Calatañazor

Castillo. Foto: J.A. Padilla

Según parece, el nombre de Calatañazor significa “castillo de las águilas”, cuya muralla ya se atisba desde la carretera. Calatañazor es un lugar donde el tiempo se ha detenido, conservando ese sire medieval de una villa que es conocida por una leyenda, el lugar “donde Almanzor perdió su tambor”.

San Juan Bautista. Foto: J.A. Padilla

Dejamos nuestro vehículo en el aparcamiento situado un poco más debajo de la entra al pueblo. Un pequeño escampado acondicionado para que no nos atrevamos a subir por las estrechas y empinadas calles del pueblo. Desgraciadamente, pocos evitamos a hacerlo. Pero ese es otro tema.

Nuestra Sra. de la Soledad. Foto: J.A. Padilla

Y es una pena porque ya aquí nos saludan las ruinas de lo que una ermita románica, un ejemplo de lo que encontraremos en nuestra visita: la ermita de San Juan Bautista,   de la que sólo se mantiene en pie la caja de los muros, el arranque de la espadaña y la portada . Luego encontraremos otra ermita, justo a la entrada del pueblo, al inicio de la subida: la de Nuestra Señora de la Soledad. De nave única, presbiterio y ábside semicircular. No es mal comienzo.

Foto: J.A. Padilla

Empezamos la cuesta con la enorme roca sobre la que se asienta uno de los lienzos de la muralla medieval y, de inmediato nos encontramos las primeras casas de barro y paja con sus recios entramados de madera, antiguamente de sabina.

Foto: J.A. Padilla

Empezamos a ver por qué Calatañazor esté considerado como uno de los pueblos más pintorescos de Castilla y León, que ya es ser. Mientras subimos por la emblemática calle Real, calle principal del pueblo que llega hasta los confines del viejo castillo de los Padilla, tenemos la sensación de viajar a través del tiempo. Vemos la imponente iglesia de Santa María del Castillo, de origen románico del siglo XII, con añadidos posteriores entre los siglos XVI y XVIII. Su fachada muestra el  arco de medio punto y los tres arcos ciegos sobre el mismo. Los capiteles gastados a ambos lados de la puerta corresponden a Sansón con el león.

Iglesia. Foto: J.A. Padilla

Subimos un poco más arriba y, a la derecha, encontramos un pequeño jardín, con un busto. Es el caudillo musulmán Almanzor. El protagonista de la leyenda: “En Calatañazor perdió Almanzor el tambor”. Al parecer, aquí en el año 1002 el gran caudillo de los árabes, en el tiempo en que San Esteban de Gormaz y Medinaceli eran la frontera entre los reinos cristianos y el Al-Ándalus, Almanzor perdió una batalla y fue el principio del fin del islam en España.

Foto: J.A. Padilla

Herido en la batalla se retiró hacia Medinaceli, donde murió. Cosas de leyenda, porque los historiadores no se ponen de acuerdo como fue el final de Almanzor ni en el lugar donde éste fue enterrado. Ni tan siquiera si tal batalla existió. Pero, mientras, Calatañazor fue el final de Almanzor, a pesar de los versos de Gerardo Diego que se encuentran en el monumento:

Monumento a Almanzor. Foto: J.A. Padilla

Azor, Calatañazor, juguete./Tu puerta, ojiva menor,/es tan estrecha,/que no entra un moro, jinete,/y a pie no cabe una flecha./Descabalga, Almanzor./Huye presto./Por la barranca brava,/ay, y cómo rodaba,/juguete,/el atambor.

Picota. Foto: J.A. Padilla

De Almanzor queda solo el busto. Del castillo, poco. Muy poco. Dejando atrás el busto de Almanzor y avanzando unos metros más llegamos a una curiosa Plaza Mayor. Y digo curiosa porque es completamente triangular, aunque apenas tiene algo que ver con el resto de la arquitectura de la villa. Está presidida por un rollo o picota, lo que recuerda que la villa poseía la jurisdicción de impartir justicia a los reos, ya sea con la pena capital o con la exposición o vergüenza pública que suponía “estar en la picota”. Un elemento característico de muchos pueblos castellanos, y que se han eliminado de muchos pueblos en el siglo XIX, al considerarse un símbolo de vasallaje. También se encuentra aquí el edificio del Ayuntamiento.

Foto: J.A. Padilla

Frente a nosotros se encuentran las ruinas del viejo castillo de los Padilla, levantado dos siglos después de la muerte de Almanzor en el lugar en el que debió haber una fortaleza árabe del que deriva el nombre de la localidad. Los restos del castillo se asoman al llamado Valle de la Sangre, llamado así por la famosa y legendaria batalla entre cristianos y musulmanes durante el verano de 1002. En lo más alto se encuentra la Torre del homenaje y los restos de los sillares sobre la roca natural.

Torre del homenaje. Foto: J.A. Padilla

Las vistas desde la muralla de piedra o desde lo más alto de la torre del homenaje permiten ver la perspectiva de la villa. Y, también desde aquí se aprecia la proliferación de las curiosas y típicas chimeneas cónicas de teja partida, otro de los símbolos de Calatañazor. Si paseamos a la hora de comer, esas chimeneas serán los puntos más importantes de nuestra visita y una tentación para nuestra naríz.

Foto: J.A. Padilla

Volvemos a la Plaza Mayor para subir por la calle Tirador, paralela a la calle Real y a la muralla que rodea la villa. Podemos ir viendo detalles que nos llaman la atención. Esas puertas y balconadas típicas de la arquitectura rural, donde la madera sustituye a la piedra y esta cobra vida.

Foto: J.A. Padilla

Rincones que nos trasladan en el tiempo. Casas que se han mantenido durante siglos y que hoy podemos admirar. Visitar Calatañazor es una experiencia inolvidable.

Foto: J.A. Padilla