Cuadros malditos

A lo largo de la historia del arte, importantes y conocidos pintores han introducido en sus cuadros mensajes subliminales y ocultos en sus obras solo interpretables por personas iniciadas y estudiosos, pero difícil de descifrar para el público en general. Temas relacionados con la religión, el sexo o la homosexualidad representados por inocentes escenas bucólicas, retratos o escenas mitológicas que escondían conceptos que desafiaban los cánones religiosos o morales. En otras ocasiones, el mensaje que dejaban en sus cuadros era evidente y nada oculto, pero el desafío a los conceptos morales era el mismo, lo que convertía a estos cuadros en cuadros malditos o, cuando menos, poco o nada recomendables. En este trabajo vamos a analizar algunos de ellos, incluso muy conocidos, pero del que desconocemos su mensaje.

Sin duda alguna, Leonardo Da Vinci es uno de los genios más importantes de la humanidad, destacando en muchos campos de la ciencia y del arte. En sus pinturas escondió multitud de mensajes ocultos. Incluso en cuadros de temática religiosa, bajo encargo de la propia iglesia, Da Vinci desafió las leyes teológicas y místicas dejando para la posteridad sus propias teorías filosóficas. En aquel momento, sus mensajes no fueron interpretados, o no lo suficiente, pero estudios posteriores ha sacado a la luz los mismos. Veamos algunos ejemplos, divididos en dos capítulos, según la época de los cuadrod.

1.

La Virgen de las Rocas

Este cuadro de Leonardo Da Vinci fue pintado en 1486 y actualmente se encuentra en el Louvre. Representa a la Virgen María, al Niño Jesús y a San Juan Bautista acompañados por el arcángel Uriel en una cueva en medio del bosque. La Virgen de las Rocas recrea el encuentro entre San Juan Bautista y Jesús durante su huida de Egipto. Como San Juan Bautista era huérfano, Dios le asignó al arcángel Uriel como protector. Su encuentro tuvo lugar en una cueva, momento en el cual el arcángel Uriel pidió a María que acogiera a San Juan Bautista bajo su protección. Uriel ayuda a Juan el Bautista a sobrevivir la masacre ordenada por Herodes. San Juan Bautista destaca en la tabla, señalado por el arcángel Uriel y ubicado justo al lado de María. Se trata de un episodio incluido en los evangelios apócrifos, no reconocidos por la iglesia. Además, Da Vinci, que conocía estos evangelios, incluyó otros símbolos ocultos. El gesto de señalar con el dedo a Jesús le confiere protagonismo a Juan, que parece ser el elegido de Dios. Además, ninguno de los personajes del cuadro posee el típico aura que caracteriza a las personas sagradas. Da Vinci, sin embargo, se vio obligado a realizar otro cuadro con el mismo tema, hoy ubicado en la National Gallery. En el mismo, Juan ya no señala a Jesús y sobre los tres personajes aparece el aura.

Da Vinci pinta un paisaje espiritual, donde la roca de la cueva simboliza  la firmeza de Dios. El río y el agua simbolizan la pureza y también el bautismo y el agua de la palabra de Dios.

La última cena

Se trata de un mural de Leonardo Da Vinci pintado en 1497 para el convento de Santa Maria delle Grazie, en Milán. Como su nombre indica, representa el episodio de la última cena de Jesucristo, acompañado por sus doce seguidores. Es una escena que ha sido reflejada en muchos cuadros a lo largo de la historia, pero que Leonardo aporta varios aspectos que diferencia esta de las demás. Es un cuadro lleno de simbolismos. Situado en el centro de la escena, Jesucristo acaba de hablar a sus discípulos, anunciándoles al final que uno de ellos le va a traicionar, lo que provoca que los doce discípulos que lo acompañan comiencen una aireada discusión entre gestos de indignación, enfado y asombro, momento que refleja la escena. Para empezar, en la mesa no aparece el Santo Grial, el cáliz de la última cena. Pero, lo que ha dado fama a este mural es el mensaje oculto que esconde.

De nuevo, Da Vinci se basa en los evangelios apócrifos, que dicen que entre los discípulos se encontraba una mujer: María Magdalena, algo negado por la iglesia oficial. De hecho, María Magdalena era la preferida, por encima de Pedro, razón por la que aparece al lado de Jesús. Este tenía previsto que su sucesor fuera la propia María Magdalena, y que todo el poder recayera en ella. Una mujer, pues, sería la encargada de liderar la Iglesia y de portar la palabra de Dios. Ante esta noticia, el apóstol Pedro se llenó de envidia y rencor, ya que él esperaba ser el sucesor de Jesús. Por ello, Leonardo representa a Pedro enfadado y con un cuchillo en la mano y a María al lado de Jesucristo, vestida con las mismas ropas, de color azul y rojo. Ese mensaje, en la época de Leonardo, no se podría ni transmitir ni difundir, y aquel que defendiera que María Magdalena era la preferida por Jesucristo para dirigir la Iglesia podía ser acusado y condenado por herejía. Un mensaje que obligó a Leonardo a ocultarlo en su obra. En el cuadro, además, se interpreta que existe otra teoría herética, según la cual Jesús tenía un hermano gemelo, conocido como Tomás Dídimo, que significa “el gemelo”. Por ellos, Da Vinci pintó a Tomás con un aspecto tan parecido al de Jesús. Tampoco existe en el cuadro las típicas areolas que coronaban los personajes sagrados.

El jardín de las delicias

De la misma época es el pintor flamenco Jheronimus Bosch El Bosco, otro de los pintores más enigmáticos de la historia del arte. Sus cuadros estuvieron plagados de símbolos, y simbolismo, un un lenguaje crítico y difícil de interpretar. Y, entre los más famosos de sus cuadros es el conocido como El jardín de las delicias, todo un reto y un ejemplo de ese lenguaje encriptado del Bosco y toda una colección de personajes absurdos y extravagantes en situaciones grotescas y con escenas de una alta carga onírica, en una pura pesadilla que desnuda sus más profundas ideas sobre la moral, de una manera descarnada y abrumadora. El cuadro es un tríptico que representa el Paraiso, el pecado y el infierno en cada una de sus partes. El panel izquierdo, representa el Paraíso. Este no describe ni la creación de Eva de la costilla de Adán, ni el episodio de la tentación, ni la expulsión de ambos. Adán está despierto y Dios le está presentando a Eva, recién creada. Eva se encuentra arrodillada en el suelo y Dios la sujeta por la muñeca. Adán, semitumbado, mira a Eva. Junto al primer hombre y la primera mujer a la izquierda, aparece el Árbol de la vida, representado por un drago y, en un segundo plano a la derecha, el Árbol del bien y del mal, en este caso una palmera, también llamado el árbol de la ciencia, donde se enrolla la serpiente tentadora. Dado que en el siguiente panel se representa un mundo lujurioso, se ha interpretado esta tabla como el preludio de lo que después acontecerá. De una manera críptica, el pecado femenino se representa en los extraños bichos que se arrastran por la tierra o nadan por el agua, animales terrestres. El pecado masculino se representa por las alimañas que vuelan. El demonio está escondido en los estanques y las rocas que son la guarida de los espíritus malignos. Por ejemplo, en la fuente de la vida, vemos una estructura extraña con un orificio por el que asoma una lechuza, un símbolo de la malicia, A su derecha, una roca cuya forma es el rostro oculto del Diablo, del que surge la serpiente que se enrosca al Árbol de la fruta prohibida.

