03. BATALLA NAVAS DE TOLOSA (1212)

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No cabe duda que la Batalla de las Navas de Tolosa constituye un hito muy importante dentro de la historia de España y, más concretamente, en el periodo de Reconquista de la Península Ibérica y la posterior expulsión de los musulmanes. Aquella batalla supuso un antes y un después de tal periodo y la derrota musulmana sería el principio del fin del periodo musulmán, a pesar de que aún se tardaría casi 300 años en ser efectiva su salida de la Península.

Antes de entrar en el relato mismo de la batalla es necesario que hagamos una somera descripción del escenario que por entonces se producía en la Península Ibérica.

En los comienzos del siglo XIII la Península Ibérica estaba dividida en dos mitades: la norte cristiana y la mitad sur musulmana. Pero si bien la mitad sur estaba bajo el dominio de un solo poder político cuyo epicentro era el Califato de Córdoba, la mitad norte, por el contrario, estaba formado por cinco reinos diferentes, todos ellos enfrentados entre sí. Esta divergencia cristiana era aprovechada por los musulmanes, quienes acostumbraban a cruzar el río Tajo y atacar a algunos de los reinos cristianos con la seguridad de que ninguno de sus vecinos acudiría a auxiliarlo. Incuso se firmaban pactos con ellos para garantizar su neutralidad.

 Al descomponerse el califato de Córdoba en los llamados reinos taifas, los cristianos del norte aprovecharon la oportunidad para ampliar sus fronteras hasta el río Tajo y tomar la ciudad de Toledo. Los almorávides barrieron a los reyes de taifas, unificaron al-Andalus y lo incorporaron a su califato. La decadencia almorávide favoreció el surgimiento de un grupo bereber, los almohades. Éstos atravesaron Sierra Morena y atacaron Castilla; el nuevo rey Alfonso VIII intentó contenerlos en Alarcos  en 1195, pero sufrió una tremenda derrota.

La Península Ibérica en el siglo XIII
La Península Ibérica en el siglo XIII

Después de esta derrota, el reino de Castilla quedó debilitado y los almohades conquistaron importantes plazas en el sur de la península, lo que sospechaba a pensar que Toledo sería de nuevo conquistada. Ante la incapacidad de Castilla para defenderse,  los almohades asaltaron la plaza  de Calatrava, a cuya guarnición pasaron a cuchillo, y llegaron hasta las puertas de Toledo y Madrid. El río Tajo apenas podía contenerlos. En 1197 Castilla y Al-Mansur, el miramamolín almohade, concertaron una tregua de diez años. Al-Mansur era ya muy anciano y su mayor deseo era volver al norte de África. Sería su sucesor, Muhammad An-Nasir, el que entraría al mando de un gran ejército en la península en 1211 para restablecer el control militar más arriba de Despeñaperros. Tras una serie de conquistas y victorias musulmanas, el futuro de los reinos cristianos era incierto.

 

En aquel contexto político y territorial, también es importante que conozcamos a los actores más importantes de este escenario histórico.

Comencemos por  el rey de castilla Alfonso VIII. Nacido en 1155, era hijo único de Sancho III “el Deseado”. A la muerte de este, Alfonso apenas tenía 3 años de edad y ya había perdido a su madre, muerta en el parto. Por ello, hubo de nombrarse un regente y un tutor, los cuales habían sido elegidos en el testamente por Sancho. Como regente fue nombrado Manrique de Lara, miembro de una importante familia nobiliaria de Castilla. Como tutor se nombró a Gutierre Fernández de Castro, igualmente perteneciente a una importante familia nobiliaria. Los nombramientos supusieron el principio de una guerra civil en Castilla provocado por el enfrentamiento y la lucha de poder entre ambas familias, una situación que fue aprovechada por los reinos vecinos, cuyos reyes no dudaros en aprovechar la debilidad castellana para hacer incursiones rápidas de saqueo y de conquista de territorios limítrofes. Castilla se desangraba y perdía tierras que habían sido conquistadas siglos antes. La gravedad de la situación obligó a que, una vez cumplidos los 14 años de edad, Alfonso fuera declarado mayor de edad para poder ser coronado rey, lo que se producirá en 1170, donde las Cortes de Burgos jurará fidelidad al nuevo rey. El reto al que se tiene que enfrentar el joven Alfonso, ya como Alfonso VIII, es complicado. Alfonso tiene que poner fin a la guerra civil y recuperar los territorios perdidos durante el periodo de regencia. Lo primero lo consigue fácilmente. En cuanto a la cuestión territorial, en 1177 recupera Cuenca y en 1186 funda Plasencia. Consigue con la ayuda de su suegro, el rey Enrique II de Inglaterra, que el rey de Navarra, Sancho VI, acepte devolver La Rioja y la firma de la paz entre ambos reinos.

