18. TRIENIO LIBERAL (1820)

Rafael del Riego apenas había logrado pegar ojo en toda la noche sumido en los recuerdos de su vida y cuando, con las primeras luces del alba, dos capitanes entran en su celda el general está sentado en una silla, con la cama si deshacer. Les pregunta qué hora es y le contestan que son las siete de la mañana. Le preguntan que desea como último desayuno, pero no les contesta. Es en lo único que no piensa en este momento. La cercanía de su muerte mantiene despierto sus recuerdos y su memoria, pero su lengua no. El coronel Rafael del Riego es el principio y el final de esta historia. El principio cuando dirigía su ejército para embarcar hacia las colonias de América que se había levantado contra la metrópoli. Cuando en Cabezas de Sam Juan, a primera hora del 1 de enero de 1820, decide celebrar el año nuevo rebelándose contra la monarquía de Fernando VII. No quiere un derramamiento de sangre porque durante la invasión francesa ya se ha derramado bastante. Y, sobre todo, no quiere protagonizar un levantamiento más, sino el definitivo. El que acabe con el absolutismo para siempre.

Aquel levantamiento fracasó, pero el coronel nunca lo reconoció. Más bien al contrario. Es cierto que no había conseguido el objetivo, pero no fue por su culpa. Los demás le traicionaron, empezando por sus propios hombres, que fueron abandonándolo según pasaban los días. Pero aquel levantamiento, su levantamiento, había mostrado la debilidad de aquel régimen absolutista y había obligado al rey a aceptar y jurar la Constitución. Pero aquello si que fue un fracaso. Él nunca creyó que aquel rey felón y traidor cumpliera su juramento, como no lo había cumplido cuando regresó a España e instauró su dictadura.

El coronel ha ido recordando durante aquella interminable noche, su última noche en este último, como el pueblo sí le reconoció el éxito de su levantamiento. Recuerda aquellos días en los que era vitoreado y cuando en Madrid la gente se manifestaba portando su retrato. Sí. Él fue el principio de aquel periodo en el que la libertad se asomó a la sociedad española…..

Rafael_Riego
Retrato de Rafael Riego. Anónimo

El periodo histórico conocido como Trienio Liberal transcurrió entre los años 1820 a 1823, y se inició cuando el 10 de marzo de 1820, el rey Fernando VII es obligado a jurar la Constitución de 1812. Los antecedentes históricos que preceden a este periodo histórico hay que buscarlo en la situación en la que se encontraba España tras la invasión, y posterior expulsión, del ejército napoleónico y el breve y turbulento reinado de su hermano, José Bonaparte. Fernando VII, que había permanecido en Francia durante toda esta época despreocupado por los sangrientos episodios que se estaban produciendo en España, volvió a como rey en 1814, siendo recibido con los brazos abiertos por los españoles que le veían a él como solución a la presencia francesa ni el gobierno de José I. Pero la España que se encontraba el rey ya no era la que había dejado en 1808, cuando en Bayona negociaba, por decirlo así, con Napoleón para sustituir a Carlos IV. En la nueva España existía un régimen liberal amparado por la Constitución de 1812, una circunstancia poco aceptable para un rey que representaba al antiguo régimen que se basaba en el privilegio de las clases privilegiadas y de la iglesia. Así, pues, lo primero que hace el rey es abolir la Constitución e implantar una monarquía absolutista basándola en un poder absoluto del monarca. Como consecuencia de ello, el rey y sus partidarios comienzan un periodo de depuración de los liberales moderados que no se han exiliado y de los llamados afrancesados, acusados de colaborar con el invasor francés, incumpliendo así una de sus promesas en su regreso a España: la de no practicar represalia política alguna contra sus opositores. Esta etapa se conocerá como Sexenio Absolutista que llegará hasta 1820.

Fernando VII. Pintura de Vicente López

Pero Fernando VII ha calculado mal su estrategia. Los liberales no estaban dispuestos a renunciar a aquella Constitución que les había ayudado a expulsar a los franceses y que había servido como vehículo para la llegada de un rey que ahora quería hacer olvidar todo. A fin y al cabo, los liberales ya no eran solo cuatro afrancesados, sino un grupo numerosos y con bastante influencia política. Además, tenía gracia que un rey que no había movido un dedo mientras estaba en Francia ahora quería imponer sus reales, nunca mejor dicho. El resultado fue que a lo largo de estos años se irán produciendo varios levantamientos propiciados por los distintos sectores liberales. Y, aunque todos ellos van fracasando, el cántaro fue tantas veces a la fuente que, al final, se rompió.