La tabla central es el Jardín de las delicias, propiamente dicho; un falso paraíso en el que la humanidad ya ha sucumbido al pecado, especialmente a la lujuria, y se dirige a su perdición. Decenas de símbolos diferentes, habitan este espacio angustioso en el que la locura se ha apoderado del mundo. Aparecen hombres y mujeres, blancos y negros, desnudos. Se muestran todo tipo de relaciones sexuales y escenas eróticas de todo tipo. La parte inferior de la tabla está dominada por numerosos personajes desnudos, en grupos o en parejas, junto con extrañas plantas, minerales y conchas o comiendo grandes frutos que simbolizan los placeres sexuales. Los animales de la izquierda, son símbolos de la lujuria. El agua de los estanques es putrefacta porque es fuente y origen de todos los males. En el centro de la tabla aparece un estanque rodeado de hombres desnudos, montados en animales reales o fantásticos, todos ellos también símbolos de la lujuria. Detrás hay otro estanque en el que flota un enorme globo gris azulado, utilizado para realizar  actos lascivos por parte de los personajes lujuriosos. También hay un río dividido en cuatro ramales que representan los cuatro ríos del paraíso terrenal.

Finalmente, el Infierno está representado por los  instrumentos musicales que podrían interpretarse como una asociación de la música con el pecado. Describe un mundo onírico, demoníaco, opresivo y de innumerables tormentos, en una escena tétrica y oscura que contrasta con la luminosidad de las otras dos tablas.​ La tabla se puede dividir en tres niveles. En el nivel superior se ve la típica imagen del infierno, con fuego y torturas. La atmósfera resulta totalmente demoníaca. El cuchillo unido a las dos orejas representa a un genital masculino, mientras que la gaita que un monstruo sostiene sobre la cabeza, femenino, o tal vez homosexual. En la parte central aparecen criaturas fantásticas, y cuya figura central en un «hombre-árbol», que mira directamente al espectador. Se ha interpretado que es el rostro del propio artista. Sobre su cabeza lleva un disco, en el que bailan pequeños monstruos. Sus brazos son como troncos de árbol y están descansando sobre barcas. Su tórax está abierto y hueco como una cáscara de huevo, y en su interior hay más seres extraños. Debajo de él, hay un lago helado, sobre el que patinan algunos condenados, mientras el hielo se resquebraja. En la Edad Media se consideraba el contraste entre el frío y el calor como una de las torturas del infierno. Destaca un personaje con cabeza de pájaro, sentado en una trona, con una olla en la cabeza y dos ánforas en los pies, que representa la gula. Podría ser Satanás tragándose a los condenados y defecándolos en un pozo negro en el que otros personajes vomitan inmundicias o defecan monedas. Esto último como alusión a la avaricia. Bajo el manto de Satanás, una mujer desnuda sujetada por un demonio es forzada a mirarse en un espejo colocado en las nalgas de otro demonio, aludiendo al pecado de la soberbia. Ya en el límite de la tabla, vemos a un hombre durmiendo junto a un demonio con grandes ojos, tal vez, como una alusión a sus pesadillas. A la derecha del hombre-árbol, un caballero es despedazado y devorado por una manada de perros demoníacos. En la parte inferior,  a la izquierda aparece un grupo de jugadores atormentados y torturados por demonios, todo lo cual alude a la lujuria, la pereza y la gula. A la derecha, se ve a un hombre abrazado por un cerdo con velo de monja, aludiendo a la lujuria y a la religión. Es indudable que el objetivo de El Bosco era mostrar que el pecado conduce al infierno y, por lo tanto, su obra, por encima de todo, contiene una fuerte carga moralizante, aunque muy difícil de entender por las mentes profanas de entonces.

La Extracción de la piedra de la locura

Muchos podrían ser los cuadros que podríamos incluir en esta serie, pero nos vamos a decidir por este cuadro que critica la estupidez humana. Se trata de una obra realizada entre el 1475 y 1480, que se encuentra en el Museo del Prado. En el mismo, El Bosco muestra la locura y la credulidad humana. Lo que se representa en La extracción de la piedra de la locura es una especie de operación quirúrgica que se realizaba durante la Edad Media, y que según los testimonios escritos sobre ella, consistía en la extirpación de una piedra que causaba la necedad del hombre. Se creía que los locos eran aquellos que tenían una piedra en la cabeza. Muestra a un falso doctor lleva un embudo en la cabeza, como símbolo de la estupidez, que extrae la piedra de la cabeza de un individuo que mira hacia nosotros. En realidad, lo que se le extrae es una flor, concretamente, un tulipán. La bolsa de dinero es atravesada por un puñal, como símbolo del engaño que está sufriendo. El Bosco realiza una crítica contra los que creen que saben todo pero que, en realidad, son víctimas de aquellos que se aprovechan de ellos. Aparte de los dos personajes principales, vemos a un fraile y una monja. Esta lleva un libro cerrado en la cabeza, que alude a la ignorancia y a la superstición. Por su parte, el fraile sostiene un cántaro de vino, lo que alude a los placeres. La leyenda que aparece escrita en el cuadro dice Meester snyt die Keye ras, myne name is lubbert das, que significa Maestro, extráigame la piedra, mi nombre es Lubber Das. Lubber Das era un personaje satírico de la literatura holandesa que representaba la estupidez. Una especie de Abundio.

Los proverbios flamencos es un cuadro  

Este cuadro fue pintada en 1559 por Pieter Bruegel el Viejo y que, aunque, en principio, nos pueda parecer una escena costumbrista en un pueblo de Flandes, existen varios elementos ocultos escondidos, o no tanto, en él. Concretamente, haciendo honor a su título, un centenar de proverbios. Su observación y búsqueda de cada uno de ellos son un reto para el espectador.

Mirándolo con detalle podemos ver a una persona pegarse contra un muro, o como un pez grande se come al chico, etc. En realidad, Bruegel pretende reflejar las debilidades y locuras humanas, todo ello de forma bastante clara y definida. Aparte de las mencionadas podemos buscar alusiones de nada contra la corriente, armado hasta los dientes, tener tartas en el tejado, etc, lo que supone un desafío para el espectador.

El cuadro también se conoce como la capa azul y hace referencia al hombre situado en el centro del mismo, a la que su esposa coloca una capa de este color. Ello significa que el hombre le era infiel, o bien que era, simplemente, un imbécil, según el lugar de donde proceda el proverbio. Aquí parece reflejar los segundo, ya que todas las escenas demuestras, como decimos, la estupidez humana. Algunos son conocidos y otros pertenecen al ámbito flamenco y son desconocidos para nosotros, pero todos ellos contienen un mensaje, o un refrán para nosotros, de índole moral o de comportamientos absurdos.

