AUTORRETRATO DE OTRO

Kiro, viaje de regreso. Foto: J.A. Padilla

Casi por casualidad, o sin el casi, mientras paseaba con mi mujer por el parque del Retiro nos encontramos cara a cara, nunca mejor dicho, con esta exposición sita en el Palacio de Velázquez, sede del Centro de Arte Reina Sofía. Su cartel y su título atraía a visitarla y a dedicar unos minutos en conocer su temática. Dentro, apenas había contemplado unos pocos cuadros, quedé atrapado en aquel mundo automatizado y sórdido que un pintor japonés, absolutamente desconocido para mí, pero del que no olvidaré jamás, Tetsuya Ishida, había creado para denunciar el lugar del ser humano en un mundo de máquinas y tecnología, un mundo en el que el hombre se ha deshumanizado para convertirse en una especie híbrida de individuo máquina, un concepto ya expresado por Fritz Lang en su filme Metrópolis o por Charlie Chaplin en Tiempos Modernos, sin olvidar a George Orwell en su 1984 o las constante alusiones a Frank Kafka.  Pero el mensaje de Ishida es más directo, más cruel y…. más real y nos refleja el mundo, o “supermundo” en el que vivimos. Y comprendí que Autorretrato de otro era, en realidad, el retrato de todos. El cruel mensaje de un pintor muerto prematuramente, con apenas 32 años de edad, atormentado hasta el límite. Indispensable su visita. Pasen y vean.

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Sin titulo. Foto: J.A. Padilla

Aquel tren embistió con toda su fuerza el vehículo que se encontraba detenido y atravesado sobre su férreo camino. El impacto fue brutal y el coche quedó convertido en un amasijo de hierro. Dentro se encontraban los restos irreconocibles que fueron posteriormente identificados como del pintor japonés Tetsuya Ishida quien, con casi treinta y dos años de edad, parecía haber encontrado en aquel tren la solución a su atormentada vida. Porque nadie entendía que hacía aquel coche detenido en la vía esperando la llegada de la muerte. Aquella situación y la personalidad de la víctima alimentaba la sospecha de que no había sido un accidente y sí un suicidio. De ser así, Ishida pasa a formar parte de esos artistas atormentados que miraban a la muerte con estoicismo y esperanza, como una solución a sus vidas. El suicidio como solución final a sus desamores o desencuentros con un mundo y una sociedad a la que no quieren pertenecer. Y viendo la obra de Ishida, se comprende que aquel mundo, aquella sociedad, que reflejaba en sus cuadros la aborrecía, aunque pertenecía a ella, muy a su pesar. Su legado y testamento a través de su obra para las generaciones venideras era el aviso del apocalipsis, de la deshumanización del ser humano o la humanización de las máquinas.

Buscando. Foto: J.A. Padilla

Antes, Fritz Lang nos había avisado de esa sociedad mecánica y deshumanizada, de hombres-robots que eran esclavos de la sociedad industrial, llamada Metrópolis, que los engullía cada mañana. O de ese ser humano de Tiempos Modernos que Charles Chaplin introducía en una cadena de montaje como un eslabón dentro del engranaje de la compleja maquinaria hasta quedar engullido por ella. O como George Orwell, que nos avisaba en su libro 1984 de una sociedad controlada por el Gran Hermano que anulaba en el ser humano la capacidad de pensar por si mismo y convertirse en un ser al servicio de la tecnocracia. Sin olvidar a K, o George Samsa, los personajes de Frank Kafka, cuyas pensadillas parecen haber cobrado cuerpo en la obra de Ishida.

Distancia. Foto: J.A. Padilla

Pero Ishida da un paso más. Los personajes que vemos en sus cuadros son híbridos, una nueva especie hombre-máquina sin capacidad de pensar y al servicio de la tecnología. Ishida demuestra que nos han engañado: la tecnología no ayuda al hombre, sino que lo engulle, lo transforma y domina, transformándose en una nueva especie de difícil definición. Por eso, Autorretrato de otro es el retrato de nosotros mismos, como un selfie macabro.

Paternidad. Foto: J.A. Padilla

La exposición Autorretrato de otro es la primera gran exposición que se realiza fuera de Japón de Tetsuya Ishida, un artista que en su corta carrera reflejó con incisiva lucidez las amenazas y realidades que acosan al ser humano. Ishida realiza su obra en plena crisis económica iniciada en la década de los 70 y que llevó a su máximo nivel en los 90, especialmente en Japón. Como consecuencia de ello, la corta vida de Ishida se produce en un momento de total falta de expectativas para una juventud que se movía entre el escepticismo y la amargura, como marionetas al servicio de la especulación y la tecnología y la recuperación económica a cualquier precio. Ishida formó parte de la llamada “generación perdida”.

