29. REINADO DE AMADEO I (1870)

El triunfo de la Revolución Gloriosa llevó a Isabel II al exilio, lo que dejaba libre el trono español. Desde luego, el casting para encontrar a un nuevo rey de España no era fácil. Había condiciones inexcusables. Ante todo, la dinastía del aspirante debía tener un perfil liberal, dispuesto a aceptar un régimen constitucional. Tenía que ser católico, aunque no necesariamente romano, ya que en Roma estaba Pío IX, no muy liberal precisamente. Tampoco debía causar duda alguna entre los aliados europeos, aliados necesarios para una España necesitada de apoyo más allá de nuestras fronteras. Los republicanos insistían en la idea de una república, pero Prim se oponía a ello. No estaba España para ensayos, ni para formas nuevas de gobierno. España era históricamente una monarquía y así debía de serlo. Pero además, los líderes políticos de nuestro país eran casi todo militares, que hasta entonces habían respetado la figura de un monarca como lazo de unión. Sin ese lazo, España podía convertirse en alguna república de estilo hispanoamericano, una dictadura militar.

Juan Prim
Juan Prim

Los generales Prim, como jefe de gobierno y Serrano, como regente, empezaron a buscar candidatos. Se barajaron numerosos nombres: Fernando de Sajonia-Coburgo, antiguo regente de Portugal, Alfonso de Borbón, futuro Alfonso XII, incluso el veterano general Espartero, el príncipe Leopoldo von Hohenzollern-Sigmaringen y el italiano Amadeo de Saboya. Uno de los candidatos jefe de una de las casas nobles de mayor abolengo de Europa. Leopoldo tenía el apoyo de Prim, pero el emperador francés Napoleón III se opuso rotundamente a ello y fue rechazado por ello. Hubiese sido curiosa su elección, ya que su impronunciable apellido pronto despertó la imaginación de los españoles y le bautizaron con el nombre de Leopoldo Ole-Ole Si Me Eligen.

Amadeo de Saboya
Amadeo de Saboya

El elegido fue Amadeo de Saboya tras la votación realizada en las Cortes el 16 de noviembre de 1870, con el siguiente escrutinio: Amadeo de Saboya 191 votos; 64, votos la opción republicana; 22 votos el duque de Montpensier; 8, Espatero; 2, Alfonso de Borbón; y uno la infanta Luisa Fernanda, tía del anterior. Así, se proclamó a Amadeo I rey de España. Nacido en Turín en 1845, este italiano que ostentaba el título de conde de Aosta e hijo del rey de Italia, se caracterizaba por su carácter liberal, su catolicismo moderado y su personalidad parecían ser el bálsamo que necesitaba un país azotado por tres reinados consecutivos desastrosos y escandalosos y que había ido descomponiendo. Además, era el primer rey de la historia de España nombrado en unas Cortes por los representantes del pueblo.

Pero el nuevo rey contaba con la oposición de los republicanos, de los carlistas y de una parte de la aristocracia que añoraba a los borbones. Ni siquiera la Iglesia estaba de su parte. Y en la calle los estudiantes universitarios también llevaron a cabo actos de protesta contra la designación de Amadeo. O sea, tampoco lo tenía fácil el bueno de Amadeo. Ni siquiera el nuevo rey imaginaba lo difícil que sería gobernar. Nada más llegar a Cartagena el 30 de diciembre de 1870 a bordo de la fragata Numancia y, tras pisar tierra española, fue informado de una noticia que, sin duda, tuvo que helarle la sangre: su valedor, el general Juan Prim, había sido asesinado la tarde anterior. Cuando el 2 de enero de 1871 llegó a Madrid, lo primero que hizo fue dirigirse a la iglesia de Atocha, donde se velaba el cuerpo del general asesinado. Luego, tras el preceptivo juramento de la Constitución, Amadeo encargó la formación de gobierno al general Serrano.