Los discípulos de Emaús

Este cuadro de Caravaggio de 1601 se encuentra en la National Gallery de Londres y esconde varios mensajes ocultos en forma de símbolos teológicos. Jesús se encuentra con dos de sus discípulos que iban camino de Emaús tras la Resurrección. Cuenta el episodio contenido en el evangelio de San Lucas, según el cual el mismo domingo de Resurrección se apareció Jesús a dos discípulos que se dirigían a Emaús, una aldea distante unos doce kilómetros de Jerusalén. Estos dos discípulos han oído lo que decían acerca del sepulcro vacío y de los ángeles que afirmaban que Jesús había resucitado. Pero ellos han abandonado Jerusalem sin dar crédito a ello. Jesús resucitado, como un viajero más, les dio alcance y se presentó ante ellos sin darse a conocer. Su sorpresa la encuentran cuadro aquel desconocido empieza a celebrar una eucaristía. El cuadro representa el momento en el Jesús que bendice el pan. Sobre la mesa, un plato con un pollo que simboliza la muerte. Cristo es representado como un joven imberbe de aspecto andrógino, de forma descrita en el Evangelio de San Marcos, que, en este episodio Jesús se presentó como una persona diferente al que se describe normalmente. Por ello, Caravaggio le ha describe como un joven, y no con la barba que se le supone tras su crucifixión. Los dos discípulos muestran interés y sorpresa. Cleofás se levanta de la silla y muestra en primer plano el codo doblado. Lleva ropas rotas. Por su parte, Santiago, vestido de peregrino con la concha sobre el pecho, hace con los brazos estirados la señal de la cruz. El cuarto personaje, el posadero contempla la escena con indiferencia y poco interés. El vino y el pan representan la eucaristía. La cesta de frutas contiene, además de los propios frutos, mucho simbolismo. La uva negra hace alusión a la muerte; la uva blanca, a la resurrección; las granadas, a la Pasión de Cristo y las manzanas, al pecado original. Pero, sin ninguna duda, el símbolo más importante de esta pintura se encuentra escondido bajo la cesta. La sombra de esta sobre la mesa tiene una forma de pez, un código secreto que utilizaban los primeros cristianos y que, probablemente, conocía Caravaggio.

Cristo resucitado

Considerada la obra maestra de Bartolomeo Suardi, llamado Bramantino por ser discípulo de Donato Bramante, este retrato de Cristo, de pie y de frente, se presenta de un modo muy distinto al de otros retratos sobre este tema. Este es un Cristo con un gesto poco triunfante, serio, casi derrotado y con las heridas de la pasión en sus manos y en el costado que tapa con su túnica. Se aprecia una gran precisión y realidad de la musculatura del protagonista. Al fondo, destaca la luna, que muestra, incluso, las manchas típicas del satélite, e ilumina el paisaje que incluye un palacio clásico y un río en el que navega una barca con dos hombres, simbolizando el mito griego de Caronte, el encargado por los dioses de cruzar las almas de los fallecidos al Más Allá.

Cristo, quien mira al espectador con los ojos enrojecidos, muestra el dolor y la angustia de su sufrimiento. No cabe duda que su imagen transmite al espectador su dolor. No existe aire de triunfo, como en otros cuadros sobre la Pasión, sino una continuación de la agonía recién sufrida.

Jesús entre los doctores

Alberto Durero fue uno de los artistas más famosos del renacimiento alemán y este cuadro, junto con su Autorretrato, fue uno de de los más importantes. Nos muestra un episodio de la infancia de Cristo incluido en el Nuevo Testamento, cuando Jesús tenía apenas 12 años de edad. La Virgen y San José han perdido  al Niño durante tres días de búsqueda. Lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, sorprendidos por su maestría. Estamos ante un cuadro en el que los ojos del espectador no saben fijar su mirada, ya que la referencia visual no se encuentra en el rostro de Jesús, sino en las manos entrelazadas. de uno de los rabinos y Jesús. En la obra, seis doctores rabinos que rodean a Jesús, contrastan la belleza y la fealdad, la juventud y la vejez, tratando algunos rasgos de forma caricaturesca. Por otra parte, el pintor emplea el arte de «hablar con las manos». Los rostros de los rabinos, en especial el que lleva la cofia contrastan su fealdad con la belleza de Jesús y su rostro inocente.  Existe, sin embargo, la teoría de que el rebino de rostro siniestro que coge las manos de Jesús es una representación del demonio. Su rostro se acerca mucho al de Jesús mientras intenta cogerle las manos en un intento de cuestionarle sus argumentos. Además, al representarlo de perfil tiene la intención de evitar el mal de ojo en el espectador, una superstición propia del Renacimiento.

Hagamos un repaso a los autores españoles clásicos que, más que introducir símbolos crípticos o mensajes ocultos, crearon obras con una interpretación difusa o de difícil comprensión.

Las Meninas

Empecemos con uno de los cuadros más famosos e importantes del arte español, pintado en 1656 por el pintor sevillano Diego Velázquez y que se encuentra en el Prado. La familia de Felipe IV, conocido como Las Meninas, en el que aparece pintado el propio pintor, es una de las obras maestras de la pintura española. Un cuadro que contiene varios elementos curiosos e intrigantes. En “Las Meninas”, los protagonistas del cuadro no son los reyes ni las infantas, sino, precisamente, las meninas, con sus vestidos y sus caras angelicales. Los elementos centrales del cuadro de Velázquez son los reyes, Fernando IV y su esposa Mariana de Austria, pero estos, curiosamente, se encuentran fuera del cuadro. En la pared final de la habitación se aprecia un espejo. Y allí se reflejan las figuras de los reyes, que están en el mismo lugar del observador del cuadro, es decir, fuera de él. Es decir, los que se suponen que son los protagonistas del cuadro, paradójicamente, se encuentran fuera del lienzo. Existen dudas si los reyes estaban posando o bien entran en la habitación También podría pensarse que los reyes entran en la habitación mientras Velázquez pinta el cuadro, lo que justificaría que los personajes miren hacia ellos de forma reverencial. Tanto la joven Margarita como una de las meninas están claramente mirando algo que acaba de pasar fuera del cuadro y que llama poderosamente su atención, como puede ser la entrada de los reyes a la habitación. En la disposición de los personajes también se aprecia un mensaje oculto. Uniendo los puntos de todas las cabezas se consigue una forma parecida a la de la constelación de Capricornio. Otros aseguran que el mensaje esconde la constelación Corona Borealis, cuya principal estrella es conocida como la Perla de la Corona, o Margarita Coronae. Según esta interpretación, Velázquez quería transmitir que la infanta Margarita era la joya de la Casa Real en aquellos momentos. Y puestos a especular sobre la composición de la pintura, se aprecia perfectamente que Velázquez mira fijamente al espectador, lo que convierte a este, en realidad, en el protagonista del cuadro. Sea como fuere, la contemplación del mismo es todo un reto.

Perro semihundido 

Vayamos a otro de los genios de la pintura española: Francisco de Goya y Lucientes. Su cuadro Perro semihundido fue pintado en la última etapa de su vida, viviendo enfermo y afectado por los desastres de la Guerra de Independencia, lo que le llevó a pintar pintó algunos cuadros llenos de misterio y significado, muy alejado de los cuadros realizados como pintor de cámara de la corte. En este cuadro nos muestra la cabeza de un perro mirando con ojos humanos hacia el cielo, donde reina el más absoluto vacío. La mayoría de los estudios coinciden en que esta pintura transmite la idea del desamparo, miedo, incertidumbre y soledad. Un cuadro vacío, en el que no parece haber nada. Tal vez el perro represente al hombre, a la sociedad misma. Su desamparo y soledad ante la guerra o las consecuencias de ella. Nadie parece salvar ni ayudar al perro que, impotente, mira al cielo implorando ayuda. Como el hombre mismo.

