LA MALDICIÓN DE EVA

El comienzo

1.

¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.

¡Hoy tengo un sueño. 

Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.

Martin Luther King. Washintong D.C., 28 de agosto de 1963

Aquel 1 de diciembre de 1955 era un día frío y desagradable en Alabama, un día desagradable para cualquiera que quisiera luchar por su orgullo y libertad. Y si encima estás cansada, especialmente cansada, después de una jornada de trabajo, la cosa se complica. Pero, como decía Einstein “Dios no juega a los dados”. Y a veces el destino ayuda a romper la rutina. Como la de aquella mujer de mediana edad, Rosa Parks, que subía pacientemente a aquel autobús que la llevaría a casa, pero que finalmente la llevó a la historia. La afroamericana Rosa Luise Parks, que había sido educada por sus padres en la igualdad de los seres humanos y cuya brillantez en la escuela solo le había servido para ser una afanosa costurera porque en aquellos años la universidad estaba vetada a las personas de color, se encontraba ahora tan cansada como cuando de niña se veía a obligada a caminar hasta la escuela, porque a los niños de su raza les estaba prohibido utilizar el autobús escolar.

Tan cansada como ahora. Subió al autobús, pagó al conductor y volvió a bajar para volver a subir por la puerta trasera. Así eran las cosas: la parte delantera para los blancos y la trasera para los negros. Miró en busca de un lugar donde sentar su cansado cuerpo. Pero aquella intención en la capital de la segregación racial de Estados Unidos, no era una buena idea. O al menos atrevida. Rosa Parks se sentó en un asiento vacío que encontró. Varios hombres de color la miraron extrañados por su atrevimiento. En realidad, Parks no estaba haciendo nada prohibido…. de momento. Las leyes de Alabama solo permitían que una persona de color se sentase en los trasportes públicos cuando existía un asiento libre. Lo que ocurre es que solo se consideraba libre si no había ningún blanco que viajara de pie. Y en aquel momento no lo había. Era parte de las leyes llamadas “Jim Crow”, que en realidad era un personaje de ficción de una comedia musical, que propugnaba el axioma “iguales pero separados” y que segregaba a los seres humanos por razón de su piel, reservando espacios separados, o distintos, en las escuelas, restaurantes, trasportes, aseos  y otros lugares públicos. Incluyo había fuentes de agua potable para blancos y para negros.

Por eso, en aquel día frío y desagradable, ser  mujer y negra en Alabama, y además sentada en aquel duro asiento del autobús no auguraba un final feliz. Las leyes y la historia no jugaban a favor de Rosa Luise Parks. Porque fue entonces cuando un joven blanco subió al autobús. No buscó asiento alguno y aguardó su viaje de pie. Pero, el conductor del autobús, blanco naturalmente, se dirigió de manera despectiva a Rosa Parks y le exigió que se levantara y  cediera su asiento a aquel blanco que acababa de subir. Pero la mujer siguió sentada obviando la orden del conductor.

Pero Rosa Luise Parks estaba fatigada y cansada. Cansada por ser negra y tener que ceder. Cansada de ser mujer y tener que ceder. Muchas lo habían intentado antes y ella ahora iba a luchar.

Y, aunque en aquel momento no era consciente, su actitud iba a pasar a la historia…. Una historia que en realidad se iniciaba miles de años antes…

2.

 

Soy la naturaleza, la Madre Universal, señora de todos los elementos,

hija primigenia del tiempo, soberana de todas las cosas espirituales,

reina de los muertos, reina, también, de los inmortales,

la única manifestación de todos  los dioses y diosas que existen.

(El Asno de Oro, Apuleyo)

 Una situación de miles de años. Hasta ayer mismo, hasta hoy, la lucha por la igualdad de derechos, salarios y oportunidades ha sido un sueño desde que el hombre y la mujer aparecieron sobre la faz de la tierra. Y aunque hoy se ha recorrido un amplio camino en cuanto a los derechos reconocidos, aún quedan asignaturas pendientes como, por ejemplo, el acceso a los órganos del poder y a los principales órganos de decisión de una manera que no sea excepcional y casi aislada.

Es necesario conocer y revisar cuál ha sido el papel de la mujer a través de la historia; desde que se ponía en duda que la mujer tuviera alma, en el siglo V, hasta los fines del siglo XVIII, momento en que se reconoce la diferenciación del sexo como una problemática implícita, y comienza el debate entre las diferencias de sexos. Desde las ideas ilustradas de Diderot o Alembert, que hicieron suyos los derechos de la mujer, hasta Voltaire, que opinaba que aunque las mujeres habían sido capaces de gobernar en varios momentos de la historia, el hombre era “el señor de la mujer”.

Otro filósofo de la Ilustración[1], Montesquieu, en el Espíritu de las leyes[2], dice que “en Grecia a las mujeres no se las consideraba dignas de participar del verdadero amor y que el amor entre los griegos tenía una forma que no nos atrevemos a explicar” citando  al historiador griego Plutarco. Pero, en realidad Plutarco en una de sus obras dedicadas al amor llega a decir que en el amor de las mujeres existe algo divino, llegando a comparar este amor con el sol que ilumina a la naturaleza; el amor de la mujer proporciona la felicidad en el amor conyugal, y termina el diálogo con un magnífico elogio que hace de la virtud de Eponina. Plutarco nos cuenta que dicha heroína al saber que su marido Julio Sabino había sido vencido por las tropas del emperador Vespasiano se escondió con él en una caverna y le proporcionó alimento y cuidados durante nueve años y tuvo hijos con él. La apresaron con su marido, la condujeron hasta el emperador Vespasiano, que se asombró de su grandeza de alma, y ella le dijo: “Viví más feliz debajo de tierra y en la oscuridad, que tú a la luz del sol y en la cumbre del poder”. Eponina fue condenada a muerte junto a su marido. Plutarco afirma lo contrario de lo que interpreta Montesquieu, y se pronuncia en favor de las mujeres con verdadero entusiasmo. Y no solo en la historia de Eponina. La de Camma, una druida celta es otro ejemplo de lo que Plutarco intentaba transmitir sobre las virtudes de la mujer. Camma estaba casada con un jefe celta que fue asesinado por el rey  Sinotix para casarse con ella. La ceremonia de boda incluía que ambos bebieran de la misma copa, por lo que la druida vertió veneno en ella. No dudó en beber ella primero de la copa para evitar sospechas de su nuevo marido, consiguiendo dos cosas: evitar un matrimonio no deseado y vengar la muerte de su verdadero esposo.

Voltaire[3] , en su Diccionario filosófico nos dice acerca de la mujer que “No debe sorprender que en todas partes el hombre haya sido dueño de la mujer, fundándose en la fuerza como principal instrumento. Han existido mujeres sabias, como han existido mujeres guerreras; pero nunca mujeres inventoras. Han nacido para agradar y para ser el adorno de las sociedades, y parece que hayan sido creadas para suavizar las costumbres de los hombres. Las mujeres en ninguna república tuvieron parte en el gobierno; no han reinado nunca en los Imperios puramente electivos, pero han reinado en muchas monarquías hereditarias de Europa: en España, en Nápoles, en Inglaterra, en muchos Estados del Norte. La ley Sálica[4] las excluyó de la sucesión a la corona de Francia, y esto no fue, como dice Mezeray, por ser incapaces de gobernar, porque han gobernado como regentes del reino. Además, desmienten al historiador Mezerai, Isabel la Católica en Castilla, Isabel en Inglaterra y María Teresa en Hungría”. El bueno de Voltaire, aquel que estaba dispuesto de defender las ideas ajenas aún a costa de su propia vida pensaba que “una mujer amablemente estúpida es una bendición del cielo” lo que demuestra la triste visión de la filosofía sobre la mujer, que veremos más adelante.

Las mujeres han ido asumiendo, a lo largo de la historia de la humanidad roles que hoy están superándose. La evolución del papel de la mujer ha ido evolucionando en la misma medida que la sociedad ha ido avanzando tecnológica y científicamente y modificando unos valores que han impregnado la sociedad desde miles de años. Hasta hace apenas cien años, el mundo de la mujer se reducía al hogar, y su papel en la sociedad se limitaba a ser buena hija, buena madre y buena esposa. El mundo, fuera de las paredes de la casa, no existía para ellas, no les estaba permitido, sino que lo vivían a través de la ventana de su casa. Eran las eternas espectadoras, nunca las primeras actrices. Situación que hoy aún continúa en muchos lugares del mundo, en todas las sociedades del mundo, incluso en la nuestra. Algo va cambiando, pero muy, muy lentamente. Tan solo hasta después de la Segunda Guerra mundial, la mujer ha ido conquistando terrenos cada vez más amplios y exigiendo conscientemente una situación de igualdad con el hombre en los planos jurídico, laboral y cultural en general.

A lo largo de este trabajo veremos las diferentes hipótesis generadas en torno a la organización social del ser humano, desde el hombre y la mujer prehistóricos hasta nuestros días. En este capítulo, haremos un breve repaso sobre la situación social de la mujer en las diferentes culturas conocidas, basadas todas ellas en el patriarcado. La primera parte de este libro va a ser un viaje a y través de la historia, las diferentes sociedades y las diferentes culturas, y el papel de la mujer en cada una de ellas. A través de este viaje comprobaremos el rol de la mujer, siempre subyugada al hombre.

En la segunda parte, analizaremos diferentes teorías acerca de la existencia de posibles sociedades matriarcales y su evolución al patriarcado y repasaremos las distintas épocas de nuestra sociedad. La existencia de un matriarcado generalizado es puesta en duda por muchos investigadores. En realidad, lo que sí está comprobado es la existencia de sociedades matrilineales, donde los hijos se identifican con la línea materna como, por ejemplo, en la sociedad judía Halajá, donde solo se reconoce la naturaleza judía si se nace de madre judía. También se confunde el término matriarcado con matrilocalidad, que significa que el esposo ha de vivir con la familia de la esposa. En ambos casos, no existe poder de la mujer sobre el hombre como el matriarcado podría significar. El matriarcado sería un conjunto de ambos términos y la posesión del poder por parte de las mujeres. Un ejemplo de sociedad matriarcal podemos encontrarla actualmente en un pueblo existente entre la frontera de China y el Nepal: los mosuo, donde la mujer ocupa el lugar más importante de la sociedad[5]. Esta circunstancia ha sido posible a lo largo de los siglos porque los mosuo, de religión budista, viven en una zona muy aislada en el Tibet.

Con si fuera en la máquina del tiempo de Wells, iniciemos un virtual viaje por el tiempo y veamos el papel de la mujer en diferentes culturas.  Abrochémonos nuestro cinturón y…….

Primera Parte: La máquina del tiempo

1.

 

Dijo luego Yahveh Dios:
«No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada»…

Entonces, Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne.

De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre.

(Génesis, cap. 1)

Nuestro viaje a través del tiempo se inicia en el Neolítico, hace aproximadamente 5.000 años. Lo iniciamos en esta época porque con el neolítico nace la agricultura, el invento más determinante para la consolidación y desarrollo de la especie humana. El comienzo de esta época  coincide con el momento final del último periodo glacial. La retirada de los hielos hacia el norte trajo un nuevo clima, más templado y con un ritmo estacional más marcado, lo que favoreció la aparición de la agricultura. El hombre pasa a ser de explotador de los recursos a productor.

Con la agricultura, el hombre prehistórico abandona las cuevas y deja de depender exclusivamente de la caza para alimentarse y sobrevivir. La agricultura dará origen a las ciudades, a las clases sociales y a un nuevo concepto social: la ciudadanía. Los individuos se organizan en tribus o clanes donde el jefe será un hombre.  La agricultura propiciará la domesticación de los animales y, con ello, la ganadería como otro importante invento del ser humano. La agricultura y la ganadería traerá consigo un cambio de los roles sociales; del nomadismo prehistórico se pasa al sedentarismo. En el siguiente capítulo estudiaremos más detenidamente este cambio social y sus efectos en la vida y papel de la mujer en la nueva sociedad.

Hasta el Neolítico, las tribus prehistóricas eran matricéntricas y estaba formada por la madre y los hijos, siendo ella la que se encargaba de alimentarlos. En este período se desconocía el papel del hombre en la fecundación.  Numerosas investigaciones sociológicas  parten del supuesto de que el desconocimiento de la paternidad fue lo que determinó la fase matriarcal de esta época, al no estar asociada el acto sexual con la procreación del ser humano[6].  Pero no hay que confundir matricentrismo con matriarcado, como ya veremos más adelante. En estos clanes prehistóricos no existía el concepto de pareja, al no existir vínculo hombre-mujer, sino el de madre-hijos, lo que proporcionaba una gran importancia a la mujer-madre.

En la sociedad prehistórica  el hombre y la mujer son iguales, al menos, por lo que respecta al reparto de tareas entre ambos. En general, los estudios antropológicos demuestran que las sociedades que se desarrollan en torno a la naturaleza y viven en contacto directo con ella actúan de manera más igualitaria. Estudios que se basan en las comunidades amazónicas que subsisten aún, inmersas en la naturaleza, atestiguan estas pautas de comportamiento.

Las mujeres también cazaban en la prehistoria, lo que ha desmontado el viejo mito que los hombres se dedicaban a la caza y las mujeres a cocinar lo traído por sus esposos. Cerca de la ciudad francesa de Burdeos, en Saint Germain la Riviere se ha encontrado los restos de una mujer fue enterrada acompañada de un ajuar funerario compuesto de puñales, cuernas de ciervo y variadas herramientas de sílex (hojas y láminas). Además, su cabeza aparece adornada con conchas y dientes de ciervo, lo que significa, tanto su importante posición social de esta mujer y su más que probable participación en actividades cinegéticas. La concepción patriarcal de la familia en torno al hombre se establece a partir de la Edad de Bronce. Hasta que esto sucedió mujeres y hombres compartían las mismas labores. Figuras y pinturas rupestres presentan a mujeres con armas, arcos y flechas, que reflejan la existencia en la época de cazadoras. Ejemplo de ello son las llamadas  “Damas Blancas” encontradas en algunos yacimientos prehistóricos, como en Teruel, Castellón y, en Africa, concretamente en Namibia.

En aspecto religioso, se rendía culto al Principio femenino, a la más antigua Diosa que adoró la humanidad: la Madre Naturaleza. Y durante miles de años estaba representada por los iconos femeninos, por lo que, dado que era la mujer, quien proporcionaba el alimento a sus hijos, sería ella la que, como sacerdotisa, buscaría el medio de asegurarlo, mediante los rituales relacionados con la naturaleza.

Ahora, en la era del Neolítico, las antiguas diosas-madres matriarcales[7], consideradas protectoras de las tribus prehistóricas y de la supervivencia del ser humano y responsables de  la fertilidad, son sustituidas por los nuevos dioses masculinos. El matriarcado religioso es sustituido por el nuevo patriarcado que marcará el futuro de la mujer durantes miles de años. Pero no desvelemos ahora el misterio y esperemos al siguiente capítulo. Simplemente concluyamos nuestro viaje al neolítico diciendo que, en esta nueva sociedad, el papel del hombre  en la confección de nuevas herramientas, médico o brujo, o como escriba, relega a la mujer a la recolección y a la alfarería, lo que propiciará que la tribu o clan sea dirigido por un hombre.

La aparición del patriarcado pudo deberse a que la agricultura y ganadería precisaba de unas herramientas muy pesadas para las mujeres, lo que le dio al hombre una importancia superior para la supervivencia de la especie. Esto  supuso el cambio  de una sociedad matricéntrica a una sociedad patriarcal. En la sociedad matricéntrica o matrilineal se transmiten los conocimientos de abuelas a madres, y de éstas a sus hijas. En la sociedad matriarcal es la mujer, que suele ser la abuela, la que maneja los asuntos de la comunidad. En la sociedad patriarcal neolítica ya van apareciendo los nuevos jefes. El matriarcado se diluye, según algunas investigaciones, principalmente porque la cultura cazadora es machista  y mientras muchos de los signos totémicos estaban relacionados con la maternidad de la mujer y la fertilidad, el gran secreto de entonces, los símbolos del poder y la fuerza eran masculinos y el hombre es ahora portador de las armas y de las herramientas y ahora se organizará según los nuevos recursos: agricultores, ganaderos, cazadores, etc., mientras la mujer queda relegada en tareas más sedentarias como es la elaboración de los alimentos y al cuidado de la familia.

Hacia finales del Neolítico, llegará la Edad del Bronce y del Hierro, y con ellas, las guerras y  la llegada de la esclavitud, lo que fortaleció también la posición del hombre en la sociedad. Para entonces, se considera de preferencia la descendencia la  línea paterna, o sea, los hijos permanecen en el  clan del padre y éste llega ya a ser el  jefe de la  familia.

Nacía el patriarcado[8].

3.

“Cuando Coyolxauhqui supo que su madre Coatlicue, diosa de la tierra, iba a dar a luz, se sintió muy indignada. Sabía que su nuevo hermano había sido engendrado por la pluma de un colibrí y celosa por ello quiso matar a su madre. En el momento de intentarlo, nació su hermano. Como todos los dioses, vino al mundo vestido y con armas y fue llamado Huitzilopochtli, o sea «hijo de colibrí». Una serpiente hecha de teas que obedecía los mandatos del recién nacido, decapitó a la diosa de la luna. La cabeza quedó en la ladera de la montaña y el cuerpo rodó cuesta abajo, fragmentándose. Al ser derrotado, el bando representado por Coyolxauhqui quedó desmembrado; según la leyenda, aquellos de sus guerreros que lograron huir, se convirtieron en estrellas. Al ser desplazadas por los hombres, el poder femenino quedó desarticulado y también sus diosas, entre ellas Coyolxauhqui.”

(Historia de Coyolxauhqui)

Hagamos un paréntesis antes de llegar a las grandes civilizaciones. Detengámonos un instante en las civilizaciones precolombinas, muy alejadas geográficamente de aquellas que constituyeron la cuna de nuestra cultura y civilización. Estas civilizaciones precolombinas estaban integradas por los incas, los aztecas y los mayas principalmente.

Los aztecas y mayas, en la región mesoamericana, y los incas, en la andina tenían diversas formas de organización económica, social y política.  Algunos habían desarrollado sociedades urbanas y otros sólo practicaron una agricultura simple o eran cazadores y recolectores. En estas sociedades, la construcción de complejas obras de riego y la aplicación de técnicas agrícolas habían favorecido el crecimiento constante de la producción agrícola y de la población.  Se habían desarrollado las ciudades y la organización social estaba fuertemente jerarquizada.

Entre los aztecas y los incas, y también entre los mayas, los guerreros y los sacerdotes conformaban el grupo privilegiado y ejercían el gobierno. Estas sociedades estaban organizadas y gobernadas por fuertes estados teocráticos, en los que toda la autoridad residía en los sacerdotes y porque el jefe del Estado era considerado como un dios.  Por esto, las primeras ciudades colombinas se organizaron alrededor del centro ceremonial o templo.  Los templos eran edificios que tenían funciones religiosas y también económicas, dado que almacenaban y distribuían los productos tributados por los campesinos. La mayoría de la población, compuesta por campesinos y trabajadores urbanos, debía entregar fuertes tributos en productos y trabajo.

A la llegada de los españoles, las únicas sociedades urbanas que existían en América eran la azteca y la inca; la cultura maya había desaparecido en el siglo XI d.C. Los tres pueblos precolombinos compartían muchos aspectos religiosos y sociales, entre ellos, el papel de la mujer.

En la sociedad inca, como no, el hombre estaba considerado superior a la mujer, tanto en la vida cotidiana como en la familiar, incluyendo el matrimonio; la mujer no podía comer del mismo cuenco que su marido, algo que si era permitido a otros animales domésticos como, por ejemplo, las llamas. O sea, la mujer por debajo de los animales. La mujer se ocupaba de la casa,  a tejer los vestidos de toda la familia, ayudaba en el campo, cuidaba a sus hijos, y se ocupaba de la comida. En el campo, la mujer también tenía un trabajo concreto y principal: “Los hombres trabajaban caminando hacia atrás, y las mujeres les seguían dándoles el frente y rompiendo o desmenuzando los terrones con una especie de lanzadera…”. Además en época en que la cosecha podía estar en peligro por la amenaza de los pájaros que se comían la semilla, «los niños y las mujeres iban a asustarlos y estas últimas danzaban pidiéndole al dios del campo su ayuda”.[9]

Con relación a esto, el poeta  Garcilaso de la Vega, en su Conquista General del Perú (1613) expresaba que la actividad de los pueblos que era distinta a la inca, era “primitiva”: “En algunas provincias muy apartadas del Cuzco, que aún no habían sido bien cultivadas por los reyes incas, iban mujeres a labrar el campo y los maridos quedaban en casa a hilar y tejer”.

La mujer ejercía su trabajo en forma muy intensa: hacía tres o cuatro cosas a la vez; incluso intentaba no perder ni un solo momento de su tiempo; cuando por fuerza tenía que ir a visitar a algún pariente o iba a trabajar al campo y su hijo era lo suficientemente pequeño para andar, lo llevaba sobre la espalda en un repliegue de su capa. Al mismo tiempo que caminaba con su bebe a la espalda  se llevaba trabajo para hilar y tejer, por el camino iba efectuando lo que se llama “hilado”.

El papel de las mujeres de la nobleza incaica  era totalmente diferente, aunque su función principal era también tejer, hilar y cuidar de sus hijos, tenía mucho más tiempo para ellas mismas, cuidar su aspecto. La organización social inca produjo en la mujer dos tipos bien distintos en su clase de vida; la de la inca noble, destinada a vivir en lujosos palacios o en monasterios sacerdotales, y la de la humilde artesana o labriega.

En todos los relatos y estudios sobre la mujer runa (del pueblo inca),  esta es siempre considerada inferior al hombre, como una cosa perteneciente al lote familiar… Llevaba la peor parte de su rol matrimonial en lo que respecta al trabajo, pues no sólo ayudaba al marido en la agricultura, sino que servía como bestia de carga en los desplazamientos, llevando las provisiones en los brazos, porque sobre sus espaldas llevaba a su hijo sujeto con la manta, además de dedicarse a sus quehaceres domésticos, cocinar, hilar, y tejer para toda la familia.

Muy similar a la sociedad inca se encuentra la maya, cuyo periodo alcanza desde el año 1000 a.C. hasta casi el siglo XVII. Dedicada a la reproducción y cuidado de sus hijos. Las mujeres se encontraban sujetas a unas normas morales muy estrictas. En caso de adulterio, se las castigaba con la lapidación. En cuanto al matrimonio, si el marido se encontraba insatisfecho en su primera relación sexual, la mujer debía pagar dote en compensación. Sin embargo, la mujer llegó a ocupar posiciones elevadas en la sociedad y algunas fueron gobernantes, aunque cuando llegaban a unas edad avanzada. Las mujeres eran muy importantes para la economía familiar, pues elaboraban piezas de cerámica, diseñaban piezas en barro, tallaban y tejían el algodón para confeccionar vestidos. También criaban animales para comer o como mascotas y se encargaban de elaborar comidas y bebidas para las fiestas religiosas. No podían participar en ceremonias religiosas donde se efectuaban sacrificios humanos, excepto en ciertas fiestas donde acudían las ancianas. Hay que tener en cuenta que el libro sagrado de los mayas, el Popol Vuh muestra siempre a los hombres como los principales creadores, deidades celestes, terrenales y del inframundo, gobernantes y jefes de familia, reservando a las mujeres un papel secundario con una función esencialmente reproductora, considerándolas solamente en su vejez, reconociendo en el panteón de dioses solo a dos mujeres, Ixmucané e Itzamnaaj, que repite los mismos estereotipos que hemos visto en otras culturas, es decir, vinculadas con la creación y el nacimiento y con poderes sobrenaturales, como la adivinación y la hechicería y asociadas a la guerra, a la Luna, a la noche, al inframundo y a la destrucción. Y así se les ha representado en esculturas, pinturas y códices. Y en las mismas, a la mujer se le suele representar de forma pasiva, sosteniendo niños, animales o jugando, mientras el hombre aparece como héroes que surgen de los animales o cortejando a las mujeres.

En la sociedad azteca la mujer se tenía que mover dentro de un ámbito machista y militarizado. Su destino siempre estuvo signado por el cumplimiento de preceptos morales y obligaciones cotidianas. Las mujeres tenían que atender a sus esposos y a sus hijos más todas las labores hogareñas. Culturalmente se encontraban en inferioridad, debían guardar silencio ante la presencia del hombre y obedecer sumisamente cada uno de los deseos y ordenes. Por otro lado, fueron un pilar para la unidad familiar, el trabajo y el culto. Cuidaban a sus hijos y les amamantaban durante los dos primeros años de vida. Luego la educación pasaba a manos de su padre o la madre según se tratase de niños o niñas.

La base de la sociedad azteca era la familia, de carácter patriarcal y generalmente monogámica, aunque se permitía la poligamia. Sea cual fuere su origen social, la mujer debía guardar normas de conducta que estaban estrictamente reglamentadas. No podía reírse delante de un hombre que no fuera su esposo. Se esperaba de ella una actitud servicial continuamente. Además debía tener una actitud recatada. Ya desde la infancia la educación era distinta para ambos sexos.  Así, las niñas aprendían de su madre los trabajos domésticos y las técnicas del hilado y del tejido, así como las ceremonias religiosas. Se trataba siempre por parte de los padres de inculcar en las niñas sentimientos tempranos de honestidad y pudor, por lo que las niñas comenzaban a usar vestidos a los tres años, mientras que los muchachos andaban desnudos hasta la adolescencia. Evidentemente, también la clase social variaba el status.  Las mujeres nobles se cubrían con falda y “huipili“, que era una especie de camisa ancha de variados colores, mientras que  las plebeyas vestían mantas y pañetes de tejidos humildes. Los padres aztecas prohibían a sus hijas conversar a solas con cualquier hombre, ya que tal privilegio se reservaba al marido. El castigo por desobedecer la orden paterna era muy severo, llegando en algunos casos a la pena de muerte. Las jóvenes tampoco podían abandonar el hogar, excepto para asistir a las celebraciones religiosas, acudiendo siempre  acompañadas y con la prohibición de dirigir la palabra a los extraños.

En resumen: las mujeres aztecas tenían que ser un modelo de virtud. Y aunque la educación era obligatoria, las jóvenes aztecas eran educadas por sus madres en casa para realizar las tareas del hogar. Sólo las nobles podían ir a aprender a una especie de monasterio donde vivían hasta el momento del matrimonio.

Pero reanudemos nuestro viaje. Viajemos por el Nilo hasta llegar a Egipto.

4

Si una mujer sueña que se casa con el que ya es su marido, le irá mal.

Si se ve besándolo, tendrá preocupaciones.

Si se acuesta con un asno, será castigada por un gran pecado.

Si se acuesta con un macho cabrío, pronto morirá.

Si se acuesta con un carnero, el faraón le proporcionará beneficios.

Si se acuesta con un gato, tendrá mal destino.

Si se acuesta con un lobo, un artesano le proporcionará beneficios.

Si se acuesta con un león, verá cosas bellas…

(Libro de los Sueños, siglo III. A.C.)

En el himno la diosa Isis, que se encuentra recogido en el papiro de Oxyrhinco, siglo II a.C se menciona: “Eres la dueña de la tierra […] tú has dado un poder a las mujeres igual al de los hombres”), lo que constituye toda una declaración de principios en cuanto a la relación hombre y mujer del Antiguo Egipto. Y es que en el Egipto de los faraones la mujer disfrutó de una gran libertad e independencia en su ámbito. Ocuparon los estratos más altos dentro de la organización social de aquella época, y las mujeres ostentaron puestos desde las más altas cotas sociales, incluso como de faraona, hasta ocupar todo el escalafón social: escribas, médicos, propietarias, jefas de obras, comadronas, etc. Al contrario que en las sociedades romana y griega que veremos más adelante, en Egipto hombre y mujer eran considerados iguales ante la ley.

No existía ninguna diferencia en cuanto a salarios, entre el hombre y la mujer egipcios. No era necesario que una mujer estuviera casada para poder disponer de libertad jurídica en cuanto a la gestión de sus bienes. Además, en el momento del matrimonio, la mujer tenía capacidad para elegir marido.  La mujer egipcia gozaba de una sexualidad libre. Las relaciones entre ambos sexos no eran tan controladas como en otras culturas, el incesto por ejemplo era habitual en la familia real y ni siquiera el adulterio de la mujer estaba penado, en el peor de los casos le costaba un divorcio, aunque en algunos papiros se relatan casos de pedradas ante el adulterio de la mujer. El matrimonio debía realizarse a temprana edad ya que fundar una familia ocupaba un lugar muy importante en la sociedad egipcia, siendo la edad adecuada para contraer matrimonio los 20 años para el hombre y entre los 15 y 18 para la mujer. Estos enlaces solían ser concertados entre los miembros de la familia, siempre dentro de la misma clase social. El permiso del padre para llevar a cabo la boda era un requisito imprescindible para ambos cónyuges. Celebrado  el matrimonio, se procedía a la redacción de un contrato en el que se incluían las aportaciones y los derechos de los dos contrayentes, en términos de igualdad, lo que resulta chocante. Para la celebración del matrimonio no era necesaria ninguna ceremonia. En caso de divorcio, uno de los cónyuges debía de abandonar el hogar y el esposo debía mantener a la ex-esposa. El adulterio podía ser castigado hasta con la muerte, especialmente si la adúltera era la mujer. Pero, según los textos que nos han quedado, la sociedad egipcia no era excesivamente machista. El objetivo principal del matrimonio era la procreación para asegurar el linaje y un decoroso entierro para los padres, hecho muy importante en una sociedad basada en asegurarse la vida en el “más allá”. Los hijos eran amamantados por la madre durante los tres primeros años de su vida. La educación, sin embargo, era cuestión del padre, que se encargaba de  enseñar algún oficio, bien como artesano, como comerciante o agricultor, las principales actividades de los egipcios.

Aunque también existen teorías que nos dicen que la igualdad entre ambos sexos era solo teórica, ya que la mujer egipcia vivía sometida al padre, al marido e incluso al hijo. Stephen Quirke, en Cultura y arte egipcios asegura que,  a pesar de la igualdad jurídica, la mujer siempre ocupó un lugar estrictamente secundario en la sociedad egipcia. Aún cuando eran deificadas, siempre se presentaban como complemento a un dios central, de carácter masculino. Eso sí, Quirke reconoce la autonomía legal y económica, de manera que está documentado como las viudas vendían sus propiedades, o como reclamaban herencias si pensaban que no se les daba lo que les correspondía, y también señala que posiblemente muchas mujeres sabían leer y escribir, a juzgar por el elevado número de sellos encontrados que les corresponden. No necesitaban de un tutor legal, ya que podían vender, comprar o emprender acciones legales.

