LA PIEDRA DE ROSETA, EL DESCUBRIMIENTO DEL CONOCIMIENTO HUMANO

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Eran las 10 de la mañana cuando la puerta del museo Británico abría las puertas para que los curiosos turistas iniciáramos la visita. Fui uno de los primeros en entrar. De repente, me topé ante ella. Es prácticamente el primer objeto arqueológico que uno se encuentra si entramos por la puerta del ala izquierda del museo. Allí estaba, tras una vitrina que la protegía del polvo y del tacto de los miles de turistas que cada año visitan el museo. De no existir la vitrina, la Piedra de Rosetta sería como aquel monolito de la película “2001, una odisea del espacio”, cuando lo primitivos primates miraban y tocaban con curiosidad aquel monolito del que todos también nos preguntábamos su origen y significado.

Había que aprovechar aquella ocasión que me brindaba la escasez de visitantes que en ese momento existía en el museo. Ver todo lo cerca que la vitrina me permitía para ver los extraños signos que cubrían su superficie. Luego ya era imposible. Todo el mundo se arracimaba ante ella y se pugnaba por una foto junto a la sorprendente piedra.  Conseguí el objetivo de ver cerca la piedra y fotografiarla, a pesar de la dificultad de hacerlo por los reflejos de la vitrina. Me sorprendió las tres partes diferenciadas de la escritura.

Hablaba antes del monolito de 2001, que aparecía como un eslabón evolutivo en la vida de los primitivos homínidos. Me imaginaba la sorpresa de aquel capitán del ejército de Napoleón, el capitán Pierre Francois Bouchard, cuando descubrió aquel monolito de granito negro tras desenterrarlo en la ciudad egipcia de Rashid,  a la que los franceses llamaban Rosetta, ciudad tras haberla conquistado durante la ocupación de Egipto a los ingleses. Brouchar miró con curiosidad los extraños signos que se encontraban grabados en aquella losa que uno de sus soldados se había topado mientras escavaba en la tierra. De inmediato, Bouchard ordenó a sus soldados que recogieran aquella losa. Como en la película de Kubrick, aquel 15 de julio de 1799, aquel monolito negro de gran peso kilos era la respuesta al conocimiento humano, el paso evolutivo hacia la comprensión de las civilizaciones antiguas.

En el año 363 de nuestra el dios Ra, el Halcón del Horizonte, el Inmortal que vive para toda la eternidad, estaba en el país de Khen acompañado por sus guerreros, cuando  Horus, el Medidor Alado, llegó a la barca de Ra:Oh, Halcón del Horizonte, he visto al enemigo conspirando contra ti para  arrebatarte la Corona Luminosa”. Ra le contestó: “Noble hijo de Ra,  Acude rápido y derriba al enemigo al que has visto”.  De esta manera comienza  el relato que podemos leer escrito  en las paredes del templo de la antigua ciudad egipcia de Edfú, y correspondía a la denominada Primera Guerra de la Pirámide, entre Ptah y su hijo Ra. Ptah había entregado el dominio de Egipto después de reinar 9.000 años; a Ra, pero este solo pudo reinar durante 1000 años, debido al Gran Diluvio. Tras él durante 700 años tuvo lugar el  reinado de Shu, y los 500 años de remado de Geb, aquel “Que Amontona la Tierra”, llamado así porque en su época se construyeron las pirámides de Gizeh y algunos de los templos que hoy conocemos. Era el año 1000.

La primera guerra de la Pirámide es un relato que podemos encontrar en el templo de Edfu, antigua ciudad sagrada dedicada al Dios Horus en el Alto Egipto. El historiador más antiguo que la menciona es Manetón, en el 300 a.C. y nos dice que primero gobernaron los Dioses, más tarde los semidioses y finalmente los humanos. Otros historiadores como Herodoto, considerado el padre de la Historia, ya menciona a Manetón como como el que relató estos hechos. Sin embargo, los escritos se perdieron en el incendio provocado de la Biblioteca de Alejandría en el año 48 a. C. a manos de las tropas romanas de Julio César.

En esta primera guerra de las Pirámides, el vencedor fue Horus mientras que el disco alado de Ra que contribuyó a la victoria final del Dios Horus, llegó a ser el emblema de este Dios y se escribieron muchos textos egipcios conmemorativos de esta victoria. Los humanos que sirvieron a Horus en esta guerra fueron denominados como “Shensu-Hor” que significa “Los seguidores de Horus”. Las tumbas de los “Shensu” se hallaron cerca de la Gran Pirámide de Giza donde aparecía un jeroglífico donde se nombraban a los “Shensu-Jufu”, es decir, “Los seguidores de Jufu”, Jufu es en egipcio el nombre del faraón Keops en griego. La leyenda además nos habla de la creación del mundo y de cómo los egipcios construyeron las pirámides.

