EN BUSCA DEL CENTRO GEOGRÁFICO

CAPÍTULO I: Nace la leyenda

Existe una leyenda, llamada “Leyenda del Arca” que relaciona la villa de Pinto con el centro geográfico de la Península Ibérica. Según la cual, los árabes, tras hacer los cálculos matemáticos y geográficos pertinentes que marcaba el Punto céntrico, enterraron los instrumentos utilizados en un arca y la enterraron bajo tierra, colocando encima de ella una losa, llamada “piedra xata” cuya superficie estaba marcada por una “X”. Según algunas teorías, los primeros en calcular este punto céntrico fueron los romanos, por lo que lo que los árabes lo que hicieron fue, en realidad, ratificarlo.  La actual villa de  Pinto es en la actualidad un hermoso pueblo situado a 20 kilómetros al sur de Madrid. Situado junto a la carretera de Andalucía, ha sido siempre un obligado punto de paso de camino al sur de España, un cruce de caminos y, por lo tanto, desde hace muchos siglos un lugar de paso obligado en los viajes y desplazamientos norte-sur de la Península Ibérica, lo que propiciado el asentamiento de pueblos y culturas de todo tipo. Desde romanos y visigodos, cuyos restos encontrados lo atestiguan, hasta los árabes, templarios y franciscanos que eligieron a este lugar para formar poblados y quedarse a vivir en una tierra rica y fácil de señalar en el mapa.

Sea leyenda o no, todo parece indicar que el ejército del general moro Tariq ibn Ziyad, pudo llegar a este lugar en el siglo VIII de nuestra era. El libro «La Provincia de Madrid», de Manuel Ayala y Francisco Sastre, en su capítulo dedicado al origen de esta villa, señala que los árabes, dueños ya de la Península Ibérica, llegaron al centro de la misma y fundaron Valdemoro, Valdemorillo, Vallecas, Meco, Getafe Y Pinto, entre otros varios.  

Hasta llegar aquí, el camino fue largo. Tarik, el lugarteniente de Muza, gobernador musulmán de África, cruzó el estrecho acompañado de 7000 hombres, en su gran mayoría de origen bereber, por el entonces llamado Monte de Calpe, hoy peñón de Gibraltar, acampando junto a él. Llamó a este asentamiento Roca de Tariq (Gebel al Tartiq), de donde deriva el actual nombre. Lo primero que hizo fue ordenar quemar las naves en las que había venido con su ejército. Esta actitud se debió a su determinación de no regresar a África, tal y como le había ordenado Muza, y continuar la invasión de la Península. Muza había cruzado el estrecho ayudado por el conde de Ceuta, Don Julián, partidario de hijo del rey visigodo recién fallecido Witiza, y había pactado la conquista de Toledo pacífica con ellos,  la comunidad judía toledana y el obispo toledano Oppas, hermano de Witiza y tío de Argila, hijo de Witiza. Entre todos conseguirían la derrota de don Rodrigo. Es por ello que Tarik se puso camino de Hispalis para dirigirse a Toledo  a través de las rutas y caminos abiertos por los romanos. Tarik estaba dispuesto a hacer honor a su apodo, no en vano  su nombre significaba “el pegador”. En su fuero interno albergaba la idea de servir en bandeja a  Muza nuevos territorios y la expansión del mundo musulmán sin apenas derramamiento de sangre.

Pero don Rodrigo, que se encontraba en el norte de la Península, acude a enfrentarse con el contingente musulmán al conocer la incursión de las huestes de Tarik. Ambos ejércitos se encuentran en las cercanías de la ciudad de Jerez. En Guadalete tuvo lugar la famosa batalla en la que Tarik derrotó a don Rodrigo y supuso el golpe mortal del reino visigodo y del nacimiento de Al-Andalus. Era julio del año 711. La batalla consumaba la traición pactada. Los partidarios de Witiza se pasaron al bando musulmán y entre todos derrotaron al rey visigodo. Solo así pudo explicarse que los 100.000 soldados de Don Rodrigo fuera derrotado por los apenas 7000 guerreros de Tarik.

La batalla de Guadalete y la derrota total del ejército de don Rodrigo, y con ello la caída del reino visigodo y la conquista musulmán de la Península Ibérica se empieza a gestar apenas un año antes.  Tras la muerte del rey Witiza, Rodrigo  es  nombrado rey visigodo en asamblea. Una decisión que no gustó a la comunidad judía que vivía en el reino y a una parte de la Iglesia, representada por el obispo de Toledo Oppas, que preferían al hijo del rey fallecido, Argila, por aquel entonces menor de edad, razón por la cual es rechazado por una parte mayoritaria de la nobleza visigoda. El nuevo rey don Rodrigo se instala en el palacio de Toledo. Un día observa desde una las ventanas del palacio cómo se bañan las hijas de los nobles enviadas para su servicio, según la costumbre del reino. Rodrigo mira a una de ellas, de gran belleza, que se baña completamente desnuda, de nombre Florinda, apodada La Cava, e hija del conde don Julián. El rey decide hacerla suya. Don Rodrigo padece sarna y elige a la muchacha para que  limpiara la sarna de su cuerpo.  Las intenciones del rey son puramente lascivas, quiere poseer a la joven y punto. Finalmente, consigue su propósito y viola a la muchacha. Tras la violación, Florinda envía a don Julián varios regalos entre los que se encuentra un huevo podrido, como símbolo de lo ocurrido. Don Julián acude a Toledo a recoger a su hija y regresa a Ceuta, donde acuerda con el rey Muza la invasión de la Península. Un romancero describe lo que sucedió a continuación:

Florinda perdió su flor,
el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza,
él que gusto consentido.

La venganza del conde se consuma cuando, durante la batalla de Guadalete, tras siete días de duro y encarnizado combate, algunos nobles cristianos se pasan al enemigo, entre ellos don Julián: “Ese hijo de puta ha privado del reino a los hijos de nuestro señor Witiza y a nosotros del poder. Podemos vengarnos pasando al enemigo”, según cuentan las crónicas. El cadáver de don Rodrigo jamás apareció, desconociéndose si murió en el campo de batalla o huyó durante la misma.

Concluían así 700 años de dominación romana y germánica de la Península Ibérica, Aquella Hispania que resistió 200 años a las imponentes legiones romanas, en apenas dos años caía bajo un nuevo imperio tras una sola batalla y que permanecería 800 años en lo que sería conocido como Al-Andalus.  En realidad, el honor perdido de la hija de don Julián no era la razón primordial de la traición posterior a don Rodrigo. Aunque si era el producto de un sistema monárquico impuesto por un pueblo que provocaba cada acto de sucesión regia en una especie de plebiscito entre los aspirantes a suceder al rey muerto y que terminaba siempre en un  baño de sangre y en el asesinato de los aspirantes al trono y de sus familiares y seguidores y que por pura cuestión lógica, se iba debilitando en cada proceso sucesorio. Y en aquellas sangrientas luchas sucesorias  valía todo y el vencedor era legitimado se compraba a cualquier precio. La Iglesia legitimaba aquellas coronas votivas manchadas de sangre a cambio de poder y prebendas y los gremios negociaban las nuevas condiciones.

La derrota de don Rodrigo y la victoria musulmana cumplía así, además, el destino marcado por don Rodrigo cuando, víctima de su curiosidad, se atrevió a entrar en la llamada Cueva de Hércules, una cueva que, según la leyenda, guardaba la Mesa de Salomón y, por lo tanto, grandes secretos. La leyenda decía que en esa cueva estaban guardados todos los males del mundo, razón por al cual cada rey visigodo bajaba hasta ella y colocaba un candado para evitar entrar en ella. Veinticuatro candados contenía aquella puerta hasta que don Rodrigo decidió desobedecer las recomendaciones de los clérigos y jueces e hizo saltar todos los candados, penetrando en la cueva.Él pensaba que allí se encontraba el secreto del poder, la energía necesaria para dominar el mundo y decidió tomarlo para si. Bajó a la cueva y se encontró entonces con una puerta. En lo alto de la misma se podía leer “No te acerques si temes a la muerte”. Pero el rey la atraviesa buscando los secretos que puedan estar allí. Finalmente, el rey y sus acompañantes descubren un arca finamente labrada. Tras abrirla, descubrieron en su interior una tela blanca que tenía pintados hombres con arcos, flechas, lanzas y pendones, montados sobre caballos y todos ellos vestidos a la usanza árabe. Se podía leer una inscripción que decía: “Cuando este paño fuere extendido y aparecieran esas figuras, hombres que andarán así vestidos conquistarán España y se harán de ella señores.”

Con el camino expedito, Tarik se dirige a Toledo. Allí se haría con la capital del reino, e inmediatamente buscó todas aquellas riquezas de las que había oído hablar. A su paso, fue conquistando pueblos y ciudades y haciéndose con importantes riquezas. Unas conquistas realizadas con escasa resistencia ante un pueblo demasiado castigado por las guerras e invasiones anteriores y a los que les daba lo mismo servir a un señor que a otros. El hambre y la miseria sería el mismo. Buscó con ahínco las coronas votivas de los reyes visigodos, que ya se encontraban escondidas en la cercana localidad de Guadamur, y también aquella misteriosa cueva que escondía muchos secretos y leyendas: la cueva de Hércules. Había oído Tariq que allí se encontraba la Mesa del Rey Salomón y tal vez el Arca de la Alianza o algún extraordinario tesoro, o tal vez todos los males del mundo. Según algunos, Tariq encontró la Mesa de Salomón y la ocultó. Según otros, no encontró nada.

Tarik se instala en Toledo, mientras Muza, conocedor de la facilidad y la escasa resistencia cristiana y de los tesoros que iban conquistando entre en la Península utilizando la facilidad y la rapidez de las calzadas romanas. Hispalis, Emérita Augusta y dirigirse a Astorga y León pasando por Toledo, remontando el río Alberche y Jarama para llegar a Segovia.