La mujer llegó a ocupar el cargo de faraona, el más alto de la sociedad egipcia. Pero esto se produjo tan solo en situación muy excepcionales. Tan excepcional que en los tres milenios de la larguísima historia egipcia solo existieron cinco reinas-faraonas, según el historiador Sicuro. Las más conocidas fueron Tausert, Hatshepsut y Neferusobek. También los historiadores nos hablan de otras dos probables reinas-faraonas: Nicrotis y Nefertiti. Esta última ha sido la más famosa y conocida. Nefertiti poseía una gran belleza y su papel político y religioso fue fundamental.

La existencia de reinas-faraonas solo se producía cuando no existía un sucesor legítimo del faraón, o bien al sustituir a este por su esposa por no existir princesas con quien casar a un sucesor. En cualquier caso, el ascenso de la mujer al trono de Egipto solo estaba destinado a evitar  graves crisis de estado y a salvaguardar la monarquía. Este hecho traía consigo unos reinados efímeros y agitados y apenas sirvieron para crear una leyenda negra en torno a las mujeres faraonas a las que llegaron a considerárselas culpables de la decadencia del imperio egipcio. Tradicionalmente el trono egipcio estaba destinado al varón. El papel de la mujer como mujer del faraón era ser la guardiana y protectora de su país y de su marido. Las reinas egipcias tenían un prodigioso poder a la sombra de su esposo y también en numerosas ceremonias. Pero además, el hombre no podía convertirse en faraón si no se casaba antes con una mujer de sangre real. Esta especial circunstancia traía consigo los matrimonios incestuosos, entre hermano y hermana y entre primos, y los cambios de dinastía cuando al faraón muerto tenía que sucederle el marido de su hija.

La esposa del faraón, como reina,  era la garante de la legitimidad y de la sucesión del faraón, y además, era la principal responsable de la seguridad de Egipto en su papel de la diosa Isis. No obstante, la religión egipcia en este rol era clara: al igual que nunca podría existir un Isis masculino, tampoco podría existir un Horus femenino. Cada uno de los sexos tenía una función específica y el buen funcionamiento del país dependía de esta armonía.

No podemos equiparar a las reinas-faraón con las últimas reinas de Egipto, que gobernaron durante la dinastía Ptolemaica (305 – 30 a. C.) y,  aunque gozaron de muchas prerrogativas reales, no eran auténticas gobernantes independientes, ni su situación tenía nada que ver con las faraonas. Estas reinas han sido relacionadas con intrigas palaciegas y han sido protagonistas de multitud de historias y de obras dramáticas que quizá hayan podido exagerar su papel de regentes, pero que las han convertido en leyendas, como Cleopatra.  Se conocen  tres reinas: Berenice, Arsinoe y Cleopatra.

La legendaria Cleopatra fue una mujer muy ambiciosa. Primero conquistó a Julio César, con el cual tuvo un hijo al que llamó Ptolomeo Cesarion. Ella viajó a Roma acompañada del hijo de César, lo cual supuso una conmoción en el Imperio. Julio Cesar estaba tan enamorado de ella que incluso construyó un templo a Venus Genitrix en su foro, y puso la cara de su amada a la estatua de la diosa. Cuando Julio Cesar murió asesinado, Cleopatra inició una larga relación con Marco Antonio, del cual tuvo dos hijos más. El prometedor general romano abandonó sus obligaciones de triunviro romano[10] y se fue a vivir a Egipto. Marco Antonio acabó enfrentado a Octavio, quien le derrotó en la batalla de Actium. La leyenda dice que ambos se suicidaron. Aunque se ha hablado mucho sobre su belleza, se cree que Cleopatra fue fundamentalmente una mujer muy inteligente, atractiva y con un sentido de la política muy arraigado. Fue la última de los gobernantes griegos de Egipto, que, a partir de entonces cayó en manos romanas.

Esta situación de aparente igualdad entre ambos sexos egipcios cambió cuando, a finales del siglo CXI a.C., bajo el reinado de Plotomeo Filopator, la mujer egipcia comenzó a perder la independencia y derechos que había tenido durante tres mil años. Todas aquellas prerrogativas que había disfrutado comenzaron paulatinamente a perderlas.

5

El que conoce el principio masculino, pero se atiene al principio femenino, es como un profundo cauce del mundo donde confluye todo bajo el cielo. (Lao Tsé)

Nuestra máquina del tiempo nos lleva ahora a la China imperial. La de las milenarias dinastías de emperadores. La de las geishas. La China de los proverbios y de la sabiduría. Gracias a estos proverbios, los chinos tienen recetas para casi todo. Es una especie de “todo a cien” en cuanto a recetas y consejos. Especialmente para la mujer, donde no sale muy bien parada.

Cuando llegues a casa, coge a tu mujer y, bien sujeta, dale una paliza. Tu no sabrá por qué, pero ella sí.”

Así de claro. Este proverbio anónimo, como casi todos ellos, es un claro ejemplo de la famosa “sabiduría” china. Este “todo a cien” de los sabios proverbios posee  varios consejos con relación a la sumisión y el maltrato de la mujer. Otros proverbios no son tan anónimos, pero sí tan expresivos. Uno de los padres de la filosofía china, Confucio, tenía una opinión de la mujer muy poco filosófica: “La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo.”

Confucio enseñó que los todos los hombres nacen buenos y que era el ambiente que le rodeaba lo que le pervertía. Consideraba también a todos los hombres iguales, independientemente de su posición social o lugar de nacimiento. Sin embargo para mantener el “buen orden social” era necesaria la existencia de jerarquías. Necesarias tanto en el ámbito del Estado como en el familiar. Para Confucio, la familia era la base de la sociedad y el matrimonio tenía una gran importancia, cuyo objetivo esencial  era tener hijos varones para preservar el orden social propio de la época. La raíz de la familia era la unión hombre-mujer, necesarios ambos, pero no iguales. Si los dos fueran iguales resultaría imposible el orden, y la vida familiar vendría a convertirse en lucha de poder entre varones y mujeres. Confucio concebía a la mujer como el elemento irracional (yang) del ser humano y  representa el aspecto acogedor y fecundo de la vida; por eso debe hallarse subordinada al hombre (ying), que por su parte, sólo adquiere su sentido en relación con lo femenino. Ella aparece como un ser nebuloso, necesario para los trabajos de la casa y para el equilibrio de la vida y el amor, y que unida al hombre, que simboliza la luz, constituyen el necesario equilibrio de lo humano.   Eso sí, el hombre no puede ser un déspota caprichoso dominador de la mujer, pues si lo hiciera se negaría a si mismo, y rompería el necesario equilibrio familiar.  Tampoco la mujer ha de ser es una esclava: conserva su identidad, tiene autonomía en el orden familiar, en el conjunto de la vida; pero sólo puede conservarla y ejercerla si está dirigida por el esposo que organiza (dirige) el conjunto. La milenaria y tradicional sabiduría china no tiene desperdicio: “Sin educación la mujer tiene su mejor personalidad”. Y como los proverbios formaban parte de la educación china, las mujeres no podían ir a la escuela, razón por la cual ninguna sabía leer y escribir, incluso sus propios nombres. Solo se libraban de este consejo las hijas de los nobles o de los maestros, que podían aprender estas cosas en su casa. 

No nos extrañemos, pues, que la mujer china ocupara un lugar bajo y degradante en aquella sociedad. Era común asignarle los trabajos más despreciables o los menos importantes. Un bebé varón era considerado como un regalo de los dioses y se los trataban como tales, mientras que una niña recién nacida debía soportar innumerables maltratos y vejaciones, como por ejemplo, que le vendaran los pies para que le crecieran torcidos y así no pudiera correr y escapar de su esclavitud. O simplemente, asesinar a las niñas para controlar la descendencia. Las costumbres a principios del periodo de la guerra (480-221 d.C.) a las niñas al tercer día después de nacidas se las dejaba bajo la cama. Los padres podían elegir  recogerla. Si no, se quedaría allí hasta morir, a menos que alguien más la  salvara, tal vez para servir como  esclava más tarde, porque su valor era ínfimo. La mujer, una vez casada, pasaba pertenecer a la familia del marido, por lo que no merecía la pena dedicarla más tiempo del necesario.

Otro “sabio” proverbio chino dice: “Escucha a tu esposa, pero nunca creas lo que dice”. Y otro: “Hija casada, agua tirada”. Este sometimiento extremo explica otro proverbio tradicional: “Si estás casada con un pollo, obedece al pollo; si estás casada con un perro, obedece al perro”. Parir y criar hembras es considerado una mala inversión y una vergüenza social, ya que son los hijos quienes se preocupan de cuidar a sus padres durante su vejez y es a través de ellos que se perpetúa el apellido familiar. Las hijas, en cambio, una vez casadas se entregan por completo al cuidado de su familia política. La mayoría de las chicas se casaban durante sus años de adolescencia. Los padres de ambos arreglaban el matrimonio a través de un intermediario o consejero de matrimonio y la niña tenía que aceptar al marido acordado. La mayoría de las parejas nunca se conocían sino hasta el día de la boda.

Los hombres tenían más fácil conseguir el divorcio presentando cualquier excusa: que la mujer no se llevaba bien con los padres de él,  no era una buena cocinera, adulterio, celos, infertilidad,  alguna enfermedad incurable, que hablaba mucho o que descuidaba sus labores domésticas. Si el marido demostraba el adulterio de su esposa, la familia tenía derecho a matar a la mujer y al adúltero. Por lo general, la mujer y el adúltero eran atados dentro de una jaula para cerdos, con barricadas y con esta atada a una pesada roca. A continuación, esta se lanzaba al río para que ambos murieran. Al menos aquí la “justicia” era equitativa.

Hemos mencionado la costumbre de vendar los pies a las mujeres chinas cuando aún eran niñas. Una práctica que se mantuvo viva durante cerca de dos milenios, traspasando incluso la época de los emperadores. Aún hoy en día existen mujeres chinas, con más de ochenta años de vida, que tienen unos pies con solo siete centímetros de largo y que se encuentran en la provincia china de Fujian.  Según cuenta la historia, fue en el siglo X, en la época del emperador  Li Yu (tercer y último emperador de la Dinastia Tang del Sur) cuando una cortesana del palacio imperial, llamada Yao Niang,  famosa por su belleza y su talento al bailar, recibió la orden de preparar una danza para deleite del emperador Tang Li Yu y en honor de los dioses. Entre los preparativos para la danza se le vendaron los pies imitando la forma de la media luna. Su éxito fue tal que, a partir de ese día, todas las mujeres de la corte y del resto del imperio vendaron sus pies y los de sus hijas, y los de las generaciones posteriores. El proceso de vendaje empezaba cuando las niñas tenían entre 4 y 6 años, y era realizado por la propia madre. Los pies eran puestos a remojo en agua con algunas hierbas, para ablandarlos, les arrancaba las uñas y se les rompía los cuatro dedos más pequeños. Luego se vendaban con seda o algodón empapado, apretando los dedos contra el talón. Cada dos días se retiraba el vendaje y se volvía a repetir el proceso, y así durante dos años. El objetivo, tener unos pies de siete centímetros. Las únicas partes en contacto con el suelo eran su calloso talón y el dedo gordo. El resultado era que estas mujeres tenían un caminar complicado y dificultoso, pero considerado seductor y de buenas costumbres por parte de las mujeres que los tenían, razón por la cual era preferidas por los hombres y eso, evidentemente, aumentaba considerablemente su valor. Una práctica que fue abolida en 1911, lo que nos da la dimensión de este auténtico holocausto que supuso esta práctica para las mujeres chinas que, cuestiones estéticas al margen, la convertía en un ser prácticamente inválida y dependiente de los demás.

A lo largo de nuestro imaginario periplo por la historia vemos que las civilizaciones antiguas consideraban a la mujer como un ser inferior. Las enseñazas del dios chino  Buda, sigue esa línea, como se puede ver en unos de sus primeros discursos: “Las mujeres son pícaras, llenas de malicia y en ellas es difícil encontrar la verdad”. Hablando a los monjes budistas, afirma que no deben nunca dirigirse a una mujer, ni mirarla, a no ser en caso de necesidad. Las reglas establecidas inicialmente para su “orden” se referían sólo a los hombres, porque sólo ellos podían hacerse monjes y alcanzar la perfección. Si una mujer deseara realmente el camino de la salvación, sólo tenía una alternativa: renacer como varón, lo que sería posible en el caso de que se esforzase, en su vida de mujer, por “desarrollar un modo de pensar masculino”. Fácilmente ella podría desviar al hombre de sus mejores propósitos, constituyendo, pues, un gran peligro. Era preciso mantenerla bien apartada, y, para eso, había que aprender a despreciarla.

Buda cambió más tarde su opinión y sus enseñanzas. Una antigua leyenda cuenta que el cambio de debió a la insistencia de la madrina de Buda, apoyada por las razones de su discípulo predilecto Ananda, que pedían la fundación de una orden femenina en el monaquismo budista. Tras insistir tres veces el bueno de Ananda, Buda terminó aceptando que las mujeres también pudieran  alcanzar el Nirvana.

El objetivo principal de la mujer china era el matrimonio y para ese momento era preparada desde la infancia. Como a través del matrimonio la mujer pasaba a depender del clan familiar del marido, en la familia china eran despreciadas, llegando incluso a ser ahogadas por la propia comadrona al nacer. No en balde, un proverbio dice que «educar a una niña es como estar labrando el campo de otro hombre».  La edad de contraer matrimonio para una mujer eran los 17 años. La boda estaba pactada entre las familias, por lo que la novia no conocía a su esposo ni a sus suegros hasta la celebración, habitualmente de manera suntuosa. Desde ese momento, la mujer abandonaba su clan familiar y dependía directamente del marido y su clan. La virtud femenina más valorada era la fidelidad, especialmente después de casada. Si una mujer enviudaba y volvía a casarse era muy criticada, hasta el punto en algunos libros de castigos se señalaba a las viudas cortadas en dos por los demonios, repartiendo cada uno de los trozos entre sus maridos.

A finales de la época imperial surgieron algunos escritores que se dedicaron a reivindicar el papel de la mujer en la sociedad, abogando por la igualdad con el hombre en algunos aspectos, como en los asuntos intelectuales y creativos. El más importante de estos autores será Cao Xuequin, autor de «La historia de la piedra«. Posteriormente, La rebelión taiping[11] de mediados de la década de 1850 llevará consigo un importante papel en la mejora de la situación femenina. Estos consideraban iguales a hombres y mujeres, pues para ellos eran hijos e hijas de Dios. Se prohibió la prostitución y el vendado de los pies, permitiendo a la mujer una mayor libertad en sus movimientos, al tiempo que se otorgaban los mismos derechos sobre la propiedad de la tierra. Sin embargo, ellos mismos sometieron a trabajos forzados a las mujeres con los pies vendados capturadas durante la revuelta. Los misioneros protestantes apoyaron los movimientos contrarios al vendado de los pies y favorables a la enseñanza a las niñas, que pronto tuvieron resonancia entre la sociedad china.

Mao Tse Tung y su “revolución cultural” exterminaron a un imperialismo milenario, pero  la situación de la mujer apenas cambió. El Partido Comunista Chino no acabó con buena parte de las estructuras tradicionales perjudiciales para las mujeres. Esta sería la razón por la que numerosas familias continuaron abandonado a sus hijas en orfanatos públicos, algo que se sigue haciendo hoy en día. La propaganda pro-china nos ha querido dar una imagen de la mujer en los tiempos de Mao que nada tuvo que ver con la realidad. Los maoístas occidentales quisieron convencernos que durante esta época las mujeres chinas alcanzaron altas cotas de equiparación con el hombre, llegando a ocupar el liderazgo en muchas empresas e instituciones chinas, acabando así con la milenaria sociedad machista derivada de la ortodoxia confuciana. Nada más lejos de la realidad.

Para empezar, Mao Zedong (Mao Tse Tung), fue un personaje tremendamente siniestro, un dictador que no dudó en sustituir la arcaica estirpe imperial con el poder de las armas y de los juicios sumarísimos. Posteriormente, suprimió a todos aquellos ciudadanos que se oponían al nuevo orden comunista y luchaban por una China libre y democrática, llegando a ser responsable de la muerte de más de 70 millones de personas. En cuanto s su relación con las mujeres, Mao las trataba con desprecio, tal y como su médico particular dejó escrito en sus memorias[12]. Incluso no dudaba en forzar sexualmente a niñas menores de edad porque esto le convertiría en un ser inmortal, según sus propias creencias.

Y es necesario que en este capítulo recordemos a una mujer que plantó cara al dictador chino: Wang Ronfen.   Joven miembro del Partido Comunista chino, pronto sufrió el desencanto con la llamada Revolución Cultural y sus crueles métodos, llegando a decir acerca del Gran Timonel que  “no hay ninguna diferencia entre Mao y Hitler”. Wang llegó a  escribió una carta a Mao firmada por ella misma anunciando su abandono de Juventudes Comunistas La reacción a la misma fue el acoso y el hostigamiento de los partidarios de Mao que provocaron intentos de suicidio por parte de la joven, hasta que finalmente fue detenida y condenada a cadena perpetua, todo ello sin juicio alguno. A la muerte de Mao, tras doce años de encarcelamiento, fue liberada, y, tras los sucesos de Tiananmen, en el año 1989, se exilió a Alemania donde se dedicó a escribir novelas.

6.

¡Oh amigas! Mi esposo, el peor de los hombres, me ha abandonado, cuando en él tenía cifrada mi mayor dicha; de todos los seres que sienten y conocen, nosotras las mujeres somos las más desventuradas, porque necesitamos comprar primero un esposo a costa de grandes riquezas y darle el señorío de nuestro cuerpo; y este mal es más grave que el otro, porque corremos el mayor riesgo, exponiéndonos a que sea bueno o malo. No es honesto el divorcio en las mujeres, no es posible repudiar al marido. Habiendo de observar nuevas costumbres y nuevas leyes, como son las del matrimonio, es preciso ser adivino (no habiéndolas aprendido antes, como sucede, en efecto) para saber cómo nos hemos de conducir con nuestro esposo. Si congenia con nosotras (y es la mayor dicha) y sufre sin repugnancia el yugo, es envidiable la vida; si no, vale más morir. El hombre, cuando se halla mal en su casa, se sale de ella y se liberta del fastidio o en la del amigo, o en la de sus compañeros; mas la necesidad nos obliga a no poner nuestra esperanza más que en nosotras mismas.

(Medea, de Euripides)

Llegamos a la Grecia clásica. La patria de los grandes filósofos y pensadores, cuyas teorías y enseñanzas nos ha llegado hasta hoy mismo. En la sociedad griega había dos niveles claramente diferenciados dentro de la vida cotidiana: uno privado, correspondiente al ámbito familiar y doméstico, en el que se situaba a la mujer; y otro público, en el que se tomaban las decisiones importantes, y que estaba ocupado exclusivamente por los hombres. Las mujeres no podían tomar decisiones y su papel era esencialmente el de traer al mundo hijos y cuidar del hogar.

La mujer podía elegir esposo; eso sí, con la aprobación de sus padres. El matrimonio no se producía como consecuencia de una relación hombre-mujer, sino que se producía a través de un contrato entre el futuro marido y el padre de la futura esposa.  El padre entregaba a la hija junto con una dote, y ésta pasaba de la casa paterna a la casa del marido, manteniendo el orden ciudadano: la herencia y los hijos legítimos, futuros ciudadanos de la polis. La dificultad para hacer frente a estas dotes, provocaba el infanticidio femenino o, en el mejor de los casos, el abandono de las hijas, incluso recién nacidas.  Cuando una mujer estaba en disposición de contraer matrimonio, se hacía pública la intención de casarla, lo que atraía a los pretendientes, que no dudaban en aposentarse cerca de la casa de la novia, tal y como relata Homero en su Odisea, en la que, ante la sospecha de la muerte de Ulises, su esposa Penélope debe contraer nuevo matrimonio. El elegido deberá hacer regalos a su suegro[13].

Al contraer matrimonio,  la esposa mantenía su nombre (al contrario que en otras culturas) y se encargaban de la administración el matrimonio familiar y de la organización del hogar familiar. La edad más frecuente para el matrimonio de la mujer egipcia eran los trece años, siendo los dieciséis la edad de los hombres. La mujer casada griega estaba obligada a guardar la fidelidad más absoluta a su marido, bajo pena de castigo, estando ocupada únicamente al cuidado del hogar y de los hijos. El adulterio de la mujer estaba castigado con el divorcio, aunque en algunos casos se conocen la pena de lapidación de la esposa. En el caso que ésta tuviera un hijo varón, la tutela de la madre carece de cualquier autoridad y es únicamente el padre quién se hace cargo de la educación del hijo. Sólo las niñas quedarán bajo su cuidado hasta que alcancen la edad de casarse, iniciándose de nuevo el ciclo.

Al hombre le estaba permitida la poligamia y podía tener más de una esposa, dependiendo del patrimonio de este, ya que a la mujer y a los hijos le correspondían su parte proporcional de los bienes del marido. El divorcio podía ser solicitado por cualquiera de los dos cónyuges. Las razones alegadas podían ser desde el adulterio y la esterilidad de uno de los esposos, hasta la fealdad de uno de ellos. En cualquier caso, cada cónyuge recuperaba los bienes que constaban en su contrato. En el caso de que la mujer no tuviera bien alguno, volvía con sus padres. En caso de viudedad, la esposa podía ser expulsada del hogar y podía ser casada de nuevo si el padre o tutor lo consideraba necesario.

La mujer no era lo suficientemente digna como para asistir a los juegos olímpicos, pero sí que lo era bajo el criterio religioso, es decir, el hombre griego menospreciaba la figura de la mujer como persona, pero a su vez adoraba  las deidades femeninas otorgándole la misma autoridad que la de los dioses varones. Incluso, a modo de excepción, alguna mujer como la poetisa Safo destacaron y fueron alabadas por su inteligencia y su preparación intelectual[14]. Asimismo, la literatura griega está llena de heroínas que se convirtieron en símbolos gracias a sus hechos y cualidades. Entre ellas, encontramos a Antígona, que representa su lucha contra la injusticia de su hermano Orestes y a la ya mencionada Penélope, la esposa de Ulises, que representa la fidelidad conyugal. O Alcestes, ejemplo de amor conyugal al ofrecer su viva por la de su esposo.

La vida de las mujeres atenienses de clase acomodada era muy afortunada. Encerradas en su hogar, solo salían  con ocasión de las fiestas religiosas o para visitar amistades. Su ocupación giraba en torno a la educación de los hijos y a la dirección de las labores domésticas realizadas por la servidumbre. No participaban en los grandes banquetes y dormían separadas de su esposo, que las requería en la cámara nupcial cuando deseaba mantener relaciones sexuales con ella. La dependencia del marido era tal que podía amonestarla, repudiarla o matarla en caso de adulterio, siempre que éste estuviera probado. Las mujeres de menor rango social al menos podían salir de sus casas sin ningún inconveniente, acudir al mercado o a las fuentes públicas e incluso regentar algún negocio. Al no tener posesiones económicas ni materiales, los matrimonios apenas estaban concertados, al no existir las dotes. Los niños varones eran muy apreciados por lo que  numerosas niñas eran abandonadas por sus padres ya que se consideraban auténticas cargas para la familia.

Los ciudadanos atenienses que poseían riquezas podían disponer de cuantas concubinas desearan, con las que  mantener relaciones sexuales a su deseo. Algunas de ellas vivían en su propia casa, bajo el techo conyugal y con el beneplácito de la esposa legítima. Pero también el marido podía acudir a las numerosas prostitutas que vivían en la ciudad, ya que la prostitución estaba regulada en Atenas.

Al llegar a Grecia hemos mencionado a los grandes pensadores y filósofos que pasearon sus enseñanzas por las calles y plazas de Atenas. Este conocimiento y filosofía jugaron un papel muy decisivo en la historia del pensamiento. A las mujeres se les vetaba el acceso a la cultura ya que, como se ha dicho antes, no podían participar en la vida pública. Pese e ello, en la edad de oro de la civilización griega (siglos V-IV a.C.), denominado siglo de Pericles, se conoce la existencia de dos mujeres que consiguieron adentrarse en el mundo del conocimiento: Temistoclea, una sacerdotisa de Delfos dedicada a las Matemáticas y Filosofía, cuyas teorías fueron recogidas por Pitágoras y fueron esenciales para sus posteriores teorías matemáticas; y, la otra, Teano[15], la cual se dedicó a la Cosmología[16]. A las únicas mujeres que se les permitía el acceso a la ciencia en la época griega  eran las hetairas[17]. Una de ellas, Aspasia de Mileto[18], fue maestra de Sócrates. La imagen de la mujer fue completamente denostada en una época donde el conocimiento de la filosofía y otras ciencias tuvo una enorme importancia. Los grandes filósofos clásicos, entre los que se encontraban los dos padres de la filosofía, Platón y Aristóteles, dieron una imagen negativa de la mujer e incidieron en su inferioridad y, sobre todo, en el carácter impuro de su sexo, como veremos más adelante.

Y es que en la Grecia de Platón y Aristóteles los derechos mujeres eran equiparables a los de los esclavos; o sea, ninguno. A las mujeres les estaba vedada  la política y no poseían tener derechos de ningún tipo.  Si bien los varones nacidos de padre y madre libres y nacidos dentro de la polis griega eran considerados ciudadanos de pleno derecho, no ocurría lo mismo con las mujeres en las mismas circunstancias.  Los hombres eran los únicos que podían, participar en los actos públicos, asambleas, teatro, juegos, ritos y competiciones. En realidad, solo una cuarta parte de la población griega poseía estos derechos. Es por ello que uno de los castigos más comunes en la Grecia clásica era el ostracismo, el exilio forzoso o la atimía, es decir, la pérdida de los derechos civiles que impedían a un ciudadano participar de la vida pública, o sea al nivel de esclavos y mujeres.

Los grandes padres de la filosofía clásica, los griegos Platón y Aristóteles, no ayudaron a dignificar el papel de la mujer en sus trabajos. Platón reconoce en sus obras una misma naturaleza para el hombre y la mujer,  aunque para Platón la educación era necesaria para las mujeres únicamente para equipararse al hombre, con lo que da a entender que el hombre es un ser superior con respecto a la mujer.  De igual forma para Platón la mujer se convierte en alguien cuyo papel es mantener la especie, no reconociéndole ningún derecho civil ni ningún tipo de oportunidad.

Peor es la visión de Aristóteles sobre la mujer. Al hombre le corresponde gobernar a su mujer y a sus hijos; a la mujer la gobierna como al magistrado de la republica y a los hijos como un monarca absoluto. El hombre está mejor dotado que la hembra para el mando y en cuanto a los hijos debe gobernarlos tanto en razón de amor, a la que es acreedor, como por ser mayor de edad (más sabio). El hombre tiene el mismo interés que el esclavo, ya que uno (el hombre) tiene la capacidad de previsión y en otro (el esclavo) tiene la capacidad de realizar lo que el hombre prevé, siendo los dos necesarios para poder realizar las cosas. Para Aristóteles, la mujer es un ser reproductivo y el varón un poseedor de bienes. Debido al contexto histórico y las guerras, los hombres se ausentaban por largos períodos y según Aristóteles esto era nefasto y el origen de los males de esta sociedad. Probablemente la visión de Aristóteles no era equívoca, ya que las mujeres no tenían la experiencia para asumir dicho reto, por falta de  aprendizaje. Para Aristóteles la virtud de la mujer era el silencio, junto con la sumisión, y el hombre determinará su statu quo; al no otorgarle voz a la mujer a esta se le niega su oportunidad de crear su propio discurso, y por tanto carece de identidad, y si la mujer no tiene voz no puede considerársele como ciudadano. De igual forma la mujer no era sujetos de Derecho.

No obstante, en esta sociedad llamada democrática disponemos de diferentes modelos de mujer, siempre en la sombra,  pero sin lugar a dudas de gran importancia. Las esclavas, las concubinas,  las hetairas y la mujer libre, todas ellas conformaron una red imprescindible pero que carecía de derechos igualitarios a los hombres. Únicamente las hetairas a modo privado disponían de la libertad y la preparación intelectual de los hombres sin estar sometidas a las rutinas de las demás féminas[19].

Las civilizaciones antiguas estaban fuertemente influenciadas por su variada mitología, hasta el punto de que muchos asuntos cotidianos, sociales, políticos, y hasta de estado como eran las conquistas de otros territorios, eran consultados al oráculo, una especie de sacerdote que consultaba los mensajes del dios (augurio) sobre tal asunto. También estaban las sacerdotisas.

Podríamos decir mucho sobre la influencia espiritual de la mujer. La sacerdotisa se aparta del rol tradicional de la mujer. Adopta diferentes nombres, según la sociedad que representa. Así, la shaman, la curandera, la sibila, la anciana sabia, la médium, las vestales, etc. son mujeres que ocupan un lugar preferente en la escala social, aunque nunca sustituyen al hombre en este apartado. Muchas culturas indígenas mantienen la dirección espiritual femenina, como los mapuche de Chile, los karok y yurok de California, por ejemplo, así como otras en Suráfrica, Siberia, e Indonesia. Pero las sociedades imperiales y feudales suprimen el ejercicio de la autoridad religiosa por parte de las mujeres. Las sacerdotisas templares desaparecen gradualmente de Asia occidental.

La marginación de las sacerdotisas de la dirección ritual y la autoridad religiosa ha sido una de las causas de la disminución del  poder femenino. Las escrituras de las grandes religiones  prohíben a las sacerdotisas expresarse de forma escrita e incluso forman parte de historias que las demonizan.  Durante muchos siglos, los sacerdotes masculinos marcaron el canon religioso y lo redactaron cuidadosamente para borrar el papel de las mujeres de relacionadas con la religión, tales como los que nombran a María Magdalena como principal discípula de Jesús de Nazareth, a la que no dudan incluso de definirla como prostituta[20].

Las sacerdotisas  en las culturas patriarcales a menudo gozaban de derechos y privilegios negados a la mayoría de las mujeres: tales como su propia renta, la libertad de movimiento y el prestigio social. Algunas sacerdotisas griegas recibían una parte de la cosecha. Las sacerdotisas de Demeter eran las únicas mujeres permitidas asistir a los juegos olímpicos, sentándose en un altar contiguo de la diosa. Las vestales de Roma gozaban del manejo de sus asuntos sin la supervisión masculina, y recibieron otros privilegios negadas a las otras mujeres.

