Quinta de Vista Alegre: un paraiso recuperado

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Palacio Nuevo.

En el corazón del madrileño barrio de Carabanchel se encuentra un lugar inimaginable, aunque conocido por oídas por los habitantes de este barrio: La Quinta de Vista Alegre, uno de los jardines históricos más increíbles de la capital y que ahora, tras muchas décadas, se ha abierto a los madrileños para que estos puedan admirar y disfrutar de un lugar casi mágico. Un lugar que, entre unos hermosos jardines románticos, una ría, un cedro secular y otros elementos se encuentran dos palacios, unos baños reales y otros edificios absolutamente singulares.  Esta finca, o Quinta, se construyó en un momento en el que esta zona de Madrid estaba de moda para aristócratas y personas adineradas. Tal es así que el médico de Carlos IV, Higinio Antonio Llorente, construyó su casa en esta finca en 1802, cuando aquel llevaba en el trono cuatro años al suceder a Carlos III. Después, con los franceses invadiendo España, la finca fue vendida a un acomodado comerciante llamado Francisco Ignacio de Bringas, quien años después crearían un afamado jardín, conocido como Jardín de Apolo o de Bringas, situado en la calle de Fuencarral, en la manzana situada entre las calles Divino Pastor, San Andrés y Malasaña y que fueron abiertos en 1833 y en el que existían una gran mansión y un extenso jardín. Según cuentan las crónicas, la entrada costaba dos reales y era un parque muy frondoso, con flores, abundante arbolado frutal y de sombra, con glorietas y caminos laberínticos en los que se repartían estatuas, columnas, mesas y bancos y diversos juegos. Contaba además con teatro, café, pista de baile, fonda y merendero. Y a veces se ofrecían conciertos, espectáculos de variedades y fuegos artificiales. Quién sabe si el bueno de don Higinio pretendía en Vista Alegre crear un Xanadú y alguna circunstancia no le convenció para ello. No lo sabremos porque en 1823 vende la finca al matrimonio Pablo Cabrero y Josefa Martínez Arto, esta última dula de la Real Fábrica Platería de Artó, quienes una finca de recreo a la que llaman “Finca de Vista Alegre”, por las buenas vistas que desde ella se tenían. Era el comienza de un lugar de recreo y de historia….

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Foto: J.A. Padilla

En efecto, en aquel Madrid de principios del siglo XIX, Carabanchel era famoso por su clima, más fresco que el de la capital, lo que unido a su proximidad a la misma, atrajo a familias adineradas a construir en este lugar quintas residenciales y de recreo. Y entre ellas, la Finca, o Quinta, de Vista Alegre.

Así, pues, como decíamos, en 1823 el matrimonio formado por Pablo Cabrero y Josefa Martínez Arto compra esta finca con el fin de transformarla en un lugar de recreo, a la que llaman Finca de Vista Alegre, por los motivos expuestos. El propósito era celebrar en ella fiestas y celebraciones. Dos años después, el 28 de abril de 1825 fue inaugurada con gran éxito y, desde el principio, aquella finca se convirtió en el lugar de recreo y de ocio para los madrileños pudientes. Un lugar que permanecía abierto toda la primavera y verano y que se convirtió en el más importante centro de ocio de Madrid. Y así fue durante algunos años, ya que en 1831 este tipo de espacios perdieron popularidad y su alto coste de mantenimiento lo convertía en un negocio poco lucrativo.

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Foto: J.A. Padilla

La finca fue adquirida por el Ayuntamiento en 1829, fecha de la boda de Fernando VII con María Cristina de Borbón, y regalada por la Corporación madrileña a la reina como regalo de boda. Esta aprovechó el regalo para adquirir las propiedades colindantes, como el jardín para el recreo público abierto en 1825. Un año después, la finca fue ampliada nuevamente, cuando la reina adquiere unas casas con su huerta. Así se configura la Real Posesión de Vista Alegre, propiedad personal de la Reina María Cristina, que nunca perteneció al Patrimonio Real. El perímetro de la finca fue rodeado por una cerca de ladrillo con cuatro puertas de acceso. La principal de ellas es conocida como Puerta de Bella Vista, y se abría en la antigua carretera de Carabanchel a Leganés, aunque la más popular fue la Puerta de Madrid, con una espléndida reja de hierro fundido que comenzó a ser llamada “Puerta Bonita” y que dio nombre al barrio.

