San Saturio

Cuando nos dirigimos a la ermita de San Saturio a través del Paseo de los Enamorados que transcurre junto al río Duero y lo divisamos en lotananza, somos conscientes de que un halo mágico envuelve el entorno en el que se encuentra, consciencia que se inicia ya cuando atravesamos el antiguo monasterio templario de San Polo, a través del estrecho túnel. Y si antes hemos visitado el monasterio de San Juan del Duero, la sensación se hace toda una realidad. En efecto, los tres elementos religiosos constituyen toda una enorme fuente de leyendas.

 La ermita de San Saturio emerge en la pura roca junto al río y se asoma a este desafiando la ley de la gravedad. San Saturio, el patrón de Soria. Se ignora casi todo sobre este santo. Hasta el origen de su nombre, que algunos atribuyen a Saturno, el dios griego de la agricultura. Del santo soriano tan sólo se conserva algún recuerdo en un antiguo breviario de Tarazona donde se recopilan oraciones de San Prudencio, su discípulo y protagonista de una de las leyendas atribuida al santo.

 Cuenta la leyenda que  Saturio nació en el año 493  en el seno de una noble y adinerada familia visigoda. A la muerte de sus padres donó todos sus bienes a los pobres y optó por retirarse de toda compañía humana y vivir en soledad en un lugar apartado  para vivir santamente en oración permanente con Dios y el arcángel San Miguel y poder luchar contra las tentaciones eróticas que lo atormentaban. En las afueras de Soria encontró una gruta sobre una gran roca situada sobre el río Duero, en la llamada sierra de Peñalba. Allí, en la cueva, levantó una pequeña capilla para sus oraciones donde día y noche el eremita luchaba contra las tentaciones a las que lo sometía el diablo.  En ese lugar apartado y silencioso Saturio pasaba el día con escaso alimento y dedicado a la penitencia y a la oración. Un día de verano al mediodía, Saturio se sintió tentado por el demonio al sufrir nuevas alucinaciones carnales. No siendo suficiente con los rezos, se despojó de su escasa ropa y se arrojó desnudo sobre una mata de espinos y, a continuación, se acostó sobre unas matas de ortigas, que le dejaron todo su cuerpo lleno de irritantes llagas y dolorosas heridas. Pero, a pesar de su sufrimiento, las tentaciones continuaban, por lo que levantándose con dificultad, cogió las dos piedras más grandes que pudo encontrar y con, ellas, se golpeó con todas sus fuerzas en los testículos hasta dejarlos convertidos en una masa tumefacta y sanguinolenta, mientras invocaba a San Gabriel y le solicitaba su ayuda para luchar contra los padecimientos de la carne. Los gritos de dolor y los rezos despertaron la atención de un pastor que se encontraba con sus ovejas que pastaban junto al río. Aquel pastor, de origen hebreo y estudiosos de los textos religiosos, que respondía al nombre de Muriel se acercó al  maltrecho Saturio y tras escuchar sus lamentos, le dio de beber y le aconsejó que acabara con los tormentos y olvidara esos pensamientos buscando a Dios no con el sufrimiento, sino con la oración y el estudio de los textos sagrados. Después, ambos hombres rezaron juntos, para después seguir cada uno su camino. El uno, con las ovejas, con su familia; el otro, a su cueva, al encuentro de Dios.  


Siguió el sabio consejo del pastor y Saturio se olvidó completamente de las tentaciones y se dedicó a vivir en soledad siguiendo la palabra de Dios. Un día, mientras se encontraba en la entrada de la cueva, vio a un joven que intentaba cruzar el río Duero. La fuerte corriente del agua y la inseguridad del muchacho desaconsejaban tal acción, por lo que el eremita empezó a pedirle a gritos que no hiciera tal cosa.  Pero los gritos asustaron al muchacho, pero no lo desanimaron, por lo que se tiró al río. No parecía posible que el muchacho sobreviviera a la corriente, pero al contrario. Poco después apareció en la otra orilla y, ante la sorpresa de todos, no solo estaba sano y salvo, sino que ni tan siquiera el agua le había mojado. Después subió hasta la roca para pedir a Saturio su bendición y poder vivir a su lado el resto de su vida dedicado a la oración.  Y fue así que, durante siete años, ambos eremitas vivieron en compañía y en convivencia mutua entregada a Dios y apartados del mundo.  Cuando Saturio murió, Prudencio, que así se llamaba el joven, enterró su cuerpo en la cueva y regresó a su ciudad, la cercana Tarazona, donde llegó a ser obispo y siguió las enseñanzas de su maestro.

En otro milagro atribuido al santo se cuenta que un niño, llamado Romualdo Barranco, que se encontraba en la cueva, en la zona más alta en las dependencias del santo, asomado por una oquedad de la roca, cayó al vació y se precipitó a una muerte segura. Pero el manto del San Saturio lo recogió en el aire y lo depositó, sano y salvo, junto a la orilla del río Duero. Hoy, una ventana cubre la oquedad y una vidriera recuerda el milagro atribuido al santo.

Vidriera

Todos estos milagros atribuidos al Santo fue aumentando con el tiempo la devoción por él, hasta el punto de convertirse en el patrón de Soria, cuya festividad se conmemora cada 2 de octubre: ”Haga frío o calor, Santurio el día dos”.

Capilla de San Saturio

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