Egipto fue siempre la tierra enigmática, la tierra que escondía múltiples secretos. Sus tumbas, sus pirámides, sus ritos y el simbolismo divino del faraón constituían un enigma sin explicación. Heródoto, en su libro Euterpe nos había descrito las maravillas de aquella tierra mítica, maravillas sin descifrar. Fueron muchos los que viajaron hasta el Antiguo Egipto en busca de alguna respuesta a las tantas incógnitas. Cientos de expediciones llegaron a aquella tierra lejana donde se levantaban magníficos y extraños monumentos. La visión de las pirámides, los templos y los monumentos egipcios, deslumbraron a todos los que visitaban la tierra de los faraones. Y para una civilización europea que había construido grandes catedrales, de gran riqueza artística y religiosa, acostumbrada en grabar en la piedra los mensajes de Dios, se encontraron con unos extraños signos grabados sobre las paredes y estancias de aquellos templos. Extraños signos que, sin duda alguna, formaban parte de un lenguaje oculto, hermético para el conocimiento de la cultura occidental. Aquella civilización, sin duda alguna poderosa y floreciente, había desaparecido dejando su mudo testimonio de su poder y su conocimiento. ¿Cómo habían construido aquellas enormes pirámides? ¿Qué significaban aquellos extraños dioses con cabeza de animal y cuerpo de hombre? La respuesta podía estar en aquellos jeroglíficos, mudos testimonios explicativos del misterio que envolvía aquella dura tierra desértica regada por el río Nilo.

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Es por ello que a las expediciones científicas les siguieron las militares. Francia e Inglaterra, las potencias más importantes del momento, habían puesto sus ojos en Egipto.  Julio César, Carlomagno y otros conquistaron esas tierras expandiendo sus imperios e intentar conocer los secretos de aquella civilización perdida. Pero se fueron sin conocerlos.

Napoleón también había oído sobre los secretos de la tierra de los faraones. Como también había oído hablar de otra civilización anterior, los sumerios, que vivían en la región de Sumer,  al sur de la antigua Mesopotamia, entre los ríos Éufrates y Tigris. La civilización sumeria está considerada como la primera y más antigua civilización del mundo, aceptado así por la arqueología moderna y oficial. Los Sumerios se hacían llamar a sí mismos sag-giga que significa “el pueblo de cabezas negras”, debido al color de su piel. Las primeras culturas preurbanas sumerias conocidas datan del año 7.000 a.C., gracias a los restos de artesanía y cerámica encontrados, si bien se han encontrado esqueletos que corresponden al año 13.000 a.C. Su origen étnico es un misterio aún hoy en día, ya que su origen no corresponde con las tribus semitas que poblaban esas tierras. Algunos investigadores aseguran que llegaron de la zona del mar Caspio, y otros de la India. Algunos de estos restos presentaban signos de radiactividad, lo que ha dado origen a numerosas hipótesis sobre su origen y precedencia.

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Los sumerios fueron una civilización con conocimientos avanzados. Conocían las Pléyades, a las que definieron como un sistema de soles o estrellas que giran alrededor de una estrella central llamada Alción. También sabían que los planetas giran alrededor del Sol, y nuestra galaxia gira alrededor de una galaxia mayor; todo parece ser un conjunto entero de galaxias.  Los sumerios eran muy temerosos de sus dioses y con un profundo sentido de la amistad. Compartían fraternalmente sus desgracias y creían que los dioses habían creado al hombre para que les sirvieran diligentemente. Su concepto del mundo era bastante agorero; la humanidad estaba predestinada a sufrir porque los dioses así lo habían decretado. También inventaron el zodíaco, en este caso compuesto de 17  o 18 signos, que posteriormente los babilonios dejarían en 12 símbolos.  Los sumerios, igual que los mayas o los egipcios, eran grandes observadores del cielo y las estrellas, aunque ignoraban los conceptos astronómicos que hoy conocemos y los relacionaban con la religión.  Sin embargo, se han encontrado algunos grabados   en piedra que demuestran que los sumerios conocían la rotación de los planetas alrededor del Sol.

El Enuma Elish narra la creación del mundo y, debido a las analogías entre ambos, inspiró el libro del Génesis, el relato bíblico de la Creación.   Así, el Enuma Elish está recogido en unas tablillas halladas en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal. Narra la construcción de Babilum o sea, Babilonia, y su zigurat dedicado a Marduk, mientras en La Biblia nos habla de la “Torre de Babel”. La gran mayoría de los relatos bíblicos  están basados en historias de origen sumerio. Así, los diez primeros patriarcas bíblicos son los mismos que los reyes que existieron antes del Gran Diluvio se encuentran Alulim, “el que esparció la semilla” (Adán),  su hijo Alalgar (Set),  a el pastor Dumuzid que fue asesinado (Abel), a Enmenduranna, que conocía los secretos de los cielos, (Enoc) y Ziusudra (Noé), entre otros. En Sumer fueron los dioses los que castigaron al hombre por su maldad,  como en el Génesis, pero sólo uno de ellos, de nombre Enki se apiadó de la humanidad y ordenó a un hombre construir un arca para llenarlo de animales.

