11. LA BATALLA DE TRAFALGAR (1805)

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Trafalgar Square. Foto: J.A. Padilla

En el mismo centro de Londres se abre una gran plaza en la que se levanta una enorme columna dedicada al almirante Nelson. La plaza se conoce como Trafalgar Square y, en general, es un homenaje a Horatio Nelson, almirante fallecido en la batalla de Trafalgar, en la costa de Cádiz. La columna, construida en granito, mide 46 metros, se levantó a mediados del siglo XIX y mide 5 metros y medio. De forma intencionada mira hacia el Palacio de Westminster, residencia de la Reina de Inglaterra. Los cuatro leones existentes en la base de la columna están construidos con el bronce fundido procedente de las armas españolas capturadas. Es, sin duda alguna, uno de los puntos neurálgicos de Londres y un lugar donde los londinenses y los turistas se dan cita de manera numerosa. La presencia de la National Gallery, uno de los museos más importantes del mundo, así como la iglesia de San Martin in the Fields, contribuye a su fama. La misma que posee el almirante Nelson, cuya altísima columna se eleva orgullosa y recuerda la importante victoria que convirtió a la marina británica en sueña y señora de mares y océanos, llegando a pagar con su vida el precio de su heroísmo.En efecto, Horatio Nelson es uno de los héroes más importantes de la historia inglesa. Sus victorias, magnificadas hasta el infinito, le dieron a Inglaterra la hegemonía en el océano Atlántico y mar Mediterráneo.

Foto: J.A. Padilla

Nelson era un hombre valiente y arrojado. Sus galones de vicealmirante los ganó en la Batalla del Cabo de San Vicente el 14 de febrero de 1797, un triunfo que consiguió, sin embargo, por la ineptitud del almirante español. Luego, su mayor éxito fue la victoria en la Batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805, gracias también a errores estratégicos de la armada franco-española comandada por el almirante Villeneuve. Aquella era la victoria más importante de Nelson. Pero también la última, porque en Trafalgar Nelson encontraba la muerte. Y la gloria. Todo ello le hizo merecedor de entrar en la historia inglesa.

Foto: J.A. Padilla

Un personaje cuyo entierro se celebró con todo el boato mayor posible. Nadie tuvo en cuenta que su muerte se debió a su exceso de vanidad e imprudencia temeraria, enfrentándose a un navío francés, sin las precauciones necesarias, hasta el punto que un disparo de mosquete acababa con su vida y comenzaba su leyenda. No fue el mejor marino de la historia inglesa, pero la leyenda le convirtió en un auténtico dios del mar.

El mar. La mar océana. Quien la dominara dominaba el mundo. El océano era la principal ruta comercial y para ello se precisaba de una armada que garantizara su dominio. Es por ello que las batallas navales han decidió, a lo largo del tiempo y de la historia, el destino de culturas e imperios, el principio y final de todo.

Manuel Godoy, de Francisco de Goya

Trafalgar fue el final de un imperio y el inicio de otro. Su historia se inicia cuando en enero de 1793 el gobierno francés revolucionario ejecuta al rey Luis XVI de Francia, primo de Carlos IV. La monarquía española teme que la revolución atraviese los Pirineos y llegue a España. Es entonces cuando el ministro plenipotenciario, en realidad valido del rey, Manuel Godoy firma con Gran Bretaña su adhesión a la Coalición y se alía con Inglaterra contra Francia. Tras la Guerra del Rosellón contra Francia, Godoy cambia la estrategia y firma en 1795 la Paz de Basilea por la cual reconoce a la República de Francia, le cedía la isla La Española e iniciaba un tratado comercial entre ambos países. Inglaterra se convertía ahora en enemiga. Poco después, Godoy firma con Francia el Tratado de San Ildefonso en 1796 una alianza militar entre España y Francia en respuesta a los ataques de la armada británica a los navíos españoles y por el deseo de recuperar Gibraltar. Posteriormente, ambos países firman otro tratado, en de Aranjuez, el 13 de febrero de 1801, que permitía el paso del ejército de Napoleón por territorio español hacia Portugal, aliada de Inglaterra. Un tratado que era el primer acto de la posterior invasión napoleónica.

 

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Hasta entonces, la armada española había sido una de las más poderosas del mundo, incluso la más poderosa, tanto por el número de navíos, la experiencia de su tripulación y el nivel de sus almirantes. Sin embargo, aquellos tiempos estaban ya lejanos. La crisis económica que padecía España desde hacía siglos, había oscurecido aquel imperio donde “nunca se ponía el sol”. De los 79 navíos con que contaba la armada española, considerados los mejores del mundo, en la Batalla de San Vicente, el 14 de febrero 1797, apenas 24 buques de guerra se desplazaron hasta allí, de los que solo pudieron participar en la batalla 7, de los cuales 4 fueron destruidos. Más de la mitad de esos navíos se encontraban abandonados en diferentes muelles debido a la falta de recursos necesarios para mantenerlos y a la escasez de personal para su navegación en el inicio del siglo XIX. Los oficiales y jefes de la Armada estaban mal pagados y se les adeudaba el salario de un año. Esta situación era consecuencia de la situación política que caracterizó el reinado de Carlos IV, cuyo primer ministro Godoy se encontraba más preocupado en sus propios intereses que en el buen estado del ejército. Un ejército incapaz de defender su territorio y sus aguas territoriales, incapaz de defender a los ciudadanos de la crueldad francesa como se pudo comprobar.