Mientras que las culturas dominadas por el varón requerían a menudo que la sacerdotisa se mantuviera en el celibato, a veces eludieron estas las restricciones sexuales impuestas a las mujeres ordinarias. En la India, la devadasi no estaba sometida a ningún marido y sus hijos heredaba el linaje materno. Los leyes babilónicas de Hammurabi favorecían a los hombres sobre mujeres, pero las sacerdotisas podrían heredar y administrar sus bienes[21].

Dentro de los ejemplos de sacerdotisas que gozaron de gran importancia social están las vestales romanas y las phylaí egipcias. Las vestales eran las encargadas de mantener encendido el fuego sagrado del templo de Vesta, una tarea básica en el Imperio romano, ya que estos pensaban que el destino de Roma estaba ligado al mantenimiento del fuego sagrado del santuario de Vesta y, si éste se extinguía, Roma misma desaparecería. A la hora de seleccionarlas, debían ser hijas de padres reconocidos, vírgenes de gran belleza y tener entre seis y diez años de edad. Las elegidas era separadas de su familia y conducidas  al templo, en donde les cortaban el cabello y luego las sometían a una prueba, dejándolas suspendidas de un árbol para probar que realmente ya no dependían de sus familias. En Egipto, la mujer tuvo una función importante, no sólo como componente activo de un cuerpo sacerdotal, sino también por su presencia imprescindible en la sociedad egipcia, ya fuera realizando las humildes labores del hogar, como trabajadora en diferentes oficios o desempeñando el papel de madre, esposa, etc.

Puede pensarse equivocadamente en un cuerpo sacerdotal dirigido y estructurado sólo por hombres. Este error, el mismo en el que cayó Heródoto[22], omite la presencia de la mujer en el clero sin darse cuenta que en ocasiones esta ocupó puestos de competencia y formó un grupo importante en la estructura jerárquica y sacerdotal del Antiguo Egipto. La actividad religiosa de las phylaí apunta hacia labores enmarcadas dentro del culto funerario, siendo estas esposas de altos oficiales. Más tarde su actividad se amplió en el seno del culto de los dioses y diosas, como músicos y bailarinas. Estaban encuadradas dentro de cuatro o cinco Phylaí o grupos, estructuradas jerárquicamente de forma piramidal, de forma análoga a sus homónimos masculinos. En determinados casos, eran las administradoras de los bienes familiares, llegando en algunos casos a amasar grandes fortunas. Sólo heredaban en caso de que no hubiera hermanos varones con vida, en cuyo caso podían llegar a obtener la propiedad de grandes porciones de tierra. Eso si, para mantener su herencia no podía casarse con el pariente más cercano.

En una polis griega, Esparta, la situación de la mujer era distinta. Las espartanas tenían voz en las asambleas políticas y podían recibir la herencia de sus padres cuando ellos morían, de modo que había en Esparta muchas damas acomodadas que vivían su vida con plena libertad. Eran las únicas mujeres en Grecia que podían asistir a los juegos olímpicos, aunque este derecho solo podían utilizarlo las mujeres no desposadas. Si bien no podían participar de los órganos de gobierno, ni acceder a cargos públicos, ni intervenir en las reuniones de los hombres, ni en el ejército, tampoco estaban obligadas a las labores domésticas, para las cuales contaban con esclavas. Tenían, en cambio, la responsabilidad de concebir y preparar a los hijos hasta los siete años, momento en que la educación pasaba a manos del estado.

Ellas no se casaban de acuerdo con la voluntad de sus padres, sino con la suya propia y no lo hacían, como se acostumbraba en Grecia, a los 14 6 15 años, sino a los 20. La ceremonia nupcial consistía en  dejarse raptar por el hombre que ellas elegían y, después de eso, las relaciones entre ellos se mantenían una temporada durante la cual cada uno vivía en su casa. Los encuentros eran secretos, breves y en completa oscuridad, sin mediar tiempo de convivencia, “recientes en el amor, por dejar siempre en ambos la llama del deseo y de la complacencia”, como escribió Plutarco. A veces, esa relación duraba tanto que había hombres que eran padres sin haber visto jamás a su mujer a la luz del sol. No se les exigía dote y la ley reconocía su igualdad hasta el punto de que les estaba permitida legalmente tener amantes.

Imagino que la ceremonia nupcial a la que he aludido antes ha despertado la curiosidad del lector y lectora. Antes de seguir nuestro viaje por la máquina del tiempo, alimentaré esa curiosidad.  Pues bien; los esponsales espartanos se llevaban a cabo mediante el rapto de la cónyuge femenino, como he dicho antes. Este rito provenía de una antigua práctica  que provenía de la isla de Samos, y en un mito en que Zeus raptaba a Hera de Eubea y se unía a ella en una gruta. Con este rito, el hombre demostraba su astucia para cumplir sus cometidos sin ser visto. Antes de la ceremonia del rapto, la mujer era vestida como un muchacho y se la calzaba con sandalias e incluso se la perfumaba con olor varonil y esperaba a su prometido en una habitación a oscuras. Al parecer esta costumbre obedecía a que los hombres pasaban la mayor parte del tiempo entre sus compañeros, por lo cual al tener la mujer estas características, los hombres no extrañaban la diferencia, siendo además que al poco tiempo volvían a morar entre sus compañeros. La unión, realizada en secreto al final de la agogé era una prueba, la mujer debía demostrar su capacidad para engendrar hijos y, en caso positivo, al llegar el hombre a los treinta años, la unión se formalizaba. Sin embargo, aunque esta formalización daba inicio a la familia, los cónyuges pasaban poco tiempo juntos, estando el hombre dedicado a sus propias obligaciones en compañía de sus compañeros y a su principal actividad: la guerra. Mientras, las espartanas se encargaban del gobierno de la casa, pero sin estar recluidas en ella.

7. 

“Cualquier animal, cualquier esclavo, ropa o útil de cocina lo probamos antdes de comprarlo; sólo a la esposa n ose la puede examinar para que no disguste al novio entes de llevarla a casa. Si tiene mal gusto, si es tonta, deforme o le huele el aliento, o tiene cualquier otro defecto, solo después de la boda llegamos a conocerlo.”

Lucio Anneo Séneca, Controuersiae, II, 3,2

En nuestro viaje a través del tiempo, es preciso que nos detengamos ante otra de las grandes civilizaciones: la romana. Sin duda alguna, el Imperio romano constituyó uno de los mayores imperios de la historia de la humanidad. El Imperio romano, en su apogeo, a principios del siglo III d.C, comprendía no solo las penínsulas, islas y costas del Mediterráneo, así como grandes extensiones del interior (hasta el borde del Sahara y hasta el río Tigris), sino también zonas de Europa situadas tan al norte como el sur de Escocia, el Rhin y el Danubio (además de una parte del sur de Alemania, al otro lado del Rin y la Dacia al otro lado del Danubio central). La extensión  más importante del Imperio en Europa tuvo lugar durante el reinado del primer emperador, Augusto. Sus generales llevaron la frontera septentrional desde los Alpes hasta el Danubio y finalmente llegaron a la Península Ibérica.

A diferencia de los griegos, que tenían a sus mujeres en las casas y si tenían tiempo libre, no lo pasaban en familia, los romanos se sentían atraídos por la vida doméstica. La mujer aparece como compañera del hombre romano, está a su lado en los banquetes, comparte con él la autoridad sobre los hijos y criados y participa también de la dignidad que tiene su marido en la vida pública. Pero esta libertad la obliga a que sea austera y reservada e, incluso los banquetes, la mujer ha de estar sentada y no recostada, y no beber vino sino mulsum (vino con miel); siempre en un segundo plano, no participa en la vida pública, en la política, en la literatura, ni puede ser cabeza de familia.

En la época romana se mantuvo el  modelo familiar y político de la época griega que excluía a las mujeres, situándolas bajo la potestad del pater en una sociedad patriarcal. Existía solamente el poder del pater familias, dotado de ciudadanía plena, propietario absoluto (con derecho sobre la vida y muerte de sus hijos). A diferencia de los griegos, las mujeres podían ser consideradas ciudadanas romanas, pero no podían participar en la vida pública, aunque si se les permitía aprender a leer y escribir.

Las niñas de familias romanas acomodadas iban a la  escuela hasta los doce años. Después de esta edad pocas mujeres continuaban educándose. A los doce años había muchachas que ya estaban otorgadas a un marido, aunque no se hubiera consumado el matrimonio.  Dentro del matrimonio, la esposa  no era más que un objeto al servicio del marido; paría los hijos y cuidaba del patrimonio. Sin embargo, siempre se le considera naturalmente inferior a su marido y se espera que lo obedezca. Por su parte, el marido respetará a su esposa como un jefe respeta a sus amigos inferiores. Se acepta que un marido es el dueño de su esposa, como de sus hijas y de sus criados. Al igual que en Grecia, los enlaces matrimoniales solían ser concertados por las familias y el padre de la joven, el cual debía entregar una dote a la muchacha. Ella tenía derecho de sucesión respecto a su padre e incluso capacidad de testar por lo que se dieron matrimonios donde la esposa era más rica que el marido y rehusaba la autoridad de este. Pero lo habitual era que la mujer estuviera absolutamente supeditada a su esposo. Las señoras ricas no tenían obligaciones como amas de casa porque su marido era quien mandaba sobre los esclavos. Las esclavas eran las encargadas de vestir a la señora, e incluso podían dormir con ella como compañía,  pero este era el único privilegio. Estaban obligadas a guardar normas de decencia, lo que las obligaba  a salir de casa acompañada por sirvientes, señoritas de compañía y un caballero de servicios. Sólo debidamente acompañadas las mujeres tenían derecho a visitar a sus amigas.

El divorcio estaba limitado al marido. Solo en el caso de viudedad, la mujer gozaba de un status de libertad y de poder disponer de su fortuna a su libre albedrío. Cuando el esposo fallecía, la viuda, al igual que en Grecia, soportaba una legión de pretendientes que intentaban desposarse con ella para hacerse con su fortuna. Previamente debía haber muerto el padre porque si no, como pater familias, era dueño de todo lo que pertenecía a la familia. Si era el hombre el que quedaba viudo podía buscarse una concubina, mujer con la que un hombre solía acostarse habitualmente, a modo de prostituta. No olvidemos que los emperadores contaban con un amplio harén de concubinas en palacio. Pero llegaría un momento en que ese hombre viudo decidiera establecer un vínculo más estrecho con esa concubina de inferior rango social por lo que se produce una unión de hecho entre ambos denominada concubinato. La concubina debía ser una mujer libre y la unión monogámica. Este concubinato no da lugar a consecuencias jurídicas, siendo libres los hijos nacidos de esa relación. La concubina entre los romanos casi no se diferenciaba de la mujer legítima sino en el nombre y en la dignidad, de modo que por eso se llamaba mujer menos legítima y así como por el derecho romano no era lícito tener a un tiempo muchas mujeres, tampoco se permitía tener juntamente muchas concubinas.

El único momento en el que las mujeres eran libres era durante las denominadas Bacanales, fiestas en honor del dios Baco donde podían beber vino y podían practicar el sexo, tanto heterosexual como homosexual. Estas fiestas fueron prohibidas por el Senado en el año 186 a.C. por el escándalo que suponían para la sociedad acomodada romana[23]. El adulterio era un tema más serio ya que se consideraba no sólo deshonroso sino que era además un delito que podía llevar al destierro. De hecho Augusto tuvo que desterrar a su propia hija Julia por este motivo. En general el adulterio no se tomaba en cuenta si era consentido por el otro cónyuge y no se hacía público, cosa que ocurría en la mayoría de las ocasiones. Recordemos la famosa frase de Julio César al repudiar a su esposa como consecuencia del escándalo de la fiesta de la diosa Bona: «la mujer de César no sólo debe ser decente, también debe parecerlo». 

La mujer romana gozaba de plena libertad para ir donde quisiera, siempre que fuera escoltada por un hombre; bien un esclavo o por su marido. De esta forma, podía ir a comprar, acudir a los templos o asistir a espectáculos. Por lo demás, la mujer romana estaba totalmente sometida al hombre, hasta el punto que este podía torturarlas, venderlas o, incluso, matarlas. La mujer carecía de todo derecho y se encontraba siempre bajo la tutela de su padre o su marido. No podía sin el consentimiento de su tutor escoger marido, disponer de sus bienes o testar. En sus casas la situación mejoraba relativamente: podían comer con sus esposos.  Esta situación va mejorar un poco con Justiniano que permite que la mujer pueda poseer riquezas.

No podemos concluir nuestro periplo por las civilizaciones antiguas sin detenernos en una de las más antiguas, misteriosas e influyentes de la historia: la celta.

8.

Una hembra celta iracunda, es más temible incluso que un riastradth (estado en que los guerreros keltoi acudían a la batalla, similar al bersecker vikingo), pues se muestra más fiera e indomable que éstos…». (La guerra de las Galias, Julio César)

Resulta difícil hablar del origen y naturaleza de los celtas. Ellos no tenían conciencia como grupo o etnia como lo tuvieron otros pueblos, por lo que resulta muy complicado delimitar el término celta, si bien su procedencia es indoeuropea, expandiéndose por toda Europa y formando numerosos pueblos. No es, sin embargo, el objeto de este libro hablar del origen céltico, sino el papel de la mujer en esta sociedad.

Y en esta sociedad nos encontramos que las mujeres celtas gozaban de mayores derechos que las mujeres de otras culturas en la misma época.  Porque, a diferencia de las mujeres griegas o las romanas que, recordamos estaban  controladas absolutamente por su padre o tutor, su esposo o su hijo, la mujer celta podía llegar a tener la máxima autoridad, como por ejemplo Boudica, reina de los Icenos, líder guerrera de las tribus del sur de Britania, que acaudilló varias tribus britanas durante la ocupación romana en tiempos del emperador Nerón. Según Dion Casio, Boudica era Sacerdotisa de la Diosa Andrasta, Diosa de la Victoria. Pudiera ser que Boudica fuera druida además de reina. Tácito también escribió sobre su vida y gracias a ello su figura no se ha perdido.

Las reinas y heroínas guerreras abundan en las historias de los celtas. También conocemos  una jefa gala, Onomaris, cuyo nombre significa serbal (árbol de ceniza) y que es un árbol sagrado de los druidas,  condujo a las tribus celtas en su marcha hacia los Balcanes, fundando un asentamiento en lo que hoy es Serbia y una ciudad junto al Danubio, la actual Belgrado. Por otro lado, nos cuentan la historia de Eponina, que tomo parte en la insurrección gala del 69 d.C. Plutarco nos cuenta en su Tratado de virtudes femeninas la historia de Chiomara, la cual fue capturada por los romanos y violada por un centurión. Cuando el centurión se dio cuenta de que era una mujer de alto rango, pidió un rescate que Ortagión accedió a pagar. El intercambio iba a tener lugar junto a un río. Mientras el centurión estaba recogiendo su oro, Chiomara lo decapitó y llevo su cabeza para su marido.

Plutarco narra otra historia, la de Camma, sacerdotisa de la Diosa Brigit (equivalente  de Artemisa),  casada con un jefe llamado Sinatos, asesinado por un tal Sinorix, que obligó a Camma a casarse con él. La ceremonia de boda incluía beber de una misma copa, así que Camma envenenó la copa, bebiendo ella primero de la copa y aceptando su propia muerte para obtener la del asesino. Historias y leyendas de este tipo en la literatura celta son incontables y son demostrativas de que la valentía y de la mujer  era equivalente al hombre.

Anteriormente, mencionamos a las sacerdotisas de algunas civilizaciones importantes. En la mitología celta nos encontramos a las duídas. En la tradición celta, la existencia de mujeres druidas es explícita. Aparecen referencias a las Bandruaid, mujeres druidas, y aún más frecuentemente a Banfhlaith o Banfhilid. Según Seathrún Céithn, las vírgenes guardianas de los fuegos existieron en Irlanda hasta que fueron reemplazadas por las religiosas cristianas. Muchas druidesas aparecen de manera individual en las epopeyas Irlandesas. En «la Segunda batalla de Magh Tuireadh» dos mujeres druidas prometieron «encantar a los árboles y las piedras y la tierra, para que se convirtieran en una hueste y pusiesen en fuga a sus enemigos«. Existen cientos de historias y leyendas que hablan de grandes hechos de mujeres druidas.

La sociedad celta estuvo regida por la denominada Ley de Brehon, las cuales fueron escritas entre los años 600-900 d.C. y se trataba  de un código civil que marcó las relaciones jurídicas de los celtas. Con anterioridad a esta ley, las mujeres estaban esencialmente subordinadas a sus maridos y padres. Pero después, pese a que seguían siendo los hombres los que mandaban, las mujeres celtas tenían mayor libertad, independencia y derechos a la propiedad que en otras sociedades europeas de la época. El marido estaba autorizado legalmente para golpear a su esposa «para corregirle», pero si el golpe dejaba marca, ella tenía derecho a exigirle el equivalente de su dote en remuneración y podía, si ella lo deseaba, divorciarse de él. La propiedad del patrimonio no se podía disponer o vender sin el consentimiento de ambos esposos. Sin embargo, las mujeres todavía estaban en gran medida subordinadas a sus padres o maridos y no eran reconocidas formalmente para actuar como testigos, su testimonio era considerado como «imparcial y fraudulento».

La Ley de Brehon[24] permitía a las mujeres celtas ejercer muchas profesiones, incluso abogado o juez. Tenían derecho de sucesión, podían heredar propiedades y seguiría siendo propietaria de cualquier bien que aportara al matrimonio. Si el matrimonio se disolvía, no solo se llevaba sus propiedades sino cualquier cosa que su marido le hubiera dado durante los años de casados. Tanto la mujer como el hombre podían divorciarse. Si un hombre cometía un crimen, perdía sus derechos o era exiliado y esto no afectaba a la posición de la esposa. La mujer era responsable de sus deudas, no de las del marido.

Bajo la ley de Brehon, las mujeres eran iguales al hombre en cuanto a educación y propiedad. En el matrimonio, la mujer era compañera, y no propiedad de su marido. Ella se mantenía como la única dueña de las propiedades que habían sido suyas antes del matrimonio. Las propiedades que adquirieran ella y su esposo no podían ser vendidas sin el consentimiento de ambos. En ciertos casos de divorcio, la esposa no sólo tomaba su parte de los bienes y regalos del matrimonio, sino también una suma de ambos como compensación.  Debido a esta igualdad con los hombres, las mujeres guerreras celtas tomaban las armas y marchaban a la guerra con sus compañeros, circunstancia que fue abolida en el  año 697. La ley que las eximió de este derecho y obligación es conocida como Cain Adanman, en honor a San Adanman, quien, a instancias de su madre, luchó por esa exención. Parece que la madre de San Adanman, Ronait, quedó horrorizada por la barbaridad que presenció al ver a una mujer con una hoz de hierro, masacrar a otra mujer en batalla.

Las mujeres celtas eran muy aseadas y coquetas. Solían adornar mucho sus vestidos, se trenzaban los cabellos e incluso se maquillaban con una hierba y con jugo de bayas. Solían ser mujeres fuertes y esbeltas, debido a que desde niñas se entrenaban en el uso de las armas y porque a los celtas no les gustaba la obesidad. En síntesis, Las mujeres de origen Celta eran criadas y educadas al mismo nivel que los hombres. Poseían el derecho de elegir a sus compañeros y nunca podían ser forzadas a una relación que no querían. Eran enseñadas a trabajar para que pudieran garantizar su sustento, eran excelentes amantes, amas de casas y madres. Su primera lección era: “Jamás permitas que ningún hombre te esclavice: naciste libre para amar, y no para ser esclava”. Amén.

Mientras las mujeres en el mundo occidental han logrado su emancipación hace menos de un siglo, las mujeres en la Irlanda antigua tenían casi los mismos derechos que el hombre. Había reinas en todo derecho y lideraban a las tropas en batalla. La mujer siempre tuvo un lugar de respeto en la sociedad celta y fue respetada en sus derechos también. Irónicamente, la abolición de las leyes Brehon, y con ello los derechos de las mujeres, fue finalmente completado bajo el reinado de la Reina Elizabeth de Inglaterra (año 1.600)[25]. Bajo estas leyes, hombres y  mujeres vivían en igualdad y democracia en Irlanda.

Los griegos y los romanos no entendían la libertad y derechos de las mujeres celtas, ni sus actitudes más abiertas a las relaciones sexuales. Incluso Estrabón llega a decir que «los celtas britanos no solo cohabitaban con las mujeres de otros, sino con sus propias madres y hermanas«. Sin duda, esta sociedad abierta y permisiva no era entendida por los pueblos extranjeros. Teniendo en cuenta esta posición social única de las mujeres celtas, la tradición Irlandesa no solo habla de mujeres guerreras, sino de mujeres profetisas, druidas, bardos, médicos e incluso, poetisas.

El papel de las mujeres en la sociedad celta cambió drásticamente  en el siglo X d.C., ya que el sistema legal galés solo permitía una igualdad hasta la edad de doce años, edad en la que morfológicamente se distinguían hombres y mujeres. La mujer galesa podía seguir divorciándose, pero les pertenecía la mitad de la riqueza del matrimonio. Una mujer viuda o separada conservaba la posición del hombre con el que había vivido. Sin embargo, una posición de inferioridad empezó a surgir en la nueva sociedad patriarcal cristiana.

A partir de que el cristianismo se impone en todo el territorio de influencia celta, la mujer pierde el estatus del que disfrutaba, pasando a ser (según la nueva mentalidad cristiana) «un diablo tentador, cuyo único fin es arrastrar al hombre a las llamas del infierno«, y equiparando a las druidas con la brujería. Vade retro.

A principio del siglo V, las tribus germánicas invadieron el Imperio Romano. Las fronteras cedieron por falta de soldados que las defendiesen y el ejército no pudo impedir que Roma fuese saqueada por visigodos y vándalos. Cada uno de estos pueblos se instaló en una región del imperio, donde fundaron reinos independientes. Uno de los más importantes fue el que derivaría a la postre en el Sacro Imperio Romano Germánico.

Llegamos a la Europa de la Edad Media.

9.

Nos adentramos en el año 476, coincidiendo con la caída del Imperio Romano. Nuestro periplo a través de este periodo histórico nos llevará hasta el año 1492, año del descubrimiento de América o hasta el año 1493 coincidiendo con la caída del Imperio Bizantino, y año de invención de la imprenta.

Diez siglos, desde el siglo V hasta el siglo XV. Mil años en los que las circunstancias sociales, políticas, económicas y religiosas no favorecieron nada las condiciones de vida de los hombres y mujeres de esta época: inseguridad, guerras, epidemias, hambres,  poder feudal, tradición jurídica heredada a la vez de los romanos y  del derecho germánico, y finalmente la inmensa influencia de la Iglesia en todos los aspectos de la sociedad medieval. En este escenario, es fácil imaginarse la vida y el papel de la mujer. No es propósito de este libro el analizar la sociedad medieval en general, sino el papel de la mujer en estas condiciones sociales. Vayamos a ello.

Ya desde el inicio en la denominada Alta Edad Media (siglos V al X) el marido puede matar a su esposa adúltera después de perseguirla a latigazos, desnuda, a través del pueblo. El castigo a esta ejecución para el esposo siempre será muy inferior al asesinato de un hombre. La mujer no elige a su futuro marido, tiene que aceptar el que ha escogido su padre o su linaje, por brutal, viejo, joven o amante que sea. El padre es el guardián de la pureza de sus hijas como máximo protector de su descendencia.

Al contraer matrimonio, la joven pasa a manos del marido, quien ahora debe ejercer el papel de protector. El enlace matrimonial se escenifica en la ceremonia de los esponsales, momento en el que los padres reciben una determinada suma como compra simbólica del poder paterno sobre la novia. También podía ser que la esposa fuera adquirida a cambio de otros bienes materiales, o incluso cambiada por animales. En cualquier caso era adquirida como si de una mercancía se tratara. Poco importaba al padre el futuro de la hija. Lo esencial era ajustar el precio. La joven tenía que aceptar la decisión paterna aunque se conocieron casos de muchachas que se negaron a admitir el compromiso.  Sin embargo, en algún concilio merovingio y en el decreto de Clotario II (614) se prohibió casar a las mujeres contra su voluntad, lo que  motivaría que algunas mujeres tomaran espontáneamente a un hombre, en secreto, o que se produjeran raptos de muchachas, secuestros que contaban con el beneplácito de la víctima que rompía así con la rígida disposición paterna. También en muchos casos, la muchacha elegía la vida religiosa como forma de eludir la voluntad paterna.

La mujer es la gran víctima de esta época. A los problemas de dominación masculina que se arrastraba a lo largo de la historia se unía ahora el valor de la virginidad para la mujer. En una época de gran influencia religiosa, la virginidad era el bien más preciado de una mujer. Tan preciado objeto de deseo aumentaba  el riesgo de ser violada por algún bandido o por algún “caballero”  enemigo; de ser raptada, o de ser repudiada y condenada al convento, cuando no a la muerte, según el buen parecer y deseo del hombre en general y del suyo en particular. En una sociedad en la que los textos bíblicos determinaban que el ideal de mujer era María como símbolo de pureza y maternidad, frente a Eva como modelo de tentación y pecado y que condujo al hombre a la expulsión del paraíso, marcó el canon moral medieval. Esta necesidad de proteger la virtud de la mujer, no en cuanto a la integridad de este,  sino en realidad la necesidad de proteger el honor de su padre, hermano o esposo, produjo normas y leyes dirigidas a salvaguardar los raptos y violaciones,  al tiempo que se reprime la ruptura del matrimonio y se castiga contundentemente el adulterio y el incesto. Los galo-romanos castigan la violación de una mujer libre con la muerte del culpable mientras que si la violada era esclava, el violador debía pagar su valor[26]. Para que nos quede a todos muy claro: estos castigos no se producían por el hecho físico de violar a una mujer, sino porque tal hecho afectaba al honor de los hombres de los que ella dependía o pertenecía. Una mujer violada se convertía en una mujer “corrompida”, sin valor alguno en si misma y con la obligación de renunciar a todos sus vienes, siendo repudiada por la sociedad. Su única salida era la prostitución. O la muerte.

El incesto estaba especialmente perseguido, a pesar de no tratarse de relaciones entre hermanos. Los matrimonios con parientes se consideran incestuosos, entendiendo por parentela «un pariente o la hermana de la propia esposa» o «la hija de una hermana o de un hermano, la mujer de un hermano o de un tío». Los incestuosos eran separados y quedaban al margen de la ley, a la vez que recibían la excomunión y su matrimonio era tachado de infamia.

Las tribus germánicas consideraban un grave delito el adulterio[27]. La mujer adúltera era estrangulada y arrojada a una ciénaga inmediatamente mientras y algunas tribus, como  los galo-romanos ejecutaban a aquellos adúlteros sorprendidos “in fraganti”. La influencia del Cristianismo cambiará estos conceptos. En palabras del catedrático francés especialista en temas medievales, Michel Rouche, «mientras que el paganismo acusa a la mujer de ser el único responsable del amor pasional, el Cristianismo lo atribuye indiferentemente al hombre y a la mujer (…) Se abandona la idea pagana conforma a la cual el adulterio mancilla a la mujer y no al hombre«. Cierta idea de igualdad de sexos empezaba a despuntar en el Occidente europeo.

Mientras la ley burgundia[28] (siglo V) y la ley romana autorizaba el divorcio, la Iglesia católica lo prohibía. Evidentemente existen condicionantes que lo permiten, siempre desfavorables con la mujer. El divorcio es automático si la mujer es acusada por su marido de adulterio, maleficio o violación de una tumba. El marido será repudiado en caso de violación de sepultura o asesinato. El mutuo acuerdo sería la fórmula más acertada para el divorcio, siempre y cuando los cónyuges pertenecieran a la etnia galo-romana. Esta fórmula incluso será aceptada, a regañadientes, por la Iglesia, al menos hasta el siglo VIII. Siempre era más razonable que el llamado «divorcio a la carolingia», consistente en animar a la mujer a que de una vuelta por las cocinas y ordenar al esclavo matarife que la degollara. Tras pagar la correspondiente multa a la familia, el noble podía volver a casarse porque quedaba viudo. No tenían igual suerte las viudas ya que las leyes germánicas intentarán poner todo tipo de impedimentos a un segundo matrimonio de una mujer viuda. Conserva su dote y el «morgengabe»[29], por lo que mantiene independencia económica. Pero si vuelve a contraer matrimonio, perderá esta independencia al caer en el ámbito familiar del nuevo marido y revertir el patrimonio en su propia parentela.

Al ser heredera la sociedad medieval de las costumbres romanas y germánicas, al tiempo que heredera de un sistema de creencias estructurado en Oriente Medio, establece sus bases en el patriarcado. El varón es considerado un «agente activo» mientras que la mujer es el «agente pasivo». Esta es la razón por la que el varón ocupa un papel dominante ante la mujer, a pesar de plantear la religión cristiana en sus textos fundamentales la igualdad entre los dos sexos ante el pecado y la salvación, dejando a un lado la presunta negación de la existencia de alma en las mujeres de lo que luego hablaremos. En este marco patriarcal, la vida pública, desde la política a las armas pasando por la cultura o los negocios, está reservada casi exclusivamente al hombre mientras que la mujer está relegada a la vida doméstica.

Durante estos mil años, la mujer vive en constante sometimiento.  Pasa del dominio de su padre al de su marido y no puede actuar nunca sin el permiso  de estos. Este es el triste panorama de la mujer en el Medievo. Mil años de negra historia, donde la mujer era un simple objeto y de negación de los más elementales derechos humanos. En una época en la que el feudalismo era dueño de todo, la mujer era menos que nada. Mil años en los que la mujer era la culpable de casi todas las desgracias. Mil años de grandes restricciones morales y sexuales donde la mujer era utilizada, también como moneda, como capricho y como símbolo de poder. La honra, y especialmente la virginidad, tenía un precio elevado entre las clases sociales más altas, a veces solo al alcance de príncipes y reyes.