En 1188, su primo, Alfonso IX sucede en el Reino de León a su padre Fernando II. Los dos Alfonso firman un pacto, pero el castellano aprovechará la debilidad de su primo para invadir el reino de León y conquistar varias poblaciones. Este enfrentamiento se mantendrá hasta que en 1194 los dos reyes acuerdan el matrimonio entre Alfonso IX con Berenguela, hija mayor de su primo Alfonso VIII, con la condición de que si a su fallecimiento no tiene descendencia, el reino de León se integrará en el de Castilla. A Alfonso VIII, además de sus falsas promesas, siempre se le ha achacado la derrota de Alarcos, provocada por su impaciencia y su deseo de gloria. En efecto, en la batalla no esperó a que llegaran las tropas de sus aliados leonés y navarro y quiso enfrentarse a Yusuf con sus tropas únicamente.

Sigamos con nuestros protagonistas. El siguiente es Pedro II de Aragón, hijo de Alfonso II, el Casto y de Sancha de Castilla, hija del rey castellano Alfonso VII y hermana de Alfonso VIII. Pedro II será coronado por el papa Inocencio III el día 11 de noviembre de 1204, cuando tenía 26 años, si bien ya era rey de Aragón tras la muerte de su padre seis años antes. El reinado de Pedro II se dedicó casi exclusivamente a la suntuosa ceremonia de la coronación papal y a una política con muy escasos beneficios para su reino, especialmente en lo económico, no solo durante su reinado, sino en el de su hijo y sucesor Jaime I.  Fue en su reinado cuando se crea la figura del Justicia Mayor de Aragón.

El rey Alfonso II de Borgoña, rey de Portugal, se casó con Urraca de Borgoña, hija del rey Alfonso VIII. Alfonso era hombre pacífico por naturaleza, lo que le llevó a implantar una política pacifista tratando así de no tener enfrentamientos con los demás monarcas, lo que le llevó a no modificar apenas sus fronteras, pero sí a conseguir consolidar la estructura económica y social de su reino.

Alfonso IX de León, era nieto de Alfonso VII el Emperador y primo de Alfonso VIII. En febrero de 1188 fue coronado rey y contrae matrimonio con su prima Teresa de Portugal, matrimonio que después fue anulado por problemas de consanguinidad. Diez años más tarde, contrae matrimonio en segundas nupcias con su sobrina Berenguela de Castilla, hija mayor de su primo Alfonso VIII, de cuyo matrimonio nació su hijo y sucesor Fernando III el Santo, el futuro y definitivo rey castellano-leonés. Tampoco el reinado de Alfonso IX, iniciado con apenas 17 años, fue cómodo. Estaba amenazado por los cuatro puntos cardinales: por un lado los portugueses, por el otro los castellanos; por el sur, los almohades, lo que le obliga a firmar el acuerdo de paz antes mencionado con su primo Alfonso VIII, con las consecuencias conocidas.

Abdul Abdalá Mohamed el Nasir, conocido como Miramamolín por los cristianos, nacido en Sevilla el año 1179, e hijo del califa almohade Al-Mansur, fue el cuarto califa de la dinastía almohade con 19 años. Este bereber era un joven de rubio y de ojos azules y estaba bastante influenciado por el Islam y deseoso de entrar en batalla contra los cristianos, ya que él tenía asumido que su misión era la Yihad (Guerra Santa) contra los cristianos. El 16 de mayo de 1211, Al-Nasir atraviesa el Estrecho de Gibraltar en dirección a Sevilla donde se quedará un mes preparando a sus tropas para invadir Castilla. La tregua firmada entre su padre y el rey castellano desde 1190 a 1209 había finalizado, y ahora, dos años después, se dirigía hacia el norte, sabedor de que las difíciles relaciones entre los reyes cristianos le eran favorables a sus intenciones de conquista.