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Foto: J.A.Padilla

En la finca de Vista Alegre, dicen los historiadores, vivió la reina, casada en segundas nupcias con el capitán de la guardia de corps Fernando Muñoz, tras la muerte de Fernando VII, algunos de los años más felices de su vida. Incluso trasladó la corte temporalmente a Carabanchel por la aparición del cólera en Madrid.

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Palacio Viejo. Foto: J.A.Padilla

Aquí la reina construyó su paraíso particular. El casino que había construido sus anteriores propietarios fue transformado en palacio y, junto a él, la Estufa Grande. También levantó la casa de Bella Vista, destinada a exposición de aves disecadas y biblioteca; las casas Oficios, Caballerizas, de Vacas, la Capilla, la de Juegos, un Castillo  escondido en el bosque; o la Ría Navegable de 587 metros de longitud por 2,5 metros de profundidad con su isla, y su lago de 218 metros de perímetro con su cascada. Todo ello en medio y rodeado de un hermoso bosque formado por árboles, arbustos y plantas de todo tipo y que proporcionaban el verdor y frescor al lugar y para albergar juegos, como un laberinto vegetal.

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Foto: J.A.Padilla

El palacio poseía 37 habitaciones y, frente a él se abría una gran plaza rodeada con 10 estatuas de mármol que, al parecer, representaban a dioses griegos, muy del gusto de la época. Este palacio será conocido después como Palacio Viejo, al que se añadió un curioso baño circular, el Baño de la Reina, bajo una cúpula con linterna y un invernadero. Según se cuenta, en el Palacio Viejo había más de 900 cuadros repartidos en las habitaciones. La ampliación y mejoras de la finca terminarían en 1836, fecha en la que se rodea de una tapia de ladrillo con siete puertas. Se construirá un nuevo Palacio, o de verano, que se convertirá en la residencia oficial de María Cristina. La finca tenía cuatro puertas, una de ellas de hierro, la llamada Puerta Bonita y el resto eran de madera. También había cuatro fuentes, una de ellas de mármol con figuras de conchas, caballos y galápagos, muy del gusto de la época.

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Foto: J.A.Padilla

En esta Quinta de Vista Alegre vivió la regente María Cristina con su esposo, y en este idílico lugar encontró la paz y felicidad suficiente para hacer frente a los muchos avatares de su regencia y posterior reinado de su hija, Isabel II. Tan es así, que cuentan las crónicas que, durante su posterior exilio de París, se hacía llamar Marquesa de Vista Alegre. Y es que la Regente tuvo que partir hacia el exilio en octubre de 1840 dejando a Espartero en su lugar hasta que su hija Isabel cumpliera la edad suficiente para ejercer como Reina legítima, circunstancia que se produjo en noviembre de 1843.

Unos meses más tarde, en febrero de 1844, María Cristina regresa a España, pero ya no regresó a Vista Alegre, finca que había empezado un lento declive ante el abandono de su propietaria. La madre de la reina permanecerá tres años más en España. Durante ese tiempo se dedicará a administrar sus bienes y emprender nuevos negocios junto a su esposo.

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Será en este periodo de tiempo, en 1846, cuando María Cristina decide ceder la posesión de la finca de Vista Alegre a sus dos hijas, Isabel, ya como Isabel II y Luisa Fernanda, para que el Patrimonio Real se encargue de los gastos de mantenimiento. Al no ser posible la división de la quinta, se acuerda su cesión en favor de Luisa Fernanda y de quien se convertirá en su esposo ese mismo año, Antonio de Orleans, duque de Montpensier. Aquella cesión iba a ser el principio del fin para la quinta. Pero aquella donación era un regalo envenenado para los duques de Montpensier. Y no por María Cristina, precisamente. Antonio de Orleans, duque de Montpensier era hijo del rey Luís Felipe I de Francia y deseaba convertirse en rey consorte de España.