El Aquelarre

Este cuadro es uno de los más enigmático de Goya. Critica abiertamente la superchería y la ignorancia y no fue el único cuadro dedicado a este tema. En el centro de la escena, bajo la luz de la luna, se está llevando a cabo un ritual de brujería. El diablo, en forma de macho cabrío y tocado con unas hojas de vid, preside la escena rodeado de brujas. Ante él una mujer le ofrece a un recién nacido al mismo tiempo que una anciana tiene en sus brazos a un niño esquelético. De espaldas al macho cabrío otra mujer sostiene sobre su hombro una vara de la que penden fetos humanos. En segundo plano, se distingue un grupo de figuras femeninas cubiertas con túnicas blancas sobre cuyas cabezas vuelan murciélagos. Goya alude así a la tradición popular que creía que las brujas chupaban la sangre de los niños y se los ofrecían al diablo. La figura femenina recostada de espaldas en primer término esconde bajo su manto un niño del que solo podemos ver sus piernas. Como en otros cuadros de misma temática del pintor aragonés, la escena es tétrica y dramática.

Vuelo de brujas

Otro cuadro de gran simbolismo de Goya es este que fue un encargo para los duques de Osuna. En él vemos a tres brujas sujetando a un hombre mientras vuelan por el aire. El hombre está desnudo y tiene la cabeza echada hacia atrás y los brazos extendidos, a merced de las brujas. Las tres brujas parecen estar mordiendo o besando su cuerpo y están casi desnudas y solo usan faldas cortas y un sombrero de punta alta. En el suelo, debajo de las figuras voladoras, hay un hombre, vestido de negro, que camina cubierto por una sábana blanca que oculta su cabeza y rostro. A su lado, otro hombre yace boca abajo en el suelo con las manos tapándose los oídos. Cerca, parado un poco cuesta abajo a la derecha de la pintura, hay un burro. La escena se desarrolla sobre un fondo completamente oscuro, sin estrellas ni nubes y no se aprecia horizonte alguno. Goya incluye algunos símbolos que definen a los personajes. Los gorros de las brujas son los que formaban parte del uniforme que los acusados de brujería y condenados por la Inquisición. Las llamas ascendentes indican que las brujas voladoras no se arrepintieron y fueron condenadas a la hoguera. Otro símbolo oculto es la forma en que la figura que camina con la sábana y que lleva los dos pulgares levantados. Este era un gesto que se usaba para protegerse del mal de ojo. El burro es un símbolo de ignorancia. En realidad, este cuadro no es una crítica a la brujería en si, sino un ataque al poder de la iglesia y a la superstición del pueblo. más que como una crítica a la brujería en sí. El hombre desnudo, que está siendo torturado, es ignorado por las figuras de abajo, que representan al pueblo español, que permitió las cacerías de brujas y crueles castigos que la iglesia católica estaba llevando a cabo en nombre de la religión. La figura que se protege del mal representa la superstición, ya que trata de protegerse de algo que no puede ver. La figura en el suelo representa la ignorancia, ya que mira hacia el suelo para evitar ver y oír lo que sucede encima de él. El burro mira hacia ajeno a todo. Es la estupidez humana.

La Piedad

Este cuadro de José de Ribera se encuentra fechado y firmado sobre la piedra colocada en el ángulo inferior derecho: «Jusepe de Ribera español 1633», momento en el que el pintor gozaba de su mayor madurez artística. Esta Piedad sigue los cánones del pintor, en cuanto luz y técnica, lo que enfatiza la escena y el mensaje. Cristo yace mientras su cuerpo es sujetado por la Virgen. Su cuerpo muestra las heridas propias de la Pasión y el dolor. Un cuadro de temática religiosa que no parece contener símbolo oculto alguno. Ni mensaje subliminal.

Y, sin embargo, no es así. Observándolo muy detenidamente, podemos observar que entre los pliegues de la sábana bajo su brazo algo extraño. Un ojo. Un ojo que, a simple vista, no se puede, valga la redundancia, no se ve. José de Ribera pintó ahí ese ojo, sin que se conozca la razón de ello. Al parecer, el ojo fue descubierto de una forma casual por un vigilante del museo Thyssen, donde se encuentra depositado. Así, pues, la especulación se convierte en el único argumento sobre este curioso detalle. Para unos, se trata del ojo de Dios, que todo lo observa. Pero, su mirada seria y hasta misteriosa le identifica con que, en realidad, puede ser el ojo del diablo. En la tradición católica,  entre la crucifixión y la resurrección, el alma de Cristo viaja al infierno para liberar a las almas justas cautivas allí. Al encontrarse con el diablo, lo encadena y lo arroja al abismo y al fuego eterno.

Fabula

El Greco ha pasado a la historia como uno de los grandes pintores de la historia. Su técnica y temática es inigualable. Sus escenas místicas y religiosas contienen muchos elementos enigmático, pero ortodoxos con la religión oficial. Esta Fábula se aparta de su temática religiosa, pero conserva ese enigma misterioso de sus obras. Vemos tres personajes, entre ellos, un mono. Han sido varias las interpretaciones, pero se desconoce el fin esencial del mensaje del Greco. En el centro vemos una mujer que sostiene una yesca mientras enciende una vela. Se ha interpretado la yesca como el sexo de la mujer y la vela el sexo del hombre, por lo que la escena tiene un claro sentido sexual. El hombre de la derecha sonríe lascivamente mientras el mono representa el diablo, la tentación, que ayuda a la mujer a soplar la yesca para encender la vela. Es decir, se trata de relación entre el sexo y el pecado, lo que sí coincide con la filosofía pictórica del Greco.

El entierro del conde de Orgaz

No abandonamos al Greco, en este caso, con el que es su cuadro más famoso y que representa el entierro del conde de Orgaz. Si en el anterior nos describe la tentación ante el pecado, aquí el Greco nos describe un enigma existencial del hombre: la vida después de la muerte. Se trata de un gran óleo de 4,80 x 3,60 metros, pintado entre los años 1586 y 1588 para la iglesia para la iglesia de Santo Tomás de Toledo. ​ El cuadro representa como san Esteban y san Agustín bajaron del Cielo para enterrar a Gonzalo Ruiz de Toledo, conde de Orgaz, en la iglesia de Santo Tomé, debido a su vida ejemplar, devoción y obras de caridad durante su vida.

El cuadro representa las dos dimensiones de la existencia humana: abajo, la muerte; arriba, el cielo, la vida eterna. La zona superior representa el Juicio y el recibimiento en el Cielo del alma del conde de Orgaz. ​Describe el cielo, la vida feliz de los bienaventurados. Vemos a Jesucristo vestido de blanco, presidiendo el tribunas celeste como juez de vivos y muertos: Es el señor de la vida. A su derecha, el apóstol Pedro, jefe de su iglesia, a que abre las puertas del cielo para el alma del difunto. La madre de Jesucristo, la Virgen María, acoge maternalmente el alma del señor. Ella es la madre de todos. Los demás personajes son todos los bienaventurados que han seguido las leyes de Dios.

En la parte inferior, el centro lo ocupa el cadáver del conde fallecido, que va a ser depositado en su sepulcro. Para tan solemne ocasión han bajado dos santos del cielo: el obispo san Agustín y el diácono san Esteban, primer mártir de Cristo. En la tradición cristiana el cuerpo es enterrado, devuelto a la tierra de donde salió, a la espera de ser transfigurado por la resurrección final. En el entierro, dos personajes principales miran de frente, invitando a quienes observan a participar en el misterio. Se tratan del propio Greco y su hijo, quien señala con su dedo al personaje central y a su vez al infierno. Entre el cielo y la tierra, el alma inmortal del señor de Orgaz, representada como un feto, es llevada al cielo por un ángel, a través de una especie de vulva materna que le dará a luz a la vida eterna del cielo. La muerte aparece así como un parto, como un alumbramiento hacia la luz eterna.