Los árabes daban a Toledo una importancia estratégica. La consideraban el centro de Hispania, además de la capital de todo el reino visigodo. La milenaria Toletum, abrazada al río Tajo era considerada por los musulmanes además del centro económico y político, el centro geográfico del nuevo reino conquistado.  La búsqueda de las riquezas visigodas en las tierras situadas alrededor de la capital visigoda les condujo a un pequeño villorrio que atrajo su atención por existir un pequeño y antiguo asentamiento visigodo que tal vez escondiera alguna de las riquezas desaparecidas. Los árabes se sintieron sorprendidos por el nombre de aquel lugar,  Punctum, que significaba “punto”, al que habían llegado coincidiendo con la conquista de Complutum, Cadalso y Talamanca. Aquel nombre se lo habían dado los romanos cuando calcularon que en este lugar se encontraba el centro geográfico de Hispania. Este era un lugar donde además existían cuevas que tal vez escondían tesoros visigodos. Sea como fuere, eligieron un promontorio donde construyeron un pequeño asentamiento y una mezquita, donde hoy se encuentra la parroquia de Santo Domingo de Silos. Mientras la gran mayoría del ejército continuaba su camino al norte y al este, una pequeña colonia musulmana permaneció aquí. Y, como grandes conocedores de las matemáticas y de la geografía, comprobaron los cálculos que habían hecho los romanos y, en efecto, a apenas cien metros de la mezquita se encontraba el punto exacto donde se encontraba el centro geográfico. Lo bautizaron como “esquina xata” porque estaba situado en la esquina donde confluían tres calles.

Puntum históricamente había sido un cruce de caminos, un lugar de paso, pero también un lugar donde diversas culturas y civilizaciones se asentaron. Así lo atestiguan algunos yacimientos arqueológicos encontrados. Una villa romana, correspondiente al siglo IV, y una necrópolis visigoda, del siglo VI, demuestran su presencia en este lugar. Los árabes, que conocían estos detalles como otros situados en los nuevos territorios conquistados, buscaban y controlaban aquellos lugares donde los caminos se cruzaban para controlar el tráfico de personas. Tras realizar sus cálculos, guardaron los utensilios utilizados en sus mediciones en un arca, la cual enterraron justo en el punto marcado como centro, colocando una losa circular sobre ello. La losa la llamaron “piedra xata” y tenía labrada en su superficie un aspa.

Había nacido “La leyenda del Arca”……

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CAPÍTULO II: El juego de la Oca

Los árabes, en realidad bereberes, estuvieron en Pinto hasta que el rey Alfonso VI conquista la ciudad de Toledo en el año 1085. Con Toledo en manos cristianas, el reino de Castilla va conquistando las ciudades y asentamientos situados al norte del río Tajo, entre la que se incluye Pinto, que conservaba una pequeña guarnición. La conquista cristiana deja parcialmente destruida la mezquita, cuyos restos permanecerán hasta el siglo XIV, cuando se construye sobre sus restos una iglesia cristiana, conocida hoy por parroquia de San Domingo de Silos. La ayuda de los templarios fue determinante para que el rey cristiano fuera conquistando los territorios musulmanes. Su hija, doña Urraca, se casó con Alfonso I, el Batallador, quién fue conocido como El rey Templario.

La Orden de los Templarios se fundó en Jerusalén en el año 1119 por el francés Hugo de Payens, junto con otros ocho caballeros, con el nombre original de “Los Pobres Caballeros de Cristo”. Su misión era proteger a los peregrinos que acudían a visitar los Santos Lugares. Fueron ubicados por el rey de Jerusalem en un palacio cercano al antiguo templo de Salomón, por lo que cambiaron su nombre por el de Los Caballeros del Templo de Salomón o Los Caballeros del Temple. Participaron de manera muy efectiva en las Cruzadas y en la defensa de Palestina, conquistando y recibiendo gran cantidad de castillo y fortalezas. También demostraron sus grandes dotes de banqueros y consiguieron amasar una gran fortuna, lo que les convirtió en una orden con gran poder en lo religioso y en lo político. En Jerusalem estuvieron hasta el año 1187, año en el que los musulmanes conquistaron la ciudad.

La orden del temple se expandió por toda Europa, estableciéndose en gran numero de conventos, castillos e iglesias. En España, penetraron al principio en Cataluña para luego expandirse por Aragón, Navarra y Castilla y León. Ayudaron a muchos reyes y nobles durante el periodo de Reconquista y su papel fue esencial en la expulsión morisca de la Península Ibérica. Participaron en muchas batallas y su papel fue esencial para conquistar Valencia, Cuenca, Tortosa, Mallorca, etc. Además, se hicieron cargo de la protección y defensa de las fronteras y de enclaves estratégicos importantes.

Pero en Europa, el poder y la importancia de la orden del Temple despertó los recelos del rey Felipe IV de Francia, el Hermoso, un rey con enormes deudas contraídas para mantener sus caprichos. La llegada del gran maestre del Temple a París no desmerecía al cualquier rey. Un enorme séquito de caballeros, escuderos y sirvientes le acompañaban, junto con 150.000 piezas de oro y tanta plata que hacían falta diez mulos para transportarla. Jacques de Molay era un rey sin reino, pero sobre todo era el rey del dinero, el gran banquero. Los templarios demostraban su poder, pero también su perdición.

Coincidiendo con la llegada de Molay a París, en julio de 1306, el rey había mandado arrestar y exiliar a todos los judíos del reino con el fin de apropiarse de todos sus bienes. Ahora la ostentación templaria despertaba su codicia y el deseo de confiscar sus riquezas. Felipe el Hermoso le pidió un préstamo para pagar la ostentosa boda de su hija. Jacques de Molay ya estaba acostumbrado a prestarle a Felipe, de quien era el principal acreedor. Pensaba que así mantenía un control sobre el monarca francés. Ignoraba que este urdía una trama contra él, porque si desaparecía la Orden, pensaba el rey, desaparecerían las deudas.

Para ello se sirvió deun templario expulsado de la Orden, que había sido condenado a muerte. Con la promesa real de indulto, el antiguo caballero acusó a los templarios de todo tipo de aberraciones: adoración del demonio, sodomía, y todo tipo de actos blasfemos. Las acusaciones corrieron como la pólvora y se extendió por toda Francia y por toda Europa. En realidad, los templarios habían despertado siempre muchas sospechas y recelos a causa de su poder. Hay que recordar que, en sus inicios, esta orden se denominó los Pobres Caballeros de Cristo y el voto de humildad y pobreza, junto con el de castidad, era algo que, con el tiempo, se había convertido en otra cosa muy distinta. Pero además, la costumbre templaria de cabalgar dos caballeros sobre un mismo caballo fue un terreno propicio para acusarlos de un delito muy grave en aquellos tiempos: la homosexualidad.

Las falsas acusaciones, o la falta de pruebas de estas, fueron utilizadas por el rey Enrique para convencer al papa Clemente V de que se iniciase un proceso contra los templarios. Jacques de Molay y sus monjes templarios fueron inmediatamente arrestados y juzgados. Dicho proceso concluyó en 1310 cuando el papa ordena la disolución de la Orden y la incautación de todos sus bienes por parte del rey francés. Jacques de Molay fue condenado a morir en la hoguera, frente a la catedral de Notre Dame. Antes de ser consumido por las llamas lanzó una maldición profética en contra del rey Felipe y el Papa Clemente V, en la que vaticinó la muerte de ambos antes de un año, en cuyo instante dijo serían juzgados por un juez mayor, ante el cual tendrían que responder por su maldad. Profecía que se cumplió. No se dio sepultura a los cuerpos de las víctimas: sus cenizas fueron arrojadas a las aguas del río, testigo mudo de una injusticia absurda.

MOLAY-2

Antes de su muerte, el papa Clemente V reconoció  las torturas y castigos a los que fueron sometidos los templarios para que reconocieran sus pecados, motivo por el cual publicó un documento llamado “Pergamino de Chinon”, en el que absolvió a Molay y al resto de caballeros templarios de las acusaciones vertidas contra ellos. Apenas un mes más tarde, moría de disentería.

En los demás países europeos las acusaciones no prosperaron, pero, a raíz de la disolución de la orden, los templarios fueron desapareciendo ingresando en otras órdenes religiosas. En España, los templarios asumieron, en un principio, la vigilancia y protección del Camino de Santiago. Eran miles los peregrinos que acudían hasta Santiago de Compostela a través de las varías vías de peregrinación, algunas de ellas bajo amenaza árabe. Precisamente, el camino de Santiago inspiró a los templarios españoles el famoso “Juego de la oca”, cuyo tablero, en forma de espiral, simboliza los lugares y obstáculos que los peregrinos han de sortear para llegar a su destino final. En realidad, la invención del juego de la oca pudo ser de los griegos durante su asedio a Troya, 2000 años antes de Cristo. Esta teoría se debe al descubrimiento del llamado Disco de Phaistos, un disco circular de arcilla de 16 cm. de diámetro dividido en 31 casillas.

Los templarios pudieron adaptar este juego en el siglo XII, utilizando un disco en forma de espiral y jugando durante sus ratos de ocio en Jerusalem, o bien como guía para los peregrinos, añadiéndole a su componente lúdico un carácter esotérico en el que cada una de las 63  las casillas contenían un mensaje criptográfico. Los templarios españoles utilizaron el juego como guía del camino, en que cada casilla era una etapa del mismo y señalaba los peligros que amenazaba a los peregrinos. Una especie de mapa cifrado, en el que solo los más iniciados o conocedores de los secretos templarios podían entenderlo. Según esta misma teoría, las catedrales y monumentos que componían  las etapas del camino estaban marcadas con los símbolos del juego que coincidían con las casillas del mismo. El simbolismo de la oca viene dado por ser esta ave un animal fértil y benéfico, que puede volar, caminar y nadar y que además presagia el peligro. Un animal migratorio que busca el destino, simbolizado por el Sol o, en este caso, por la Catedral de Santiago. La espiral es el símbolo más antiguo   que se conoce y representa el ciclo nacimiento-muerte-reencarnación, es decir la eternidad. Todo esto puede parecer teorías de dudosa lógica y objetividad. Pero, al igual que el cálculo del centro geográfico está en función de cálculos matemáticos y geográficos, el juego de la oca también es una cuestión de ambas ciencias. En el aspecto matemático, las ocas ocupan las casillas 5, 9, 14, 18, 23, 27, 32, 36, 41, 45, 50, 54 y 59, es decir, una sucesión numérica que alterna los cincos y los nueves, en un intervalo de cuatro y cinco casillas entre ellos, lo que suma nueve y nos conduce otra vez a la interpretación de los números. Y en el geográfico, a lo largo del Camino de Santiago, en sus distintas vías encontramos  lugares  nombres como, por ejemplo: los ríos Oca, Oka, Oza u Oça, Oja, los montes de Oca, valles de Oca, la Selva de Oza, Nanclares de la Oca, Villafranca de la Oca; valles y ríos de Anso y Ansón, la sierra de Ancares o la población de El Ganso. Además, dibujos y grabados estas aves se encuentran representadas en ermitas, iglesias, catedrales, castillos y puentes del Camino. Pero dejemos de jugar y volvamos a la historia.

