La Virgen de Guadalupe

Cuenta la leyenda de un  pastor de las montañas de Guadalupe, llamado Gil Cordero. Eran tiempos del rey Alfonso XI y el pastor, que vivía en Cáceres, tenía una familia numerosa, como era costumbre en aquel tiempo y alguna vaca con la que surtía de leche a su familia. Uno de los días de pastoreo, una de sus vacas vaca se acercó hasta la orilla del río para beber agua y se cayó al río. Cuando Gil Cordero notó su ausencia, la buscó desesperadamente durante tres días hasta que finalmente la encontró muerta en la orilla del río.  Afanosamente, el pastor la sacó del agua para aprovechar la carne y la piel. En aquel entonces, los pastores y los matarifes tenían la costumbre de hacer la marca de una cruz sobre la piel del animal antes de desollarlo como una especie de ritual cuyo significado era pedir perdón por quitar la vida a un ser vivo.  Cuando Gil Cordero había marcado la cruz sobre la piel de la vaca, esta cobró vida, de repente, y se levantó. El pastor, muy espantado, no daba crédito a lo que había visto cuando, de repente, en ese mismo instante, una se dirigió entonces a Gil Cordero y se identificó como la Madre de Dios, diciéndole que llevara la vaca junto al resto del rebaño y que regresara luego a su casa para contar  al curas de su pueblo lo que había visto y le pidiera que regresara a ese mismo lugar para que cavara justo en el lugar donde la vaca había resucitado porque allí había una imagen suya enterrada bajo unas rocas. Allí levantarían un oratorio donde guardarían esa imagen suya. Le dijo que en aquel lugar se construiría y una casa muy notable. El pastor cogió la vaca y regresó con ella al rebaño. Les contó entonces a los demás pastores que estaban allí lo que le había ocurrido, pero nadie le creyó y se burlaron de él.

Tras despedirse del resto de pastores, Gil Cordero regresó a Cáceres. Al llegar a su casa encontró a sus vecinos y al cura del pueblo. Al entrar vio a su mujer llorando desesperadamente. Su hijo mayor había muerto repentinamente.  El pastor miró a su mujer y le dijo que no llorara. Imploró a la Virgen María por su hijo, ofreciéndose él y su familia servir a la Virgen el resto de su vida. El mozo recobró la vida y se levantó vivo y sano, y dijo a su padre: «Señor padre, preparaos y vamos para Santa María de Guadalupe«. Todos los presentes quedaron maravillados con el milagro y escucharon de boca del pastor la aparición de la Virgen tras recobrar la vida su vaca,  creyendo sin dudar lo que el pastor les contaba. Después le dijo al cura el encargo de la Virgen de cavar en las montañas, junto al río, para extraer la imagen de la Virgen y construir un oratorio. También le dijo todo lo que la aparición le había contado. Que en aquel lugar se levantaría una iglesia y una casa donde acudirían todos los pobres a comer. Y más: que a aquel lugar irían muchas gentes de diversas partes del mundo a venerar los milagros de aquella Virgen. Y más: que junto a esa casa se construiría un gran pueblo.

 

Partieron de Cáceres y llegaron hasta aquel lugar, donde la santa Virgen María apareció al pastor. Comenzaron a cavar en aquel mismo lugar donde el citado pastor les mostró y hallaron una cueva a manera de sepulcro, donde estaba la imagen de Santa María, tallada en madera, pequeñita, con un niño en los brazos y con una corona sobre su cabeza como símbolo de su imperio sobre el mundo.

Construyeron una casa de piedra sobre aquel lugar y juntaron algunas rocas  a manera de altar poniendo allí la imagen. Hecho esto, volvieron a Cáceres y contaron a todos como era verdad todo lo que el pastor les había contado. Regresó el pastor, como guardés de la ermita con su mujer e hijos y servidores de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe. Y allí, en Guadalupe, permanece hoy aún la casa de Gil Cordero.

Los relatos y sucesos relacionados con la Virgen de Guadalupe llegaron a oídos del rey Alfonso XI, que visitó el lugar a mediados del siglo XIV y relató la existencia de una pequeña ermita de Santa María: «era casa muy pequeña e estaba derribada, e las gentes que y venían a la dicha hermita en Romería non avían y do estar«. El rey donó el dinero necesario para la construcción de una iglesia, que poco a poco fue adquiriendo mayor importancia por la implicación del monarca con la Virgen de Guadalupe. Y en aquel lugar, tal y como vaticinó la Virgen, se construyó un monasterio, un convento, la tumba de Enrique IV rey de Castilla, El Impotente, hermanastro de Isabel la Católica y, finalmente, una basílica, convirtiéndose en uno de los lugares de peregrinación más importantes de la Cristiandad.

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