Al-Nasir

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Cuando llegan noticias de las intenciones de Al-Nasir, los reyes cristianos empiezan a ver con preocupación al temer que este gran ejército musulmán no encuentre demasiadas dificultades en unos reinos desangrados por tantas guerras territoriales.

Alfonso VIII, que en ese momento solo tiene como aliado a Aragón, es consciente que la resistencia será difícil. Pero además, si así fuera, quiere garantizarse que sus enemigos no aprovecharán la guerra con los almohades para atacarle por el norte. Solo si consigue la ayuda del papa Inocencio III podrá conseguir su propósito. Manda a Roma al obispo de Segovia para conseguir el apoyo del papa, manifestándole sus deseos de enfrentarse a los musulmanes y solicitándole la concesión de las gracias propias de la cruzada, para todos aquellos que se unieran en la lucha contra los sarracenos. El papa, el 10 de diciembre de 1210 concediéndole las gracias propias de una cruzada a todo aquel que se uniera a la causa, aunque no consigue el apoyo de los demás reinos.

Alfonso VIII vuelve a dirigirse al papa a través del obispo de Palencia y le pide el apoyo a su causa y la participación en la cruzada de los demás reyes cristianos o, al menos conseguir su neutralidad. La entrevista entre el enviado del rey castellano e Inocencio III se celebra el 8 de marzo de 1212 y el papa le responde favorablemente.

En efecto, el Papa Inocencio III proclama la Cruzada contra el islam en España, y por toda Europa se proclama la llamada contra el infiel musulmán, convocando el Concilio de Toledo en mayo de 1212. Allí se concluye la plena remisión de los pecados para todos los que intervengan en la cruzada, mientras se amenaza con la excomunión contra los que pacten con los mahometanos. Además, el papa ordena a los reyes cristianos que firmen una tregua entre ellos y se unan contra el islam. Para ello, ordena al arzobispo toledano Rodrigo Ximénez de Rada que dicte el carácter de Cruzada a la guerra. A finales de septiembre Ximénez de Rada promulga un edicto de movilización para su reino, ordenando que acudan a Toledo para la octava de Pentecostés, el día 20 de mayo.

Mientras, ya con el respaldo del papa Inocencio III, el Arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada se marcha a Francia a predicar la cruzada entre sus hermanos sacerdotes, que también habían recibido una exhortación papal recomendándoles su intervención y la de sus fieles en la cruzada contra los enemigos de la fe cristiana.

La cristiandad empieza a movilizarse ante la amenaza almohade. El Arzobispo de Narbona, de Burdeos de Nantes y muchos nobles y señores feudales del sur de Francia acuden a la llamada. En la misma medida, contra el llamamiento a la cruzada se produce la llamada a la yihad para aniquilar a los cristianos, lo que provoca una gran avalancha de musulmanes hacia la Península, cruzando el Estrecho de Gibraltar para unirse a las tropas de Al-Nasir, el hijo del vencedor de Alarcos, trescientos años después de que el general Tarik lo hiciera para enfrentarse el rey Rodrigo.

En el mes de febrero de 1212 empiezan a llegar a Toledo los primeros cruzados, y con el inicio de la primavera, todos los caminos que desde cualquier punto de la mitad norte peninsular, confluían en dirección a Toledo, estaban llenos de personas siguiendo la dirección de la Ciudad Imperial. Uno de ellos, de una gran importancia en esta campaña, es el Arzobispo de Narbona Arnaldo Amalarico, que además de escribir la más fiel crónica de la batalla, fue el responsable de la presencia en Navas de Tolosa del rey de Navarra, como también lo fue de la llegada del contingente de ultramontanos, tal y como se cuenta sobre su entrevista con Sancho VII: “Fue tan grande el concurso de las gentes que vinieron fuera del reino y se ayuntaron de toda España a esta empresa en la ciudad de Toledo, que no bastando lo poblado de la ciudad ni los lugares de su comarca, estaban en tiendas por las vegas y campos de las riberas de Tajo; y las talaron todas y un territorio que llamaban Alcardete; e hízose daño grande en aquella comarca porque se detuvieron mucho en ella”.