Tres años antes de la Batalla de Trafalgar, una epidemia de fiebre amarilla asoló el sur de España, razón por la cual los marineros que vivían en Andalucía murieron a causa de la enfermedad, así como sus posibles sustitutos. Esto obligó a que, días antes de la batalla, se reclutase a la fuerza a personas sin ninguna experiencia, sin conocimiento alguno, incluso muchos de ellos delincuentes que rendían su pena en los barcos. Así pues, mientras que las tripulaciones inglesas destacaban por su preparación y experiencia, las españolas apenas habían visto un mástil ni habían disparado un fusil en su vida. Aunque siendo este un problema grave, lo peor era el lamentable estado de los barcos, sin mantenimiento, con aparejos muy usados y dañados en la batalla de San Vicente o Finisterre. Y, aunque hasta el momento había sido suficiente para mantener a raya a la armada inglesa, llegando a destruir en aquel tiempo más de un centenar de navíos ingleses y derrotar a la pequeña flota inglesa enviada por el propio Nelson para bloquear el puerto de Cádiz, en la Batalla de San Vicente se habían perdido cuatro navíos y muchos otros quedaron muy dañados por el fuego británico, lo que había dejado a la armada española en estado muy precario. Una situación que conocían muy bien, tanto nuestros aliados como nuestros enemigos.

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En 1802 se firma la Paz de Amiens, en el cual se pone fin a la guerra entre Gran Bretaña, Francia y España, aunque un año más tarde, los ingleses, conocedores de la situación de la armada española, atacan a las fragatas españolas Santa Florencia y Santa Gertrudis en el cabo de Santa María, y capturaron a otras confiscando lo que traían desde las colonias americanas.

Napoleón Bonaparte, por entonces aliado de España, estaba obsesionado con invadir las Islas Británicas, para lo cual contaba con una flota franco-española al mando del almirante francés Pierre Charles Villeneuve, alguien que, como veremos, no estaba capacitado para tal misión. Tampoco tenía mucho por elegir. La revolución francesa había diezmado el cuerpo de oficiales de la marina francesa y la mayor parte de ellos habían sido nombrados por el nuevo gobierno evolucionario, oficiales inexpertos en el mando. El Cuerpo de marineros había sido disuelto y los soldados del ejército de tierra tuvieron que acostumbrarse a luchar a bordo de los barcos, es decir, similar a la situación de la armada española. Así pues, con unos buques en estado lamentable, la falta preparación de sus tripulaciones, la baja moral de los mandos, la desidia de Villeneuve y los elementos meteorológicos que se juntaron todos en Trafalgar el 21 de octubre de 1805 en favor de la armada británica, mucho más moderna y con el viento a favor, en todos los sentidos. La derrota era previsible.

Villeneuve

En este estado de cosas, podemos concluir que la principal causa de la derrota franco-española es achacable al mismo Napoleón, un general que jugó a ser almirante. Él era un magnífico estratega en las batallas terrestres, pero ignoraba que las guerras navales son otra cosa y se depende mucho de los elementos. Él estaba obsesionado con invadir Inglaterra a través del Canal de la Mancha y desembarcar con su inmenso ejército en la orilla ingresa. Pero para ello debía alejar a la armada inglesa de allí, algo para lo que necesitaba a la armada española. Y todo lo dejó en manos del almirante Villeneuve, quien al mando de la escuadra del Mediterráneo debía burlar el bloqueo ejercido por el almirante Nelson sobre Tolón y unirse a la escuadra española que venía de Cartagena y Cádiz para partir hacia el Caribe. En realidad era todo una maniobra de distracción sobre el auténtico objetivo: la invasión de Inglaterra. Una maniobra que dio excelentes resultados al principio. Nelson abandonó el bloqueo y se dirigió hacia América. Ese era el plan previsto por Napoleón: sacar a la flota británica del Canal de la Mancha y apartarlo lo más lejos posible de allí para poder llevar a cabo sus planes de invasión. La flota franco-española tenía la doble misión de atraer a Nelson al Caribe y regresar para cubrir el paso del ejército napoleónico. El plan del emperador era arriesgado y no contaba con los elementos, el viento y las tormentas que juegan un papel esencial en el mar.

Pese a ello, la primera parte se llevó a cabo según el guion previsto y la flota francesa, al mando de Villeneuve; y la española, esta al mando del Teniente General Federico Gravina, burlaron el bloqueo y llegaron hasta Martinica sin novedad alguna. Allí, la potente franco-española esperó acontecimientos. Un tiempo de espera que no fue aprovechado por la flota de Villeneuve, ignorando el consejo de Gravina de recuperar la isla de Trinidad para España o atacar Jamaica o Barbados, todas ellas en manos británicas. Pero el almirante francés solo esperaba noticias de Nelson. Y Nelson llegó. De inmediato, Villeneuve salió a toda marcha de regreso a Europa siguiendo el plan de Napoleón.

