Luís Candelas

 

Arco de Cuchilleros (Madrid)

El Arco de Cuchilleros es uno de los rincones más castizos y emblemáticos de Madrid. Su nombre lo debe a que en este lugar se estableció el gremio de artesanos de la cuchillería de Madrid, con sus tienda y talleres. Hoy, este arco que cierra una de las esquinas de la Plaza Mayor madrileña es un lugar típico en la que se encuentran varios restaurantes típicos de Madrid, de gran fama culinaria. Paro no solo los artesanos cuchilleros y los mesones han formado parte de la historia de este rincón de Madrid. La leyenda nos habla de un famoso bandolero madrileño que escogió este lugar como escondite de él y su banda: Luís Candelas.  Y es que esta zona es un buen lugar para el escondite ya que existen numerosas cuevas en todos estos locales. Pues bien, en una de las cuevas situadas bajo el número 1 del Arco de Cuchilleros, en aquel Madrid del siglo XIX del rey Fernando VII, el popular bandolero Luís Álvarez de Cobos, más conocido como Luís Candelas, tenía su cuartel general o, lo que es lo mismo, el lugar donde se ocultaba de la justicia, guardaba su botín y preparaba sus fechorías.

Para conocer la historia, convertida en leyenda, de Luís Candelas hay que remontarse al Madrid romántico, al Madrid cortesano del siglo XVII, una época convulsa y agitada con las tropas francesas del general Murat imponiendo su poder a sangre y fuego, en el término más literal. Un tiempo sombras, un escenario perfecto para emboscadas y bandidaje.

Luis Candelas es un personaje real que figura en la leyenda popular como un bandido bueno, de aquellos que robaba por necesidad pero que nunca manchó sus manos de sangre, aunque eso sí, a sus atribuladas víctimas les mostraba una generosa navaja a cambio de lo que llevara puesto. Lástima que sus víctimas no pudieran leer las posteriores biografías del bandolero y se quedaran más tranquilos.

La realidad es que Luís Candelas era un ladrón de poca monta que robaba a quien  podía. Un personaje insignificante en la España de Fernando VII donde la venta de reinos y monarquías al por mayor caracterizaba una época, donde el expolio, como botín de guerra, como desamortización o vaya usted a saber cualquier otro tipo de figura jurídica justificaba el robo al por mayor. Luis Candelas fue un grave problema público, un bandolero peligroso que utilizaba las estrechas y oscuras calles de Madrid que acabó víctima del garrote vil.

Para entender la triste muerte de Luis Candelas comenzaremos su biografía diciendo que nació en 1806, un año muy convulso en el que Fernando VII conspiraba con sus consejeros para quietarle la Corona de España a su propio padre, el triste Carlos IV, del que para saber algo sobre sus actos había que preguntar a su favorito, el odiado Manuel Godoy, que también enredaba por palacio. Todo ello con la atenta mirada del mismísimo Napoleón Bonaparte que buscaba la forma de enchufar a su hermano como rey de España. Así pues, aquel momento de conspiración y traición eran el mejor escenario para el bandidaje, De alto nivel palaciego y de bajo nivel callejero. En este último nos encaja el “bueno” de Luís Candelas.

Luis Candelas Cajigal fue el menor de los tres hijos de un carpintero del madrileño barrio de Lavapiés, concretamente de la calle del Calvario, y que pudo costar la educación de sus hijos en el colegio de San Isidro. Aquí el niño Luís ya demostró su carácter díscolo, cuando un día uno de sus maestros le dio una bofetada como castigo y él le respondió con dos, razón por la que fue expulsado. Así las cosas, a los trece años organizó una banda juvenil que se dedicaba al pillaje y al robo de pequeñas cosas.