Así, tras seis años, en enero, concretamente el día 1, de 1820, uno de esos pronunciamientos, el del coronel Rafael del Riego, acabó por triunfar. No tanto por su estrategia y por ella misma, que luego analizaremos, sino porque se convirtió en la necesaria mecha para encender el fracaso y la inestabilidad del propio absolutismo. Tengamos en cuenta que este régimen, visto por los españoles como una solución a la posguerra contra Francia, no ofreció solución alguna a los problemas que los españoles sufrían desde la entrada de los franceses.

Volvamos al 1 de enero de 1820. Si bien Rafael del Riego no realizó un pronunciamiento en solitario, tampoco lo hizo de manera organizada y sí improvisada, lo que auguraba un nuevo fracaso. Riego aprovechó el agrupamiento de tropas en Andalucía destinadas a sofocar la rebelión de las colonias americanas y que debían dirigirse al puerto de Cádiz para embarcar hacia América. Un ejército numeroso al mando de Riego. Un ejército, además, por soldados a los que se les obligaba a acudir a una misión difícil y dura al otro lado del mundo. Para Riego no sería difícil, pues, atraerlos hacia su causa, que al fin de cuentas era la causa liberal. O por mejor decir, contra el Rey, principal objetivo del militar. El plan que llevaría a cabo el general sería proclamar la Constitución de 1812 en todos los destacamentos establecidos en Andalucía y todos ellos dirigirse después a Cádiz. Pero el plan de Riego, como hemos dicho antes, era improvisado y, probablemente, atendiendo a su interés personal, lo que provocó que solo se rebelaran las tropas del propio Riego en la localidad Sevillana de Cabezas de San Juan que, aunque numerosas, no lo eran tanto como para conquistar Cádiz, como así fue.

Alegoría de la Constitución de 1812. Francisco de Goya. Museo Nacional de Estocolmo

Tras su fracaso, Riego inició un vía crucis por toda Andalucía intentando sumar apoyos entre el ejército, pero también fracasó en esto, e incluso sus soldados iban abandonándolo. Finamente, decidió dirigirse hacia Extremadura y abandonar España hacia Portugal buscando el exilio. Apenas cincuenta soldados le acompañaban en este viaje. Y fue en este momento cuando le llega la noticia de que Fernando VII había aceptado jurar la Constitución de 1812. En efecto. Riego había fracasado, pero había conseguido demostrar la debilidad y la incapacidad del régimen absolutista, y del rey en particular, para derrotarlo y solo había podido enviar tropas en su persecución, lo que fue aprovechado por los militares liberales para preparar el levantamiento definitivo y finales de marzo varias capitales españolas proclaman la Constitución de 1812. Ese era el principal mérito de Riego. Un mérito que fue aprovechado por el militar, quien se convirtió en el gran héroe del momento. El verano de 1820, cuando regresa a Madrid en olor de multitudes, es agasajado y recibido en todos los círculos influyentes del país y queda ligado, para bueno y para lo malo, como el principal enemigo de Fernando VII. En medio de este éxtasis de popularidad, Riego recuerda cómo llegó él mismo a cantar en el teatro Príncipe su famoso “Trágala”, convertido en un himno contra el absolutismo: “Trágala, trágala, vil servilón. Trágala, trágala, la Constitución” Aquella copla sustituía a la que cantaban los partidarios del absolutismo, conocida como “Viva las caenas”.

Tras el levantamiento de Riego, el 6 de marzo de 1820 se reúne el Consejo de Estado y, tras hacer un análisis de la situación política y social del país, anunciaba reformas. Pero ya es tarde, y los liberales ya no van a ceder lo que tanto les ha costado. Y con un amplio apoyo del ejército no van a renunciar a lo que han conseguido. Fernando VII intenta resistir enviando a sus tropas contra los sublevados. Pero el general O´Donnell, uno de los que estaban al frente del mismo, le convenció para evitar un derramamiento de sangre, que además podría ser inútil y le convenció al rey que la mejor salida era que este aceptara la Constitución y aplacara a los liberales.

Documento jura de la Constitución

Y lo que empezaba el mismísimo 1 de enero terminaba el 7 de marzo cuando Fernando VII juraba la Constitución con un emotivo, aunque a la larga falso, manifiesto que terminaban con las palabras: “Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional; y mostrando a la Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta moderación en una crisis que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre Español, al mismo tiempo que labramos por siglos nuestra felicidad y nuestra gloria”.