Cuando la Orden del Temple es disuelta en Europa,  los templarios ingresaron en otras órdenes de carácter militar. Se crearon numerosas órdenes militares, pero sólo cuatro alcanzaron notable relevancia, las de Calatrava, Alcántara, Santiago y Montesa. Así, los templarios reciben el encargo del rey de la defensa de Calatrava la Vieja y originan el nacimiento de la nueva Orden Militar de Calatrava que acoge a numerosos templarios y que recibe parte de los bienes del Temple en Castilla y León, cuando esta orden se disuelve. En Aragón, Jaime II crea en 1317 tras la desaparición del Temple, la Orden de Montesa, que se reparte las posesiones templarias en el Reino de Aragón. En ambos casos, los templarios ingresan en las nuevas Órdenes. Las reglas por la que se regía, tipos de cargos y división administrativa y militar también están basadas en las del Temple. Vestían hábito y capa blanca con cruz roja formada por cuatro flores de lis, cruz de Calatrava, una simbología similar a la de los templarios. La Orden de Calatrava constituye desde su origen una importante fuerza para la defensa de las líneas fronterizas y continuar la reconquista.

La Mancha se la reparten tres Órdenes: Calatrava, Santiago y San Juan. Estas ordenes tienen una intervención esencial en la conquista de Granada de 1492, donde el 2 de enero de ese año, en la Torre de la Vela, el Maestre de Calatrava y el Maestre de Santiago junto al Cardenal Mendoza izan el pendón de Castilla, de Santiago y la cruz de Calatrava. De la Orden de Calatrava fueron los Reyes Católicos. En el Capítulo General de la Orden del año 1516, celebrado en Guadalupe, se elige a Carlos I como Maestre de la Orden de Calatrava, elección confirmada por el Papa León X, y desde entonces se unió a la Corona de Castilla. A partir de ese momento los Reyes de España pasan a ser administradores perpetuos y Maestres de la Orden.

Hemos visto que el lugar en el que originalmente comienzan sus campañas  los templarios es Tierra Santa, más concretamente Jerusalem, donde ocupan una parte del Templo de Salomón. Un lugar especialmente misterioso que según muchas investigaciones, y leyendas, guardaba múltiples objetos relacionados con la vida de Jesucristo. Objetos muy valiosos, en lo económico, pero también en lo místico y hasta en lo sobrenatural. Así, dentro de aquel templo, que lleva al cambio de nombre de los Pobres Caballeros de Cristo a los Caballeros del Temple, se produce la metamorfosis de la Orden. Los monjes guerreros comienzan a cambiar su objetivo de protección de los peregrinos a la conquista militar.

Múltiples leyendas asocian a los templarios con la posesión de objetos de gran valor y de gran des secretos, como son el Arca de la alianza, el Santo Grial, la lanza de Longinos, el Lignum Crucis, las Tablas de la Ley, etc., etc., lo cuales pudieron estar escondidos dentro del templo y, por lo tanto, al alcance la mano templaria. Cada uno de esos objetos guardaba una gran fuente de poder a quién los poseyera. Poseer todos era poseer el mundo. Y los templarios iban expandiendo su poder con gran rapidez. La suficiente para despertar todo tipo de sospechas. Su disolución provocó el éxodo de todos sus miembros, pero también el de las reliquias. El éxodo o más bien la diáspora puesto que cada una de ellas, según las distintas leyendas, acabaron en un lugar distinto. Todo ello ha convertido a los templarios en una fuente inagotable de leyendas en las que se les atribuye un trasfondo esotérico y misterioso. Y también que estos conocen muchos secretos derivados del conocimiento y posesión de los objetos sagrados antes mencionados.

Tan secreta como la razón que trajo a los templarios a Pinto, después de que los musulmanes fueran expulsados de la Península Ibérica. Tan secreto como lo que buscaban en Pinto la Orden del Temple. La presencia de los templarios en Pinto es obviada por la gran mayoría de investigadores de la Orden del Temple en España. Algo que, sin embargo, ha ocurrido también con otros emplazamientos templarios. Tan solo huellas encontradas en algunos de ellos han evidenciado su presencia. Hay que significar que los templarios españoles, aunque desempeñaron un papel importante en nuestro país, no se significaron históricamente en Europa. La razón de ello es que mientras los templarios europeos luchaban en Tierra Santa contra el Islam, en España los árabes se encontraban aquí mismo y por, lo tanto, se luchaba contra el invasor musulmán en nuestra propia tierra, consiguiéndose las mismas indulgencias aquí que en oriente. Tampoco la Orden sufrió los mismos problemas en España que en Europa, donde los templarios fueron finalmente declarados herejes y obligados a desaparecer. Al contrario, muchos nobles españoles ingresaron en la Orden y muchos reyes contaron con su colaboración y jugaron un papel importante como mediadores en conflictos entre nobles y reyes. Al contrario que en Europa, los templarios españoles se mantuvieron al margen de conflictos políticos y apoyaron a las monarquías, recibiendo muchas veces donaciones y haciéndose con un importante patrimonio económico lo que les permitió hacerse con importantes enclaves estratégicos, tales como castillos, iglesias y conventos.

Es por ello que, mientras en Europa a principios del siglo XIV la Orden del Temple fue disuelta y perseguida por el Papa Clemente V, en España la consigna papal fue obedecida pero sin la persecución de otros lugares, permitiéndoseles ingresar en otras órdenes militares como las de Calatrava, Santiago, Montesa, etc., continuando con sus posesiones y ayudando a los reyes en sus campañas militares. Todo ello cambia con el reinado de los Reyes Católicos y la consiguiente expulsión de los moriscos de España y la unificación del Reino, ya que no se permitió poderes paralelos dentro del nuevo Estado y las órdenes militares fueron obligadas a disolverse. Esta es, muy en síntesis, la historia de los templarios en nuestro país.

El asentamiento templario en Pinto está demostrado por un documento que menciona la existencia de un convento templario, que posteriormente se convirtió en un convento de la Orden franciscana. El documento corresponde a la “Crónica e Historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado padre san Francisco, compuesta por el padre franciscano Pedro de Salazar, catedrático de Teología y Provincial segunda vez de la dicha Orden y Provincia, y calificador del Consejo de la general Inquisición”, y que fue publicado por la Imprenta Real de Madrid en 1612.En el mismo podemos leer: “En la villa de Pinto, que al presente es del Marques de Caracena, y ha muchos años que ha sido de sus antepasados, desde el tiempo del Rey don Alonso el onzeno, nuestra Orden tiene Convento de frayles, que seran en numero de treinta. Este Convento según la común opinión y fama, fue de Templarios, de quien queda dicho en la historia del Convento de San Francisco de Guadalajara; después fue de frailes Observantes de San Francisco, aunque pudo ser hubiese sido de Claustrales, porque el primero Capitulo que se tuvo en la Provincia de Castilla, para eligir Vicario provincial, fue en S. Antonio de la Cabrera en el año 1447 donde fue elegido el padre fray Alonso de Borox, como queda dicho: pero el padre fray Antonio de Cordova, en la exposición de hizo sobre la Regla en la questión 9 del capitulo 4 folio 125, alega cierto estatuto, el que dicen que se hizo en un Capitulo Provincial de esta Provincia tuvo en el Convento de Pinto

Crónicas de Alonso Onzeno

Hemos dicho antes que muchos enclaves templarios estaban ubicados en puntos estratégicos, cruces de caminos o en lugares en los que pudieran hallar algún tesoro, riqueza o poder. A los templarios se les atribuye la desaparición del Lignum Crucis, de la Mesa de Salomón, del Santo Grial y del Arca de la Alianza. La parte más grande del Lignum se encuentra en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, la Mesa se especula con que se encuentra enterrada en algún lugar del campo de Medinaceli, si bien fue llevado allí por los musulmanes. El Santo Grial podría estar en la catedral Valencia. ¿Buscaban algún objeto sagrado que pensaban que pudiera estar en Pinto?

Los templarios conocían y sabían hacer complicados cálculos matemáticos, como lo demostraron en Ucero y en la ermita de San Bartolomé, donde calcularon el punto equidistante entre el cabo de Creus y el de Finisterre, con muy poco margen de error. y considerado como uno de los centros del Mundo más misteriosos de Europa, y cuya iglesia fue construida por una cofradía de los hijos del Maestro Jacques y cuya leyenda podemos leerla en este mismo blog (ver Leyenda del Cañón del río Lobos). Así, ellos conocían o habrían oído hablar de la “Leyenda del Arca” que demostraba que Pinto era el centro geográfico de la Península Ibérica, tal y como habían calculado los árabes con unos instrumentos que habían encerrado en un arca, a su vez enterrada bajo una piedra circular, marcada con un aspa, en la denominada “esquina xata” y la buscaban para recuperar aquellos instrumentos por alguna razón o misterio que solo ellos conocían. Tal vez, conocedores del punto exacto de la Península Ibérica buscaban otro centro del mundo. O buscaban el arca enterrada bajo la losa “xata” buscando alguna reliquia o instrumento que les sirviera para sus misteriosas empresas. El arca de la leyenda jamás se encontró, a pesar de que si existe algo más que una evidencia sobre su existencia. Los templarios no poseyeron jamás el Arca de la Alianza y la buscaron siempre allá donde se encontraran.  Además, cerca del convento existían cuevas, algo que siempre atrajo a los templarios, que siempre buscaron en ellas la entrada al inframundo. No olvidemos tampoco que en las afueras de Pinto existe una cueva, Cuniebles, donde se asegura que vivieron los primeros pinteños de la historia, tal y como demuestra los restos encontrados correspondientes a la Edad del Bronce. En la misma medida, en las inmediaciones del convento que ocuparon los templarios se encontró una necrópolis visigoda que demuestra la actividad humana que siempre ha existido en este lugar. Ingredientes que justifican la presencia templaria.