Carga. Foto: J.A. Padilla

Fruto de todo ello, Ishiuda desarrolla, en apenas 10 años de actividad artística, toda una colección de cuadros en la que describe la desolación y el conformismo de una sociedad víctima desea crisis y sus consecuencias, como era la especulación, la alienación del individuo y, especialmente, su deshumanización. Ishida no deja ningún asomo de esperanza en su obra y el hombre se va adaptando a las circunstancias  y, poco a poco, sufre va sufriendo una metamorfosis que lo convierte en un ser híbrido desde la propia infancia para ir creando un ser nuevo adaptado a las necesidades del capitalismo salvaje: el individuo máquina. Seres clónicos cuya una diferencia estriba en la máquina en la que debe convertirse. No olvida Ishida a Kafka en sus modelos híbridos hombre-insecto para reflejar el aislamiento el individuo en una sociedad burocrática y autoritaria, donde ol hombre solo le queda convertirse en aquello que se le exige.

Sin título. Foto: J.A. Padilla

Los personajes, si pueden llamarse así, de Ishida son una colección de seres híbridos y/o máquinas antropomorfas que reflejan la soledad, la incomunicación y el aislamiento provocado por una sociedad que lo ha convertido en una pieza más de un complejo engranaje al servicio de la producción y el consumismo. Una sociedad denunciada por Ishida no exclusiva del momento que le tocó vivir a Ishida, pues ese proceso de degradación del ser humano y de deshumanización ha seguido produciéndose a partir de la crisis de principios del siglo XXI y la llegada de las nuevas tecnologías y los modernos modelos de comunicación, como las redes sociales, que irán aislando aún más al individuo y robándole su identidad.

Sin título. Foto: J.A. Padilla

La temática de la exposición, cuyo título está tomado de una frase de Ishida, presenta unos personajes dibujados con gran detalle y minuciosidad en la que el pintor demuestra su maestría por su técnica de la luz y del dibujo, a pesar del tono gris que reina en la inmensa mayoría de sus cuadros.

Pero además, Ishida no se conforma con presentarnos esos seres híbridos de insectos, máquinas y objetos antropomorfos que muestran el nivel extremo de dominación de las tecnologías y la subordinación sin límites del individuo convertido en un esclavo que no distingue entre trabajo y consumo. Y el mensaje, doy buena cuenta de ello, conecta con el espectador ya en los primeros cuadros. Un mensaje claro y nítido. Con una crudeza que nos golpea y que nos conduce a la impotencia más absoluta. Son el retrato de todos nosotros, o los autorretratos, de la desesperanza, la claustrofobia y aislamiento emocional y social en medio de una sociedad destruida por el capitalismo más salvaje o por aquellos regímenes totalitarios que convierten a los individuos en marionetas y ejércitos monocolores que desfilan para alimentar su propaganda y perpetuar su poder.

Interrupción. Foto: J.A. Padilla

La vida de Tetsuya Ishida no fue fácil desde el principio. Nacido en junio de 1973 en Shizuoka, una ciudad situada entre Tokio y Kioto, era era el menor de cuatro hijos. Su padre era un parlamentario japonés y su madre, ama de casa. Ambos querían que su hijo pequeño se dedicara a estudiar una carrera técnica para que pudiera disfrutar de una vida cómoda. Pero Tetsuya ya había nacido rebelde y, desde muy temprana edad se sintió atraído por el dibujo. Así, se matriculó en la universidad en Diseño de Comunicación Visual donde se licenció. Sus padres no aprobaron jamás estos estudios, aunque después le respetaron como pintor.

Sin título. Foto: J.A. Padilla

Al finalizar sus estudios trabajó en una agencia de comunicación, si bien pronto la abandonó para dedicarse a la pintura. Era su economía tan precaria que, según él mismo contaba en una ocasión, se trasladó a vivir cerca de una tienda de pinturas para poder ir andando a comprar material. En un pequeño piso, situada en un barrio obrero de Sagamihara, cerca de Tokio, Ishida tenía todo lo que necesitaba. Alli, sin relacionarse con nadie, se dedicaba a su único fin y obsesión: la pintura. Pintaba de día y trabajaba como guarda en una imprenta por la noche. Sufría en sus propias carnes el llamado salary man que caracterizaba al trabajador japonés. Aquel concepto de salary man define al trabajador de traje y corbata que dedica su vida a la empresa que le da trabajo y que ha sucumbido a sus sueños y esperanzas en favor de la sociedad de consumo.

Salaryman. Foto: J.A. Padilla

En sus cuadros, se aprecia como la alienación y la precariedad se manifiestan entre las personas transformadas en cajas de supermercados y ruedas de automóvil, paquetes postales, cajeros automáticos, etc. El realismo pictórico de su pintura conecta con el espectador de forma inmediata y le hace compartir esa sensación de impotencia que amenaza a los personajes.