El Gran Diluvio es el nombre de un mito sumerio y se corresponde con   un capítulo incluido en el Génesis, primer libro de la Biblia, sobre la historia de Noé y el castigo enviado por Dios en forma de diluvio.  En este sentido, existe un escrito Sumerio que se  llama El Poema de Gilgamesh, una narración de origen sumerio, considerada como la narración escrita más antigua de la historia. El poema trata sobre las aventuras del rey Gilgamesh y su amigo Enkidu en busca de la inmortalidad y relata un episodio muy parecido al de la Biblia sobre el diluvio universal.  El relato narra como hace aproximadamente unos seis milenios, en lo que hoy es Irak, se extendía la fértil llanura mesopotámica, atravesada por los ríos Éufrates y Tigris. En el sur de esa llanura, en el país de Sumer, se levantaba la imponente Uruk (la actual Warka), cuna de su todopoderoso rey Gilgamesh, perteneciente a la dinastía I de Uruk. A lo largo de las doce tablillas del poema se retrata a Gilgamesh como un héroe mítico, de 5,60 metros de altura, cuyo objetivo principal era la búsqueda de la gloria, que intentará alcanzar junto a su amigo Enkidu y, sobre todo, la búsqueda de la inmortalidad. A todo ello se añadió la doceava y última tablilla referida al Más Allá, sin conexión con el relato anterior, pero que permite a Gilgamesh ver el mundo que le espera tras su muerte. Pero sin duda alguna, el mito del diluvio universal incluido en este Poema, constituye uno de los documentos esenciales para el posterior estudio de la piedra Rosetta. En la tablilla XI, esculpida y grabada en piedra y conservada también en el Museo Británico de Londres se narra este mito de manera similar al incluido posteriormente en La Biblia: Según el poema, Enlil había sido molestado por el gran e incesante ruido producido por  los humanos y   convence a los demás dioses para exterminarles totalmente, así como a los animales terrestres y a las aves con una gran inundación. Uno de los dioses, Ea, sin embargo,  pide a UtNapishtim (Noé)  que construya un arca para salvar a unos pocos humanos y a algunos animales.

Poema del Gilgamesh, Mito del diluvio. Museo Británico
Poema del Gilgamesh, Mito del diluvio. Museo Británico

El misterio de los sumerios tuvo continuidad con la civilización egipcia.  Según estos, una dinastía de dioses reinó en Egipto durante 13900 años, desde el primer dios,  Vulcano; el dios descubridor del fuego, Saturno, Isis y Osiris, Tifón hermano de Osiris, y Horus hijo de Isis y Osiris. Junto a ellos, existen los Semidioses, héroes que reinaron durante algo más de 110000 años, los llamados Shemsu Hor o «seguidores de Horus«, los cuales gobernaron Egipto antes que los faraones y ayudaron a Horus en su lucha con Seth. También se dio este nombre a los sacerdotes que se ocupaban de los ritos funerarios. Gobernaron Egipto alrededor de los 6 mil años. Sobre el año 3000 a.C. reinaría el primer faraón humano, Menes, según recoge el llamado un documento llamado Canon Real de Turín, un papiro que se conserva en el Museo Egipcio de Turín, fechado en la época del faraón Ramsés II y que contiene la lista de los reyes de Egipto, el cual fue estudiado y traducido por el propio Champollión.

Pero sin duda alguna, fue la dinastía Anunnaki, un grupo de dioses hijos del dios An o Anu (dios del cielo) los que han arrojado un manto de misterio y de teorías sobre su carácter y procedencia. La civilización sumeria basó todo su panteón divino en torno a estos dioses, “aquellos que vinieron del cielo” y  enseñaron a los sumerios a construir sus templos en lugares escogidos. Los Anunnaki son veintitrés dioses del panteón sumerio, del que sobresale la triada formada por el ya conocido An, dios del cielo; Enlil, dios del viento y  Enki, dios de la tierra y del agua y de la sabiduría y creador del hombre a partir del mono. En este panteón estaban además los Ogigi, dioses del inframundo, una especie de dioses menores que trabajaban para los Anunnaki.  Enki decide modificar genéricamente a una raza de homínidos, mezclando ADN Anunnaki con el de los primates, creando así un nuevo ser que, sin embargo no era lo suficientemente inteligente. Enki entonces añade su propio ADN creando así al primer humano, llamado Adapa (Adán) resultando ser mas inteligente, hábil, y con la capacidad de reproducirse. Los humanos empezaron a reproducirse y poblar las ciudades, mientras los dioses les enseñaron a trabajar la tierra y a venerarlos

Dioses Anunnaki
Dioses Anunnaki

En la Biblia y escritos judíos y cristianos  a los Anunnaki se les conoce como Nefilim, “los ángeles caídos”. Los Nefilim eran un pueblo de gigantes, o titanes hijos de los hijos de dios y las hijas del hombre: “Y aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas, al ver los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. Entonces dijo Yahvé: “No contenderá para siempre mi espíritu en el hombre, porque ciertamente él es carne; y su vida no rebasará los ciento veinte años”. Los nefilim se hallaban en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos del Dios verdadero continuaron teniendo relaciones con las hijas de los hombres y ellas les dieron a luz hijos, estos fueron los gigantes de la antigüedad, fueron los hombres famosos. (Génesis, 6, 1-4).″ Para los sumerios, sus dioses fueron humanos y convivieron entre ellos y les enseñaron todo lo necesario. Estos dioses crearon al hombre a su imagen y semejanza.