Esto nos lleva a un concepto del que hemos oído hablar muchas veces. Hablemos del “derecho de pernada” o “ius primae noctis” o, simplemente, derecho de la primera noche. Este derecho estaba incluido dentro del orden jurídico medieval. Consideremos que los territorios estaban divididos en “feudos”. Y cada feudo tenía su señor feudal, el cual era el dueño de todo los bienes, materiales y humanos. Este feudo que incluye su familia en el sentido más amplio, sus criados de ambos sexos y todos los niños nacidos en el castillo y aledaños, legítimos o bastardos, y que las mujeres de sus siervos o campesinos no deben aparecernos siempre guapas y jóvenes como en las películas, sino más bien al contrario, en una sociedad rural que padece hambre y epidemias, se las puede más fácilmente imaginar como prematuramente marcadas, sucias, cubiertas de piojos y pulgas y, por lo tanto, seguramente poco apetecibles sexualmente hablando. Al señor, en general, le debía ser mucho más provechoso convertir ese derecho en una renta o tributo más a pagar por el novio en el momento de la boda. Cuando un hombre elegía esposa para casarse debía solicitar permiso al señor feudal. Este podía optar entre exigir esta especie de “impuesto”, consistente en dinero o bienes, o ejercer su “derecho de pernada”, en la cual el señor feudal pasaba la noche de bodas con la novia. Este derecho tenía un origen bárbaro. En las sociedades primitivas se consideraba  una especie de “tabú” la sangre de la primera desfloración, en la que se podía liberar fuerzas malignas a través de esa sangre. Por tal motivo, esa desfloración era realizada por sacerdotes, magos, brujos o personas con más poder, como el jefe de la tribu o, incluso a veces el propio padre o la propia madre. Pero no nos engañemos. Este rito pagano, en una sociedad medieval fuertemente religiosa solo tenía una clara demostración del poder, no exenta de sadismo, del señor feudal sobre su inferior. Evidentemente, se ejercía si el señor lo consideraba necesario. Este mismo derecho podía ser ejercido por príncipes y reyes sobre los señores feudales a su servicio.

Otros de los fenómenos medievales que afectó muy negativamente a las mujeres fueron la brujería, o más bien la persecución de las denominadas brujas, a través de una institución religiosa conocida como la Santa Inquisición. Desde el siglo VI, en numerosos concilios eclesiásticos, se condenan a todos aquellas personas que creen en el culto al diablo, el esoterismo, las supersticiones o las prácticas inmorales en general. Sin embargo, hay que hacer un matiz importante con relación a la supuesta quema de brujas. Existe la creencia que en la Edad Media la Inquisición perseguía a las acusadas de brujería y, después de torturarlas, las enviaba a la hoguera. La realidad es que tales hechos nos están probados, salvo en las leyendas o películas de ficción. No existen documentos que atestigüen estos castigos. Es cierto que desde el siglo VI se condena a los que practican la brujería. Pero la Iglesia, tal y como decían los manuales penitenciales de los siglos X a XIII, lo castigaba con rezos y penas monetarias. La realidad es que la época más negra, la que ilumina las hogueras y la quema de brujas, se basa en un “manual del perfecto inquisidor de brujas”, el Malleus Maleficarum (El Martillo de las Brujas), escrito en 1486 por dos dominicos alemanes quienes aseguraron en el libro que les habían sido otorgados poderes especiales para procesar brujas en Alemania por el Papa Inocencio VIII, por medio de un decreto papal del 5 de diciembre de 1484; pero este decreto había sido emitido antes de que el libro fuese escrito y antes de que sus planeados métodos fueran dados a conocer. El clero de la Universidad de Colonia lo condenó, declarándolo tanto ilegal como antiético. Los grandes siglos de la brujería vasca, estudiada por Julio Caro Baroja, son el XVI y el XVII, es decir, en el Renacimiento. Contra lo que suele creerse, la mayor parte de los procesos por brujería los llevaron a cabo tribunales civiles, y la Inquisición solo tuvo un papel preponderante en los primeros años de la caza de brujas. Los procesos tuvieron lugar por igual en países católicos y protestantes. En los territorios de religión ortodoxa, en cambio, las cazas fueron de intensidad mucho menor.

Así pues, lo único que está documentado es que Europa se convirtió en escenario de miles de hogueras donde se quemaron a miles de mujeres que eran consideradas brujas, en un tiempo en que la definición de bruja era, simplemente, apartarse de los cánones sociales, religiosos o morales de la sociedad, en la primera parte de la Era Moderna (siglo XVI). Si es cierto que una simple denuncia, a veces falsa, de un familiar, vecino o de la autoridad religiosa bastaba para que la maquinaria inquisitorial pusiera en marcha unos métodos basados en las más terribles torturas, cuyo fin era la confesión de la víctima y el posterior castigo. Si el acusado o acusada resistía los tormentos y no admitía su culpa significaba que la inspiración del diablo era más fuerte que el sagrado tribunal.

Hablemos ahora de un asunto en el que los historiadores mantienen teorías encontradas y que  muchas veces se encuentran influenciadas, en mayor o menor grado, por el anticlericalismo que pueda afectarles. Este anticlericalismo ha sido utilizado como arma arrojadiza contra la iglesia en general. Es cierto que la religión influyó, y lo sigue haciendo en muchas partes del mundo, en las costumbres morales de la sociedad y ha sido responsable de muchos de los padecimientos de las mujeres. Marcó el pensamiento del ser humano durante miles de años. Pero la religión también supuso un refugio seguro para muchas mujeres, como fue el único medio que había para que la mujer pudiera acceder al conocimiento y al estudio. Es importante tener en cuenta todo esto cuando hablamos de una de las discusiones más intensas de los investigadores e historiadores sobre el reconocimiento del alma en la mujer en la Edad Media. Según algunas teorías, fue en el concilio de Macon[30], en el año 585,  donde se planteó esta cuestión, ganando el voto afirmativo.

No existe, sin embargo, prueba alguna de este plebiscito, ni existe acta alguna de ese concilio que demuestre esta cuestión. La realidad es que en Macon no se celebró concilio alguno, sino un sínodo y no se planteó duda alguna sobre el alma de la mujer, sino que se planteó una duda teológica consistente en si la mujer podía ser considerada como “homo” (varón), al hablarse del ser humano en general, teniendo en cuenta que, en el relato de la creación se dice que Dios creó al ser humano (homo) como varón y mujer y que Jesús era Hijo del hombre, a pesar de que era hijo de la Virgen, es decir, de una mujer. La cuestión se resolvió admitiéndose que el término “homo” era común para el hombre y la mujer. Esa fue la realidad que después, conveniente e interesadamente manipulada, fue tergiversada. Nunca se planteó la Iglesia la existencia del alma en la mujer.

Lo que también es una realidad es el marco jurídico e ideológico que afecta a la situación de la mujer en la Edad Media. El Derecho medieval, heredero del Derecho romano y del Derecho germánico, y cuyo ejemplo más elaborado es el derecho feudal, suele considerar a la mujer como a un ser menor de edad, “incapaz” en general. No se reconoce la tutela paterna sobre la mujer mayor de edad, pero sí la potestad marital. La mujer, en la mayoría de los casos, no puede disponer de su fortuna, administrar sus bienes, o presentarse ante un tribunal; para cualquiera de estas gestiones, la presencia de un hombre, padre, marido, hermano o tutor es imprescindible. Circunstancia que ha perdurado hasta finales del siglo XX, donde se precisaba la firma del marido para muchas gestiones administrativas. En esta situación, es extremadamente difícil encontrar mujeres que hayan destacado en esta época. El hecho de que las mujeres se vieran en muchos casos obligadas a ingresar en conventos o monasterios para huir de la autoridad de padre o de algún matrimonio indeseado, por viudedad o por promesa, hace que en las instituciones religiosas encontrrmos algunas mujeres que destacaron en el campo de las artes, especialmente en la literatura, como Hildegard de Bingen[31], santa Clara, santa Catalina de Siena[32], Margarita de Ypres, Beatriz de Nazaret o Angela de Foligno.

Hoy, la nueva Europa de los derechos y libertades que disfrutamos poco tiene que ver con la Europa medieval, en la que se privó a las mujeres de los más elementales derechos durante toda la Media. Ejemplos de ello tenemos muchos: las leyes inglesas no prohibían que un hombre vendiera a su esposa, hasta tal punto que la mujer estaba completamente bajo el control del hombre, sin derecho alguno y sin bienes, que pasaban a pertenecer a su marido. Bajo la ley francesa, una mujer casada no tenía derecho a vender o comprar algo sin la participación de su marido en el contrato de la operación o sin su permiso por escrito. La mujer casada perdía su apellido en el momento del contrato matrimonial para comenzar a usar el apellido de su marido como muestra de sometimiento, algo que se mantiene hoy en día en muchos lugares del mundo.

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“La mujer nació de la costilla del hombre.

No de la cabeza, para estar encima,

Ni de los pies para ser pisoteada.

Bajo el brazo para ser protegida, y

cerca del corazón para ser amada”.

“No hagas derramar lágrimas a una mujer,

pues Dios las contará.”

(Talmud)

Antes de continuar nuestro viaje a través de la historia aparquemos nuestra virtual máquina del tiempo y  adentrémonos en la influencia de la religión, todas las religiones, en  las condiciones de vida y desarrollo de la mujer en la sociedad.

No cabe duda que el episodio entre Eva y la manzana ha marcado la imagen y el papel de la mujer como transgresora y culpable de todos los males de la humanidad. La mujer es considerada la causante del “pecado original” y la razón de todas las catástrofes que sufrió el mundo por esta trasgresión. La mujer ha sido considerada como un ser “impuro”, físico y moral, que conduce al hombre a su perdición. San Trotoliano nos dice: “La mujer es el camino que tiene Satanás para llegar al corazón del hombre. La mujer lleva al hombre al Árbol Prohibido. La mujer viola las leyes de Dios y distorsiona la figura del hombre”. Y eso a pesar de que el Antiguo y el Nuevo Testamento no tienen una lectura especialmente machista, sino todo lo contrario en muchos casos.

Hay dos formas en las que podríamos abordar el tema de la mujer en la Biblia. Primero, desde una perspectiva cultural. La Biblia fue inspirada por Dios, pero escrita por seres humanos; eso implica que tiene el toque divino bajo la influencia humana. Pero además, fue escrita por hombres. La Biblia nos dice que cuando Dios creó al ser humano (homo), este un ser sexuado, es decir hombre y mujer. Los creó en una posición de igualdad, aunque si analizamos el capitulo 2 del Génesis, vemos que desde su creación fueron hechos para estar juntos (“compañera te doy y no sierva”), y con igualdad de responsabilidades, con un solo objetivo: vivir en íntima relación con su creador y el uno con el otro. Ambos tenían el derecho a elegir y decidir por si mismos. Esto se demuestra cuando Eva hace uso de sus derechos y desobedece a Dios al hacer caso de las palabras engañosas de la serpiente, poniendo en duda las palabras de Dios.

Adán también tuvo la misma oportunidad de elección que Eva, pudiendo optar por hacer caso a Dios o a su compañera en el episodio de la manzana. Pero al igual que ella, elige caer en la tentación y dar más crédito  a las palabras de la serpiente que a las de su creador, dando origen al pecado original. En la misma medida, cuando Cristo muere en la cruz, en su redención restituye tanto al hombre como a la mujer; por eso  Cristo no diferencia entre ambos sexos, tanto hombre como mujer tienen los mismos derechos y oportunidades de acercarse a Dios, de adorarlo, de servirlo y de amarlo, con todo lo que ello implica.

La misma Biblia que nos dice que Dios premia a aquel que cree en él, independientemente de si es hombre o mujer. Que bendice a aquel que decide amar, sea hombre o mujer. Que levanta al oprimido, sana, y ayuda a todo aquel que cree en él, sea hombre o mujer. Prueba de esto es que fue a  casa de Pedro para sanar a su suegra; se detuvo en el pozo para hablar con la mujer samaritana, pese a que esta había tenido cinco maridos. Y así, en muchos ejemplos y situaciones que narra la Biblia.

Y estos actos narrados pertenecían a un espacio temporal en medio de una sociedad israelita en la que la mujer vivía en una situación de inferioridad y de marginación social porque eran excluidas del culto, del templo y de la ley. Así, hecha impura por la Ley, la mujer por el solo hecho de ser mujer perdía su valor y era vista como un ser inferior. No contaba como persona y se la mantenía lo más lejos posible de vida pública. El hombre era el dueño de todo. El tener hijos varones era muy importante y si nacían hembras era una desgracia y un castigo de Dios.

Y mientras, Jesús ayudaba a las mujeres marginadas de toda vida social y religiosa. Para los judíos era inconcebible que un rabí entrara en la casa de una mujer sin la presencia del esposo o padre. Jesús obvió esta norma con Marta y María. Condenó el divorcio, reservado a los hombres, por considerarlo un atentado a la dignidad de la mujer. Defendió a la mujer adúltera a punto de ser apedreada (“Mujer, quedas libre”).

La Biblia no deja lugar a dudas: Dios detesta todo tipo de explotación y abuso (Éxodo 22:22; Deuteronomio 27:19; Isaías 10:1, 2). La Ley de Moisés condenaba la violación y la prostitución (Levítico 19:29; Deuteronomio 22:23-29), así como el adulterio, el cual sancionaba con la muerte a ambas partes (Levítico 20:10). La culpa de que los israelitas no siguieran las leyes divinas y a veces denigraran a las mujeres era una cuestión que nada tenía que ver con  Dios. Con Biblia o sin ella, para los judíos la mujer no hereda si tiene hermanos varones. Es considerada una maldición por haber tentado a Adán en la famosa escena del Edén. Debido a este estigma bíblico, para la Torá “la mujer es más amarga que la muerte”. Para los cristianos la mujer es la causante de toda desgracia. Son las causantes de la caída del hombre, la trampa de Satanás. El origen del mal.

«Ama a tu esposa como a ti mismo y hónrala más que a ti mismo«.  (Yevamot 62-b: Talmud)

Aunque la legislación bíblica más antigua presuponía que la mujer era un ser pasivo cuyo destino estaba supeditado al hombre, la narrativa habla de mujeres con mucho poder, como Rebeca, independientes como Raquel, y profetas y líderes como Miriam y Débora, ya que a pesar de ser una sociedad patriarcal, en la sabiduría, refranes, proverbios y música judías la mujer y la imagen materna ocupan un lugar preponderante. Surgen así las cuatro madres del pueblo judío: Sara, Rebeca, Raquel y Lea, pilares de toda una nación.

A la mujer se le consideraba  esencial en la transmisión de la identidad religiosa en el medio familiar. Como raíz espiritual de la educación, la madre es responsable de que los valores se transmiten de generación en generación. Es por ello que es considerado judío solo aquel que nace de madre judía.

En los tiempos post-bíblicos y talmúdicos el status de la mujer judía fue mejorando. Se le permitió tener mayores derechos sobre su propiedad privada y se estableció el contrato matrimonial a través del cual el hombre prometía mantener, honrar y apoyar a su esposa. Sin embargo, el status de la mujer permaneció virtualmente sin cambios hasta el siglo XI d.C. cuando el rabino Gershom de Mainz, convenció a un grupo de eminentes sabios judíos de que se estableciera una legislación que prohibiera al hombre ser bígamo o divorciarse sin el consentimiento de su esposa. Esta ley significó un cambio fundamental para la vida de la mujer judía.

De acuerdo a la tradición judía, la mujer, a diferencia del hombre, no se ve obligada a cumplir con los preceptos religiosos que se establecen para determinadas horas o días. El objetivo de esto es liberar a la mujer de observar mandamientos que interfieran con sus labores en el hogar y con la familia y especialmente en la atención a los hijos. Como la mujer no tenía que estar inmersa en las prácticas religiosas no necesitaba recibir educación formal, por lo que se limitaba a escuchar las lecciones que se impartían a los niños. No podían estudiar ni acudir a las universidades judías, reservadas a los hombres. Con el paso del tiempo, diversas autoridades religiosas sugirieron que la mujer debía recibir instrucción ya que tiene la responsabilidad de fomentar la educación en el hogar. Poco después de la Primera Guerra Mundial, el judaísmo ortodoxo reconoció que la mujer debía recibir una educación formal.

Podríamos decir que el Corán tiene rango de ley Islámica, puesto que no solo contiene normas con efecto espiritual o religioso, sino también todo el conjunto de normas sociales y políticas que configuran un modelo de Estado. El Corán se ha conservado sin la más mínima modificación desde su puesta por escrito en el siglo VII, y es aceptado como ley suprema para todos los musulmanes sin excepción. El mensaje del Corán se dirige a equilibrar el status de las mujeres y el reconocimiento de su igualdad con respecto al hombre. En este sentido, es paradigmático el sura 33, que en su ayat 35 proclama en diez ocasiones la igualdad espiritual del hombre y la mujer: ”Dios ha preparado perdón y una magnífica recompensa para los musulmanes y las musulmanas, los creyentes y las creyentes, los devotos y las devotas, los sinceros y las sinceras, los pacientes y las pacientes, los humildes y las humildes, los que y las que dan limosna, los que y las que ayunan, los castos y las castas, los que y las que recuerdan mucho a Dios”. En otros suras se enuncia el derecho de familia, como el pacto matrimonial, el divorcio o repudio, manteniendo el equilibrio entre ambos sexos, con diferente función social pero con igual valoración.

Pero, en la práctica, la evolución del reconocimiento de los derechos de la mujer islámica no sigue lo dictado por el Corán. Al contrario que en la sociedad judeocristiana, donde la evolución social han proporcionado grandes  avances jurídicos y sociales muy significativos que configuran su status de igualdad en las leyes civiles; en los países de tradición islámica no ha sido así. Al contrario, las mujeres, que gozaban antiguamente de un status de igualdad desde la revelación del Corán, han visto cómo se imponían en la práctica las costumbres misóginas y discriminadoras que estos países tenían antes de la llegada de Islam, y que el Islam trató de erradicar pero que aún hoy en día nos sonroja a todos con las costumbres impuestas a las mujeres.

Hemos hablado de La Biblia y El Corán. Busquemos en nuestra biblioteca el Talmud. El Talmud contiene las leyes que forman la Halajá, la ley judía. Al igual que en los textos anteriores, la ley judía no contiene normas específicas de discriminación para la mujer. Pero, como en la Biblia y el Corán, las fuentes fueron escritas e interpretadas por hombres y, lo que es peor, enseñadas en las escuelas rabínicas en las que se prohibía la presencia de la mujer y estaban, por lo tanto, constituidas únicamente por hombres.

Por eso podemos leer en el Talmud hebreo: “cuídate mucho de hacer llorar a una mujer, pues Dios cuenta todas sus lágrimas. La mujer salió de la costilla del hombre, no de los pies para ser pisoteada, ni de la cabeza para ser superior, sino del lado para ser igual, debajo del brazo para ser protegida y al lado del corazón para ser amada”. Son muchos los versículos (mishnaiot) que reconocen el importante papel de la mujer: “Un hombre soltero no es un hombre en pleno sentido de la palabra”. O “quién ha encontrado una mujer ha encontrado el bien”. Como suena. Más aún. Para el judaísmo la buena esposa ha de ser aquella que lleva las riendas del hogar y lo convierte en un lugar judío, y no una mujer sumisa y sometida al esposo.

Sin embargo, hasta ayer mismo, hasta principios del  siglo XX, a la mujer le estaba prohibido el acceso a la educación judaica. En 1917 se inauguró en Cracovia (Polonia) la primera escuela de mujeres.

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En nuestro viaje a través del tiempo estamos analizando  como ha sido pensado y entendido el papel de la mujer en la tradición occidental para así poder comparar y contrastar perspectivas. Sabemos que la tradición occidental se ve a sí misma como heredera intelectual de la cultura griega que existió previamente a la llegada del  Profeta, y por tanto muchas teorías de la tradición intelectual occidental derivan de las enseñanzas de  los clásicos filósofos griegos como Aristóteles, Platón, etc.

Pero ya hemos visto las ideas de Aristóteles y Platón respecto a las mujeres. Recordemos que Aristóteles en sus escritos sostenía que las mujeres no eran seres humanos “completos”, y que por tanto la naturaleza de la mujer no era la de un ser humano completo. Como resultado, las mujeres eran por naturaleza algo deficientes en las que no se podía confiar, y por tanto eran objeto del dominio o del desprecio, o de ambas cosas a la vez. De hecho, los escritos griegos mantienen que la mujer en la sociedad griega, exceptuando a las pocas mujeres de la clase social elevada, no tenía un lugar mucho mejor que el de los animales y los esclavos.

Este punto de vista aristotélico sobre de la mujer fue asumido posteriormente en la tradición cristiana por la Iglesia Católica. Santo Tomás de Aquino, en sus escritos, consideraba que las mujeres eran la trampa de Satanás. La historia de Adán y Eva añadió una nueva dimensión a las primitivas ideas griegas de Aristóteles; las mujeres fueron la causa de la perdición y de los males del hombre, y por tanto eran la trampa de Satanás y debían ser miradas con recelo y desconfianza porque causaron la primera caída de la humanidad, y de esta manera el mal provenía de la mujer.

Este pensamiento perduró desde los escritos de los Padres de la Iglesia hasta la Edad Media. En estos escritos podemos observar que estas teorías se repiten constantemente en todas las enseñanzas. Es tras la Reforma Protestante cuando Europa supera estas ideas, ideas que aparecieron en el llamado Siglo de las Luces[33] y que despertaron en la sociedad la necesidad de  superar los viejos  conceptos medievales. Las nuevas ideas reconocían que la tierra giraba alrededor del sol, y no al revés como se había pensado hasta entonces. Otros buscaban nuevos movimientos teológicos, como los contenidos en los escritos de Martín Lutero (siglo XVI); y otros tenían un carácter social como la posición de la mujer en la sociedad. Sin embargo muchos escritores de este Siglo de la Luces seguían sin considerar a la mujer como un ser humano completo. El mismo Lutero siempre defendió un orden patriarcal, llegando a definir a la mujer como “medio niño” o “animal loco”, siendo conocida su manía de llamar al orden  en público a su esposa cuando está intervenía en alguna conversación seria. Sin embargo, conviene destacar que la Reforma protestante reconoció el derecho de la mujer a ejercer el sacerdocio, lo que significaba la igualdad en cuanto al derecho a la educación. Los nuevos filósofos de la Ilustración no mejoraron mucho la antigua imagen aristotélica de la mujer. Escritores franceses de la época de la revolución, como Rousseau, Voltaire y otros, seguían definiendo a la mujer como una carga que tenían que soportar.  Rousseau en su libro «Emilio«, seguía diciendo con relación a la educación de la mujer, que no podía ser igual a la del hombre ya que las mujeres eran incapaces de entender lo que los hombres sí eran capaces de comprender. La conquista de Constantinopla por los turcos en el año 1453, algo que coincide en el tiempo con la invención de la imprenta y el desarrollo del humanismo y el renacimiento, con el Descubrimiento de América (1492) y la Reforma Protestante (1517) son los puntos de partida de la denominada Era Moderna.

Muchos humanistas[34] concedieron importancia al papel de la mujer, y se preocuparon por concederle dignidad y educación. Ese fue el caso del español Juan Vives, cuya obra «Institución de la mujer cristiana» defendía la necesidad de una vida mejor y una mayor aceptación social. Sin embargo, para la mayor parte de las mujeres de clase baja de la época no se produjeron cambios importantes en sus condiciones de vida.

Luis Vives define el ideal femenino según las normas del renacentismo cristiano. Vives reconoce a la mujer el derecho al aprendizaje de las letras situándola, en cuanto a capacidad, al mismo nivel que el hombre: “Hay algunas doncellas que no son hábiles para aprender letras; así también hay de los hombres; otras tienen tan buen ingenio, que parecen haber nacido para las letras. Las primeras no se deben apremiar a que aprendan, las otras no se han de vedar, antes se deben halagar y atraer a ello y darles ánimo a la virtud a que se inclina”. La preparación intelectual femenina defendida por Vives no es, sin embargo, una finalidad esencial, porque “… a la muchacha, no queremos tanto hacerla letrada ni bien hablada como buena y honesta. comiéncenle a enseñar cosas que convengan al culto del ánima y en ponerla en cosas de virtud”. Así, pues, para la  mujer, la cultura tiene la función de perfeccionamiento en la virtud, mientras que para el hombre significa mayor conocimiento. Luis Vives no era el único que en esta época se preocupaba de la formación intelectual de la mujer. En un sentido contrario,  Fray Luis de León, en su obra La perfecta casada, manifiesta: “El hablar nace del entender. Por donde, así como la mujer buena y honesta no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un oficio simple y doméstico, así las limitó el entender y, por consiguiente, las tasó las palabras y las razones”.

En el siglo XVII se experimenta un retroceso sobre el acceso de la mujer al estudio y, en pleno siglo XVIII, asistimos todavía a opiniones contrarias a que las mujeres aprendan a escribir. Los textos de aquella época muestran una gran diferenciación entre las formas de vida del hombre y la mujer. Mientras el hombre es necesario que vele por su formación intelectual, la mujer no es indispensable que lo haga. Todo lo más, puede aprender a leer, pero no es aconsejable que sepa escribir. La Iglesia muestra un gran interés en que las mujeres puedan libertad de elección en cuanto a su voluntad de contraer matrimonio.  Amenaza de excomunión a aquellos padres que recluyan a sus hijas en un convento contra su voluntad, y de estar en pecado mortal si se fuerza un matrimonio contra la voluntad de los hijos, sea hombre o mujer. La Iglesia condena el matrimonio por intereses económicos igualmente para ambos sexos, defendiendo el criterio vocacional del matrimonio para la mujer.

Durante estos tres siglos el patriarcado se mantiene como sistema social, en el que las  mujeres cumplen un rol familiar muy definido como madres, esposas, hijas, hermanas…, estando limitada su educación al ámbito doméstico. Es en estos siglos, además, cuando se inicia el periodo de “caza de brujas”  del que hemos hablado antes, en el que el 75% de las víctimas eran mujeres, especialmente de más de 50 años, viudas o solteras, es decir, independientes del poder masculino. Es en esta época donde muchas mujeres defenderán el derecho a la formación y a la educación, tal y como veremos en los capítulos posteriores. En los siglos XVII y XVIII, la actividad intelectual de las mujeres se centra en los salones literarios, y científicos. Estas tertulias permitieron a un cierto número de mujeres conversar sobre filosofía, arte, historia, política, etc., con miembros del otro sexo y en plena igualdad. Dos obras de gran trascendencia se escriben en el siglo XVIII: la «Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana» (1791) de Olimpia de Gogues y la «Vindicación de los Derechos de la Mujeres» (1792) de Mary Wollstronecraft, que  veremos  más adelante.

La cuna y la fortuna también establecían grandes diferencias entre las mujeres. Así, mientras las amas de casa de buena posición supervisaban la educación de sus hijos y dirigían a sus sirvientes, las campesinas realizaban todo tipo de tareas: limpiar, preparar alimentos, cuidar animales, curar y tejer el cáñamo o el lino y las amas de casa no privilegiadas de las ciudades compaginaban el trabajo doméstico y el trabajo. Los padres decidían el casamiento de las jóvenes tras largas negociaciones sobre la dote. Del matrimonio por interés nacía a menudo la tragedia de las malcasadas contada por la literatura de la época. Las doncellas y viudas ingresaban en los conventos donde se ponían bajo la tutela espiritual de los confesores. Las mujeres nobles y de la burguesía aprendían doctrina cristiana, a leer y escribir, hacer costura y, a veces, música en su casa, con profesores particulares o con sus madres, también en internados femeninos o en conventos.

En el siglo XVII hubo damas cultas que escribían y asistían a academias literarias y a salones nobiliarios, ante la mirada satírica de algunos autores masculinos como Quevedo, Lope de Vega y Tirso de Molina en España o Moliere en Francia. A lo largo de los siglos XVI y XVII la mujer fue excluida de ciertas profesiones por los gremios. Con la peregrina excusa de defender la castidad y la honra, se consideraba el trabajo femenino deshonesto e infamante. Pero las mujeres no privilegiadas tuvieron que seguir trabajando: las campesinas compaginaban las tareas agrícolas o artesanas con las de la casa. En las ciudades las mujeres se dedicaban al pequeño comercio de alimentos:  pescados, pollería, leche…, y al servicio doméstico como sirvientas, nodrizas y comadronas. Había además algunas artistas en las compañías de teatro. Todo ello siempre muy mal visto a los ojos de aquella sociedad.

Aunque el papel social de las mujeres quedaba reducido al ámbito familiar, de lo privado, reinas, como Isabel la Católica o Isabel I de Inglaterra, princesas y algunas damas nobles desempeñaron una gran actividad pública. El matrimonio era un instrumento de la diplomacia para sellar alianzas políticas, resolver conflictos y asegurar la paz. Las mujeres no podían formar parte de los ejércitos. Si querían luchar tenían que disfrazarse de soldados. Sin embargo, algunas se distinguieron también en el campo de batalla; entre ellas, las francesas Juana de Arco en el siglo XV o Mademoiselle de Montpensier (la Grande Mademoiselle) a mediados del XVI. Tampoco podían ser notarias, ni escribanas, ni ocupar cargos de representación en los parlamentos locales; sólo participaban en la supervisión de algunos hospitales.

Algunas mujeres, como Juana de Arco, sufrieron en sus propias carnes, en el sentido más literal, el castigo por salirse del rol establecido. Juana fue una campesina que nunca aprendió a leer y escribir.  Creció bajo una fuerte educación religiosa infundida por su madre y, cuando contaba catorce años, se le apareció el Arcángel San Miguel que le anunció que ella sería la que salvaría a Francia, por aquel entonces invadida por Inglaterra. Tras varios intentos infructuosos, consiguió llegar hasta el rey para llevarle el mensaje divino, disfrazada de hombre.  Este quiso engañarla disfrazándose de aldeano y colocó en su silla a un sustituto. Pero Juana se fue directamente al rey y le contó todos los secretos que el arcángel le había contado a ella. El rey la creyó y  confió en ella hasta el punto que la nombra capitana del ejército para que defienda a la sitiada  Orleans. Juana se dirige a la batalla capitaneando a más de diez mil hombres y bajo una bandera blanca con los nombres de Jesús y María, librando a la ciudad de los ingleses. Fue el inicio de su fructífera carrera militar. Pero los celos y las envidias que despertaron sus triunfos despertaron en sus enemigos la traición. El rey Carlos VII le retiró sus tropas y su confianza y Juana fue hecha prisionera por los borgoñeses, que la vendieron por mil monedas de oro a los ingleses. Estos la condenaron a cadena perpetua, pero ella nunca perdió la fe. Pero en aquel tiempo era muy sencillo acusar de brujería a cualquier mujer que no siguiera los cánones establecidos o, simplemente, librase de ella. Los ingleses la acusaron de haber recibido la ayuda del diablo en sus victorias, mientras ella lo negaba y decía que  siguió las órdenes divinas. Fue condenada en Ruán por la Inquisición  a la hoguera y sus cenizas fueron arrojadas al río Sena. Murió rezando y su mayor consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentó y encomendarse a Dios. Era el 29 de mayo del año 1431 y la joven apenas tenía  19 años. Veintitrés años más tarde el proceso contra ella fue reabierto y la declararon inocente. Algo que solo se sirvió para ser santa. Hoy es la patrona de Francia.

