San Antonio de los Alemanes

Foto: J.A. Padilla

Felipe V la calificó como “la joya de la corona” y cuando entramos en esta iglesia sabemos por qué. Y es que su exterior no muestra apenas reclamo alguno que nos invite a entrar. Y, sin embargo, ninguna visita merece más la pena que la de esta iglesia, declarada en 1972 Monumento Histórico-Artístico Nacional. Su portada se adapta al chaflán que forman dos estrechas calles y solo destaca la pequeña escultura de San Antonio de Padua. Pero en su interior encontramos todo un universo de luz y color, una pequeña “capilla sixtina” inimaginable desde el exterior.

Foto: J.A. Padilla

Esta pequeña iglesia fue construida en 1624, tardándose nueve años en concluir las obras, siendo rey de España Felipe III, siendo consagrada a santo portugués San Antonio de Padua. La iglesia se construyó anexa al Hospital de los Portugueses, levantado también por Felipe III en 1606. Este hospital, y esta iglesia, estaban dedicado a los enfermos portugueses en un tiempo en que Portugal formaba parte de la Corona española, desde los tiempos de Felipe II, quien poseía derechos dinásticos sobre el país vecino.  Tras la segregación de Portugal y su independencia, la regente Mariana de Austria, segunda mujer de Felipe IV, cedió la iglesia en 1668 a la comunidad de católicos alemanes en la Corte, muy numerosa por aquel entonces y hospital y la iglesia a ellos, si bien conservó advocación del santo portugués. A partir de entonces se conoció como San Antonio de los Alemanes.  

Foto: J.A. Padilla

Tras la muerte de Carlos II, la Casa de Austria cedió la corona a los Borbones, siendo el nuevo rey Felipe V, quien se convirtió, en 1702, en el primer rey Borbón en España. Este cedió la custodia de la iglesia y del hospital a la Hermandad del Refugio, institución que prestaba ayuda a los necesitados que existían en Madrid en aquella época, misión que continúa ejerciendo en la actualidad. Por entonces, un sacerdote de la Hermandad y dos seglares, que formaban la llamada “Ronda del pan y huevo”, iban recorriendo las calles de Madrid buscando mendigos y necesitados a los que ofrecía agua, pan y un huevo.

Foto: J.A. Padilla

Una vez en su interior se abre ante nosotros ese pequeño, o gran, universo que, como hemos dicho antes, despierta nuestra admiración. Un universo formado por la planta circular de la iglesia y su cúpula ovalada que parecen ser todo uno. Los frescos cubren todo el interior de la iglesia desde el techo hasta el suelo.

Foto: J.A. Padilla

En el centro de la cúpula se representa el ascenso a los cielos del San Antonio de Padua, el cual aparece flanqueado por ángeles. Esta Apoteosis de San Antonio es obra de Juan Carreño de Miranda, pintor de cámara de Carlos II. El resto de frescos que aparecen en la cúpula son obra de Francisco Rizi, hijo de Antonio Rizi, quien pintó varios frescos en El Escorial. Se trata de Trampantojos cuyo fin es unificar ambos espacios. Entre las falsas columnas de Rizi podemos contemplar ocho santos, portugueses y españoles.

Foto: J.A. Padilla

Los muros curvos de la iglesia fueron pintados por el pintor italiano Luca Giordano, llamado también Lucas Jordán, quien trabajó también en El Escorial, en el Palacio real de Madrid y en el de Aranjuez. Estos frescos representan  milagros de San Antonio, y también retratos de reyes que combatieron las herejías, como el emperador Enrique de Alemania, San Luis de Francia o San Esteban de Hungría. Nicolás de la Cuadra pintó los retratos de algunos reyes españoles: desde Felipe III a Felipe V, además de las reinas María Ana de Neoburgo y María Luisa Gabriela de Saboya, enmarcados en marcos ovales muy del gusto barroco de la época, y ubicados en hornacinas.

Foto: J.A. Padilla

En el Retablo Mayor se encuentra la escultura de San Antonio con el Niño, obra de Manuel Pereira, y que data de 1765. Está rematada por un ángel que sujeta un escudo de España. En la cripta se hallan los restos de las infantas de Castilla: Berenguela, hija de Alfonso X el Sabio; y Violante de Aragón, y Constanza de Castilla que murió con 5 ó 6 años, hija de Fernando IV y Constanza de Portugal. Los restos de las infantas castellanas proceden del antiguo Convento de Santo Domingo, demolido en 1869.

Foto: J.A. Padilla

En la Sacristía se encuentra otra de las joyas de esta iglesia, un Cristo Crucificado atribuido a Alonso de Mena, del XVII.

Foto: J.A. Padilla

Es necesario sentarnos en un banco de la iglesia, lo más cercano al centro de la rotonda para admirar en todo su esplendor su contenido. En lo más alto de la iglesia, como si del cielo se tratara, aparece pintado San Antonio junto al Niño. El santo se apoya en una nube sujeta por angelotes alados. Un haz de luz divina cae sobre su cabeza.

Foto: J.A. Padilla

La Virgen y otros personajes celestiales habitan ese universo de gloria pintado en colores suaves. En el plano inferior nos fijamos en las hornacinas pintadas en trampantojo. Están sujetas por columnas salomónicas. Dentro de ellas se encuentran diferentes santos, vírgenes y mártires.

Foto: J.A. Padilla

En la parte baja, en las paredes de la nave ovalada se encuentran los frescos de Luca Giordano. El primer nivel de pinturas está compuesto por frescos dedicados a San Emerico de Hungría, San Luis Rey de Francia, San Enrique II del Sacro Imperio Germánico y su esposa Cunegunda, Santa Ediva de Wilton, San Fernando Rey de España, padre de Alfonso X El Sabio y San Hermenegildo, patrón de la monarquía.

Foto: J.A. Padilla

En el nivel superior de las paredes se representa  diferentes milagros realizados por San Antonio. El de la foto superior el milagro de unir el pie amputado de un hombre.

Foto: J.A. Padilla

O un asno participando en la Eucaristía, la predicación en Rimini ante los animales marinos, un niño recién nacido que señala a un hombre identificándolo como su padre o un difunto señalando a su asesino, son algunos de los hechos de la vida del santo representados por Giordano.

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

En el nivel superior de las paredes aparecen ángeles que vuelan sostenidos por sus alas dando una gran sensación de movimiento al conjunto. Llevan en sus manos un tapiz fino y alargado que sujetan entre todos y que da la vuelta al óvalo de la nave de la iglesia. Junto a los ángeles aparecen alegorías de las virtudes. Además de los frescos, hay en la iglesia varias pinturas al óleo de Giordano.

Foto: J.A. Padilla

Así, nos encontramos con una una iglesia sin parangón alguna. Un edificio singular que recoge en su interior una gran muestra de arte y de composición plástica que nos envuelve y nos introduce en su mundo. Una experiencia inolvidable.