Museo Lázaro Galdiano

Primera Parte

Gertrudis Fernández de Avellaneda. Federico  de Madrazo y Kuntz

El Museo Lázaro Galdiano es un museo que alberga unas 12.600 piezas reunidas por el editor el empresario, mecenas y editor José Lázaro Galdiano, quien al morir en 1947 donó al Estado español toda su colección privada, junto con su residencia en la madrileña calle Serrano, llamada Parque Florido, la cual es la sede del museo. El museo es un impresionante catálogo artístico de pinturas, dibujos, esculturas, figuras y objetos de todo tipo cuyo estudio es obligado para todos los interesados en las bellas artes. El presente trabajo es una pequeña muestra de esta colección y una presentación de las maravillas que atesora el museo. Sirva para ilustrar esta entrada el retrato de la escritora Gertrudis Fernández de Avellaneda, de Federico de Madrazo, el cual ilustra las entradas al museo.  La modelo, que contaba por entonces 43 años, está retratada hasta las rodillas sobre una butaca de terciopelo granate, con su pelo recogido en la nuca, oscuro y brillante, y con un tocado de flores y velo, todo ello acompañado de una serie de complementos y detalles que nos transmiten mucho sobre su personalidad, incluyendo una pequeña mancha sobre su mejilla derecha. Gertrudis Gómez de Avellaneda es una de las más grandes escritoras de la literatura española del siglo XIX. Llegada desde su Cuba natal, escribió su primera novela en 1839 en Sevilla. Fue víctima del ambiente de la época que no gustaba ver a una mujer triunfar en el mundo literario, lo que no evitó ser una de las personalidades más destacadas del Madrid isabelino y ser reconocido su trabajo en el Liceo Artístico y Literario.

El siguiente cuadro que se expone en este trabajo es el de David Teniers y que corresponde al Archiduque Leopoldo Guillermo visitando su estudio de Bruselas, un óleo sobre lienzo de mediados del siglo XVII, un cuadro que inicia la temática de Teniers de introducir varios cuadros en uno solo, técnica que fue utilizada posteriormente por otros pintores. 

El Archiduque Leopoldo Guillermo visitando su galería de pinturas en Bruselas. David David Teniers. Foto: J.A.Padilla

En el mismo, el archiduque Leopoldo Guillermo, gobernador de los Países Bajos, aparece en el centro de la composición con el sombrero puesto, retratado junto a parte de su  magnífica colección de pinturas y objetos artísticos que reunió en Bruselas. Junto a él cuatro caballeros, entre los que se encuentra el propio David Teniers, su pintor de corte. En realidad, escogemos este cuadro como ejemplo de la obsesión de José Lázaro Galdiano por el coleccionismo de obras de arte y que muy bien pudo componer un cuadro como el presente.

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Detalle. Foto: J.A. Padilla

Pero antes de introducirnos en su museo, conozcamos algunos aspectos importantes de la personalidad de su dueño.

Paisaje con contrabandistas. Eugenio Lucas Velázquez. Foto: J.A. Padilla

José Cecilio Lázaro Galdiano nació en la localidad navarra de Beira, cercana a Tafalla, el 30 de enero de 1862. Su padre fue Leoncio de Lázaro Garro y su madre, Manuela Gregoria de Galdiano Garcés de los Fayos, ambos pequeños terratenientes y muy católicos. Tanto, que don Leoncio tuvo la ocurrencia de poseer en su propia alcoba el ataúd en el que quería ser enterrado. La misma fe que le llevaba a realizar todos los años un particular vía crucis llevando una pesada cruz sobre sus hombros hasta el santuario de la Virgen de Ujue.

Carlos II y sus antepasados. Sebastián Herrera Barnuevo

José Cecilio Lázaro fue enviado por su padre a estudiar el bachillerato en los Escolapios de la localidad zaragozana de Sos del Rey Católico. Tras graduarse a la edad de 15 años, su tío, Esteban Galdiano, alcalde de Pamplona y director de la sucursal del  Banco de España de esa ciudad, lo llevó al banco para un trabajar como escribiente. Desde allí fue destinado a  Valladolid, donde el joven compatibilizó su trabajo con los estudios en la Facultad de Filosofía y Letras. Pero a José Lázaro no le gustaba su trabajo de banca y se sentía más atraído por la literatura, razón por la cual, y tras la publicación de algunos versos suyos en varias revistas, decide abandonar su trabajo y dedicarse a su vocación.

El triunfo del amor y de la belleza. Thomas Willeboirts

Aquel joven dotado de gran inteligencia, atractivo físico, ambición y sensibilidad artística se marcha a vivir a Barcelona, por aquel entonces vivero y centro de las bellas artes, además de poseer muchas posibilidades económicas, una ciudad donde la aristocracia y la burguesía catalana estaban íntimamente relacionadas en el desarrollo de la aquella Barcelona modernista de finales del siglo XIX.

Retrato de Carlos III. Antón Rafael Mengs

Aquel joven supo acercarse y relacionarse con ellos gracias a su simpatía y dotes dialécticas. Sus conferencias en el Ateneo, junto con su labor periodística en La Vanguardia, donde adquirió fama y reputación, fueron llaves que abrieron muchos salones importantes de entonces. Había asumido con determinación el axioma de “hacerse a si mismo” y no le faltaba determinación ni habilidad para hacerlo. Sin que se sepa mucho como empezó, el joven José Lázaro empezaba a moverse como pez en el agua en aquella sociedad burguesa. Empezaba a descubrir el arte como un medio de introducirse en aquel mundo, la mejor oportunidad para alguien que carecía de títulos nobiliarios. Aquello le llevó a ejercitar su afición favorita: el coleccionismo de antigüedades y bienes tangibles.

