17. EL SEXENIO ABSOLUTISTA (1814)

 

Bajo la dorada cúpula del Duomo del Hospital de Los Inválidos se encuentra unos de los lugares más solemnes e impresionantes de París. Allí se encuentra el sepulcro del Napoleón I, Napoleón Bonaparte, donde descansan sus restos mortales. Se trata de una gran sala circular situada en la planta situada bajo la iglesia. El sarcófago es de pórfido rojo situada sobre un bloque de granito verde. La disposición de la tumba permite que el visitante pasee rodeando todo el sarcófago. Una tumba acorde con la importancia de este personaje histórico, uno de los más importantes de la historia universal, que creo un gran imperio pero que fue víctima de sí mismo por su ambición al intentar aumentarlo hasta el límite. La derrota y caída de Napoleón tuvo dos puntos importantes: Rusia y España, dos aldabonazos para su arrogancia y poder.

Tumba de Napoleón. Paris. Foto: J.A. Padilla

En el año 1808, Napoleón decide invadir la Península Ibérica para, supuestamente dirigirse a Portugal y acabar con el apoyo de esta a Inglaterra, enemiga de Francia por entonces. No lo hace unilateralmente, pero casi. Porque cuenta con la autorización del superministro Manuel Godoy, valido de Carlos IV, quien ha firmado el acuerdo de Fontaineblau permitiendo el paso de los soldados franceses por España. Será el primer capítulo de una sumisión total de la monarquía española al emperador francés quien, a la vista de los acontecimientos, decide convertir a España en un territorio absolutamente controlado por él, bien por alguno de los borbones que le rendían pleitesía, Carlos IV y y hijo Fernando VII, o bien, como después hizo, a través de un personaje de su entera confianza, su hermano José. Fueron unos años convulsos y sangrientos porque el heroísmo de los españoles iba evitando las intenciones del emperador. Y las fuerzas desplegadas en España provocaron el fracaso en Rusia.  Por ello, a finales de 1813, el imperio francés empezaba a tambalearse. En España, las guerrillas, junto con el ejército inglés, mantenían a raya al ejército francés e incluso obligaba al mismísimo Napoleón a venir a Madrid con lo mejor de su ejército para apoyar a su hermano José, quien no era aceptado por los españoles como rey. Y al mismo tiempo, la Gran Almada francesa era derrotada en el crudo invierno ruso. Ello obligó a Napoleón a abandonar España y acudir en ayuda de su ejército a Rusia, obligando a José I a abandonar el trono español.

Napoleón decide devolverle el trono a Fernando VII, quien se encontraba en Valençay, firmando un tratado de paz el 11 diciembre de 1813 que contenía las condiciones por las que se devolvía el trono a Fernando. Aquel tratado firmado por el nuevo rey especificaba, entre otras cosas, que no se persiguiera a aquellos que habían apoyado a José, los llamados afrancesados.  Durante estos años, Fernando VII había vivido plácidamente en aquel el castillo de Valençay, ajeno a los acontecimientos que se habían producido en España durante ese tiempo, lejos de la guerra. Pese a que estaba confinado, disfrutaba de una vida de lujo y de actos sociales, razón por la cual jamás intentó fugarse ni, por supuesto, colaborar con los españoles, ni con los liberales ni con los absolutistas, que luchaban por traerle al trono de España. Muy al contrario, el personaje no dudaba en felicitar a Napoleón en cada una de sus victorias.

Sin  embargo, la Regencia de España no admitía el Tratado de Valençay, pues consideraba que aquel documento no era válido mientras estuviese cautivo. Además, había sido firmado por el rey y no por las Cortes. Fernando VII había enviado el documento de Valençay a la Regencia y no a las Cortes porque  si la Regencia lo aceptaba, se reconocía que Fernando VII era el legítimo rey  y si no lo aceptaba, entraría en España como Rey reclamando la soberanía. La negativa de la Regencia le hizo elegir la segunda opción. Luego, una vez en España elegiría cual de las dos opciones de gobierno elegiría: constitucionalista o absolutista. El 1 de enero de 1814 el gobierno había publicado un decreto declarando no válido el tratado y reconociendo a Fernando VII como rey de España, pero sujeto a las Cortes.  Y el 14 de enero de 1814 se constituyeron las Cortes en Madrid exigiendo que Fernando VII jurase la constitución como condición inexcusable para ser reconocido como rey.  Además decidieron que la Regencia debía establecer el itinerario que obligatoriamente debía seguir Fernando VII una vez llegado a  España hasta llegar a Madrid.

