08. LA PÉRDIDA DE GIBRALTAR (1704)

¡GIBRALTAR ESPAÑOL! Reza la pancarta que, a merced del viento, señala en una valla situada en Algeciras una vieja, viejísima reivindicación española. A lo lejos se recorta, sobre el horizonte, la silueta del enorme peñón de Gibraltar, sobre el cual ondea la bandera británica. Gibraltar, el lugar donde en el año 711 los árabes, al mando de Tariq, de cuyo nombre Yabal Tariq o «Montaña de Tariq» deriva Gibraltar, penetraban en la Península Ibérica para iniciar un periodo de dominación musulmana de 800 años. La gigantesca roca es como un vigía que nos recuerda una situación especialmente dolorosa para España, obligada a padecer en su territorio una colonia extranjera, en este caso inglesa. Durante los casi 300 años que han pasado desde la toma de Gibraltar, España ha intentado recuperar por vías diplomáticas Gibraltar, siempre resultando los intentos infructuosos. Con la llegada de la descolonización, fueron muchos los países que criticaron duramente el carácter colonial del enclave, algo que los británicos respondieron repoblándolo y pasando a denominarlo Territorio de Ultramar. Los constantes enfrentamientos, que en muchas ocasiones han traspasado el ámbito diplomático, entre las autoridades españolas y gibraltareñas, motivados especialmente por las provocaciones de la colonia, convertida en un paraíso fiscal y en un nido para el contrabando son el principal problema que debemos soportar.

Carlos II
Carlos II

Para entender, o intentar de entender, este problema hemos de remontarnos hasta el año 1700, concretamente hasta el 1 de noviembre de 1700, cuando el rey de España, Carlos II de Austria o Habsburgo, llamado el Hechizado, moría sin descendencia, lo que suponía que la rama española de los Habsburgo, iniciada por Carlos I, perdía la corona de España. Una situación que provocaba un grave conflicto sucesorio.

Carlos II fue un rey que simbolizó los vicios y la endogamia de los Habsburgo. Y lo sufrió hasta el punto que, desde su nacimiento, padeció todas las enfermedades conocidas y desconocidas hasta entonces. La costumbre de celebrar matrimonios entre miembros de la propia familia real provocaba la unión entre primos, de familiares en la misma línea de consanguineidad y, por lo tanto, proclive al padecimiento de enfermedades hereditarias. Y Carlos II, al que le llamó el Hechizado fue la imagen misma de la endogamia. La esterilidad fue una de las consecuencias.

Carlos II fue alimentado por 14 amas de cría distintas, que le amamantaron hasta la edad de 4 años, y no se continuó durante más tiempo porque se consideraba “indecoroso” para un monarca. A pesar de ello, no pudo sostenerse en pie hasta los 6 años de edad, al padecer raquitismo. Para protegerlo de enfermedades, Carlos no salía nunca al exterior y permanecía siempre dentro del palacio, por lo que su aspecto era similar a un espectro. Sarampión, varicela, rubeola y viruela fueron, entre una larga lista, otros padecimientos. Además, padeció epilepsia desde la infancia hasta los 15 años. Para terminar la larguísima lista, no podemos olvidarnos de su evidente retraso intelectual, lo que evitó que no supiera leer hasta la edad de 10 años y nunca supo escribir correctamente.

Se casó, o más bien lo casaron, a los 18 años de edad con María Luisa de Orleans, de 17. Pese a que el rey estaba enamorado de María Luisa, nunca llegó a consumar el matrimonio, por lo que ella falleció virgen diez años más tarde por una apendicitis aguda, según reveló su autopsia. Así las cosas, a la edad de 28 años, la salud del monarca era ya muy precaria y su aspecto era el de una persona de avanzada edad. Los médicos no se ponían de acuerdo sobre los males que padecía. Aunque sí coincidían en algo: el rey moriría muy pronto.

Por ello, y ante la necesidad de tener descendencia, al año de la muerte de María Luisa, se casó, o lo volvieron a casar, con Mariana de Neoburgo, cuya madre había tenido, nada más y nada menos, que 23 hijos. Todo lo más que llegó fueron embarazos simulados por Mariana, lo que llevó al rey a sospechar que un hechizo contra su persona evitaba un embarazo real, en su forma más literal. Algo con lo que coincidió el Inquisidor General del Reino que concluyó que Carlos II había sido exorcizado mediante una serie de pócimas utilizadas supuestamente para remediar sus muchos males.

Ante la falta de descendencia, previendo el problema sucesorio y, sobre todo, el conocimiento de que Carlos II no viviría demasiado tiempo, este nombró como sucesor suyo al príncipe José Fernando de Baviera. Sin embargo, José Fernando fallecía el 3 de febrero de 1699 a la edad de 7 años, con lo que la cuestión sucesoria volvía a producirse. Su repentina muerte, tras ataques de epilepsia, vómitos y pérdidas prolongadas de conocimiento dio lugar a rumores de envenenamiento aunque nunca se pudo confirmar nada.