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Precisamente en otro lugar de Carabanchel, concretamente en la escuela de tiro de La Dehesa, tuvo lugar un suceso que supuso la caída en desgracia del duque y que fue conocido como el Duelo de Carabanchel.  Cuando tenía 22 años, su padre intentó casarlo con Isabel II, lo que le hubiera convertido en rey de España, algo que amenazaba a Inglaterra, que se dispuso a declarar la guerra a los dos países. Por tal motivo, se decidió que el duque de Montpensier se casara con la hermana pequeña de Isabel II, Luisa Fernanda de Borbón, mientras se acordaba el matrimonio de Isabel II con su primo Francisco de Asís de Borbón. El duque, sin embargo, aún ambicionaba convertirse en rey ante la ausencia de hijos de Isabel, ya que entonces la corona pasaría por tanto a la hermana de esta o a hijos que tenía con él. Sin embargo, Isabel II frustró la estrategia del duque teniendo hijos oficialmente legítimos, gracias a sus varios amantes.

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Tras la Revolución Gloriosa, Isabel II se ve obligada a abdicar y exiliarse. Dos pretendientes quisieron ganarse el trono vacío. Uno de ellos, el ya conocido duque de Montpensier, mientras el otro era Enrique de Borbón, nieto de Carlos IV, entre otros títulos nobiliarios. Entre ambos se llegó a una guerra sucia de libelos y acusaciones  que desembocó en un duelo entre ambos. En la España del siglo XIX era frecuente dirimir los litigios de honor en un duelo.  Aristócratas, ministros, diputados, militares, periodistas, escritores, etc. no dudaban en batirse para defender su dignidad. En Madrid, el duelo a pistola se practicaba en el salón de tiro del Círculo Militar o en la Escuela Nacional de Tiro de La Dehesa de Carabanchel , situado en un terreno de 139 hectáreas en las proximidades de la carretera de Extremadura, entre el actual barrio de la Fortuna y Cuatro Vientos. Y en este último lugar se produjo el duelo entre ambos pretendientes al trono de España, no solo para defender su honor, sino también para eliminar a un pretendiente a la corona.

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Los dos duques llegaron el 12 de marzo de 1870 vestidos con la reglamentaria levita negra, acompañados de sus padrinos respectivos. Esos habían acordado que el duelo sería a muerte y que los dos duelistas irían alternando sus disparos uno contra el otro hasta hacer blanco. Le tocó disparar primero al duque de Montpensier, que erró el tiro; también falló el duque de Sevilla en su turno. En otros duelos, el honor ya hubiera quedado resuelto, pero no en este. El duque de Montpensier hizo, pues, el tercer disparo, que impactó en la frente del duque de Sevilla, cayendo muerto.

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Pero aquel duelo y la consecuente muerte del duque de Sevilla, Enrique de Borbón, infante de España por nacimiento, suponía también la condena y muerte política del duque de Monspensier al derramar sangre real, lo que le inhabilitaba para cualquier posibilidad de reinar. Aquel duelo y su resultado se convirtio en un escándalo. Ni siquiera en aquella España en la que casi todo valía tenía cabida que un rey ganara su trono en un duelo de honor. El beneficiado sería Amadeo de Saboya, quien a la postre se convertirá en rey.

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Foto: J.A.Padilla

Volviendo a la historia, como es de suponer, las relaciones entre los duques de Montpensier y la reina Isabel fueron muy difíciles, hasta el punto de que el duque financió económica y políticamente, algunas de las algaradas contra Isabel II, entre ellas la mencionada Revolución Gloriosa de 1868 que supuso el destronamiento y posterior exilio de la Reina y todo lo que sucedió a continuación. Esta, sabedora de las intenciones del duque, no había permitido a este y su hermana instalarse en Madrid y tuvieron que hacerlo en Sevilla, lo que no evitó la conspiración.

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Palacio Nuevo.

Debido a ello, los duques deciden vender Vista Alegre en 1858 por dos millones y medio de reales al célebre banquero malagueño José de Salamanca, marqués de Salamanca, quien se propuso que la finca recuperara su antiguo esplendor. Mejora aún más los jardines y comienza a construir un nuevo palacio, cuyo proyecto se lo encarga a Narciso Pascual Colomer, el arquitecto de moda y de la mismísima reina Isabel II. El edificio, de planta rectangular simétrica, se desarrolla alrededor de tres patios, y la fachada. Destacan las seis columnas de granito que aún se pueden ver y que proceden de la galería diseñada por Isidro González Velázquez, el Arquitecto Mayor de Palacio en la época de Fernando VII, que rodeaba la Plaza de Oriente, una obra monumental que nunca llegó a terminarse debido a innumerables problemas económicos y que finalmente fue derribada.

