El Lagarto de Jaén

Jaén, siglo XV, Tras el descubrimiento de América, la ciudad tuvo un papel importante, tanto en lo cultural, como en lo económico y político. Tan es así que los Reyes Católicos estuvieron aquí en tres ocasiones. De ellas, la más importante fue la que se produjo entre el 22 de mayo y el 20 de octubre de 1489, en la que Cristóbal Colón se entrevistó con Isabel a primeros de agosto y, según recogen las crónicas, la reina accedió a financiar el viaje tras la conquista del reino de Granada. Esta relación colombina será de gran importancia al convertirse Jaén en una ciudad que aportará algunos de sus habitantes a la gran empresa de ultramar.

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Nadie sabía que delito había cometido aquel hombre, ni el tiempo que le quedaba de condena. En realidad, a nadie le importaba nada sobre él. Tan solo le escuchaban su oferta. Y su osadía. De pequeña estatura y de voz recia, el presidiario se dirigía a los miembros de Concejo y se ofrecía para acabar con la pesadilla que llevaba amenazando desde hacía tiempo a la ciudad de Jaen. Nadie sabía que era aquel extraño animal ni cómo había llegado allí. Algunos decían que alguien, al parecer un carpintero que vivía en La Malena y que había viajado en una de las naves de Colón a las Indias tras la visita de este a los Reyes Católicos que a la ciudad en agosto de 1489 en la que había conseguido la financiación suficiente para su viaje, lo había traído hasta aquí atraído por los vivos colores de lo que él creía que era un pequeño lagarto. Luego, el lagarto fue creciendo hasta convertirse en un caimán, o tal vez un cocodrilo. Porque todos los que le habían visto no se ponían de acuerdo en lo que era: caimán, cocodrilo o serpiente, pero todos aseguraban que era enorme. Y aquel monstruo había sido abandonado y se había refugiado en el lugar donde existía un manantial del que brotaba una fuente de agua muy apreciada en la ciudad y donde acudían todos. Y claro, cuando acudían a recoger agua, el monstruo defendía lo que creía suyo. Y si era un animal el que se acercaba, el monstruo lo devoraba.  Y nadie se atrevía a acabar con él. Habían ofrecido hasta una recompensa, pero nadie se atrevía a enfrentarse con el monstruo. Era un pueblo de labradores y no estaban acostumbrados a ese tipo de luchas. Hasta que aquel hombre, un presidiario, se ofreció a acabar con el monstruo.

Cuando le preguntaron que quería por matar al monstruo, el preso contestó con determinación que la libertad. Algo muy valioso para un preso, por otra parte. El Concejo le escuchaba sin importarle demasiado la razón por la que estaba en la cárcel. Lo importante es que estaba dispuesto a enfrentarse al monstruo. Todos estuvieron de acuerdo en darle la libertad.

El preso pidió para ello la piel de un cordero recién muerto, mucha pólvora, un gran saco de panes calientes y un caballo. El Concejo le proporcionó todo lo que pidió. Al amanecer del día siguiente, mientras el lagarto aún dormía, llegó hasta el lugar donde se situaba su guarida. Preparó el rastro de pan caliente y al final del mismo, en la plaza de San Ildefonso, colocó la piel del cordero, la cual escondía la dinamita. Luego, haciendo mucho ruido, despertó al lagarto. Este lentamente salió de la madriguera y, viendo la calle solitaria, empezó a caminar siguiendo el rastro de pan. Cuando llegó a la plaza, vio al supuesto cordero, en el que el preso ya había encendido la mecha. El lagarto corrió entonces hacia su presa y, tras olerlo, vorazmente lo engulló. De repente, aquel horrible animal explotó, oyéndose el estruendo en toda la ciudad. Todos se acercaron sigilosamente hacia el lugar de la explosión, comprobando que de él solo quedaban restos diseminados por toda la plaza. Había acabado la pesadilla. El peso fue indultado y la tranquilidad volvió a reinar en la ciudad. Todos acudieron desde aquel día al manantial de la Malena. Aunque, mientras recogían el agua, miraban a su alrededor. Por si acaso.

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Algunos aseguran, sin embargo, que no fue un presidiario quien acabó con la vida del lagarto, sino un pastor al que el terrible monstruo había devorado a varias de sus ovejas. Cogió a una de ellas y la mató, sacándole parte de la carne y rellenándola con pólvora. El reptil, al oler la sangre del cordero, lo devoró y murió al reventar la pólvora. El final de la bestia es el mismo: la muerte reventada. Existe una tercera versión, en la que un valiente caballero vestido con un traje de espejos fue el autor de la muerte del monstruo. Al acercarse al animal, los rayos solares reflejados en los cristales del traje deslumbraron al lagarto, lo que aprovechó este para clavarle la lanza y matarlo. Sea quien fuere el autor de la muerte del lagarto, su muerte fue celebrada durante tres días por todo Jaén. Fue entonces cuando nació la frases: “Así revientes como el Lagarto de Jaén“, un dicho expresado para criticar la gula y el ansia y recordar lo que le ocurrió al monstruo.

La realidad es que esta leyenda tiene un especial arraigo en la ciudad de Jaén que ha sido propuesta como Patrimonio Cultural Inmaterial de España, junto con el Carnaval de Cádiz, la Semana Grande de Bilbao, señalando el 2 de julio el día de conmemoración de la leyenda del lagarto de la Malena.

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