Cuenca

Cuenca es una ciudad muy afectada por su ubicación, sobre dos profundas hoces que han limitado su desarrollo y la ha obligado a adaptarse al terreno. Casas colgadas en el puro abismo que parecen desafiar la ley de la gravedad, callejones que parecen dirigirnos hacían no se sabe dónde. Calles serpenteantes, etc. Pero esa es la magia de Cuenca. Y su Plaza Mayor es un buen ejemplo. De auténtica magia.

Lo que más sorprende de esta plaza, además de sus monumentos y casas que la forman, es su extraordinaria luz. Y en ello tiene mucho que ver la luz que refleja la blanca fachada de la catedral y la variedad cromática de las casas que se encuentran, con sus fachadas de distintos colores, un toque especial y artístico.

Las coloridas fachadas de varias de las casas contrastan con el barroco y elegante edifico del Ayuntamiento, del siglo XVIII, que cierra el único acceso a los automóviles que existe. Este bonito edificio es obra de Jaime Bort y consta de tres arcos de medio punto.

Y, en esta plaza se encuentra la gran maravilla de Cuenca: su catedral. Su peculiar fachada neogótica decora un monumento que empezó a construirse en el siglo XII y fue la primera catedral gótica de Castilla. Su construcción finalizó en el siglo XVI y desde entonces ha sufrido diferentes reformas a lo largo de los años.

La fachada actual no es la original. El rey Fernando III mandó construir la fachada y ordenó levantar dos torres gemelas que irían a los laterales de la catedral. Después, en el siglo XVIII, se reformó la fachada y las torres dándole un estilo más barroco. A comienzos del siglo XX se derrumbó una de las torres, quedando el aspecto que vemos en la actualidad.

Las casas, con fachadas de distintos colores, albergan bares, restaurantes y tiendas de artesanía que permite a los visitantes satisfacer muchos deseos.