Durante algo más de una hora, Explorium nos va a permitir sumergirnos en un océano de luces y fantasía, llevar nuestra imaginación hasta conocer lo que se esconde bajo sus aguas y contemplar los seres fantásticos que habitan en ellas. Explorium rinde homenaje a la expedición marítima del siglo XVI, que inició Fernando Magallanes y finalizó Juan Sebastián Elcano, quienes se adentraron en una desconocida ruta en busca de nuevas tierras y nuevas experiencias. Y, como ellos, nosotros también viajaremos en un barco imaginario para descubrir sensaciones que nos harán vivir una mágica aventura.
Pero antes de iniciar nuestro camino contemplamos las tranquilas y azules aguas del océano. Sus aguas nos invitan a adentrarnos poco a poco en su mágico mundo y a ir descubriendo las sorpresas que nos aguardan. Estamos ante un paisaje onírico en el que las luces brillan al mismo compás de las estrellas, confundiendo el mundo marino y el celeste. Imaginamos a los antiguos navegantes cuando en alta mar miraban un horizonte en el que no había línea que separase ambos.
Divisamos desde la distancia la nave que nos ayudará a abrir nuestra imaginación. Una de las naves que surcaban los mares hacia lo desconocido, en busca de otros mundos, Y mientras imaginamos las mil aventuras que podemos vivir nos disponemos a viajar en él para descubrir esos mundos. Su mágica luz cambia a cada instante y hace volar nuestra imaginación hacia el infinito.
Y en nuestro luminoso barco nos hacemos a la mar y llegamos a un lugar donde las corrientes marinas nos enseñan de su importancia para la navegación. No era suficiente con conocer la ruta y orientarse con las estrellas del sol, sino encontrar la corriente adecuada, la que nos lleva a nuestro destino.
Y, en plena mar, encontramos las primeras olas que rompen la monotonía de a calma primigenia. Olas de luz, como un mágico túnel que no amenazan nuestra travesía, sino que nos saludan.
Como vimos antes, en la navegación era esencial orientarse con los astros. Y aprendemos un concepto marinero que en la antigüedad era esencial para navegar: la siziga, la cual es la conjunción u oposición de la luna con el sol y la Tierra y otros planetas. Y en la noche, las estrellas y la luna eran los guías para que nuestros marinos pudieran calcular la ubicación de la nave en el océano.
Nuestra imaginación se sumerge en las tranquilas aguas. Poco a poco primeras criaturas salen a nuestro encuentro. Son peces y caballitos de mar que juegan con la luz y cambian constantemente para adaptarse al medio y para enseñarnos que la luz es magia y nos proporciona la dimensión de las cosas y su forma. Y como ellos, nos mimetizamos en ese mundo submarino y aprendemos a movernos entre ellos.
Todo ello es pura magia en un lugar donde a luz cambia constantemente jugando con las formas y con la imaginación. Criaturas que no son lo que parecen, grandes y pequeñas, flotando en un tiempo y espacio indefinido y casi indefinible. Pero tranquilos, nuestra imaginación nos ayudará a descifrar lo desconocido.
Y de repente, oteamos en el horizonte una tormenta.
En la antigüedad, las tormentas eran las principales enemigas de los navegantes y ponían en peligro el futuro del viaje. Aquí, sin embargo nos dirigiremos hacia ella y nos arriesgaremos a ser envueltos por ella. La tormenta que encontramos en nuestro viaje es agradable y, según nos acercamos a ella, tenemos la sensación de entrar en un mundo tridimensional y muy luminoso.
Las formas cambian y sus diferentes efectos nos fascinan. La tormenta nos atrapa, como las antiguas tormentas atrapaban a los barcos. Pero aquí no hay peligro. Hay nuevas sensaciones.
Vamos dejando atrás la tormenta y mientras nos dirigimos a aguas más tranquilas nos fijamos en el alimento vital de los mares y de las criaturas que viven en sus aguas. Contemplamos como el paisaje se llena de diminutos puntos de color verde que se mueven aleatoriamente a merced de las criaturas que se alimentan de ellos. Es el plancton, moviéndose al vaivén de las olas y de las corrientes marinas, alimentando a los peces.
Y esos peces los encontramos en nuestro camino. Caminando junto a ellos tenemos la sensación de caminar por el fondo del mar. Enormes peces que se mueven junto a nosotros y que nos recuerdan la necesidad de proteger los mares y la naturaleza.
Y las aguas se vuelven tranquilas y nos permiten navegar con total sosiego. Ante nosotros las aguas reflejan miles de colores del cielo mientras la brisa nos trae consigo un aura musical que tranquiliza y alimenta nuestros sentidos.
Y es en este momento cuando encontramos ese elemento indispensable en toda carta náutica antigua y que servía para señalar el fin del océano y la puerta hacia lo desconocido. Ese punto lo señalaba el dibujo de un monstruo marino. Y sí, ante nosotros se levanta una enorme serpiente marina emergiendo del océano.
Pero hoy sabemos que todo aquello era parte de la mitología y las supersticiones propias de dar respuesta a lo desconocido. Hoy sabemos que el océano tiene fin y principio y que los monstruos marinos solo existían en la imaginación de aquellos valerosos navegantes. Y la que encontramos ahora sirve para mantener despierta nuestra imaginación.
Y esta nos lleva hasta las medusas, seres mágicos, de mágica forma y transparentes que utilizan la luz de la que parecen adueñarse en la oscuridad. Esta se adueña del lugar y solo la luz de las medusas nos orienta.
Como hipnotizados, nos movemos bajo las medusas a ritmo de su cambiante luz hasta llegar al final de la travesía: el túnel de luz que nos trasporta del mundo mágico al real. Llegamos al otro lado y recobramos la realidad.
Bueno, no tanto, llegamos a un mágico bosque de abetos que nos recuerda que estamos en Navidad, esa época del año en la que la imaginación y la magia nos transforman y nos hace regresar al tiempo en el que éramos niños.