Amadeo I ante el cadáver de Prim
Amadeo I ante el cadáver de Prim

Así pues, desde el principio, el reinado de Amadeo I, no tenía buenos augurios, como hemos visto. Los republicanos seguían organizando conspiraciones para proclamar la república y los carlistas seguían reivindicando sus derechos. La Iglesia se negaba a legitimarlo y la nobleza española seguía anclada en el antiguo régimen y en el mantenimiento de sus privilegios, que evidentemente no representaba Amadeo.

El nuevo rey empezó a recibir amenazas de muerte desde el inicio de su reinado mismo. Pero, pese a ellas, Amadeo quería aparentar una normalidad que, sin embargo, no tenía. Tampoco quería tenerlas en cuenta, a pesar de que el asesinato de Prim demostraba que algunos no se paraban ante cualquiera a la hora de conseguir sus objetivos. No olvidemos que en los últimos días del reinado de Isabel II, las conspiraciones incluían la eliminación, incluso física, de la reina. Así, el atardecer del 18 de julio de 1872, en plena calle del Arenal, a apenas cien metros de la Puerta del Sol, Amadeo sufrió en sus propias carnes que las amenazas no eran vacías y que algunos estaban dispuesto a matarlo para conseguir los fines deseados. Ese día el rey viaja junto con su esposa en un carruaje descubierto. Como cada día a esa hora, siempre que sus obligaciones se lo permitían, hacía ese camino desde el Parque del Buen Retiro hasta el Palacio Real. Al llegar ante el callejón de Bordadores, unos individuos abrieron fuego contra ellos. La rápida acción del rey, echándose encima del cuerpo de su esposa para protegerla, evitó la tragedia, aunque un policía resultó muerto, además de uno de los atacantes, que resultó un militante republicano, como los tres detenidos por el atentado. Pero el Rey no se amilana por este incidente y al día siguiente mantiene su agenda prevista, incluido el paseo hasta el Retiro. No quiere que nadie crea que tiene miedo a nada. El atentado provoca la simpatía de su pueblo al tiempo que todas las Cortes se solidarizan con el Rey. Un apoyo y una simpatía efímera, sin embargo.

Atentado contra Amadeo I
Atentado contra Amadeo I

En el ámbito político, el rey va perdiendo apoyos a gran velocidad, mientras el pueblo le observa con total indiferencia. Amadeo está harto de reinar sobre un país que no le muestra la menor simpatía. Cree haber hecho todo lo posible para ganarse su confianza y cariño y no entiende que, a pesar de ello, nadie le acepte o, en el mejor de los casos, le ignore. El 29 de enero 1873, su esposa, la reina María Victoria, da a luz a su tercer hijo, Luís Amadeo. Ese mismo día, acuden a palacio varios miembros del gobernó y representantes de las Cortes a darle la enhorabuena. Pero el Rey no acude a la cita y les da plantón, limitándose su mayordomo a anunciar a los presentes que el bautizo de la princesa será al día siguiente. La indignación de los que habían acudido es la que se imaginan.

Al día siguiente, tras el bautizo, el presidente del gobierno, Ruiz Zorrilla, le reprocha al rey su actitud del día anterior. Pero este, harto de todo, le contesta con acritud y le dice que su paciencia está al límite. Tan al límite, que el 11 de febrero de 1873 entrega a Ruiz Zorrilla su renuncia, de él y de sus hijos, a la Corona de España: Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día mas lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de los soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos, pero todos con los que la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la Nación son los españoles, todos invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien”, fueron sus palabras de renuncia ante las Cortes. Unas Cortes que aceptaron la abdicación y proclamaron la I República el 11 de febrero de 1873, mientras el país se precipitaba en la Tercera Guerra Carlista.

Un día más tarde, en una gélida mañana, en la estación madrileña del Mediodía un grupo de personas acuden a despedirse del Rey Amadeo I de Saboya. Dos días antes había abdicado después de haber ceñido la Corona de España algo más de dos años antes. Con él viaja su familia, la reina María Victoria y sus tres hijos, los dos últimos de ellos nacido en España, él más pequeño apenas 14 días antes. Su destino, Lisboa. Pocos minutos más tarde, el tren parte de la estación y todos se quedan observando como poco a poco va desapareciendo por el horizonte de hierro. Atrás, seguirán quedando muchas incógnitas.

 

 

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