Mientras, en el año 1814 regresa a Madrid Fernando VII el Deseado, tras la derrota francesa y la proclamación de la Constitución de Cádiz en la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid. Fernando VII, cuyo principal objetivo durante estos años había sido convertirse en familiar directo de Napoleón y le había pedido la mano de alguna sobrina, regresaba ahora en olor de multitudes. Como rey de escasa, por no decir nula, abjuró de su anterior juramento de la mencionada Constitución y la derogó, al tiempo que disolvía las Cortes y encarcelaba, como no, a los constitucionalistas liberales. Había decidido ser el monarca absoluto. Una situación que, como era de prever provocó continuos pronunciamientos militares, hasta que el 1 de enero de 1820 el general Riego proclama nuevamente la Constitución, lo que obliga a Fernando VII, a jurar de nuevo el 10 de marzo la Constitución, pronunciando aquellas palabras lapidarias: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Para un rey, cuya solidez de sus principios dependía de la situación, aquellas palabras apenas sirvieron para encabezar el titular de la prensa de aquel día, aunque eso sí, la conspiración para regresar al absolutismo duraría tres años, el llamado Trienio Liberal. Durante esta época liberal, el joven Luis Candelas, entre 16 y 18 años, es buen compañero de la noche, el juego y la juerga. Y por supuesto a las malas compañías. Empieza a cursas los estudios de bandido bajo las inestimables enseñanzas de refutados timadores y amigos de lo ajeno, de los que Candelas es su alumno más aventajado.

En 1823 se inicia la denominada Década Ominosa, es decir el final del Trienio Liberal y el regreso al peor de los absolutismos posibles. En este mismo año fallece el padre de Luís Candelas. Para entonces el incipiente bandolero ya ha dormido “bajo el ángel” o, lo que es lo mismo, en la cárcel. Las fechorías de Candelas, sin embargo, no es nada comparado con la situación que vive España. El general Riego, El Empecinado, el general Torrijos, Mariana Pineda, En 1824 se promulga un decreto que condena a muerte por gritar «Viva la Constitución”. En este clima de represión, conspiraciones y sociedades secretas, el joven Candelas es detenido por el robo de unos caballos, pero apenas un año en la cárcel de la Villa, siendo más tarde indultado. Se iniciará aquí un proceso de detenciones y posteriores indultos hasta que en 1827 se casa y se convierte en un funcionario de hacienda, lo que le lleva a viajar a varias ciudades.

Pero su vida de funcionario no le gusta y, tras separarse de su mujer, regresa a Madrid a su antigua carrera de bandido y comete un atraco, tras lo cual es detenido por la policía, y fichado, con apenas 21 años. La ficha policial describe los rasgos físicos de Candelas:  estatura regular, pelo negro, ojos del mismo color, boca grande y prominente de dientes iguales y blancos, y bien formado en todas sus partes.

Luís Candelas entra ya en la leyenda de aquel Madrid paraíso de los amigos de los ajeno, donde la luz del día no era obstáculo alguno, bien por la audacia de los ladrones o su impunidad. Un tiempo en el que era raro que los madrileños no hubiesen sido robados una o más veces, y donde los forasteros eran la víctima más cotizada. Aquel Madrid romántico de majas y manolos, de chisperos, aguadores, de las comidas campestres y corridas de toros y, también hay que decirlo, de las ejecuciones públicas en la plaza de la Cebada. El Madrid del “¡Trágala, Trágala! y el ¡Viva el Rey, viva la Inquisición! Años en los que la figura del bandolero forma parte del paisaje, y paisanaje, español. Antiguos guerrilleros contra los franceses que ahora continuaba en el medio rural asaltando a los viajeros. Como José María el Tempranillo, Curro Jiménez, y Juan Caballero entre otros. O como los urbanos, como Luís Candelas, que ya es conocido en los bajos fondos de la ciudad y ha convertido la cárcel en su segundo hogar del que además ha escapado varias veces.

Será precisamente tras una fuga cuando se hace pasar por un hacendista de Perú, de nombre Luís Álvarez Cobos, alquilando un piso en la calle Tudescos, cambiando su aspecto físico para pasar desapercibido. Durante el día es un acaudalado personaje que acude a los café más importantes de Madrid, como la Fontana de Oro o en Lorenzini, asiste a los toros y al teatro y se relaciona con la sociedad burguesa. Por la noche, se sumerge en el mundo oscuro, en el sentido más literal, de la delincuencia y acude a su campo de operaciones, la Plaza Mayor y aledaños, donde se reúne en las tabernas de peor fama con sus cómplices, en una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde castizo. Junto a su camarilla practica sus especialidades: la estafa, al carterismo, al atraco, al robo domiciliario, al asalto de tiendas, aunque, eso sí, haciendo honor a su divisa: sin derramamiento de sangre. Siempre que se sentía acosado se en las cuevas que hoy en día albergan el restaurante Las Cuevas de Luis Candelas, y conseguía escapar por los túneles subterráneos que existían y existen en el centro de Madrid.