Supermercado. Foto: J.A. Padilla

Ishida fue fiel a sus principios y la pintura y su temática le apasionaron hasta el límite. Aquella sociedad y sus circunstancias le obsesionaban hasta el punto que se asegura sufría esquizofrenia y se sentía perseguido. Dias antes de morir envió varios correos electrónicos en los que decía que le persegúian. De ahí que su muerte y las circunstancias en las que ocurrieron hicieron sospechar que Ishida se puso en el camino de aquel tren para viajar hacia la eternidad. Su legado a la humanidad consistió en 186 obras, de las cuales 72 se encuentran en la actual exposición en el Palacio de Velázquez.

Fe en la velocidad. Foto: J.A. Padilla

Cada uno de sus cuadros es toda una historia, cuya protagonista es siempre la alienación y la subordinación del hombre a la sociedad de consumo. En su obra Fe en la velocidad, Ishida ha convertido a trabajadores con corbata, es decir, ejecutivos, en simples neumáticos cuyo dibujo son huellas de zapatos. Un alegato contra esa tecnología que basa en la velocidad su estrategia de consumo acabará por aplastar al hombre.

En Cinta transportadora de personas refleja, por ejemplo, los procesos de transformación de la una cadena de montaje, donde el hombre forma parte de la máquina.

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Cinta transformadora de personas. Foto: J.A. Padilla

La deshumanización de los personajes de Ishida es patente en su obra. rostros hieráticos, sin expresividad. En Retirado, el cuerpo del hombre se encuentra troceado y empaquetado como un producto cualquiera cuyo tiempo de vida útil está marcado desde origen por la fecha de caducidad, En Toyota Ipsum, Ishida retrata al arquetipo del trabajador comprometido en cuerpo y alma con la empresa para la que trabaja.

Retirado. Foto: J.A. Padilla

En Silla del jefe de departamento en un edificio abandonado,  Bajo  el paraguas del presidente de la compañía y Repostar , Ishida despliega su amarga sátira social, sobre milagro económico.

Silla de jefe de departamento de un edificio abandonado. Foto: J.A. Padilla

Una crítica que golpea directamente sobre la manipulación que sufre el individuo, de forma particular y colectiva bajo un falso paraguas de protección que apenas mantiene el equilibrio de aquellos que se sitúan bajo él.

Bajo el paraguas de protección del presidente de la compañía. Foto:  J.A. Padilla

La sociedad de consumo ha convertido al hombre en robots, jóvenes empaquetados o encerrados entre edificios, individuos que son alimentados como si fueran máquinas que hay que engrasar para mantener activa la maquinaria, como en Repostar.

Repostar. Foto: J.A. Padilla

La obra de Yatsuo Ishida se encuentra muy infuenciada por el periodo que le tocó vivir, como fue el estallido de la burbuja financiera a principios de los años 90, que produjo un decrecimiento de la economía y una reestructuración integral de los medios de producción basados en la automatización robótica en las fábricas a gran escala, lo que provocó una tasa de desempleo hasta entonces desconocida.

Perdido. Foto: J.A. Padilla

Ishida también dedicó parte de su obra a tratar la escuela, la infancia y la adolescencia como la preparación y educación para la instrumentalización social y cultural del individuo. La escuela deja de tener una función educativa para asumir la labor de domesticación y de preparación para su incierto futuro. Despertar y Prisionero son los mejores ejemplos. Los jóvenes alumnos son clones y ya presentan los mismos rasgos que se apreciarán cuando sean adultos, la expresión neutra y pasiva del hombre objeto.

Despertar. Foto: J.A. Padilla

Aquí, Ishida introduce otra crítica similar a la del concepto de salaryman: el hikikomori, que consiste en el encierro voluntario de los jóvenes inmersos en realidades virtuales, y que eligen una existencia vegetativa al margen de la sociedad, tal y como se aprecia en los cuadros Cochinilla durmiendo o Invernadero, y que afectó al propio pintor. En este cuadro se aprecia como una madre, convertida en radiador, da calor a su hijo.

Invernadero. Foto: J.A. Padilla

La figura del niño aparece en la última etapa de Ishida como una búsqueda de identidad. Kiro, Viaje de regreso, nos muestra el rostro de un niño como un agujero negro en el que aparecen sus vivencias tempranas.

