El Drago de Icod

El Drago es una planta autóctona de las Islas Canarias, de la familia de las liláceas, científicamente conocida como Dracoena Draco o Draco Palma Canariensis. Se trata de un árbol de tronco grueso y con la copa llena de ramas espesas, cuyas hojas tienen forma de espada. La madera del drago es esponjosa y ligera. La fama de este árbol deriva de la resina o jugo que segrega este árbol de su tronco que, al contacto con el aire, adquiere el color de la sangre. A esta resina se le atribuyen muchas propiedades curativas. Ya los romanos conocían la sangre de Drago a la que llamaban “Cinnabaris” y en aqeulla época ya venían en su busca para usarla con fines medicinales. Los guanches consideraban a este árbol como un tótem que les protegía de toda enfermedad y mal.

Drago de Icod

Ladón, el dragón que tenía cien cabezas y que hablaba un idioma diferente en cada una de ellas, fue enviado por Hera para que vigilara las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides hasta que Heracles le dio muerte en uno de sus trabajos. De cada gota de sangre de sus heridas la sangre que manaba de las heridas creció un drago. Para los griegos, más allá de las Columnas de Hércules se encontraba el famoso Jardín de las Hespérides, cuyo lugar se ubicaba en las Islas Canarias, formada por sietes islas, como las siete Hespérides que cuidaban del Jardín. Un jardín mágico y maravilloso, una especie de cuyos árboles estaban cargados de manzanas de oro, codiciadas por dioses y humanos. Estas manzanas se las había regalado Gea, la madre tierra, a Hera con motivo de su boda con Zeus.

Euristeo había ordenado a Hércules realizar los Doce Trabajos y uno de ellos era robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Tras matar al dragón se apoderó de las manzanas pese a que las Hespérides le advirtieron que los dioses no lo permitirían y que las manzanas debían volver a su lugar. Cuando Hércules llevó las manzanas a Euristeo , este se las regaló a Hércules como premio por su valor. Hércules llevó las manzanas a la diosa Atenea que las devolvió al jardín.

Los guanches veneraban al drago como su espíritu protector y le atribuían propiedades curativas, sirviéndose de su savia roja para preparar pócimas empleadas en ritos. Además, era un considerado un tótem mágico y bajo él se reunía el consejo de ancianos para administrar justicia en nombre de la Diosa Madre y celebrar ritos religiosos. En torno al drago de Icod se celebró la última reunión de los cuatro últimos menceys, o jefes guanches: Belicar de Icod, Romen de Daute, Pelinor de Adeje y Adjoria de Abona acordando la paz con el Rey de España, y evitar un baño de sangre a su pueblo.

Un día llegó a la playa un mercader castellano en busca de esclavos. Allí, sorprendió a tres jovencitas guanches que se bañaban solas en el mar. Estas tres jóvenes eran, en realidad, tres de las hijas de Atlas y Atlante: Egle, Eritia y Aretusa. El mercader se dispuso a capturarlas para venderlas después como esclavas. Dos de ellas escaparon a toda prisa, pero la tercera es capturada. Esta, lejos de ofrecer resistencia, amablemente la ofrece manjares de la tierra. Entre ellos unas magníficas manzanas doradas. El navegante, que conocía la leyenda, pensó que se encontraba en el Jardín de las Hespérides.

Mientras degustaba las frutas y absorto por las riquezas que imaginaba se escondían en aquel lugar se descuidó, lo que aprovechó la muchacha para huir. Corrió todo lo más veloz que pudo y atravesó un barranco para refugiarse entre las ramas de un drago donde se quedó en silencio. El engañado y malhumorado mercader salió en su persecución, con la espada en la mano, y comenzó a buscar por donde la había visto huir. En su búsqueda llegó ante lo que parecía un árbol en el que sospechó estaba escondida la muchacha. Pero el movimiento de sus ramas y su tronco en forma de serpiente le hicieron creer que el árbol era, en realidad, una especie de “monstruo”. Estaba dotado de muchos brazos y cada uno de ellos escondía unas dagas. Su piel era como de serpiente y susurraba un extraño silbido. El mercader le clavó su espada y del árbol comenzó a manar sangre. El viento agitó los enormes brazos del monstruo y sonó como un alarido y el mercader, temiendo por su vida, salió corriendo hacia la playa, subiéndose rápidamente a la barca y alejándose de la costa ya que estaba convencido de que aquel árbol era, en realidad, el mítico dragón que cuidaba del Jardín de las Hespérides.

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