1808: el expolio francés

La lámina de arriba representa uno de los grabados perteneciente a la colección Los desastres de la guerra, de Francisco de Goya y representa a unos soldados franceses expoliando reliquias y objetos litúrgicos del interior de un convento tras agredir a un sacerdote. Ya se sabe que Goya fue un excelente cronista de los tristes y sangrientos hechos producidos durante la invasión francesa de la Península Ibérica. Otro ejemplo de ello son los dos cuadros que recuerdan los tristes y sangrientas consecuencias para España. Se tratan de La carga de los mamelucos y Los fusilamientos del 3 de mayo, testimonios gráficos de la violencia y la sangre vertida.

Otro grabado, en este caso inglés, representa a José Bonaparte llevándose tesoros españoles mientras soldados franceses cometen expolio. Lleva por título: «Ladrones robando viviendas amuebladas. Escena de Madrid» y está fechada en agosto de 1808. Pero, además, de la sangre y de las vidas, durante aquellos cinco años que duró, nuestro patrimonio artístico sufrió el mayor expolio y deterioro hasta aquél momento vivido. Miles de pinturas y alhajas fueron sacadas del territorio español, mientras que algunos de nuestros edificios más emblemáticos sufrían graves daños.

En algunos casos, los daños fueron enormes, aunque se evitó su destrucción, como la Alhambra de Granada,, hoy, uno de los monumentos más bonitos del mundo. El tiempo aún no ha borrado las huellas de aquel 28 de enero de 1810, cuando las tropas napoleónicas, al mando del general Horacio Sebastiani, llegaron a Granada y convirtieron la Alhambra en su cuartel general. Así, la Alcazaba era utilizada como prisión y la iglesia de Santa María de la Alhambra y el palacio de Carlos V, en almacenes. Los soldados franceses no dudaron en utilizar como combustible la madera de artesonados, imágenes, puertas y vigas. En el palacio nazarí, el suelo del Patio de los Leones fue sustituido por un jardín, lo que contribuyó a su degradación. La Silla del Moro, el Cerro del Sol, los Alixares y Torres Bermejas fueron convertirdos en arsenal. Y, no contentos con esto, cuando el 17 de septiembre de 1812 el ejército francés abandonaba la Alhambra intentó destruir todo el monumento, algo que fue evitado por el brigadier del Regimiento de los Inválidos José García, herido en la batalla de Bailén, quien, arriesgando su vida, evitó la explosión al anular las mechas.

Pero la Alhambra es solo un ejemplo. Otros monumentos no tuvieron la misma suerte y hoy mucho patrimonio artístico se encuentra en museos franceses o en colecciones particulares. O, simplemente, desaparecidos. En contraste con la Alhambra, podemos citar otros monumentos y edificios, como el Palacio del Buen Retiro. El cuadro de Jusepe Leonardo nos muestra toda la extensión y monumentalidad del complejo palaciego destruido por los franceses. Con este palacio, se perdió una parte importante de nuestra historia y nos recuerda que los franceses, apoyados por una buena parte de los liberales españoles, no trajeron ningún mundo de luz ni libertad, sino más bien de sangre y sombras, aquellas sombras que acosaron a Goya hasta el final de sus días. En este trabajo iremos revisando algunos de los cuadros que fueron expoliados. Abajo vemos La muerte del inquisidor Pedro Arbues, de Murillo, un cuadro de Godoy, hoy en el museo Hermitage.

Poco había que esperar de un emperador como Napoleón, quien había saqueado hasta todos aquellos territorios que iba conquistando para alimentar aquel Museó de Napoleón, hoy Museo del Louvre, síntesis del arte mundial, símbolo de poder y cultura, que guardan en su colección el expolio de finales del siglo XVIII en Bégica, Holanda, Italia y otros países, así como Egipto, donde expolió la Piedra Rosetta, la cual tuvo que devolver a Inglaterra tras su derrota y final de su imperio, al igual que otros objetos de gran valor artístico y arqueológico. Abajo, Felipe IV vestido de castaño y plata, de Diego Velázquez, un cuadro que pertenecía al Monasterio de el Escorial y hoy se encuentra en la National Gallery.

Cuando las tropas de Napoleón llegaron a España llevaban una década saqueando Europa.Con su decreto del 18 de julio de 1809 se suprimían las órdenes religiosas masculinas y todo su patrimonio pasaba al Estado, incluidas las obras de arte. Al mismo tiempo, se confiscaban las obras de arte de los nobles fieles a Fernando VII y ser requisaban todas las imágenes y cuadros de aquellos lugares que iban conquistando. En el cuadro, bajo estas líneas, vemos a San Diego Alcalá y el obispo de Pamplona, de Murillo. Expoliado del convento de San Francisco de Sevilla, hoy se encuentra en el Museo de los Agustinos de Toulouse.