Tentación de Cristo en el desierto

Juan de Flandes es un pintor que trabajó para la reina Isabel la Católica. Su técnica flamenca, por tanto, contrasta con la luz y los paisajes castellanos. Esta tabla representa un episodio del Antiguo Testamento, que narra la historia de Jesús, quien tras ser bautizado por san Juan Bautista, se fue al desierto de Judea para ayunar durante 40 días y 40 noches. Durante su ayuno, Jesús tiene hambre y se encuentra con Satanás, que le tienta tres veces. Vemos a Jesús, sentado, al que se le acerca el demonio vestido con hábito franciscano, pero fácilmente reconocible por sus cuernos y pies. Representa la primera tentación, cuando el diablo le pide que convierta en la piedra en pan y pueda saciar su hambre. La torres de la derecha representa la segunda tentación, cuando le pide a Jesús saltar desde lo más alto del templo para que los ángeles le salven de la caída. A la izquierda un monte. Es la tercera tentación, en la que Satanás y Jesús a lo más alto y el diablo dice que desde allí se observan todos los reinos del mundo y que se los dará a cambio de que se arrodille ante él. Jesús rechazará al diablo y, tras ello, unos ángeles le darán de comer y beber.

2.

Dejemos la pintura antiguo y repasemos varios ejemplos de cuadros malditos de la época moderna. Unos cuadros que, al contrario de los anteriores, no sufrieron censura ni amenaza alguna por parte de la inquisición o tribunal moral, pero si sufrieron rechazo por parte de una sociedad moralista que censuraba algunos temas considerados tabú, como el sexo, la prostitución o la homosexualidad. O la simple denuncia social admitida por esa sociedad.

Retrato del Papa Inocencio X de Velázquez

Para facilitar la transición entre la pintura clásica y la moderna, consideremos la oportunidad que nos brinda este cuadro de Francis Bacon de una versión del original pintado por Diego Velázquez dedicado al Papa Inocencio X y que está fechado en 1953. Francis Bacon demuestra en este cuadro su visión atormentada y desolada del ser humano, una actitud fruto de su difícil existencia. Su salud quebradiza, su alcoholismo y, sobre todo, la incomprensión de su padre por su homosexualidad le condujeron a su visión pesimista y crítica de la sociedad. Este retrato apocalíptico de Inocencio X es un buen ejemplo al representarlo como un ser fantasmagórico, grotesco y sin piernas, encerrado en una especie de «jaula» de rayas amarillas verticales.  La boca del personaje se encuentra totalmente abierta y sus dientes parece amenazarnos con un grito ensordecedor. Las líneas amarillas que rodean la figura forman el trono del Papa. La imagen borrosa es fantasmagórica, y parece más a un espíritu maligno que al jefe de la iglesia. En realidad, Bacon pretende, y consigue, retratar al poder de la iglesia y al poder mismo.

American Gothic

Para muchos críticos, este el cuadro, pintado por Grant Wood en 1930, es la obra cumple de la pintura norteamericana. Lo que puede parecer excesivo. Pero, tal vez su fama, aparte de su calidad pictórica se deba a la polémica que generó en su día. A pesar de que, probablemente, Grant Wood no pretendiera causar con ella tanto escándalo y comentarios. Se encuentra en el Instituto de Arte de Chicago, y a simple vista es un cuadro que transmite cierto misterio. El lienzo, esencialmente, muestra una pareja de granjeros en la América profunda y refleja su realidad social, su ambiente y una tradición basada en la superioridad y dominio del hombre sobre la mujer. Así, vemos a un hombre envejecido por la labor en el campo que sujeta una horca, mientras, a su lado, una mujer con la mirada fija en un punto fuera de la escena se mantiene erguida con una mueca inquietante. Ambos tienen un gesto serio.

No se sabe si son marido y mujer o padre e hija, pero parece claro que la mujer está sometida al hombre. Su ropa oscura, la posición en segundo plano y su gesto serio, asustado y sumiso parecen indicar que esa mujer no es libre ni feliz. Aunque Grant Wood quería representar los roles tradicionales del hombre y la mujer en el mundo rural americano, lo que ya de por sí creó controversia en su momento, existen dudas si lo que Wood pretendía con este cuadro era una denuncia al sistema patriarcal del mundo rural o un simple retrato de una pareja de granjeros. El hombre ocupa más espacio en el cuadro, y se sitúa en primer plano. Mira fijamente al espectador, con semblante de autoridad y protagonismo. Sujeta en su mano una horca, como instrumento de su condición o como símbolo de autoridad. La mujer, por el contrario, se encuentra en segundo plano, con la mirada perdida en el infinito. El pelo recogido como un símbolo de la voluntad y libertad reprimida y de puritarismo. Su delantal demuestra su dedicación a las tareas del hogar. Grant Wood fue criticado por esta obra, ya que muchos vieron un intento de ridiculizar a la gente del campo, mientras otros consideraron que aquella crítica al machismo era injusta.

Mujer ante el espejo

Toda pintura del pintor belga Paul Delvaux contiene un enigma o una angustia, protagonizada, a menudo, por figuras femeninas solitarias o sonámbulas rodeadas por oníricos escenarios de difícil interpretación. Los cuadros de Delvaux son oscuros y tristes y están protagonizados por mujeres hieráticas, inexpresivas y, generalmente, desnudas, ante ellas y ante todos, en su sentido más literal. El doble femenino de Delvaux, un arquetipo universal del dualismo y los opuestos, no incurre en la tensión, elude el conflicto, no busca polos ambivalentes, aparece más bien como rechazo de sí y huida silenciosa del hastío. El doble es alguien que no dirige gestos o palabras al otro. En la famosa Mujer ante el espejo las miradas no llegan a cruzarse. Mujer ante el espejo, pintado en 1936, contiene todos los elementos de la obra de Delvaux y ese mensaje misterioso. Representa a una mujer desnuda ante un espejo. El simbolismo del espejo ha tenido siempre un sentido, entre filosófico y alegórico, iniciado en la obra de Lewis Carrol, Alicia en el País de las Maravillas. El espejo nos devuelve nuestra imagen real, nuestros temores y nuestra conciencia. La joven del cuadro no mira al espejo, sino al vacío. Mientras la mujer reflejada sí le mira a ella enmarcada en un espejo rodeado por una banda de encaje, como si fuera una esfinge. Es decir, la imagen del espejo devuelve la realidad. Todo ello en una misteriosa cueva, cuya abertura tiene una forma fálica que añade más misterio al cuadro.

La mujer muerta

Edvard Munch ha sido el pintor de la angustia y la desesperación. El grito fue el más importante pero, desde luego, no el único. Este conocido como «La madre muerta» es otro de ellos. Tal vez la personalidad de Munch estuvo marcada cuando, siendo niño, se produjeron las muertes prematuras de su madre y su hermana Sophie a causa de la tuberculosis. Obras como La niña enfermaMuerte en la habitación y Madre muerta con niña son repeticiones obsesivas que demuestran el fuerte impacto que tuvieron las pérdidas ambas para el pintor. Este cuadro muestra una escena interior y ofrece de una amplia y vacía habitación de la moribunda. En primer plano, la niña vestida de rojo con cara de angustia es la hermana de Munch, Sophie, que tenía seis años en el momento de la muerte de su madre, a quien se ve en segundo plano, tras la niña, postrada sin vida en la cama. ​La niña aparece en primer plano, vuelta hacia el espectador, con los oídos tapados como si quisiera ponerse a salvo del dolor del silencioso grito del adiós, aunque su boca cerrada ahoga cualquier palabra, lo que aumenta su angustia. Al fondo, el resto de personajes deambulan por la habitación.

