La conquista de Cuenca

La conquista de Cuenca por parte del rey Alfonso VIII en el año 1117 está relacionada con la leyenda protagonizado por un pastor de nombre Martín Alhaja. Es una leyenda más, de las muchas que atribuyen un carácter divino a ese espíritu místico que caracterizó la Reconquista española. Una interpretación religiosa a la histórica.

Según la leyenda, Martín Alhaja era un pastor cristiano que vivía en el siglo XII en Cuenca y que tenía que practicar su religión en lugares escondidos para evitar cualquier castigo. Cada día llevaba, junto con otros pastores, su rebaño de ovejas para pastar en los prados situados junto al río Júcar, en el exterior de la muralla. Desde allí contemplaba, en lo alto de la hoz la inexpugnable ciudad y, en la soledad aprovechaba para rezar a la Virgen, de la que era muy devoto. Al final del día, antes de la puesta de sol, regresaba a la ciudad. Era su rutina diaria.

Esa misma leyenda nos habla del asedio que tuvo lugar en Cuenca entre los meses de enero a septiembre de 1177, concretamente se inició el 6 de enero, día de la Epifanía del Señor, o de los Reyes Magos, lo que justifica que el escudo de la ciudad tenga una estrella de ocho puntas sobre un cáliz. El asedio, al parecer, terminaría el 21 de septiembre, pero ambas fechas no están suficientemente justificadas. Démoslas, sin embargo, por buenas en esta leyenda. Mientras duró el asedio, los soldados cristianos observaban desde el fondo de la hoz aquella ciudad que parecía elevarse hasta el mismo cielo, inalcanzable para ellos. También, observaban a aquel pastor que cada día acudía con su rebaño al otro lado del río. Subían y bajaban cada día y ellos debían conocer el lugar más fácil para entrar en la ciudad.

Una mañana, varios soldados cristianos vadearon el río y cruzaron hacia la otra orilla sin ser vistos para buscar algún camino hacia la ciudad. Fue entonces cuando encontraron a un hombre arrodillado y con los brazos en cruz rezando. Este, al ver a los soldados quedó sorprendido y asustado. Estos le ordenaron que les acompañara. Así, lo llevaron ante la presencia del rey Alfonso VIII, quien le preguntó quién era y a que se dedicaba. Le contestó que su nombre era Martín Alhaja y que era un pastor que trabajaba para su dueño, un noble musulmán. También le dijo que él era cristiano. El rey le preguntó si conocía algún camino que pudiera llevar a sus soldados al interior de la ciudad. El pastor le contestó que conocía un camino por el que podían entrar de manera discreta. Les explica que suele entrar al anochecer por la puerta del Aljaraz,  hoy de San Juan, que está guardada por unos cuantos centinelas musulmanes, pero que es el guardián de la llaves es un anciano ciego que tiene la costumbre de contar las ovejas palpándolas su cuerpo y contarlas.

Puerta de San Juan. Foto: J.A. Padilla

Algunos generales cristianos no creyeron al pastor, pero sí el rey. Y es que este mientrs una noche comprobaba los puestos de vigilancia de su ejército, observó una luz junto al río. Cuando se acercó a ella descubrió que la luz era el brillo de la figura de la Virgen de la Luz, la cual le indicó que un pastor cristiano les ayudaría a conquistar la ciudad.

Cuando Alfonso reveló a sus generales está visión, empezaron a idear una estrategia para entrar en la ciudad con la ayuda del pastor. A punto de caer ya la noche, los cristianos matan y despellejan las ovejas, con cuyas pieles cubren sus cuerpos. Guiados por Martín Alhaja se dirigen hacia la puerta de la ciudad. Allí, el ciego abre la puerta y, tal y como había dicho el pastor, va dejando entrar cada oveja una a una, palpando su cuerpo y contándolos sin darse cuenta que no son ovejas, sino los soldados cristianos. Una vez dentro, se lanzan sobre los soldados centinelas a quienes pillan desprevenidos en el cuerpo del guardia y a los que se encuentran en las almenas y les matan. Luego abran la puerta y por ella penetra el resto del ejército cristiano. Durante toda la noche luchan cristianos y musulmanes hasta que al alba, el emir de la ciudad se rinde y entrega las llaves de la ciudad.