Cristo de Medinaceli

Foto: J.A. Padilla

Si paseamos el primer viernes de marzo por la calle del Cristo, cercana al Paseo del Prado, quedaremos muy sorprendido por la inmensa cola de personas que aguardan estoica y pacientemente para entrar a una iglesia que guarda una de las figuras religiosas más veneradas de Madrid. Bueno, digamos mejor la más venerada. Incluso más que el patrón de la villa: San Isidro. Durante las 24 horas de ese día, miles de fieles lograrán participar en el tradicional besapiés que cada año homenajea a la figura del llamado “Cristo de Madrid”: el Cristo de Medinaceli. La tradición dice que los feligreses que se acercan a Él pueden pedirle tres deseos, de los cuales se cumplirá uno. Exteriormente, la iglesia que guarda en su interior la tan venerada figura no nos va a llamar demasiado la atención. Aunque, eso sí, hay que recordar que es una de las seis basílicas que se encuentran en Madrid.

Foto: J.A. Padilla

La basílica está construida sobre el antiguo convento de los Trinitarios Descalzos de Nuestra Señora de la Encarnación. El convento fue fundado el 7 de abril de 1606 por el duque de Lerma, valido del rey Felipe III, siendo posteriormente los duques de Medinaceli los que se hicieron cargo de él. En su interior se guardaría y custodiaría una talla a tamaño natural de Jesús de Nazareno que había estado cautiva en el norte de África a finales del siglo XVI. El Cristo era conocido, en honor al duque de Medinaceli, como el Cristo de Medinaceli.

Foto: J.A. Padilla

Aquel edificio resultó prácticamente destruido durante la invasión francesa y no será rehabilitado hasta el reinado de Fernando VIII. Posteriormente, en 1836, bajo el reinado de Isabel II se produce la llamada Desamortización de Mendizábal, que consistió, esencialmente, en expropiar bienes eclesiásticos y subastarlos o venderlos a particulares.  No fue así con este edificio, el cual quedó sin uso hasta que en 1843 fue devuelto al duque de Medinaceli por derecho de reversión. El edifico actual es fruto de una nueva rehabilitación realizada en 1927 ante el estado ruinoso del mismo. En 1977 el templo fue reconocido como basílica por el papa Pablo VI.

Foto: J.A. Padilla

Y si exteriormente el edificio no llama la atención de manera especial, en su interior se guarda su bien más valorado: el Cristo de Medinaceli. Cuando entramos en la basílica observamos su magnífica luminosidad. Su planta de cruz latina con tres naves. Al fondo de la nave principal, en el presbiterio, se encuentra el camarín donde se venera la famosa imagen del Cristo de Medinaceli. En lo más alto contemplamos la magnífica talla, de 1,73 m de altura, realizada en el siglo XVII en un taller de Sevilla. En aquella época, los barcos españoles se veían obligado a luchar contra los piratas berberiscos que acudían a las costas españolas situadas en el mar Mediterráneo para expoliar todo lo que encontraban. Los españoles habían conquistado Mámora en 1614, una plaza situada en el norte de África, vital para combatir a los sarracenos. De inmediato, la imagen del Cristo sevillano fue llevada a esa ciudad para que sea venerada por los españoles. Y así fue hasta 1681, cuando el sultán Muley  Ismail recupera la plaza y envía la imagen a Mequinez acompañando a los españoles que habían sido prisioneros. Allí, la figura  es arrastrada por las calles para público escarnio de la religión católica.

Los padres trinitarios hicieron una impagable labor en favor de los presos españoles en África, al negociar con los musulmanes su liberación a cambio de pagar un rescate. Así se consiguió, por ejemplo, la liberación de Miguel de Cervantes. Uno de ellos, al ver lo que se estaba haciendo con el Cristo, empezó a negociar con el sultán su liberación como un preso más. Este le pide  como rescate el precio de la figura en oro, lo que aceptó el trinitario. Sin embargo, cuando se pesó la talla, sorprendentemente la balanza señaló el peso de 30 monedas de oro, el mismo precio que se pagó a Judas por su traición a Cristo.

El sultán vendió la liberación de Cristo y este fue llevado a Ceuta a principios de 1682. Y, desde entones, aquel Cristo lleva sobre su pecho el escapulario con la cruz trinitaria. A mediados del mismo año la imagen llega a Madrid, donde es recibida con una gran devoción. Aquella imagen comienza a conocerse como Jesús del Rescate. Luego su nombre cambió por el de Cristo de Medinaceli al ser los duques los que construyeron el templo para su cobijo.