El 10 de marzo, Fernando VII escribió un documento aceptando las condiciones impuestas por las Cortes, pero con las cartas marcadas. El 13 de marzo de 1814, Fernando VII sale para España  a Figueras el 22 de marzo entró en España y el 24 de marzo llegó a Gerona, donde fue recibido en olor de multitudes.  El 27 de marzo, el rey salió de Gerona en dirección a Tarragona y Reus. En todos estos lugares  se organizaron manifestaciones populares en favor del absolutismo. Palafox se unió a la comitiva de Fernando VII en Reus y le invitó a ir a Zaragoza a pasar la Semana Santa, lo cual era desobedecer las órdenes de la Regencia, que le había indicado ir a Valencia. El 2 de abril de 1814 el rey salió hacia Zaragoza  desobedeciendo a las Cortes. En Zaragoza se reunión con los absolutistas, quienes le aconsejaron no jurar la constitución. El 16 de abril Fernando VII llega a Valencia, donde de nuevo aclamado por la multitud. Allí, la nobleza valenciana le pide que restaurase el absolutismo, pues los campesinos se estaban negando a pagarles derechos señoriales y el Cabildo catedral le pidió el restablecimiento de la Inquisición.  El 2 de mayo  se produce en Valencia una multitudinaria manifestación en apoyo de Fernando VII y contra  la Constitución, algo que se repitió en varias ciudades españolas. Los liberales no actuaban ni contra estas manifestaciones ni contra las tropas que empezaban a movilizarse en favor del rey, al que solo le exigían que llegase a Madrid lo antes posible.

El 4 de mayo, en Valencia, Fernando VII convoca las Cortes  y decido no jurar la Constitución. Más bien al contrario, ya que decreta el cierre de las mismas. Al  mismo tiempo, anula la Constitución, se promete libertad y seguridad individual, incluyendo la libertad de imprenta en límites razonables, se promete controlar el gasto público y la deuda, y se prometen crear leyes reformistas, pero no revolucionarios, como las de Cádiz. Mientras, se elabora una lista de liberales  a los que había que encarcelar, en el que se incluyen miembros del gobierno, ministros, generales, diputados y exdiputados, profesores, escritores, etc.

Fernando, que nunca se caracterizó por cumplir sus compromisos firmados, no cumplió nada de lo firmado, ni los acuerdos de Valençay ni lo que ahora decretaba, salvo la persecución a los afrancesados y a los liberales , la disolución de  las Cortes y la derogación de la Constitución aprobada en Cádiz en 1812. Pero no cumplió ninguna de las medidas reformistas.

Daba comienzo asó a la llamada Sexenio Absolutista, un periodo que abarcará desde 1814 a 1820 y que significará el regreso del absolutismo y la restauración del Antiguo Régimen. Se había consumado el objetivo de Fernando VII, llamado por entonces El Deseado. Regresaba a España como legítimo rey, dando respuesta así al deseo de los españoles, tanto liberales, como absolutistas y, en general el pueblo llano, que veían con satisfacción la llegada de un rey español que marcaba el final de la ocupación francesa.  Pero Fernando VII tenía claro que no iba a soportar que aquella constitución le despojara de todos sus poderes como monarca absolutista. Y para ello contaba con la nobleza, el clero y una parte del ejército, muchos de ellos diputados en las Cortes, que se apresuraron a cerrar filas en torno al monarca. Todos ellos ya habían intentado en febrero un golpe de Estado desde dentro del régimen liberal intentando que las Cortes nombraran una Regencia presidida por la infanta Carlota, pero fracasó. Ante el fracaso, el siguiente paso fue el de evitar que Fernando jurara la Constitución.

