Los Baños de la Reina

Cuenta una leyenda levantina que una reina mora bajaba todos los atardeceres a bañarse bajo la imponente mole del peñón de Ifach. Lo hacía a través de un túnel desde su palacio, sin que nadie lo apercibiera buscando un lugar tranquilo, aquel lugar que con el tiempo se llamó “Los Baños de la Reina”. Allí, oculta a la vista de todos, se embelesaba al sumergirse en aquellas tranquilas y poco profundas aguas que a esa hora del atardecer parecían de oro, como el horizonte por el que se marchaba el sol.

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Foto: J.A. Padilla

Aquel enorme peñón le daba un poco de miedo cuando la oscuridad empezaba a adueñarse de la playa porque parecía tener vida e, incluso, la caricia del viento se asemejaba a un lastimero lamento quizá por aquella vieja leyenda de los dos amantes que no hacía mucho tiempo huyeron hacia la cima de aquel peñón de aquellos que querían acabar con aquel amor imposible. Su aya le había contado que un almirante cristiano, Roger de Lluria había exterminado a toda la población musulmana que se vivía a los pies de aquella mole rocosa. A todos menos a una: Shayla Izrail, a la que llevó consigo hasta su casa. Pero la esposa del almirante, herida por los celos, la envenenó hasta en cuatro ocasiones, sin éxito. La esposa tras los fallidos intentos, murió de una úlcera y dejó de ser un obstáculo para los amores de Roger y Shayla. La leyenda cuenta que ambos se pasaban semanas sin comida ni bebida en la cima del peñón mirando el cielo hasta que una noche de luna llena de San Juan desaparecieron sin dejar rastro. Unos decían que habían huido hacia Sicilia; otros que se convirtieron en roca y se fundieron con el peñón. Otros afirman que las noches de luna llena de San Juan reaparecen en la cima como fantasmas. La realidad es que nunca más se supo del almirante y la joven musulmana.  Ahora la joven reina sentía un estremecimiento por la suerte de los amantes, por frescor del atardecer y porque el peñón empezaba a sumirse en la oscuridad. Saliendo del agua, se vistió apresuradamente y se marchó a su palacio por donde había venido.

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Los Baños de la Reina. Al fondo, el Peñón de Ifach. Foto: J. A. Padilla

La historia de “Los Baños de la Reina” parece ser una leyenda, como la de los amantes Roger y Shayla. Leyendas un una tierra de leyendas que parecen cobijarse bajo la sombra del Peñón de Ifach. Aquel lugar donde la princesa encontraba su deleite era, en realidad, una fábrica de salazones, una de las más importantes factorías de salazones del Mediterráneo de época tardo-romana, siglos I-V d.C. También es probable que, tras el abandono de la fábrica, las piscinas que se formaron pudieron utilizarse para el baño y dar lugar a la leyenda.

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Foto: J.A. Padilla

Calpe hoy se extiende bajo la falda del Peñón, bajo cuya altura de 328 metros encuentra la protección y el cobijo necesario. Difícil es saber el verdadero origen de su nombre, aunque la leyenda, otra más, cuenta cómo Hércules Tebano y sus argonautas en el siglo XIII antes de Cristo, al contemplar el Peñón, lo compararon con el de Gibraltar, llamado entonces Calpe, y a la vista de la gran semejanza, decidieron bautizarlo con el mismo nombre. Más creíble resulta la teoría que señala que los fenicios al abandonar Calpe del Sur (Gibraltar) y viajar por la costa mediterránea, se encontraron con este Peñón y le dieron el nombre e Ifach, que en lenguaje líbico significa «del Norte» o «Boreal». Otras teorías indican que fueron los súbditos del rey númida Sifax, los que al instalarse en las faldas del Peñón, lo bautizaron así en honor a su rey.

Leyendas aparte, restos arqueológicos existentes entre el Peñón de Ifach y el Morro de Toix, demuestran que este lugar estuvo poblado desde tiempos muy remotos y diversas civilizaciones: íberos, fenicios, cartagineses, romanos, árabes y cristianos estuvieron asentados en este privilegiado lugar de la costa del Mare Nostrum, por su benigno clima, su riqueza piscícola y su estratégica situación. Desde lo alto del peñón se podía otear el horizonte y avisarse de la llegada de invasores y saqueadores. Hasta muy avanzado el siglo XVIII, piratas y corsarios llegaban a sus costas para efectuar saqueos.

Los romanos, como hemos dicho anteriormente, escogieron Calpe para fundar un asentamiento, como atestigua sus restos encontrados. Uno de ellos, situados a mitad de camino entre la villa de Calpe y el Peñón, en la misma orilla del mar, pudieron ser los denominados  » Baños de la Reina», que, según unos, era una edificación destinada a baños, en las que se habían instalado unas compuertas para moderar la entrada de agua. Otros en cambio aseguran que eran una sofisticada factoría de salazones una teoría respaldada por la presencia en sus costas de caballas y atunes y la presencia de agua dulce, necesaria para la limpieza del pescado y la proximidad de salinas, ubicadas a los pies del Peñón de Ifach.Tras la civilización romana llegaron los árabes, que permanecieron durante varios siglos dedicándose a la pesca y la agricultura, hasta su final a mediados del siglo XIII, cuando en el año 1254 es conquistado el castillo y la Villa de Calpe por el Rey Jaime I de Aragón, dieciséis años después de que lo hiciera con Valencia, e iniciando el Reino de Valencia. Calpe es confiado a Pedro Eximenis Carros, hasta que en el año 1305 pasa ser gobernada por el mencionado almirante Roger de Lauria, siendo sucedido a su muerte por el almirante de la Corona de Aragón, Bernardo de Sarriá. A lo largo del siglo XIV se sucedieron numerosas batallas por el control de la región, primero contra la amenaza morisca del norte de África y después en la llamada guerra de Los Trastámara, entre los castellanos de Pedro I el Cruel y los aragoneses, aliados de Enrique II.

