1918. Pero tras este gabinete se sucedieron otros once, todos ellos de duración fugaz. La derrota de Annual era el último clavo en el ataúd político de Alfonso XIII. Era el comienzo del tercer periodo de su reinado. Si el segundo se iniciaba con el asesinato de Canalejas, este tercer y último periodo de reinado de Alfonso XIII lo hacía con la Dictadura de Primo de Rivera.

En efecto, visto que el periodo de alternancia política se encontraba agotado, el Rey empezó a mirar con simpatía a las actitudes dictatoriales del general. Primo de Rivera había obtenido una gran popularidad tras el desembarco de Alhucemas, en septiembre de 1923, poniendo fin a la guerra contra Marruecos. Ahora el general poseía el poder suficiente para actuar a su antojo. La victoria de los bolcheviques en el año 1917 en la lejana Rusia recomendaba una mayor dureza contra los movimientos proletariados en toda Europa, cuyos regímenes veían en el comunismo una amenaza. Además, Alfonso XIII y Primo de Rivera mantenían unas excelentes relaciones con Benito Mussolini tras una visita a este en noviembre de 1923, interesándose especialmente por las ideas de “regeneración nacional” aplicadas por “Il Duce”. Fue un periodo muy populista en el que España se beneficiaba de la neutralidad en la I Guerra Mundial y sus ventajas económicas de no tener que sufragar una guerra y, al contrario, convertirse en un proveedor del resto de países. El Rey inauguraba la Ciudad Universitaria de Madrid, en 1927 y las exposiciones universales de Sevilla y Barcelona, en 1929, donde daba muestras de su poderío económico y de desarrollo. Este idílico paisaje solo lo alteraban los intelectuales, Unamuno, Blasco Ibáñez y otros, que en la prensa mostraban las contradicciones de un gobierno que, en realidad, escondía este aparente esplendor tras una dictadura. La respuesta a ello fue la represión y los encarcelamientos de los intelectuales, situación que provocaba el descontento de la opinión pública, con los consiguientes conflictos y algaradas que minaban la popularidad del Rey y del dictador. Una situación que llevó a Alfonso XIII a retirar su apoyo a Primo de Rivera, quien se vio obligado a presentar su dimisión el 28 de enero de 1930, asumiendo el gobierno el general Dámaso  Bereguer hasta febrero de 1931, un periodo conocido como “Dictablanda”. Demasiado tarde y demasiado había durado aquel periodo dictatorial que había laminado toda la popularidad en el Rey. Las huelgas casi ininterrumpidas imposibilitaron la gestión de gobierno a Berenguer, siendo sustituido por el almirante Aznar entre febrero y abril de 1931, coincidiendo con las elecciones municipales.

Alfonso XIII, entre Primo de Rivera (izquierda) y Bereguer (derecha)
Alfonso XIII, entre Primo de Rivera (izquierda) y Bereguer (derecha)

En efecto, el 12 de abril de 1931 se celebraron en España las elecciones municipales, unas elecciones en las que hubo un principal perdedor: el Rey Alfonso XIII, a pesar de que este no se presentaba a las mismas. Pero aquellas elecciones las convirtieron las fuerzas de la izquierda en un plebiscito a la monarquía. El resultaba daba la victoria a los republicanos en 41 capitales de provincia, a pesar de que el voto total, en el que se incluían las zonas rurales, beneficiaba a los monárquicos, concretamente los partidarios de la monarquía obtenían 22.150 concejales, por 5.775 los republicanos.

Pese a este resultado, en las filas monárquicas la sensación era de derrota. La izquierda se echó a la calle en las grandes ciudades aprovechando su mayoría de votos en ellas. Fue entonces cuando el general Sanjurjo, a la sazón, Director General de la Guardia Civil, se negó a actuar para contener a los manifestantes y garantizar el orden constitucional. Los republicanos aprovecharon el desconcierto y la inacción de unas instituciones que se negaban a defenderse de los ataques revolucionarios y se adueñaron de la situación.

 

En la mañana del 14 de abril de 1931 las grandes ciudades comienzan a a proclamar la Segunda República, mientras Cataluña se declaraba República independiente. El conde de Romanones intenta negociar con el Comité Revolucionario una salida a la situación, pero este, con Niceto Alcalá Zamora, quien unas horas después sería designado Presidente de la República, exige la marcha del Rey antes de que acabe ese mismo día si se quiere evitar un derramamiento de sangre. Romanones recomienda al Rey que abandone inmediatamente España. Alfonso XIII no dudó demasiado en aceptar la propuesta y huye en coche hasta Cartagena, donde embarca con destino a Marsella. Y lo hacía sin abdicar formalmente. Cuando llegó a París, lanzó un manifiesto en el que justificaba su salida de España.

Documento de abdicación
Documento de abdicación

Era evidente que las calles de París no tenían la luz y el ambiente de San Sebastián, pero la superaba en glamour y lujo, razón por la cual, a pesar de su inmensa fortuna con la que partió en su equipaje, Alfonso XIII temió por arruinarse y se vio obligado a despedir a su servicio, vendiendo su viejo Hispano y obligado a trasladarse a vivir a Fontainebleau, alojándose en un modesto hotel. Se fue convirtiendo en una figura decadente y patética.

En España, era procesado por las Cortes y condenado a deportación perpetua y la expropiación de todos sus bienes. Él, finalmente, iría a vivir a Roma, no sin antes no redactar su testamento en 1939, en el que declaraba heredero de la corona a su hijo don Juan, futuro conde de Barcelona. En enero de 1941 abdicó en favor de éste, y murió el 28 de febrero de ese mismo año, en el Gran Hotel de Roma. Sus últimas palabras fueron: “¡Dios mío! ¡España!”. Sus restos permanecieron en Roma hasta que, en enero de 1980, fueron trasladados a España y enterrados en el Panteón Real del Monasterio de El Escorial.