Aquel heterodoxo y numerosos ejército necesitaba una buena organización, coordinación y disciplina, razón por la cual Alfonso VIII ordenó su mando a Diego Lope de Haro, Señor de Vizcaya, dirigir la vanguardia del aquel ejército, tras el cual marchaba el rey Pedro II con su ejército y, finalmente, las tropas de Castilla bajo el mando de Alfonso VIII. Cuatro días después de la salida, el 24 de junio llegan las tropas cristianas a Malagón, encontrándose el castillo ocupado por musulmanes. El ejército cristiano se lanzó sobre el castillo y degolló a todos sus moradores, sin distinguir si eran soldados del emir, o vecinos de la aldea que se encontraban en el castillo. Los habitantes de Malagón habían pactado rendirse a cambio de respetar sus propiedades y su propia vida, pero los cristianos traicionaron a su propia palabra y no cumplieron su compromiso.

Acamparon y pasaron allí toda la noche a la espera de Alfonso VIII y Pedro II, que llegaron al día siguiente. Todos juntos reanudaron la marcha, llegando al río Guadiana, hasta llegar a Calatrava, que era una plaza militar almohade defendida por el valeroso general Abu Kadis. Para su conquista los cristianos deciden sitiarla el día 27 de junio y hasta el día 30 no se deciden a atacarla. Al final, Abu Kadis, tras negociar directamente con Alfonso VIII, éste les permite a sus defensores abandonar la fortaleza y salir junto con sus familias y enseres, lo que supuso una conquista sin ningún tipo de desgaste militar para las tropas cristianas.

Enterado de la rendición del Abu Kadis, Al-Nasir, dando prueba de su crueldad, lo mandó degollar. Pero los cruzados, no menos sanguinarios que el califa almohade, no aceptaron que Alfonso VIII permitiera salir vivos a los musulmanes que se habían rendido en Calatrava, y querían degollar a los defensores calatravos como ellos habían hecho con los de Malagón, lo que les hizo manifestar al rey de Castilla su desacuerdo con esta decisión, amenazando con abandonar la campaña.

La realidad es que los cruzados cristianos, especialmente los que habían venido de Francia, se adaptaban mal al intenso calor castellano y a la aridez y sequedad del terreno, que contrastaba con el clima del sur de Francia. Como además, los víveres eran escasos y los botines de guerra que encontraban al paso del ejército también lo eran, se despertaban las más bajas pasiones y sus ansias de sangre y de ensañarse con el enemigo vencido hasta degollarle, algo que Alfonso VIII había prohibido terminantemente.  Casi un tercio de las tropas desertaron. El arzobispo de Narbona fue capaz de retener con él a unos 150 caballeros. Además, el día 7 de julio, aparecen el ejército navarro con su rey Sancho VII al frente, lo que supuso una gran moral y un gran respaldo militar para el resto de tropas cristianas.

El miércoles día 11 de julio los cruzados ya estaban en pleno corazón de Sierra Morena, un lugar poco recomendable bajo aquel sol abrasador. El problema además, es que tienen que atravesar estrechos desfiladeros de lo más favorable para una emboscada. Están a punto de abandonar cuando, de repente, se presentan unos soldados  ante el rey de Castilla y le dicen que un pastor quiere hablar con él. El rey accede y este le dice que conoce un camino secreto y desconocido por los musulmanes, que conduce, sin ser vistos por el enemigo, a una gran explanada apta para la batalla. Se pusieron en camino.

Aquellos cuarenta grados a la sombra, que tampoco abundaba, eran aún más temibles que el ejército almohade para aquellos soldados que se arrastraban con aquel armamento pesado, mal calzado, mal alimentado y extremadamente sediento, debido al intenso calor y a la escasa agua, de dudosa potabilidad además. En estas condiciones deambulaba aquel ejército, sabedor, además, que al final del camino le esperaba un gran y numeroso ejército al que se tendría que enfrentar cuerpo a cuerpo en los campos de Navas de Tolosa. Sería el 16 de julio de 1212.

 

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16 de julio de 1212. El arzobispo de Narbona, Arnaldo Amalarico, cuenta sobre esta batalla: “Sucedió esta batalla en el año del Señor M. CC. XII. a XVII de las Kalendas de Agosto el lunes de la Magdalena en las Navas de Tolosa, porque había allí cerca un castillo de Moros llamado Tolosa…”. El mismo Arzobispo de Narbona, en cuanto a  nombres y datos concretos de participantes en la batalla nos da unas breves pinceladas acerca de los soldados llegados a la llamada de la Cruzada: “…se halló entre los que vinieron a ella el venerable Padre Guillermo Arzobispo de Burdeos, con otros Prelados, y muchos Barones y caballeros de las provincias del Poitú, Anjou, Bretaña, Limoges, Perigord, Santonges y Burdeos, y algunos ultramontanos. Llegamos tambien nosotros a Toledo a III. de Marzo (deben entenderse a III. de Junio) ocho dias despues de Pentecostes, con bastante séquito de caballeros e infantes bien armados de las provincias de Leon, Viena y Valentinois”