Las deudas del marqués le obligo a vender su palacio de Madrid, situado en el Paseo de Recoletos, y convertir Vista Alegre en su residencia habitual hasta su fallecimiento, en 1883. Dadas las enormes deudas que dejó el marqués,  sus herederos cedieron en 1886 la finca al Estado quien lo reconvirtió en un gran recinto de establecimientos asistenciales y docentes de titularidad pública. En 1889 es inaugurado el complejo siendo rey Alfonso XIII, con apenas 3 años de edad al morir prematuramente su padre, y actuando como Regente, la Reina Madre, María Cristina de Borbón.

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Foto: J.A.Padilla

“Yo conozco bien a Vista Alegre…..

….razón por la cual, las descripciones las hago con la memoria puesta en la de Carabanchel….. Los árboles del prado los chopos de los costados, y los espesos bosques en los que se pierde la mirada por aquellos ámbitos, llaman la atención por su brillo,  por su frescura, y por el arte con el que se hace pompa su exuberante follaje” José Navarrete. En los montes de la Mancha. Libro Segundo. El Drama de Valle Alegre. Madrid 1879.

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Foto: J.A. Padilla

Un mural decorado con un inmenso trampantojo formado por muchas de las flores que luego iremos encontrando en nuestra visita nos saluda la entrada. Hoy, tras varios años de rehabilitación, es posible visitar la finca de Vista Alegre y admirar algunas de sus excelencias. Y estas palabras de José Navarrete sirven de saludo a nuestra visita.

Y desde aquí iniciamos nuestro camino y visitamos los edificios que forman parte de la Quinta.

Estufa Grande

Adosado al mural se encuentra el primer edifico del complejo: La Estufa Grande. Las estufas eran espacios aclimatados destinados al cultivo de plantas exóticas y se hicieron muy habituales en los jardines de estilo romántico que incluían flores que, de otra forma, no hubieran podido exhibirse. La Quinta llegó a tener hasta tres estufas: la Estufa Grande y otras dos más pequeñas.

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Estufa Grande.

La Estufa Grande es un edificio longitudinal dividido en dos partes iguales por una estancia circular, o rotonda, y que contenía en cada nava las plantas.

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Rotonda de la Estufa. Foto: J.A. Padilla

Baño de la Reina

Adosado a la Estufa encontramos el Baño. La bañera es una singular pieza de forma circular y escalones concéntricos, realizada en mármol color caramelo. El baño y la estancia utilizaban el mismo circuito de calor y vapor que la Estufa y que creaba el clima tropical idóneo para el cultivo de especies traídas desde otras latitudes. Junto al baño llegamos al Palacio Viejo.

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Baño de la Reina. Foto: J.A. Padilla

Palacio Viejo

Este palacio fue el centro social de la primitiva Finca. El edificio actual se levanta sobre la primitiva Casa de Baños y era un establecimiento de recreo que se convirtió en un lugar de ocio entre los madrileños. El edificio contaba con salas para el baño, casino, salones, y un jardín posterior donde disfrutar de la música y de los espectáculos al aire libre.  

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Palacio Viejo.

A principios del siglo XX, siendo ya la finca propiedad del Estado, el Palacio Viejo fue remodelado para albergar el Colegio de Huérfanas de Militares de la Unión.   Actualmente el Palacio es sede del Centro Regional de Innovación y Formación Las Acacias. Ante él se abría un frondoso jardín tipo romántico que proporcionaba el frescor necesario de los visitantes.

Galería

A continuación llegamos a la Galería. A mediados del siglo XX se amplió el Palacio Viejo, anexionándose el edificio de Bella Vista y construyéndose una galería para unir ambas construcciones.

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Palacio de Bellavista y Galería.

La Galería está formada por dos corredores en ángulo levantados sobre un soportal de columnas pareadas.

Casa de Bella Vista

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La casa de Bella Vista fue biblioteca y gabinete de ciencias y contaba con herbarios, colecciones de animales disecados, laboratorio e invernáculo propio. Tras la cesión de la finca al Estado se trasformó para acoger el Colegio de Ciegos de Santa Catalina.

Caballerizas

Las caballerizas, proyectadas por el arquitecto Pascual y Colomer, se levantaron para alojar a los animales de tiro y otras bestias de trabajo, como las mulas de las norias de la finca.