Un texto sumerio encontrado nos habla del diluvio y de otras referencia bíblica como puede ser a la destrucción de Sodoma y Gomorra: “En la tierra cayó una calamidad, una desconocida para el hombre, una que no se había visto nunca antes… una gran tormenta del cielo… una tormenta que aniquiló toda la tierra… un viento diabólico como un torrente enfurecido… acompañada de un calor abrasador… durante el día robó a la tierra de su sol reluciente, por la noche las estrellas no brillaban… La gente aterrorizada, no podía apenas respirar… Las bocas se llenaron de sangre… hizo que las casas se abandonaran… los ríos de Sumeria afluían con aguas amargas… los pastos crecían con hierba marchita… Los dioses evacuaron Uruk, se escondieron en las montañas, escaparon más allá de las lejanas llanuras…”. Recordemos que en algunos esqueletos y restos humanos encontrados se apreciaron indicios de radioactividad y que el análisis de algunas capas de tierra efectuados en varias zonas de Oriente Próximo revelan que hubo un extraño cambio climático en la región del Mar Muerto alrededor del año 2025 a. C. de carácter desconocido, todo lo cual ha dado origen a todo tipo de conjeturas. Y teorías que retroceden en el túnel del tiempo hasta una época remota en la que todavía no existían ni los seres humanos. Pero sí habitaban y reinaban en la Tierra otros seres.

Hasta finales del siglo XVIII, las fuentes de la historia antigua del Próximo Oriente bebían en el Antiguo Testamento y la tradición clásica antigua. Luego, con la transcripción de algunas inscripciones cuneiformes persas se dio un gran paso para entender las civilizaciones antiguas. Un francés, como veremos más adelante, Champolión había sido el primero en descifrar los, hasta  entonces, desconocidos caracteres jeroglíficos. La consecuencia de ello fue la interpretación de documentos escritos en las lenguas orientales en las que estaban escritos los documentos  antiguos.

 Tras los descubrimientos, entre ellos de la piedra Rosetta, desde mediados del siglo XIX se avivó el interés por la arqueología oriental, lo que llevó al envío de expediciones de tipo cultural y arqueológico para investigar sobre el mismo terreno. Como consecuencia de ello, se encontraron textos escritos y restos de estas civilizaciones.

Hacia la segunda mitad del siglo XIX, fruto de esas excavaciones arqueológicas, se descubre las ciudades de Nínive y Khorsabad, con sus monumentales palacios, templos y sobre todo, la biblioteca de   Asurbanipal,  el último gran rey asirio, que contenía una gran colección de obras literarias y reliquias de babilonios, asirios y sumerios. A comienzos del siglo XX se  descubre Ur, la antigua ciudad del sur de Babilonia,  y su necrópolis real.

Posteriores descubrimientos demuestra que en Uruk existía la rueda, en torno al año 3500 a. C. y la escritura en el 3300 a.C, en  unas tablillas de arcilla con escritura cuneiforme, la prueba escrita más antigua encontrada hasta la fecha. Aquellos escritos demostraban que los sumerios no eran un pueblo indoeuropeo, ni semita.  Su escritura demuestra que su idioma no formaba parte de ningún sistema lingüístico conocido. Lo que también se demuestra es que los sumerios inventaron los jeroglíficos que más tarde se convirtieron en escritura cuneiforme, y que esta era, junto con la del Antiguo Egipto el lenguaje humano escrito más antiguo que se conoce.

En Nimrod, a 80 kilómetros al sureste de Babilonia, fueron encontradas  unas 50.000 tablillas escritas alrededor del año 3000 a. C., entre ellas la llamada la llamada Lista Real Sumeria,  un documento redactado por los escribas de Mesopotamia y escrito en sumerio, que contiene la sucesión de monarcas desde los primeros tiempos hasta la época de Hammurabi, entre 1810 y 1750 a. C. El primer rey mencionado es Mebagaresi contemporáneo de Gilgamesh, que gobernó entre los años 2631 y 2601 a. C. Lo curioso de esta lista es que los reyes son especialmente longevos, y algunos reinaron, según la misma por larguísimos periodos de tiempo, como Kullassinabel de Kish, que gobernó durante 960 años, Kalibum de Kish, durante 960 años, o  el mencionado Gilgamesh, 126 años, entre los 134 reyes que componen la misma. El documento menciona a Eridu, la ciudad más antigua de Sumer, llamada la elegida por los Dioses, una especie de Olimpo sumerio, donde la realiza se asienta por primera vez. A partir de entonces, la Lista Real sumeria enumera el reinado de los dioses por las diferentes ciudades, nombrando a estas y  a los reyes, siendo el periodo de vida de algunos reyes de hasta 450.000 años: “Después de que la realeza descendiera del cielo, la realeza estuvo en Eridug. En Eridug, Alulim se hizo rey y gobernó 28800 años.” Luego, como concluye el documento: “El diluvio lo niveló todo”. Esa es la razón por la que a estos reyes sumerios se les denomina antediluvianos. Los textos encontrados son difíciles de descifrar han sido poco a poco comprendidos y traducidos por los arqueólogos. Pero, a diferencia de Egipto, entre los restos sumerios no se encuentran obeliscos, ni grandes pirámides, o gigantescas estatuas de faraones y esfinges, sino modestas y extrañas esculturas.