Entrada de Fernando VII en Valencia. Fernando Bambrilla

Fernando VII había elegido los tiempos desde el momento en el que regresa a España el 22 de marzo y llega a Gerona para, desde aquí, dirigirse a Barcelona y a Zaragoza, todo ello en olor de multitudes, lo que además le anima en su estrategia. Aquel viaje le sirve para hacer un diagnóstico del nivel de aceptación entre el pueblo español  y para ganar tiempo antes de llegar a Madrid. Durante este viaje, Fernando se fue rodeando de consejeros, A su llegada a Valencia el 16 de abril de 1814 un amplio grupo de absolutistas ya  se encontraba ya allí para apoyarle. Es entonces cuando le entregan un documento firmado por un grupo de diputados absolutistas conocido como Manifiesto de los Persas en el que le reclamaban la vuelta al absolutismo. En él afirmaban: “Señor, era costumbre entre los antiguos persas pasar cinco días de anarquía después del fallecimiento de su rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias, les obligase a ser más fieles a su sucesor…”. El documento comparaba esta anarquía con el régimen liberal heredera de la Revolución francesa y reivindicaba la monarquía absoluta como única solución a todo ello, advirtiéndole que los liberales y masones quieren acabar con la monarquía bajo el amparo de la Constitución. Aquel documento tenían un objetivo claro, como era legitimar la intención del rey de acabar con el régimen liberal.

Manifiesto de los persas

Fernando VII ya considera que el momento de actuar ha llegado y el 4 de mayo de 1814 emite el  decreto restableciendo el absolutismo. anulando las medidas desamortizadoras y restituyendo los privilegios de la nobleza y de la Iglesia y el Tribunal de la Inquisición y el retorno de la Compañía de Jesús, expulsada por el régimen liberal. Además. Y aunque decimos que la Constitución fue abolida, en realidad, para ser exactos habría que decir olvidada: “nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasados jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo”. El 12 de mayo de 1814, la Gaceta de Madrid publicaba el decreto y el reloj del tiempo regresaba a 1808. Todo debía volver a como estaba en 1808. Como si durante seis años no hubiera ocurrido nada en España.  En efecto, el decreto regresaba a mayo de 1808, un momento en el que en España no parecía reinar nadie, con Carlos IV y su hijo, el entonces príncipe Fernando en la localidad francesa de Bayona intentando convencer a Napoleón de quien de los dos había de gobernar tras el Motín de Aranjuez, mientras en Madrid gobernaba el emisario del emperador, el general Dupont. Aquel motín había sido un golpe de Estado, aunque no de régimen, del príncipe contra su padre. Ahora, cinco años más tarde, Fernando VII perpetraba su segundo golpe de Estado particular, que llevaba aparejado, además, un cambio de régimen.

Tras el decreto de Valencia, el rey partía hacia Madrid, ahora sí, dispuesto a ratificarlo. Y en Madrid esperaban las Cortes para que el rey jurara la Constitución. Pero el comité de bienvenida al nuevo rey lo preparaba el general Francisco de Eguía, capitán general del Centro y militar absolutista, quien ocupó Madrid el 10 de mayo, deteniendo a todas las autoridades constitucionales liberales. Un día más tarde, el día 11, el rey llega a Aranjuez, donde hace público el decreto de 4 de mayo. Y al día siguiente, Fernando VII entra en la capital de España, donde desde el día anterior se habían iniciado las detenciones. Las crónicas, entre ellas la de Mesonero Romanos detallan el ambiente que se vive en Madrid. A falta de grandes manifestaciones de júbilo, recibiendo al rey se habían preparado a unos cuantos cientos de personas reclutadas en cualquier lugar para que se manifestaran por las calles en favor del nuevo rey y contra el gobierno legítimo, al que acusaban de masones y judíos, mientras gritaban ¡Viva el Rey! ¡Viva la Inquisición! ¡Viva la Religión! ¡Abajo las Cortes!, etc. Estos grupos llegaron hasta la Plaza Mayor e invadió la Casa de la Panadería y arrancaron la placa conmemorativa de la Constitución para, más tarde, dirigirse a la Cárcel de la Villa y de la Corte, donde se encontraban los liberales detenidos, para insultarles y amenazarles. Después, se dirigieron al palacio de las Cortes, donde rompieron las estatuas e invadieron el salón de sesiones y rompieron todo lo que encontraron a su paso. Las crónicas oficiales, sin embargo, dirán que el pueblo de Madrid recibió al rey con gran júbilo y alegría. La realidad era que los sucesos de Aranjuez, seis años antes, se habían repetido ahora en Madrid.

