CARCASONNE, LA LEYENDA

Foto: J.A. Padilla

Carcasona, o Carcassone en francés, o Carcassona en occitano se encuentra situada en lo alto de una escarpada colina, al suroeste de Francia, por un camino que lleva hacia los Pirineos y, desde aquí, a España. Carlomagno contemplaba desde el horizonte aquella ciudad que parecía inexpugnable y que, desde hacía trescientos años estaba bajo domino musulmán. Algo insoportable para el emperador. Con su gran ejército había iniciado su camino hacia la Península Ibérica cumpliendo una promesa hecha al papa de recuperar para la Cristiandad aquellas tierras en poder de los sarracenos. Pero en su camino hacia el sur, Carlomagno iba conquistando aquellos lugares que estaban bajo dominio infiel, en poder de emires que se habían atrevido a cruzar los Pirineos y llevar su religión hasta la misma Francia. Inaceptable para Roma y para Carlomagno.

En la Península Ibérica había surgido la leyenda del Apóstol Santiago y, en torno a ella, había surgido un movimiento acaudillado por un noble astur llamado Pelayo que había infringido algunas severas derrotas a los musulmanes, según decían, gracias al apoyo del apóstol, cuya tumba estaba en Campus Estellae. Ahora Carlomagno observaba aquel enclave perfecto para vigilar caminos y encrucijadas hacia el Pirineo. No era un simple castillo o fortaleza, sino toda una ciudad entera fortificada, formado por un conjunto inmenso de torres y murallas construidas a lo largo de muchos siglos y habitada por diferentes culturas.

Foto: J.A. Padilla

En efecto, aquel enclave ya había sido elegido por los romanos en el siglo II a,C. para construir un campamento fortificado, una colonia a la que llamaron  «Julia Carcaso» y, más tarde, Carcasum y Carcasso. Y allí estuvieron hasta que los visigodos los expulsaron. Habían conquistado Hispania y el sur de Francia. Y allí permanecieron durante trescientos años. Pero aquel pueblo belicoso fue víctima de sus propias leyes y de su carácter. Sus constantes enfrentamientos acabaron con aquel reino. Guerra por la sucesión que provocaban calamidades y hambrunas entre la población. Fue entonces cuando en Hispania surgió una guerra por la sucesión que provocó la entrada desde África de los musulmanes. Era el año 711.

En la Batalla de Guadalete, los musulmanes derrotaron al rey visigodo Don Rodrigo, conquistando entonces toda la península Ibérica y avanzando hacia el norte. Pero los musulmanes no se detuvieron en los Pirineos, sino que se atrevieron a invadir Francia. Carcassonne fue una de las primeras poblaciones en conquistar. Era el año 725.

Entrada a la ciudad. En el centro, el busto de Dama Carcas. Foto: J.A. Padilla

Hasta allí había llegado un emir llamado Balaack. Había creado un reino apacible y tranquilo, alejado de las guerras del otro lado de los Pirineos. Acompañado de su esposa, Dama Crarcas, Balaack se comportaba como un rey justo. La ciudad prosperaba en aquella tierra rica y con grandes recursos.

Pero esto no duró mucho.

Un día, desde la torre vigía de la ciudad, sonó el toque de alarma que alertó a toda la ciudad. A lo lejos, entre las colinas, se divisaba un enorme ejército que avanzaba hacia la ciudad. Estaban lo suficientemente cerca para comprobar que aquel era el poderoso ejército de Carlomagno que se dirigían hacia el sur con todos sus estandartes al viento. Pronto, la llamada de alarma llevó a todos los habitantes de la ciudad a refugiarse en el interior de las murallas. Las puertas se cerraron y todos se prepararon para resistir a aquel ejército. Confiaban en que aquellas murallas les protegieran del emperador y que este pasase de largo en su camino. En esto último se equivocaban. En lo primero no. Aquellos muros convertían a Carcaso en una ciudad inconquistable.