Empezaba el Trienio Liberal.

En los días siguientes, las juntas locales y provinciales dirigidas por los liberales se hacían cargo de ayuntamientos y diputaciones y el día 9 de enero se creaba la Junta Provisional Consultiva, órgano encargado de asesorar al monarca hasta que las Cortes se conformaran de acuerdo a la Constitución, y que este tenía que aceptar. Entre ellas, el nombramiento de un gobierno totalmente formado por liberales. Además, iniciaba el procedimiento para la convocatoria de las elecciones, tanto nacionales como locales. Y adoptaba medidas tales como la abolición de la Inquisición y la garantía de la libertad de expresión y de prensa, junto con otras medidas de carácter liberal. La sociedad española asumía estas medidas con la esperanza en los nuevos tempos. Los cafés se convirtieron en lugares de debate y de expansión de las ideas liberales y la prensa difundía el nuevo orden a todos los rincones de España. Un nuevo orden parecía haberse instaurado sin derramamiento de sangre, algo insólito en la historia de España. Pero la apariencia no coincidía con la realidad. Y esta demostraba que, salvo los liberales, los intelectuales y la burguesía, en general, la población se mantenía a la expectativa. E indiferente.

El pueblo, en su mayor parte, seguía muy influenciado por la iglesia y por los terratenientes y todos ellos se mantuvieron esperando su oportunidad porque, al fin y al cabo, el rey seguía siendo rey, lo verdaderamente importante. A la nobleza caciquil le preocupaba especialmente la posesión de sus tierras y a la Iglesia lo mismo y, especialmente, que no se repitiera los procesos de amortización que le había despojado de muchos de sus bienes. Ambos eran conscientes que de demostrar abiertamente su oposición al nuevo régimen podría servir para que la aplicación de la Constitución afectara sus privilegios. De todo esto, la deducción es fácil: el liberalismo no contaba con una base social sólida y dependía que ambos, nobleza y clero, no mostraran su rechazo. Algo especialmente fácil en el medio rural. De momento, toso estaba en tensa calma a la espera de acontecimientos.

Juramento de la Constitución en las Cortes.

El 9 de julio de 1820, el rey Fernando VII jura la Constitución. De inmediato, se ponía en marcha la desaparición del Antiguo Régimen de acuerdo a lo expuesto en la Constitución de Cádiz. Se anunciaba la supresión de los mayorazgos y de la propiedad, con lo que todas las propiedades de la Iglesia quedaban amenazadas, una vez más, de desamortización, excepto las del clero secular. Las órdenes religiosas serían suprimidas en su mayoría, permitiendo solo aquellas de carácter histórico, las cuales quedaban reguladas por la ley. Las desamortizaciones, como en la época de Carlos IV, tenían el objetivo, y el argumento, de conseguir solucionar la deuda económica heredada del antiguo régimen. Se exigiría a los terratenientes que justificaran la legitimidad de las propiedades que declaraban y, en general, se produciría todo aquello que rebelaría a las clases pudientes y a la iglesia. Los afectados iniciaron pleitos judiciales para evitar las incautaciones, unos procesos que no acabarían antes del final de este periodo. Además, el propio rey utilizaba su derecho constitucional de veto para que estas leyes se retrasaran en su aprobación, sabedor de que el tiempo jugaba en favor de sus intereses y de sus partidarios. Para el gobierno y la mayoría de las Cortes estaba clara la intención obstruccionista del Rey.

Pero además, y por si fuera poco, los liberales empezaron a dividirse en dos grupos: los moderados, partidarios de la Constitución de 1812, y los radicales, o exaltados, partidarios de una nueva constitución de, a la vista de lo que estaba sucediendo, poner en duda la institución monárquica. Los primeros no pretendían reformas demasiado profundas y respetaban la propiedad de las élites y de la iglesia y permitir al rey un papel activo. Este grupo liberal estaba organizado en torno a la sociedad Constitucional del Anillo, de carácter masónico, a la que pertenecían Martínez de la Rosa, el conde de Toreno y el duque de Frías, entre otros. Proponían crear una segunda cámara legislativa formada por notables del Reino, una especie de senado. De esa manera consideraban que el rey terminaría por aceptar el régimen liberal. En cuanto a los radicales, también defendían la vigente constitución, pero había que modificarla en todo lo necesario para acabar con los privilegios del Antiguo Régimen de manera absoluta, puesto que la nobleza y la iglesia eran un obstáculo para el liberalismo. Estaba encabezada por Evaristo San Miguel y estaban en minoría en las Cortes. Estos también formaron una sociedad secreta, igualmente de carácter masónico, llamada Comunería.

