Casa de las Muertes

En el número 6 de la calle Bordadores de la ciudad de Salamanca se levanta la Casa de las Muertes una casa señorial que pudo ser construida a principios del siglo XVI, y cuya autoría algunos atribuyen a Diego de Siloé. Está situada junto a la Casa de los Osorio y sobre la cual existe una sobrecogedora leyenda:

Decoración de la fachada
Decoración de la fachada

La noche llega y con ella el silencio en las calles de Salamanca. Una noche tranquila y serena. Pero a la mañana siguiente, la gente descubre junto la puerta de la casa de don Diego y su esposa, doña Mencia, a un hombre muerto de una estocada. Su bolsa parece intacta, por lo que el motivo no parece ser el robo. De nuevo llega la noche a la ciudad. De nuevo la misma tranquilidad, el mismo silencio. Tras el asesinato de ayer, los vecinos se han apresurado a encerrarse en sus casas cerrar sus postigos. Hay un silencio… mortal.

A la mañana siguiente, la misma escena. De nuevo, junto a la misma casa yace el cuerpo de un hombre muerto, también joven y apuesto como el anterior, y también por una certera estocada en el corazón. Y tampoco parece haber sido robado. Puede ser obra de algún asesino sádico. Mientras, tras la ventana, doña Mencia observa el cadáver y llora desconsoladamente. Pasarán varios días sin que nada ocurra y la tranquilidad vuelva a las noches de Salamanca, lo que hace pensar a todos que el asesino ha huido a otro lugar a causa de la vigilancia de las calles.

Hasta que aquellas noches tranquilas se rompen a causa de la tormenta que se cierne sobre la ciudad. Las calles están desiertas. Tan solo un caballero avanza a toda prisa intentando protegerse de la intensa lluvia. Llega hasta la casa de don Diego y llama a la puerta. Entonces aparece una sombra tras él. El desconocido se da la vuelta y descubre la presencia de otro caballero que le desafía espada en mano. Entre ambos se produce un improvisado duelo. Se produce un cruce de estocadas cuyo final es la muerte del desconocido y una herida grave en el costado del otro.

Arriba de la casa, en la habitación, doña Mencia, ajena a los acontecimientos, se muestra nerviosa, como esperando a alguien. Escucha a alguien entrar en la casa y corre a recibirle. Queda paralizada ante la persona que aparece ante ella. Se diría que esperaba a otra. Reconoce la tambaleante figura de su esposo. Está herido y sangra abundantemente. Camina con la espada en la mano, ambas ensangrentadas, gritándola traidora y adúltera. Doña Mencia grita y pide auxilio pero la noche no es justa con ella. Sus gritos quedan confundidos con los truenos.

Don Diego apenas puede mantener el equilibrio, pero sus ensangrentados ojos están fijos en su esposa. Su mirada y su figura son la imagen de la muerte misma. Esta le pide clemencia y le ruega que le perdone. Las fuerzas de don Diego fallan y cae al suelo, desfallecido. Entonces su esposa le arrebata la espada y la arroja por la ventana. Es entonces cuando ve el cuerpo de un hombre tirado bajo la lluvia, muerto. Lanza un grito de terror. No lo suficientemente para fuerte como para ahogar el sonido de la noche, pero si para devolver la consciencia a su marido que, haciendo un esfuerzo más allá de lo humano, se incorpora. Ella quiere escapar, pero es tarde. Nota sus manos alrededor de su cuello. Quiere gritar, pero no puede. Siente como todo se desvanece. Su cuerpo, inerte, cae al suelo y se hace un silencio total.

A la mañana siguiente los vecinos descubren la espantosa escena. El cuerpo del tercer caballero yace muerto junto a la casa. Comprueban todos que el reguero de sangre entra en ella. Siguen el rastro y en la habitación descubren los dos cuerpos, el de don Diego y doña Mencia, en el suelo. Muertos. Ella con el rostro desencajado y los ojos todavía abiertos y horrorizados. Él con sus manos aferrado al cuello de ella. Con la misma fuerza con la que la había amado, la había matado. Ni la muerte era capaz de separarlos.

Ante aquella horrible visión, todos entienden aquel enigma que parecía indescifrable. Doña Mencia, aquella virtuosa y hermosa joven, salida de un convento de monjas, y de la que el conquistador y mujeriego don Diego se había enamorado y casado con ella era, en realidad, una mujer que engañaba a su marido aprovechando las ausencias de este cuando salía de caza o a la guerra. Hasta tres amantes se le conocían, los mismos que habían sido encontrados junto a su puerta. Estaba claro que don Diego se había enterado de las infidelidades de su esposa y había actuado en consecuencia. Y en aquella Salamanca de principios del siglo XVI, la única manera de lavar el honor perdido era con sangre, como la que ahora teñía la calle Bordadores. Don Diego había decidido comprobar por si mismo si los rumores sobre su esposa eran ciertos. Escondido en la negrura de la noche sorprendió a los amantes de su mujer y uno a uno los fue matando. Hasta que el tercero de ellos le devolvió una estocada mortal, aunque con el suficiente hálito de vida para terminar con su venganza. Desde entonces, aquella casa se la conoció como de las Muertes.

 

 

 

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