04. TRATADO DE TORDESILLAS (1494)

Eran las 2 de la madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando el marinero Rodrigo de Triana divisó unas sombras que se perdían en el horizonte marino. No lo pensó, fijó su mirada todo lo que pudo y gritó con todas las fuerzas de sus pulmones: “Tierra”. Aquel monumental grito despertó a la tripulación, exhausta tras 72 días de navegación. El almirante Cristóbal Colón oteó el horizonte, pero no veía nada. Ordenó, sin embargo, poner rumbo fijo hacia el lugar donde el vigía había señalado la tierra firme.

Con los primeros rayos de sol, todos pudieron comprobar que Rodrigo de Triana no se había equivocado. A lo lejos se recortaba la silueta de lo que tenía que ser las Indias. Al mediodía, la expedición llegó a tierra firme en unas canoas, mientras las tres carabelas, en realidad 2 carabelas y un galeón, quedaban fondeadas en alta mar. Allí, Colón tomó aquella tierra en nombre de Castilla, de nombre Guanahani, llamándola San Salvador, mientras, rodilla en tierra, recibía la bendición católica por la tierra conquistada. El almirante estaba convencido de haber llegado a las Indias Orientales, con la idea fija de que estaba en Catay, por lo que de inmediato se puso a buscar la residencia del Gran Khan. En los siguientes días navegó en dirección a poniente, llegando a la isla que hoy es de Haití y de la República Dominicana, a la que bautizó como La Española, donde construyó un fuerte con los restos de la Santa María, que se había estrellado contra un arrecife y naufragado. Lo llamó «Fuerte de Navidad» por haber llegado allí el 6 de diciembre y fue el primer asentamiento español en América.

Llegada de Cristóbal Colón a América. Cuadro del pintor Dióscoro Teófilo Puebla Tolín. 1862.
Llegada de Cristóbal Colón a América. Cuadro del pintor Dióscoro Teófilo Puebla Tolín. 1862.

Casi tres meses después, el 4 de enero de 1493, Cristóbal Colón regresaba a España con las dos carabelas que le quedaban, dejando 40 hombres en el fuerte. En Barcelona, los Reyes Católicos recibieron con todos los honores al almirante, quien iba acompañado de seis aborígenes, algunos frutos de las tierras de ultramar y algo de oro, como prueba del nuevo mundo.

Los Reyes Católicos se apresuraron a reivindicar todos los derechos sobre los territorios descubiertos por Cristóbal Colón. Acudieron entonces a Roma, donde les esperaba el Papa Alejandro VI, el segundo papa Borgia, español de nacimiento, y del que el mismo año habían obtenido una bula que otorgaba a España todos los territorios situados a cien leguas al oeste de las Azores y de las islas de Cabo Verde, obteniendo con ello una magnífica victoria diplomática.

Aquello había irritado a los portugueses, quienes mantenían con España una dura pugna por la supremacía de los mares y océanos y, como los españoles, había llevado a abierto rutas de navegación y descubierto nuevos territorios en los confines del mundo. De hecho, Cristóbal Colón se había ofrecido al rey portugués para llevar a cabo su viaje al Nuevo Mundo, pero sin obtener resultado alguno. Fue entonces cuando Colón vino a Castilla y se ofreció como almirante de la “mar océano” a los Reyes católicos, en realidad a la reina Isabel, quien desde el primer momento se mostró interesada en el proyecto de Colón. Tras muchos avatares, Isabel accedió a financiar el viaje, a pesar de que las arcas castellanas estaban bastante vacías por las guerras con los moros.

Castilla y Portugal compartían frontera, casi el mismo idioma y las dos se hallaban en guerra contra los moriscos. Ellos habían surcado los mares desde hacía más tiempo que los castellanos. Sus navíos salían hacia el desconocido océano Atlántico y a veces no regresaban jamás. Pero eran perseverantes. Abrieron rutas hacia el sur, hacia África, un continente más cercano, aunque el problema era el mismo. Las naves se perdían y no eran capaces de volver. El siguiente paso fue estudiar los vientos y trazar los primeros mapas de navegación, gracias a los cuales recorrieron la costa africana, de las que traían oro, marfil y esclavos. Durante el siglo XV, Lisboa fue la primera potencia marítima. Castilla no quería quedar sin su trozo de pastel, o sin su trozo de costa. Pero los Reyes Católicos desconfiaban de aventuras marítimas hacia el Atlántico por lo incierto de su desenlace y el elevado coste que suponía este tipo de empresas. Castilla contaba con rutas comerciales a lo largo del Mediterráneo, a pesar de que los piratas berberiscos en muchas ocasiones expoliaban a los navíos castellanos. Aun así, en una de sus rutas atlánticas hacia el sur descubrió el Jardín de las Hespérides, es decir, las Islas Canarias las Canarias, cercanas a la costa, al continente y con bastantes riquezas. Aquel descubrimiento obligaba a la firma de un acuerdo entre españoles y portugueses. Finalmente, se firmó un tratado en la localidad portuguesa de Alcaiçovas en 1479 entre los Reyes Católicos y el rey portugués, Alfonso V. Según el mismo, el océano Atlántico quedaba repartido entre ambas potencias navegantes. Castilla podía continuar explotando la zona aledaña a las Islas Canarias, mientras Portugal lo haría en Madeira y las Azores, lo que le permitía abrir tutas de navegación hacia Oriente.

