El sueño de al-Zhara

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Aquella mañana al-Zhara, la concubina favorita del califa omeya Abderramán II se había despertado repentinamente en medio de un sueño. Desde que el sultán de Córdoba había decidido trasladarse desde Granada para crear allí un califato independiente de Bagdag, Al Zhara añoraba la ciudad nazarí: su suave clima, el olor de las flores, las huertas, los jardines y albercas y las nevadas montañas de las Alpujarras. En su sueño, al-Zahra soñaba que paseaba por un maravilloso jardín, con su cuerpo envuelto en finas y ricas sedas y su dorado cabello acariciado por el viento, mientras el aroma del almizcle llenaba el aire. Pero se encontraba en un lugar de donde no podía huir. Pertenecía a aquel mundo y a su señor, el califa Abderramán.

La muchacha contó su sueño a Abderramán. Este le había concedido todo cuanto le había pedido. Le había enseñado a leer, escribir, recitar versos,  las Sagradas Escrituras a tocar instrumentos musicales y la había convertido en su esclava favorita antes de abandonar Granada. Abderramán hacía tiempo que había pensado construir una nueva ciudad. Una ciudad digna de su poder y de su rango. Una ciudad digna del Profeta. Donde pudiera establecer el nuevo gobierno y donde pudiera descansar y leer las Escrituras Sagradas. Miró a su favorita y pensó que aquella nueva ciudad llevaría su nombre: Alzhara. Medina Alzhara.

Incluso el lugar llenaría de gozo a su favorita. Cerca de la capital, pero en la montaña, junto al Guadalquivir, donde el clima era más suave. Una ciudad con hermosos palacios y con todo lo necesario para gobernar el califato.

Y llevó a cabo su sueño y el suelo de al-Zarha. Contrató a los mejores arquitectos y artesanos, compró los materiales más preciados, maderas, mármoles, azulejos y mandó construir hermosos jardines con flores y plantas traídas desde todos los rincones del mundo. Repobló aquel lugar con hermosos pájaros y aves hermosos pájaros, en unos exuberantes jardines donde los pavos reales y faisanes pasearan majestuosamente entre ellos. Trajo todo tipo de árboles frutales para que el aroma de sus exóticos frutos llegara hasta la mismísima Córdoba. Con hermosos estanques donde nadaran los peces de colores y las aves acuáticas convirtieran a Medina Azahara en un Paraíso en la tierra. Construyó además, dentro del palacio, un estanque de mercurio, para que la luz del sol reflejara sus rayos y se convirtieran en un interminable arco iris.  Telas y muebles, comprados a los mercaderes más prestigiosos adornaron las estancias de los palacios y de la estancia de su favorita Azahara. Aquella ciudad demostraba el poder de califa y amor por su favorita.

Cuando terminó su construcción,  Abderramán le enseñó a la joven la ciudad: Medina Azahara, la ciudad resplandeciente. Sus cuatro mil columnas y sus quinientas puertas, envidia de la mismísima Bagdad y Bizancio. Pero al-Zarha lloró de tristeza. Los regalos y favores no conseguían que ella estuviera contenta en aquella maravillosa ciudad. Le preguntó el motivo de su tristeza y qué debía hacer para contentarla. Al-Zarha le respondió que echaba de menos aquellas montañas cubiertas de nieve que contemplaba desde la ventana de su palacio granadino.  “Yo haré que nieve para ti en Córdoba. Mandaré llenar de almendros el oscuro monte. Así, cada primavera te sentirás entre tus añoradas nieves de Elvira (Granada). ¡Medina Azahara será la ciudad inmortal! Caerá el firmamento sobre la tierra antes de que mis ojos, ni ningún ojo humano, vean la destrucción de esta ciudad.”

De inmediato, Abderramán ordenó talar todos los árboles de la montaña que protegía la medina y mandó plantar todo de almendros. Así, en primavera, aquellos árboles abrían su flor blanca y daba el aspecto nevado a toda la montaña. Ahora sí, el sueño de al-Zarah se cumplía y su sonrisa llenó su alegre rostro. Y Abderramán sintió que ahora también su sueño se había cumplido.

 También su profecía……

 

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