El almuerzo sobre la hierba 

Este es un cuadro al óleo de 208 cm de altura y 264,5 de largo, pintado por Édouard Manet en 1863, que se exhibe en el Museo de Orsay de París. Se da la circunstancia que este cuadro fue rechazado en el Salón de París por el escándalo que causaba una mujer desnuda almorzando despreocupadamente con dos hombres completamente vestidos, lo que ofendía a la moralidad de la época. El cuadro representa un almuerzo en un bosque, cerca de Argenteuil, donde discurre el Sena. La mujer desnuda mira directamente al espectador. Está sentada sobre una tela azul, probablemente una parte de las ropas que se ha quitado. Se da la circunstancia que el rostro de la mujer es de la modelo favorita de Manet, mientras el cuerpo es de su esposa. Los dos hombres son el hermano de Manet, Gustave y su futuro cuñado, el escultor holandés Ferdinand Leenhoff. El fondo del cuadro, una mujer ligeramente vestida vadea la corriente. La modelo se convertirá, más tarde, en la esposa de Émile Zola, Alexandrine Zola.Sin embargo, la moral de la sociedad decimonónica parisina obvió que Manet, en realidad, se había inspirado en un cuadro de Tiziano pintado en el siglo XVI titulado Concierto campestre. Manet se había sentido fascinado por el mismo y no dudó de hacer una versión sobre él. En el cuadro de Tiziano también aparecen dos hombres jóvenes sentados en la hierba que están vestidos junto a dos mujeres desnudas, en una alegoría sobre la música y la poesía. Sin embargo, este cuadro no supuso rechazo alguno pese a mezclar mujeres desnudos y hombres vestidos. Este, sin embargo, sí. 

En este trabajo sobre cuadros escandalosos o con mensajes ocultos no puede faltar el pintor francés Gustave Courbet, quien, sabedor de su fama,  afirmaba que «si dejo de escandalizar, dejo de existir».  Su realismo se hace patente en sus desnudos femeninos, al plasmar mujeres más carnales y convencionales, e incluir el vello púbico, que habitualmente se omitía en los desnudos, digamos, más “académicos”. Son varios los cuadros que causaron escándalo, en mayor o menor medida. Uno de ellos fue “El origen del mundo”, el cual, junto con  Otras obras con Las bañistas, o El sueño, sin olvidar el “Taller del pintor”.  

El taller del pintor

Empecemos por este último: “El taller del pintor”, un cuadro que fue calificado de “obsceno”. Veamos por qué. Muestra el taller del pintor y que sirve a Courbet, además, para hacer su autorretrato. Él aparece en el centro pintando algo en apariencia ajeno a todo lo que ocurre en la escena del taller. Entre la treintena de figuras que el pintor nos muestra destaca la mujer desnuda de piel clara que se encuentra de pie al lado del pintor. Esta mujer es el centro de todas las miradas, al contrario de lo que ocurre con la otra figura desnuda del cuadro, un hombre que, colgado como si fuese un santo mártir o un Cristo, se encuentra detrás, entre las sombras. Estos dos desnudos no son casualidad. El hombre de la penumbra es un maniquí que simboliza la tradición académica que tanto rechazaba Courbet, pues la consideraba alejada de la realidad política y social. Por el contrario, la mujer desnuda es la realidad misma, que la muestra desnuda y plena. Courbet consideraba que el arte debía ser libre sin estar sometido a imposiciones estilísticas y temáticas de la academia, que dependía  del poder político y económico. Ser fiel a la realidad era la cuestión indispensable para ser libre.  Así,  el joven que se encuentra arrodillado a la derecha de la modelo muestra, está arrodillado ante la realidad tal y como es, en toda su desnudez y en toda su belleza. Por eso, el maniquí del fondo se encuentra en el mundo de las sombras. En el cuadro, además, muestra gente de todo tipo. Y es que para el pintor francés aquellas gentes que las artes académicas consideraban indignas de retratar, como los obreros, los tullidos y mendigos y demás personajes  similares forman parte de la historia, siendo colocados a la izquierda del cuadro. En el lado contrario, el derecho, aparecen amigos o compañeros de Courbet, y representan la historia misma y las ideas que la construye. Conviene recordar que estamos en el París de 1848.

Volviendo a la izquierda del cuadro, el hombre sentado con los perros, que dicen representar a Napoleón III,  es un cazador, y tras él podemos ver a un comerciante enseñando su mercancía, un tentador, alguien que se aprovechaba de los pobres, el capitalismo. Frente a este, se aprecia un hombre con los brazos cruzados que no parecer dejarse convencer por aquel. Representa a la clase obrera, quienes, a pesar de estar explotados y oprimidos, muestra desinterés, y hasta cierta superioridad respecto al tentador. A la derecha del cuadro aparecen intelectuales como el escritor Pedro José Proudhon, que aparece en la mitad derecha del lienzo, al lado Máximo Buchon, con sus lentes de níquel y calvicie. Otro de los intelectuales que vemos a la derecha del cuadro, sentado, es Baudelaire, que aparece como abstraído de lo que ocurre a su alrededor. En el fondo se aprecia un personaje femenino mirándose en un espejo. Se trata de Jeanne Duval, amante del pintor.   El niño y la mujer desnuda representan aquellos que ven la realidad tal cual, de forma inocente y sin atender a cuestiones sociales. Las normas morales de este tiempo  no se querían ver en un lienzo, o en la realidad, a niños mendigos ni mujeres en actitud inmoral, como la mujer desnuda o la que está amamantando a su hijo de la mitad izquierda que da el pecho a un bebé. Courbet se rebela ante estas normas y valores burgueses. Como se ve, el cuadro era todo un tratado de rebeldía social. Muy provocador.  

El origen del mundo

Claro que para escandaloso este cuadro de Courbet: “El origen del mundo”, obra realizada en 1866, donada al Estado francés en 1981 pero almacenada hasta 1995, donde forma parte de la colección del Museo de Orsay de París. Representa, explícitamente, el sexo y el vientre de una mujer, tumbada sobre una cama, al natural. El espectador no puede ver más allá de los muslos y el pecho de la modelo. Esta obra se encuentra muy alejada de los códigos hasta entonces vigentes, que representaban el cuerpo desnudo de una mujer en escenas mitológicas u oníricas. Pero, el revolucionario Courbet rechazaba los desnudos lisos, y los cánones de la pintura académica. Y aunque el cuadro llegó a considerarse  pornográfico, el cuadro no representa erotismo ni pornografía alguna, sino el sexo y el vientre de una mujer, guardianes del secreto de la concepción y de la vida y, en consecuencia, del origen del mundo, al que hace alusión su titulo. Una curiosidad.

El sueño

El siguiente es un peldaño más en el escalafón escandaloso de Courbet. Si con el «Origen del mundo» la sociedad se escandalizaba en grado máximo este «El sueño» se convertía en una pesadilla para la moral de entonces. También es conocido como Las durmientes, o Pereza y lujuria o Las amigas. Representa dos figuras femeninas desnudas durmiendo, que recuerdan a las figuras de diosas mitológicas de la escuela clásica. En realidad, se desconoce si Courbet quiere representar la relación sexual entre dos mujeres o el sueño inocente de dos amigas, lo que deja en manos de la imaginación del espectador, que es lo peor que puede pasar. En primer plano, sobre una mesita de madera con motivos florales en la tapa, hay un cáliz y un collar de perlas roto han de interpretarse como alegorías. El collar simbolizaría la falta cometida mientras que el cáliz es signo de arrepentimiento. Junto al cáliz, hay una botella azul y una jarra de cristal. Al fondo, a la derecha, hay un jarrón con flores, posible regalo de una de las amigas a la otra.