El rey de Castilla informará al papa Inocencio de la victoria sobre los infieles tuvo, afirmando haber sido entre caballeros y escuderos y la otra gente extranjera, doce mil hombres de caballo y cincuenta mil de a pie. Y el arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada dice haber venido a esta guerra diez mil de caballo y cien mil infantes: “Fueron los Moros, como despues supimos por verdadera relacion de algunos criados de su Rey, los que cogimos cautivos, ciento y ochenta y cinco mil de a caballo, y sin numero de infantes. Murieron de ellos en la batalla más de cien mil soldados, según el computo de los Sarracenos que apresamos despues. Del exército del Señor, lo cual no se debe repetir sin dar muchas gracias a Dios, y solo por ser milagro parece creible, apenas murieron veinticinco o treinta Christianos de todo nuestro exército”.

Alfonso VIII
Alfonso VIII

El ejército cristiano, al mando de Alfonso VIII, constaban de unos 50.000 hombres, mientras que los musulmanes contaban con unos 100.000 soldados, si bien estas cifran no parecen ajustarse a la realidad, aunque es cierto que la diferencia entre ambos ejércitos era apreciable, en favor de los musulmanes. La Crónica Latina, escueta en datos y detalles, nos deja esta pequeña reseña de participantes: “En la primera fila por parte del glorioso rey estaba el nombre vasallo, su fiel y valeroso Diego López y con él Sancho Fernández, hijo del rey de Aragón y Urraca su hermana (Urraca Lope de Haro, esposa del rey de Aragón, era hermana de Diego Lópe de Haro), y Lope Díaz, su hijo, y otros consanguíneos amigos y vasallos suyos. Por parte del rey de Aragón mandaba la primera haz García Romero, varón noble, valeroso y fiel, y con él estaban otros muchos aragoneses, nobles y poderosos. Otras filas estaban dispuestas de derecha a izquierda como exige el orden de las batallas. Los reyes dirigían cada uno la suya separada de la obra, las últimas filas. El rey de Navarra por su parte, tenía una fila con armas y hombres bien instruidos y así todos los que delante de él pasaban no volvían aunque caminaran”. El reino de Aragón con su monarca Pedro II al frente, se presentó en Navas de Tolosa con su mejor los almogávares.

Jerónimo Zurita, en sus “Anales de Aragón”, de 1580, cita así la presencia aragonesa en Navas de Tolosa: “Llegó a Toledo el rey de Aragón en la octava de Pentecostés del año 1212, y fue recibido por el arzobispo y clero con procesión; y aposentose en la huerta del rey adonde estuvo aguardando sus gentes. Fueron con él a esta guerra: don García Frontin obispo de Tarazona, don Berenguer obispo de Barcelona, don Sancho conde de Rosellón su tío, don García Romeu, don Jimeno Cornel, don Guillén de Peralta, don Miguel de Luesia, Aznar Pardo, don Nuño Sánchez hijo del conde don Sancho y de doña Sancha Núñez hija del conde don Nuño de Lara, don Lope Ferrench de Luna, don Artal de Foces, don Pedro Maza, don Atorella, Jimeno de Aibar, don Rodrigo de Lizana, don Pedro Ahones, el conde de Ampurias, Ramón Folchs, don Guillén de Cardona y don Guillén de Cervera, Berenguer de Peramola, Guillén Aguilón de Tarragona y Arnaldo de Alascón”.

Los cronistas árabes como Ibn Abi Zar, sostuvieron que el ejército de Al Nasir ofrecen cifras muy exageradas: 250.000, 300.000, 400.000 e incluso 600.000 hombres. En cuanto a las crónicas cristianas estas hacen referencia a casi 200.000 soldados de caballería, sin contar la infantería.