Como hemos visto anteriormente, de su panteón divino destaca el dios An, cuyo signo era inicialmente una línea vertical cruzada por varias en horizontal y diagonal, quien formaba con sus hijos Enlil y EnKi  la triada divina, una especie de Santísima Trinidad  bíblica.

Ya hemos visto antes las analogías entre los textos antiguos sumerios y La Biblia. La práctica totalidad de las historias y personajes bíblicos están basados en historias de origen sumerio. Así, los diez primeros patriarcas bíblicos son los mismos que los reyes antediluvianos sumerios. Hemos visto la relación entre Alulim con Adán,  a su hijo Alalgar  con Set,  al pastor Dumuzid  con Abel, y a Ziusudra  con Noé. En Sumer fueron los dioses los que decidieron la destrucción del hombre a causa de su maldad, como en el Génesis, pero sólo uno de ellos, Enki, se apiadó de la humanidad y encomendó a un hombre construir un barco y llenarlo de animales, tal y como Noé hizo en su arca.

Según nos cuentas los sumerios en sus antiguos textos, Enki, el “Señor de la Tierra”, creó al hombre, según se cuenta en la leyenda épica acadia de Atrahasis. Para ello   utilizó a un mono, al que enseñó a entender y relacionarse con los dioses. Según esta leyenda, el hombre desciende del mono, algo que curiosamente defendió Charles Darwin en su teoría de la evolución humana y que la Iglesia católica negó y condenó desde el principio. Pero dejemos a Darwin y sigamos con la leyenda sumeria,

Enki creó al hombre para que trabajara para los Dioses, para satisfacer las necesidades de los dioses, en otras palabras, para ser esclavo de los dioses. Esto significa que anterior al hombre ya existía vida en el planeta, aunque los escritos sumerios no aclaran este misterio. Lo que nos dice es que Enki dotó de inteligencia a los monos para trabajar y cumplir órdenes de los dioses. Más tarde, Enki avisa  a Ziusudra  sobre el Diluvio con el que los dioses pretenden acabar con la humanidad, ya que ésta se había revelado contra ellos. Según los escritos sumerios, Enlil, el “Señor del Cielo”, convence al resto de los dioses de la necesidad de exterminar a la especie humana. Pero Enki quiere salvar al único hombre justo y leal con los dioses y le ordena construir una nave para que pudiese salvarse junto a su familia, animales y plantas de todas las especies.  Después, tras siete días y siete noches, el  Diluvio destruye todo tipo de vida y existencia,  tras lo cual el Diluvio cesó y Ziusudra pudo salir de su barca.

Este castigo recogido en las escrituras sumerias también aparece en la cultura maya, los cuales nos hablan en sus textos de algo muy similar: los dioses que crearon al hombre no estuvieron satisfechos con el comportamiento de este, por lo que decidieron su exterminio para volver a crearlo tratando de corregir sus errores, en un proceso que repitieron varias veces, hasta conseguir el hombre deseado.

Siguiendo con el Gran Diluvio, este se produjo, atendiendo a los escritos sumerios, entre los años 4800 y 3800 a. C. La leyenda asiria es similar al contenido en otros textos asiro-babilónicos y en La Biblia.  El Poema de Gilgamesh, que trata sobre las aventuras de Gilgamesh y su amigo Enkidu, narra el mito del diluvio y está escrito  en tablillas de arcilla y escritura cuneiforme y está considerada como la narración escrita más antigua de la historia.

La piedra de Rosetta era, pues, el principio de todo el conocimiento sobre civilizaciones que se perdían en la línea del tiempo.

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Y Napoleón Bonaparte, como tantos otros antes y después, no era ajeno a este interés y misterio. Aquel interés no era puramente arqueológico. El objetivo de todos ellos era, principalmente, miliar. Aquellos secretos tal vez escondieran algún arma secreta que les permitiera conquistar el mundo, o el modo de conseguir el poder absoluto.

A mediados del verano de 1798  Napoleón se encontraba en el norte de África, en dirección a Egipto. La razón de su campaña era mucho más que guerrera. En primer lugar, tenía el objetivo de bloquear la ruta comercial que conectaba a su gran enemiga, Inglaterra, con la India. En segundo lugar, la estrategia expansionista del emperador, que le llevaba a sentar las bases francesas en Oriente. Sin embargo, el hecho de que Napoleón llevara, junto a su gran ejército, a 167 de los mejores científicos y eruditos de Francia, demuestra que existía otra razón para que Napoleón se dirigiera a Egipto.