Su trabajo en la compañía naviera la Transatlántica fue para él una buena oportunidad de negocio al ser la encargada del transporte de soldados y avituallamiento a  Cuba, por entonces colonia española. Y, en el campo cultural, su amistad con Emilia Pardo Bazán y con el político Emilio Castelar, le ayudó en Madrid en poner en marcha la revista cultural  La España Moderna, que se convirtió en la mejor revista cultural de aquel tiempo, un proyecto que le obligó a venir a Madrid en 1888, trayendo como equipaje su ya incipiente fortuna y colección.

En Madrid hizo buenas relaciones gracias a su amistad con Cánovas del Castillo, lo que le relacionó con lo mejor de la sociedad. En 1898 termina la carrera de Derecho con treinta y seis años de edad. Su casa, por aquel entonces en la Cuesta de Santo Domingo núm. 16, era frecuentada por importantes personajes del mundo de la cultura y de la política. La fama de Lázaro subía al mismo ritmo que su fortuna. Viajaba por el mundo y se relacionaba con lo más granados empresarios y banqueros. Mientras, no perdía oportunidad de asistir a subastas y de adquirir obras de arte de todo tipo.

Fernando VII con la Orden del Toisón de Oro. Vicente López

En 1903, Lázaro se casa en la embajada española de Roma con la argentina Paula Florido, una dama muy rica que había enviudado anteriormente en tres ocasiones y que tenía tres hijos. Paula tenía 47 años y José 41 años. Lázaro se encargaría de administrar la fortuna de su esposa, proveniente principalmente de la explotación de haciendas agrícolas y ganaderas en Argentina, invirtiendo sus ganancias en empresas y en entidades bancarias, como el Banco Hispano Americano,  del que Lázaro fue uno de sus fundadores.

P1060303Crucifixión con la Dolorosa y Santos (Detalle). Escuela Italiana siglo XV. Foto: J.A. Padilla

Existe una anécdota en torno a la personalidad hedonista de Lázaro Galdiano. Cuando se dirigió a Argentina a visitar a la familia de su esposa, él era un personaje conocido en España, pero no al otro lado del Atlántico. Entonces, a modo de carta de presentación, pidió a su amigo, el escritor Miguel de Unamuno, que escribiera un artículo para el periódico argentino “La Nación” que elogiara su figura. Un panegírico sobre su vida y su obra que diera relevancia a su visita. Así, el 8 de agosto de 1909, el diario argentino publicaba el mencionado artículo en el que Unamuno reconocía el mecenazgo y la importancia que Lázaro Galdiano había tenido en su vida literaria y social española. Unamuno debía al empresario su ayuda en la publicación de sus primeras obras, siendo profesor de la Universidad de Salamanca. El escritor había sido un descubrimiento suyo.

Retrato de muchacha. Valeriano Dominguez Bécquer. Foto: J.A. Padilla

Además, su habilidad en el mundo de los negocios le ayudó a desenvolverse entre la importante actividad económica que se produjo durante el periodo de la Restauración borbónica que facilitó el retorno de capitales desde las colonias recién perdidas, con el proteccionismo nacionalista y con el negocio de guerra.

En realidad, su empresa editora era para Galdiano una plataforma que utilizaba para relacionarse con gente importante del mundo de la cultura, poco rentable económicamente, pero muy importante socialmente. Para darnos cuenta de la influencia que tenía la revista, solo hay que repasar los nombres de sus colaboradores. Los mencionados Miguel de Unamuno y Emilia Pardo Bazán, junto con otros escritores de la generación del 98, como Miguel de Echegaray, Armando Palacio Valdés, José Zorrilla, Leopoldo Alas “Clarín”, José Menéndez Pelayo y José Pérez Galdós entre otros, junto a políticos y filósofos como Giner de los Ríos, Rafael Altamira, Francisco Silvela, Pi y Margall y los ya también mencionados Emilio Castelar y Cánovas del Castillo. También se publicaron en la revista obras de escritores extranjeros, como Fiodor Dostoievsky, León Tolstoi, Máximo Gorki, Emilio Zola  y otros, que lo hicieron publicando en castellano. No cabía duda alguna sobre la influencia de una revista que se estuvo publicando hasta el año 1919.

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La comunión de Santa Teresa. Juan Martín Cabezalero. Foto: J.A. Padilla

Lázaro Galdiano era consciente de que la cultura era un importante instrumento de promoción social y que el coleccionismo de obras de arte y el mecenazgo era sus pilares fundamentales. Una tarea en la que Lazaro Galdiano no caminaba solo. Su esposa compartía con él esta afición, o pasión, por el coleccionismo y sus conocimientos del mercado de arte. La fortuna que compartían ambos les permitió la construcción de un palacete en una de las zonas más nobles de Madrid, en pleno barrio de Salamanca, en la calle Serrano, al que se denominó Villa Florido, en honor a su esposa.

En enero de 1904 se lleva a cabo el proyecto del palacio realizado por el afamado José Urioste, quien   finalmente no lo llevará a cabo por falta de acuerdo entre él y José Lázaro Galdiano, por lo que fue sustituido por Joaquín Kramer, el cual mantiene el proyecto anterior con las ideas propuestas por el editor. Pero el nuevo arquitecto abandonará el proyecto a causa de las exigencias de Lázaro y en 1906 se vuelve a cambiar de arquitecto, haciéndose cargo Francisco Borrás. El resultado final es un edificio de planta rectangular con un patio interior cubierto, pórtico en un extremo y una torre en el otro. La decoración interior es encargada a Manuel Castaños y Juan Vancell bajo la dirección y diseños de Francisco Borrás que impuso un estilo renacentista en la planta noble y un estilo Luis XVI en la primera.