Otra cuestión interesante y no exenta de misterio es el hecho de que, en aquella época, aquellas personas que viajaban entre Toledo y Zaragoza lo hacían por una vía que pasaba por Pinto y bajaba hasta Ciempozuelos para, desde aquí, llegar a Alcalá de Henares (Complutum) y subir hasta Guadalajara para seguir su camino hacia tierras aragonesas. Pero los templarios de Pinto no seguían esta ruta para desplazarse desde Pinto a Guadalajara, a pesar de ser la más corta y la más cómoda, una ruta además señalada por el llamado Repertorio de Caminos del siglo XVI, de Juan de Villuga, sino que lo hacían a través de un paso habilitado para el transporte de ganado, la denominada Cañada Real Galiana. Este recorrido seguido por los templarios, era mucho más largo pues buscaba el puente sobre el río Jarama habilitado para el paso de ganado y rodeaba la ciudad complutense hasta continuar el camino hasta Guadalajara, cuando lo más lógico era bajar hasta Ciempozuelos.

¿Por qué utilizaban los templarios esta ruta? ¿Transportaban algo en sus viajes que era preciso la utilización de un camino menos vigilado o que precisaba el paso del río Jarama a través del puente de ganado? ¿O acaso jugaban a la Oca y sorteban secretos y peligros ocultos a los demás?

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CAPÍTULO III: Los viajes del cardenal Cisneros

Hemos visto anteriormente como, obligados a disolverse la Orden del Temple, sus miembros se integran en otras órdenes religiosas de carácter militar. En su libro “La maldición de los templarios”, Rafael Herrera nos cuenta que la mayoría de los templarios ingresaron en órdenes religiosas, como cistercienses, franciscanos y agustinos, como se demostraba en algunos escritos donde figuraba el sello templario. Estos monjes tenían como objetivo esencial el estudio de textos siguiendo la norma general templaria de investigación y pese a su condición de fraile, ante todo seguían siendo templarios. En las «Relaciones Topográficas de Felipe II» de 1575, ya se habla de ello cuando se menciona la villa de Pinto, «situada a una legua de Getafe y que fue lugar de Madrid«, fue vendido «por uno de los reyes Alfonsos, que ha sido reyes de Castilla». «Tiene este pueblo de Pinto un monasterio de frailes franciscanos, y otro de monjas bernardas, tiene una fortaleza (la torre), es pueblo de buena cosecha de vio y pan, y tiene vecinos como setecientos cincuenta, es de don Luís Carrillo, un caballero que tiene su casa en Toledo«.

El convento franciscano de Pinto es un buen ejemplo de como los antiguos templarios se convertían en frailes de otra orden para seguir la tradición templaria. Al no existir resto alguno  del convento de Pinto y con la única prueba de su existencia a través de la Crónica del Padre Salazar, desconocemos la razón y estudios que tuvieron lugar entre sus muros. Pero hay un vínculo curioso y que llama la atención entre los antiguos emplazamientos templarios de Guadalajara, Santorcaz, Pastrana y Pinto, fruto de la casualidad….. o no. Como en el anterior juego de la oca, todos estos lugares están relacionados geográficamente, pero también históricamente y nos llevan a un punto en común que veremos a continuación.

El monasterio de Guadalajara lo construyó la reina doña Berenguela, quien allí levantó una  casa para los Templarios para que pudieran llevar a cabo su misión de vigilar los caminos y protección de los peregrinos de las hordas musulmanas. Una vez ordenada la disolución de la Orden en 1330, las infantas Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV y señoras de Guadalajara, donaron el monasterio a los frailes franciscanos, que inmediatamente se asentaron en este lugar, recibiendo múltiples ayudas por parte de la ciudad.  Posteriormente, fue la familia Mendoza la que ayudó muy especialmente a este monasterio en el siglo XIV donando don Pedro González de Mendoza en su testamento, cantidades importantes de dinero, ordenando ser enterrado en su iglesia. Posteriormente, su hijo, el cardenal don Pedro González de Mendoza, construyó la iglesia y puso un retablo gótico, cuyos restos se conservan hoy, en tablas sueltas, en el Ayuntamiento de la ciudad. Esta familia, y los Orozco hicieron donaciones y construyeron ricos altares y enterramientos. Durante la guerra de la Independencia fue totalmente saqueado y destrozado por los franceses. En 1835 la ley desamortizadora de Mendizábal le dejó vacío, y en 1841 fue entregado al Ministerio de la Guerra. Del antiguo monasterio franciscano queda hoy una gran portada. El expolio y otras agresiones del ejército francés obligaron a trasladar a la Colegiata de Pastrana los restos de la familia Mendoza.

Cardenal Mendoza

No se conoce el momento exacto de la construcción del monasterio de Pinto, aunque la fecha de la presencia templaria coincide con la del monasterio alcarreño. Como podría coincidir la marcha del Temple y la conversión en convento franciscano.  Durante la guerra de la Independencia, el convento, ya vacío, fue ocupado por el ejército francés y convertido en acuartelamiento. Durante la presencia francesa, como igualmente veremos más adelante, el convento fue saqueado y expoliado, para finalmente ser destruido al abandonarlo los franceses. Parece ser que el de Pinto desapareció, según unas teorías, volado por las tropas francesas. Según otras teorías, también víctima de la desamortización de Mendizabal. Solo los restos de una necrópolis descubierta en el siglo XX demostraron el antiguo asentamiento conventual. Del Pinto de aquella época se conserva un extraordinario cuadro de un pintor italiano nacido en Verona, Giuseppe Canella, que visitó España durante el reinado de Fernando VII y se detuvo esta villa en el año 1826, atraído por alguna razón desconocida, durante el tiempo suficiente para mostrar, no un paisaje, sino un escena costumbrista muy de estilo vedustista pero muy descriptiva de la iglesia de Santo Domingo de Silos  y de los pinteños de mediados del siglo XVIII, en un pequeño óleo de apenas  16,7×12,1 cm.

View of the village of Pinto near Madrid, cuadro de Giuseppe Canella
View of the village of Pinto near Madrid, cuadro de Giuseppe Canella

La familia Mendoza y la familia Orozco están muy estrechamente ligadas a la historia de Pinto, siendo algunos de ellos señores de Pinto, como veremos más adelante. Y una curiosidad que incide en la relación entre ambos: tras la desamortización, los sepulcros del cardenal Mendoza y varios miembros de su familia, los cuales ayudaron a la construcción de este convento, fueron trasladados a la Colegiata de Pastrana, donde se encuentra también los restos de otra ilustre vecina de Pinto: Ana de Mendoza, la princesa de Éboli. También en Pastrana existe un convento de San Francisco, cuya principal protectora fue la madre de la princesa de Éboli, Ana de la Cerda.

Durante el tiempo en el que los templarios estuvieron en el convento de Pinto, la iglesia no fue consagrada. Que se sepa, la iglesia fue consagrada durante el reinado del hermano de Isabel de Castilla, Enrique IV de Castilla, el Impotente, entre los años 1454 y 1474 tal y como señala las Crónicas de fray Pedro de Salazar, buen conocedor de todos los secretos que se guardaban en el convento, y descritas también en la Chronica Seraphica en 1719 .

En el año 1530, Gómez Carrillo de Toledo, sexto Señor de Pinto, decide como última voluntad ser enterrado en la capilla mayor del convento, junto a la primera grada del altar mayor, un lugar reservado a personajes de alto honor. Era este noble miembro de una de las familias más importantes de la historia de Pinto, pero también de España: los Carrillo, los cuales pertenecían a la familia nobiliaria de Caracena, una población de tradición templaria. Incluso algún miembro de la familia Carrillo han sido considerados antiguos templarios.

La historia nos cuenta que, en el año 1359, Pinto pasa a manos de D. Íñigo López de Orozco, heredando los derechos de su esposa doña María Alonso de Meneses, viuda de Hernán Pérez de Portocarrero, guarda mayor de Rey Pedro I el Cruel. Pinto se convierte así en Villa de Señorío. Don Iñigo, que era un poderoso noble en las tierras de La Alcarria, sería asesinado por el rey Pedro I en el año 1367, al sentirse traicionado debido a que don Íñigo se pasó al bando de Enrique de Trastamara. También fue despojado del señorío de Pinto a causa de esta traición.

La principal aportación de don Iñigo a Pinto fue la construcción de su famosa Torre, construida alrededor del año 1360, y que posteriormente sirvió de prisión a varios notables de la historia de España. Pinto pasa a depender del Concejo de Madrid hasta que en 1406, el rey Juan I, hijo de Enrique de Trastamara que, ya como rey Enrique II de Castilla, dona el Señorío de Pinto a doña Juana de Orozco, hija de don Iñigo, el ajusticiado por el rey Pedro I. Doña Juana se había casado ya con don Gonzalo Ibañez de Mendoza, montero mayor del rey Alfonso XI, un noble llegado de tierras vascongadas y asentado en Guadalajara y cuyo matrimonio le permitió heredar las tierras de su esposa. De esta alianza surgirá el esplendor de la familia Mendoza. Unos años antes de la muerte del sexto señor de Pinto, en el año 1495, llega a Pinto, al convento franciscano, uno de los personajes más importantes de la historia de España. Un personaje enigmático, conocedor de muchos secretos y un estudioso de las ciencias de todo tipo. Y por supuesto, buen conocedor de los templarios y de sus secretos. Los que habían heredado posteriormente la orden franciscana.

Torre de Pinto

Llegaba a Pinto fray Gonzalo Jiménez de Cisneros, más conocido como el Cardenal Cisneros….

 

Muchos le han comparado con el cardenal Richelieu, o Lutero. Lo cierto es que la figura de Gonzalo Jiménez de Cisneros ha sido objeto de muchos estudios e investigaciones sobre su vida, su obra y su papel en la historia. No dudó en desafiar incluso a la autoridad eclesiástica, aunque ello le costase la cárcel durante varios años, algo que ocurrió tras su enfrentamiento con el arzobispo de Toledo, el cardenal Carrillo. Cisneros fue encarcelado en el castillo de Santorcaz, otro importante emplazamiento templario por obra y gracia del rey Alfonso VII como pago por la ayuda de los caballeros, tras arrebatárselo a los almorávides. Luego, tras la disolución del Temple, el castillo y todas las posesiones templarias pasaron a manos franciscanas. Otra conexión entre Pinto, Santorcaz y Pastrana.