Se dice que Bonaparte idealizaba a Alejandro Magno, y que como él, quería invadir Egipto, Jerusalén y Siria para, desde allí, abrir una ruta comercial con la India. Pero además, el emperador francés quería conocer que secretos se escondían en aquellos monumentos de arena, las pirámides, y en aquellos templos dedicados a dioses y dioses que vivían durante milenios y que eran capaces de levantar aquellos gigantes pétreos con ayuda de algún sortilegio o máquinas desconocidas capaces de mover grandes piedras. Quería conocer qué secretos guardaban aquellos extraños signos e inscripciones que se habían encontrado a través del tiempo y que nadie había podido descifrar, pero todos reconocían que guardaban un gran secreto. Aquella zona era rica en restos arqueológicos de egipcios, sumerios y otras civilizaciones antiguas. El ejército francés fue avanzando y conquistando territorios, mientras se exploraba y excavaba sobre las abandonadas ruinas en busca de tesoros escondidos o en cualquier huella que sirviera para seguir investigando.

Para conseguir este objetivo, cientos de años después de la Primera Guerra de las Pirámides, tenía lugar esta nueva guerra. Napoleón tenía que enfrentarse a una casta guerrera que gobernaba Egipto desde el siglo XIII: los Mamelucos, cuyo nombre significa “hombre comprado” en árabe. Los mamelucos  eran comprados de niños a familias cristianas en el básicamente el Cáucaso para ser educados como musulmanes y eran entrenados como guerreros del Imperio Otomano, caracterizándose como muy feroces y cualificados. Cuando llegó Napoleón con su ejército de 30.000 franceses, los mamelucos no eran más de 10.000.

Mientras Napoleón marchaba con su ejército de Alejandría a El Cairo, después de conquistar la primera, se encontró con los mamelucos a 15 km de las pirámides de Gizeh y a sólo 4 km de El Cairo. Las pirámides se veían pues a lo lejos, en toda su majestuosidad. Fue entonces cuando Napoleón arengó a sus tropas, con las pirámides en el horizonte, diciendo: “¡Adelante soldados! Recordad que desde lo alto de las pirámides, cuarenta siglos os contemplan”. La victoria de Napoleón Bonaparte fue total, aunque breve, pues una semana después fue derrotada por el almirante Nelson, que destruyó toda la flota francesa y dejó incomunicadas a las tropas napoleónicas, obligando al emperador a abandonar Egipto y regresar a Francia.

Pero durante su estancia en Egipto, algunos oficiales e investigadores visitaron la Gran Pirámide e incluso subieron a su cima. Cuando  bajaron se reunieron con él. Napoleón les explicó que había estado calculando la cantidad de piedra que formaba la pirámide, suficiente para construir un muro de piedra de 3 metros de alto y 0,3 metros de grosor alrededor de toda Francia. Durante aquellos días Napoleón decidió entrar  en solitario en el interior de la llamada “Cámara del Rey” de la pirámide de Keops, donde permaneció durante toda una noche, el 12 de agosto de 1799, imitando a Alejandro Magno y Julio César que también habían pasado una noche en la pirámide de Keops. Nadie supo que ocurrió durante aquella noche, pero todos vieron que, a la mañana siguiente, el emperador salió del interior de  la pirámide con aspecto demacrado y mudo. A nadie quiso contar lo que había sucedido allí dentro y tan solo confesó a su hombre de confianza, el general Kebler, que no quería que le tomaran por loco.

Y así llegaron a Rosetta. Y allí, junto al puerto fluvial, mientras se excavaba en busca de lo que parecía un templo o un palacio egipcio, apareció aquel monolito negro. Enseguida, aquella piedra oscura fue llevada  al Institute d’Egypte en El Cairo en 1799.

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Aquella piedra de granito, o basalto, negro, de 114 metros y de 548 kilos tenía grabada sobre su superficie unas extrañas inscripciones que, de inmediato, se comprobaron que eran tres diferentes tipos de escritura. Aquel monolito de forma irregular tenía un  gran valor arqueológico. Las escrituras era griego antiguo, 54 líneas en  la parte inferior; otro, denominado demótico, una antigua escritura egipcia la literatura antigua, compuesto de 32 líneas en la parte central de la estela; y en la parte superior, escritura jeroglífica, 14 líneas que no se encontraban completas debido a la rotura de la losa. Las investigaciones realizadas hasta aquel momento demostraban que la escritura jeroglífica, de carácter sagrado, fue utilizada durante más de tres mil años, hasta que en el siglo IV de nuestra Era Egipto fue conquistada por los romanos. El lenguaje demótico fue un lenguaje utilizado por el pueblo (demos=pueblo) en el año 700 a.C. en los documentos. El tercer lenguaje, el griego, era utilizado por los sacerdotes y en documentos administrativos por escribas. Existía otro tipo de lenguaje, el copto, que se escribía con el alfabeto griego pero manteniendo siete caracteres, el antiguo demótico. Los textos más antiguos del copto datan de los siglos I y II de nuestra era y versan sobre temas de magia. Desapareció tras la conquista árabe de Egipto en el siglo VII d. C.