Detalle de uno de los techos. Foto: J.A. Padilla

Aquel palacete ya empezó a convertirse en el museo que hoy conocemos, llenándose paulatinamente de obras de arte y objetos preciosos. El proyecto del palacete se iniciaba en 1904 y se terminó de construir en 1908.

Detalle de uno de los techos. Foto: J.A. Padilla

Entre 1906 y 1908, Eugenio Lucas Villamil se dedicó a la pintura de los techos de los salones principales del palacio, los cuales podemos hoy admirar en todo su esplendor. Todos ellos con motivos alegóricos protagonizados por dioses de la mitología clásica o artistas y personajes de la época, como el pintor Francisco de Goya, de que recopiló una extraordinaria colección de cuadros.

Detalle de uno de los techos. Foto: J.A. Padilla

Pero Lucas Villaamil está representado también en la colección de pintura del museo, del que ahora repasamos dos de sus obras: Capea en un pueblo y Torreón en ruinas.

Capea en un pueblo. Lucas Villaamil. Foto: J.A. Padilla

El primero de ellos describe la plazuela de un pueblo  donde tiene lugar una capea, en el momento en que un toro arremete contra un grupo de aficionados que intentan distraerle con sus capotes tras haber arrollado a algunos espontáneos, mientras los espectadores huyen a resguardarse. Al mismo tiempo, otros espectadores contemplan desde los balcones la escena. El segundo de ellos se titula Torreón en ruinas, que representa un torreón y castillo en ruinas, un paisaje que se completa con el fondo que parece amenazar tormenta y con un pueblo al fondo.

Torreón en ruinas. Eugenio Lucas Villaamil

Pero Villa Florido no solo poseía grandes obras de arte de grandes artistas, sino otros elementos que lo convertían en un edificio singular. Aquel  palacete contaba con luz eléctrica e, incluso, con un elemento desconocido en el Madrid de entonces: un ascensor que aun hoy se encuentra en funcionamiento. El precio de la construcción del mismo fue cerca de un millón de pesetas, una cifra exorbitante en aquella época.

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La tienda del anticuario Geniani. Luís Paret y Alcázar

Todo aquel que significaba algo en el Madrid social de la época tenía en Villa Florido una cita inexcusable. Villa Florido abrió sus salones a la influyente sociedad madrileña, ofreciendo continuas fiestas a la sociedad opulenta y ociosa de la Restauración Monárquica decadente.  Y todo aquel que significaba algo en aquella sociedad tenía en Villa Florido una cita inexcusable. La prensa daba cuenta en sus páginas sociales de aquellos actos sociales en los que se bebía champagne y se jugaba al bridge.

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Manuela González Velázquez tocando el piano. Zacarías González Velázquez

El mismo día de la inauguración del palacete, el 29 de mayo de 1908, se organizó gran fiesta a la que acudió la tía del rey Alfonso XIII e hija de Isabel II, la infanta María Eulalia de Borbón, acompañada de sus hijos.

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Doña Inés de Zúñiga, Marquesa de Monterrey. Juan Carreño de Miranda

La colección de obras de arte y objetos preciosos de todo tipo crecían al ritmo del nivel social de sus inquilinos. En 1913, la colección de pinturas se elevaba a casi 500 obras, a las que se unía las esculturas, medallas, libros, tapices, grabados y todo tipo de objetos de gran valor artístico, y económico. Cítese como ejemplo de esta obsesión coleccionista, la forma en el que Lázaro Galdiano consiguió la espada del conde de Tendilla que vio en una exposición. Sus poseedores no querían venderla y él la adquirió al ofrecer por ella 120.000 pesetas a unos marchantes de Múnich. Una fortuna en aquella época, pero nada comparado con el valor de poseer cualquier objeto de deseo para el que el precio es lo de menos.

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Los animales entrando en el Arca de Noé. Brueghel el Joven

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Detalle. Foto: J.A. Padilla

En estos términos, Lázaro Galdiano participa en las elecciones a diputado de Cortes de marzo de 1914 se presentó por Madrid por el partido liberal del Conde de Romanones, sin obtener escaño. Entre los años 1912 a 1918 fue miembro del Patronato del Museo del Prado y en 1924 pasa a pertenecer al Ateneo de Madrid. Se muestra un firme defensor del patrimonio artístico español y su labor de colección se centra, principalmente, en la recuperación de obras que habían salido de nuestras fronteras. Gracias a él, muchos objetos obras de arte regresaron a  España.

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Retrato de una joven dama. Sofonisba Anguissola

Pero Villa Florido poco a poco deja de ser el punto de referencia de la sociedad madrileña.  Algunos tristes hechos fueron minando la antigua alegría de la familia. En 1914 fallece Laura, la primera nieta de Paula Florido y se produce el divorcio de su hijo mayor. En 1916, también se produce el fallecimiento en plena juventud de su hijo Rodolfo. En 1929 Paula Florido de Lázaro hace su testamento designando heredero universal a su único hijo sobreviviente Juan Francisco Ibarra  y a su nieto Néstor, mientras lega Parque Florido a su esposo con todo su contenido.

P1060269Ana de Austria. Sánchez Coello. Foto: J.A.Padilla

Un año antes se había instaurado en España la II República. Lázaro Galdiano era por entonces consejero del Banco Hispano Americano y fue imputado, junto con otros, por delito de evasión de capitales. Para evitar la prisión tuvo que depositar una fianza de 14 millones de pesetas. En 1934 es amnistiado. Algo que ya no le preocupaba ya a Lázaro Galdiano, muy afectado por la muerte de su esposa en octubre de 1932 y que le sumió en un estado de reclusión social y tan solo obsesionado por el coleccionismo compulsivo. Cientos de piezas de piezas de colección, esculturas, cerámicas, cuadros y objetos de gran valor constituían un patrimonio de indudable valor. Como el cuadro, La sopa boba, de Leonardo Alenza, un cuadro costumbrista de la época romántica. Nos muestra como, a las puertas de un convento, un monje reparte comida a vagabundos  y tullidos que se arremolinan a su alrededor, mientras, en la distancia asoman una dama y un militar, que observan la escena. . El reparto de la «sopa boba» para pobres y mendigos a las puertas de los conventos  fue práctica tradicional de las órdenes monásticas mendicantes desde la Edad Media hasta la Desamortización de Mendizábal.