En las crónicas más verosímiles, para el contingente aragonés se da una estimación que va desde los 1300 caballeros de la Crónica ocampiana hasta los 1700 de la Crónica de veinte reyes. Para los navarros se documentan cifras de 200 a 300 caballeros. El número de ultramontanos venidos a Toledo se suele exagerar. Las fuentes más verosímiles ofrecen datos de entre 1000 (Crónica latina de los reyes de Castilla) y 2000 caballeros (Carta de Alfonso VIII al papa Inocencio III). Pero para resaltar la magnitud de la deserción y el valor de los reyes españoles tras perder buena parte del ejército, minimizan la cantidad de caballeros que permanecieron, que cifran entre 130 y 150, y por ello los historiadores tienden a quedarse con la mayor de estas cifras. Complicado conocer el número exacto de combatientes pero, en todo caso, era muy alto. El ejército cristiano tenía un tamaño ciertamente respetable, pero el gran número de tropas almohades hacía muy desigual el enfrentamiento entre ambos bandos. Su número era enormemente exagerado por las crónicas, tanto cristianas como musulmanas: “80 000 caballeros y peones sin cuenta” según Rodrigo Jiménez de Rada, mientras la Carta de Alfonso VIII cifra los caballeros en 185 000. La crónica árabe Al-Maqqari, por la parte islámica, habla de 600 000 hombres. Frente a todas estas cifras irreales se tiende a cifrar su número en poco más de 20 000 efectivos.

Batalla de las Navas de Tolosa. Van Halen. Museo del Prado

Sea como fuere, al amanecer del lunes 16 de Julio de 1212, tras el rezo y la comunión con los primeros claros del sol, las huestes cristianas se lanzaron al ataque. En el centro del ejército se encontraban los castellanos, al mando de don Diego Lópe de Haro, seguido por los caballeros de las Ordenes Militares, Santiago, Calatrava y del Temple. La retaguardia del ejército estaba dirigida por Alfonso VIII y el Arzobispo de Toledo, mientras que, en el franco derecho estaba Sancho VII con los navarros; y en el izquierdo, el Rey de Aragón con sus tropas.

Apenas se inició el ataque, la vanguardia del ejército musulmán tuvo que retroceder; pero al entrar en batalla el grueso de su ejército, los cristianos tuvieron vacilaron. Entonces, Alfonso VIII contraatacó y los reyes de Aragón y de Navarra se unieron a él. Crónicas medievales relatan que, el rey Sancho, cargó con 200 caballeros contra el cuartel del califa, donde su escolta estaba encadenada, no para evitar que huyeran, sino para que el enemigo supiera que estaban dispuestos a luchar hasta el final para defender a su señor. Los musulmanes empezaron a retroceder desordenadamente, hasta convertirse en una precipitada fuga. Al caer la tarde, Al Nasir tuvo también que escapar a toda prisa, perdida ya la batalla. La victoria cristiana era un hecho y el campo estaba tapizado de los miles de soldados musulmanes muertos. Las cifras de bajas hablan de 2000 muertos para los cristianos y 90.000 para los musulmanes, aunque no pueden considerarse exactas.

Terminada la batalla, el Arzobispo de Toledo entono un “Te Deum” sobre el mismo campo de batalla, en presencia del ejército castellano, mientras navarros y aragoneses perseguían en su huida a los almohades. La matanza de musulmanes duró hasta la noche, sin que quedara superviviente alguno. Desde aquí Alfonso se dirige y ataca la ciudad de Úbeda, conquistándola cuatro días más tarde, matando a sus habitantes. Así siguió conquistando al-Andalus, ciudad tras ciudad, hasta apoderarse de todas las capitales. El propio rey Alfonso VIII, en carta dirigida al papa Inocencio III, le relata así la “carnicería” cometida durante la batalla: “Fueron los Moros, como despues supimos por verdadera relacion de algunos criados de su Rey, los que cogimos cautivos, ciento y ochenta y cinco mil de a caballo, y sin numero de infantes. Murieron de ellos en la batalla más de cien mil soldados, según el computo de los Sarracenos que apresamos despues”.