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Los arqueólogos interpretaron que los diferentes signos eran lenguajes de escritura sobre un mismo texto, es decir, bastaba traducir los que se conocían para interpretar los signos jeroglíficos. Como se conocía el griego y el demótico, era cuestión de tiempo traducir los signos jeroglíficos. Una vez descifrado el texto griego, se comprobó que se trataba de un decreto publicado por una asamblea de sacerdotes reunidos en Memphis en honor de Ptolomeo V Epífanes en el 196 a.C. Las líneas finales de las inscripciones griegas decían el decreto debía ser escrito en: “piedra dura, en caracteres sagrados y nativos y griegos y se coloque en los templos de primer y segundo al lado de la imagen del rey que vive por siempre”

Pero no era tiempo lo que sobraba en aquella guerra, donde en un día se podía perder todo lo ganado. Los franceses estaban preparando el traslado de la losa a Francia, cuando en 1801 llegó a El Cairo el almirante Horatio Nelson al frente del ejército británico y expulsó a los franceses de Egipto. Cuando las tropas francesas fueron derrotadas en la batalla de Abukir por el ejército inglés al mando del almirante Nelson, se firmó la  «Capitulación de Alejandría«, la cual obligaba a los franceses a la entrega de muchas de las antigüedades que habían acumulado, especialmente la Piedra de Rosetta. Conocida su importancia, en 1802 fue transportada a bordo de la fragata «Égyptienne» con destino a Londres donde se presentó como un verdadero tesoro, quedando guardada en el Museo Británico. Un tesoro que aún no había sido descifrado. Pero antes, los ingleses permitieron hacer un molde de ella un molde de escayola para ser enviado a París. Aquella copia sería la que posteriormente, diera paso al conocimiento de los secretos mejor guardados de la civilización egipcia. La losa o piedra en sí, era de granito  negro, tenía las dimensiones normales de una estela egipcia, y pesaba algo más de 540 kilos.

Y allí, en la lejana Londres, a salvo de todo conflicto, se empezó la ardua tarea de descifrar el enigma. Históricamente, se sabía que la época de la que databa la piedra se caracterizaba por sus conflictos. Todo el sur de Egipto se reveló y fue parcialmente controlado por reyes nativos rebeldes, desde el reinado de Ptolomeo IV, durante el periodo 221 – 205 a.C. hasta el 186 a.C., cuyas causas obedecen a las rebeliones nacionalistas contra el gobierno griego. En el verano del 205 a.C., Ptolomeo IV muere repentinamente y su hijo, Ptolomeo V, asciende al trono en Alejandría cuando apenas era un niño de 6 años. Años más tarde, los rebeldes que se habían levantado en la capital de Alejandría fueron derrotados en el año 8 del reinado de Ptolomeo V y fueron duramente castigados como parte de la ceremonia de la coronación del ahora rey de 13 años, al parecer llevada a cabo el 27 de noviembre del 197 a.C.  Como consecuencia de esta coronación se emite un decreto el 27 de marzo del 196 a.C., para manifestar la adhesión de los sacerdotes a un culto al rey en respuesta a los favores otorgados hacia la casta sacerdotal, incluyendo la exención de impuestos. Este decreto es conocido como “Decreto de Memphis” por el lugar de su publicación, o como “Piedra de Rosetta”, el cual forma parte de una serie de proclamas sacerdotales similares, aparentemente hechas cuando los sacerdotes se congregaban para celebrar ceremonias nacionales en honor del faraón.

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Aunque Ptolomeo V tenía solamente trece años de edad cuando fue dictado  el decreto, el texto lo describe como restaurador del orden, “estableciendo Egipto y haciéndolo perfecto, su corazón benéfico para con los dioses”. A pesar de que en aquel periodo en Egipto el rey era el que publicaba todos los decretos, el Decreto de Memphis fue publicado por sacerdotes nativos como creadores de una cultura tradicional propia. En la Piedra de Rosetta, se leen varias fechas que corresponden a diversos acontecimientos, tales como la fecha del decreto, el cumpleaños de Ptolomeo V, la coronación de este y el momento en el que debía celebrarse el festival en su honor.

La fecha del decreto sólo aparece en el texto demótico y griego, ya que en el texto jeroglífico podría estar en la parte que falta de la Piedra de Rosetta. Las tres fechas restantes aparecen en las tres escrituras: jeroglífica, demótica y griega. En los textos jeroglífico y demótico las fechas están escritas a la manera. Todos estos datos fueron estudiados en profundidad por los investigadores.

Sería el investigador inglés Thomas Young el que llegó a la conclusión de que los signos que aparecían en el texto egipcio hacían referencia a nombres reales. Fue entonces cuando un investigador francés entró en escena: Jean François Champollion. Champollion era un experto en el estudio de las lenguas antiguas y conocía hasta una docena de ellas. Ya en el año 1822, cuando se descubrió en Egipto la tumba de  Tutankhamon  y empezó a estudiar el lenguaje jeroglífico contenido en la misma. Ahora era consciente que la clave podía estar en la piedra de Rosetta. Champolión había estudiado un obelisco egipcio en Dorset, en el que aparecía una inscripción en dos lenguas: griego y jeroglífico. Allí, el estudioso francés comprobó que los jeroglíficos que aparecían en aquel monumento eran idénticos a los que contenía la Piedra de Rosetta.