Foto: J.A. Padilla

Y Carlomagno lo sabía. No quería perder hombres inútilmente y optó por el asedio. La ciudad quedó completamente rodeada por el ejército de Carlomagno. Se atacaba constantemente para minar la resistencia de los sitiados. Se lanzaban lluvias de flechas. Una de ellas alcanzó al emir Balaack, quien resultó herido gravemente, muriendo pocos días después.

El pánico cundió entre los sitiados. Fue entonces cuando Dama Carcas decidió enfrentarse a la situación. De inmediato se puso al mando del ejército musulmán y recorrió las almenas para infundir valor a sus hombres, al tiempo que tranquilizaba a la población.

Pero la situación era desesperada. El asedio estaba siendo muy largo y los víveres y el agua escaseaba. Pronto la hambruna comenzó a aparecer y tanto la población como los soldados empezaron a morir.

Foto: J.A. Padilla

Carlomagno estaba seguro de su pronta victoria y se preguntaba cómo era posible que aquella ciudad resistiera hasta lo imposible. Pero no se atrevía a atacar.

Con el ejército diezmado por el hambre, las enfermedades y los ataques enemigos, Dama Carcas recurrió entonces a las mujeres enseñándolas a disparar desde las almenas. Además, preparó muñecos con paja, que simulaban ser soldados, y los colocó estratégicamente a lo largo de las murallas, para que Carlomagno no atacase. En efecto, Carlomagno no avanzaba, pero el hambre sí.

La población, desmoralizada y sin apenas alimentos, le pedía a la Dama Carcas que pactara la rendición de la plaza. Fue entonces cuando ordenó traer el último cerdo que les quedaba, y le dio a comer las últimas reservas de trigo que había. El cerdo comió hasta quedar completamente saciado. Entonces, Dama Carcas ordenó lanzarlo contra el ejército de Carlomagno.

Foto: J.A. Padilla

Carlomagno y sus hombres quedaron profundamente sorprendidos. Allí, ante sus pies, había un hermoso cerdo bien alimentado trigo, lo que demostraba que en la ciudad había víveres de sobra, hasta el punto se alimentar con trigo a los animales. Además, en las almenas asomaban los soldados dispuestos a seguir resistiendo.

Foto: J.A. Padilla

Carlomagno no podía seguir perdiendo el tiempo allí. Decidió seguir su camino hacia el sur y, una vez, conquistada y liberada Hispania, volvería a castigar, esta vez sí, a aquellos lugareños. Ordenó prepararse para la marcha, mientras, desde lo alto de las murallas de Carcaso, todos vigilaban los movimientos de aquel poderoso ejército. Sorprendidos, veían que la estrategia de Dama Carcas había engañado a aquel poderoso emperador. Cuando vieron que iniciaba su camino hacia el sur, todos estallaron en gritos de júbilo. Carlomagno volvió su cabeza hacia aquella fortaleza, mientras un escudero le dijo: “Señor, Carcas te suena” (“Carcas te sonne”).

Pero Carlomagno no dijo nada. Se prometió a si mismo regresar allí victorioso y conquistar la ciudad. En lo primero se equivocó, pues su ejército sufrió una dura derrota en los desfiladeros de los Pirineos, convertida en época en “El cantar de Roldán”. En lo segundo acertó. A pesar de llegar con un ejército muy diezmado, conquistó Carcaso.

Foto: J.A. Padilla

En realidad, sería el rey Pipino el Breve quien expulsó a los musulmanes en el año 759, cediéndolo a Bellón, primer conde de Carcasona.

Carcasona es famosa por su papel durante la cruzada contra los albigenses, cuando la ciudad era un feudo de los cátaros. En agosto de 1209, el ejército de los cruzados de Simón de Montfort forzó la rendición de la ciudad después de un sitio de quince días. Se amplió las fortificaciones y Carcasona se convirtió en una ciudadela de la frontera entre Francia y la Corona de Aragón, hasta que en el año 1213 tras, la batalla de Muret, ganada por Simón de Montfort contra el rey Pedro II de Aragón, significó el dominio de los reyes de Francia sobre Occitania.