A partir de ese día 12 de mayo de 1814 se inicia el Sexenio Absolutista, y todas las instituciones del Antiguo Régimen vuelven a constituirse, siendo el rey el que ejerce el poder de manera absoluta. Las capitanías generales, audiencias y chancillerías asumieron la dirección de cada provincia, aboliéndose las diputaciones provinciales, creadas por la Constitución de 1812. Ayuntamientos y alcaldes también fueron sustituidos por los corregidores y alcaldes mayores, nombrados directamente por el rey. La nobleza y el clero recuperaron sus privilegios y derechos señoriales a través de un decreto real de 8 de octubre de 1814 que lo garantizaba, siendo, además, con resarcimiento de daños y perjuicios e intereses que se hubieran producido durante la época anterior al 6 de agosto de 1811, fecha en la que las Cortes abolieron el derecho a los señoríos. En realidad, la situación española seguía la tendencia impuesta en otras monarquías europeas, sin que eso se pueda considerar un eximente. Europa estaba inmersa en un proceso global de Restauración de carácter absolutista. Francia y Rusia eran dos buenos ejemplos de ello.

Fernando VII con el Toisón de Oro. Vicente López

Así pues, España regresaba a los privilegios del Antiguo Régimen, pero también de los problemas existentes por entonces y que seis años después, tras la guerra contra los franceses, se habían acentuado hasta el límite. España era un país desangrado y hambriento y la administración del Antiguo Régimen, más preocupada en sus privilegios que en resolver los numerosos problemas y la crisis eran una amenaza palpable. La deuda, que atravesaba el país era insoportable para un régimen que solo velaba por sus intereses. Y los liberales, junto con parte del ejército, protagonizaron empezaron a organizar pronunciamientos uno tras otro hasta que uno de ellos, el de Riego, triunfó en 1820. Y es que el régimen absolutista consideraba toda esta crisis normal y no tenían la menor intención de llevar a cabo cambio alguno de sus estructuras administrativas y, mucho menos, económicas y sociales. La secretaría de Hacienda, fue ocupada en los seis años por varios secretarios. Y es que Hacienda era la principal secretaría afectada por el inmovilismo del absolutismo, debido a que a la deuda que el país tenía en 1808 había que sumar la contraída durante la regencia de José I. Una deuda imposible de sufragar porque el gasto era mucho mayor que lo recaudado. Con mucho que se redujera el gasto, la exención de impuestos de nobles, terratenientes y clero, es decir, los que poseían mayores rentas, hacía imposible solucionar el déficit. Además, buena parte de los recursos que tenía España hasta 1808 procedían de las colonias y en aquel momento iniciaron su proceso de independencia, lo que aumentó los gastos militares y reducía los ingresos de estas. A todo esto se sumaba el hecho del escaso peso internacional que poseía España, tal y se demostró en el Congreso de Viena. España se había convertido en un símbolo en la lucha contra Napoleón y fue uno de los motivos de la caída de este. Pero ello no fue aprovechado por los diplomáticos españoles por los problemas internos del país. España no poseía ni ejércitos ni recursos y acudía las reuniones internacionales para aceptar las decisiones ya tomadas. Y España no consigue formar parte de la llamada Santa Alianza, un pacto propiciado por el zar de Rusia, Alejandro I, entre Rusia, Prusia y Austria y firmado en septiembre de 1815 en París tras la batalla de Waterloo y cuyo objetivo era combatir el liberalismo que se había implantado en Europa tras la Revolución francesa, comprometiéndose a intervenir donde fuera necesario para defender la legitimidad monárquica y el absolutismo combatiendo cualquier movimiento revolucionario. Será esta alianza la que optará intervenir en España durante el Trienio Liberal para apoyar a Fernando VII. A esta alianza se fueron uniendo otros países europeos, a excepción de Inglaterra. Será un año más tarde cuando España se adhiera a este pacto y lo hará el propio Fernando VII ante la oposición del Secretario de Estado, el duque de San Carlos, quien será cesado y sustituido por José García de León y García Pizarro, al intentar poner en marcha algunas reformas encaminadas a resolver el grave problema de la Hacienda pública, algo que no pudo hacer porque el círculo cercano al rey, la denominada camarilla, no estaban dispuestos a poner en práctica medidas económicas liberalizadoras, como por ejemplo desamortizaciones o cualquier otra que perjudicara los privilegios; o políticas, como alguna medida de gracia en favor de los liberales encarcelado. En septiembre de 1818 serán los propios García de León y Pizarro los que deberán dejar el gobierno al no poder solucionar el problema de la Hacienda pero, además, porque se negaban a varias componendas en favor de miembros de la camarilla. España estaba negociando la venta de Florida, por aquel entonces colonia española, a Estados Unidos y se pretendía que dentro de la negociación de incluyeran las concesiones en poder del algunos de estos personajes de la Corte para obtener importantes beneficios. Sin embargo, García de León se negaba a incluir estas concesiones en el acuerdo de venta, lo que provocó la crisis de gobierno y el retraso de las negociaciones. Todo esto provocaba, en septiembre de 1818, que el absolutismo cayera en una profunda crisis, económica y política y continuos cambios de gobierno. Pero sin solución posible porque la única medida económica puesta en marcha era el aumento de los impuestos, lo que aumentaba el malestar de los españoles.