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Champolión conocía el copto, una lengua egipcia que derivaba del demótico, pero que era más antigua, lo que le llevó a pensar que este y el lenguaje jeroglífico también sería similares.  Tras estudiar los dibujos de los jeroglíficos encontrados en Abu Simbel pudo traducir el nombre de RAMSES, a partir del cual fueron saliendo otros significados de otros símbolos. Era cuestión de tiempo descifrar la piedra de Rosetta. Algo que, por entonces, no era un problema. Pero el trabajo avanzaba con una lentitud desesperante. Al cabo de 23 años del descubrimiento de la losa  no había descifrado más que 111 signos, de los más de mil que contenía la piedra. Pero Champolión sabía que con paciencia conseguiría el objetivo. Poco a poco fue traduciendo el texto jeroglífico a partir del griego, el cual comenzaba así: “El nuevo rey, habiendo recibido el reino de su padre…”. Narra una sentencia de Ptolomeo V, miembro de la dinastía Ptolemaica cuyo último faraón fue la reina Cleopatra, describiendo varios impuestos que había revocado, ordenando además que la estela se erigiese y que el decreto fuese publicado en el lenguaje de los dioses (jeroglíficos) y en la escritura de la gente (demótica). El texto que en los tres casos eran el mismo, correspondía al Decreto de Menfis del 27 de marzo del año 196 A.C.

“¡Lo tengo!” fueron las primeras palabras de Champollion a su hermano cuando consiguió descifrar el texto completo. El 22 de septiembre de 1822 se hizo público el descubrimiento y publicó su Précis du Système Hiéroglyphique con su extraordinario descubrimiento. La piedra de Rosetta contenía caracteres correspondientes al  período Ptolemaico, en el 196 a.C., y mostraba un decreto que ensalzaba la figura del faraón Ptolomeo V en el primer aniversario de su reinado alabando todo lo bueno que el faraón había hecho en Egipto:  “Bajo el reinado del joven, que recibió la soberanía de su padre, señor de las insignias reales, cubierto de gloria, el instaurador del orden en Egipto, piadoso hacia los dioses, superior a sus enemigos, que ha restablecido la vida de los hombres, Señor de la Fiesta de los Treinta Años, igual que Hefaistos el Grande, un rey como el Sol, gran rey sobre el Alto y el Bajo País, descendiente de los dioses Filopáteres, a quien Hefaistos ha dado aprobación, a quien el Sol le ha dado la victoria, la imagen viva de Zeus, hijo del Sol, Ptolomeo, viviendo por siempre, amado de Ptah. En el año noveno, cuando Aetos, hijo de Aetos, era sacerdote de Alejandro y de los dioses Soteres, de los dioses Adelfas, y de los dioses Evergetes, y de los dioses Filopáteres, y del dios Epífanes Eucharistos, siendo Pyrrha, hija de Filinos, athlófora de Berenice Evergetes; siendo Aria, hija de Diógenes, canéfora de Arsínoe Filadelfo; siendo Irene, hija de Ptolomeo, sacerdotisa de Arsínoe Filopátor, en el (día) cuarto del mes Xandikos (o el 18 de Mejir de los egipcios)”.

Champollion había conseguido su objetico tras descubrir  que los caracteres jeroglíficos no tenían solo un valor fonético, como en nuestra escritura, ni tampoco un valor ideográfico como se había creído hasta entonces, sino una combinación de ambos. Y lo hizo sin haber visto jamás la losa original.

El descubrimiento de Champollion permitía además dar respuesta algunas incógnitas históricas desconocidas hasta entonces. Por ejemplo, que Cleopatra IV, la última reina o faraona de Egipto, no era egipcia sino descendiente de los griegos que invadieron el imperio al mando de Alejandro Magno. También se pudo conocer la organización social de los egipcios antiguos y corroborar que emitían leyes y decretos imperiales. Los egipcios eran un pueblo culto y la mayoría de ellos sabían leer y escribir, y poseían grandes conocimientos de las matemáticas e ingeniería. Sentaba además la base para el conocimiento de la escritura sumeria, mucho más antigua que la egipcia.

En “2001, una odisea en el espacio”, aquel monolito negro y misterioso era la puerta del conocimiento del hombre hacia otras dimensiones, su viaje al futuro. La Piedra de Rosseta también era la puerta al conocimiento humano hacia otros mundos desconocidos, su viaje al pasado.

Sentí como me empujaba las personas que intentaban acercarse a la piedra. Continué mi camino……

Aclaración: No he incluido en esta historia las teorías que aseguran que los Unamanti son seres procedentes de otro planeta, tal y como aseguran algunos investigadores, cuyas teorías tienen el menor rigor científico. Además estas teorías no añadían nada al tema central del artículo: la Piedra de Rosetta y su importancia en la interpretación de la escritura antigua.

Todas las fotografías han sido realizadas por Juan A. Padilla en el Museo Británico de las piezas originales.

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