Así pues, los enemigos de Juana de Arco consiguieron castigarla bajo la acusación de brujería. No fue ni la primera, ni la única. Otras mujeres siguieron el camino hacia la pira funeraria pagando caro su forma de ser o su forma de vivir. El primer caso conocido de la quema de una mujer acusada de brujería bruja data de 1275 en la localidad francesa de Toulouse, que llevó a la hoguera a una mujer enajenada mental tras confesar bajo tortura haber tenido un hijo con el demonio.

El movimiento cultural del Renacimiento desarrolló el interés por la belleza, el amor y el desnudo. La belleza fue considerada un signo visible de la bondad interior y de una condición social noble, mientras que la fealdad lo era de inferioridad y de vicio.  Las mujeres nobles y ricas, mejor cuidadas y vestidas, se distinguían por su buen aspecto. Los artistas exaltaban los signos de la hermosura: piel blanca, pelo rubio, labios y mejillas rojas, cejas negras, cuello y manos largas y finas, pies pequeños y cintura delicada. Desde fines de la Baja Edad Media la revolución del vestido vino a acentuar la separación de los géneros: las ropas de hombre se acortaron para dejar ver las piernas; para las mujeres nobles se diseñaron largos y voluminosos vestidos, de ricos tejidos, que ajustaban la cintura y realzaban el pecho mediante el corsé. El deseo de mejorar la imagen acentuó el interés por la higiene y la cosmética. Durante los siglos XVI y XVII el miedo a que el agua favoreciese el contagio de la peste y otras enfermedades, o provocase el embarazo, hizo que se cerraran muchos baños públicos y que se dejara de utilizar para la higiene personal. En su lugar se recurrió al frotado con polvos y toallas perfumadas y al uso de ropa interior blanca que se convirtió en el símbolo de higiene y de pureza. La imprenta favoreció la difusión de libros de cosmética que recomendaban pomadas y preparados, cuya aplicación era, a veces, arriesgada porque sus componentes eran nocivos. Se prestaba especial atención a las partes que quedaban sin cubrir: la cara, el pelo, las manos, el cuello, los pechos que eran blanqueados dejando zonas sonrosadas. El blanco era el color de la pureza, de la castidad y, como la luna, de la feminidad. Los predicadores denunciaban el uso de pinturas y perfumes porque ocultaban el rostro de Dios.

La mayoría de las mujeres en el Renacimiento eran educadas para ser madres, y la maternidad era su profesión y su identidad. Cuando alcanzaban la edad adulta como adultas (desde los veinticinco años en casi todos los grupos sociales y desde la adolescencia entre las familias más ricas) sus vidas eran un ciclo continuo de embarazo, crianza y embarazo. Las mujeres pobres daban a luz cada 24 ó 30 meses. Las mujeres ricas tenían más hijos que las pobres. La necesidad de asegurar la descendencia, para garantizar una transmisión efectiva de la riqueza, las forzaba a ser fértiles. Tener hijos constituye una carga y un privilegio de las mujeres. En Italia y en Francia la mujer que paría era festejada y mimada. La madre, por un momento, ocupaba un puesto estelar inigualable. Era por tanto un auténtico honor estar embarazada. El parto era un momento temible, fruto del castigo especial de Dios a Eva por su traición (“parirás con dolor”) en el Paraíso. Las madres que sobrevivían se enfrentaban a menudo a la muerte de la criatura que habían traído a este mundo con tanto sufrimiento. La mortalidad infantil era muy alta. Los recién nacidos tenían unas posibilidades de supervivencia que oscilaban, en Europa occidental, entre el 20 y el 50 por ciento. Eran presas fáciles de las plagas, la diarrea, la gripe, los catarros, la tuberculosis y el hambre. Los niños que sobrevivían eran amamantados entre 18 y 24 meses. En los pueblos y ciudades de toda Europa la mayoría de las mujeres tenían que dar pecho a uno o más lactantes durante casi toda su vida adulta.

A los maridos de las mujeres ricas o acomodadas no les gustaba la apariencia de una madre dando pecho a su hijo, por lo que casi todas ellas rechazaban amamantar a sus hijos. Los niños de los ricos mamaban de los pechos de las madres pobres. Las familias más ricas tenían sus propias amas de cría. Con más frecuencia, los recién nacidos de las ciudades de Italia, Francia, Alemania e Inglaterra, eran enviados al campo para que los amamantaran las mujeres campesinas. Algunas amas de cría tenían una abundancia de leche tal que podía hacer frente sin problemas a las nuevas bocas. Otras acababan de enterrar a sus propios niños, o los habían destetado ya. Las amas de cría cobraban un sueldo dos veces mayor que en el servicio doméstico, lo que resultaba un alivio económico para estas mujeres en un tiempo en el que el hambre y la enfermedad asolaba sus difíciles condiciones de vida. Las madres que no podían hacerse cargo de sus hijos, fueran éstos legítimos o ilegítimos, podían abandonarlos en la calle, con la esperanza de que el abandono fuera menos grave que el asesinato, y de que alguna persona caritativa se hiciera cargo de él en asegurara la supervivencia del niño, tal y como el gran escritos inglés Charles Dickens nos retrató en muchas de sus obras.

En el Siglo de Oro (entre el Renacimiento del siglo XVI y el Barroco del siglo XVII), la mujer tenía principalmente tres funciones: organizar el trabajo doméstico, dar a luz y satisfacer las necesidades afectivas de su esposo, tres razones que se garantizaban con el matrimonio, único fin reservado para la mujer, salvo que esta prefiriera dedicarse a la vida religiosa.  La soltería para una mujer en edad adulta era un estigma para esta, por lo que, ya desde la infancia, a las mujeres se las preparaban y educaba casi exclusivamente para el matrimonio, convirtiéndose en doncellas. De ella se esperaba que fuera obediente, casta, retraída, vergonzosa y modesta y, por supuesto, muy virtuosa. Debía ser callada y estar encerrada en casa. La mujer pasaba de depender del padre a depender de su marido. Una de sus escasas alternativas a esta vida era ingresar en una orden religiosa y dedicar a esta el resto de su vida. Su ingreso en la vida religiosa, en régimen de clausura, suponía renunciar a todo lo que estuviera fuera del monasterio o abadía.  O sea, volvíamos al medievo.

A pesar de las limitaciones matrimoniales, el matrimonio era preferible a la soltería. Siempre quedaba la posibilidad del adulterio, algo bastante común tanto entre hombres como entre mujeres. Evidentemente, el tratamiento social y legal era diferente si lo cometía uno u otra. Si la mujer casada era sorprendida en pleno adulterio, el marido tenía la potestad de matarla en ese momento, siempre y cuando también ejecutase al amante. Si el marido tenía solo sospechas de adulterio, debía denunciar el caso ante los tribunales y cuando fuera probado, los culpables eran entregados al marido para que hiciese justicia o los dejara libres. Esto no evitaba el adulterio. Es más, si hacemos caso de las obras de Tirso de Molina o Quevedo, Lope de Vega, entre otros muchos, veremos que la honra en el Siglo de Oro era un bien bastante escaso. La reparación de virgos era una profesión bastante generalizada y en algunos casos se llegó a realizar incluso en cinco ocasiones. Las celestinas eran las encargadas de realizar estas operaciones, al tiempo que también se dedicaban a hacer filtros amorosos o buscar amantes. El celestineo era una profesión que generaba pingües beneficios y de ella decía Cervantes que era «indispensable en toda república bien organizada».

Durante el siglo XVIII, como en las épocas anteriores, la mujer tiene su ámbito en la familia. El reparto de funciones entre los sexos, realizado por el patriarcado en razón del papel reproductor de los individuos, dejaba a la parte masculina de la población la responsabilidad del mundo exterior, el sustento económico, la defensa de la sociedad, su dirección política; a la femenina, el interior de la casa, la familia, los hijos, los ancianos. Nada nuevo en el tiempo.

Según la tradición judeo-cristiana, que está en la base de nuestra cultura occidental, las mujeres son viles, inconstantes, cobardes, frágiles, obstinadas, imprudentes, astutas, incorregibles, fáciles de disgustar, llenas de odio, insinceras, frívolas, insaciables sexualmente hablando, además de perezosas, avaras, codiciosas, orgullosas, envidiosas, imprudentes, prontas a la ira…, etc., etc., etc. Y de esto tiene la culpa Eva. Como contrapartida de Eva esta María, la virgen. La mujer ideal, como dijimos antes. Del ideal mariano había un modelo para cada etapa de la vida femenina. Las doncellas la imitarán en su vivir con modestia, gravedad, retiro, recato, silencio, decoro; las casadas, centrándose en el cuidado de su familia, ver sin ser vistas, subordinadas siempre a la voluntad de su casto esposo, las viudas practicando un retiro inviolable y en perpetuo dolor, una piedad sólida y pía.

Con todo ello, el único status reservado a la mujer es el relacionado con el matrimonio. Su misión en la vida es crear una familia y cuidar del esposo e hijos, o en su lugar, ingresar en un convento. En realidad, ambas opciones se corresponden con las únicas oportunidades que se le ofrecían para poder sobrevivir económicamente.  La casa será su único universo, su verdadero mundo, donde tiene reconocida una personalidad y un poder que se le niega fuera. En él, ella es el ama, hace y deshace a su gusto, sobre todo en las capas elevadas, donde incluso, el servicio doméstico quedaba bajo su competencia, estableciéndose, no pocas veces, relaciones de complicidad entre sirvientas y señoras. La gestión de la casa les permite crear trueques o préstamo de víveres, dinero, ropa a vecinas o amigas, y reunir algunos ahorros sin conocimiento del esposo. Además de responsable del sustento material de la familia, a las mujeres se les hacía, asimismo y pese a su debilidad espiritual, depositarias del honor propio y del grupo familiar, en razón  de su función maternal. En estas condiciones el honor es un bien tan preciado como la vida misma, el único que escapa al control del Estado o de cualquier otra autoridad y que permite diferenciarse a unos de otros. De ahí la importancia dada a la injuria, incluso a la simple sospecha, toda vez que rompen el acuerdo consensuado que fundamenta las relaciones sociales. De ahí, también, el secreto con que intentan envolverse los temas esenciales de la familia, inculcado a los niños desde pequeños, y el que, por su trascendencia social, se permita usar para defenderlo idénticos medios a los utilizados para salvar la vida, no dudándose en recurrir a la justicia para limpiar la mancha. O a los denominados “duelos” entre el mancillado y su injuriador, donde la muerte decidía quién de ambos tenía razón.   Ese honor se basa en la integridad moral para el sexo femenino y ponerlo en duda constituye uno de los medios más utilizados cuando se desea atacar a otro, especialmente si se trata de la esposa.

Esta es la tradición que Occidente heredó de la Ilustración, y sólo a comienzos del siglo XIX empezamos a encontrar los primeros escritos de mujeres, y de algunos hombres, apelando al cambio de estas ideas. Eran los orígenes de los primeros movimientos feministas. Uno de los primeros libros publicados fue «Reivindicación de los Derechos de las Mujeres» de Mary Walsencraft que apareció a comienzos de 1800. A partir de este momento, las mujeres empezaron a conseguir algunos derechos. Hasta el 1800 las mujeres no tenían el derecho a la propiedad privada y tampoco podía disponer de sus propios bienes tal como lo hacía el hombre. Es bien sabido que las primeras leyes que permitieron a las mujeres el acceso a la propiedad privada en Estados Unidos y Europa aparecieron en las últimas décadas del siglo XIX. Pero hasta la llegada del año 1.800, la mujer tuvo que superar un proceso revolucionario de gran importancia en Europa y que trajo consigo muchos cambios sociales y políticos: La Revolución Francesa.

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 “Las mujeres tenemos el derecho de subir a la tribuna, puesto que tenemos el de subir al cadalso.»

(Olimpia de Gouges)

La Revolución francesa fue un movimiento social, filosófico y especialmente revolucionario que pretendió acabar con estructuras, tradiciones y formas de vida sólidamente arraigadas, para imponer un nuevo orden social y cultural en el que los individuos serían más felices, donde se impondría la racionalidad y el equilibrio, esto es la adecuación de los ideales sociales a los conceptos de igualdad, libertad y fraternidad.

Nace el Estado. Nacen las primeras leyes que emanan del pueblo, o más bien, de aquellos que dicen representar al pueblo. La tarea no es fácil y se instaura mecanismos de control sobre los individuos cuya consecuencia es vulnerar en los ámbitos más recónditos la privacidad de estos. El nuevo Estado revolucionario se sabe débil en los primeros momentos, a veces incomprendido. Las fuerzas contrarrevolucionarias luchan por no verse desbancadas de sus posiciones de privilegio milenarias, mientras que una gran parte de la población no comprende los cambios y lo observa todo con recelo. La Revolución se basa en un violento control de todos los aspectos cotidianos, no exento de ejecuciones sumarísimas contra todos aquellos que se oponen a la misma y que llevará hasta sus más dramáticas consecuencias en la denominada época del Terror.

Los cambios propuestos afectan no sólo a la vida pública sino incluso a aquellas instituciones como la familia, cuyo ámbito de actuación y desarrollo se base para una sociedad transformada, más justa, libre y equilibrada (liberté, egalité, fraternité). Para ello, los cambios no han de hacerse sólo en la superficie del sistema social; no basta con cambiar las formas de gobierno, ni las estructuras económicas, ni el sistema social, sino que los cambios han de penetrar en la vida cotidiana de los franceses, con el fin de crear un individuo nuevo que servirá de materia prima con la que construir una sociedad perfecta. Y en este contexto revolucionario, la mujer revolucionaria, protagonista en muchas actuaciones en condiciones de igualdad con los hombres, luchará por salir del ámbito privado doméstico para participar de la vida pública. Sin embargo, para el nuevo Estado estos ámbitos privados son, por definición, el lugar en el que ha de desarrollarse lo femenino: la mujer ha de permanecer en la casa; lo contrario sería subvertir el orden natural. Muy poco revolucionario a fin de cuentas.

La Revolución Francesa de 1789 acabó, en su  sentido más literal, con la tradicional monarquía francesa, por aquel entonces de Luís XVI, y su sustitución por la República. Un proceso y una transición política y social anegada de sangre[35].

Este en un libro sobre la mujer, de su papel en la historia. Y por ello voy a dar una visión de este proceso revolucionario desde la perspectiva de aquellas mujeres que fueron sádicamente castigadas, maltratadas, torturadas y asesinadas en nombre de la revolución. Una revolución especialmente ensañada con las mujeres como forma de mostrar el  poder del nuevo orden. Mujeres de todo tipo y de toda clase de rol.  Las mujeres fueron protagonistas fundamentales en las luchas y discusiones revolucionarias, y, si bien los dirigentes revolucionarios masculinos proclamaban discursos acerca de la igualdad entre hombre y mujeres, pronto se dieron cuenta que la emancipación de la mujer podría ser “excesiva” y hasta contra-revolucionaria. Las mujeres empezaban a formar asociaciones, a rebelarse contra el orden tradicional, a manifestarse, a participar en las escaramuzas revolucionarias. Y para los revolucionarios, estos cambios eran demasiado rápidos eran mucho más drástico de lo que ellos deseaban, y podría minar las bases del Estado y la sociedad. Mujeres emancipadas de su papel de madre y esposa, a las que tachaban de aventureras, no cumplían con el papel que el «orden natural» les había encomendado. Confinadas al ámbito privado, sus apariciones en público eran consideradas una peligrosa invasión del espacio masculino. Aun así, por todas partes surgieron clubes y asociaciones que pugnaron por participar y alzar su voz contra las restricciones y el papel limitado que les reservaba la tradición como eje central de las familias. Juguemos en los dos bandos. Empecemos por la última reina francesa, Maria Antonieta y terminemos con la feminista Olimpia de Gouges, ambas distantes en su vida y roles pero con un final común: la guillotina.

La vida y suerte de la reina Maria Antonieta (1755-1793) no fueron nada envidiables. Ni durante su etapa de reinado, al lado de Luis XVI, ni muchísimo menos, su triste final. Ya desde su casamiento con el rey tuvo que soportar innumerables muestras de desprecio por la corte francesa. Fue blanco de falsas acusaciones y habladurías que con el tiempo se convirtieron en ataques virulentos contra la reina. Una de esas falsas acusaciones, la del escandaloso asunto del collar[36],  fue el principal argumento para los opositores a la monarquía y el origen de la revolución francesa. Las fuertes críticas al despilfarro monárquico en una época de graves crisis y pobreza produjeron la caída de Luís XVI y de su esposa María Antonieta. Esta se mantuvo altiva, enérgica y valiente en su caída hasta el momento mismo de su ejecución en la guillotina, a pesar de su amargura por la muerte de su esposo e hijos antes que ella misma.[37] Esta saña cruel tuvo su máximo exponente con una amiga de Maria Antonieta, la princesa Maria Teresa de Lamballe. Su fidelidad a la reina fue castigada con la cárcel, primero, y tras múltiples atrocidades, con su decapitación. Su cabeza fue paseada por las calles de París y posteriormente fue llevada esa misma cabeza hasta la prisión donde estaba encarcelada Maria Antonieta para que esta la pudiera contemplar desde su ventana y conociera su posterior suerte. Fue  juzgada en la oscura cárcel de la Conserjería, en 1793, en donde hasta su propio hijo declaró en su contra, por actos inmorales. Escuchó la sentencia con valentía y calma. Esa noche se le permitió tener dos velas, una hoja de papel y una pluma. La fueron a buscar por la mañana, le cortaron el cabello y ataron sus manos a la espalda. La sentaron en una tabla en una carreta y la trasladaron a la plaza en donde estaba dispuesta la guillotina. Y…….

No solo las mujeres pertenecientes al entorno monárquico y religioso sufrieron los horrores de la revolución. Otras mujeres, incluso simpatizantes de esta causa, sufrieron el horror y la ejecución de aquella época. La belga Théroigne de Méricourt fundó en 1790 el Club des Amies de la Loi, una asociación femenina de carácter revolucionario, fue castigada por los partidarios de Robespierre. Acorralada, le levantaron las faldas y la despojaron de sus ropas íntimas, siendo azotada cruelmente hasta hacerla enloquecer a causa del castigo.

Muchas mujeres se mostraron extremadamente violentas en la revolución y crearon grupos femeninos que lanzaban consignas revolucionarias. Una de ellos obligaba a las mujeres a llevar puesto un gorro rojo como prueba de simpatía hacia la revolución. Esta consigna fue contestada enérgicamente por otro colectivo femenino, Las Dames de la Halle. Estos enfrentamientos sirvieron para clausurar  estos centros femeninos, una buena excusa para enmascarar la corriente antifeminista de la Revolución, que consideraba a las mujeres extremadamente violentas y perjudiciales para la misma.

Terminemos con Olimpia de Gouges, mujer campesina y analfabeta que emigró a París y se convirtió más tarde en escritora y activista revolucionaria. Gouges publicó en 1.791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadanía, que era un calco literal de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional en agosto de 1789. Este documento, que comenzaba con la frase “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”, reivindicaba la naturaleza libre de la mujer y la reivindicación de voto femenino y la plena igualdad en derechos y deberes políticos con los hombres, algo escasamente compartido por los representantes varones de la revolución. Sin embargo, parece que Olympe de Gouges no creía que mujeres y hombres fueran iguales. Al contrario que la mayoría de las teóricas de la igualdad, pensaba que había dos naturalezas distintas para hombres y para mujeres, y que la de las mujeres era superior. Esa convicción de las dos naturalezas es palpable en el texto que precede a la declaración. Asimismo realizó planteamientos sobre la supresión del matrimonio y la instauración del divorcio, la idea de un contrato anual renovable firmado entre amantes y el reconocimiento paterno de los hijos nacidos fuera de matrimonio.

Fue también una precursora de la protección de la infancia y a los desfavorecidos, al teorizar en grandes líneas, un sistema de protección materno-infantil (creación de maternidades) y recomendar la creación de talleres para los parados y de hogares para mendigos.  El encarcelamiento y ejecución de Olimpia de Gouges durante el período de la dictadura jacobina simbolizó el fracaso de las reclamaciones feministas durante la revolución. La muerte de Olimpia de Gouges, a quien le cortaron la cabeza por haber osado exigir que los derechos que la Revolución Francesa para los hombres libres y ciudadanos fuesen aplicados también para las mujeres, que por cierto no eran ciudadanas, es un ejemplo de la consecuencia práctica de la Revolución. Su ejecución fue el mejor ejemplo de la condición masculina de la revolución y su escasa intención de crear un Estado en el que hombres y mujeres tuvieran los mismos derechos. Y digo esto porque mucho se ha idealizado este movimiento que supuso el fin de la oligarquía monárquica y su sustitución por la oligarquía revolucionaria. Tras la ejecución el periódico republicano francés, Le Moniteur Universel, escribía:  “Olimpia de Gauges confundió el delirio de su mente exaltada con una inspiración de la naturaleza; quiso ser un hombre de Estado y en su búsqueda de razón, dividió a Francia. Se le castigó por haber olvidado las virtudes que pertenecen a su sexo[38].

El Código Civil napoleónico (1804) dictado al finalizar la revolución, recogía los principales avances sociales de la revolución, negando a las mujeres los derechos civiles reconocidos para los hombres durante el período revolucionario (igualdad jurídica, derecho de propiedad…), e impuso unas leyes discriminatorias, según las cuales el hogar era definido como el ámbito exclusivo de la actuación femenina.

La Ilustración fue el movimiento cultural que se crea a principios del siglo XVIII y llega hasta el siglo XIX, alimentado filosóficamente por la Revolución francesa. Amparada en el uso de la Razón y el racionalismo como forma de superar las tinieblas medievales y darle “luz” (Siglo de las Luces) fue una época de grandes cambios y de nuevas ideas, pero estas no mejoran la situación de la mujer, a la que sigue sin considerarse un ser humano completo. Escritores franceses de la época de la revolución francesa, como Rousseau o Voltaire, miran a la mujer como algo que hay que soportar. Para ellos la mujer no podía educarse igual que el hombre ya que eran incapaces de entender lo que los hombres sí eran capaces de comprender.  Esta es la tradición que Occidente heredó, y es sólo a comienzos de 1800, cuando empezamos a encontrar los primeros escritos de mujeres, y de algunos hombres, apelando al cambio de estas ideas. Estamos ante la aparición de los primeros movimientos feministas.

La Revolución Francesa y el resto de las revoluciones liberales y burguesas plantearon como objetivo fundamental la conquista de los derechos del hombre y la igualdad jurídica, política y social, pero esta lucha sólo iba dirigida al hombre, no a la mujer. Pero ahora, a finales del siglo XVIII, en Europa Occidental y en Norteamérica se inicia un movimiento organizado que va a luchar por los derechos de la mujer y su liberación. Este movimiento se conocerá como feminismo. Si la Revolución Francesa fue un intento fallido para mejorar la situación de la mujer, la posterior Revolución Industrial creó las bases necesarias para la consolidación del movimiento feminista. Las mujeres cambiaron el trabajo en el hogar por el trabajo en las fábricas, lo que provocó una gran modificación en las costumbres familiares.

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Os compadezco mujeres y en todas las costumbres la crueldad de las leyes civiles se ha unido a la crueldad de la naturaleza en contra de las mujeres. Han sido tratadas como seres imbéciles. ( Diderot)

En efecto, la Revolución Industrial del siglo XVIII posterior a la Revolución Francesa supuso un nuevo impulso al movimiento feminista. Las mujeres durante la Revolución industrial, especialmente en Inglaterra, fueron forzadas a trabajos durante muchas horas en minas de carbón, y no recibían por ello un salario igual que el de los hombres. Por tanto la primera reivindicación femenina fue la igualdad salarial para el hombre y la mujer ante un mismo número de horas trabajadas.

Es verdad que la revolución industrial, sobre todo durante el siglo XIX, significó un cambio extraordinario en el campo laboral, lo que no quiere decir que haya sido extraordinariamente bueno ni para varones ni para mujeres, por la masiva incorporación de asalariados y asalariadas al trabajo industrial. Pero será en los siglos XIX y XX donde se impulsará la progresiva incorporación de la mujer a la educación, al trabajo y la política. El sufragismo, o derecho femenino al voto, comenzará a finales del siglo XIX, mientras que el auge del feminismo tendrá lugar en el siglo XX. En los países desarrollados y entre los años de la primera guerra mundial y la década de los sesenta, las mujeres van accediendo, en un número cada vez mayor,  a la educación, al mundo laboral, a la vida política. Poco a poco se van recogiendo los frutos de la lucha protagonizada por mujeres para conseguir la igualdad de oportunidades y derechos. En España, en 1857 con la Ley Moyano se generalizó entre ambos sexos la obligación de acceder a la educación elemental, lo que permitía a las mujeres el acceso a la educación.

El primer efecto de la Revolución industrial fue la separación del lugar del trabajo respecto de la vivienda, ya que antes se trabajaba en el mismo lugar en que se vivía. Esto produjo el nacimiento de un urbanismo salvaje y desordenado alrededor de las fábricas, con la aparición de aglomerados de viviendas precarias, carentes de servicios y mínimas comodidades. Claro que la alternativa era el hambre. Eran tiempo en los que lo más importante era tener un trabajo. En cuanto a la vida familiar, que generalmente constituye la mejor defensa contra la pobreza y la enfermedad, el hecho de que las mujeres pudieran aportar algún beneficio económico al hogar era un factor positivo, a pesar de que se pagó por él un alto precio, que fue el virtual abandono del hogar por parte de padre y madre durante casi todo el día, o, como alternativa nacida del mismo problema, la incorporación prematura de los niños al mercado de trabajo. al trabajo asalariado. Los niños eran una excelente mano de obra y, sobre todo, barata. En las minas, debido a su pequeñez, podían acceder a lugares imposibles para un ser humano adulto. Para las familias pobres, era un nuevo alivio  para su escasa economía.

Las novedades que trajo consigo  el trabajo de la mujer hacia fines del siglo XIX  y sobre todo durante el siglo XX consistieron en la incorporación de la mujer al trabajo profesional, que implicó la apertura a la población femenina primero de institutos terciarios y después de las universidades, aunque no todas las facultades. Las primeras profesiones femeninas tenían que ver con la atención a las personas, así que se trató sobre todo de formar a enfermeras especializadas y a maestras y profesoras. Después fueron cayendo una a una las barreras culturales que impedían el ingreso femenino a determinadas carreras, y las universidades fueron admitiendo a las mujeres en todas sus especialidades, no sin tener que éstas tuvieran que vencer  ulteriores obstáculos en sus compañeros, profesores o futuros clientes.

Ahora el panorama es muy diferente y las dificultades son también distintas. Siguen existiendo algunos prejuicios respecto de la idoneidad femenina en determinados trabajos, como por ejemplo la cirugía o la industria pesada, pero hay mujeres trabajando en prácticamente todos los ámbitos laborales, incluso  directivos, especialmente en aquellos con mayor contacto con las personas.

Lo interesante de la cuestión no es tanto derribar los últimos prejuicios existentes contra una igualdad de oportunidades entre varones y mujeres, sino en mejorar  la relación trabajo-vida personal y familiar, dado que el riesgo cultural actual no es la exclusión de la mujer del mundo del trabajo, sino el sacrificio de la persona y de la familia en aras a la productividad.

El siglo XX supondría el inicio del cambio.

Siglo XX. La revolución industrial del siglo anterior ha cambiado sustancialmente la sociedad y el rol familiar y, aunque la mujer ocupa el papel tradicional doméstico, muchas mujeres se incorporan al mercado de trabajo. Y esta situación conlleva a que la mujer empiece a exigir lo que le ha sido negado durante miles de años: el lugar que legítimamente le corresponde en la sociedad. Nace el feminismo como movimiento perfectamente organizado.

Los cambios políticos, económicos y sociales que en la década de 1870, provocaron una clara aceleración del movimiento ya denominado feminista en el último tercio del siglo XIX. El mayor protagonismo y seguimiento del feminismo estuvo condicionado por claros cambios sociales en los países más desarrollados. En Gran Bretaña, por ejemplo, a principios del siglo XX el 70.8% de las mujeres solteras, entre 20 y 45 años, tenían un trabajo remunerado. También en el Reino Unido, en 1850 se observaba como el número absoluto de mujeres solteras mayores de 45 años  había crecido entre las clases medias. La «carrera del matrimonio» registraba así un cierto retroceso para muchas mujeres, no sólo como proyecto de vida, sino también como opción económica. Otro elemento clave lo constituyó la incorporación de la mujer al trabajo durante la Primera Guerra Mundial para sustituir a los hombres que habían marchado al frente. La conciencia de su valor social alentó sus demandas del derecho de sufragio.

Los principales objetivos del movimiento feminista siguieron siendo los mismos: el derecho de voto, la mejora de la educación, la capacitación profesional y la apertura de nuevos horizontes laborales, la equiparación de sexos en la familia como medio de evitar la subordinación de la mujer y la doble moral sexual. La gran novedad vino de la amplia movilización colectiva que supo dirigir el movimiento sufragista en determinados países. El derecho al voto de la mujer era la principal reivindicación de los movimientos feministas.

Uno de los más controvertidos debates se sitúa en torno a la relación de los movimientos revolucionarios socialistas con los movimientos feministas, o dicho de otro modo, que visión tiene el socialismo sobre la explotación de la mujer.

La filósofa francesa, Flora Tristán (1803-1838), fue la precursora del movimiento feminista. Víctima de la violencia de género al recibir un disparo de su marido que la dejó mal herida, para ella “todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer«[39]. Para la feminista socialista Heidi Hartmann, existe un error común entre la tradición burguesa y la marxista sobre el análisis de la liberación de la mujer. La teorías marxistas  aseguran que el capitalismo es el origen del patriarcado. Para Hartmann “capitalismo y patriarcado no tienen por que ir unidos en su desarrollo histórico[40]. Una sociedad puede pasar del capitalismo al socialismo y continuar siendo patriarcal.  El filosofo marxista alemán Frederik Engels en su Origen de la familia y la propiedad privada, dice que el patriarcado tiene su origen en el nacimiento de la propiedad privada, aunque se contradice claramente cuando asegura que las mujeres hemos gozado de reconocimiento social y respeto hasta la llegada del capitalismo, lo que es incompatible  con lo que hemos leído hasta ahora y con la historia misma. Podríamos interpretar que la aparición de la propiedad privada, iniciada en el Neolítico, pueda suponer el inicio de las clases sociales. Pero hemos visto que la discriminación de la mujer se produce en todas los ámbitos sociales. Engels es consciente de que existe, en todo caso, una especie de “ideología patriarcal” pero responsabilizando de ello únicamente al capitalismo, sin tener en cuenta que el conflicto no solo es entre la mujer y el Estado, sino también entre el hombre y la mujer, tal y como la historia ha demostrado.  Engels nos dice  además que “el primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino[41]”. En la misma medida nos dice que “en las familias propietarias, el hombre es el burgués y la mujer representa al proletariado”, al tiempo que teorizaba que las familias de clase obrera no eran patriarcales puesto que tanto hombres como mujeres eran asalariados.

