Mar Menor, el paraíso amenazado

Mar Menor. Foto: J.A. Padilla

Todos nuestros sentidos se llenan de las mil sensaciones que el viento y la luz transportan en este paraíso, amenazado por la presión del turismo, pero que aún conserva buena parte de su esencia. Visitarlo y disfrutarlo nos recuerda la necesidad de cuidar y de preservar el medio natural que nos proporcionan tantas sensaciones agradables y positivas y garantiza nuestro futuro y el de las generaciones venideras.

Foto: J.A. Padilla

Ubicado al norte de la provincia de Murcia, en el límite con la provincia de Alicante, se encuentra el Parque Regional de las Salinas de San Pedro del Pinatar, considerado uno de los humedales más importantes de Europa. Se extiende en una lengua de tierra de 6 kilómetros y separa el Mar Mediterráneo del Mar Menor.

Sus características esenciales son la altísima salinidad del agua y su poca profundidad que, junto con el viento y el sol, han hecho posible la explotación de la sal de mesa desde la época de los romanos. Algo que podemos ver en el horizonte, en esas altas y níveas montañas blancas que contrastan con el azul claro del cielo y el del agua del mar.  Luego, en nuestra visita por el parque veremos el caleidoscopio de luces que se desarrollan en las piscinas de sal cercanas a la fábrica, sus distintas tonalidades según el grado de estado de la sal y del tipo de las albercas: almacenadoras, charcas calentadoras y cristalizadoras, obteniendo un rosa más intenso en estas últimas. Al atardecer, este paisaje y estos contrastes se hacen más evidentes. Pero este paraíso natural es, además, un santuario para las aves marinas, que encuentran este lugar el hábitat perfecto para pasar el invierno. La calidez de sus aguas  y el clima es el lugar perfecto para ellas. Y, por si fuera poco, también desde la época romana, en estas aguas el hombre ha encontrado un remedio natural para sus males, gracias a los barros medicinales que forman parte del fondo de las charcas.

Así pues, estamos, como decimos al principio, en un paraíso para el hombre, los animales y el entorno natural, y la actividad del hombre ha sabido adaptarse a las características de un ecosistema autóctono que ha sabido explotar y disfrutar de manera sostenible durante siglos y que hoy, por desgracia, se encuentra seriamente amenazado. Su declaración como Parque Regional ha de ser el vehículo que lo recupere y garantice su futuro.

Laguna del Coterillo. Foto: J.A. Padilla

Recorrer este parque es comunicarnos con un entorno natural inigualable. Los recorridos muestran la diferenciación entre los distintos paisajes. Así, las charcas salinas están separadas mediante arenales de la playa abierta del Mar Mediterráneo. El más importante de estos senderos es el del Coterillo, que se inicia junto a la laguna del mismo nombre y llega hasta la playa de la Playa de la Torre Derribada. Sobre sus dunas comprobaremos la importante fuerza del viento en esta zona, que han modelado un extraño bosque formado por la sabina de las dunas o el pino carrasco, este último con formas retorcidas hasta el límite.

Foto: J.A. Padilla

Podemos iniciar este sendero por un camino que se inicia en la Rotonda de los Flamencos, situada en el inicio de la Avenida del Puerto. Desde aquí iniciamos el camino de alrededor de una hora a través de una pasarela de madera situada junto a la carretera que nos lleva a la salina y al Puerto de San Pedro del Pinatar. En la primera laguna que encontramos junto al camino, algunas aves ya nos saludan. Un flamenco busca su alimento en la laguna. Al otro lado de la carretera se encuentran las primeras piscinas de la salina, donde también podemos apreciar algunas aves.

Foto: J.A. Padilla

Podemos comprobar como las dunas se han preservado gracias a la flora autóctona que la ha protegido del fuerte viento. Sin abandonar nunca el camino señalizado, podemos ir identificando las distintas especies vegetales, árboles y arbustos, como los tarays, el pino carrasco, la sabina de las dunas y el espino negro, entre otras muchas que, con el viento, han modelado un extraño, y extraordinario, paisaje sin parangón alguno.