Retrato de Gravina-Anónimo

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Un plan nacido a principios del siglo XIX, cuando Napoleón Bonaparte pretendía extender su imperio por Europa. El principal obstáculo para sus pretensiones era Inglaterra, razón por la cual Napoleón quería acabar con ella por la forma rápida. Para ello decidió acabar con el enfrentamiento con España y aliarse con ella para enfrentarse al enemigo común de ambos países. Por un lado, España reclamaba Gibraltar; mientras, por otro, Inglaterra, Austria, Suecia y Rusia habían creado la Tercera Coalición contra Napoleón tras su victoria en 1805 en Ulm. La respuesta de este fue bloquear el Canal de La Mancha y esperar el momento de cruzarlo para cumplir su gran sueño de invadir Inglaterra. El Tratado de San Ildefonso, primero; y el de Aranjuez en 1779 firmado por el Conde de Floridablanca, entre España y Francia establecían el compromiso de invadir Inglaterra, objetivo de Napoleón; y la recuperación de Gibraltar y Menorca para España.

Decíamos antes que su principal error fue no considerar que su plan dependía, en gran medida, de los elementos meteorológicos propios del mar. Su segundo error fue la elección del Vicealmirante Villeneuve para dirigir la flota hispano-francesa. Villeneuve no sentía especial simpatía por el Emperador y lo que este representaba y, además, el plan de atraer a Nelson hacia el Caribe no le gustaba porque ya le había derrotado en alguna ocasión.

Así las cosas, Villeneuve, parte de Tolón el 30 de Marzo siguiendo las instrucciones de Napoleón. Nelson, sin embargo, piensa que el objetivo de la armada francesa es dirigirse hacia Egipto, por lo que le aguarda en Cerdeña para interceptarlo. Cuando conoce que el destino de aquel es navegar hacia las Indias para atacar las islas caribeñas bajo soberanía inglesa, Nelson ordena a su flota, compuesta por diez navíos de línea y tres fragatas, perseguir a Villeneuve. Este llega a la Isla Martinica el 12 de mayo y allí esperará, junto con el resto de la flota, hasta el 11 de junio, cuando todos ellos parten hacia Europa para cubrir el desembarco en Calais del ejército de Napoleón en las Islas Británicas.

Batalla de Finisterre, de William Andersen

La flota llega al cabo Finisterre el 9 de julio. La travesía fue muy difícil y dura. Una violenta tormenta se llevó la verga mayor del Indomptable y dañó algunas de las naves. En esas condiciones y con las tripulaciones muy cansadas y con escasez de víveres la flota llega a las cercanías de Finisterre, donde se encuentran un viento moderado, pero en contra, lo que retrasa su llegada. Tendrá que esperar hasta el 20 de julio el viento favorable que la lleve hasta Finisterre, donde dos días más tarde. Estas eran las circunstancias que Napoleón no había tenido en cuenta. Ni él era almirante, ni Villeneuve estaba lo suficientemente preparado para ello. Ninguno de los dos habían previsto que los vientos contrarios retrasarán el regreso a Europa lo suficiente para que la flota del almirante inglés Robert Calder pudiera dirigirse a su encuentro a tiempo para interceptar la flota de Villeneuve, llegando a Finisterre el 19 de julio, con una flota compuesta por quince navíos en línea, encuentro que se producirá, finalmente, el 22 de julio de 1805, a las 11 horas y en medio de una espesa niebla, frente al cabo Finisterre, donde ambas flotas se encuentran frente a frente.

 

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A la incompetencia de Villeneuve hay que añadir, a la pericia, la fortuna de los británicos en este capítulo. Este había sido engañado por la estrategia francesa de apartarlo de Europa y llevarlo al Caribe, una travesía larga y complicada incluso para un marino experto como Nelson. Cuando este descubre la trampa, envía a toda prisa a un pequeño bergantín inglés para que avise a su Almirantazgo de las intenciones de la flota franco-española, ya de regreso a Europa. Pues bien, este pequeño bergantín cruzó el océano sin contratiempo alguno, sin ser detectado por la flota de Villeneuve. Con toda la fuerza del viento consiguió llegar a tiempo de avisar a la flota británica, mientras Villeneuve era víctima de vientos contrarios que retrasaron el regreso varios días después de lo previsto y perdiendo algunos barcos a causa de las tormentas y, sobre todo, con la flota de Calder esperándoles en Finisterre.

Robert Calder

A pesar de ello, la flota la flota franco-española llega al cabo de Finisterre el 22 de Julio en superioridad numérica: 20 navíos franco-españoles contra 15 ingleses bajo el mando del vicealmirante Calder, quien dispuso todos sus navíos en línea. La niebla impide que ambas flotas, que se dirigen frente a frente, puedan verse unos a otros, gritando en diferentes lenguas. Es imposible ver con claridad al enemigo y el número exacto de navíos de cada uno de ellos.

Para entender lo ocurrido posteriormente en Trafalgar el 23 de julio de 1805 es preciso que conozcamos y analicemos lo que ocurrió previamente en Finisterre el 21 de octubre de 1805, tres meses después de aquella.

En Finisterre, la flota de Villeneuve tenía la ventaja del viento a favor. Pero cuando este ve la espesa niebla cubriendo el campo de batalla, envía a los barcos españoles a la vanguardia y a los franceses los protegió en la retaguardia. Los navíos españoles quedan aislados y sin apoyo a merced de la flota inglesa. Ahora, la escuadra española de Gravina, formada por seis navíos, que se había encontrado en un principio en la retaguardia, se encontraba ahora en la vanguardia y frente al enemigo.