La sopa boba.  Foto: J.A. Padilla

Con su patrimonio a buen recaudo, durante la  Guerra Civil vivió, primero en París, y luego en Nueva York. Durante la guerra, muchas residencias de Madrid fueron abandonadas por sus propietarios, dejando en ellas aquellos objetos de arte que no pudieron llevarse en su huida. Durante el gobierno de la República, la UGT confisco el palacio Florido y lo convirtió en residencia de artistas jubilados republicanos. Las obras de arte fueron protegidas y trasladadas a Valencia por el Gobierno republicano.

Tertulianos en el café de Levante. Leonardo Alenza

Terminada la guerra, Lázaro Galdiano regresó a Madrid. Durante el régimen de Franco, el gobierno le devolvió el palacete y su patrimonio artístico. Por entonces, él vivía en el hotel Ritz. Falleció el 1 de diciembre de 1947, en Villa Florido, a los 85 años y, para evitar la dispersión de sus obras, lego todo su patrimonio al Estado español.

Autorretrato de Antonio María Esquivel

El catálogo artístico que Lázaro Galdiano donaba estaba compuesto por unas 12600 piezas de todos los géneros artísticos, muy centrado en el arte español, cuyo patrimonio luchó por mantener en España.

La Virgen del Pilar. Ramón Bayeu

Destaca su excelente pinacoteca con más de 750 pinturas, desde el Renacimiento hasta el Romanticismo, con una colección formada por artistas como: Goya, Velázquez, Claudio Coello, El Greco, Sánchez Coello, Ribera, Murillo, Zurbarán,  Carreño de Miranda, Leonardo Alenza, etc,  en la que se incluyen tablas góticas de gran valor artístico.

Inmaculada Concepción (Detalle). Claudio Coello. Foto: J.A. Padilla

De todos ellos podemos admirar hoy una extraordinaria colección. Como Claudio Coello y su cuadro  representando a la Inmaculada Concepción, uno más de los que realizó a lo largo e su obra. El expuesto en el  museo aparece la Virgen, de frente con los ojos mirando al cielo, su mano derecha sobre el pecho y la izquierda extendida hacia abajo, en una visión de la Virgen más sosegada y que otras que realizó el pintor.

San Bartolomé. José Ribera

En la colección también se incluye un retrato de San Bartolomé, de José Ribera, en la que el santo aparece de medio cuerpo, con el torso desnudo y con un cuchillo en la mano izquierda, que sostiene en alto, y la derecha sobre el pecho y con  la mirada fija en lo alto.

San Diego Alcalá. Francisco de Zurbarán. Foto: J.A. Padilla

En contraste con el anterior, venos el retrato, de algo más de medo cuerpo, de San Diego Alcalá, obra de Francisco de Zurbarán, con el hábito franciscano y las llaves de la portería del convento mientras sujeta con el hábito  las rosas del famoso milagro que las convirtió en los alimentos que, a escondidas, llevaba a los pobres. De este cuadro, como de otros muchos, se ignora su procedencia, si bien se sabe que José Lázaro Galdiano adquirió muchas obras de colecciones particulares o procedentes de las desamortizaciones del siglo XIX.

Los Reyes Católicos con Santa Elena y Santa Marta. Anónimo siglo XVI. Foto: J.A. Padilla

Finalizamos esta primera parte del presente trabajo con el cuadro Los Reyes Católicos con Santa Elena y Santa Marta, obra anónima atribuida al taller del Maestro de Manzanillo, de principios del siglo XVI. En el cuadro aparecen Santa Elena y Santa Bárbara subidas sobre un estrado con un angelito volante detrás de ellas, mientras, abajo, en primer término, aparecen arrodillados y orando los Reyes Católicos dirigiendo sus ojos hacia lo alto. Como hemos visto en el cuadro anterior de Zurbarán, o los que veremos posteriormente e El Bosco y Leonardo sa Vinci, en algunas ocasiones desconocemos  la procedencia de los cuadros adquiridos por Lázaro Galdiano lo que dificulta en algunas ocasiones, su autoría y su temática. En este cuadro vemos a los Reyes Católicos ataviados con vestidos propios de finales del siglo XV. La reina tocada con cofia, y cubierta con un manto sobre lambrequín de manguitos rajados que dejan ver la camisa bordada, mientras el rey va vestido con capa de paño sobre jubón y el pelo cortado con flequillo propio de la nobleza de la época, en forma similar a otras representaciones de ambos. Sin embargo, Lázaro Galdiano adquirió esta tabla junto  en una Iglesia de la provincia de Zamora y formaba parte de la puerta de un armario realizado por un carpintero, el cual le comentó que para encajar las puertas había tenido que cortar  la tabla, eliminando  dos coronas bajo las figuras de los reyes. Ello le llevó a Lázaro Galdiano a identificar a ambas figuras  como los Reyes Católicos, algo puesto en duda por estudios posteriores.

Los Reyes Católicos con Santa Elena y Santa Marta (Detalle). Foto: J.A. Padill

Segunda Parte

La colección de pintura incluye también obras de la escuela inglesa, como Constable, Ronney, Peter Lely, etc., así como de los primitivos artistas flamencos y alemanes, con obras tan importantes como Meditaciones de San Juan Bautista de El Bosco, donde el santo aparece vestido con un manto rojo apoyado en una roca y meditando con los ojos entrecerrados, al tiempo que señala al cordero, todo ello en un paisaje idílico.