Felipe de Anjou
Felipe de Anjou

Apenas unos días antes de morir Carlos II, este se vio obligado a reescribir su testamento, nombrando como sucesor al nieto de Luis XIV de Francia, Felipe de Anjou, a lo que se oponía su esposa y regente, quien apoyaba al archiduque Carlos de Austria. Tras la muerte de Carlos, Luis XIV emprenderá con el ya Felipe V de España viaje a Madrid donde el 22 de enero de 1701 presentará al nuevo monarca ante los españoles.

Pero esta alianza entre franceses y españoles era vista con recelo en el resto de Europa, ya que era una amenaza al equilibro de poder entre las potencias dominantes. A causa de ello, pocos meses después de la llegada al trono de Felipe, se creó la Gran Alianza de la Haya, formada por Gran Bretaña, Países Bajos y el Sacro Imperio Romano Germánico. En mayo de 1702 esta alianza declara la guerra e España y Francia. Era el inicio de la Guerra de Sucesión Española. Una guerra que se extendió a lo largo de 12 años y cuyo principal capítulo, el que nos ocupa, fue la conquista de Gibraltar en agosto de 1704.

Flota inglesa frente a Gibraltar
Flota inglesa frente a Gibraltar

Concretamente el 1 de agosto de 1704, cuando una flota inglesa y holandesa, formada por 61 navíos y más de 30.000 tripulantes bajo el mando del almirante George Rooke llega a la bahía de Algeciras, frente al puerto de Gibraltar, con el objetivo de apoderarse del peñón. Gibraltar por aquel entonces estaba defendida únicamente con una fortificación medieval reconstruida más de 100 años atrás y una población de tan sólo 5.000 habitantes, de los cuales apenas 100 eran militares. Gibraltar apoyaba a Felipe de Anjou, mientras otras regiones españolas, como Aragón, Cataluña o Baleares defendían la soberanía del archiduque Carlos de Austria.

Sitio de Gibraltar
Sitio de Gibraltar

Desde primeras horas de aquel mismo día comenzaron las cargas artilleras por parte de los navíos británicos, seguidas de un desembarco de más de 3.000 hombres de infantería en Punta Mala (el actual Puente Mayorga), donde establecieron estacionados. Ese mismo día enviaron dos cartas, una firmada por el Príncipe de Hesse-Darmstadt, que se encontraba entre las fuerzas invasoras, y otra carta firmada por el archiduque Carlos, pidiéndose en ambas la inmediata rendición y reconocimiento a este último como rey legítimo de España.

Pero la rendición no tuvo lugar, por lo que al día siguiente otros casi dos mil soldados se situaron en el istmo, frente a las murallas de Gibraltar, mientras las flota hacía lo mismo. Un día después, la batalla comenzaba la desigual batalla. En apenas ese día, Gibraltar era conquistada por las tropas británicas. El 6 de agosto, apenas dos días después de la caída de la ciudad, prácticamente la totalidad de los habitantes huyeron a poblaciones cercanas, quedándose en Gibraltar únicamente unas 70 personas, heridos y religiosos que se habían quedado a su cuidado.

Almirante Rooke
Almirante Rooke

Fue entonces cuando el almirante Rooke decidió nombrar el peñón bajo soberanía de la reina Ana de Inglaterra, en lugar de hacerlo bajo la soberanía del archiduque Carlos, al que se suponía había venido a defender. La consecuencia de este acto de auténtica piratería fue que durante los 9 años siguientes, tropas españolas y francesas intentasen recuperar el territorio ocupado. Sin éxito.

Y así, el 11 de abril de 1713, la Guerra de Sucesión Española termina con la firma del Tratado de Utrecht entre Francia, Gran Bretaña, Prusia, Portugal, el ducado de Saboya y los Países Bajos. En el mismo se acuerda que Inglaterra mantenga la posesión de la isla de Menorca y Gibraltar; Austria, Milán, Nápoles y Cerdeña en Italia y los Países Bajos españoles; Saboya Sicilia, bajo. Mientras, el rey español tuvo que renunciar explícitamente al trono de Francia, principal preocupación de los aliados, y a cambio fue reconocido como rey de España y de las Indias, aunque Inglaterra obtenía el contrato comercial preferente para el tráfico de esclavos en las Indias, hasta entonces explotado únicamente por Portugal y Francia. Como se ve, España no obtenía nada, salvo la legitimación del rey oriundo de Francia.

Lo esencial del Tratado, y que aún hoy resulta dolosamente visible, es que reconocía la posesión británica de Gibraltar a perpetuidad, con la única condición de que si el territorio dejaba de ser británico, España tendría derecho de recuperarlo.