Monet, la luz infinita

La  exposición de Monet en Madrid está siendo una oportunidad, única e histórica, de disfrutar de una extraordinaria antología de su obra. «Sus” obras, las que guardó para sí celosamente, las más íntimas y personales. Tan es así que las conservó en su casa de campo de Giverny, donde poseía el gran jardín inspirador de sus obras. Luego, tras su muerte, los cuadros fueron donados al Musée Marmotten Monet de París. Ahora, unas 50 obras pueden verse en Madrid.

La exposición nos permite, además, conocer muchos aspectos personales de uno de los padres del impresionismo, sus viajes, amigos y sus fuentes de inspiración.

La exposición se inician con retratos suyos realizados por otros afamados pintores y recorre las distintas fases de su vida y obra hasta llegar a la última parte, cuando Claude Monet, a sus casi setenta años, empieza sufrir en sus ojos las cataratas que afectará a su vista y a su visión de la vida. Las cataratas le hicieron ver los colores distorsionados y su paleta, otrora multicolor, se redujo a los marrones, rojos y amarillos, que era lo que mejor veía. Precisamente al final podemos ver sus gafas y paleta originales. De las más de cincuenta obras que componen la exposición es difícil elegir una selección. Apenas unos ejemplos para entender su obra, su visión de la vida y su luz…. Infinita.

Sus infinitos nenúfares, cuya inspiración recogió Monet de su jardín de Giverny, lugar donde se instaló Monet con su familia y construyó una casa de campo en 1890. Allí construyó un estanque con plantas exóticas que serviría como modelo de sus famosos nenúfares y de otras plantas.

Monet pintaba su jardín en diferentes horas y días, repitiendo su tema favorito guiado por su capricho. Pero cada uno de ellos nos transmite sensaciones diferentes.

No fue Monet un pintor dedicado a retratos, aunque pintó algunos de su entorno familiar. Em la exposición podemos ver este Retrato de su hijo Michel Monet con gorro de pompóm, en el que el segundo hijo del pintor tenía 11 años de edad. Tras la muerte de su hermano mayor, Michel quedó como único heredero del pintor y fue quien decidió donar el legado de su padre a la Academia de Bellas Artes, renombrado posteriormente como Museo Marmottan de Monet.

Monet estaba fascinado por los trenes, Este  El tren en la nieve representa la estación de Argenteuil, donde el pintor y su familia vivió en 1871. Monet pasaba horas viendo los trenes que pasaban, acompañado de su caballete.

Como ya hemos dicho, Monet y su familia vivieron en un pequeño pueblo situado a treinta kilómetros de París, a orillas del Sena. En este cuadro, En Argenteuil, Paseando cerca de Argenteuil aparecen su mujer, Camile, y su hijo, Jean. La composición de madre e hijo dan vida al paisaje y se funden con él. Las sombrillas y el movimiento del vestido blanco de Camille dan dinamismo a la escena, y las flores rosas, amarillas y azules provocan que el cuadro sea uno de los ejemplos del impresionismo de Monet.

A causa de la guerra franco-prusiana, Claude Monet se trasladó a vivir con su familia a Londres, donde encontró una importante fuente de inspiración para su obra, en una ciudad que a finales del siglo XIX había un importante desarrollo cultural. El cuadro «Reflejos en el Támesis» forma parte de una serie de 19 cuadros pintados entre 1900 y 1904 desde la misma perspectiva. Con el Parlamento británico en primer plano, Monet lo transforma en una imagen fantasmagórica, recortándose sobre el atardecer y sus reflejos sobre la superficie del Támesis. Puro impresionismo, en una escena de gran dinamismo, desde las nubes hasta el agua del río.

Este «Sauce llorón» es puro impresionismo de uno de los padres de este estilo. Pero además, nos muestra el estado de ánimo de Monet. En 1911 fallece su esposa Claude, y en 1914 su hijo Jean, lo que sume en una gran tristeza al pintor y lo refleja en una serie de cuadros dedicado a este árbol, símbolo de la tristeza. Es imposible no sentirse atrapado por este juego de luces y sombras que se recortan sobre el tronco.

El dominio de la luz, esa luz infinita, de Monet alcanza su máximo nivel en este cuadro «El velero, efecto del atardecer», donde el pintor da sus pinceladas de forma rápida y distintas capas, creando un efecto de luz espectacular.

Claude Monet encontró en su jardín de Giverny un lugar para la meditación y el descanso, pero, especialmente, como inspiración para buena parte de sus obras. Antes hemos visto sus nenúfares. En este cuadro, y en el siguiente, veremos dos conocidos como «Glicinas», dedicados a estas plantas trepadores de gran vistosidad. Sobre el puente japonés que cruzaba el estanque de los nenúfares, el artista hizo instalar un arco por el que plantó glicinas importadas de China y Japón.

Los cuadros, de gran formato, muestran una extraordinaria gama de luz y las flores malvas y blanca contrastan con el verdor de las ramas y la atmósfera del fondo.

Espectacular este cuadro titulado «La Primavera a través de las ramas» que Monet pintó en un parque situado a las afueras de París, imitando el estilo japonés en el grabado. Mirándolo, podríamos apreciar dos cuadros en uno. En primer plano las ramas, movidas por el viento que, sin embargo, no ocultan el paisaje al otro lado del río.

Y terminamos esta antología de la exposición con el cuadro de otra planta «Hemerocallis», también presente en su jardín de Giverni, una planta que florece todo el año y de origen chino. En apenas unas pinceladas Monet nos transmite la fuerza de la planta ornamental y su colorido, mientras en la superficie del agua del estanque se ve el reflejo de la misma.

Los cuadros que forman parte de este trabajo son una pequeña, pero importante, parte de una gran exposición de uno de los maestros, y padre, del impresionismo francés. Una exposición imposible de perdérsela. Descubrir la luz infinita es algo fascinante. Como los cuadros de Claude Monet.