Tras su reclusión, Cisneros recibe la capellanía mayor de la catedral de Sigüenza en el año 1478, iniciando su carrera eclesiástica y política. Pero una crisis espiritual le lleva a ingresar en la Orden Franciscana en el año 1484, donde cambia su nombre Gonzalo por el de Francisco. Durante siete años, Francisco de Cisneros permanecerá en el convento de San Juan de los Reyes, en Toledo, y más tarde al del Castañar y al de La Salceda donde será elegido superior. Este periodo monacal finaliza cuando en el año 1492 la reina Isabel le elige como confesor siguiendo los consejos del ahora arzobispo de Toledo, el cardenal González de Mendoza, el gran protector de Cisneros. Tras la muerte de Mendoza, Cisneros es propuesto para sucederle. Así lo atestigua la Bula Papal de Alejando VI publicada el 20 de enero de 1495.

Pero Cisneros no acepta el cargo y decide apartarse de la vida pública recluyéndose en el convento de franciscanos de Pinto. Su humildad y deseo de llevar a cabo una vida retirada le llevan a rechazar este puesto, lo es definido por el padre Pedro Quintanilla y Mendoza en su Archetypo, libro I, Capítulo XVI (páginas. 33-35): “es electo el venerable S. FR. Francisco Ximenez de Cisneros en el Arçobispado de Toledo por los Reyes Católicos, confirmale su Santidad, no lo acepta, y haze desprecio desta dignidad”. Su presencia es Pinto no aparece en documento alguno, aunque, como veremos más adelante, el convento fue expoliado y destruido, por lo que se perdió todo documento y vestigio de lo acontecido con este enclave religioso. Sin embargo, llama la atención que el escudo heráldico del cardenal Cisneros guarda muchas similitudes con el escudo de Pinto. Un escudo jaquelado, ocho en oro y siete en gules en el caso del cardenal y siete en oro y seis en gules en el caso de Pinto, que incluye además el globo terráqueo con un punto en el centro de la Península Ibérica, como corresponde a su situación geográfica.

 

Tras varios días, finalmente, acepta y toma posesión de su cargo el 25 de septiembre de 1495. lo que le llevará a uno de los puestos más importantes en la política española. Pero además a introducirse de lleno en el estudio e investigación de textos y documentos antiguos relacionados con el esoterismo, algo que había llamado la atención de Cisneros desde muy joven. La antigua capital visigoda y musulmana y crisol de todas las culturas guarda entre sus muros muchos secretos de los que Cisneros ha oído hablar. Ahora podrá estudiarlos y acceder a ellos, si se confirma su existencia, sin que nadie perturbe su trabajo. Ha estado en otros emplazamientos templarios, donde ha leído algunos de sus secretos y conoce la pista que conduce a Toledo.

Cisneros visitará muchas iglesias toledanas en consonancia con su misión pastoral, pero buscará con ahínco los símbolos templarios que se esconden entre sus muros. Secretos desapercibidos para los profanos, pero no para un intelectual de la talla del cardenal.  La iglesia de san Miguel el Alto, con su torre mudéjar pero con muchas huellas templarias, como una de sus campanas fue una de sus primeras investigaciones. Había leído su historia y los símbolos ocultos, como los capiteles de sus columnas,  mostrando escudos con la cruz roja del Temple y las diversas lápidas de los donantes de la Orden. O el claustro, conteniendo el gran «Cuadrado Mágico» del patio, compuesto por losas negras, semejante al existente en San Pedro de Arlanza (Burgos), que una leyenda dice fue colocado allí por un sabio templario de Alveinte, donde hubo otro igual, para robar su ciencia al Diablo.  Ya en 1375, el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, el mismo que mandó construir el puente de San Martín,  mandó registrar los subterráneos existentes bajo esta iglesia y casas del Temple buscando sus tesoros ocultos. Tan sólo encontró en un una cueva bajo el templo  la llamada  «Cruz del Milagro» y varios cuerpos momificados como los existentes en otras iglesias toledanas. Dicha cruz era semejante a la  cruz templaria de Caravaca que perteneció al  comendador del Temple. Los cuerpos correspondían a los caballeros templarios, pues era frecuente enterrar en estas catacumbas debido a la escasez de suelo y porque la sequedad de la roca conservaba los cadáveres de forma natural. Pero, a pesar de estos símbolos griálicos, Cisneros no encontró lo que más buscaba: el Grial.

Recordó la leyenda que cuerpos templarios momificados guardaban. Aquella referida a la batalla de Alarcos, en 1195, tras la derrota cristiana, cuando los musulmanes se dirigieron en dirección a Toledo para su conquista. Los templarios estaban preparados para defender su sector de la muralla, el correspondiente al barrio de San Miguel.  La noche anterior a la batalla, el comendador de Toledo reunió en la iglesia a los caballeros para rogar a Dios por todos ellos.  Sabía que muchos de ellos caerían defendiendo la ciudad. Pidió a Dios una señal para conocer quiénes caerían en combate al día siguiente. En ese momento, sobre la cruz roja que lo monjes-guerreros portaban en sus capas apareció la imagen de Cristo. El comendador entendió que esa cruz señalaba a los que morirían al día siguiente. El comendador no quería mártires muertos, sino héroes vivos, por lo ordenó defender las murallas a solo aquellos que no había recibido la señal divina sobre sus pechos. Los demás se quedarían en la iglesia orando por los demás.

Los musulmanes fueron derrotados al día siguiente y los templarios regresaron sin baja alguna, cumpliéndose así la señal divina. Pero cuando regresaron a la iglesia para encontrarse con sus compañeros, los hallaron muertos sobre el suelo de la iglesia, con los cuerpos momificados, tal y como ahora los contemplaba el cardenal Cisneros, trescientos años más tarde. Fue entonces cuando el comendador cogió su Cruz del Milagro y la bañó en la pila bautismal, convertida en sangre, y salpicó aquellos cuerpos exánimes. Fue entonces cuando la sangre volvió a convertirse en agua bendita. Los cuerpos fueron sepultados en una cueva bajo la iglesia y así permanecerían por toda la eternidad.  No era la única leyenda templaria que se conocía en Toledo: había las suficientes para pensar que la Orden había tenido una gran influencia en la ciudad. Aquellos caballeros cuyo objetivo era el Conocimiento absoluto, la Perfección ya la Pureza necesaria para acceder al símbolo del Poder. Exactamente el mismo objetivo del Cardenal Cisneros. Él mismo fundaría su propio Templo de Salomón en una ciudad no lejos de aquí, en Complutum, donde crearía la Universidad Cisneriana, una de las más importantes del mundo. Sería el broche a una vida dedicada a la perfección interior, a los desvalidos y, por supuesto, a Dios. Pero mientras tanto, seguiría buscando la huella de aquellos que, estaba convencido, habían poseído las fuentes del conocimiento y del saber más absoluto. Y todo ello se encontraba en aquel Grial objeto de su interés y perseverancia. No lo tendría fácil. La extinción del Temple fue aprovechada por muchos para despojarles de sus riquezas y tesoros, no dudando en borrar las huellas templarias de los mismos para evitar su identificación.

Fachada de la Universidad de Alcalá de Henares

Es difícil saber si el cardenal Cisneros encontró en Toledo alguno de los Tesoros que buscaba con tanto ahínco. Lo que si encontró un hueco en la historia que le convertiría en uno de los hombres más poderosos y más influyentes de la historia de España.

Cisneros compaginó su labor religiosa con la política. Con la reina Isabel  pasa de ser confesor a consejero político de la reina, por voluntad de esta. Tal era su poder que se le encomendó evangelizar a los musulmanes que se quedaron en Granada tras su conquista, algo que cumplió aunque no sin dificultades. Cisneros va abandonando paulatinamente la vida pastoral para dedicarse a su faceta política. En 1498 crea la Universidad de Alcalá de Henares, dotándole de los mejores maestros y teólogos. Tras la muerte de la reina Isabel en 1504, Cisneros ocupó la regencia y se convirtió en defensor de Fernando el Católico, impidiendo el ascenso al trono de Felipe el Hermoso. Tras la muerte de Felipe y el regreso de Fernando, Cisneros fue nombrado cardenal de Toledo e Inquisidor Real. Cuando iba al encuentro del rey Carlos I, el cardenal fallecía repentinamente en el pueblo burgalés de Roa. Era el 8 de noviembre 1517. Su muerte evitaba el cese de todos sus cargos.

La figura de Cisneros no pasa desapercibida para nadie. Defensores y detractores coinciden en la importancia de su figura dentro de la historia de España. Pero Cisneros, aparte de su vida pastoral y política, fue una persona comprometida con las artes y las letras. La creación de la universidad de Alcalá de Henares así lo atestigua. Pero también los múltiples estudios desarrollados a lo largo de su vida. Y un profundo conocedor de todas las órdenes religiosas, especialmente de los templarios. Además, a Cisneros se le ha vinculado también con fenómenos esotéricos y visiones místicas. O algo más. Un cuadro del pintor madrileño Alejandro Ferrant, nos muestra al cardenal supervisando los trabajos de construcción del hospital de Illescas (Toledo). En el cuadro se aprecian múltiples símbolos, tales como el compás, el martillo, la pluma, etc. que corresponden a símbolos templarios, con lo que el pintor nos intenta dar un mensaje de la relación del cardenal con estos símbolos.

Otro ejemplo de su relación con hechos misteriosos lo constituye lo ocurrido en enero de 1509, cuando iba camino de Cartagena para embarcar rumbo a Orán y participar en su conquista. Como dijimos anteriormente, la ruta natural, salvo para los templarios, seguida por los viajeros que cruzaban la península en dirección sur o este pasaba por Ciempozuelos y bajaban hasta la vega del Jarama para luego tomar la dirección adecuada. Dijimos antes que la presencia de Cisneros en Pinto era desconocida, pero sobre todo secreta. Tal vez buscaba algún objeto en el antiguo monasterio templario cuyo conocimiento había obtenido tras su permanencia en Santorcaz y Pastrana. O el verdadero significado de “La leyenda del Arca”. O conocía la existencia de alguna cueva en este lugar que escondiera algún secreto. Lo cierto es que Cisneros sabía que, en algún lugar de esta comarca, existía una antigua cueva templaria  que contenía algún secreto de los que él buscaba con tanto ahínco.