Sin título. Foto: J.A. Padilla

Como decían al principio, los padres del pintor querían que su hijo se dedicara a las ciencias. Él se negó a ello y tuvo que seguir sus estudios ante la falta de comprensión y apoyo económico de sus padres. Ishida cuenta en varios sus cuadros aquella incompresión que sufría y como se sentía un ser encerrado por la presión que sufrió él y muchos jóvenes en Japón por parte de sus familias y la sociedad en su conjunto. En sus pinturas, un joven está atrapado literalmente en las paredes del instituto, como en Prisionero, o bien se ha transformado ya en un instrumento del mismo, como esos alumnos convertidos en microscopios de Despertar y donde se preparan para convertirse en los salaryman del fututo.

Sin titulo. Foto: J.A. Padilla

A través de estas obras se puede apreciar también una crítica a las casas de pequeñas dimensiones, tan comunes en las grandes metrópolis como Tokio, los llamados “apartamentos ataúd”, y que surgieron como solución de alojamiento para una creciente población que emigró a la ciudad en busca de mejores oportunidades y precisaban vivir cerca del lugar de trabajo, debido a las grandes distancias que separan los centros de negocio de los barrios residenciales metropolitanos.

Sin titulo. Foto: J.A. Padilla

En muchas de las obras que se pueden ver en Autorretrato de otro, el ser humano, representado por una figura masculina, aparece como una repetición de sí mismo, un clon interminable, sin expresividad, sin sentimiento, sin autonomía ni identidad propia. Apenas es un eslabón más de una cadena de un mecanismo que no sabemos que produce. Interminable ejército de trajes grises, el color favorito de todos esos regímenes que controlan todos y cada uno de los movimientos, que basan su ideología en el control absoluto de la mente y de la vida cotidiana. Ese traje gris que les convierte una masa de seres anónimos y sin capacidad de pensar ni reaccionar. Como en 1984 de Orwell.

Persona que ya no puede volar. Foto: J.A. Padilla

Como cuando contemplamos el cuadro Soldado, atrapado entre los edificios que lo rodean y que no le permiten escapar. Armado con su paraguas espera estoicamente una liberación que nunca llegará.

Soldado. Foto: J.A. Padilla

Una mujer atrapada  entre las vías del tren de juguete del que forma parte, como en Búsqueda, donde se aprecia, en un segundo plano, tras la ventana, a un individuo que parece observarle, o vigilarle, fruto, tal vez, de esa manía persecutoria que padecía Ishida.

Búsqueda. Foto: J.A. Padilla

En ese cuadro, como en otros, el individuo se encuentra acostado, dormido o no, como en un estado de catalepsia ante la situación que se percibe y que nos cuesta interpretar. En realidad, en ese mundo donde nadie parece dormir, la imagen del hombre dormido o a punto de hacerlo supone un acto, casi el único, de rebeldía. Tal vez sueñe con ser un hombre libre, a salvo de una sociedad opresora y alienante.

Sin titulo. Foto: J.A. Padilla

El sueño le libera de su situación de individuo oprimido, encerrado sobre si mismo y dentro de un circulo vicioso que le niega toda libertad y todo movimiento. Es imposible no sentir angustia ante la visión claustrofóbica de alguno de los cuadros de Ishida, como el que muestra a un individuo encerrado, o atrapado sobre si mismo, sobre lo que parece una camilla.

Sin titulo. Foto: J.A. Padilla

Ishida no da margen al optimismo. Porque no lo hay. Hoy, cuando contemplamos su obra derivada de la crisis de los años 90, contemplamos que el siglo XXI no ha mejorada nada la situación del hombre. Las nuevas tecnologías sirven para hacer al hombre menos útil y aumentar su ansiedad. Hoy, la tecnología está al servicio del consumo. Seguimos siendo objetos, como esos que, desde niños, pintaba Ishida.

Sin titulo. Foto: J.A. Padilla

A la soledad e individualismo del individuo actual solo le quedan un invento que profundiza cada vez más en su soledad y aislamiento. Es el moderno hikikomori, que provoca el encierro voluntario, o provocado,  de los jóvenes que encuentran en los ordenadores o en el móvil una existencia virtual a través de los videojuegos y las redes sociales.  Su permanente conexión  las máquinas les lleva a la ansiedad y al individualismo mientras son engullidos por estas para convertirse en futuras maquinas.

Sin titulo. Foto: J.A. Padilla

La amarga y cruel  denuncia de la soledad, aislamiento e incomunicación por parte de Ishida es similar a la que vive el individuo en la actualidad. Su denuncia cobra hoy absoluta actualidad. Una crisis económica y social y una crisis de valores son la principales amenazas del moderno ser humano, influenciado por la propaganda que le vende un mundo idílico donde solo existe  manipulación y ansiedad. Es imposible no reconocerse entre los personajes que aparecen en los cuadros de Ishisa. En efecto, todos ellos forman parte del autorretrato de nosotros mismo.

Sin título. Foto: J.A. Padilla

Fotos y texto; Juan A. Padilla Heredero

Fotografías realizadas con Smartphone XIAOMI MI A2