La ausencia de un viento fuerte era un inconveniente para unos barcos de madera pesados y lentos en sus maniobras, lo que unido a la escasa visibilidad que imposibilitaba la visión de los movimientos de cada flota, obligaba a juntarse hasta casi tocarse. A las 3.20 de la tarde Calder ordenó atacar al enemigo formando la línea de batalla abierta y con la intención de cortar la línea enemiga, lo que le dejaba en superioridad numérica frente a los barcos españoles, que quedaban así rodeados. Una táctica que Nelson repetiría en Trafalgar. Gravina, sin embargo, con una hábil maniobra hizo girar en redondo su navío, el Argonauta, y no solo eludir el ataque británico, sino que, junto a los otros navíos españoles, atacar a la flota enemiga. En efecto, a media tarde, los barcos españoles hicieron los primeros disparos y causaron importantes daños a los barcos ingleses que se encontraban a su alcance. Era difícil disparar y hacer blanco en medio de aquella niebla. En un día con buena visibilidad, el humo producido por los cañones de gran calibre producía una nube intensa de humo que marcaba su presencia. Ahora, sin embargo, a la niebla existente se unía el humo de estos cañones, cuya posición solo podía adivinarse por el ruido o por el destello de sus cañones. El caos se adueñó de la batalla y nadie sabía la posición enemiga de un modo exacto. A veces varios barcos atacaban a un enemigo solo.

Mientras, los navíos franceses, situados ahora en la retaguardia, no estuvieron directamente afectados por la batalla. Si hubieran actuado como Gravina, y hubieran salido de la línea de batalla, habrían podido hacer mucho daño al enemigo. Pero Villeneuve, en vez de ordenar que la retaguardia envolviese a la retaguardia británica, les ordenó permanecer en sus puestos. De haber hecho lo contrario y hubieran atacado a los británicos podían haberles castigado y ayudar a la vanguardia de la línea, formada por los españoles.

A las 8 de la tarde con la niebla, la neblina y el humo que oscurecía el día, los navíos españoles se encuentran muy dañados mientras los franceses se encontraban indemnes. Villeneuve no contraatacó, pese a tener vientos favorables y optó por dirigirse al puerto de El Ferrol para conseguir nuevos navíos para su flota, mientras Calder llamaba a su flota ante la llegada de la noche y se retiraba del campo de batalla. Pese a la intensidad de la batalla, los británicos solo sufrieron 41 bajas, entre oficiales y hombres y 158 heridos. La flota franco-española o, por mejor decir, la española, sufrió la pérdida de dos navíos: el San Rafael, construido en La Habana en 1771, y El Firme, construido en Cádiz el año 1754, que ya se encontraba muy dañado incluso antes de la batalla. Otros cinco navíos resultaron dañados, quedando fuera de servicio durante varios meses. La flota perdió a 149 oficiales y hombres muertos y 327 heridos, siendo la mayor parte de los dos navíos españoles capturados, mientras unos 1.200 hombres fueron hechos prisioneros por los británicos. Sólo tres de los dieciséis barcos franceses habían participado en la batalla, mientras el Bucentaure, con Villeneuve al mando, y la mayor parte de los barcos franceses restantes, solamente contabilizó 10 bajas. La heroicidad de los españoles estaba fuera de toda duda, a pesar de que posteriormente el cobarde Villeneuve quiso hacer ver lo contrario. Sus seis barcos atacaron la línea británica compuesta por quince navíos, y si no hubiera sido por los dos barcos capturados, la suerte de la batalla pudiera haber sido muy distinta. Aquella heroicidad y entrega de los españoles se produjo porque el comandante de los Tercios Navales, Antonio de Escaño, antes de partir la flota combinada solicitó 1.500 marineros profesionales para la escuadra española y se preocupó de que todos ellos estuvieran al corriente de pago. Con ello evitaba el problema principal de la escuadra española de enrolar en sus barcos a hombres sin preparación ni experiencia alguna.

Al amanecer del 23 de julio, ambas flotas permanecieron en la misma posición que el día anterior y evitaron enfrentarse. El día 24, con el viento a favor de la flota franco-española, Calder se mantuvo a la expectativa, sin provocar acción alguna. Villeneuve, tampoco. Finalmente, el 25 de julio las dos flotas enemigas abandonaron Cabo Finisterre navegando en direcciones diferentes. La actitud de ambos almirantes fueron juzgadas de manera diferente: Villeneuve no fue juzgado por los franceses, mientras Calder fue investigado por el Almirantazgo y retirado del servicio por su retirada. Curiosamente, los testimonios de ambos almirantes fueron muy distintos. Mientras Villeneuve quería responsabilizar a los españoles de la derrota, especialmente al comandante Gravina, ocultando el hecho que los seis navíos españoles llevaron la iniciativa en la batalla, Calder justificó su retirada por el peligro que suponía combatir contra Gravina, cuya flota, aunque dañada, se encontraba operativa para seguir combatiendo. El informe de Calder no le sirvió para evitar su castigo, pero sí sirvió para que en la batalla de Trafalgar, el buque al mando de Gravina fuera atacado por varios navíos británicos a la vez. Villeneuve quiere dirigirse con su flota a Cádiz, pero los vientos contrarios hacen imposible este viaje, por lo decide cambiar de rumbo a Ferrol, a sólo quince millas de distancia. Finalmente, se dirigirá al primer puerto que encuentra, situado en Vigo.