Y fue así que al partir de Alcalá de Henares camino de Orán con su ejército para evangelizarla, al  pasar por la confluencia de los ríos Jarama y Tajuña (en lo que hoy es Titulcia) se le apareció  a Cisneros una cruz suspendida en el aire. Cisneros interpretó esta visión como una señal de victoria, pero también una señal de que allí se encontraba lo que buscaba. Ordenó entonces excavar en ese lugar. Encontró  una cueva a diez metros de profundidad. La cueva contenía un habitáculo con una cúpula y de él partían varias galerías. En todo este entramado subterráneo se encuentran grabadas varias cruces patés templarias. También aparecen grabados círculos que demostraban que la cúpula era una especie de esfera celeste bajo la cual hubieron de realizarse ritos y ceremonias relacionados con la luna. La cueva muestra su carácter esotérico y misterioso y demuestra que en ella pudo contenerse algo en algún momento de su historia. Fue entonces cuando el cardenal decidió construir un humilladero en ese mismo lugar, es decir un monumento en forma de columna para señalar ese punto. Más tarde ordenó levantar una ermita allí mismo.

El misterio envolvió la figura del cardenal durante toda su vida. Aquel intelectual y sabio doctor accedió a los más profundos secretos y su poder le hizo un personaje omnipotente. Si descubrió algo de lo que buscaba es también un misterio….

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CAPÍTULO IV: Godoy: el Príncipe de la guerra

Otro importante personaje de la historia de España que estuvo relacionado con el municipio de Pinto, durante un muy breve espacio de tiempo, fue Manuel Godoy. En efecto, el 23 de marzo de 1808, tres días antes de la llegada del nuevo rey Fernando VII a Madrid, tras el Motín de Aranjuez cuatro días antes y la consiguiente abdicación de Carlos IV, el llamado Príncipe de la Paz, custodiado por la Guardia de Corps llegó a esta torre-prisión, donde un siglo antes había sido encerrada Ana de Mendoza, la Princesa de Éboli, aquella que también fue trasladada posteriormente a Santorcaz y Pastrana, un viaje muy común por lo que hemos podido comprobar. La influencia política de Godoy estuvo propiciada por el rey Carlos IV, el cual de doto de riquezas, títulos y honores. Su punto culminante, y también el motivo de su caída, se produjo durante  la invasión francesa de 1808. Napoleón Bonaparte aprovechó la debilidad de la Monarquía Española y se sirve de Godoy para sus intenciones invasoras de la Península Ibérica, prometiéndole un reino en el Algarve portugués a cambio de le facilitara el paso de las tropas francesas por España para invadir a Portugal, entonces en guerra contra Francia.

Carlos IV había nombrado ministro a Godoy y al conde de Floridablanca durante la época coincidente con el inicio de la Revolución Francesa. Ambos ministros intentaron evitar a toda costa que el ambiente revolucionario cruzara los Pirineos y afectara a la Monarquía Española. La revolución francesa le lleva al rey a nombrar, en el año 1792, primer ministro a Godoy, al entender que esta decisión le protegería de cualquier conato revolucionario.   La ejecución en Francia de Luis XVI en enero de 1793 provoca la ruptura de la tradicional alianza con el país vecino, hasta el punto que España se une a Inglaterra contra Francia en la llamada Guerra de la Convención o de los Pirineos. Pero la guerra fracasa y la derrota militar obliga a firmar la paz de Basilea, donde Godoy firma con el gobierno revolucionario francés, reconociendo a la República francesa a cambio de mantener intactas las fronteras españolas, toda vez que Francia quería anexionarse Guipúzcoa, y recuperar Gibraltar.  Esta nueva alianza le dio al ministro de Carlos IV el título honorífico de Príncipe de la Paz.  Pero esta alianza tendrá consecuencias desastrosas para España. Tras el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte en el llamado 18 de Brumario, en realidad 9 de noviembre de 1799,  Francia inicia un plan expansionista que obliga a Inglaterra declararle la guerra. La nueva alianza obliga a España a unirse al país vecino lo que provocará la derrota naval de Trafalgar el 21 de octubre de 1805. 

Dos años más tarde, Godoy firma con Napoleón el Tratado de Fontainebleau, por el cual se autorizaba el paso de tropas francesas en España con el propósito de invadir Portugal, aliada de Inglaterra.  Godoy era ya muy criticado, tanto por la nobleza que se sentía desairada por el favor real a un advenedizo, como por el clero, asustado ante la amenaza de una desamortización de los bienes eclesiásticos. La oposición a Godoy, y por lo tanto al rey Carlos IV, estaba encabezada por el propio hijo de este, Fernando VII, que ansiaba para si la Corona.

El Tratado permite a Murat atravesar España, pero la realidad es que el ejército francés, una vez conquistada Portugal, continúa avanzando y va ocupando las ciudades estratégicas que encuentra a su paso en España, lo que hace sospechar que Francia quiere ocupar España y convertirla en un país satélite. Godoy decide entonces trasladar a la familia real hacia el sur de España. Pero cuando llega a Aranjuez, el 18 de marzo de 1808, estalla el Motín de Aranjuez. Nobles y sacerdotes partidarios de Fernando y enemigos de Godoy, el hijo mayor del rey Carlos IV, conspiran para movilizar a soldados, campesinos y pueblo en general para asaltar el Palacio Real y obligar a Carlos IV a cesar a Godoy y abdicar en su hijo, que se convertirá en el rey Fernando VII. La familia real regresa a Madrid, donde el nuevo rey es recibido con gran júbilo por los madrileños. Pero Murat, que un día antes ha llegado a la capital, no reconoce al nuevo rey. Carlos IV escribe a Napoleón para Fernando sea aceptado. Padre e hijo acuden a Bayona a entrevistarse con el Emperador. La escena entre el padre y el hijo ante Napoleón fue patética, según los testimonios existentes. En la mítica fecha de 1 de mayo, ambos se acusan mutuamente de usurpadores y reclaman para si el trono de España, hasta el punto de que la madre de Fernando le abofetea, llamándole “bastardo”. Finalmente, Fernando cede la Corona a su padre, pero Napoleón está decidido a que los Borbones dejen de reinar en España. Considera a los Borobones una dinastía corrupta y desea poner en el trono español a un miembro de su propia familia.  Fernando VII absidca  y su padre Carlos IV cede la Corona a Napoleón, que nombra rey de España a su hermano José Bonaparte. José I, Pepe Botella como se le conoció popularmente. El 2 de Mayo de 1808 estalla en Madrid un motín popular. El pueblo, molesto por los abusos de las tropas francesas, cuando intenta salir del Palacio de Oriente el resto de la familia real para ir a Bayona, intentó impedirlo. Murat reprime la insurrección con gran dureza abriendo fuego contra la población. En los días siguientes, la insurrección se extiende por toda España. Había comenzado la Guerra de la Independencia, seis años en los que el pueblo llano luchó por defender su tierra y su patria.

La invasión de las tropas napoleónicas de España supuso un duro trauma para nuestro país, tanto en relación al número de víctimas, como por las enormes pérdidas patrimoniales, artísticas y económicas. La destrucción y los saqueos fueron la nota predominante tras su paso por cualquier pueblo de España. Se calcula que murieron por causa directa de la guerra unas 375.000 personas, a las que habría que sumar más de 800.000 a causa de las hambrunas y enfermedades producidas, de un censo de 10 millones de españoles, lo que da una idea de la magnitud de la guerra. Un periodo de seis años, de 1808 a 1814 cuyos efectos aún perduran a través, no solo en el recuerdo, sino de las huellas que aún perviven. La industria española, las infraestructuras y la agricultura quedaron totalmente destrozadas y el Estado sumido en la bancarrota. Pero, aun siendo esto importante, no lo fue menos los saqueos, expolios y profanaciones que los franceses produjeron en todo lo que se encontraron a su paso, y los asesinatos ante cualquier conato de resistencia. El pintor aragonés Francisco de Goya inmortalizó en toda su crudeza la realidad de aquellos días. Y eso a pesar de que, según cuenta historiador inglés, Ronald Fraser, en su libro “La maldita guerra de España”, Napoleón dijo que: “Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses… esta maldita guerra me ha perdido”.

Retrato de Napoleón-Anne L. Girodet

Durante la Guerra de la Independencia, las iglesias y conventos fueron ocupados por los franceses a finales de 1808, sirviendo como cuartel general por su situación estratégica, y aprovechando para llevarse todo lo que hubiera de valor. En el mejor de los casos, los templos quedaban vacíos antes de que llegaran los franceses por temor a las represalias. El convento de San Francisco de Guadalajara fue un   buen ejemplo de esto. En 1813 hubo un saqueo generalizado por las tropas de Napoleón, en el que la cripta fue saqueada y los sepulcros profanados en busca de botín. Los restos de los duques se dispersaron, se mezclaron, e incluso se perdieron. La biblioteca y el archivo del convento también desaparecieron víctimas del incendio que provocaron los franceses tras el saqueo de la iglesia. Tras la derrota y expulsión de los soldados de Napoleón, los monjes franciscanos se instalaron de nuevo en el convento hasta la expulsión temporal en el trienio liberal (1820-1823) y la definitiva en la desamortización de Mendizábal. Hoy, una lápida recuerda que esta iglesia estuvo sin culto desde el año 1833. El saqueo llegó hasta el punto de que la corona española fue robada por José Bonaparte en su huída y llevada a Francia, razón por la cual el Rey de España no posee corona propia, perteneciendo a una colección privada la que en alguna ocasión ha lucido.

José Bonaparte posa con la Corona española

El propio Godoy colaboró en los saqueos. Algunas obras de arte depositadas en Sevilla, como el «Santo Tomás de Villanueva, niño, repartiendo limosnas» y  la «Muerte de San Pedro Arbúes» ambos de Murillo los regaló a algunos generales franceses.

Tras el motín de Aranjuez, el valido es hecho prisionero y encerrado en el Real Sitio de Aranjuez hasta que el 27 de marzo es trasladado a la Torre de Pinto durante un día de camino al castiullo de Villaviciosa de Odón. El nuevo rey Fernando VII quería trasladarlo a Madrid para tenerlo a su alcance y juzgarlo por alta traición, pero el general Murat lo e liberó y le condujo a Bayona, junto con Carlos IV y Fernando VII, a participar en la entrevista con napoleón. Fue la reina Isabel II la que restituyó todos los títulos y honores de Godoy y le invitó a concluir su exilio, pero el antiguo ministro´, ya con ochenta años, prefirió quedarse en París, donde murió, en 1851, ante la total indiferencia de todos.