Salinas. Foto: J.A. Padilla

Al mismo tiempo que observamos e identificamos la flora, durante el recorrido podemos observar, en los miradores construidos a tal efecto, las distintas especies avícolas que anidan en los humedales. Desde el flamenco, que en este lugar es el ave más numerosa, hasta avocetas, cigüeñelas, cormoranes y correlimos, entre otros muchos. Desde los observatorios, y con unos buenos prismáticos, podemos observarlos en su medio natural. Al otro lado del camino señalizado, y de la carretera, las enormes albercas salinas nos transportan a otro tipo de paisaje., igualmente fascinante.

Foto: J.A. Padilla

Al final de la laguna del Coterillo encontramos un pequeño aparcamiento para coches, punto donde se inicia una ruta que nos llevará, como indica el panel informativo, hasta la playa de Torre Derribada, a través de una pasarela de madera que nos conducirá a otro paisaje fascinante donde veremos los efectos del viento y en importancia de la fauna en el mismo. Un lugar donde el viento cargado de sal provoca una escasa fertilidad de la arena, permitiendo que solo la flora adaptada al medio y autóctona ha podido desarrollarse en este lugar. Son plantas llamadas talofitas. Una de ellas es la llamada Sarcocornia, muy abundante en este lugar, que llama la atención por sus tallos rojizos, un color que provoca la sal. En la antigüedad, esta planta se utilizaba para la fabricación de vidrio y jabón.

Foto: J.A. Padilla

Pero lo que nos llama la atención especialmente es ese paisaje formado por los pequeños pinos carrascos tumbados por el viento y cuyas copas llegan, en numerosos casos, a tocar el suelo. Vemos auténticos arcos formados por el tronco y múltiples y caprichosas formas que nos dan una idea del impacto que en este lugar ha creado el viento y la importancia de la flora para su conservación. Estos pinos no son autóctonos, sino que fueron plantados por el hombre para evitar la desaparición de las dunas. La pasarela termina en una playa abierta al mar Mediterráneo: la playa de Torre Derribada. Su nombre se debe a que en los siglos XVI y XVII existían en la costa mediterránea invasiones de los piratas y, por ello, son frecuentes la presencia de torres de vigilancia para avisar de su llegada. Una de ellas se construyó en esta playa, la  cual estaba afectada por la falta de cimentación y la utilización de una piedra inadecuada. Se hicieron varias reparaciones, pero la torre, que se llamaba del Pinatar, finalmente se derrumbó en el siglo XVIII, sin que en la actualidad se conozca su ubicación exacta, quedando para la posteridad el nombre de la playa. La playa es un enorme arenal de algo más de dos kilómetros de longitud. Nos dirigimos hacia el puerto, a la derecha de la pasarela. Nos sorprenden los enormes bancos situados en la orilla de plantas en estado de composición. Son restos de Posidonia oceánicaes, una planta endémica del Mediterráneo perteneciente a la familia Posidoniaceae. Es una planta que florece en otoño y produce en primavera frutos flotantes conocidos vulgarmente como olivas de mar. Forma praderas submarinas que tienen un notable efecto positivo, ya que, por un lado, protege el arenal de las mareas del mar, sirve de refugio y alimento para peces, moluscos y crustáceos y oxigena el agua del mar. Es muy sensible a la contaminación del agua y está en peligro de extinción.

Foto: J.A.Padilla

Siguiendo nuestro recorrido, vemos que la playa acaba en el puerto, por lo que salimos a través de una pasarela de madera que nos conduce a un merendero y un aparcamiento, utilizado en verano para los que acuden a la playa a bañarse. Desde aquí, las montañas de sal se elevan en todo su esplendor frente a nosotros, mientras a la derecha queda la laguna del Coterillo.

Esculls. Foto: J.A. Padilla

Desde aquí seguimos el camino y carretera que nos conduce a la zona portuaria y continuar nuestro paseo por la playa de las Llana, una larga playa que termina en la Punta de las Algas, desde donde observamos los llamados Esculls, arrecifes o pequeños islotes de tierra que se extienden hasta la Manga de Mar Menor y se encuentran en la conexión entre el mar Mediterráneo y el Mar Menor. Ahora lo que nos llama la atención son las enormes moles de edificios y masificación urbanística de la estrecha lengua de tierra que se contempla al otro lado del mar y los efectos de la especulación urbanística. Miramos atrás, el paraíso. Miramos al frente, el bosque de hoteles que amenaza todo lo que hemos admirado.