El 1 de agosto, Napoleón le ordena dirigirse al puerto de Boulogne, pero Villeneuve desobedece las órdenes y se dirige con toda la flota hacia el puerto de Cádiz, donde llegará el 21 de agosto. Cansado de esperar Napoleón la llegada de una flota que nunca llegará, desde Boulogne ordenará a la Grande Armee dirigirse hacia Austria y Rusia. Era el 27 de agosto de 1805. Su sueño de invadir Inglaterra había fracasado.

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Pero los errores de Villeneuve no acababan en Finisterre. Desde allí, como hemos visto al final del capítulo anterior, desobedeció las órdenes de Napoleón y se dirigió a Cádiz. No quería enfrentarse a la armada británica, a la que creía que estaba esperándole, y tener otra derrota. Pero también en esto se equivocaba.

Y se equivocaba porque el almirante inglés que comandaba la flota británica que bloqueaba el puerto de Brest había dividido su flota, enviando la mitad de ella a Gibraltar, lo que la hacía muy vulnerable ante los 29 navíos de Villeneuve. Aquella maniobra hubiera favorecido la ruptura del bloqueo por parte de la flota franco-española y abierto el camino a la invasión prevista por Napoleón, al quedar a su merced el Canal de la Mancha. Pero, afortunadamente para Inglaterra, Villeneuve prefirió ir a Cádiz en busca de nuevos barcos, entre ellos el Santísima Trinidad, y esperar noticias. Mientras, Nelson llegaba al Canal de la Mancha y acababa con el sueño de Napoleón.

Luego, ya en Cádiz, Villeneuve, como hemos visto, decidió salir de Cádiz hacia el mar Mediterráneo, en contra de la opinión de los mandos españoles. Estos proponían esperar que pasara el invierno y que la flota de Nelson fuera castigada por los temporales típicos de esta época. Pero Villeneuve precipita su salida por miedo a Napoleón cuando conoce que su relevo ya está en Madrid. Salió de Cádiz con destino el Mediterráneo…. Con parada en Trafalgar.

 

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El escenario de la batalla naval más famosa es hoy un lugar paradisíaco del sur de España famoso, entre otras muchas cosas, por sus hermosas puestas de sol. Cabo Trafalgar, situado en la localidad gaditana de Barbate, al oeste de la playa de Los Caños de Meca. En realidad no es un cabo, sino un pequeño islote unido a Barbate por una lengua de tierra que queda bajo el agua con la marea alta, dejándolo aislado. Hoy, en ese punto, existe un faro construido 50 años después de la batalla de Trafalgar, que sustituyó a una torre almenara utilizada como faro y torre de vigilancia, hoy en estado ruinoso. Es difícil hacerse a la idea hoy en día, que en este lugar se produjera aquel 21 de octubre de 1805 aquella sangrienta batalla y que su fondo marino contenga aún los restos o testimonios de aquello. La única prueba que existe en ese lugar sobre la batalla en una pequeña placa situada sobre un hito, que se encuentra en la carretera que sube hasta el faro. Ningún otro testimonio ni recuerdo sobre algo difícil de olvidar. Arriba, desde el faro tenemos una hermosa vista de la bahía y se nos hace aún menos imaginable que aquella mañana del 21 de octubre, con viento de poniente, más de 60 barcos con miles de personas a bordo, llenaran la bahía y la cubrieran con el humo de los cañonazos y que sus azules aguas se tiñeran de sangre. Difícil imaginarse que en esas aguas, dos armadas: la franco-española comandada por el almirante Pierre Charles Villeneuve, procedente de la bahía de Cádiz, se encontrara frente a frente a los barcos ingleses de Horatio Nelson con el fin de ganar la supremacía de los mares.

Además, Cabo Trafalgar es una zona poco propicia para la navegación debido al fuerte viento del estrecho y al oleaje, pocos amigos de aquellos grandes buques movidos a vela. Cualquiera que tenga unos mínimos conceptos de navegación sabe lo importante de tener en cuenta la dirección del viento de los barcos movidos a vela: a favor, barlovento; o en contra, sotavento. Teniendo en cuenta además, que si una flota navega a sotavento, el enemigo lo hace a barlovento. Esto que parece fácil para, incluso para un neófito, no fue tenido en cuenta por el almirante francés.

Esquema de un navío en línea

Y no fue tenido en cuenta sobre todo por el tipo de buque que participó en la batalla. En Trafalgar predominó el llamado navío de línea, con diferentes modificaciones entre ellos, pero todos basándose en el mismo tipo de buque de tres mástiles: trinquete, mayor y mesana, con aparejo de velas cuadras y de dos a tres cubiertas artilladas, llamados así porque fue el tipo de buque utilizado en una nueva formación de combate de las escuadras navales entre los siglos XVII y XIX y en la que los navíos se alineaban unos detrás de los otros para formar un muro de artillería que pudiera disparar simultáneamente contra la flota enemiga. El clásico navío de línea constaba de dos puentes y 74 cañones. Como vemos en el dibujo, tenía un casco  con dos partes, la llamada obra viva, que era la zona por debajo de la línea de flotación, el cual estaba recubierto con planchas de cobre para protegerlo; y la obra muerta, situada por encima de la línea de flotación. .En la parte más baja del navío se hallaba la bodega, la zona de carga del navío, donde se almacenaban los alimentos, el agua, el vino y la leña. También se encontraba la munición y la pólvora, por lo que era la parte más sensible del barco,  ya que un impacto en esa zona podía hacer volar al navío.  Durante la batalla, el objetivo no era hundir los barcos enemigos, sino desarbolarlos y capturarlo o hundirlo más tarde.