Esta hipocresía de los movimientos de izquierda hizo que los movimientos feministas y sufragistas de la época estuvieran formados por mujeres burguesas y de clase media, lo que produjo el rechazo de los movimientos y corrientes filosóficas socialistas, más preocupado por la lucha de clases y contra el capitalismo que por los derechos de las mujeres. Y no solo eso, sino que el socialismo y marxismo atacó y despreció a estos movimientos argumentando que las mujeres no estaban siendo oprimidas por el hecho de ser mujeres, sino por el hecho de pertenecer a la clase trabajadora y, en todo caso, la revolución socialista liberaría a los dos sexos, hombres y mujeres, por igual con la caída del capitalismo. Sin embargo, el triunfo del comunismo y otras corrientes de izquierdas revolucionarias en el este de Europa no suponía igualdad alguna de derechos, salvo en el control de Estado revolucionario sobre las personas y en las medidas represoras impuestas para la propia supervivencia del Estado. Ya Rousseau había excluido a las mujeres del contrato social  y de la igualdad de derechos políticos aplicando el mismo principio que el utilizado a lo largo de toda la historia: que hombres y mujeres son diferentes por naturaleza.

El primer movimiento obrero y los sindicatos de la segunda mitad del siglo XIX, en plena época de Marx y Engels, tanto en Europa como en Estados Unidos, contribuyeron a adaptar la estructura patriarcal al capitalismo; exigiendo la exclusión de las mujeres de ciertos sectores industriales y de los sindicatos porque sus peores salarios competían a la baja con los de ellos. Así, pues, en lugar de luchar por un mismo salario, expulsaron a las mujeres en lugar de organizarlas, forzando la creación de leyes llamadas eufemísticamente de protección de las mujeres para evitar jornadas largas y trabajos pesados que su debilidad no podría soportar (pero esa protección se tradujo en que ellos se quedaron con los mejores trabajos y salarios), lucharon por el salario familiar para que las mujeres volviesen al hogar y la familia estuviese mejor atendida.  Luego, cuando el sufragio femenino se fue implantando paulatinamente, la izquierda abanderó este derecho que tanto habían criticado

Algo que debe ser perfectamente asumible es que el patriarcado no es una cuestión fundamentalmente ideológica, sino que es un sistema de explotación de las mujeres por los hombres. Así ha sido hasta hace unos días. En la época antigua, como hemos visto, en las civilizaciones antiguas y hasta ayer mismo.  El patriarcado ha desarrollado históricamente una enorme capacidad de adaptación al desarrollo económico de cada sociedad. El hombre descansa por la noche, se levanta al día siguiente mientras la mujer le prepara su jornada laboral, es decir, el hombre sirve a un sistema de producción y la mujer a otro, en este caso a la estructura familiar, que además es gratuito. Y esta relación de producción se extiende de forma transversal por toda la pirámide social, de modo que las mujeres de cualquier clase social han sufrido alguna forma de opresión y explotación, aunque de forma bien distinta según su status social. Intentar responsabilizar únicamente al capitalismo o a la aparición de la propiedad privada de la explotación y marginación de la mujer es una visión sesgada e interesada de la realidad. Una teoría que han intentado imponer los movimientos socialistas para enmascarar su falta de voluntad para crear, en la práctica, un Estado auténticamente igual en derechos entre hombres y mujeres. Y digo en la práctica. ¿Conoce alguien alguna líder política que históricamente haya ejercido importantes responsabilidades de gobierno en algún de los países de órbita socialista? Solo en algunos países y en medios sociales acomodados, el papel de la mujer experimentó cambios sustanciales a lo largo del siglo XX. Las mujeres consiguieron el voto en Gran Bretaña y en Alemania en 1918 y en Estados Unidos en 1920. El número de mujeres trabajadoras subió durante la guerra mundial en Gran Bretaña de 6 a 7,3 millones y en Estados Unidos se elevó, también por efectos de la guerra, a casi nueve millones en 1920 (el doble que en 1900) y a un millón más en 1930. En Inglaterra, las mujeres representaban ya en 1925-26 el 30 por 100 del total de estudiantes universitarios (20.899 varones; 8.376 mujeres). Su presencia en la vida pública se hizo cada vez más frecuente.

En 1918, Nancy Astor llegó al Parlamento, siendo la primera mujer en conseguirlo en la historia británica. En Estados Unidos hubo ya en los años veinte mujeres que accedieron al cargo de gobernador de Estado. El gobierno laborista británico de 1929 incluyó una mujer, Margaret Bondfield, como ministra de Trabajo. Roosevelt nombró a otra, Frances Perkins, también para la secretaría de Trabajo, cuando llegó a la Presidencia de su país en 1933. El gobierno del Frente Popular francés de 1936 incorporó varias mujeres como subsecretarias de Estado.

Escritoras como Virginia Wolf en Inglaterra, Colette en Francia, las norteamericanas Gertrude Stein y Dorothy Parker, alcanzaron prestigio, influencia y éxito muy notables. Una norteamericana, Amelia Earhart, emuló a Lindberg volando en solitario en 1928 a través del Atlántico. Grandes tenistas, como Helen Wills Moody, norteamericana, y Suzanne Lenglen, francesa, rivalizaron en fama con los deportistas masculinos. Las chicas «flapper», con sus zapatos de tacones altos, medias de nylon, cinturas estrechísimas, faldas cortas, y cigarrillo en la mano, se convirtieron en el modelo del nuevo tipo de mujer independiente y emancipada que la primera guerra parecía haber creado. Más sutilmente, Virginia Wolf argumentaba en su ensayo Una habitación propia (1929) la importancia que para el desarrollo de la personalidad femenina tenía que la mujer pudiera disponer de un ámbito propio.

Pero entre tanto ejemplo de mujeres triunfadoras y precursoras de lo que vendría después, hay que recordar un acontecimiento triste ocurrido el 8 de marzo de 1908 y que representa el símbolo de la lucha de la mujer contra la injusticia social, recordándose cada año en conmemoración histórica de la lucha por los derechos de las mujeres. El 8 de marzo de 1908 cientos de trabajadoras de la fábrica textil Cotton, de Nueva York, se declararon en huelga con el propósito de reclamar la reducción de la jornada laboral a diez horas, además del descanso dominical. Sus demandas fueron muchas, pero no se rindieron y por eso se encerraron en la fábrica. Durante el encierro, no se sabe con exactitud si se produjo un incendio accidentalmente o si fue provocado por el dueño de la fábrica, pero en el incendio murieron todas las trabajadoras. Cada 8 de marzo se recuerda a estas mujeres y, con ellas, la reivindicación dela plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Tal conmemoración data de agosto de 1910, aprobando una propuesta de la socialista Clara Zetkin durante el II Congreso de Mujeres Socialistas celebrado en Copenhage.

Finalmente apareció en el siglo XX, tras la Segunda Guerra mundial, un nuevo movimiento feminista que tendría gran importancia en los cambios sucesivos. Aquel movimiento hizo un llamamiento a la emancipación de las mujeres, no sólo en términos de derechos legales, sino que comenzó a cuestionar también algunos de los valores morales de la sociedad, a la vez que reclamaba una mayor libertad sexual tanto para hombres como para mujeres. Sostenían que  muchos de los problemas eran causados por la institución del matrimonio y la idea de familia, y aparecieron escritos en favor de la abolición de tales formas sociales.

Un fenómeno muy característico de los años sesenta fue la mercantilización de la belleza, considerada como un componente obligado del éxito. En general, a partir de este momento se atribuyó a la apariencia personal una importancia creciente en todos los terrenos, incluido el profesional. Así, en la década de los 60, el arquetipo femenino se correspondía con la  imagen juvenil y aniñada de la que pueden ser un buen ejemplo las modelos británicas Twiggy o Jane Shrimpton. De ahí derivó un modelo de belleza femenina que sólo era posible gracias a los métodos de adelgazamiento o en las dietas. Pero no se piense que la cuestión se redujo a un sexo. Hubo también una apreciación de la belleza masculina que se tradujo en la importancia de la misma en la política. A partir de Kennedy, en la política norteamericana hubiera sido imposible un candidato a la presidencia norteamericana como Adlai Stevenson que, aparte de ser calvo, se dejaba retratar un tanto desaliñadamente vestido y con los zapatos agujereados.

El cambio más trascendental y duradero fue el que se produjo en la condición de la mujer. Fueron las mujeres que habían participado en las protestas de los sesenta quienes se lanzaron a un activismo de género y llevaron a cabo una revolución dentro de la revolución. La reivindicación alcanzó con el paso del tiempo una creciente aspereza, como se percibe comparando el libro de Betty Friedan, La mística de la feminidad[42],  con The female Eunuch (La mujer eunuco) de Germaine Greer[43] (1970), muy beligerante contra el otro sexo. A partir de 1968 proliferaron los ataques de las activistas a los premios de belleza femenina o incluso a las prendas íntimas, supuesto signo de opresión. En Francia donde sólo el 1% de las mujeres eran ejecutivos en 1974 hubo, por vez primera, una ministra, Françoise Giroud, dedicada a la condición femenina. Resulta significativo que fuera en la presidencia de Giscard que también creó una secretaría de Estado para la inmigración y recibió a barrenderos en el Elíseo.

Será en los siglos XIX y XX donde se impulsará la progresiva incorporación de la mujer a la educación, al trabajo y la política. El sufragismo, o derecho femenino al voto, comenzará a finales del siglo XIX, mientras que el auge del feminismo tendrá lugar en el siglo XX. En los países desarrollados y entre los años de la primera guerra mundial y la década de los sesenta, las mujeres van accediendo, en un número cada vez mayor,  a la educación, al mundo laboral, a la vida política. Poco a poco se van recogiendo los frutos de la lucha protagonizada por mujeres para conseguir la igualdad de oportunidades y derechos. En España en 1857 con la Ley Moyano se generalizó entre ambos sexos la obligación de acceder a la educación elemental, lo que permitía a las mujeres el acceso a la educación.

12. Historia de la mujer en la España de los últimos dos siglos.

Durante el siglo XIX  existieron en España algunos casos aislados de mujeres organizadas pero no como un movimiento feminista organizado similar a los que había en otros países europeos y en los Estados Unidos. Las constantes convulsiones políticas existentes en nuestro país impedían que los movimientos feministas pudieran encontrar ciertas bases comunes, a salvo de todo sectarismo político, independiente del constante debate entre derecha e izquierda. Las únicas organizaciones femeninas estaban formadas por mujeres católicas de clase alta que se dedicaban fundamentalmente a la caridad y al cuidado de enfermos, o bien la denominada  Junta de Damas de la Unión Ibero-Americana de Madrid, cuyos fines eran la reivindicación de mejores condiciones para la mujer en el trabajo y en la educación y lucha contra la trata de blancas.

En 1890, durante la I República, se aprueba en España el derecho al sufragio universal, que discrimina a la mujer el derecho al voto. En 1907 se produce en el Parlamento el debate de una propuesta a favor del derecho al voto de la mujer, aunque no en las mismas condiciones que el hombre, es decir, mujeres mayores de edad emancipadas y no casadas. Solo nueve diputados votan a favor de la propuesta. Un año más tarde, siete diputados vuelven a proponer una enmienda para que las mujeres puedan votar en las elecciones municipales, con los mismos límites anteriores. La enmienda es rechazada por 20 votos de diferencia. La mujer, en ningún caso podía ser elegible.

El año 1912 se funda en Madrid la Agrupación Femenina Socialista, como vivero de mujeres para el  PSOE, sin apenas militantes femeninas en sus filas.  Su labor se limita solo a eso, a apoyar al Partido, sin un programa reivindicativo específicamente feminista, y simplemente haciendo continuismo de la política de los hombres, al apoyar objetivos prioritarios de sus padres o maridos por encima de las suyas propias.

Los movimientos católicos contrarrestaron estos grupos de izquierda, sindicatos socialistas o anarquistas, creando  la Federación Sindical Obrera y el Sindicato de la Inmaculada, que experimentaron un gran crecimiento hasta la guerra civil. Entre estos últimos destacan la Federación Sindical de Obreras (1912), de María Doménech de Cañellas y el Sindicato de la Inmaculada de María. En 1918, se crea en Madrid la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) que se convertiría en la organización feminista más importante de España. La integran un grupo heterogéneo de mujeres de clase media, maestras, escritoras y esposas de profesionales en el que enseguida destacarán Benita Asas Manterola, Clara Campoamor, Elisa Soriano, María de Maeztu, Julia Peguero y Victoria Kent, que se unirán con tras asociaciones feministas creando el Consejo Supremo Feminista de España. Gracias a estas organizaciones, y al clima existente en Europa, donde se iba consiguiendo en gran medida el derecho al voto femenino, se consiguen algunos avances, como es el acceso a trabajo y a la función pública con los mismos requisitos que los exigidos a los hombres. Aunque la ANME aseguraba ser de centro, libre de los extremismos de derecha e izquierda, se inclinaba claramente hacia la derecha  y muchas de ellas participaban en las organizaciones caritativas de clase alta. Pero a pesar de ser  católica, la ANME trató de mantener una postura independiente y evitó toda colaboración con aquellas organizaciones que, pretendiendo defender los derechos de la mujer, en realidad intentaban defender intereses religiosos. Pedía la reforma del Código Civil, la supresión de la prostitución legalizada, el derecho de la mujer a ingresar en las profesiones liberales y a desempeñar ciertos cargos oficiales, igualdad salarial, la promoción de la educación y subvenciones para la publicación de obras literarias escritas por mujeres. También se proponían medidas para ayudar a la mujer de la clase obrera, aunque éstas tendían a estar inspiradas por un sentido del deber cristiano y no por un verdadero sentido de solidaridad. Aunque el voto no estaba incluido en su programa, la ANME estaba a favor del sufragio femenino. Estaban en contra del divorcio, del amor libre, el aborto y del control de natalidad. Como contestación a la ANME, se crea la  Unión de Mujeres de España (UME), interclasista y laica, cercana al PSOE.

Mas tarde, surgen nuevas asociaciones feministas: la Juventud Universitaria Feminista (1920), fundada en Madrid de la mano de ANME y en la que participa Victoria Kent y Clara Campoamor y la Cruzada de Mujeres Españolas, responsable de la primera manifestación callejera pro-sufragio en España, cuando en mayo de 1921 sus militantes distribuyen por las principales vías de Madrid un manifiesto firmado por un amplio abanico de mujeres, desde Pastora Imperio a la marquesa de Argüelles.

El voto femenino se convierte, ya desde estos años, en protagonista del debate político. El diputado conservador Burgos Mazo presentó, en noviembre de 1919, un nuevo proyecto de ley electoral que otorgaba el voto a todos los españoles de ambos sexos mayores de 25 años que se hallan en el pleno goce de sus derechos civiles, pero que no permitía a las mujeres  ser elegibles y establecía dos días para celebrar los comicios, uno para los hombres y otro para las mujeres. Pero nunca llegó a debatirse. El golpe de estado del general Primo de Rivera frenó cualquier debate de este tipo.

La dictadura de Primo de Rivera basó su política, con relación a los derechos de la mujer, en forma  paternalista, aunque facilitaba el acceso a la universidad, a la función pública o promulgando leyes de protección a la mujer en el trabajo, pero que mantenía la figura de la mujer sin cambios en su posición social. Es cierto que fue esta dictadura la que concedió los primeros derechos políticos a las mujeres a través de El Estatuto Municipal, creado en 1924, y que otorgaba a las mujeres el derecho a votar en las elecciones municipales. Derecho limitado a las mujeres mayores de 23 años, siempre y cuando no estuvieran casadas, ya que en ese caso, era el marido el que votaba por ella. También las prostitutas estaban excluidas del voto. Eso sí, con motivo del tercer aniversario del golpe de estado, se organizó un referéndum para apoyar al Régimen de Primo de Rivera, se permitió votar a todos los españoles mayores de 18 años, sin distinción de sexo o estado civil. Generosa dictadura.

Con la proclamación de la I República, en abril de 1931, se aprobaba una nueva Constitución. En la misma se especificaba “en principio” la igualdad de derechos entre los dos sexos. La diputada radical Clara Campoamor protestó por el término “en principio” y consiguió que se modificase el artículo.   Esta constitución garantizaba el acceso a la función publica a los dos sexos, según su mérito y aptitudes, la protección de la maternidad, el salario mínimo  familiar y, en su artículo 36, figuraba el derecho al voto para hombres y mujeres mayores de 23 años, así como el derecho a ser elegibles a todos los ciudadanos mayores de 23 años sin distinción de sexo, salvo para el caso de presidente donde la edad mínima era de 40 años, aunque en este caso no figuraba el término “sin distinción de sexo” (artículo 69).

Pero el voto femenino admitido en la Constitución era una falacia. Solo las mujeres solteras y viudas tenían derecho a votar, siempre que tuvieran más de 23 años, mientras que los todos los hombres, solteros o casados, tenían ese derecho. La razón de esta discriminación era que el derecho al voto de la mujer casada podría ser fuente de conflictos familiares. Pero era una excusa de una izquierda temerosa de que el voto femenino fuese de tendencia derechista, al estar influenciado por la Iglesia, pudiendo incluso poner en peligro la estabilidad de la propia República.  El resultado de todo esto es que en las elecciones celebradas en junio de 1931 para el Parlamento, solo tres mujeres fueron elegidas entre un total de 465 diputados, la republicana Victoria Kent, la radical Clara Campoamor y la socialista Margarita Nelken. Los republicanos de izquierda, los radicales y los socialistas fueron los que más se opusieron al derecho al voto femenino. Los socialistas llegaron a presentar una enmienda el 1 de septiembre de 1931 para restringir los derechos electorales exclusivamente a los hombres. Los argumentos del radical socialista Novoa Santos son dignos de todo elogio: la mujer era emotiva y sin espíritu crítico ni revolucionario, puro sentimiento y, además, se dejaba llevar por el histerismo propio de la mujer. No quedaba aquí la cosa. En 30 de septiembre, cuando se volvió a discutir la cuestión, el diputado de Acción Republicana, Hilario Ayuso, propuso que el voto de la mujer debía ser a partir de los 45 años, basándose en su deficiencia en voluntad y en inteligencia hasta esa edad.    Pero, insisto, la auténtica razón al rechazo al voto femenino por parte de la izquierda republicana era la consideración de que este voto era de naturaleza conservadora, no sujeto a la intensa propaganda de los sindicatos y partidos de izquierda, y, por lo tanto, favorecía a la derecha. Esto era motivo de enfrentamiento entre dos de las diputadas, Victoria Kent y Clara Campoamor.

Clara Campoamor defendía con todas sus fuerzas el derecho al sufragio femenino, mientras que Victoria Kent, no. Esta era partidaria de aplazar este derecho al voto, con un argumento algo menos hipócrita que el de sus compañeros masculinos. No ponía en duda la capacidad intelectual de la mujer, sino simplemente “no era oportuno para la República”, frase que escondía el auténtico motivo para el veto. Kent decía que el momento oportuno sería cuando la mujer conociera “los beneficios de la República”. Clara Campoamor replicaba a Victoria Kent que la mujer había demostrado su sentido de la responsabilidad para ejercer el derecho al voto. Además, el índice de analfabetismo era mayor entre los hombres que entre las mujeres y acusó a todos aquellos que se opusieran al voto femenino y a la igualdad de derechos  de creer “que la mujer no fuese un ser humano”. A pesar de estas palabras de Campoamor, sus propios compañeros radicales pensaban que era prematuro conceder el voto a la mujer.  Este enfrentamiento entre Kent y Campoamor alimentó las tesis antifeministas de los diputados, e incluso Manuel Azaña bromeó acerca de esta disputa: dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo[44] o ¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?[45].

El debate continuó hasta que los radicales cambiaron de opinión. El voto femenino fue aprobado finalmente por el Parlamento el 1 de octubre de 1931.  Fue entonces cuando el socialista Indalecio Prieto, quien había intentado persuadir a sus compañeros socialistas de votar en contra del artículo o abstenerse de votar, gritó que el voto de la mujer era una puñalada trapera para la República. El diputado derechista Gregorio Marañón describió como un acto de cobardía y de falta de autoridad en los políticos de izquierda sobre sus mujeres e hijas (El Heraldo, 2 de octubre de 1931).

Las primeras elecciones en las que participaron las mujeres fueron las generales  de 1933. La derecha fue la ganadora y se le echó la culpa al voto femenino de la derrota de la izquierda. En todo caso, las tesis sufragistas habían conseguido su objetivo en España. La concesión del voto, como más tarde la del divorcio, fueron logros de la mujer en el periodo republicano, pero logros  efímeros. La Guerra Civil y el nuevo Estado impuesto tras la victoria de las fuerzas franquistas el 1 de abril de 1939 darían al traste con todo lo conseguido. Habría que esperar al cierre de ese largo paréntesis de 40 años para que las mujeres recuperaran el punto de partida que significó la conquista del voto en 1931.

Ya hemos visto que en la Segunda que si los partidos políticos se interesaban por la causa de la mujer era porque resultaba una manera de atraer su voto; nunca demostraron los políticos republicanos una preocupación real por la discriminación de la mujer.  Además, los líderes republicanos de izquierda consideraban que la mentalidad de la mujer española estaba influida por la iglesia, lo que suponía un obstáculo a sus programas políticos. Mentalidad compartida por algunas líderes femeninas de la república. A pesar de los cambios políticos y las reformas de la legislación, permanecían en las raíces de la sociedad española los viejos tabúes y los valores morales tradicionales que discriminaban  a la mujer. La Iglesia, por su parte, inició una fuerte campaña para contrarrestar lo que consideraba una peligrosa influencia de la ideología revolucionaria en la mujer. Y lo mismo sucedió con las organizaciones derechistas, como Falange Española. Hubo mujeres que se plantearon la necesidad de crear organizaciones separadas de los partidos y los sindicatos, con el fin de encaminarla lucha por la liberación de la mujer en todos los terrenos.

La Guerra Civil (1936−1939) representó un revulsivo para la toma de conciencia de muchas mujeres, cuya voz se escuchó en los mítines, en las reuniones y a través de periódicos y revistas. Su actividad durante aquellos años fue asombrosa, y hubiera sido elevadamente productiva para el futuro de haber podido seguir el país la vía democrática iniciada.

Tras el establecimiento del régimen del general Francisco Franco, los ideales más reaccionarios definían a la mujer como esposa, madre y reserva de los valores espirituales. Se protegió a la familia como núcleo vital del nuevo Estrado y se prohibió el matrimonio civil, la contracepción y el divorcio. Se estimuló la procreación y se premió a las familias numerosas. La legislación española, inspirada en el Código de Napoleón, comparó a la mujer casada con menores de edad. Durante los cuarenta años del franquismo, España fue un ejemplo del más puro estilo de patriarcado. Durante la Segunda República, aunque con los problemas conocidos, las mujeres habían conseguido el derecho al voto, se les había concedido derechos y comenzaron a incorporarse al mundo laboral. Durante la guerra, las mujeres participaron de forma muy activa en los dos bandos, pero finalizada ésta, se las hizo volver al rol tradicional en el hogar y se suprimió inmediatamente toda la legislación republicana que concedía derechos a las mujeres. El nuevo Estado decidió que se debía liberar a las trabajadoras del taller y la fábrica, y a las profesionales de clase media se les cerraron todos los puestos de trabajo. Se suprimió la educación mixta en las escuelas y se diseñó una formación especial para convertir a las mujeres en buenas esposas y madres. La familia conservadora tradicional se convertía en el fundamento de la nación.

Para llevar a cabo esta tarea se creó la Sección Femenina de la Falange, encargada de educar a las mujeres  papel reservado para ellas. La Sección Femenina recogía este espíritu. Y, aunque el desarrollo económico de la segunda mitad de los sesenta favoreció la incorporación de la mujer al mundo laboral, estos principios se mantuvieron vigentes hasta la muerte de Franco. Se prohibió que las mujeres ejercieran una serie de profesiones, como abogada del Estado, notaria o diplomática. Con fines morales se prohibió también la educación mixta. El ideal femenino era el del sacrificio, de la obediencia y el de la subordinación. Era natural que el feminismo se convirtiera en algo satánico antifemenino y antinatural. Las reclamaciones de igualdad entre el hombre y la mujer eran una equivocación, ya que para los ideólogos falangistas y para las voces que se hacían oír dentro de la Iglesia Dios había marcado desde el principio la distinción entre los roles sexuales, y había creado al hombre como un ser activo y a la mujer, como un ser pasivo.

A la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, empieza en España un lento proceso democrático, y el motivo inicial de liberación de la mujer, encuentra un clima más favorable para expresarse públicamente. El retorno de la democracia y de la Monarquía Parlamentaria devolvió a las mujeres todos los derechos abolidos en la dictadura de Franco, con la aprobación de la Constitución española de 1979. Nacía una nueva era.

Segunda parte: Del matriarcado al patriarcado

 Desde el principio de la humanidad, el hombre se ha hecho innumerables preguntas acerca de si mismo y de su entorno. ¿Cuál es el origen del hombre? ¿El origen del universo? ¿El misterio de la vida y de la muerte? Preguntas sobre todo lo que ancestralmente le ha rodeado. Nada tenía respuesta a todo lo acontecía a su alrededor. La luz del sol, la oscuridad de la noche, la lluvia, el calor y el frío….. Preguntas que a lo largo de miles de años han encontrado respuesta, más o menos acertada, más o menos satisfecha. Sin embargo, existen otras preguntas a las que no existe una respuesta objetiva ni unánime. Son preguntas relacionadas con el tema que nos ocupa en este trabajo, como es la ancestral dominación del hombre sobre la mujer. Un modelo patriarcal basado en oprimir, subordinar y discriminar a la mujer.

¿Existió antes del patriarcado, alguna otra forma de sociedad en la que la mujer ejerció el poder?  O mejor aún, ¿alguna vez ha existido alguna sociedad o tiempo en la que la mujer dominó al hombre?

1. ¿Existió alguna vez el matriarcado?

En un siglo XIX presidido por el patriarcalismo más recalcitrante, algunos pensadores alimentaron la hipótesis de que, en los inicios de la humanidad, hubo una época en la que el poder lo ostentaron las mujeres,  en especial las madres. El filósofo suizo Johann Bachofen[46] fue el primero en sugerir que el sistema patriarcal, cuya legitimidad sin embargo no cuestionaba, no había existido siempre y que le había precedido una sociedad que se regía según “el derecho materno”. Para Bachofen, la existencia de divinidades femeninas ha sido una prueba lo suficientemente consistente de que las mujeres dominaron en algún momento de la historia porque, a su juicio, la tradición mítica refleja con fidelidad la realidad social, sus leyes y su organización. Sin embargo, para otros investigadores, el culto a las diosas-madre a las que se refiere Bachofen no significa necesariamente un estatus superior para las mujeres o que el poder lo ejercieran estas. En realidad, el culto a las divinidades femeninas puede interpretarse como una exaltación de las funciones reproductoras de las mujeres  en un tiempo en el que se desconocía, como veremos más adelante, el fenómeno de la reproducción, y la mujer aseguraba la supervivencia del clan o tribu. Johann Bachofen asegura que los antiguos relatos  matriarcales no habrían podido ser inventados en el seno de una cultura patriarcal. Pero a esta teoría también se le opone la contraria: los mitos que narran la existencia de matriarcados primitivos podrían haberse producido como argumentos que justificaban el posterior patriarcado, porque, en muchos de estos relatos conocidos, las mujeres terminaron perdiendo el poder a causa de su incapacidad para ejercerlo. Un argumento utilizado mil veces a lo largo de la historia para justificar la supuesta superioridad de hombre con respecto a la mujer.

Otra prueba para Bachofen de que los matriarcados existieron es «el mayor culto ofrecido a la luna, a la tierra, a la muerte, a la tristeza, duelo o luto, en lugar del sol, la luz o la alegría«.  Pero lo es que otra hipótesis justificativa de la existencia de un matriarcado primitivo para Bachofen, para sus detractores solo sirve para demostrar que la atribución de características femeninas a la tierra, la luna, la noche y la muerte y la concepción del cielo el sol, el día y la vida como masculino es propia de los sistemas patriarcales que establecen una jerarquía en la que lo femenino de la Naturaleza es inferior, oscuro frío y misterioso y lo masculino es superior, luminoso, claro y sinónimo de vida.

Como vemos, la respuesta a la primera pregunta: ¿existió alguna vez una sociedad dirigida por las mujeres?  es difusa y subjetiva y los mismos hechos y descubrimientos son interpretados subjetivamente por los autores de uno y otro signo. Tengamos en cuenta que los restos hallados de otras civilizaciones sirven para teorizar, y a veces simplemente para especular, sobre las costumbres y organización social a la que pertenecen.

Este matriarcado primitivo, ligado a la religiosidad mística que rodea la adoración de deidades femeninas, habría sido sustituido por el patriarcado cuando los hombres descubrieron el misterio de la vida y, por lo tanto, la paternidad. Bachofen explica este cambio de gobierno recurriendo a la Orestíada de Esquilo[47], donde se narra cómo el derecho paterno vence al derecho materno tras enfrentarse, porque, según las palabras de Apolo en esta obra: «Del hijo no es la madre engendradora/ es nodriza tan sólo de la siembra/ que en ella sembró. Quien la fecunda/ ése es su engendrador (…)”.

El antropólogo Lewis Morgan, en su estudio de los iroqueses[48], encontró el prototipo de ciudad matriarcal a la que Bachofen se refería en sus hipótesis. La organización social de estos pueblos permite a las mujeres controlar la economía cuya base es la horticultura. Sin embargo, no puede hablarse de matriarcado en si, ya que según otras investigaciones, el poder político y, por lo tanto el de decisión, lo ejercían los hombres. En la misma línea que Lewis Morgan, Henry Maine, en su libro Ancient Law (Derecho Antiguo) explica la prioridad histórica del patriarcado sobre el matriarcado, afirmando que la primera familia conocida fue patrilocal, es decir, vivía en el lugar de origen del hombre[49]. Este libro sobre los orígenes de la sociedad y el desarrollo de las ideas del hombre es de obligada lectura para todos aquellos que estén interesados en la evolución del derecho humano. En él se demuestra que la sociedad primitiva comienza con el grupo, no con el individuo. Y este grupo, según Maine, se basa en la familia, sobre la que se aplicaba el poder del padre, a quien estaba supeditado todos los miembros de la misma.