El sátiro

En España también tenemos nuestros cuadros malditos. Uno de ellos es El sátiro, un óleo sobre lienzo pintado en 1906 por el pintor español Antonio Fillol. Ha sido adquirido en 2023 por el Museo del Prado. El cuadro iba a ser presentado en el concurso de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1906, pero fue retirado por el jurado por considerarlo inmoral, alegando falta de decencia y decoro. La escena representa una rueda de reconocimiento en los calabozos de las Torres de Serranos, en Valencia, del violador de una niña de diez años que se encuentra protegida por su abuelo. La niña se muerde las manos medio escondiéndose la cara llena de temor, pese estar arropada por el abuelo, que la anima cariñosamente a delatar a su violador, El pintor, que intentó con su cuadro una denuncia social, fue rechazado por tratar un tema tabú en la pintura, como eran la violación y una menor, es decir, un delito de pederastia, que existía, pero era socialmente conveniente ocultarlo. En contraste con el miedo de la niña, se aprecia a un alguacil y un par de funcionarios que no esconden su aburrimiento. Mientras, cuatro presos pasan delante y dos de ellos se vuelven en actitud soberbia. El pintor nos pone en la tesitura de descubrir entre los rostros y los gestos de los cuatro hombres al culpable de la salvaje violación, o de varios. Por si fuera poco el dramatismo de la escena, esta plantea además una duda acerca de la razón por la que la niña es acompaña por su abuelo en lugar de su padre o su madre. El cuadro solamente fue expuesto una vez, y fue en el Círculo Regional Valenciano de Madrid. Posteriormente, se enrolló y guardó durante más de un siglo hasta su reciente adquisición por el Prado.

La bestia humana

Sigamos con otro cuadro de Fillol. En este caso, el titulado “La bestia humana”, pintado en 1897. El pintor valenciano trata otro tema tabú: la prostitución femenina como denuncia la explotación humana y la degradación personal de la víctima. Algo real, pero que la sociedad se empeñaba en ocultar. El cuadro representa un lugar concreto, con personajes que no pertenecen a un sector marginal ni bohemio de la sociedad. No hay desnudos ni actitud indecorosa, donde la mujer obligada a prostituirse está con el rostro cubierto por sus manos en actitud llorosa. Podía ser la mujer o la hija de lo que se consideraba una familia de bien, y el cliente parece un hombre normal, de aspecto acomodado que espera pacientemente que la alcahueta termine de convencer a la prostituta. Todo ello en un ambiente frío y sórdido, como un lugar sin vida o, por mejor decir, sentimiento alguno. El brasero está sin fuego, la silla de con el sombrero del cliente, la mesa con la botella de licor donde solo la cortina, que oculta el lugar del pecado, proporciona algo de color. Sentada, la joven llora afligida tapándose el rostro como avergonzada del camino que ha elegido u obligado. Va vestida de negro lo que puede significar que es una mujer viuda o huérfana y, por lo tanto, desamparada, sin recursos y sin valor. La alcahueta tiene un aire vulgar, de mujer sin escrúpulos ni moral. Con una mano intenta, no consolar, sino apresurar a la joven a que deje de llorar y cumpla con lo convenido. Mientras, la mano izquierda expresa un gesto rabia. El hombre es un ser gris, delgado y de aire enfermizo, indiferente a las lágrimas de la mujer y que espera su momento. Está elegantemente vestido, lo que demostraría pertenecer a una clase acomodada, algo inaceptable en la estrecha moralidad de la época, que quería ver la prostitución y sus consecuencias como un producto de las clases bajas. El pintor nos somete a una duda sobre él: ¿Quién es la bestia? ¿La alcahueta con un gesto desagradable apremiando a la joven? ¿La alcahueta y el hombre? ¿O la muchacha, tratada como un animal de granja usada para las necesidades de ambos? La respuesta es que se trata del cliente, el que paga por explotar sexualmente a un ser humano indefenso y necesitado sin darle importancia a lo que va a ocurrir y sin sentir ningún tipo de remordimientos ni arrepentimiento por lo que va a suceder, impaciente y molesto con el sufrimiento de la joven. La obra posee un dramatismo evidente y constituye una de las obras maestras del naturalismo español del siglo XIX. Como era de esperar, la obra causó una gran polémica y rechazo porque reflejaba al tema que, aunque existente y cotidiano, es preciso mantenerlo oculto a la moral. Sin embargo, la pintura sería más tarde uno de los cuadros seleccionados para formar parte del conjunto de pinturas españolas enviadas a la Exposición de París de 1900.

Vividoras del amor

Julio Romero de Torres fue un pintor con una temática colorista y un retratista de gran nivel, además de un pintor representante del realismo español. Vividoras del amor es un óleo cuyas dimensiones son 129,5 × 182,9 cm. Esta obra fue presentada por su autor a la Exposición Nacional de 1906, pero fue rechazada al ser considerada por el jurado como inmoral. Representa a cuatro prostitutas en un prostíbulo esperando la llegada de clientes y su disposición asemeja a una escalera, resultando la posición de las respectivas cabezas una sobre otra. La obra se expone en el Museo de la Casa de Colón, en Las Palmas de Gran Canaria. Con el tema tabú de la prostitución, la obra pertenece a la primera etapa de Julio Romero de Torres, la de su llamado realismo social, y representa la intimidad anodina de varias mujeres que trabajan en un burdel, una imagen muy alejada de ese ambiente festivo asociado a un local de esas características. La sordidez y frialdad es evidente.

La otra Margarita

Joaquin Sorolla, uno de los grandes pintores españoles del siglo XIX y primeros del XX. Sus extraordinarios cuadros costumbristas, sus escenas en la playa, su luz, todo en su obra es pura maestría.
Este cuadro, sin embargo, es oscuro, sórdido y triste, pero con un dramatismo evidente. Es el primer cuadro de Sorolla donde aborda la temática del realismo social, en  un claro intento de denuncia de las desigualdades de la sociedad de su época. Su inspiración se produce cuando el pintor valenciano viaja en tren de Valencia a Madrid y es testigo del traslado de una mujer esposada y vigilada que había quitado la vida a su bebé. Una clásica pareja de la guardia civil custodiaba a la detenida. Sorolla retrata a la desgraciada madre en el centro de un vagón sin pasajeros, con la cabeza inclinada sobre un hombro, caída la mirada, con las frías esposas rodeando sus muñecas. Y su lado un atillo con sus escasas pertenencias. Tras ella y sentados, la pareja de la Guardia Civil, medio adormilada, vigila a la detenida. La luz de la escena entra por los ventanucos del vagón y acentúa su dramatismo y realismo. El propio vagón ya es de por sí una celda de prisión sobre ruedas, antesala de su prisión definitiva. La misma frialdad y la misma oscuridad. El título del cuadro se basa en el personaje de Fausto, de Goethe. En él, Margarita, loca de amor por el protagonista, es encarcelada por matar al hijo ilegítimo que tiene con él.