En la escuadra franco-española había 18 navíos de línea franceses y 15 españoles, acompañados además de otros buques menores que apenas participaron en combate ya que eran buques de reconocimiento o suministro, mucho más pequeños. En el bando británico nos encontramos con 18 navíos de línea, entre los que destacaba el HMS Victory de Nelson, además de otros barcos menores. En estas circunstancias, como decíamos antes, era importante tener en cuenta la dirección del viento que soplaba en ese momento, ya que aquellos barcos eran muy grandes y fuertemente armados, por lo que eran muy lentos en movimientos, sobre todo para aquellos que navegaran a sotavento.

La flota de Villeneuve no llegaba a Trafalgar en su mejor momento. Para empezar, su decisión de abandonar Cádiz estaba motivada, principalmente, por la próxima llegada de su sustituto enviado por Napoleón Bonaparte, harto de los errores e incapacidad de su almirante. Podríamos decir que la salida de Villeneuve era más una huida. Los comandantes españoles no estaban de acuerdo con esta estrategia y eran conscientes que se dirigían al desastre. La derrota en Finisterre había sido la demostración de la ineptitud de Villeneuve y que las tripulaciones no estaban suficientemente preparados para la guerra. Una tripulación formada, en su inmensa mayoría, por hombres enrolados a la fuerza y sin experiencia en guerra naval. La disposición creada por Villeneuve provocaba, además, la dispersión de los navíos en una larguísima hilera de varios kilómetros de longitud que la hacía más vulnerable. Y las previsiones se cumplieron, en primer lugar con la actitud de Villeneuve. Este, nada más divisar la escuadra inglesa, ordenó el repliegue inmediato. Los 33 navíos en línea, por orden de su almirante, se dispusieron a virar en redondo para poner proa a Cádiz de nuevo y refugiarse en su puerto.

Cualquier aficionado a la náutica sabe lo difícil que resulta el giro de un pesado navío movido a vela es una maniobra lenta y complicada. Y Villeneuve podía ser un inepto, pero no tanto. Es difícil saber la razón por la que pese a ello, Villeneuve dio esa orden. Cuando todos viraron la línea franco-española quedó completamente rota, a merced de Nelson, quien dispuso dos líneas perpendiculares a la escuadra enemiga, y con el viento a favor, navegó a toda vela y atravesó la columna enemiga con toda facilidad. Nelson, que ya conocía la intención de Villeneuve de dirigirse hacia el mar Mediterráneo, había preparado su flota para la batalla desde las 6 de la mañana. Así, cuando a las 8,40 observa la maniobra de fuga de Villeneuve, se dirige directamente hacia ellos. Nelson va en cabeza al mando del HMS Victory, en contra de los consejos de sus comandantes, quienes le advirtieron que así se convertía en un blanco muy fácil para el fuego del enemigo, pero Nelson quiere capitanear personalmente el ataque.

El HMS Victory

Con el sol en lo más alto, el HMS Victory se abalanzó sobre el Bucentaure francés, capitaneado por Villeneuve, lanzando una lluvia de disparos, mientras el Bucentaure repele el ataque sobre el Victory, atacado también por el Redoutable y el español Santísima Trinidad. Las cubiertas del Victory fueron barridas por los mosquetes de los barcos francoespañoles y la rueda de su timón fue destrozada y los mástiles muy dañados. A pesar de ello, el Victory disparó sobre el Bucentaure y mató a docenas de tripulantes y destrozó su artillería. En su cubierta tuvieron que lanzar cubos de serrín para que la sangre de los heridos y muertos no hiciera resbalar a los marineros. Y así el resto de los barcos.

La batalla se convirtió en enfrentamientos de buque contra buque, una estrategia que beneficiaba a los ingleses, mejor preparados y con una tripulación más experta. En medio de la batalla, un tirador a bordo del Redoutable alcanzó de un disparo a Nelson, atravesándole el pulmón y causándole heridas que le causaron la muerte poco después. El Redoutable fue destruido, sufriendo casi 500 muertos y 81 heridos, mientras la batalla alcanzaba su mayor intensidad a las 14 horas. A las 14:30 el Santísima Trinidad estaba también casi completamente destrozado, aunque resistió varias horas hasta su captura. En pocas horas estuvo todo decidido. A las seis de la tarde, el almirante español Carlos Gravina, herido de muerte, forzó la retirada a Cádiz de lo que quedaba de escuadra combinada. Villeneuve fue hecho prisionero. El único triunfo de la escuadra franco-española había sido la muerte de Nelson. Este fue alcanzado por el disparo de un francotirador francés y había alcanzado, en un mismo día, la victoria, la muerte y la gloria.