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Caballerizas. Foto: J.A. Padilla

Jardín y Plaza de las Estatuas

Ya lo mencionamos anteriormente. Situado frente al Palacio Viejo es un exquisito espacio de verdor y frescor formado por un conjunto extraordinariamente variado de jardines de sombra, geométricos, de plantas exóticas y ornamentales. El núcleo principal, al sureste del Palacio Viejo y la Estufa, es un “jardín romántico” de trazados sinuosos que posibilitaban la sorpresa y la sucesión de escenas.  El recorrido arrancaba en la plazoleta semicircular situada en el eje del Palacio Viejo, llamada de Las Estatuas por estar enmarcada por diez esculturas de mármol de las que solo se conservan sus pedestales.

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La Ría

El Jardín romántico estaba surcado de este a oeste por un río artificial navegable de casi un kilómetro de longitud, cuyos márgenes podían ser recorridos a pie. La Ría nace junto a la Plaza de las Estatuas en una montaña artificial de la que brota una cascada de agua. Su trazado sinuoso atravesaba la zona de juegos y el bosque, para desembocar en un estanque con una isla a la que se accedía desde las falúas de recreo.

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La Ría.

Palacio Nuevo

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Palacio Nuevo.  Foto: J.A. Padilla

El Palacio Nuevo o del marqués de Salamanca fue ordenado construir por la reina María Cristina en los terrenos adquiridos a los Cinco Gremios Mayores. Cuando el marqués de Salamanca adquirió la finca, las obras del palacio estaban sin completar y este nunca había sido habitado. Sí se encontraba terminado el pórtico, formado por las grandes columnas y concluida la decoración de la gran cúpula del vestíbulo, realizada por José Evaristo Pannuci.

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El arquitecto Pascual y Colomer continuó las obras con la creación de una nueva fachada hacia el jardín posterior y una gran escalera para acceder al Palacio desde el camino procedente de la nueva puerta, la famosa Puerta Bonita. En el interior, las estancias privadas y los grandes salones para albergar las pinturas y las obras de arte del marqués fueron completados por Federico Madrazo con pinturas de techos y paredes, e iluminados con las primeras luces eléctricas.  Otros espacios, como salón árabe, se decoraron según la tendencia de recrear ambientes exóticos tan de moda en la época.

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El palacio es magnífico y muestra al estilo y gusto por la época. El Palacio generó en torno a sí una serie de jardines, “El Parterre”, de estilo neoclásico y de trazados geométricos.

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Frente a la fachada principal del Palacio se sitúa El Parterre, configurado por setos que dibujan un jardín para ser visto desde el interior de las estancias palaciegas. Su trazado está organizado alrededor de tres fuentes circulares, una central más grande y dos laterales, diseñadas por Narciso Pascual y Colomer. La fuente central, de los Caballos, se adorna con un grupo escultórico de caballos rampantes, a los que debe su nombre. Por otra parte, el salón de entrada al palacio posee un óculo, inspirado en el Panteón de Roma, por donde la luz natural penetra y crea un singular efecto de luz.

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Cedro

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Cedro frente al palacio.

Frente al Palacio se encuentra este Cedro, incluido en el Catálogo Regional de la Comunidad de Madrid como “Árbol Singular” por su extraordinario tamaño.  con sus 5 metros de circunferencia y 35 metros de altura aproximada. Podría ser el cedro más antiguo de Madrid, dado que se habría plantado alrededor de 1800. El 12 de mayo de 1886 el fuerte ciclón que arrasó Madrid ocasionó graves daños en el arbolado de la finca, pero este cedro y un ciprés junto a la galería del Palacio Viejo apenas sufrieron daños.

Casa de Oficios

Este espacio arqueológico corresponde a una antigua fábrica de jabón, una de las muchas asentadas en Carabanchel y que surtían de este producto de limpieza a las lavanderas de la ribera del Manzanares. El edificio estaba dividido en almacenes, patios y tinajeros para contener aceites y otros elementos. Tras pasar propiedad real, este edificio se destinó a Casa de Oficios de la Quinta de Vista Alegre, para albergar al personal del servicio de la finca.

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«Los árboles del prado, los chopos de los costados y los espesos bosques en los que se pierden las miradas por aquellos ámbitos, llaman la atención por su brillo, por su frescura y por el arte con que hace pompa su exuberante follaje…». Así describía el escritor y militar José Navarrete, en 1879, la Finca de Vista Alegre en su obra teatral «El Drama de Valle-Alegre».