Godoy es hecho prisionero

Las iglesias y conventos sufrieron especialmente la rapiña de las tropas francesas. Los invasores sabían que en la más pequeña y mísera iglesia de cualquier pueblo siempre habría un cáliz, un retablo o una cruz de valor. Y cuando terminaban de saquear y profanar, destrozaban y destruían todo lo que no se podían llevar. Un ejemplo de todo esto lo constituye la profanación hecha a la tumba de El Cid y Doña Jimena en Burgos, cuyos huesos fueron esparcidos por las calles. Hoy, los restos de El Cid y Doña Jimena reposan mezclados en la catedral de Burgos. Es un ejemplo ilustrativo que lo que sucedió en España en aquellos años.

La ocupación de los franceses y el posterior gobierno de José I Bonaparte produjeron que muchos edificios, iglesias, monasterios y palacios fueran demolidos mientras otros fueron saqueados e incendiados por vandalismo o por venganza. Algunos nunca fueron recuperados y se perdieron para siempre. Por si esto fuera poco, la desamortización de José I sirvió para pagar las deudas de la guerra de la Independencia. La lista de conventos y monasterios desaparecidos es inmensa: Mostenses, San Bernardino, Santa Clara, Santa Catalina de Siena, Santa Ana, Pasión y las iglesias de San Martín, San Juan, San Miguel de los Octoes, San Ildefonso, San Gil y Santiago, solo en Madrid. Más tarde, la desamortización de Mendizábal, en 1836, disolvió las órdenes religiosas poniendo a la venta todas sus propiedades con el fin de amortizar las deudas que tenía el país a causa de la guerra carlista. Además se prohibió que hubiese conventos de menos de veinte religiosos y se limitó a uno sólo dentro de una población. Aquellos conventos que no pudieron venderse, fueron demolidos por falta de compradores. Se calcula que, solo en Madrid, de treinta y cuatro conventos, diez fueron demolidos construyéndose en su lugar edificios privados, públicos o plazas, doce fueron cedidos para otros usos, cinco vendidos a particulares y otros cinco fueron devueltos por derecho de reversión. En cuanto a los conventos de religiosas, del total de treinta y uno, dieciocho fueron conservados por las monjas, ocho derribados, dos se destinaron a otros usos y el resto fueron devueltos.

Pinto no fue ajeno a estos hechos, como se ha podido demostrar documentalmente. Los franceses los enclaves religiosos que había en Pinto y lo que sus muros guardaban. Conocían el convento de San Francisco y lo que contenía gracias, probablemente, a la Chronica Seraphica, escrita por Juan García Infançon en 1682, y la Crónica e Historia de la Fundación (pág. 268), de fray Pedro de Salazar, que hablaba de la presencia templaria y de los secretos que se guardaban (La Maldición de los Santos Templarios, la maldición de Lucifer, de Rafael Alarcón Herrera, Ed. Enigmas de la Historia). Pinto fue un ejemplo más de lo que estaba ocurriendo en muchos otros lugares de España. Nada se sabe de lo que ocurrió en el convento de San Francisco, ningún testimonio sobre lo que ocurrió. Algo que si se pudo saber con otros templos pinteños. En el año 2008, el Ayuntamiento de Pinto editaba un libro titulado Pinto 1808, Soldados franceses saquean la villa de Pinto y profanan y expolian la Iglesia Parroquial de Santo Domingo de Silos, en el que se reproducen documentos de 1809 pertenecientes al archivo parroquial de Pinto.

El libro describe como los días 6 y 7 de diciembre de 1808, tropas francesas saquean la villa de Pinto. Seis vecinos pinteños describen en el mismo el saqueo de la parroquia. Los documentos originales llevan impresos el sello de José Bonaparte y hablan como la noche del 6 al 7 de diciembre la población sufre un saqueo “en el que no fue perdonada la parroquia”. Copones y alhajas de platas fueron robadas “cuya falta no consta judicialmente”, lo que demuestra la impunidad de los hechos. Testimonios que cuentan como las tropas francesas iban “bayoneta en mano” y amenazaban a los vecinos. Sucesos que se repitieron en un convento de monjas que fue totalmente destruido. En cuanto al convento de San Francisco no existen testimonios de este tipo. No existe acuerdo en cuanto a su destrucción. Según algunas hipótesis, el convento ya estaba abandonado cuando llegaron los franceses. Según otros, fueron los propios franceses los que quemaron y destruyeron el edificio en venganza a la voladura de un polvorín que tenían los franceses escondido en una cueva cercana. La quema de conventos templarios era algo que hicieron en otros lugares donde existían documentos templarios para destruir todo vestigio de ellos. Una tercera hipótesis habla de que el convento y la iglesia fueron víctimas de la desamortización. Lo que parece quedar acreditado es que las tropas francesas, comandadas por el general Dupont, estaban interesados especialmente en este convento y que algún secreto pudieron llevarse de él. En todo caso, se llevaron muchas obras de arte y joyas que había en todos los templos de la villa. Aquel general, que por aquel entonces era reconocido por Napoleón como uno de sus mejores generales, pero al que se le responsabilizó de la derrota en la batalla de Bailén hasta el punto de ser despojado de todas sus posesiones y condecoraciones y encarcelado a su regreso a París dejaba, tras de si la desolación y la destrucción. Y las ruinas de un convento del que se desconocen muchos aspectos. Unas ruinas que callaron para siempre sus secretos.

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CAPITULO V: En busca del Arca perdida

Sin duda alguna, la sombra de la Orden del Temple ha sido muy alargada desde que en 1118 nueve caballeros franceses, liderados por Hugo de Payens, forman la más famosa orden militar cristiana con el fin de proteger a aquellos peregrinos que se dirijan a Tierra Santa tras su conquista, hasta que el 18 de marzo de 1314 Jacques de Molay, último Gran Maestre del Temple, moría bajo las llamas frente a la Notre Dame de París, lo que parecía acabar con esta orden. Nadie suponía por aquel entonces que  la muerte de su Gran Maestre en las llamas de la Inquisición era el inicio de la leyenda de los caballeros templarios. Aquellos que escaparon de la condena papal  lograron reorganizarse en secreto para vengar la memoria de su líder en una sucesión de acontecimientos históricos cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días. Pero además, gracias a su poderosa flota, algunos de ellos alcanzaron el continente americano mucho antes de su descubrimiento oficial en 1492. Pero no solamente eso, muchos de los tesoros confiscados por los templarios fueron escondidos en lugares secretos que solo algunos de ellos conocían. Secretos que pasaban de generación en generación y aún hoy en día se siguen buscando. Formaron otras órdenes religiosas y sociedades secretas para salvaguardar aquellos tesoros que contenían la clave del poder y del conocimiento. Y ellos, solo ellos, los conocían.

Su primitiva ubicación en el Templo de Salomón fue el inicio mismo también de su leyenda. El rey Balduino I les alojó en la mezquita Al-Aqsa de Jesusalem, un emplazamiento ubicado dentro del recinto donde estuvo el Templo. Cuando el rey se traslada a la Torre de David, los “Pobres Caballeros de Cristo”, como se denominaban entonces, pasan a ser “los Caballeros del Temple”.  Aquel Templo edificado en el siglo X a.C. se utilizaba como reunión del pueblo judío y fue ocupado por el rey Salomón, un rey que personifica la sabiduría, pero también considerado un mago que poseía dotes sobrenaturales, algo que reconoce el papa Inocencio III y el historiador judío Flavio Josefo. Un rey que conocía todos los secretos. En aquella época se creía que el Templo de Jerusalén unía el Cielo y la Tierra y que los ritos que allí se desarrollaban reforzaban está asociación; por tanto, cualquier desviación en el servicio del templo podía tener consecuencias catastróficas. El Templo primitivo fue destruido en el año 587 a.C por Nabucodonosor, y vuelto a reconstruir. Nuevamente destruido y vuelto a restaurar. Así hasta tres veces, hasta que los romanos lo destruyeron definitivamente en el año 70 d.C. Todas las riquezas y reliquias fueron desapareciendo con el expolio sufrido por el templo. Todas salvo una. Curiosamente aquella por la que Salomón hizo construir el templo: el Arca de la Alianza que guardaba las Tablas de la Ley.

Aquella Arca, escondida según dice la tradición en un lugar secreto bajo el templo, era buscada con ahínco por todos aquellos que lo ocupaban hasta el punto destruirlo si era necesario, algo que se hizo en tres ocasiones. Pero el Arca jamás apareció. Cuando los templarios llegan a este lugar, hace algo más de mil años, y se ubican en la mezquita donde había estado el templo de Salomón, saben que el Arca sigue allí, en una cueva subterránea natural, bajo la piedra sagrada, “el pozo de las almas”, según la tradición islámica. 

¿La encontraron?

Según arqueólogos israelíes que recientemente han encontrado restos de estas excavaciones y la salida de la cueva, no. Según otros, tal vez sí.

Pero lo que si pudieron encontrar los templarios fueron otras reliquias y objetos sagrados, a los que también se les ha relacionados con hechos mágicos y misteriosos y poseedores de secretos extraordinarios. El Lignum-Crucis, el Santo Grial, la lanza de Longinos, la Mesa del rey Salomón, etc. Objetos que los templarios se llevaron en su huida y los ocultaron a los ojos de los demás. Un ejemplo de esto lo constituye la tumba de un templario, encontrada a finales del siglo XVII, muerto entes de la disolución de la Órden, cuyo sepulcro contenía varios signos gnósticos, como una escuadra y un compás, una esfera celeste y una estrella de cinco puntas, llamada el Pentágono de Pitágoras.

Algunos enclaves religiosos aseguran tener algunas de estas reliquias entre sus tesoros. Así, el trozo más grande del Lignum Crucis (la cruz de Cristo) está en el monasterio de Santo Toribio de Liébana (Potes) o el Santo Grial, en Valencia. Otros como la lanza de Longinos fue encontrada por los nazis en una de sus campañas de búsqueda de estos objetos religiosos. Porque si alguien estuvo obsesionado con la recuperación de estos objetos, incluido el propio Arca de la Alianza fueron los nazis y el propio Adolf Hitler. Los nazis se autodefinieron herederos de toda esta sabiduría y la fuente de la que debía emanar un nuevo orden basado en una nueva raza, con una nueva moral que suplantase a la bimilenaria moral occidental.