Aquel futura gran museo que tenía en mente Napoleón​, para su gloria y para Francia, era la excusa, si es que la necesitaba, para requisar cuadros y acumularlos en depósitos, donde el deterioro por humedades y mal almacenamiento lo llevaron a perder. Aunque también ayudó la corrupción de los funcionarios y militares franceses, quienes hicieron desaparecer muchos objetos artísticos para su beneficio particular. Conviene recordar que algunos de ellos eran los encargados de seleccionar las obras más importantes para el futuro museo. Y conviene recordar que algunos funcionarios españoles, como Mariano Salvador Maella y  el mismísimo Francisco de Goya, pintores de cámara de José Bonaparte colaboraron, más o menos activamente o con más o menos interés, en esta labor, aunque esta es otra historia. Otro cuadro procedente de Sevilla, de Santa María la Blanca, fue expoliado por el general Faviers y hoy se encuentra en un museo de Londres.

De Madrid y alrededores se incautaron más de 1500 cuadros y de Sevilla unos mil, entre otros incautados en otras ciudades, los cuales fueron enviados a París en mayo de 1813. Con algunos de estos cuadros, José Bonaparte pagaba a sus generales y fieles o les hacía regalos por sus servicios. Incluso el ministro Manuel Godoy recibió alguno de esos cuadros y los usó para decorar sus palacio y regalarlos a sus partidarios. como la Venus del espejos, de Diego Velázquez, que hoy se encuentra en la National Gallery londinense.

Los generales franceses, además, se encargaban de expoliar cuanto objeto de arte le llamaba su atención y se apropìaban de ello para su beneficio. En los monasterios e iglesias seleccionaba los cuadros más valiosos, o simplemente aquellos que más le gustaban y recortaban los lienzos para llevárselos. Con los objetos de arte, figuras y cálices entre otros, hacían lo mismo. Y si no era posible llevárselo, siempre se podía se podía utilizar otros medios. Un mariscal francés exigió una importante suma de dinero por un cuadro de Velazquez situado en la catedral de Toledo bajo la amenaza de ordenar la voladura del puente de Alcántara. Ni siquiera el decreto del 1 de agosto de 1810 prohíbía exportar obras de arte, consiguió evitar el envío de cuadros a Francia. En otras ocasiones, los monjes y sacerdotes preferían vender las obras de arte, bien como negocio o como forma de evitar destrozos en los templos. Tal es el caso del cuadro de Murillo la Virgen del Rosario con el Niño, de Murillo, que fue vendido por los monjes del convento de Casa Grande del Carmen de Sevilla al cónsul inglés, quien llegó a comprar más de 40 cuadros, y que hoy se encuentra en Texas, en una colección particular.

Las tropas francesas a menudo eran alojadas en monasterios y conventos que eran convertidos en cuarteles y cuadras, con los consiguientes destrozos. En Zaragoza los soldados franceses arrancaron las pinturas de Goya de los retablos de la iglesia de Torrero para protegerse de la lluvia y del frío, según unos, o bien porque robaban los marcos dorados de los cuadros y utilizaban los lienzos para protegerse de los elementos. También en Zaragoza, las tropas francesas se llevaron la imagen de plata que el Colegio Médico solía sacar en procesión para la festividad de San Cosme y San Damián. Igual suerte corrió la imagen de plata de San Miguel Arcángel, la cual fue robada. La rica cama de plata del Cristo Yacente desapareció y tuvo que ser sustituida por una de madera. Una buena parte del tesoro de la basílica del Pilar desapareció, aunque piezas importantes pudieron ser ocultadas.​ En Segovia  todas las iglesias tuvieron que entregar sus objetos de valor a los invasores, que nunca fueron recuperados. La lista es interminable es infinita.

Finalicemos esta primera serie con otro cuadro que pertenecía a Godoy, procedente del Monasterio de San Agustín de Sevilla, quien se la regaló al general Sebastiani y hoy se encuentra en el Museo de Arte de Cincinantti. Se trata del cuadro de Murillo Santo Tomas de Villanueva, niño, reparte sus vestidos.

Y como el siguiente apartado se lo dedicaremos al general francés Soult, iniciemos con otro cuadro de Murillo, Niño Jesús repartiendo pan entre los sacerdotes que, desde el Hospital de Venerables de Sevilla viajó al Museo de Bellas Artes de Budapest, vía Soult.

De los grandes expoliadores en España hay que mencionar al general francés Jean de Dieu Soult, a quien a los 25 años de edad le hicieron general y en 1804 se le nombró mariscal y quien, aparte de sus éxitos militaes, se ganó buena y merecida fama como expoliador, por lo que merece ser mencionado aparte. En 1810 llegó a España, primero como comandante del 2º cuerpo del Gran Ejército en España y Portugal y posteriormente como Gobernador militar de  Andalucía. Durante este tiempo creó una impresionante colección particular de más de 180 cuadros.​ Primer ejemplo, este San Juan exorcizando al demonio, de Alonso Cano, hoy en el Louvre.