Mientras, la oposición liberal empezaba a organizarse. Hacía cuatro años que Fernando VII había derogado la Constitución disueltas las Cortes, detenidos los diputados y ministros y los afrancesados, que fueron juzgados en juicios sumarísimos, sin aplicar ningún tipo de procedimiento legal. Muchos fueron los que tuvieron que exiliarse, mientras otros pasaban a la clandestinidad. Y todo ello de acuerdo a un decreto de 30 de mayo de 1814, a pesar de que el tratado de Valençay establecía que el rey no perseguiría a nadie. A partir de 1816, las comisiones de depuraciones desaparecieron, transfiriendo sus competencias a los tribunales ordinarios. En este tiempo, los liberales habían creado sociedades secretas, como la masonería, desde las cuales conspiraban contra el rey y desde estas se organizaban unos procedimientos que caracterizarían a este periodo: los pronunciamientos o alzamientos, en los que los conjurados, apoyados por una parte del ejército, presionaban al monarca para provocar un cambio de régimen o de gobierno. Estas sociedades, de carácter masónico se introdujeron en todos los sectores de la sociedad española, incluso en la propia Corte, lo que provocaba, además, que todo el mundo fura sospechoso de todo.

Retrato de Espoz y Mina. Anónimo

Prácticamente todos los años hubo un pronunciamiento. El primero de ellos se produjo en septiembre de 1814, cuando el general Francisco Espoz y Mina, un militar de acreditada fama en la lucha contra los franceses y que nunca se había inclinado hacia bando alguno, decepcionado por el régimen absolutista apoyó la causa liberal y provoca desde Pamplona un levantamiento contra el rey intentando proclamar la Constitución de 1812. Fracasó, sin embargo, y tuvo que huir precipitadamente a Francia, regresando en 1820 tras el éxito del pronunciamiento liberal de  Rafael del Riego. En septiembre de 1815 lo hizo el mariscal Juan Díaz Porlier en La Coruña, proclamando la Constitución y creando una Junta, aunque también fracasó, siendo fusilado pocos días después. En febrero de 1816, una sociedad masónica denominada el Triángulo organiza una conspiración encabezada por el general Vicente Richart con el fin de asesinar al Rey aprovechando la costumbre de este de acudir a un burdel. Richart fue traicionado por dos compañero suyos y la trama quedó al descubierto, siendo ahorcado en la plaza de la Cebada. Un año más tarde, En 1817, los generales Luis de Lacy y Milan del Bosch, ambos masones, se pronunciaron en Barcelona en favor de la Constitución de 1812. También fracasaron por falta de apoyos y, mientras Milans huía a Francia, Lacy fue fusilado en el castillo de Bellver, en Mallorca. Por cierto, el expediente de Lacy fue llevado por el general Castaños, el héroe de Bailén y también masón. La lista continúa. Entre finales de 1818 y principios del 19, se pronuncia en Valencia el teniente coronel Joaquín Vidal, intentando instaurar a Carlos María de Borbón como rey, siendo ahorcado tras su fracaso. Y, finalmente, sería el general Rafael del Riego quien el 1 de enero de 1820 se pronuncia en Cabezas de San Juan y, aunque en un principio fracasó, provocó el restableciendo durante tres años el régimen constitucional y dando por finalizado el Sexenio Absolutista.

El mausoleo de Napoleón demuestra la devoción de los franceses por Napoleón Bonaparte. Un emperador que parecía imparable e invencible. Pero que víctima de su arrogancia desafió la prudencia y menosprecio a aquel pueblo del sur de Europa abandonado por su ejército y por sus reyes a inicios del siglo XIX. Su conquista sería, en el más amplio sentido, un paseo militar pactado además. Aquella conquista pensaba que le costaría, como mucho, 12 mil soldados. Seis años más tarde, Francia había perdido más de 110.000 hombres de su ejército dejando, eso sí, un país desangrado y a merced de los acontecimientos.