La mayoría liberal moderada fue imponiendo sus tesis en las Cortes y evitaron las medidas que predicaban los radicales. En marzo de 1821 se nombra un segundo gobierno, igualmente moderado, que siguió sus políticas de reformas, como el Código Civil, el Código Penal, el de Comercio, la ley constitutiva del ejército, la reforma tributaria, la administración provincial y municipal, la organización ministerial, etc., normativas que nunca conseguirían ver la luz por falta de tiempo.

Pero la moderación empezaba a tener un precio. Durante aquel segundo Gobierno la situación era aparentemente pacífica, pero el 5 de mayo de 1821 el cura Matías Vinuesa es asesinado en la cárcel, después de que se le hubiera detenido por conspiración absolutista. Este sacerdote, antiguo guerrillero con el Empecinado, había apoyado después a José Bonaparte en 1812, en 1821 ideó un plan de conspiración para derrocar al gobierno Constitucional que llevaba como título ‘Plan para conseguir nuestra libertad» que pretendía dar un golpe de Estado, volviendo de nuevo al absolutismo de 1814. Tras ser descubierto y detenido, fue condenado a diez años en presidio. La sentencia no gustó a las masas populares por considerarlo muy favorecedora, las cuales se dirigieron a la cárcel donde estaba Vinuesa y asaltaron la prisión asesinándole a Vinuesa el día 4 de mayo de 1821. El crimen fue justificado por unos como justicia revolucionaria, mientras otros los consideraron un mártir y una víctima del sistema. Pero sobre todo era el combustible necesario para lo que se avecinaba. Todo eran conspiraciones, a veces inventadas o a veces reales. Los radicales acusaban de todo a los partidarios del Antiguo Régimen y, por supuesto, a los moderados por pactar con estos. Al mismo tiempo, los moderados acusaban a los radicales de intentar crear una república. Precisamente por ello, el general Riego, por aquel entonces capitán general de Aragón, fue destituido, lo que provocó que los radicales, a los que pertenecía Riego, organizaran manifestaciones por todo el país. Las protestas acabaron por desacreditar al gobierno moderado, el cual fue reprobado por las propias Cortes y obligó a nombrar un nuevo gobierno por parte del Rey en febrero de 1822 bajo la presidencia de Martínez de la Rosa. La crisis política, junto con la económica y la social, era un excelente caldo de cultivo para los absolutistas.

El día 30 de junio Fernando VII era aclamado como rey por la Guardia Real, situación que provocó un enfrentamiento con civiles y con la Milicia Nacional para evitar lo que en la práctica era un golpe de Estado. El gobierno ni siquiera declaró a la Guardia Real en rebeldía y las Cortes y el Ayuntamiento de Madrid y las Cortes asumieron el poder, ante la inacción del Gobierno. El Rey tampoco actuaba y solo esperaba el resultado de aquella sublevación. El día 7 de julio, la guardia se dirigió desde el Pardo a Madrid, donde esperaba la Milicia Nacional, los cuales les repelieron y les obligó a replegarse. La Milicia Nacional había salvado la Constitución. Y para ello no habían contado ni con el gobierno ni, por supuesto, el Rey. Eso sí: el Rey no dudó en felicitar, en un acto más de su cinismo, a felicitar a las Cortes y al Ayuntamiento por su defensa de la Constitución, al tiempo que condenaba y responsabilizaba al gobierno de falta de respuesta contra los conjurados, lo que obligaba a su sustitución. El día 5 de agosto al rey no le quedó más remedio que nombrar un gobierno nuevo y, sorprendentemente, nombraba a un radical como presidente: Evaristo San Miguel. Pero lo que pudiera parecer un acto de valentía por parte del rey era, en realidad, una estrategia más para imponer el absolutismo. Un gobierno radical sería el principal argumento para solicitar la ayuda de las potencias europeas para intervenir en España. Y, en efecto, los radicales jugaban a favor del rey, ya que estos ya planteaban abiertamente la desaparición de la monarquía y la llegada de la república. La revolución parecía servida. Pero solo parecía.