luis-candelas-blog

A principios del mes de diciembre de 1829, Fernando II se casa por cuarta vez, con su sobrina María Cristina de Nápoles, una joven 22 años más joven que él. La boda se celebra en el palacio de Aranjuez con todo el boato propio de este tipo de celebraciones. Incluso los liberales celebraban esta boda, ya que la falta de descendencia del rey beneficiaba a su hermano Carlos María Isidro, lo que significaría que el absolutismo siguiera reinando en España. En aquel momento, Luís Candelas continuaba falsificando su personalidad y su apariencia para seguir delinquiendo, aunque con escaso éxito. En 1830 es nuevamente detenido y encarcelado en la cárcel de Santoña. Al año siguiente es detenido de nuevo y es conducido a la cárcel de la Corte de Madrid. En ese mismo año fallece su madre, dejándola una generosa herencia de 60.000 reales, pero ello no será razón para que un ladrón de vocación abandone su vida de delincuente, lo que llevará a ser detenido de nuevo. En la cárcel coincidirá con algunos liberales que han sido detenidos por orden del rey, entre ellos Salustiano Olózaga, a quien Candelas ayudará a escapar, de la horca y de la cárcel.

Así, se llegará a la muerte de Fernando VII y el ascenso al trono de su hija Isabel tras la publicación de un Decreto real que derogaba la Ley Sálica, la cual evitaba que una mujer pudiera reinar por si misma. Una decisión que provocará las posteriores Guerras Carlistas. Pero la niña Isabel es niña aún y tiene que ejercer la regencia su madre María Cristina, la cual intentará buscar el apoyo de los liberales e incluso negociar con las bandas de bandoleros, los cuales aceptarán la oferta de la regente de amnistía e indultos y, por obra y gracia real, se convertirán en miembros de las fuerzas de seguridad. No así, Luís Candelas, que en 1834 es detenido y condenado por fugarse nuevamente de la cárcel. En 1836 se produce una de sus condenas más largas: 10 años en la cárcel de La Gomera, de la que también logrará escaparse. De nuevo de regreso a Madrid, comenzará una serie de golpes, entre ellos el asalto al correo de Madrid-Salamanca, en el desvalija a todos los viajeros; o el robo en la casa de un presbítero; o el efectuado el 10 de febrero, en la casa de la modista de la reina, en el que se llevó una importante cantidad de dinero y joyas; o al mismísimo embajador de Francia. Tan importante fue el botín obtenido que la banda decidió dispersarse. Luís Candelas decide irse de España acompañado de una muchacha de buena familia de apenas 16 años con destino a Inglaterra y que ignoraba la identidad real de su prometido. Desde allí irían a América para iniciar una nueva vida, Pero antes, estando en Gijón, Luís Candelas revela su identidad a la muchacha. Cuando van a embarcar, ella se arrepiente y decide regresar a Madrid, por lo que ambos vuelven a la capital por separado. Una decisión fatal del bandido. Para una persona buscada en toda España y en plena batalla entre carlistas e isabelinos, aquel regreso era todo un reto al sentido común y a la prudencia, a pesar de sus disfraces y sus identidades falsas. En Olmedo, el 18 de julio es detenido en una posada por la policía y traído a Madrid. Su proceso será muy rápido y se le condena a morir ajusticiado en el garrote vil. Luis Candelas negará todas las acusaciones y cargos contra él, pero era inútil. La muerte es la última estación para un personaje que desde los 16 años se convirtió en un asiduo de las cárceles y prisiones de media España.

Solicitará un indulto a la Reina, arrepintiéndose de su vida y delitos, basándose en que sus manos no están manchadas de sangre y no ha dejado huérfanos ni viudas. Termina su carta declarándose liberal e isabelino. Pero la Reina no será sensible con su petición. Luís Candelas no es un personaje muy popular en aquel Madrid escenario de sus fechorías y en aquella España tan invertebrada. Antes de ser ajusticiado en un patíbulo levantado en la Plaza de la Cebada, Candelas pidió dirigirse a la multitud que asistía al acto. Sus últimas palabras fueron: «Adiós, patria mía. Sé feliz». Eran las 11 de la mañana el 6 de noviembre de 1837. Tenía 31 años.

 

 

 

eparaba sus robos.

http://www.historiarte.net/articulos/art004.html

Deja un comentario