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Meditaciones de San Juan Bautista. El Bosco

La colección del museo incluye otras dos obras atribuidas inicialmente a El Bosco, pero que posteriores estudios son atribuidas a discípulos suyos: La Coronación de Cristo, o Las injurias de Cristo, y La visión de Tondal. Del primero también existe otro óleo del siglo XV, una figura de marfil de 15,5 cm. de altura y un esmalte sobre cobre. El cuadro señala a cuadro sayones lanzando improperios a Cristo mientras le coronas de espinas.

La Coronación a Cristo oLas Injurias. El Bosco. Foto: J.A. Padilla

En cuanto a La Visión de Tondal, se trata de un óleo sobre tabla datado a finales del siglo XV. En el cuadro se aprecia, en su ángulo inferior izquierdo la inscripción en letras góticas Visio Tondali, que da nombre al cuadro bajo el caballero dormido en cuyo sueño aparece un ángel alado de aspecto semejante a los que pinta

El Bosco. La iconografía del cuadro recuerda a El Bosco, a quien sele atribuyó el cuadro originalmente. En el centro de la composición se aprecia  una gigantesca cabeza, idea renacentista que sitúa al ser humano en el centro del universo. En sus cuencas vacías se asoma una rata negra, símbolo medieval de la lujuria, transmisora de la peste, que aquí alude al sentimiento de culpa del hombre tras el pecado. Sobre su frente hay un paño blanco, representando  el sudario de Cristo que se sujeta en dos árboles que surgen de las orejas del hombre. En la cabeza descansa Eva con la serpiente enroscada al cuello y acomodándose en un cojín que le prepara un mono, símbolo de la inconstancia, la mentira y la diabólica soberbia, y que desatiende los consejos de la sabiduría encarnada por la lechuza. De la nariz del hombre salen monedas, en clara referencia al pecado de la avaricia, que caen a una cubeta en la que juegan mujeres y monjes desnudos,  personajes que simbolizan los pecados de la lujuria y la codicia, mientras otros pecados, como la gula y la ira  habitan en el interior de la  toca que está a la derecha, con la pereza, representada sobre ella.

La visión de Tondal. Anónimo. Foto: J.A. Padilla

Mientras, en el lado izquierdo de la tabla, encima de la figura del caballero dormido, sobre las figuras de Adán y Eva  vemos una figura femenina desnuda que rechaza a la vanidad, representada por una máscara grotesca con un espejo.

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La visión de Tondal (detalle). Foto: J.A.Padilla

También ha existido confusión en otro de los cuadros del museo, atribuido inicialmente a Leonardo da Vinci. Se trata una de las pinturas más importantes de la colección, el cuadro anónimo El Salvador adolescente, aunque luego se ha atribuido a uno de sus alumnos. En relación a este cuadro existe una curiosa anécdota.

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El Salvador adolescente. Anónimo

En 1899, viviendo en su piso de la Cuesta de Santo Domingo, es visitado por el poeta Rubén Darío, quien se queda impresionado al comparar la casa con un museo, especialmente por la pequeña tablita que Lázaro había comprado a un anticuario por ochocientas pesetas y que se consideraba la única pintura de Leonardo da Vinci en España.

El Aquelarre. Francisco de Goya

En donde no existe confusión alguna, ni sobre su procedencia ni sobre su autoría es en los cuadros de dos de los maestros más importantes de la historia de la pintura española, como son Francisco de Goya y Lucientes y Diego Velázquez, de lo cuales existe una importante colección en el museo. Probablemente, el cuadro más importante del museo sea El Aquelarre, de Goya. Se trata de uno de los pequeños cuadros, de apenas 43×30 cm., que pintó Francisco de Goya entre 1797 y 1798 para el palacio de los Duques de Osuna, situado en el parque de El Capricho, entonces a las afueras de Madrid, cerca del pueblo de Barajas.

El Aquelarre (Detalle). Foto: J.A. Padilla

El lienzo muestra un ritual de aquelarre, presidido por el demonio, aquí bajo la forma de Gran Cabrón, quien preside la composición. A su alrededor aparecen brujas ancianas y jóvenes que le dan niños con los que, según las supersticiones de la época, se alimentaba. En el cielo se ven animales nocturnos volando.

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La Era o El Verano. Francisco de Goya. Foto: J.A. Padilla

No hace falta decir mucho que José Lázaro Galdiano era un gran admirador de la obra de Goya, algo compartido por muchos amantes de la pintura, algo que le llevó a adquirir varias de sus pinturas. Como El Aquelarre, el cuadro titulado La Era o El Verano perteneció a los Duques de Osuna hasta 1896, siendo adquirido posteriormente por Lázaro Galdiano a un coleccionista particular en 1927. Se trata de una cuadro costumbrista que representa una escena dividida en varios grupos.

La Era (Detalle). Foto: J.A. Padilla

La escena que representa la obra se divide en varios grupos. En primer lugar, empezando desde la izquierda, vemos un grupo de cuatro hombres de pie, tres de ellos sirven vino y se ríen del cuarto que da síntomas de  embriaguez. A continuación otro grupo de tres personajes masculinos tumbados sonríen y comentan la escena descrita anteriormente.

La Era (Detalle). Foto: J.A. Padilla

Un  grupo de tres niños están situados sobre  el montón de heno uniendo a ambos grupos, mientras una madre,  en segundo plano, levanta las manos  ante el peligro de caída de los niños.