Pero las penurias del Cristo no habían acabado con el rescate de los trinitarios. Durante la ocupación francesa, bajo el reinado de José Bonaparte, se suprimieron las órdenes religiosas, por lo que el Cristo hubo de ser transportado hasta la iglesia de San Martín, en la calle Desengaño, donde estuvo hasta la expulsión de los franceses. En el periodo de la Desamortización, estuvo depositado en la iglesia de San Sebastián, en la calle Atocha, donde permaneció durante diez años. Posteriormente,  durante la guerra civil el Cristo hubo de ser escondido para protegerlo de la quema de las iglesias y de las imágenes religiosas por parte de grupos republicanos. Los frailes consiguieron  esconder la imagen en los sótanos del templo en medio de escombros. Pero en 1937, un batallón republicano utilizó el convento como cuartel general y encontraron el Cristo. Sin embargo, no lo quemaron ni destruyeron, sino, al contrario, la llevaron a varias ciudades españolas, junto con otras obras de arte, y finalmente llegó a Ginebra, donde quedó depositada hasta el fin de la guerra. Y así, en 1939, regresa a Madrid y queda depositada en el convento que había sido su hogar. Y allí continúa, sirviendo a la devoción de los feligreses.

Foto: J.A. Padilla

 La talla de Jesús de Medinaceli mide 1,73 m, de tamaño natural, y fue realizada por un taller sevillano por encargo de los Padres Capuchino de Sevilla para trasladarla al norte de África para el culto de las tropas cristianas asentadas en Mámora, con las consecuencias antes descritas. Tras su rescate, por las mencionadas 30 monedas de oro, el Cristo llegó a Madrid donde fue recibido en honor de multitudes. La talla posee una gran policromía y un gran detalle. Representa el momento en que Cristo es sentenciado a ser crucificado. Su gesto y mirada refleja un gran  sufrimiento. El camarín se encuentra decorado por un conjunto de mosaicos que representan la devoción del pueblo de Madrid al Cristo. A ambos lados del presbiterio, dos cuadros grandes de santos, firmados por José Llasera en 1942.

Foto: J.A. Padilla

A la izquierda del crucero se encuentra la Capilla de la Inmaculada, en cuyo retablo de madera vemos una talla de la Virgen, cuya cabeza manos y pies están hechos de madera, mientras el resto es tela acartonada. Es de autor desconocido.

Foto: J.A. Padilla

La imagen está franqueada por dos tallas que representan a los arcángeles San Miguel y San Rafael.

Foto: J.A. Padilla

A la derecha del crucero se encuentra el retablo de San Francisco de Asís, a cuyo lado vemos a Santa Isabel de Hungría y de San Luis, rey de Francia. En este retablo estuvo situado el Cristo antes de la construcción del actual camarín.

Foto: J.A. Padilla

Decíamos antes que si la fachada de la iglesia no destacaba especialmente por los elementos que la componen, en su interior sí podemos contemplar magníficas obras, como las mencionadas del Cristo y la Inmaculada, ambas de autores desconocidos. Otras dos tallas, sin embargo, si son suficientemente conocidas. A la izquierda del templo podemos contemplar dos capillas de autores de reconocido prestigio. Una corresponde a Nuestra Sra. De la Providencia, o Virgen de la Leche, cuyo autor es Fernando Bellver, y la otra representa a San Antonio de Padua, cuyo autor es, nada más y menos, que Francisco Benlliure.

Foto: J.A. Padilla

Finalmente, destaquemos el al órgano, que data de 1952, y las vidrieras. La que da a la fachada del templo representa la historia de la imagen del Cristo cuya figura ocupa las tres cuartas partes de la vidriera. Las restantes vidrieras, distribuidas por todo el templo fueron realizadas en 1956 por la Casa Santos Cuadrado, de Durango, y narran pasajes del Nuevo Testamento, en el lado del Evangelio; y del propio Cristo de Medinaceli, en el lado de la Epístola.

Foto: J.A. Padilla

Junto al órgano, sobre la entrada al templo se puede contemplar la magnífica vidriera que representa el éxtasis del Cristo.

Foto: J.A. Padilla