El 19 de febrero de 1923, delante del Palacio Real una muchedumbre gritaba “muera el rey”. Era la primera vez que esto se producía. El 1 de marzo, cuando las Cortes volvían a iniciar sus sesiones, Fernando VII nombraba un nuevo gobierno, también con miembros radicales. Daba igual. El ejército de los Cien Mil hijos de San Luís ya se encontraba en España y aquel gobierno optaba por irse a Sevilla, donde se formaba, no solo un nuevo gobierno sino también una Regencia `porque nadie dudaba ya de que el Rey estaba detrás de la conspiración para acabar con el régimen liberal. Desde Sevilla querían trasladarse a Cádiz y el rey se negaba a acompañarles libremente, teniendo que ser llevado a la fuerza.

Fernando VII recibe a los Cien Mil Hijos de San Luís en el Puerto de Santa María. José Aparicio Inglada

Fernando VII había estado negociando secretamente, es decir a espaldas de todos, con Luis XVIII de Francia y con el zar de Rusia, impulsores ambos de la Santa Alianza, creada para evitar revoluciones similares a la francesa. Cuando el rey les informa que ha sido secuestrado por el gobierno radical reclamó de la Alianza la intervención militar. En 1822, las potencias europeas reunidas en el Congreso de Verona aprobaron la intervención militar, a excepción de Inglaterra. El 7 de Abril de 1823, un ejército de unos 100.000 hombres, conocidos como los Cien Mil Hijos de San Luis, entra en España al mando de Luís Antonio de Borbón, conde de Angulema. Desde San Sebastián y Vitoria se dirigen a Madrid, sin que hubiera resistencia significativa para, desde aquí, dirigirse a Cádiz. A mediados de año Cádiz estaba sitiada. Muchos diputados consideraron la opción de liberar al rey a cambio de que en el futuro iniciara reformas y aceptara no tomar represalias. El 1 de octubre de 1823 Fernando VII desembarcaba en el Puerto de Santa María. Lo hacía rey monarca absolutista. El Trienio liberal había terminado, dando comienzo a otro periodo histórico conocido como la “Década Ominosa” e iniciándose contra todos aquellos que no pudieron exiliarse un proceso de depuración o fueron ajusticiados o marginados. Uno de los símbolos de aquella persecución llevada al límite de la injusticia y del carácter dictatorial y sanguinario de Fernando VII fue  Rafael del Riego.

Rafael del Riego camino del patíbulo

Aquel que se había convertido en el símbolo de los revolucionarios, en el ejemplo del heroísmo, Fernando VII le convirtió en un mártir de la libertad. El general Riego, tras renunciar a su cargo de Presidente de las Cortes, marchó con su ejército para enfrentarse a los franceses. El 18 de agosto, cuando se encontraba en la localidad jienense de Arquillos fue traicionado por el alcalde, también masón como el propio Riego, y entregado y llevado a Madrid, donde encerrado en el Seminario de Nobles, primero; y en las cárceles de la Corona y de la Corte después, antes de que se le llevara a un juicio, en realidad una pantomima presidida por el presidente de la Sala, quien le condenó a muerte por haber votado como diputado la destitución de Fernando VII y enviándolo a la horca, como a un vulgar delincuente, lo que conllevaba, además, al descuartizamiento de su cuerpo tras su muerte y negándole el fusilamiento que como general le correspondía. La sentencia se cumplió en la plaza de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre 1823, pero no consta que fuese descuartizado. Numeroso público presenció el espectáculo, y guardó un sobrecogedor silencio, en contra de lo que se dice. Tras su ejecución apareció publicada una supuesta retractación y arrepentimiento de Riego, fechada la víspera de su muerte. La ejecución de Riego marcaba, de facto, el final del Trienio Liberal.

El coronel mantiene su entereza y su dignidad en el momento fatal en el que se encuentra. Le han preparado un acto innoble a su categoría para humillarle. Pero sabe que no lo conseguirán. Las generaciones futuras le recordarán como un adalid de la libertad. Tendrá detractores, lo sabe, pero eso el algo común en aquellos que han luchado contra lo establecido. Ya ha tenido enemigos en vida. Su recuerdo se detiene en el día de su detención, en la traición de su camarada que propició su detención. La pantomima de su posterior juicio, el intento de que retractara de todo a cambio de evitar su condena. Le preparan para hacer su último viaje hacia la muerte. Ni siquiera le han permitido vestir su uniforme militar. Sale a la calle y el fresco de la mañana le acaricia. Hay una enorme multitud en medio de un silencio absoluto…..