El Santísima Trinidad

Los barcos franceses y españoles que habían conseguido huir hacia Cádiz se creyeron a salvo de la batalla. Se equivocaron. Los navíos ingleses fueron en su busca para capturarlos o hundirlos. Hoy en día, aún quedan más de una docena de navíos en línea franceses y españoles hundidos a lo largo de la costa gaditana, entre Caños de Meca, donde se encuentra Trafagar, en el término municipal de Barbate, y Cádiz. En efecto, pocas horas después de iniciarse la batalla, la suerte estaba echada, más por la incompetencia de Villeneuve que por la pericia de Nelson, por mucho que los ingleses le subieran al Olimpo de los héroes.

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Nelson había llegado a Inglaterra el 19 de agosto procedente del Caribe tras descubrir el engaño de Napoleón. Ahora, tras conocer el destino de la flota franco-española en Cádiz se dirigió hacia allí con el fin de bloquear los movimientos de la flota de Villeneuve. La estrategia de Nelson consistía permanecer en Gibraltar y esperar el movimiento de la flota enemiga para atacarla cuando esta intentara salir de Cádiz.

En septiembre, Napoleón orden a Villeneuve dirigirse a Nápoles para despejar el Mediterráneo de los ataques de los buques británicos. Sin embargo, Villeneuve no obedece a Napoleón y permanece en Cádiz. La paciencia de Napoleón con su almirante se agota y decide su sustitución inmediata. A mediados de octubre, conociendo las intenciones de Napoleón de llamarle a París para pedirle cuentas por sus acciones, ante la próxima llegada de su sustituto parte de Cádiz con la flota el 18 de octubre hacia el Mediterráneo. Le espera Nelson.

Horatio Nelson

Cuando el día 21 de octubre ambas flotas se encuentran, Nelson dispone su flota de manera similar a Calder en Finisterre, formando dos columnas paralelas en perpendicular a la hilera formada por Villeneuve, lo que le permite cortar la línea de batalla enemiga y rodear a varios de los mayores buques enemigos con hasta cuatro o cinco de sus barcos. Y aunque no había aún vientos muy fuertes, la flota franco-española navegaba a sotavento, con el viento en contra, lo que también daba la ventaja a los ingleses, que navegaba a barlovento, con el viento a favor. Pero lo peor es que Villeneuve decidió huir sin presentar batalla, como ya había hecho en Finisterre, a pesar de que su flota era de mayor número que la inglesa.

Su orden de dar la vuelta a los barcos fue fatal para unos navíos con un margen de maniobra lento y pesado, quedando la línea de combate rota y a merced de Nelson. Además, la maniobra provocó que la escuadra de vanguardia quedara aislada del combate y la retaguardia quedara en primera línea de batalla. Y mientras todos los navíos españoles, que iban en la vanguardia, y algunos franceses, se dirigen a presentar batalla, otros, todos ellos franceses, huyen hacia Cádiz. O hacia más allá, aún. Porque cuatro de ellos fueron apresados por la flota británica doce días después de la Batalla de Trafalgar, cuando intentaban alcanzar la costa francesa a la altura de Cabo Ortegal.

Nelson cae herido

Como decíamos antes, el único triunfo de la flota franco-española fue la muerte de Nelson. En efecto, una hora y media después de empezar el combate, Horatio Nelson muere alcanzado por un tirador del Redoutable, cuya bala de mosquete le entra por el hombro hasta alcanzar la columna vertebral. A pesar de que Nelson es atendido inmediatamente, la herida era mortal y Nelson se fue desangrando en una lenta agonía, rodeado de sus más fieles oficiales. Antes de morir fue informado de la victoria británica, tras lo cual pronunció sus últimas palabras: “Gracias a Dios he cumplido con mi deber”. Su cadáver fue desnudado y conservado en un barril de brandy para conservarlo hasta su llegada a Londres, donde fue enterrado con honores militares en una ceremonia de una solemnidad nunca antes conocida en Inglaterra. Actualmente yace en la cripta de la catedral de San Pablo de Londres.

Tumba de Nelson en San Pablo (Londres)

Apenas dos horas de iniciarse la batalla, la mayoría de los navíos más importantes de la flota franco-española ya se habían rendido o estaban fuera de combate. Gravina había sido herido y más tarde encontraron la muerte Alcalá Galiano, en el Bahama, y Churruca, en el San Juan Nepomuceno. La flota franco-española aniquilada en todos los sentidos. A las seis y media de la tarde la flota franco-española quedaba aniquilada y la mayoría de los barcos españoles y franceses apresados por la flota británica eran llevados a Gibraltar. Esa noche se desató una fuerte tormenta y algunos barcos, muy destruidos, como el Santísima Trinidad, se hundieron. Fueron más de 2500 heridos, 4500 muertos y 21 buques perdidos por parte franco-española frente a los 450 muertos, 1250 heridos y ningún buque perdido de los ingleses. Pero lo peor de todo, si cabe, es que era el final de la armada española, muerta tras una larga agonía.

La victoria inglesa en Trafalgar fue el final de las aspiraciones de Napoleón de controlar el mar y de invadir Inglaterra. Para España supuso su fin como potencia marítima. Su flota y ya nunca volvería a recuperarse y a alcanzar el nivel deL siglo XVII. Además los mejores oficiales de la armada española murieron o quedaron apartados del ejercito de por vida tras la batalla.