El antropólogo polaco, Bronislaw Malinowski, establece las diferencias existentes entre matriarcado y matrilocalidad. Tal y como hemos visto en la primera parte de este libro, sociedades con matrilinealidad o matrilocalidad son aquellas en las que la residencia del matrimonio se ubica en el lugar de nacimiento de la mujer. En estas sociedades, las mujeres disfrutan de un status más alto que en las sociedades patrilineales o patrilocales, es decir, aquellas con residencia del matrimonio en el lugar de origen del hombre. Pero la diferencia entre matriarcado y matrilinealidad es que en estas últimas no significa que el poder lo ostenten las mujeres. Sin embargo, una sociedad matrilocal es claramente más ventajosa para la mujer que una patrilocal, ya que en la primera, la mujer se encuentra en su ambiente, al ser el lugar donde nació, se crió y vive su familia. De la misma forma, es distinta la cantidad de poder que puede ejercer una mujer cuya descendencia pertenezca a su linaje que otra mujer cuyos hijos pertenezcan al varón.

En la actualidad, algunos grupos feministas coinciden con Bachofen en la realidad de la existencia de un matriarcado primitivo. Pero la realidad es que esto nunca se ha podido demostrar con objetividad. Aunque tampoco se ha podido negar con rotundidad que en algún momento de la historia del ser humano existiera el matriarcado como organización social. Lo que sí se ha podido demostrar es la existencia de clanes o tribus que practican o han practicado este sistema social, pero son casos puntuales de organización social. Igualmente, se ha podido demostrar es que el patriarcado es la única forma de organización social que ha acompañado al ser humano desde el homo sapiens.   Pero es que además, las especies más cercanas al ser humano como son los homínidos (gorilas, chimpancés y orangutanes),  son patriarcales, lo que resulta un dato demasiado significativo antropológicamente hablando.

2. ¿Por qué pudo desaparecer aquella sociedad matriarcal?

El filósofo marxista y defensor también de la existencia del matriarcado, Frederik Engels responde a esta pregunta que la aparición de la propiedad privada, el incremento de las guerras o la aparición del matrimonio monógamo acabó con la era de dominio de las mujeres, o madres.

A finales del siglo pasado, aparecieron datos que tienden a demostrar, en parte, las teorías que demuestran la existencia de un matriarcado primitivo. Ya hemos mencionado al principio de este libro a los mosuo, en la que los hombres desempeñan un papel secundario en la organización social. Como en otras sociedades que se consideran matriarcales, los hijos mosuo se apellidan como su madre y crecen a su lado, en el hogar de la abuela materna, rodeados de sus tías y de sus tíos, también maternos. Pero, y ahí radica la diferencia, en el pueblo mosuo, los hombres se hallan realmente bajo la autoridad de las mujeres. Sin embargo hay dos diferencias entre este matriarcado de los mosuo y el patriarcado conocido.

La primera es que una de las características del patriarcado es el control sexual de los  hombres sobre las mujeres. Entre los mosuo, sin embargo, no existe tal control. La segunda diferencia es que las mujeres ejercen el poder sin que esto suponga la opresión ni la explotación de los representantes del sexo opuesto a los cuales, por cierto, no consideran inferiores. Se trata de un tipo de organización social  en torno a la mujer, sin que la supremacía femenina tenga como contrapartida el avasallamiento de los hombres. La situación de servidumbre y de superioridad que aparece implícita en el matriarcado no se da entre los mosuo y muy posiblemente tampoco existió en la Edad de Piedra.

¿Qué tipo de organización social regía la vida de nuestros antepasados? El papel que desempeñaron los hombres en aquellos tiempos está aún por  desvelar. Sin embargo, algo parece quedar demostrado: el patriarcado no ha existido siempre y las mujeres del Paleolítico ejercieron  el poder, hasta que los hombres las relegaron al  hogar durante miles de  años. Según los descubrimientos más recientes, la mujer del Paleolítico ejerció un papel primordial en las sociedades primitivas, no limitándose a estar toda su vida  encerradas en las cuevas prehistóricas cuidando de su prole y curtiendo pieles y manteniendo el fuego encendido, sino que también ellas iban por los bosques y las praderas cazando grandes mamíferos cuando el embarazo no se lo impedía. Aquella época estaba dominada por muchos misterios a los que el hombre buscaba respuesta y que hemos hecho alusión al principio. Uno de ellos era el misterio de la vida, de la procreación. Una facultad reservada exclusivamente e las mujeres.  En una sociedad todavía dominada por un sinfín de incógnitas, nuestros antepasados respetaban y admiraban tanto al cazador, que arriesgaba constantemente su propia vida, como a la mujer procreadora, de cuyo vientre cálido surgían milagrosamente pequeños seres humanos que aseguraban la supervivencia del clan.

Una de las características de la mente humana es que necesita explicaciones. Siempre. Para todo. Y en aquella época, nuestros antepasados buscaban respuestas y explicaciones irracionales y mágicas a lo que acontecía en su entorno. En la época paleolítica, los primeros humanos necesitaban explicar aquellos fenómenos naturales que les sorprendían, les asustaban, les fascinaban: ¿por qué las plantas crecían cuando el agua caía del cielo? ¿por qué los pájaros desaparecían cuando llegaba el frío, y  volvían a aparecer con los días de calor? ¿por qué el sol se apagaba por las noches y volvía a brillar por las mañanas?  Y comenzaron a inventarse los mitos. Sólo la existencia de seres omnipotentes e invisibles que controlaran esos acontecimientos podía demostrar la existencia de tales prodigios.

El ciclo eterno de la vida y de la muerte obsesionó al ser humano: ¿cómo empezaba la vida? ¿de dónde venían los seres humanos? La respuesta se escondía en el misterio femenino. En aquellos tiempos muy remotos, los hombres todavía desconocían su propio papel en la procreación, y se quedaban tan maravillados como atemorizados ante el poder mágico de la mujer en cuyo interior se gestaban vidas nuevas. La madre que paría a los hijos y procreaba por sí sola, sin ninguna intervención exterior, se convirtió lógicamente en la Madre del universo, la Diosa-madre que era el origen de todas las cosas. La tesis según la cual nuestros antepasados rindieron culto a la Gran Diosa, o Diosa Madre, nombre bajo el cual se agrupan todas las diosas que tanto en el Paleolítico como en el Neolítico, reinaron en diversas regiones del mundo, viene avalada por la abundancia de representaciones femeninas que se encontraron y se siguen encontrando en numerosas excavaciones arqueológicas. Mientras los genitales masculinos brillan por su ausencia en las paredes de las cuevas, las partes íntimas de la mujer fueron objeto de numerosas pinturas o esculturas.  Aquellas diosas-madre fuentes de vida y de fertilidad, embarazadas o parturientas, aquellas diosas paleolíticas reinaron durante miles de años sobre el destino de los seres humanos, siendo sustituidas por otras diosas con nombres e identidad propia, cuyas hazañas incluso vendrían descritas en los primeros relatos antiguos. Gea, diosa de la Tierra en la mitología griega, Isis, Diosa Madre de los egipcios, o Beltis, la Gran Señora de Babilonia, reina de la tierra y madre de los dioses, supervivencias de la Gran Diosa y continuadoras de su obra protectora, antes de que los hombres  crearan un dios a su imagen y semejanza.

3. ¿Cómo se produce este cambio?

A partir del período neolítico, la agricultura y la ganadería se sumaron a las actividades de caza y de recolección hasta sustituirlas por completo, confiriendo a los hombres la exclusividad de un poder económico, político y social, que hasta entonces habían compartido con las mujeres. Las mujeres, que vivieron en la Edad de Piedra independientes y poderosas, salieron de la Edad del Bronce oprimidas, silenciadas y encadenadas a unos padres y maridos, que empezaron a ejercer el papel de amos.

Un día un ganadero observó como se producía la gestación de sus cabras y descubrió el gran misterio femenino de la procreación, al relacionar la copulación de las cabras con el nacimiento de una nueva vida algún tiempo después. Al comprender que los hijos que nacían de su compañera también dependía de él se instauró un nuevo sistema en el que la procreadora, ya desmitificada, comenzaría a perder definitivamente su poder y se convirtió en una valiosa posesión cuyo principal cometido consistía en parir herederos a quienes él legaría sus bienes y transmitiría su nombre. Dueño de sus animales, el ganadero también lo iba a ser, a partir de ahora, de sus mujeres y de sus hijos.

A partir del Neolítico, las mujeres fueron excluidas de las actividades productivas y se vieron relegadas a las tareas del hogar. El golpe definitivo para las mujeres fue un invento trascendental con el que la humanidad daba el paso definitivo hacia el conocimiento y la cultura: la escritura, hecho que se produjo en Mesopotamia hacia el año 3400 a.C. Las mujeres fueron vetadas al conocimiento de la escritura. No era necesario saber leer y escribir para parir hijos. En un mundo ideado por y para los hombres, la capacidad de dar vida pasó a un segundo plano y fue considerada una función que, por ser natural, no implicaba la adquisición de otros conocimientos, a diferencia de las actividades masculinas, cada vez más complejas a medida que progresaban las técnicas. Cuando el hombre descubrió que era capaz de planificar el nacimiento de sus ovejas o de aprovechar el agua de los ríos para hacer las tierras más fértiles, la mujer dejó de ser su igual y se convirtió en un ser inferior al que el hombre, que empezaba a dominar la Naturaleza, también quería dominar.

El desarrollo de la actividad bélica proporcionaría al hombre, tanto en sentido literal como figurado, las armas que necesitaba para avasallar definitivamente a la mujer. El mundo había cambiado. La fuerza y violencia física comenzaban a ser valores en alza y el hombre los utilizó para imponer su poder, porque el      ex-cazador era quien ahora protegía a los suyos y conquistaba territorios. Lógicamente, cuando el fenómeno bélico inició su peligrosa propagación, los que en las pequeñas aldeas agrícolas tomaron las armas para defender territorios y cosechas fueron los descendientes de los cazadores del Paleolítico, tradicionalmente acostumbrados al manejo de las lanzas y de las flechas. Es cierto que también debió de haber mujeres guerreras, como lo demuestra el hallazgo en la frontera de Rusia con Kazajstán, a finales de los noventa, de unas tumbas neolíticas en las que hace miles de años fueron enterradas mujeres con sus armas, o los relatos de Julio César que, en La guerra de las Galias, describe la sorpresa de sus ejércitos al descubrir entre los combatientes celtas a guerreras tan valientes y despiadadas en el ardor de la batalla como sus compañeros masculinos. En ese mundo bélico y violento que los hombres estaban construyendo, el espacio que reservaban a sus compañeras se fue reduciendo conforme el guerrero que vertía su sangre para salvar a su pueblo iba recuperando la gloria perdida del cazador, que ya ninguna mágica prerrogativa femenina contrarrestaba desde que el misterio de la procreación había dejado de serlo. Y mientras en la tierra el enérgico guerrero estaba ensalzado y glorificado, en las esferas celestiales la Gran Diosa pacífica caía de su divino pedestal tras una larga y sutil operación de acoso y derribo.

Después de miles de años, el culto a la Diosa comenzaba a decaer. Una vez que el hombre había descubierto que sin la intervención masculina la mujer era incapaz de procrear, la única forma que de la Diosa surgiera la vida era que fuese fertilizada por algún dios. Los nuevos mitos se actualizaban. En Grecia, Urano, salido de las entrañas de Gea, se unía a su madre; en tierras egipcias, Isis renegaba de su soledad y abría su divino lecho a Osiris, ascendido a dios de la tierra y de la fertilidad, para que de la unión fértil de las deidades naciera el universo entero y se completara la entronización de la pareja divina que, de ahora en adelante, reinará en el panteón de los dioses. La Diosa había iniciado su imparable declive.

La que había engendrado la Naturaleza perdió su categoría de madre todopoderosa y se vio relegada al papel de hija o hermana, amante o esposa discreta y sumisa de aquellos dioses a los que había dado la vida y que ahora aspiraban sucederla en lo más alto del panteón sagrado. En las alturas del Olimpo, morada de los dioses según la mitología griega, el todopoderoso señor del trueno, del rayo y del relámpago, Zeus, se atrevía a gestar, de su propio muslo, a su hijo Dionisos; y de su divina cabeza, a su hija Atenea, y convertirse, según la pluma de Homero, en “padre de los dioses y de los humanos”. Mientras tanto, en Palestina, Yahvé desplazaba a Asherah, legataria semítica de la Madre universal, después de crear el mundo en siete días mediante la palabra. «Dios dijo que haya luz, y hubo luz»: el Verbo sustituía a la Naturaleza, y la creación se disociaba de la procreación. La edificación del sistema patriarcal que imperaría durante más de dos mil años empezó tímidamente en el Neolítico, se intensificó en la Edad del Bronce hasta completarse en la Antigüedad.

Mientras los hombres, después de descubrir que también eran padres, se familiarizaban con la fuerza bruta que les permitiría reprimir cualquier conato futuro de rebelión femenina, la transformación de la sociedad conducía a la progresiva y fatal reclusión de las mujeres en sus hogares. La evolución del panteón divino siguió el rumbo que quisieron imprimirle los varones, a medida que se hacían con el control de todos los ámbitos de la vida social, económica y política. La religión del dios varón y todopoderoso que acabaría eliminando a todos los demás candidatos al trono divino se implantó en gran parte del planeta, ratificando en nombre de Dios, Yahvé o Alá, la instauración de un sistema injusto y cruel para la mitad de la humanidad.

4. ¿Por qué se expulsó al primer hombre y a la primera mujer del Paraíso Terrenal?

Entre los atributos de la Diosa Madre, aquella que durante milenios gobernó el panteón sagrado, se encontraba la serpiente, mientras que los devotos de Asherah[50] se reunían bajo los árboles de la Tierra Prometida (siendo el árbol el símbolo de esta divinidad). Eva probó el fruto del árbol (símbolo de Asherah) prohibido  inducida por la serpiente (símbolo de la diosa) y arrastró a Adán en su pecado. El simbolismo es claro. La serpiente (la diosa) era la imagen del demonio y la mujer (Eva) se convertía en el origen del pecado y la causa de los males de Adán (el hombre). La triste suerte de las hijas de Eva estaba echada.

Así, Eva (la mujer), que debía su vida a Adán a través de su costilla (es decir, el hombre posee ya la facultad para dar nueva vida) era condenada por su traición y su desobediencia a vivir bajo el control de su esposo, único hombre con quien esta podía  mantener relaciones sexuales, al tiempo que era condenada a sufrir dolor en el momento del parto. Claro que el dios Yahvé no es el único responsable de que la cultura occidental considerase durante siglos al sexo femenino como el origen del Mal, ya que la mitología griega se anticipó a dar una imagen de la mujer peligrosa y maléfica

Hesíodo ya nos había contado  que la hermosa y vil Pandora esparció todos los males sobre la Tierra al abrir la caja que Zeus le había regalado. Mientras tanto, Afrodita  provocaba la guerra de Troya al fomentar el rapto de la bella Elena por Paris, y la hechicera Medea marcaba su territorio con la sangre de sus víctimas y hasta degollaba a sus propios hijos por vengarse de la infidelidad de su esposo, Jasón el Argonauta. La convergencia entre las leyendas griegas y los relatos bíblicos sugiere que, antes de que los poetas de la Antigüedad y los profetas de las grandes religiones reveladas se encargasen de transcribirlo en rollos de pergamino, los hombres propagaron el rumor de que en la mujer estaba en el origen de cuantas calamidades asolan el mundo, con el fin de justificar y legitimar una organización social patriarcal. De hecho, entre los pueblos más primitivos, lejos de la Acrópolis, de Jerusalén y de La Meca, mitos muy antiguos, como los de la tribu baruya de Nueva Guinea,  cuentan todavía hoy a sus hijos que, en un pasado muy lejano, las mujeres fueron todopoderosas, pero que los hombres se vieron obligados a arrebatarles el mando para restablecer la paz y el orden en una sociedad que empezó a ir a la deriva cuando aquéllas se revelaron incapaces de manejar debidamente los arcos y las flechas que ellas mismas habían inventado, cayendo los inocentes como moscas bajo sus flechas asesinas y sin rumbo. Ante tal desastre, los hombres les robaron las valiosas armas y, convirtiéndose en grandes cazadores y guerreros, demostraron la legitimidad de su rebelión utilizándolas para asegurar la supervivencia y la protección de la comunidad, derrocando a supremacía y de la libertad femenina. Es necesario vigilar y sujetar a las mujeres, y sobre todo, cuidar de que no vuelvan nunca a tener el poder, porque cuando lo tuvieron, sólo trajeron al pueblo baruya el desorden, la muerte y la desgracia.

En resumen: las mujeres son incompletas e imperfectas, sucias e impuras, lascivas e incapaces de resistir la tentación, tanto por naturaleza como a través de la mitología y la religión y, como veremos a continuación, la filosofía. Como vamos a ver, en las fuentes de la sabiduría los hombres han sabido encontrar toda clase de hipótesis para justificar la inferioridad de la mujer.

Tercera Parte: El nuevo orden

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Las mujeres no han creado escuelas de pensamiento, no han inventado nuevas técnicas, no han producido riquezas, ni han creado obras maestras, no porque no tuvieran acceso a la cultura o porque su papel se limitara al ámbito doméstico,  sino porque simplemente no eran capaces de hacer otra cosa que cuidar de la casa y de los hijos. Este ha sido el principal argumento empleado por el hombre: la incapacidad física e intelectual de la mujer. Así, pues, una mujer con menor fuerza física e impedida en el acceso a los conocimientos sufría una doble discriminación. Siendo lo masculino lo que imperaba en una sociedad de varones, las características  femeninas llegaron a percibirse como incapacidades y anomalías, con toda la connotación despectiva que puede conllevar dicho término. La mujer era “irracional” en su comportamiento, al anteponer los sentimientos a la razón, mientras el hombre era un ser “lógico”  al ser más cerebral y anteponer el pensamiento a la intuición.  Los grandes pensadores  consideraron a la mujer un ser inferior al hombre, asentando las bases teóricas que legitimaban el patriarcado.

Ya hemos visto que uno de los padres de la filosofía clásica,  Platón, dice que la mujer es extraña al logos, es decir, a la lógica, y que solamente participa en la racionalidad de manera parcial e inadecuada. No esta de acuerdo con que las mujeres, a las que considera maleducadas, se encarguen de educar a los varones. La presunta inferioridad natural femenina también fue defendida  por Aristóteles cuyas teorías, transmitidas en Occidente por los filósofos árabes, entre ellos el cordobés Averroes, y posteriormente por santo Tomás de Aquino, sentaron las bases, tanto en el mundo cristiano como en el islámico sobre la figura de la mujer. Estamos en el siglo IV a.C., en pleno sistema patriarcal, cuando Aristóteles, con un aparente rigor científico,  teoriza  por qué la mujer era un “ser defectuoso y monstruoso”. La filosofía aristotélica considera que el nacimiento de una niña es el resultado de un fallo en el proceso de incubación, y que la culpa la tiene, ¡cómo no!, la madre. Nos dice además  que las mujeres deben realizar las tareas que les dicta la naturaleza y además obedecer al padre, al marido y al hijo. Para Aristóteles, la mujer es biológicamente incapaz de desarrollar cualquier actividad relacionada con el pensamiento.

De poco han valido algunas obras algunas obras a favor de  la emancipación de la mujer, como Melanita, la filosofa, de Eurípides, obras que por cierto se perdieron, o la Asamblea de las mujeres y Lisístrata, de Aristófanes en el que se narra la igualdad entre ambos sexos y la paridad. Para Aristóteles y Platón las mujeres no eran seres humanos completos, sino seres de una naturaleza inferior, en los que no se podía confiar. Tenían el mismo estatus social que los esclavos, no podían participar en política ni tener derechos cívicos de ninguna clase. En una época que, como he dicho en el capítulo anterior, estaba marcada por el estudio de las artes y de la cultura, estas teorías fueron la base en la que se sustentó la impureza, la inferioridad y, por lo tanto, justificó la marginación que sufrieron las mujeres. Fuentes de la sabiduría de las que bebieron filósofos y pensadores de los siglos posteriores y  que han alimentado, hasta nuestros días, el patriarcado y la misoginia más recalcitrante.

Los textos más representativos de la filosofía natural de la antigüedad fueron: la Historia de los animales y De la generación de los animales de Aristóteles y la Historia Natural de Plinio el Viejo, los cuales fueron reeditados y revisados  hasta el ¡siglo XVIII! Galeno, por ejemplo, uno de los médicos que más influyeron en el mundo medieval, sigue la tradición aristotélica de la mujer como ser imperfecto, siendo ésta una cualidad intrínseca de su naturaleza femenina. Plinio el Viejo, en su obra, decía textualmente:

“Pero no encontraremos difícilmente nada más prodigioso que el flujo menstrual. La proximidad de una mujer en este estado hace agriar el mosto; a su contacto, los cereales se convierten en estériles, los injertos mueren, las plantas de los jardines se secan, los frutos de los árboles donde ella está sentada caen; el resplandor de los espejos se enturbia nada más que por su mirada; el filo del acero se debilita, el brillo del marfil desaparece, lo enjambres de las abejas mueren; incluso el bronce y el hierro se oxidan inmediatamente y el bronce toma un olor espantoso; en fin, la rabia le entra a los perros que prueban de dicho líquido y su mordedura inocula un veneno sin remedio. Hay más: el asfalto, esa sustancia tenaz y viscosa que, a una época precisa del año sobrenada un lago de Judea, que se llama Asphaltites, no se deja dividir por nada, pues se adhiere a todo lo que toca, excepto por un hilo infectado por este veneno. Se dice incluso que las hormigas, esos animalejos minúsculos, le son sensibles: ellas echan los granos que transportan y no los vuelven a recoger. Este flujo tan curioso y tan pernicioso aparece todos los treinta días en la mujer, y, con más intensidad todos los tres meses.”

Otro padre de a filosofía como Pitágoras decía que «Existe un principio bueno que creó el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que creó el caos, la oscuridad y la mujer.» Y otros padres de la filosofía orientas como Confucio o Mencio no mejoraba la imagen de la mujer. Para Confucio, la mujer, de carácter estúpido, era incapaz de confiar en ella misma y su papel era obedecer al marido. Aseguraba también que la ley natural disponía el sometimiento de la mujer al hombre. Mucho más ilustrativo es el filósofo chino Mencio que aseguraba que la mujer estaba sometida a la regla de las Tres Obediencias: “Cuando es joven siempre tiene que obedecer a sus padres; cuando está casada tiene que obedecer a su marido; cuando es viuda tiene que obedecer a su hijo

Como hemos visto, a la época de los grandes imperios le sucedió la Edad Media, en la cual las cuestiones que más preocuparon a los pensadores y filósofos fueron principalmente de tipo moral y el estudio de los textos sagrados. Las dos figuras más importantes de la filosofía es esta época fueron Santo Tomás de Aquino y San Agustín.

Santo Tomás de Aquino estuvo influenciado por el pensamiento aristotélico, lo que ya nos da una idea de sus teorías, hasta el punto de imponer en la Universidad de París la lectura de la obra de Aristóteles. A Tomás de Aquino debemos frases como: «El hombre es, con todo derecho, gloria de Dios en la creación, mientras que la mujer es gloria del hombre«, además de defender ideas como que la mujer está y debe estar subordinada al hombre, que la mujer es inferior, incompleta, imperfecta, pasiva y que tiene menos firmeza de juicio.

San Agustín, sin embargo, difundió la doctrina de origen neoplatónico, y defiende que la mujer tiene una función de auxiliar del hombre y, por tanto, de inferior a éste. La función de la mujer es solamente procreadora, por lo que su función se limita a tener hijos y poco más. Sin embargo, San Agustín considera que espiritualmente, el alma de la mujer es idéntica a la del hombre. Algo es algo. Para San Agustín, la mujer no es más que una paridora de hijos y necesita al varón para ser gobernada. El pensamiento de Aristóteles unido a los principios definidos por Galeno y a la teoría judeo-cristiana sobre la creación de la mujer (Eva) a partir de una costilla de un hombre (Adán), marcará el destino de muchas mujeres, oprimidas y esclavizadas al servicio de los hombres.

Si saltamos en el tiempo, nos encontramos al escéptico David Hume (siglo XVIII), el cual exigía un plus de castidad como único camino para demostrar que el supuesto padre de sus hijos realmente lo es, con el fin de que este esté en condiciones de alimentarles y amarles. Hume también considera a las mujeres más débiles, tanto física como mentalmente las únicas actividades que les recomienda son aquellas relacionadas con el encanto y la belleza y los modales.

Como vemos, el tiempo no causa mella en los postulados patriarcales. La modernidad trajo consigo la caída de algunos valores obsoletos y  el avance de las ciencias, incluidas las sociales; la ley natural deja paso a la ley social. Se reconoce la mayoría de edad del hombre, pero no la de la mujer, a la que se le sigue encomendando aquellas facultades que tienen que ver con la belleza física y su educación va encaminada a cuidar del hombre, a quien se le sigue reservando el desarrollo de las facultades intelectuales.

Nos encontramos así a Rousseau, quien solo entiende que la educación de la mujer ha de ir orientada e estudiar el alma del hombre, así en masculino, y servirle en lo doméstico. En su obra Emilio o la educación nos dice que «La primera y más importante cualidad de una mujer es la dulzura (…) Debe aprender a someterse sin quejarse al tratamiento injusto y las ofensas de su marido.» Para Kant, no se plantea aquí ninguna de sus dudas, las diferencias entre los sexos son estéticas, donde lo bello es femenino y lo masculino sublime, y relativas a la virtud, bella en la mujer y noble en el hombre. Kant dice que la mayor virtud de la mujer es la limpieza, por lo que el peor insulto que se le puede hacer a una mujer es llamarla asquerosa, ya que lo contrario de bello es repugnante.

Hegel, Schopenhaurer, Heidegger, y todos los grandes nombres de la filosofía ilustrada no cambian el mismo argumento: las mujeres han de atender las tareas del hogar para que el hombre pueda administrase mejor e inciden en la minusvalía física y mental. En su obra “Las mujeres” (1851), Arthur Shopenhaurer dice «Que la mujer está destinada por naturaleza a obedecer se evidencia en el hecho de que toda mujer situada en la posición antinatural de completa independencia se une inmediatamente a algún hombre a quien permite que la oriente y la dirija. Esto se debe a que necesita un señor y un amo. Si es joven, será un amante; si es vieja, un sacerdote

Veinte años más tarde, Charles Darwin en su Origen del hombre manifiesta  que «La principal distinción en las facultades intelectuales de los dos sexos queda evidenciada por la eminencia que alcanza el hombre en todo cuanto emprende, que es superior a la de la mujer, tanto si la empresa requiere un pensamiento profundo como si se trata de razón, imaginación o simplemente el uso de los sentidos y las manos”. Y finalizamos con otro ejemplo que nos proporciona Friedrich Nietzsche en su obra Así habló Zaratustra: «El hombre debe ser educado para la guerra, y la mujer, para la recreación del guerrero: todo lo demás es tontería«.

Existe sin embargo alguna excepción en torno a la filosofía de corte patriarcal, como es Poulain de Barre, quien en su obra La igualdad de sexos (1673) aboga por la eliminación de los prejuicios, especialmente el de la desigualdad de sexos. En la historia del movimiento feminista son pocos los hombres que han abrazado la causa de las mujeres desde una perspectiva doctrinal, abierta y pública. Poulain de la Barre es uno de ellos.

2

Hemos visto anteriormente como Aristóteles y sus discípulos se las ingeniaron para relacionar la inferioridad de la mujer con su sexo. Desde que el hombre conocer su contribución a la procreación, sus teorías se encaminan a relacionar el sexo de la mujer con la impureza y el del hombre con el portador de la vida.

Freud analizaría las consecuencias en la psique femenina de aquella castración nacida de la voluntad divina. Las diferencias biológicas entre ambos sexos se utilizaron para argumentar la inferioridad femenina, y convirtieron la menstruación en la mejor prueba de imperfección e impureza de la mujer, Hemos visto que Aristóteles considera que la naturaleza de la mujer es más fría que la del hombre, de ahí su incapacidad de engendrar y su mero papel de receptáculo en el acto de fecundación. Y la menstruación de la mujer fue un argumento más para justificar todas sus teorías.

El Antiguo Testamento aclara: “Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada, y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche… . Y cuando fuere libre de su flujo, contará siete días, y después será limpia”, antes de perderse en múltiples recomendaciones: “Cualquiera que tocare su cama, lavará sus vestidos, y después de lavarse con agua, será inmundo hasta la noche. También cualquiera que tocare cualquier mueble sobre que ella se hubiere sentado, lavará sus vestidos; se lavará luego a sí mismo con agua, y será inmundo hasta la noche. Y lo que estuviere sobre la cama, o sobre la silla en que ella se hubiere sentado, el que lo tocare será inmundo hasta la noche. Si alguno durmiere con ella, y su menstruo fuere sobre él, será inmundo por siete días; y toda cama sobre que durmiere, será inmunda” (Levítico, 15:19-28). Por su parte, Alá, en el Corán, ordena a los hombres que eviten cualquier contacto con la mujer cuando de su cuerpo sale la sucia e impura sangre menstrual: “Te preguntan acerca de la menstruación. Di: “Es un mal. ¡Manteneos, pues, aparte de las mujeres durante la menstruación y no os acerquéis a ellas hasta que se hayan purificado! Y cuando se hayan purificado, id a ellas como Alá os ha ordenado.» Alá ama a quienes se arrepienten. Y ama a quienes se purifican” (Corán, 2:222).

Tanto la teoría aristotélica como las religiosas fueron el resultado de una convicción de las mentes de nuestros antepasados antes de entrar en los libros sagrados y los tratados científicos. Eso al menos nos deja intuir el trato reservado a las mujeres menstruantes en algunas sociedades primitivas, donde se las encierra en una casa aislada para evitar que debiliten a los guerreros o contaminen la tierra.

En la Francia medieval y cristiana del siglo X, el abad Odón de Cluny, a la postre canonizado, escribía las siguientes líneas: “La belleza del cuerpo sólo reside en la piel. En efecto, si los hombres vieran lo que hay debajo de la piel, la visión de las mujeres les daría náuseas…  Puesto que ni con la punta de los dedos toleraríamos tocar un escupitajo o un excremento, ¿cómo podemos desear abrazar este saco de heces?» Cuando los hombres se convencieron de que ellos eran quienes depositaban nuevas vidas en el vientre femenino, no tardaron en conferir un carácter maléfico al fenómeno de la menstruación, inventando supersticiones a partir de esta idea.  Una idea que pervive incluso en nuestros días. Esta idea lo compartía toda la sociedad medieval, desde  los médicos y los filósofos y hasta las propias mujeres estaban convencidas de que la menstruación era algo muy negativo y de que bajo el flujo menstrual podían morir, causar la rabia en los animales y toda una serie de elementos supersticiosos que han llegado hasta hoy en día. Las mujeres menstruantes  tenían que ocultarse, no podían ir a misa ni a ningún lugar y quedaban relegadas en la parte trasera de las casas.