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Ya en el siglo XVI, Felipe II ordena la reforma de la fortificación de la ciudad para protegerla de los ataques de piratas y corsarios, lo que no evitó que el 3 de agosto de 1637 la ciudad fuera invadida por los más de seiscientos sarracenos que devastando la villa y haciendo prisioneros a casi todos sus habitantes, llevándolos hasta Argel. Durante varios años la ciudad quedó casi desierta y cinco años después del ataque algunos prisioneros pudieron ser canjeados y regresar a Calpe, mientras otros murieron o fueron vendidos como esclavos. Para prevenir nuevos ataques se s dos murallas: una protegía el casco de la población, y la otra la ciudadela de cuyo fortín principal, sólo queda hoy en día parte del Torreón de la Peça.

El 22 de octubre de 1.744, el vigía del Peñon, observó la llegada de cinco barcos tunecinos con unos 800 piratas que se dirigían a toda vela hasta las orillas de la playa del Ból. Esta vez, las defensas de la ciudad evitaron su invasión gracias a una defensa heroica y a la participación de un joven llamado Jerónimo Ferrer Mulet, alias Caragol, que en el último instante logró cerrar las pesadas puertas de El Portalet, evitando la invasión. Aquel acto provocó la muerte de Ali-Ben-Cofar, el morisco nacido en Calpe en 1710 y que se vio obligado a bautizarse tras la conquista cristiana para evitar su expulsión del Reino de Valencia. Alí, más conocido por Moncofar, vio cómo sus hermanos de raza eran expulsados hacia África. Consiguió contactar con los piratas moriscos que asaltaban los poblados de la costa desde Santa Pola hasta las playas de Cullera y pacientemente aguardó la ocasión para su venganza. La ocasión parecía llegar aquel amanecer de octubre de 1744. Rápidamente, mientras sus vecinos se preparaban para resistir a la invasión, Alí se dirigió a la playa del Bol, lugar convenido para la invasión y, poniéndose al frente de los invasores, emprendió el asalto al pueblo, aprovechando el desconcierto de los vecinos. Avanzaron rápidamente hasta alcanzar el «Portal de la Mar» subiendo por las empinadas cuestas que conducían hasta la Ciudadela y de su puerta principal, el «Portalet», para el asalto final. Alí-Ben-Cófar arengó a los suyos para el ataque final, pero fue entonces cuando sucedió lo inesperado. Las puertas del Portalet habían quedado abiertas para abiertas a los vecinos del pueblo para facilitar su huída. Un conocido de Alí, «Caragól», cerró entonces las enormes puertas que precisaban de varios hombres para hacerlo y evitó la invasión, dejando rodeados a los invasores. Fue tal el ataque de desesperación de Alí, que cayó muerto allí mismo.

Pero las convulsiones bélicas no solo provenían del norte de África. La Guerra de Sucesión Española fue otro conflicto que salpicó a Calpe en pleno siglo XVIII. Calpe toma partido por el archiduque Carlos, hijo del emperador de Austria y aspirante a la corona de España, contando este con el apoyo de la flota inglesa que fondeó en sus aguas en agosto de 1705. Esta fue derrotada por Felipe V de Borbón apoyado por la escuadra francesa. Tras la derrota, la guarnición militar fue hecha prisionera y conducida a Castilla. Luego, en el siglo XIX, vino la guerra de la Independencia. Calpe luchó activamente contra el ejército francés infringiéndole una grave derrota en la madrugada del 31 de mayo de 1.813.

Nuestra reina mora, a la que habíamos dejado tras su baño del atardecer, ha regresado a su palacio, sin que nadie se haya apercibido de su salida. Mira, ya en la noche, como la silueta del Peñón de Ifach se recorta en la oscuridad como un monstruo gigante aparentemente dormido. Nuevamente se estremeció al recordar otra de las leyendas que le contaban de pequeña. Aquella que aseguraba que en las ricas y transparentes aguas del mar vivían un grupo de bellas sirenas que ayudaban a los pescadores al atraer los peces hacia sus redes. Un día llegó a las tranquilas aguas un genio maligno huyendo del mar de Alboran. Desde entonces, aquel genio asustaba a las sirenas y las perseguía. Fue entonces cuando estas acudieron al dios Neptuno para que las ayudase a librarse del genio. Neptuno envió entonces a un genio bueno para enfrentarse al malo. Cuando este estuvo frente a aquel, el malo huyó rápidamente, emergiendo después de las aguas del mar y quedando convertido en roca. Es el peñón de Ifach que ahora contemplaba la princesa en la oscuridad. Esa misma leyenda dice que cuando el peñón está oculto entre la niebla, el genio intenta escapar, aunque el sol siempre lo impide. La reina ve el reflejo de la luna llena sobre las tranquilas aguas del mar. Espera con impaciencia la llegada del solsticio de verano, cuando se dice que los fantasmas de Róger de Llúria y Shayla Izrail reaparecen en el punto más alto del peñón. Una leyenda. Otra más.