Colón aseguraba que era posible navegar hacia las Indias, hacia Oriente, a través de una nueva ruta marítima a través del Atlántico, en dirección oeste, demostrando que la Tierra era redonda. Muchos consideraron al almirante genovés un iluminado o, en el peor de los casos, un embaucador, cuya empresa era poco menos que imposible. Ahora que Colón se presentaba ante los Reyes Católicos con las pruebas de su conquista, el Tratado de Alcaçovas quedaba superado por las circunstancias. Solo había un problema, que todo el mundo desconocía. Aquellas lejanas tierras que Colón aseguraba eran las Indias eran, en realidad, islas que situadas en el mar Caribe pertenecientes a un continente que más tarde se llamaría América.

Los portugueses, escarmentados por la conquista de Canarias, ahora se apresuraban a reivindicar las tierras descubiertas por Colón invocando el Tratado firmado en Alcaçovas. Recurrieron al papa Alejandro VI como máxima autoridad al ser ambos países católicos. Pero en aquel año de 1492 llegó al papado Alejandro VI, cuyo nombre era Rodrigo de Borja, o Borgia, un valenciano que dio mucho que hablar y que, por encima de todo, tenía buena relación con Aragón, cuyo rey era Fernando el Católico. Así, en la primavera de 1493 publicó una bula llamada Inter Caetera, en virtud de la cual todo lo que habí­a descubierto Cristóbal Colón pertenecí­a a los reyes de Castilla y Aragón, ya que los Reyes Católicos se habían comprometido a evangelizar a los indígenas que encontraran en las nuevas tierras descubiertas, es decir, llevar la palabra de Dios a las tribus paganas de ultramar. Huelga decir que la palabra del papa era la palabra de Dios, por lo que Portugal nada pudo hacer, sino mostrar su disgusto. Pero lo único que consiguió es que, meses más tarde, el papa Borgia publicara otra bula repartiendo entre españoles y portugueses las tierras a evangelizar. Para ello trazó una lí­nea imaginaria desde el Polo Norte al Polo Sur. A la izquierda de la línea marcada los españoles podrí­an navegar, colonizar y, sobre todo, bautizar a los infieles. A la derecha de la línea quedaban las tierras que los portugueses tendrían que evangelizar.

Aquel reparto no parecía ser muy justo. El papa no sabía, o tal vez sí, de navegación ni de tierras conquistadas, pero españoles y portugueses sí. Y a la izquierda, la parte española, quedaba claro que existían tierras, como Colón había demostrado, mientras que a la derecha, lo único que habían encontrado los portugueses eran tempestades y tormentas.

Al rey portugués solo le quedaba aceptar la decisión de Alejandro VI o enfrentarse a Roma y a Castilla. Tampoco a los castellanos y aragoneses les convenía un enfrentamiento con Portugal que pudiera desembocar en una guerra entre ambos bandos. En aquel momento, Aragón mantenía una guerra contra los franceses para expulsarlos del Reino de Nápoles. No era conveniente, en aquel momento, una guerra contra Portugal. Tampoco había posibilidad alguna de establecer alguna alianza entre ambos países a través de un matrimonio entre príncipes de ambos reinos. La única solución era renegociar el Tratado de Alcaçovas y que luego el papa lo legitimara.

Plano de Tordesillas
Plano de Tordesillas

Los dos bandos acordaron reunirse en Tordesillas, una pequeña y próspera ciudad a orillas del rio Duero, cercana a la capital de ambos reinos. El documento de partida fue la bula papal que establecí­a la lí­nea entre ambos polos en mitad del Atlántico. Los portugueses querían que esta línea fuera un paralelo y no un meridiano, como habí­a hecho el Papa, y que Portugal se quedase el sur del paralelo y España con el norte.

Pero Castilla no está de acuerdo con la propuesta portuguesa. Ese reparto perjudica las rutas de navegación por la existencia de vientos contrarios a ella, algo esencial en un tiempo en que era el viento que impulsaba las velas de los navíos. En la práctica, los españoles tenían que navegar al norte, en aguas más agitadas y peligrosas, mientras los portugueses lo harían en aguas más tranquilas, impulsadas por los vientos alisios que les llevaría directamente hacia el Caribe, donde estaba ya demostrada la existencia de nuevas tierras. Además, a los españoles les quedaba vedado la exploración de nuevas rutas al sur de ese paralelo. Reivindicaron, por tanto, el reparto de Alejandro VI. Los portugueses intentaron entonces mover hacia el oeste el paralelo. Durante varios días, españoles y portugueses movían aún lado o a otro el paralelo, algo que parecía insustancial si tenemos en cuenta que lo que se estaban repartiendo era, en realidad, el océano Atlántico, compuesto esencialmente de agua salada. Pero la cerrazón portuguesa hizo pensar a los españoles que aquellos, que habían organizado ya muchas expediciones marítimas a lo largo del Atlántico, tal vez conocían la existencia de algún territorio en ultramar. Tal vez casualidad o no, seis años más tarde, en el año 1500, de la firma del Tratado de Tordesillas, el navegante portugués Pedro Alvares de Cabral descubrió unas tierras situadas muy cerca de la línea marcada finalmente: Brasil.

Tratado de Tordesillas. Primera página
Tratado de Tordesillas. Primera página

Sea como fuere, el 7 de junio de 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas. Un mes más tarde, el tratado fue ratificado en Arévalo, donde estaba situada la corte castellana, mientras los portugueses lo ratificaban en Setúbal. El rey portugués Juan II reconocía los derechos de España sobre los países de Occidente, aunque trasladando la línea de demarcación desde 100 a 374 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, reconociéndose como pertenecientes a Portugal las tierras y mares situados al este de dicha línea. En Tordesillas se sentaron las bases para que durante muchos años españoles y portugueses navegaran sin problema alguno, delimitando los territorios de conquista y colonización. Incluso hoy en día, el meridiano marcado en Tordesillas marca la frontera entre el castellano y el portugués.