Al igual que en la Edad Media se creía que la mujer menstruante podía estropear la masa del pan y provocar la muerte de los frutos en los árboles; hoy en día, aquí, en un Occidente que se considera evolucionado, todavía hay personas convencidas de que, cuando una mujer tiene la menstruación, es preferible que no entre en una bodega, ya que se avinagraría el vino, u opinan que no debe empeñarse en intentar montar una mayonesa porque lo más probable es que se corte.

La voz de las mujeres ha sido silenciada y ocultada de la historia. Si nos preguntaran por el nombre de filósofas, escritoras, dramaturgas, científicas y, en general relacionadas con el pensamiento o las bellas artes, tendríamos graves problemas para relacionar más de diez mujeres. Y, sin embargo, dentro de la historia existen muchas mujeres que han aportado su conocimiento a la humanidad. Un escaso número si lo consideramos desde el punto de vista cuantitativo, pero enorme si tenemos es cuenta que la mujer estaba relegada al estudio del conocimiento, de la ciencia y de la literatura.

Muchos de sus escritos han desaparecido, o bien han sido atribuidos a su mentor o maestro. En Grecia, pese a las restricciones que existían para que la mujer accediera al conocimiento, existieron varias mujeres que se adentraron en el pensamiento filosófico. Las primeras mujeres filósofas de las que se tiene noticia estuvieron vinculadas a la escuela pitagórica (siglo VI a. C), cuyas  ideas, sin embargo, fueron atribuidas a su fundador, Pitágoras, como Aspasia de Mileto, protectora de Protágoras y promotora del pensamiento y la cultura en la Grecia de Pericles. También hubo mujeres filósofas en las escuelas epicúrea y estoica, tanto en Grecia como en Roma. En la escuela cínica destaca Hiparquía de Tracia (siglo IV a. C). Hipatia de Alejandría fue la mujer científica y filósofa más importante de la antigüedad. Estudió las obras de Platón y Aristóteles, pero se dedicó sobre todo a la astronomía y la matemática.

En la Edad Media, las mujeres estaban excluidas de la vida social y del acceso a la cultura. Solo aquellas mujeres que pertenecían a alguna orden religiosa pudieron estudiar y escribir obras en las que contaban sus experiencias místicas y conocimientos adquiridos de los libros que estaban al alcance de su mano.  En esta línea destaca Hildegarda de Bingen (1098-1179), que dejó escritos de astronomía, botánica y medicina, así como libros proféticos, basados en sus visiones. La literatura medieval, de carácter épico, tenía un marcado carácter masculino, donde las guerras y las venganzas constituían el principal argumento. A los hombres les era reservado el papel de héroes, mientras que las mujeres servían para transmitir el linaje y la defensa del honor. Muchos ejemplos de todo esto. Uno de ellos, el anónimo Cantar de Mío Cid, el Cid en su destierro pierde el dominio sobre sus tierras y sus hijas. Su esposa, Doña Jimena es un modelo de sumisión a su señor esposo. Finalmente, la epopeya concluye con el matrimonio de las hijas de El Cid con los Infantes acordados, aceptando estas con alegría los desposorios.

En otra obra maestra medieval, El Conde Lucanor, se puede ver como la mujer ha de ser sometida a un hombre para que aprenda quien manda. El sometimiento de la esposa asegura la paz en el matrimonio y provoca el respeto de los familiares y vecinos. Pero, además, la mujer inteligente es aquella que acepta con resignación el poder del marido. Para el Arcipreste de Hita, existen  varios tipos de mujeres, tal y como manifiesta en El Libro del Buen Amor, que van desde las alcahuetas hasta las monjas, pasando por las mujeres que están al servicio del hombre o aquellas que se dedican a acosar sexualmente al hombre.

En La Celestina, de Fernando de Rojas, se produce un cambio en los roles femeninos. Así, mientras la protagonista Melibea  es una mujer de carácter independiente y libre, mientras que su madre, Alisa, representa la sumisión a su esposo, ya que llega a decir que no tiene ni derecho a opinar. La protagonista, Celestina, constituye un ejemplo de la corrupción de la sociedad tradicional En esta obra  son los personajes femeninos los que ejercen el poder. Incluso un personaje masculino  Pleberio, reconoce la  autoridad femenina.

El Renacimiento supuso una época donde las artes y el conocimiento tuvieron un auge importante, y aunque la filosofía continuó en manos masculinas, algunos pensadores ya reconocían la influencia de las mujeres en el terreno de la cultura. Muchas mujeres, de clase noble, se interesaron  por la ciencia, la política y la música. Así por ejemplo, Galileo mantuvo correspondencia con la duquesa de Toscana, Cristina de Lorena, a propósito de sus descubrimientos en astronomía y la defensa de las tesis copernicanas.

En el ámbito religioso destaca Teresa de Jesús (1515-1582), fundadora de monasterios y escritora. Su aguda percepción del dolor existencial humano se plasma en obras como Las moradas (1577), donde propone un camino interior de redención que conduce a la beatitud. La obra de Teresa de Jesús ejerció una enorme influencia sobre la teología de su época y posteriores, en particular sobre la teología mística, al subrayar el aspecto psicológico y emotivo de la experiencia religiosa. Un siglo más tarde destaca Sor Juana Inés de la Cruz, una de las figuras más representativas de las letras hispanas. Teniendo en cuenta la época que le tocó vivir, fue una mujer que se adelantó a su tiempo logrando superar las fronteras impuestas socialmente en aquellos tiempos. Su amor por la lectura le llevó a crear una colección bibliográfica de cuatro mil volúmenes que archivaba en su celda, que llegó a ser considerada la biblioteca más rica de su tiempo.

Sor Ángela de la Cruz escribió muchas obras, entre las que destacaron sus poemas, entre las cuales se incluye esta redondilla que es necesario recordar por el espíritu trasgresor que contiene:

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?
Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
y hacedlas cual las buscáis.

Poco antes de su muerte, Sor Juana fue obligada por su confesor a deshacerse de su biblioteca y su colección de instrumentos musicales y científicos. Recuérdese que en su tiempo la Santa Inquisición estaba activa. Muere por una epidemia el 17 de abril de 1695 a los cuarenta y tres años. Poseía además instrumentos musicales y de investigación científica, lo que pone en evidencia que su formación intelectual alcanzó las áreas de astronomía, matemática, música, artes plásticas, teología, filosofía, entre otras. En este mismo siglo XVII también destacaron Madame de Sevigné e Isabel de Bohemia.

Igualmente hemos de destacar a Miguel de Cervantes (1547-1616). El autor de El Quijote plantea en la literatura un tema candente en la sociedad de la época: el derecho de la mujer a elegir esposo. En novelas y entremeses como El celoso extremeño y El viejo celoso no duda en criticar, a través de estos relatos, los matrimonios impuestos a la fuerza, dando soluciones triunfantes a los amores libremente escogidos. En cuanto al tema del adulterio, también propone soluciones muy alejadas de las convencionales. La ya citada novela El celoso extremeño, es una prueba bien tangible de tal afirmación: el marido engañado no castiga a su mujer adúltera, sino que la perdona, evitando así el derramamiento de la sangre para limpiar el honor, tal al estilo de la época. Cervantes se aparta de las normas establecidas y se adelanta a su tiempo.

Un tiempo denominado Siglo de Oro, llamado así el periodo de apogeo cultural surgido por la cultura española entre el Renacimiento del siglo XVI y el Barroco del siglo XVII. Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Gracián, Tirso de Molina y Calderón de la Barca muestran en sus obras el reflejo de aquella sociedad y el papel de la mujer en ella. La línea argumental gira en torno a la potestad paterna para casar a las hijas al margen de su propia opinión y a la inferioridad  de la mujer en el matrimonio, y a la defensa y venganza del honor mancillado del hombre por culpa de la mujer adúltera.

En Lope de Vega (1562-1635) podemos comprobar el antifeminismo que inunda su obra teatral. La dama boba es un vivo ejemplo del carácter misógino de la cultura del barroco. “Casadla y veréisla estar ocupada y divertida en el parir y el criar”, o bien: “siempre alabé la opinión de que la mujer prudente con saber medianamente le sobra la discreción” son lo suficientemente ilustrativos del pensamiento de toda una época. Francisco de Quevedo ( 1580-1645) emplea su famoso satirismo contra las mujeres para tratar el tema de la infidelidad conyugal. La conclusión final ante dicha cuestión puede resumirse de la siguiente manera: la mujer es necesaria para el hombre al tiempo que le es sumamente peligrosa. Por su parte, Baltasar Gracián (1601-1658) demuestra su condición de clérigo a la hora de juzgar a la mujer. La mujer es la fuente y el origen de todos los males: al no poder compartir su compañía se la considera como la enemiga de su perfección espiritual. Quizá sea este literato el que interioriza con más rigor el discurso que ostentará la hegemonía ideológica en la sociedad española. Los dos enemigos del barroco, el demonio y la carne quedarán representadas bajo la imagen femenina. La misoginia y el antifeminismo más feroz alcanzan la cota máxima en la España de los Austrias, en la España que justifica cualquier acto discriminatorio en aras a alcanzar el gran objetivo metafísico del sistema bajo el que se construye el Estado moderno: la limpieza de sangre.

Habrá que esperar a los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, para plantear en a literatura de la época la injusticia humanas y sociales de los matrimonios convenidos. Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) presenta en El viejo y la niña y El sí de las niñas cómo la educación que reciben las mujeres las convierte en un ser esclavizado cuya única misión es la de servir a Dios, a los padres y al marido. Si tuvieran acceso a una formación que la instruyera y fueran libres de escoger en el matrimonio, su comportamiento socia! cambiaría; dejarían de ser hipócritas, frívolas y banales porque serían más felices.

Fuera de España, en la Ilustración, ya conocemos a Olympe de Gouges, que junto a Madame de Chatelet y Mary Wollstonecraft fueron las más importantes de esta época. En el siglo XIX, destacan la también mencionada Flora Tristán (1803-1844) y Eleanor Marx (1855-1898). Y ya en el pasado siglo XX, la nómina es más extensa: Rosa Luxemburgo (1871-1919). Maria Montessori (1870-1952). Edith Stein (1891-1942). Simone de Beauvoir (1908-1986). Simone Weil (1909-1943). Hanna Arendt (1906-1975). Ayn Rand (1905-1982). María Zambrano (1904-1991), etc., etc.

Conclusión

Un camino largo, demasiado largo el que está recorriendo la mujer para equipararse en derechos al hombre. Un camino del que falta mucho por recorrer. Agotador y cansado…..

Por eso la cansada Rosa Luise Parks se negó a obedecer al conductor del autobús. Ni siquiera escuchaba sus amenazas. Aquel conductor era un eslabón más en la larga, interminable, cadena, que durante varios milenios habían creado un mundo de desigualdades. Pero Rosa insistió en su negativa, a pesar de sentirse sola. Sentía sobre ella las punzantes miradas del resto de personas que se encontraban en el autobús. Hombres y mujeres, blancos o negros, todos se preguntaban el por qué de todo aquello, el por qué de aquella mujer por no cumplir las normas establecidas. La llegada de la policía acabó con todo aquello. Rosa Luise Parks fue detenida   y pasó la noche en el calabozo, acusada de perturbar el orden público y pagando una multa de catorce dólares.

Sin embargo, aquel hecho a primera vista intranscendental fue el detonante de  los movimientos por el fin de la segregación que ya habían comenzado a hacerse notar. El caso de Rosa Parks llevó a un joven pastor bautista, de nombre Martín Luther King, a organizar una oleada de protestas que duraron un año, incluyendo un fuerte boicot a los autobuses por parte de la comunidad negra. Tras aquel año, la Corte Suprema estadounidense abolió cualquier tipo de discriminación racial en los servicios públicos. Era el principio del fin de la segregación racial en Estados Unidos.

A lo largo de este trabajo hemos visto que la milenaria discriminación de la mujer ha evitado que esta no haya podido destacar, salvo honrosas excepciones, en las bellas artes ni en la ciencia. Solo aquellas que se atrevieron a transgredir la norma establecida consiguieron abrirse camino en un mundo de hombres. Algunas de ellas las hemos podido conocer y conocer sus importantes aportaciones al conocimiento humano.

Pero muchas, muchas mujeres han contribuido de manera inequívoca a la luchar contra las igualdades, contra la discriminación y contra la injusticia. Por eso, al lado de esas mujeres que hemos mencionado en estas páginas, es necesario que recordemos a una mujer cuyo pequeño gesto de rebeldía dio la vuelta al mundo: Rosa Parks. Su pequeño gesto era el resultado de miles y miles de años de discriminación, de miles y miles de años de sometimiento. Miles y miles de años de patriarcado.

Un símbolo de resistencia.

Como Elisa y Celia, que junto a 15.000 compañeras cuando se manifestaron por las calles de la misma Nueva York aquel 27 de diciembre de 1909 al grito de “Pan y Rosas”, es decir, un salario digno y unas mejores condiciones de trabajo y de vida, cuando fueron brutalmente atacadas por la policía. O como aquellas 140 mujeres que el 25 de marzo de 1911 murieron quemadas en la fábrica textil donde trabajaban mientras se encerraban exigiendo sus derechos. O como tantas miles y miles de mujeres que han luchado por hacer valer sus derechos exigir la igualdad con el hombre.

Para hablar de los objetivos de la mujer ante el nuevo milenio es preciso que conozcamos la historia de la mujer o, mejor dicho, el papel de la mujer en la historia. Esa misma historia que ha ignorado a la mujer. De ahí la iniciativa de escribir este libro. Para repasar la historia y recordar que desde el inicio de la humanidad las mujeres hemos estado destinadas al silencio y a la ignorancia, relegadas a la reproducción y al cuidado de la casa.

Hasta  1931 a la mujer no se le permitió el derecho al voto en España. En 1962 se promulgó la Ley de Derechos Políticos y Civiles de la Mujer, gracias a la cual muchas mujeres pudieron acceder a carreras y trabajos que hasta ese momento les estaban vedados. La Constitución de 1978 reconoce la igualdad de hombres y mujeres ante la Ley, sin discriminación de raza o sexo, lo que ha permitido que la igualdad consagrada en el ordenamiento jurídico sea la condición necesaria, aunque no suficiente, para conseguir esa igualdad real que se pretende.

Pero aun queda mucho camino por recorrer. Pero las mujeres no queremos que nos regalen nada por el simple hecho de serlo. Lo que queremos es que se nos reconozcan nuestros méritos,  en igualdad de condiciones laborales y profesionales y no se nos discrimine por el sexo. Que no tengamos que demostrar día a día nuestros méritos o aptitudes. Y sin leyes de paridad que justifiquen nuestra presencia en ámbito alguno.

Hacer compatible la vida personal y laboral y el reparto de las tareas domésticas es quizá, hoy por hoy, la tarea pendiente, y que no afecta sólo a las mujeres, sino afecta a toda la sociedad. El reto corresponde a todos los estratos sociales. Desde la familia y la escuela, hasta los centros de trabajo y los medios de comunicación.

Hasta desterrar la palabra machismo.


[1] La Ilustración francesa tiene un gran contenido político. Su filosofía política está basada en el Derecho Natural o derecho que tienen todos los hombres a la vida, la libertad y la propiedad. La  misión del Estado será defender los derechos del hombre, garantizar su libertad, su seguridad y su propiedad; por tanto el Estado  debe ser representativo y liberal. Los políticos ilustrados se oponen al absolutismo monárquico y quieren para Francia un régimen que esté basado en la igualdad y en la libertad.

[2] El objetivo del pensamiento político de Montesquieu, expresado en el Espíritu de las leyes, fue elaborar una física de las sociedades humanas. Una descripción de las idiosincrasias nacionales, las diversas formas de gobierno y sus fundamentos, así como los condicionantes históricos e, incluso, climáticos de éstos, elaboró un novedoso enfoque de las leyes, los hechos sociales y la polí

[3] Voltaire, Diccionario Filosófico. Capítulo dedicado a la Mujer.

[4] Esta norma fue invocada en Francia en el siglo XVI para excluir a las mujeres de la sucesión al trono en la denominada Ley Sálica, adoptada posteriormente por otras monarquías europeas. La Ley Sálica española, de Felipe V (auto acordado de 1713), derogaba las reglas sucesorias de las Partidas y anteponía el derecho de todos los varones del linaje real a heredar el trono al derecho de las mujeres.  Fue derogada a su vez por Fernando VII (pragmática sanción de 1830 y testamento de 1832). El hermano de Fernando VII, Carlos, se acogió a la Ley Sálica para legitimar su pretensión al trono, en detrimento de la hija del monarca, la futura Isabel II.

[5] Los mosuo son un grupo étnico que vive a orillas del lago Lugu que conserva un sistema matriarcal, de acuerdo con el cual, las mujeres son dirigentes de las familias y todos los miembros familiares son descendientes de la misma mujer. No hay maridos y padres. Los amantes se reúnen por la noche pero viven separados por el día en la casa de sus propias madres.

 [6] John Mc Lennan (Espasa, T. 33, 1988). Fue uno de los fundadores de la antropología social. Es autor de El matrimonio primitivo: investigación sobre el origen de la forma de captura en las ceremonias matrimoniales (1865) y de La teoría patriarcal (1885).

[7] Una diosa madre es una diosa que sirve como deidad de fertilidad general. En algunas culturas además es representada como la Madre Tierra, siendo la generosa personificación de la Tierra. Como tal, no todas las diosas pueden considerarse manifestaciones de la diosa madre. Esta diosa es representada en las tradiciones occidentales de muchas formas, de las imágenes talladas en piedra de Cibeles a la Dione (‘Diosa’) invocada en Dódona, junto con Zeus, hasta finales de la época clásica.

[8] Es importante conocer que muchos historiadores e investigadores niegan la existencia del matriarcado  como sistema de gobierno, salvo en casos muy puntuales.

[9] Louis Baudin: “La vida cotidiana en el tiempo de los Incas

[10] Cuando Julio César es asesinado, César Octaviano, Lépido y el propio Marco Antonio formaron el Segundo Triunvirato que ocupó el poder del Imperio Romano.

[11] La Rebelión Taiping fue una guerra civil con grandes connotaciones religiosas y sociales, que ocurrió en China entre los años de 1851 y 1864, en las que se enfrentaron las fuerzas imperiales de la dinastía Qing y el Reino Celestial de la Gran Paz (en chino tradicional: Tàipíng)

[12] Basada en diez años de investigaciones la biografía ‘Mao una historia desconocida’ (Taurus) escrita por Jung Chang y Jon Halliday desmitifica la política del líder comunista que causó, en tiempos de paz, 70 millones de muertos.

[13] Penélope espera durante veinte años el retorno de su marido de la Guerra de Troya. Por esta razón se la considera un símbolo de la fidelidad conyugal hasta el día de hoy. Mientras su esposo está fuera, Penélope es pretendida por múltiples hombres. Para mantener su castidad ante la ausencia de su marido, ésta idea un gran plan. Les dice a los pretendientes que aceptará la desaparición de Odiseo, con la consecuente promesa de un nuevo enlace, cuando termine de tejer un sudario, para cuando falleciese el ex rey Laertes, en el que estaba trabajando. Para mantener el mayor tiempo posible este tejido en elaboración, procura deshacer por la noche lo que creó durante el día, y de esta forma soporta los 20 años. Justo cuando Odiseo llega a casa, Penélope termina la labor, Odiseo mata a los pretendientes y permanece con ella.

[14] Safo de Lesbos vivió en el siglo VI antes de Cristo. Dado su encanto siempre fue muy admirada. Tocaba la lira, con la que acompañaba sus composiciones poéticas. Se casó con un rico comerciante y, al quedar viuda y libre de obligaciones, fundó una escuela para mujeres jóvenes, enseñando además de literatura, música y danza. Más adelante conforma la llamada «Casa de las servidoras de las Musas». Allí sus discípulas aprendían a recitar poesía, a cantarla, a confeccionar coronas y colgantes de flores, etc. A partir de sus poemas se suele deducir que Safo se enamoraba de sus discípulas y mantenía relaciones con muchas de ellas. Todo esto la ha convertido en un símbolo del amor entre mujeres.

[15] Teano se casó con Pitágoras y escribió una biografía de él, que se perdió.

[16] Pericles fue un célebre estadista ateniense que consolidó las bases de las instituciones democráticas basándolas en los principios de soberanía popular, libertad e igualdad y apoyó el desarrollo de su cultura, lo que consolidó el desarrollo de Atenas.

[17] En la antigua Grecia, las hetairas eran prostitutas de nivel superior. Su relación con las personas influyentes las llevaba a alcanzar poder e influencia dentro de la sociedad griega.

[18] Aspasia estuvo unida a Pericles desde aproximadamente el año 445 a. C. hasta la muerte de éste en 429 a. C. Fue maestra de retórica y tuvo una gran influencia en la vida cultural y política de Atenas. Se dice que fue una mujer muy hermosa e inteligente, que tuvo un gran poder y despertó la admiración y el respeto de filósofos, artistas e ilustres demócratas, así como la hostilidad de los sectores más reaccionarios de la sociedad ateniense.

[19] Dentro de este apartado se pueden incluir a las sacerdotisas de los dioses griegos.

[20] En ningún lugar del Evangelio dice que María Magdalena fuera prostituta. María Magdalena estuvo presente durante la Pasión y al pie de la cruz con la Madre de Jesús; observa cómo sepultaron a Jesucristo y fue la primera a quien se aparece Jesús resucitado, aunque no lo reconoce y lo confunde con el hortelano; es enviada a ser apóstol de los apóstoles. En los evangelios Canónicos nunca se la presenta como prostituta, a lo sumo se la relaciona como una pecadora arrepentida. La vinculación de María Magdalena con una prostituta se debe a una lectura errónea del célebre pasaje del Evangelio de San Lucas en el que aparece una pecadora que lava los pies del Señor y los enjuaga con sus cabellos. El lavado de pies era un servicio que se hacía para mostrar acogida y hospitalidad o simplemente por deferencia. Normalmente lo realizaba un esclavo no judío o una mujer, pero no una prostituta. Recordemos que para la Iglesia oriental, santa María Magdalena, lejos de ser una pecadora pública, es una virgen que en los últimos años llevo vida eremítica.

[21] El Código de Hammurabi fue creado en Mesopotamina en el año 1760 a.C. es el primer conjunto de leyes de la historia. En este código, el rey Hammurabi enumera las leyes que ha recibido del dios Marduk para fomentar el bienestar entre las gentes.  Entre sus muchos preceptos legislativos se encuentra el uso dela ley de Talión.

[22] Heródoto, afirmaba en uno de sus libros: «Ninguna mujer ejerce el sacerdocio de dios o diosa alguno; los hombres en cambio, ejercen el de todos los dioses y diosas«.

[23] En Grecia y Roma, las bacanales eran fiestas en honor a Baco (dios mitológico romano del cual deriva el nombre bacanal) o Dioniso (dios mitológico griego), en las que se bebía sin medida. Las sacerdotisas organizadoras de la ceremonia se llamaban bacantes y el nombre ha quedado asociado a las orgías romanas. El culto primitivo era exclusivamente de mujeres para mujeres y procedía del culto original al dios Pan.

[24] Estas antiguas leyes Irlandesas han sido llamadas las “Leyes Brehon” del término Irlandés Brehon (juez) que era aplicado a los legisladores de la antigüedad. Eran transmitidas oralmente y con extrema precisión de generación a generación por una clase especial de juristas llamada Brithem (juez en Gaélico antiguo). Estas leyes son de gran antigüedad y podrían anteceder incluso la llegada de los Celtas a Irlanda. Se acredita a San Patricio la codificación de estas leyes en el siglo V.

[25] Conocida como La Reina Virgen, fue Reina de Inglaterra e Irlanda desde el 17 de noviembre de 1558 hasta el día de su muerte en marzo de 1603. Isabel fue la quinta y última monarca de la dinastía Tudor. Hija de Enrique VIII nació como princesa, pero su madre, Ana Bolena fue ejecutada cuando ella tenía tres años, con lo que Isabel fue declarada hija ilegítima. Sin embargo, tras la muerte de su medio hermano Eduardo VI y su media hermana María I, Isabel asumió el trono.

[26] Según el antropólogo Claude Levi-Strauss, la importancia de la virginidad nació con las comunidades primitivas, cuando los grupos comenzaron a intercambiar bienes para sobrevivir. La aparición del concepto del incesto determinó que las mujeres pasaran a ser uno de esos productos de trueque, dado que los hombres no debían procrear con sus madres y hermanas. En este contexto, como explica la historiadora Anna Carla Ericastilla, la virginidad se convirtió en una forma de demostrar que “el producto” se encontraba en buenas condiciones.

[27] Godos, vándalos, burgundios, alanos, lombardos, germanos, suevos, etc.

[28] Los burgundios fueron un pueblo de origen escandinavo, que tras un primer paso por las tierras del Vístula, se habían asentado en la zona próxima a Worms tras el asalto de las tribus germánicas de la frontera del Rín.

[29] El Morgengabe (regalo de la mañana, término germánico) es la prestación matrimonial que tiene por objeto la parte de los bienes que el marido destina a su esposa para el caso de que muriera antes que ella. Sería un concepto contrario al de dote y no sólo consistiría en una remuneración pecuniaria, sino también en la ofrenda de bestias o armas.

[30] Macon es una localidad y comuna francesa (commune), situada en el departamento de Saona y Loira.

[31] Hildegarda sufrió visiones desde muy niña que más tarde la Iglesia confirmaría como inspiradas por Dios. Una vez ingresada en un convento benedictino, se dedicó, no solo a escribir, sino que compuso música y canciones.

[32] Catalina de Siena fue canonizada por el Papa Pío II en 1461, y el Papa Pablo VI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia in 1970, siendo la segunda mujer de la historia en recibir este honor.

[33] Siglo VXIII

[34] El Humanismo es un movimiento intelectual, filológico, filosófico y artístico europeo estrechamente ligado al Renacimiento cuyo origen se sitúa en el siglo XV en la península Itálica (especialmente en Roma, Venecia y Florencia). Retoma el antiguo humanismo griego del siglo de oro y mantiene su hegemonía en buena parte de Europa hasta fines del siglo XVI, cuando se fue transformando y diversificando a merced de los cambios espirituales provocados por la evolución social e ideológica de Europa, fundamentalmente al coludir con los principios propugnados por las Reformas (luterana, calvinista, etc.), la Contrarreforma católica, la Ilustración y la Revolución francesa del siglo XVIII. El movimiento, fundamentalmente ideológico, tuvo así mismo una estética, el clasicismo renacentista, plasmada, por ejemplo, en un nuevo tipo de letra, la redonda conocida como letra humanística, imitada de la letra uncial latina antigua, que vino a sustituir poco a poco a la letra gótica medieval.

[35] El 14 de julio de 1789, se produce la toma de la Bastilla, abriendo sus puertas de par en par, y la historia señala esa fecha como el amanecer de la Republica.

[36] En julio de 1785 estalla el «caso del collar»: el joyero Bohmer reclama a la Reina 1,5 millones de libras por un collar de diamantes encargado en nombre de la soberana por el cardenal de Rohan. Ella no se hace responsable. Insiste en arrestar al Cardenal, al que acusa de insultarla al achacarle la compra del collar, y el escándalo es inevitable. El rey confía el asunto al Parlamento, que determina que la culpa corresponde a un par de aventureros, Jeanne Valois de La Motte y su marido, y disculpa al cardenal de Rohan, engañado pero inocente. La Reina, aunque inocente también, es tratada con gran desconsideración por el pueblo.

[37] Cuentan que el día de su ejecución, mientras el pueblo entero la abucheaba e insultaba, María Antonieta se tropezó subiendo al cadalso y pisó al verdugo que estaba a punto de guillotinarla. La reina le dijo: «Disculpe señor, no lo hice a propósito.»

[38] El Le Moniteur Universel (el Monitor Universal, en español) fue un periódico francés fundado el 24 de noviembre de 1789 en París. Fue el principal periódico durante la Revolución francesa y  el diario oficial del gobierno francés revolucionario y, en tiempos de Napoleón fue un órgano de propaganda del régimen napoleónico. El diario tuvo una amplia difusión tanto en Francia, como en Europa y los Estados Unidos durante la Revolución Francesa hasta su desaparición en junio de 1901.

[39] Flora Tristán, Unión Obrera, Barcelona: Fontamara, 1977

[40] Heidi Hartmann,  “ The Unhappy Marriage of Marxim and Feminism”  (El matrimonio mal avenido entre el marxismo y el feminismo)- Zona Abierta, 198o, pp. 85-113.

[41] ” (Frederick Engels, The origin of the Family, Property and the State»).

[42] La mística de la feminidad (1963), obra de referencia del movimiento feminista, por la que fue galardonada con el premio Pulitzer.

[43] Germaine Greer (nacida el 29 de enero de 1939) es una académica, escritora, y locutora australiana reconocida por ser una de las representantes feministas más importantes del siglo XX. Su libro The Female Eunuch fue uno de los mejor vendidos durante la década de 1970 en que se publicó. Este libro convirtió el nombre de Greer de desconocido a mundialmente criticado mientras a la misma vez era adorado. Desde entonces, sus ideas han causado completa controversia.

[44] Diario Informaciones, 1 de octubre de 1931.

[45] La Voz, 2 de octubre de 1931.

[46] Johann Bachofen (1815-1887) nació y murió en Basilea y es considerado uno de los fundadores del Derecho comparado por sus trabajos sobre la jurisprudencia en la antigüedad clásica.

[47] Es la única trilogía que se conserva del teatro griego antiguo. Contiene las piezas Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides. Todas ellas rondan en torno a los conceptos de justicia y venganza.
La obra está protagonizada por personajes femeninos, como Electra y Atenea.. En la primera obra, Clitemnestra y Egisto asesinan a Agamenón. La segunda, cuenta el proceso de venganza planeado por Electra. La tercera y última pieza, muestra cómo Orestes es llevado a juicio ante el tribunal divino.

[48] Tribu nativa de América del Norte, de la región de los Grandes Lagos.

[49] El derecho antiguo (Ancient Law), por Henry Sumner Maine., Capítulo V: La sociedad primitiva y el antiguo derecho, Edición 1893

[50] Asherah era la madre de todos los dioses. En algunos libros, también la refieren como Athtart, pero es difícil decir si las dos son deidades separadas o una sola diosa. Asherah es la diosa de la abundancia. La representan como virginal, llevando una gavilla de trigo.

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