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Santa Isabel de Portugal curando las llagas a una enferma. Francisco de Goya. Foto: J.A. Padilla

El cuadro Santa Isabel de Portugal curando las llagas a una enferma representa a la reina de Portugal, una mujer muy devota que dedicó buena parte de su vida a promover la construcción de hospitales, albergues, escuelas y conventos, así como al cuidado de enfermos, ancianos y mendigos. La pintura presenta una escena interior cuyos protagonistas reciben una iluminación cenital desde una ventana situada a la izquierda del cuadro, en un claroscuro muy efectista que  crear una atmósfera cálida y sobrenatural. Representa un episodio de la vida de la santa aragonesa en el que curó de forma milagrosa las llagas de los pies de una mujer el día de Jueves Santo.

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San Hermenegildo en la prisión. Francisco de Goya. Foto: J.A. Padilla

La luz empleada en El milagro de Santa Isabel vuelve a ser utilizada por Goya en el cuadro titulado San Hermenegildo en la prisión. De nuevo desde una ventana situada a la izquierda del cuadro proporciona el claroscuro necesario para su observación. representa a este príncipe visigodo, hijo de Leovigildo y hermano de Recaredo, encarcelado en Tarragona. Hermenegildo fue hecho prisionero durante la guerra contra  su padre a raíz de su conversión al cristianismo. Hermenegildo fue martirizado para que abjurase de su fe y volviera al arrianismo, algo que rechazó el santo razón por la cual fue decapitado en el año 586. La escena lo muestra con armadura, manto de armiño y corona, en un calabozo, acosado por sus carceleros.

Magdalena penitente. Francisco de Goya. Foto: J.A.Padilla

Originalmente, el cuadro Magdalena penitente fue adquirido en subasta bajo el título de Retrato de mujer de medio cuerpo. El motivo es que Goya disimula los atributos propios de una santa, algo que resuelve al pintar una cruz en la zona sombría del cuadro, representada por apenas dos trazos negros que pasan desapercibidos. Esta cruz, así como el libro, la Biblia, apoyado sobre lo que parece ser una calavera nos da una pista sobre la verdadera personalidad de su protagonista, y representada anteriormente por el pintor italiano Correggio con los mismos atributos en actitud de lectora tranquila y desdramatizada, sin la actitud típica de aquellos que leen un texto sagrado. de poesía y sensualidad.

Las Brujas. Francisco de Goya. Foto: J.A. Padilla

Las Brujas también fue un cuadro que perteneció a los Duques de Osuna y adquirido posteriormente por Lázaro Galdiano en 1928. La  escena representa, de gran dramatismo y tintes terroríficos,  representa a un grupo de viejas brujas que atormentan a un asustado hombre de camisa blanca. Encima de sus cabezas una serie de animales nocturnos acompañan a un ser maligno que desciende de entre las sombras. Las cinco Brujas realizan distintas acciones, como leer un conjuro, hacer hechizos de vudú con un muñeco y una aguja o portar un cesto lleno de bebés que podrían haber sido robados de sus cunas.

El Padre José de la Canal. Francisco de Goya. Foto: J.A. Padilla

A finales del siglo XIX, antes de su boda con Paula Florido, la colección de Lázaro Galdiano ya figuraba ya entre las mejores de Madrid, y empezaba a causar la admiración de todos aquellos que la conocían. Uno de ellos, como hemos mencionado anteriormente, fue el poeta Rubén Darío, quien en 1899 visitó la casa de editor, quien quedó entusiasmado por la entonces colección y por la personalidad de su dueño.  En la colección ya existía por entonces el retrato del Padre José de la Canal, el cual formó parte de la exposición celebrada con motivo de la llegada a Madrid de los restos mortales del pintor en 1900, y que por entonces era conocido como «Retrato de anciano«. Posteriormente se dio  conocer la identidad del personaje, un prestigios historiador agustino de ideología liberal. El cuadro, que se encuentra en unas penosas condiciones de conservación, no oculta esa mirada inteligente y sonrisa amable.

Procesión de disciplinantes. Francisco de Goya. Foto: J.A. Padilla

El anterior cuadro corresponde a Procesión de disciplinantes, una obra que constituye una copia de otra similar existente en el Museo de Bellas Artes de San Fernando.  Aquí vemos a un grupo e disciplinantes, o penitentes, que pasen junto a al arco de un puente. Los dos flagelantes llevan el mismo atuendo que en la obra de la Academia, sin embargo esta vez caminan sin pasos ni imágenes mientras son observados por los fervorosos asistentes.

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Detalle. Foto: J.A. Padilla

La abundante sangre que recorre sus espaldas confiere a la escena el dramatismo que precisa Goya para reflejar el tormento asociado a estas celebraciones religiosas en las que los penitentes pagan con su sangre y dolor sus pecados. Además de los flagelantes hay un empalado y otro que carga pesadamente con la cruz a cuestas.  A la izquierda, una mujer cubierta con un velo contempla la escena con un gesto de horror, mientras la que está a su lado dirige la mirada hacia el espectador trasmitiendo su rechazo hacia el macabro espectáculo religioso.

Matrimonio desigual. Francisco de Goya. Foto: J.A. Padilla

Finalizamos el repaso de la obra de Francisco de Goya presente en el museo Lázaro Galdiano con el cuadro llamado Matrimonio desigual, en el que aparece una escena desarrollada en el interior de una iglesia con una pareja de novios arrodillada frente a un altar y junto a ellos, el sacerdote, en pie. En segundo plano y rodeando a los contrayentes, los asistentes que contemplan la ceremonia también arrodillados. El novio, de pelo cano y con pronunciada joroba, viste levita amarilla, mientras la novia va vestida de negro y cubre su cabeza con una mantilla blanca. La escena queda iluminada por un ventanal situad a la izquierda del cuadro. Goya critica en este cuadro las bodas de conveniencia tan frecuentes en el siglo XVIII motivadas por intereses económicos o sociales. Estos matrimonios fueron muy criticados por Francisco de Goya en «Los Caprichos» y por Leandro Fernández de Moratín, en su conocida obra «El sí de las niñas«. Un cuadro muy similar a este se encuentra en el Museo del Louvre con el título de «La boda del jorobado».