Para ello Soult recibió regalos, tanto de José Bonaparte, como de nobles aduladores que compraban susfavores. Soult también aprovechó de las dificultades que estaban pasando muchas personas para conseguir arte a bajo precio. Abajo, otro cuadro de Alonso Cano, la Comunión de la Virgen, hoy en el Museo Nacional de San Carlos, en México.

O bien las conseguía bajo amenazas y extorsión. En alguna ocasión llegó a comentar sobre uno de los cuadros de su colección que el mismo había salvado la vida de dos personas. Y es que el arte no tenía precio para Soult. En el sentido más literal. El propio Napoleón conocía el espíritu saqueador de su mariscal, pero le mantenía en su puesto. A la muerte de Soult, sus colección fue subastada por sus hijos y repartida por todo el mundo. En la national Gallery se encuentra otro de sus cuadros, la Inmaculada Concepción, de Velázquez.

​Soult se sintió fascinado por las pinturas de Murillo, por lo que atención y avaricia la centró en la ciudad de Sevilla, donde siempre existió una extraordinaria de colección repartida en muchos conventos e iglesias. Como este Abraham y los tres ángeles, hoy en la Galería Nacional de Ottawa.

Finalicemos este capítulo dedicado a Soult con otro hermosos cuadro perteneciente a Van Dick, que representa a San Jerónimo y que actualmente se encuentra en un museo de Rotterdam.

Tras la derrota francesa en la batalla de Arapiles, el 18 de julio de 1812,  José Bonaparte abandona Madrid apresuradamente camino de Francia llevándose consigo en su huida un botín que constaba de más de dos mil carros. Entre las obras expoliadas, se encontraba esta Danae, de Tiziano. Este y los demás cuadro, sin embargo y como veremos, no llegarán nunca a Francia, sino a Inglaterra.

Y es que el hermano del emperador, tras la batalla de Vitoria, el 21 de junio de 1813, con la victoria del general Wellintong, tuvo que abandonar el convoy y seguir su camino a caballo y unos pocos seguidores. Muy a su pesar, se veía obligado a seguir su huida y dejar atrás las obras de arte expoliadas con destino a Francia. Como este cuadro de Velázquez, El Aguador.

Una huida que pudo ser frustrada si el ejercito de Wellintong hubiera perseguido y capturado a Bonaparte en lugar de asaltar los carros y llevarse cuanto pudo. Wellintong, una ver conocido lo que hicieron sus hombres, manifestó su repulsa y condena por lo que habían hecho sus hombres. Una actitud sincera, pues él mismo consiguió recuperar uno de los carros de Bonaparte, salvando unas unas doscientas obras de  Ribera, Velázquez, Murillo, Juan de Flandes Brueghel, Van Dyck, Tiziano, Rubens, Guido Reni, Teniers y Ribera entre otros, cuyos lienzos iban enrollados y sin marco. Como el cuadro la Sagrada Familia, de Mengs.

Todas esas obras fueron llevadas a Inglaterra y quedaron en depósito del general inglés a salvo de subastas y ventas. Wellington, ya terminada la guerra en 1814 y con Fernando VII de regreso a España, decidió devolver los cuadros, por lo que solicitó a su hermano, Henry Wellintong, en ese momento embajador en Madrid, que informara al rey español de las obras que se encontraban en su poder, para su devolución. Entre ellas, este cuadro de Murillo, San Francisco recibiendo lo estigmas.

Sin obtener respuesta alguna de los españoles, volvió a intentarlo en septiembre de 1816 a través del embajador de España en Inglaterra. La respuesta oficial del rey fue que podía quedarse con los cuadros que había recuperado por medios tan justos como honorables. ​Así, Fernando VII dejaba los cuadros definitivamente en manos de Wellington.​ Así, la colección de cuadros, entre ellos Dos niños a la mesa, de Velázquez, recuperada por Wellington pasaban a ser de su propiedad por obra y gracia de Fernando VII. Hoy todos ellos se encuentran en su casa de Apsley House, hoy convertido en el Museo Wellintong, donde se puede apreciar este La Carcasa, de José Ribera, uno más de los doscientos cuadros que forman parte de la colección del museo.

Tras su regreso a Madrid, Fernando VII trató de recuperar los bienes expoliados por las tropas francesas que se encontraban en Francia. Para ello encargó al general Álaba las negociaciones para su devolución. Existe un cuadro del pintor vasco Mikel Olazábal que describe gráficamente el modo de recuperar las obras existentes en el Louvre.

Tras numerosos avatares, finalmente se consiguieron recuperar, sacándolas literalmente del Louvre, unos cuatrocientos objetos artísticos, entre cuadros y ofebrería, llegando el 30 de junio de 1816 a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, llegando, años más tarde, al Museo del Prado, donde se encuentra en la actualidad. Al Monasterio de El Escorial solo fueron devueltos 20 cuadros de los centenares que existían. En el Louvre quedaron ocho cuadros de pintura española, todos ellos a consecuencia del expolio francés. Se perdieron, sin embargo, las obras expoliadas por Soult y otros militares franceses, que fueron vendidas y subastadas y perdidas irremediablemente.