El Nazismo, contrario a la creencia popular, no fue un movimiento político, sino una doctrina, una religión de carácter ocultista. Su idea central que los arios descendían de los dioses germánicos y nórdicos, hombres superiores y más evolucionados, de una inteligencia muy superior a la normal.  Y su objetivo era buscar esa raza mediante una selección genética de los arios buscando ese ser superior, lo que les llevó a secuestrar durante la guerra a miles de niños de raza aria en los países ocupados por los nazis y llevarlos a Alemania para ser educados en la doctrina germánica nazi y realizar experimentos genéticos con ellos. Tales experimentos genéticos también se realizaron con todo tipo de personas.

El nombre secreto de las SS en realidad era «La Orden del Sol Negro«, una sociedad secreta ocultista que postulaba la religión esotérica nazi. Bajo las palabras «Shutz Staffel» «Tropas de Protección» se ocultaba en realidad su esencia auténtica: «Schwarze Sonne«, El Sol Negro. Su símbolo, llamada svástica eran  las dos “S” de la enseña nazi, dos runas cruzadas, que simbolizaba al dios Sol venerado desde los tiempos del Antiguo Egipto, los mayas, y muchos pueblos antiguos. La svástica es un antiguo símbolo oriental de la buena fortuna y sus brazos giraban hacia la izquierda, mientras que el símbolo nazi giraba hacia la derecha, representando la  victoria.

Junto a esta búsqueda del ser perfecto, y el holocausto que exterminaba a los seres inferiores que amenazaban el gran objetivo nazi, estos organizaron  una intensa búsqueda de tesoros relacionados con los dioses, en la creencia de que con la posesión de ellos obtendrían el conocimiento de los mayores secretos y les llevaría a la victoria total sobre la humanidad. La conocida película de Indiana Jones y el Arca Perdida está basada en un hecho real. En 1943 el ejército alemán pone en marcha la operación “Trompetas de Jericó” cuyo objetivo era encontrar el Arca de la Alianza. Junto a ella, los nazis pusieron en marcha otras expediciones con el mismo objetivo. La única reliquia que encontraron fue la Lanza de Longinos, que supuestamente  atravesó el costado de Cristo crucificado, la cual fue encontrada en Austria y llevada a Nuremberg.

También España fue objetivo nazi en su delirante búsqueda de reliquias. Conocedores de las leyendas que aseguraban que algunos tesoros sagrados habían atravesado los Pirineos y habían sido ocultos en diversos lugares y conocedores de que muchos templarios habían llegado a España y habían ingresado en las órdenes religiosas surgidas en nuestro país tras la disolución y pudieron traerse consigo las reliquias, los nazis organizaron no dudaron en visitar algunos lugares sagrados que ocultaban algunas leyendas.  Una unidad de las SS, llamada “Deutsches Ahnenerbe”, que Departamento para la Investigación y Enseñanza de la Herencia Ancestral Alemana, era la encargada de investigar todo lo relacionado con el esoterismo y el ocultismo y los lugares relacionados con ellos. Esta unidad fue fundada y dirigida por el general nazi Heinrich Himmler. Su fin era obtener aquellos objetos sagrados para crear una nueva religión centrada en la superioridad de la raza aria, de la que el Mesías, Rey y Dios, al mismo tiempo, era Adolf Hitler. 

En octubre de 1940, Himmler llega a Madrid para preparar la entrevista en Hendaya entre Hitler y Franco. El 23 de Octubre de 1940, se produce la entrevista entre ambos. Pero falta Himmler. Como un turista más se dirige al monasterio de Montserrat. Pero su intención no es hacer turismo sino buscar el Santo Grial. El general nazi había interpretado que Monserrat correspondía a Montsegur o Montsalvat, el último bastión de los templarios españoles y el lugar donde escondieron el Santo Grial. Allí Himmler buscó en la biblioteca alguna prueba de la existencia del Grial, así como en saber si la biblioteca de los benedictinos atesoraba algún documento en torno a la obra Parsifal  de Von Eschenbach. Los monjes lo negaron.

Con el mismo objetivo, la Ahnenerbe viajó hasta las Islas Canarias, relacionada con la mítica Atlántida, donde la leyenda dice que en ella vivió la primitiva raza aria pura. Una expedición nazi a las islas llevaba el objetivo de encontrar momias guanches con trenzas rubias  Conocedores de la existencia de un Grial en la catedral de Valencia, los nazis intentaron robarlo durante la Guerra Civil, pero un canónigo de la catedral lo ocultó durante los tres años que duró la guerra. Viajaron también al norte de España buscando el arte rupestre y los restos de culturas visigodas. Otras visitas no menos importantes fueron el monasterio de El Escorial, Toledo, donde buscó la cueva de Hércules en la que se encontraba la Mesa de Salomón, el Museo de El Prado y el Museo Arqueológico, en Madrid. Museo que también fue visitado por el  general aleman Whilhem Canaris que  también buscó restos arqueológicos en España. Canaris conocía una extraña expedición realizada en junio 1871 por políticos pertenecientes a la masonería a varios yacimientos arqueológicos de Europa y Cercano Oriente y Tierra Santa a bordo de la fragata “Arapiles”. Alguna tesis asegura que Canaris visitó Pinto conocedor de la existencia de templarios en este municipio y atraído por la extraña leyenda del Arca enterrada en el centro geográfico de la península. Tal vez lo hizo por curiosidad porque Canaris no pertenecía a la Ahnenerbe ni tenía relación alguna con Himmler.  Su presencia, si se produjo, no tuvo transcendencia alguna. 

En todo caso, fue un secreto más….

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CAPÍTULO VI: El auténtico Centro

Secretos que es probable que nunca conozcamos. Pero que han dado como resultado una leyenda en torno a unos acontecimientos históricos poco conocidos en muchos casos, pero que forman parte de esa otra historia no oficial. Hoy, la reivindicación de Pinto, como Centro Geográfico de la Península Ibérica descubre estos hechos, su existencia e importancia de los mismos en la historia de España. Los romanos lo supieron. Los árabes lo conocieron. Los templarios también. Y los franciscanos……

Mucho más tarde de todos ellos, en 1756, Antonio Moya, en su obra “Rasgo heroyco: declaración de las empresas, armas y blasones con que se ilustran y conocen los principales Reynos, Provincias, Ciudades y Villas de España“ señala este punto al hablarnos de su escudo ”formado por campo ajedrezado en oro y gules (amarillo y rojo) y un globo terrestre con un punto en el centro…, y ello se explica por ser la localidad el Centro de España y su nombre, “Pinto”, una derivación de “Punto“. O el plano de 1858 que aún señalaba el lugar donde se encontraba el convento franciscano (2) y el Centro (1).

El hombre ha buscado desde tiempos ancestrales los puntos estratégicos y, en muchos casos, los ha convertido en lugares de peregrinación. Lugares asociados a cuevas y simas a las que se ha considerado la entrada al inframundo. Pero en España no ha sido así, a pesar de contar con multitud de leyendas locales y hasta comarcas y regiones con mitología propia. Pese al carácter religioso español, lugares como Altamira, Ojo Guareña, Cañón del río Lobos, San Juan de la Peña y tantos otros no han contado con la importancia mitólógica o religiosa de lugares de peregrinación como Fátima, en Portugal, o Lourdes, en Francia. Solo la cueva de Covadonga tiene ese carácter, pero muy localizado.

Esa puede ser la razón por la que el centro geográfico de la Península Ibérica no ha despertado el interés que sin duda alguna hubiera tenido en otros lugares. Y sin embargo, existen hechos puntuales en la historia de España que demuestra un cierto interés por acercarse a él. En el siglo XVI, Felipe II traslada la Corte a Madrid desde Valladolid. Lo traslada, en un principio a El Escorial, donde decido construir un monasterio desde donde dirigirá aquel imperio “donde jamás se esconde el sol”. En un lugar donde existen extrañas  y misteriosas fuerzas y una vieja leyenda que dice allí se encuentra la puerta al centro de la Tierra. Nada más y nada menos. En honor a San Lorenzo, que murió quemado sobre una parrilla.  Por cierto, la leyenda dice que San Lorenzo recibió de manos del papa Sixto VI el Santo Grial, donde fue escondido. La negativa a devolverlo provocó la ira del entonces alcalde de Roma y mando asarlo sobre una parrilla hasta la muerte. Felipe II, estudioso de lo esotérico y sobrenatural, cuyo padre Carlos I tuvo a su servicio a Cornelio Agrippa, autor del libro Filosofía Oculta, formó el “Círculo de El Escorial”,  un extraño grupo formado por médicos, astrólogos, alquimistas y humanistas expertos en ciencias ocultas y construyó un monasterio cuyo objetivo era parecerse al “Templo de Salomón” en versión española. Un monasterio en forma de parrilla en recuerdo de San Lorenzo, en un lugar de la sierra de Guadarrama donde Felipe II creía estar situado en “centro del mundo”. No un centro geográfico, sino un centro espiritual. También encargó al matemático Pedro de Esquivel el mapa topográfico de la Península Ibérica. Y este, en sus estudios consideró a Pinto el centro geográfico de la Península Ibérica.

Otros estudios realizados en el siglo XVI insistían en la idea de que aquel pueblo situado a 80 leguas castellanas hacia el sur y llamado Punctum desde lo antiguo marcaba el centro geográfico. Solo después, por motivos desconocidos o por que tal vez interesaba trasladarlo a ese lugar, el “centro” se movió siete kilómetros hacia el norte, en un promontorio llamado Cerro de los Ángeles, sobre el que se construyó una ermita en el siglo XIV y, ya en 1919, una figura del Sagrado Corazón. Pero ambos monumentos no se construyeron de acuerdo a razón geográfica alguna. En el verano de 1936, el monumento fue “fusilado” por milicianos republicanos durante la guerra civil y posteriormente destruido. Este hecho le dio una transcendencia heroica y, tras su restauración se consideró políticamente correcto que este lugar fuera el centro geográfico. Hoy, el centro es devuelto a su legítimo dueño, como es la villa de Pinto. Lo dice la “Leyenda del Arca”, los romanos y los árabes. Lo supieron también los templarios y los franciscanos. Y los demás lo señalaron. Todo hipótesis, tal vez conjeturas.

Pero ¿qué sería la historia real sin ellas?

 

 

 

 

 

Una respuesta a “EN BUSCA DEL CENTRO GEOGRÁFICO”

  1. […] Es que a veces, una imagen vale más que mil palabras y, en la que te he adjuntado puedes ver claramente el alcance del […]

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