Luís de Góngora. Velázquez

En cuanto a otro de los grandes de la pintura española,  Diego Velázquez y Silva, existe en la colección del museo una importante representación que iniciamos con el retrato del poeta Luís de Góngora, uno de sus retratos más famosos y del cal existen otras dos copias conocidas, además de esta, una en el Museo del Prado y otra en el Museo de Bellas Artes de Boston. Velázquez proporciona a cuadro una luz que hace resaltar intensamente el rostro del protagonista. Este cuadro lo pintó Velázquez por encargo de su maestro y suegro Francisco Pacheco para un libro de retratos de personajes ilustres.

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Cabeza de mujer. Diego Velázquez. Foto: J.A. Padilla

Otro interesante cuadro velazqueños del museo es esta Cabeza de mujer. Interesante por su técnica y por su significado. Este cuadro no parecía ser un retrato, sino un estudio para formar parte de otro cuadro, tal y como e pensó al principio. También se llegó a pensar que pertenecía a la esposa del pinto, Juana Pacheco, pero la edad de la modelo es de bastante mayor que la de su esposa, por aquel entonces, de apenas 20 años.  Sea como fuere, el retrato de perfil que aparece tiene una gran expresividad.

P1060432San Francisco en éxtasis. El Greco. Foto: J.A. Padilla

Dos son los cuadros que podemos contemplar de Domenico Theocopuli, El Greco. El primero de ellos, San Francisco en éxtasis, corresponde a los primeros años de llegar a España. Forma parte de la serie de cuadro religiosos que El Greco realizó a lo largo de su vida y conserva los rasgos característicos de su obra. La luz del cuadro recoge  una atmósfera sobrenatural que, unida a la expresión del santo, refleja esa comunión entre el hombre y Dios.

No mi tangere. El Greco. Foto: J.A. Padilla

Por su parte, el lienzo llamado No mi tangere  formó parte del retablo de la iglesia parroquial del pueblo madrileño de Titulcia, dedicado a la Magdalena. En el mismo  Cristo se dirige a Magdalena que, llorosa, se vuelve hacia él, reconociéndole.

P1060433Santa Rosa de Lima. Murillo. Foto: J.A. Padilla

Continuamos con Bartolomé Esteban Murillo, en este caso el cuadro dedicado a Santa Rosa de Lima, en el que cuenta la aparición del Niño Jesús a Santa Rosa durante su oración, algo que sucedió en varias ocasiones. En una de estas apariciones, Jesús le dedicó la célebre frase Rosa Cordis Mei Tu Mihi Sponsa Esto (Rosa de mi corazón, yo te quiero por esposa).

Inmaculada Concepción
Inmaculada Concepción. Murillo.

Otro buen ejemplo de la pintura religiosa de Murillo es La Inmaculada Concepción, en la que aparece la Virgen  vestida con túnica de color carmín violáceo y manto azul oscuro, con las manos juntas sobre el pecho en gesto de oración y la cabeza levemente inclinada hacia su derecha. Bajo sus pies, aparecen  cabezas de querubines y la luna.

Capricho alegórico. La Avaricia. Eugenio Lucas Velázquez. Foto: J.A.Padilla

Lucas Velázquez pinta este óleo en 1852 como parte de una pequeña seria de tres tablas que representan escenas de brujería protagonizadas por diablos y personajes del clero, relativas  a pecados capitales. El cuadro que nos ocupa corresponde a La Avaricia. En el cuadro aparece sobre una mesa a un ser diabólico con alas y grandes orejas vestido con un hábito mientras sujeta una guadaña y señala a un personaje vestido de monje, con hábito blanco, sujetando dos grandes sacas seguramente llenas de monedas. Alrededor de los dos personajes se encuentran figuras relacionadas con la brujería. Por el suelo vemos esparcidos libros y un globo terráqueo que simbolizan la cultura y el conocimiento vencidas por la avaricia.

El sermón: ¡Estáis condenados!. Lucas Velázquez. Foto: J.A. Padilla

Otro lienzo correspondiente a Lucas Velázquez, con el título de El sermón: ¡Estáis condenados!, en el cual aparece, en el  interior de una iglesia, un sacerdote que desde el púlpito increpa a una penitente vestida de negro y arrodillada frente a él. El tono del sermón parece provocar a los asistentes al sermón, que huyen sobrecogidos ante las duras palabras del clérigo. Las figuras, incluyendo el propio clérigo, aparecen con rostros fantasmales.

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Virgen de la Merced. Zurbarán. Foto: J.A. Padilla

Otro gran pintor representado en la colección del museo es Francisco de Zurbarán, quien representa a la Virgen coronada de rosas, con el escudo de la Merced sobre el pecho y sentada sobre un trono de nubes. Sostiene en pie al Niño, vestido de blanco y abrazado  ella con el brazo izquierdo, mientras extiende el derecho en gesto de bendecir.

 
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Retrato de Lope de Vega. Eugenio Cajés. Foto: J.A. Padilla

Hemo visto unos cuadros antes el retrato del poeta Luís de Góngora, de Velázquez. El que observamos ahora es otro retrato, en este caso del Feliz Lope de Vega y Carpio, obra de Eugenio Cajés. Se aprecia la influencia de Velázquez en este cuadro. De busto, con hábito clerical, y la cruz de Malta, como le correspondía por ser caballero de esta orden, la cual es visible sobre su pecho y en una venera colgada al cuello.