Encañizadas. Foto: J.A. Padilla

Recuperados, en parte, de la impresión, regresamos hacia San pedro del Pinatar y Lo Pagan, en el horizonte y final del camino. Junto a los esculls se abren las llamadas Encañizadas, a las que se pueden acceder a través de un sendero. Consisten en un laberinto de cañas clavadas al fondo del mar, de escasa profundidad en este lugar,  y redes que atrapa a los peces que circulan entre ambos mares y quedan atrapados en una paranza donde no logran salir. Son como unas cajas cuadradas y sin tapa, hechas de cañas, que permiten el paso del agua, pero no el de los peces que quedan retenidos en ellas. Son peces pequeños, como la dorada o el lenguado. Este método de pesca se conoce desde la época árabe. En este lugar existió una de las torres defensivas de esta zona del Mediterráneo, la “Torre de la Encañizada», no quedando ningún resto de ella.

Molino de La Calcetera. Foto: J.A. Padilla

Tomamos el camino de regreso en dirección a San Pedro del Pinatar por el camino Quintín, que transcurre entre el Mar Menor y las salinas. De inmediato, encontramos el molino de La Calcetera. Este molino, junto el que encontraremos al final del camino, el molino de Quintín, fueron construidos en el primer tercio del siglo XX con el objetivo de trasvasar agua del Mar Menos a las albercas calentadoras de las salinas. Estuvieron en funcionamiento hasta los años setenta, siendo sustituidas por bombas eléctricas. Hoy son testigos de aquella época y muestran la importancia que tuvo el viento. No son visitables, pero constituyen un símbolo del parque.

Baños de lodo. Foto: J.A. Padilla

La ruta continúa en línea recta hasta llegar a otro de los elementos del parque: los Baños de Lodo. Otro de los usos importantes del parque. San Pedro del Pinatar debe buena parte de su fama a los años terapéuticos de sus balnearios, que se nutren con el agua salina, y a estos baños de lodo, a los que se accede a través de pasarelas de madera que forman un paisaje curioso. En verano, este lugar está masificado, pero en invierno, todo este entramado de madera parece un camino hacia lo desconocido.

Baños de lodo. Foto: J.A. Padilla

El clima del Mar Menor, con un alto porcentaje de horas de sol al año y una elevada salinidad, ha favorecido que en el extremo norte de la laguna, en la zona conocida como Las Charcas, se haya ido depositando durante siglos lodos muy apropiados para tratamientos terapéuticos. Lodos que contienen un muy elevado índice de sales, como calcio, magnesio, potasio y flúor, así cloruro y sulfato, lo que le confiere unas especiales propiedades curativas para dolencias tales como reumatismos, artritis y enfermedades postoperatorias. Los baños consisten en una capa de lodo aplicada sobre la piel para que absorba todas las toxinas del sistema periférico del tejido conjuntivo y elimine tóxicos linfáticos de la dermis. La época adecuada para aplicarse estos barros son el verano para que el lodo seque rápido y bien. El tratamiento se completa limpiándose el lodo con el agua salada de las Charcas de las Salinas, cuyas aguas son de mayor salinidad que las del Mar Menor. Las propiedades curativas de estos lodos ya eran conocidas desde la época romana, si bien su explotación terapéutica data de principios del siglo XX, cuando la burguesía acudía aquí para curarse de sus dolencias.

Molino de Quintín. Foto: J.A. Padilla

Nuestra ruta termina en otro de los símbolos del Mar Menor y de San Pedro del Pinatar: el Molino de Quintín, similar a la de La Calcetera y cuyas característica y uso vimos anteriormente. El molino se encuentra en buen estado de conservación, aunque como en La Calcetera, no es posible visitarlo. Este molino es de cuerpo tronco-cónico, construido con mortero de cal y arena, con las aspas de medra. A ambos lados del molino se encuentran  las norias de madera, que elevaban el agua del mar a las piscinas de evaporación. También servía para moler la sal.

Molino de Quintín. Foto: J.A. Padilla

El molino ha sido el punto final a nuestra excursión de varios kilómetros por el Parque de las Salinas de San Pedro del Pinatar. Nos hemos ganado un merecido descanso. En la playa de Villallanitos no faltará oferta para recuperarnos de nuestro esfuerzo. El paisaje que podemos contemplar es de gran belleza. Y si el sol lo quiere, disfrutaremos de na inigualable puesta del sol que nos recordará el paraíso que aún se mantiene en este lugar.

Foto: J.A. Padilla