Niños corriendo por la playa

Este cuadro si se ajusta al estilo de Joaquín Sorolla y su estilo es inconfundible. Y, sin embargo, este cuadro no es uno más, muy a pesar del pintor, sino que ha protagonizado una polémica absurda e injusta y le ha traído a esta colección de cuadros malditos. En una muestra de arte prevista en un museo de Dallas el cuadro ha sido retirado por considerar que la imagen de un niño corriendo desnudo detrás de unas niñas es inmoral y, por ello, el cuadro ha sido recortado y solo se ha exhibido a las dos niñas corriendo. Tal cual. Digamos que este cuadro fue producto, como algunos otros, de las estancias del pintor y su familia en la playa de Valencia. Cuadros protagonizados por niños y jóvenes a la orilla del mar, todos ellos dentro de un ambiente sano y alegre, sin ningún detalle que induzca a nada anormal y, mucho menos, escandaloso. Son varios los cuadros de Sorolla en los que los niños, nunca niñas, aparecen desnudos, en unas escenas inocentes y carentes de toda polémica. Lo dijimos antes, en los cuadros de Courbet. La maldad y la incomprensión están, en los censores.

Dante y Virgilio en el infierno

Este cuadro del pintor francés William Bouguereau representa un capítulo de la Divina Comedia, obra escrita en el siglo XIV por Dante Alighieri en la que narra su descenso al Infierno para encontrarse con su amada en el más allá. Le acompañará en este viaje el poeta Virgilio La escena tiene lugar en un paisaje oscuro y tétrico en el aparecen varias figuras. En un primer plano, dos hombres desnudos parecen luchar, o más bien danzar, en una postura erótica. En segundo plano, situados a la izquierda, dos hombres observan la escena principal. Son Dante y Virgilio. Este va vestido con una toga y con la corona de laurel, ya que es un poeta famoso. Dante, a su lado, aparece vestido de rojo y con su nariz aguileña. Al fondo se observa al demonio en un fondo rojo junto a un grupo de condenados. La escena corresponde al octavo círculo del infierno, donde moran los falsos. Los dos hombres que luchan son Gianni Schicchi, el pelirrojo, que suplantó la identidad de un fallecido para acaparar la herencia, y Capocchio, un hereje italiano que practicaba la alquimia. El primero clava la rodilla en la espalda del segundo, le desgarra la piel con sus uñas y muerde su cuello. Esta escena, aparentemente violenta, nuestra, sin embargo, un carácter erótico por la postura que forman los dos cuerpos desnudos.

Metrópolis

Este cuadro es obra del pintor expresionista alemán Georges Grosz durante la Primera Guerra Mundial. Forma parte de la colección permanente del Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, el cual lo ha incluido en una exposición dedicada a cuadros que esconden elementos ocultos. El cuadro representa la ciudad natal de Grosz, Berlín, a pesar de que en uno de los edificios ondea la bandera norteamericana. Con un intenso colorido, en el que predomina el rojo, el cuadro transmite caos y tensión, en el que los personajes aparecen deformados y caminan unos chocando con otros mientras los bares están llenos de gente y el tren va a toda prisa. En la parte inferior se aprecia una coche fúnebre en el que viaja un esqueleto. El cuadro transmite una muy mala imagen de esas modernas urbes reinadas por las prisas y que asfixian al hombre, además de reflejar el ambiente bélico en el que vivía Alemania durante la guerra. El color rojizo da un mensaje infernal y hasta fantasmagórico.

Noche con luna

El pintor John Atkinson Grimshaw gustaba de pasear al atardecer con su esposa Theodosia por las calles de Leeds como forma de inspiración para sus cuadros. Esa es la principal razón de la abundancia de escenas nocturnas y solitarias en gran parte de sus trabajos. Noche con luna es un ejemplo de ese estilo personal. Nos presenta una escena iluminada únicamente por la luna llena como único punto de luz, mientras una solitaria mujer observa la calle. Sin embargo, la contemplación de la escena supone un reto para el espectador. Transmite una sensación de aislamiento y de soledad en la mujer, aunque también de su libertad. Y cierto desasosiego porque en aquella sociedad victoriana la presencia de una mujer caminando sola a la luz de la luna era un desafío moral y algo peligroso, ya que eran frecuencia las noticias de ataques, e incluso asesinatos, de mujeres que se encontraban solas. Así, el cuadro puede transmitir sosiego y tranquilidad, e incluso libertad, o ser, perfectamente, el cartel de alguna película de terror.

El evangelista San Marcos

Gabriel Mälesskircher fue un importante pintor alemán del siglo XV. El artista realizó varias pinturas para un monasterio benedictino dedicado a los cuatro evangelistas trabajando en las Escrituras, en sus correspondientes estudios y con sus correspondientes símbolos. En el dedicado a San Marcos, similar a los otros tres evangelistas, aparece sentado ante un pupitre que ocupa un lado de la estancia. En el mismo aparecen, además del libro sagrado que está escribiendo, otros libros de consulta. A sus lies se encuentra el animal que la representa, un león alado. El interior de la estancia aparece perfectamente ordenado, tanto en cuanto al mobiliario, como los objetos del escritorio. Sin embargo, hay un elemento que llama la atención. En el segundo nivel del escritorio aparece un documento conteniendo los doce signos zodiacales, algo relacionado con la astrología y el horóscopo y, por lo tanto, con la alquimia, pseudociencia muy poco coincidente con las escritos sagrados.

La partida de naipes

El pintor francés Balthasar Klossowski de Rola, Balthus, se caracterizó por describir escenas protagonizadas por jóvenes adolescentes, sin la presencia de adultos. Uno de ellos, La partida de naipes, representa a dos jóvenes, un niño y una niña, jugando a las cartas en una mesa en la que se encuentra un candelabro, dentro de una habitación con escaso mobiliario, solo las mesas y las dos sillas. Balthus en sus obras ensalza la figura de las niñas, inteligentes y triunfadoras, en contraste con los niños, perdedores y tramposos, algo que se ve claramente en este cuadro. La niña observa con gesto de suficiencia y aire de triunfo mientras convencida de su superioridad en el juego y sabedora de las malas intenciones del muchacho, que intenta esconder una carta para desafiar la superioridad de ella, aunque, está claro, que no lo va a conseguir. La extraña postura de proporciona una imagen grotesca y secundaria, cierto nerviosismo ante su rival, con la tranquilidad que le proporciona su superioridad.

Retrato del Dr. Haustein

Este cuadro nos introduce en el mundo de la parapsicología, en la adivinación del futuro, como veremos. Su pintor, Christian Schad, trabajó principalmente el género del retrato. El Retrato del Dr. Haustein, que pintó en Berlín en 1928, representa al prestigioso dermatólogo judío, especialista en enfermedades venéreas. Hans Haustein aparece sujetando con el brazo uno de los instrumentos de su especialidad médica, algo que, en principio puede parecer insignificante, pero que, cuando conozcamos lo sucedido se alimentará ese misterio. En la parte superior del cuadro se aprecia una sombra de aspecto y actitud amenazadora, fantasmagórica proyectada sobre la pared. Una sombra que, evidentemente, no pertenece a Haustein. Esta sombra pertenece a una modelo de la que se había enamorado Haustein, Sonja. Así, pues, el retrato parece adivinar el futuro señalando a la causante del suicidio y la amenaza para el doctor. Sin embargo, este será víctima del nazismo. Como judío, sufrió persecución y represalia por ello y, tras perder todo su estatus y patrimonio, Haustein se terminó suicidando con cianuro en 1933 cuando la Gestapo iba a detenerle.