Retrato de Cristina de Roncalli y Gaviria. Luís de Madrazo. Foto: J.A. Padilla

La dinastía Madrazo ha sido una de las más importantes de la pintura española. El Retrato de Cristina de Roncalli y Gaviria es un buen ejemplo de ello. Su autor, Luís de Madrazo, hermano de Federico e hijo de José Madrazo supuso la continuidad artística de la saga Madrazo. Aquí vemos a  la pequeña marquesa de Gaviria, con apenas sete años de edad, aparece vestida con el traje e cantinera del Regimiento de Granaderos de Infantería,  único puesto que una mujer podía ocupar en el ejército de la época. Era habitual disfrazar con uniformes militares a los niños en los bailes de máscaras, como en el presente retrato.

San Miguel Arcángel con dos donantes. Círculo de Juan Rius y Domingo Ram. Escuela aragonesa siglo XV. Foto: J.A. Padilla

Una de las obras más importantes del museo Lázaro Galdiano con este retablo del siglo XV que corresponde a la advocación de San Miguel arcángel y se inspira en el Apocalipsis: «Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él». Se representa a San Miguel vestido como los guerreros de la segunda mitad del siglo XV, con su armadura de metal dorado, espada y puñal en la cintura, y manto rojo forrado de azul con ribetes dorados.

Detalle. Foto: J.A. Padilla

Bajo los pies del Arcángel se encuentra el jefe de los ángeles rebeldes con figura de dragón maligno al que hiere en la cabeza con la lanza que tiene en su mano derecha. A un lado y otro del  arcángel se encuentran dos caballeros en actitud de orar que son los dos donantes de la obra. Visten a la moda del reinado de los Reyes Católicos, lo que indica una condición social elevada.

Virgen con el Niño y San Juanito. Erasmus Quellinus. Foto: J.A. Padilla

Alejado de ese tipo de obras apocalípticas de temática religiosa, encontramos varios cuadros dedicados a la Virgen con el Niño, tal y como hemos visto antes con el cuadro de Francisco de Zurbarán dedicado a la Virgen de la Merced. Vemos el cuadro del pintor flamenco Erasmus Quellinus de la Virgen con el Niño y San Juanito. Veamos otros dos otros de ellos, cuyo autor es el Maestro de Medias Figuras, un pintor anónimo flamenco de medidos del siglo XVI que trabajaban en cuadros de figuras femeninas hasta la cintura. Esas figuras femeninas son similares,  por lo que se piensa que  usó siempre la misma modelo.

Virgen con Niño. Maestro de Medias Figuras. Foto: J.A. Padil

Aquí vemos el cuadro Virgen con Niño que representa a la Virgen con  túnica verdosa y manto carmín, con el niño en su regazo a quien ofrece su pecho descubierto. El niño lleva en su mano izquierda una manzana.

Virgen leyendo con el Niño. Maestro de Medias Figuras. Foto: J.A. Padilla

En la Virgen leyendo con el Niño vemos a la Virgen sentada, vuelta a la derecha, dando de mamar al niño, sobre fondo oscuro mientras, a la derecha,  lee un libro abierto.

Tríptico del Nacimiento. García del Barco. Foto: J. A. Padilla

De la pintura religiosa existen grandes obras maestras recopiladas por Lázaro Galdiano, entre las cuales destaca este Tríptico del Nacimiento, del Maestro García del Barco. El tríptico representa la Natividad en tres escenas: el Nacimiento en la tabla central, la Anunciación a los Pastores en la tabla izquierda, y el Camino a Belén de los Reyes Magos en la derecha. En la tabla central, a la derecha y escala inferior, aparece el donante vestido de rojo, un religioso vinculado al convento de la Concepción, de donde procede la obra.

Tabla derecha del Tríptico. Foto: J.A. Padilla

En la tabla derecha se integran varias escenas relativas al anuncio a los Reyes Magos: el rezo en la cima relatado en la Leyenda Dorada y la visión del Anuncio. En la tabla de la izquierda se representa la Anunciación a los pastores.

Retrato de mujer. Federico de Madrazo y Kuntz. Foto: J.A. Padilla

Iniciábamos este trabajo con el retrato de Gertrudis Gómez de Avellaneda y terminaremos este repaso a la colección da la pintura del museo Lázaro Galdiano con otro cuadro del mismo autor que sea llamado Retrato de mujer al desconocerse la personalidad de la representada. El cuadro está fechado en 1863.

En cuanto a su biblioteca, hay que destacar numerosos incunables, como  incunable L´Antiquité Judaique de Flavio Josefo, del siglo XV, el Libro de horas de Giacomo Trivulcio, del mismo siglo, o el Tratado de la Pintura Sabia de fray Juan Ricci. Hay que incluir en esta extraordinaria colección lo grabados correspondientes a El sueño de Polifilo (Hypnerotomachia Poliphili)  de Francesco Colonna.

También son importantes las colecciones de esculturas y otras artes decorativas como esmaltes, marfiles, orfebrería, bronces antiguos y renacentistas, joyas, armaduras, muebles, cerámicas y cristalería. Todo un legado de una persona comprometida con el arte y la cultura.

Desde su inauguración en 1909 el palacio se ha ido adaptando a lo largo del tiempo al museo.  Entre 1945 y 1946, José Lázaro Galdiano fue recuperando aquellas obras que estaban durante la Guerra Civil sus obras artísticas, comenzando a reordenar el catálogo de su colección, dando ligar a la creación como museo en e año 1948. Villa Florido empezaba así a convertirse en museo. Y, para ello, se creaba la Fundación. Dos de las cuatro plantas del edificio, la  Baja y la Primera, eran totalmente reformadas. Luego, en 1958 se llevaba a cabo la segunda fase de esta transformación, ampliando la superficie del museo.  Tras crearse la Fundación José Lázaro Galdiano, la colección se presentó al público el 27 de enero de 1951 en las cuatro plantas de las que consta. Finalmente, entre 2001 y 2003 se realizaron las últimas reformas y el museo se reabrió al público en 2004.