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La batalla de Trafalgar ha sido objeto de numerosos estudios de expertos sobre las causas que motivaron la derrota franco-española. Y mientras los ingleses defienden que la victoria de debió a la pericia y estrategia de Nelson, en el bando contrario se sostiene que la principal causa fue la actitud del comandante de la flota combinada la que provocó una derrota sin paliativos. Es más, la muerte de Nelson en la batalla, lo que le convirtió en un héroe para los británicos, fue un error suyo más que un mérito de la flota franco-aliada.

A nadie le cabe duda que la principal causa de la derrota de la flota franco-española, compuesta por 33 navíos, de los cuales 15 eran españoles, se debió a un error de estrategia desde la formación de la línea de batalla misma, al disponer Villeneuve una formación en línea de combate compuesta por los 33 navíos, una línea que se alargaba entre 8 y 12 millas, larga y fácilmente atacable. Una formación que fue derrotada ya en Finisterre por Calder.

La flota de Gravina estaba formada por barcos bien equipados con fácil margen de maniobra si se hacía en condiciones ventajosas. Pero en aquella formación en línea, la escuadra, que estaba situada en vanguardia, quedó en retaguardia al dar Villeneuve la orden de virar en redondo y.con escasa movilidad y a merced de la flota enemiga. Además, Gravina no podía tomar decisiones por si mismo y debía esperar las órdenes del almirante de la flota, cuyo buque insignia, el Boucentaure, se encontraba en el otro extremo de la formación. No olvidemos otro detalle que hay que tener en cuenta. La flota combinada estaba compuesta por barcos franceses y españoles, con idiomas distintos y adiestramiento distinto, lo que afectaba en la coordinación de las maniobras. Por el contrario, Nelson había preparado perfectamente la estrategia de combate. Dispuso su escuadra, que constaba de 27 navíos, en dos columnas con intención de cortar el centro y la retaguardia enemiga para aislarla del resto de la línea, quedando en superioridad en el combate a corta distancia, la ventaja cualitativa inglesa inclinase definitivamente la balanza del lado británico. Su objetivo era atacar y apresar el buque insignia de la combinada y colapsar el mando enemigo.

Batalla de Trafalgar, cuadro de Auguste Mayer

Para romper la línea enemiga era preciso contar con el viento a favor y acercarse a los barcos enemigos lo máximo posible para utilizar su potencia de fuego a corta distancia para producir un efecto devastador. Esta táctica, sin embargo, era un error porque colocaba a su buque insignia, el HMS VIctory, y a él mismo en primera línea de fuego, como se demostró después. Nelson acabó siendo víctima de su propia impetuosidad y arrojo.

Y si error importante fue, por parte de Villeneuve, la formación de la línea de combate, el error definitivo fue su orden de ordenar dar la vuelta para tener Cádiz a sotavento, lo que rompió completamente dicha línea de combate, quedando a merced de la flota de Nelson. Un giro que se hacía con viento flojo y con el mar agitado, lo que complicaba la maniobra. Un giro que se hacía sin haberse producido cañonazo alguno, lo que significaba que la flota franco-española renunciaba a presentar batalla y huir a Cádiz. Así, cuando Nelson inició los primeros cañonazos, la flota combinada estaba absolutamente descoordinada. Unas naves girando, enormes distancias entre ellas, unas con viento a favor y otras en contra y todas ellas siendo un buen blanco para la flota inglesa.

Es difícil saber que hubiera ocurrido en Trafalgar sin esa orden de giro, manteniendo el orden de la formación. Sin duda alguna, el ataque de Nelson hubiera encontrado otro tipo de respuesta. Al acercarse los navíos ingleses en perpendicular, la respuesta de la flota combinada hubiera sido más fácil y efectiva al estar sus cañones en los costados de los navíos. No solo no fue así, sino que el mar agitado dificultaba ajustar bien los cañonazos y se hacían estos más espaciados, lo que favorecía a los atacantes, pues hacer blanco era muy difícil. Los ingleses, sin embargo disparaban hacia el velamen buscando un blanco más fácil e inutilizar al enemigo.

Batalla de Trafalgar

Nelson se dio cuenta de todas estas circunstancias y atacó sin tomar precauciones debidas. Estuvo a punto de fracasar porque a pesar de contar con viento favorable, este era muy flojo y su ataque a la línea enemiga era muy lento, lo que le exponía al fuego enemigo. De hecho, recibió una lluvia de disparos de mosquete que barría las cubiertas de sus barcos. Una de ellas le alcanzó a él mismo, porque además, de forma imprudente, había puesto su navío, con él mismo al frente para dar ejemplo a los demás, en contraste con Villeneuve. Pero la realidad es que todo ello contribuyó al que la línea de batalla de la flota franco-española quedara rota y cuando se inició combate a corta distancia los ingleses contaron con toda la ventaja táctica. Ante ello, la resistencia franco-española fue a la desesperada, sufriendo un enorme castigo en bajas y daños. Ningún navío se rendía hasta que su capitán no caía. Por ello, Trafalgar se convirtió en un cementerio de héroes. Uno, Nelson, para admiración y homenaje eterno de los ingleses. Otros, como Gravina, Churruca y otros, por su heroísmo y bravura en el combate. Al otro lado del Canal de la Mancha la losa del olvido cayó sobre todos ellos.