Muchas serán las crónicas que harán referencia a esta histórica batalla. Pascual Madoz dice así sobre ella: “Es el nombre de Navas de Tolosa uno de los más célebres de los tópicos de España, por la gran batalla que se dió en las llanuras del pueblo, así llamado. Algunos la denominaron del Muladar del Muradal y de Lorca; pero lo más general, es llamarla de Navas de Tolosa. En esta batalla, el lunes 16 de julio de 1212, los reyes de Aragón, Castilla y Navarra, vencieron a los mahometanos mandados por su emir Mohamed el Nasr, y se puso término al gran conflicto en que se hallaba toda la cristiandad por aquella grande expedición musulmana. No obstante haber cuatro relaciones de esta batalla, dadas por personas que se hallaban en ella, cuales son la que da el mismo rey Alonso, en su carta al papa informándole la victoria; la del arzobispo don Rodrigo, la de Arnaldo arzobispo de Narbona y la de los anales toledanos…,”

Ibn Abi Zar, Rawd al-quirta dice: “Al oír Alfonso que Al-Nasir había tomado a Salvatierra, se dirigió contra él con todos los reyes cristianos que le acompañaban y con sus ejércitos. Al saberlo Al-Nasir, le salió al encuentro con las tropas musulmanas: avistáronse los combatientes en el sitio llamado Hisn al’Iqab, allí se dio la batalla.”

El “Anónimo de Madrid y Copenhague” cita textualmente que: “…Este año fue la batalla del Uqab que causó la ruina del Andalus; dirigiose el Miramamolín Anasir al país enemigo del maldito Alfonso con un gran ejército musulmán. Preparáronse los infieles y toda la gente de Castilla y de otros distintos reinos de la cristiandad, próximos a ella; encontráronse los dos ejércitos en el sitio llamado el Uqab y la victorias se declaró primero por los musulmanes, solo que los almohades no se esforzaron, ni se portaron bien en esta expedición, por causa del castigo que Anasir impuso a los jeques almohades y por haberlos condenado a muerte y despojado por mano de Aben Mezna.” La “Historia de los bereberes” de Aben Jaldún: “Anasir condujo entonces a su ejército a El-Uqab, donde el rey cristiano, sostenido por el rey de Barcelona, le esperaba, dispuesto a atacarle. Tuvo lugar la batalla a fines de Safar de 609, y aunque los musulmanes demostraron mucho valor, sufrieron una derrota completa.”

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En efecto, la batalla de Navas de Tolosa, supuso el principio del fin del poder musulmán en la Península Ibéric, hasta el extremo de que en pocos años su reino será ya meramente testimonial y sin peligro de ningún tipo para la integridad peninsular de los reinos cristianos. Tal es así, que Al-Nasir, el califa vencido en Navas de Tolosa, tras la estrepitosa derrota cruzó el estrecho por última vez, pero en este caso en dirección a África, abdicó a favor de su hijo y se refugió en su palacio de Marrakech, muriendo dos años después en circunstancias un tanto extrañas. Aun así, aun habrán de transcurrir trescientos años más para que los musulmanes sean expulsados de manera definitiva.

El triunfo de Navas de Tolosa, no sólo supuso la derrota definitiva de su secular enemigo, sino que a la vez sirvió a los cristianos vencedores para acumular riquezas y para fortalecer su armamento en base al incautado al enemigo. La puerta de Navas de Tolosa fue la entrada para penetrar en territorio musulmán. Tan sólo cuatro días después fue tomada Baeza y el 22 de julio, tras un largo asedio, Úbeda cae en manos del ejército cristiano. La victoria cristiana en Navas de Tolosa preparó el terreno para la unión definitiva de España, permitiendo la conquista del resto de los territorios en poder musulmán, de una manera relativamente fácil.

Uno de los héroes de Navas de Tolosa, el rey navarro Sancho VII el Fuerte, después de la batalla cambió su escudo de armas, que a partir de ese momento será un fondo rojo con eslabones de las cadenas que tomó al enemigo; escudo que posteriormente será el escudo oficial del reino de Navarra. Cuando se consolida definitivamente la unidad de España por parte de los reyes Católicos, al crearse el escudo de la nación española, toman el escudo de Navarra para incorporarlo al escudo nacional y hoy, ocho siglos después de la Batalla de Navas de Tolosa, en el escudo de España, en su cuartel inferior derecho, hay un gran recuerdo para la batalla de Navas de Tolosa con la representación de sus cadenas.

A partir de entonces, se inició el desmembramiento de al-Ándalus en reinos de faifas, lo que favoreció el avance cristiano, hasta quedar al último vestigio musulmán en el reino de Granada (Granada, Málaga y Almería), gobernado por la dinastía nazarí. El reino de Granada sobreviviría precariamente hasta que Boabdil “el Chico”, último rey musulmán, entregaba en 1492 las llaves del reino a los Reyes Católicos y se retiró a África.