Tembleque

Pocas plazas mayores son tan singulares y espectaculares como la de la villa manchega de Tembleque. Y tanto es así que, si nos enseñan una fotografía de alguno de sus detalles, la reconoceremos inmediatamente.

Construida en el siglo XVII como centro de la población y lugar de celebraciones; y como coso taurino. Incluso una de sus puertas era utilizada como los toriles. Y tan importante era que, cuando se celebra la primera corrida de toros, allá en 1624, asiste el rey Felipe IV y uno de los literatos más importantes de España, Francisco de Quevedo. Aquel acto se consideró la inauguración de la Plaza Mayor de Tembleque. Es por ello que los edificios que rodean la plaza tengan los dos pisos con corredores, para permitir la asistencia a los festejos.

Los bajos de las casas están bajo soportales sostenidos por columnas lisas y realizadas en granito, muy robustas para sostener las zapatas de madera. Las balconadas están construidas de madera. Los accesos a la plaza, uno en cada esquina, se sustentan en pilares de granito cuadrangulares, mientras el resto son redondos.

Los pisos superiores son, como hemos dicho, corredores completos que el paso de un lado a otro por todo el perímetro de la plaza  gracias a unas pasarelas que cruzan la calle. Los dos pisos superiores están sostenido con pilares de madera, con sus fachadas encaladas y los antepechos decorados con la cruz de San Juan. En uno de los lados destaca el torreón, que en las celebraciones festivas actúa de palco para las autoridades.

El acceso principal a la plaza está cubierto por un voladizo coronado por un mirador a cuatro aguas. La mayor parte de las columnas y pilares originales fueron substituidos a finales del s. XX por otros nuevos.

En uno de sus lados está el Ayuntamiento, construido en 1654. Hoy, esta plaza, ejemplo del barroco popular de la época, se mantiene en un excelente estado, pese a haber sufrido algunos derrumbes y graves daños en la guerra contra los franceses. La plaza, cubierta de tierra, está sorprendentemente solitaria y, salvo en algunas celebraciones, es un lugar de paso de un lado a otro de la villa. Solo un mesón rompe su silencio. Pero su monumentalidad es innegable.