22. EL INCIDENTE OLÓZAGA (1843)

El final de la Guerra Carlista, simbolizado con el abrazo de Vergara en agosto de 1839, ponía fin al periodo de regencia de la Reina madre María Cristina de Borbón y el inicio del reinado de Isabel II. Era el momento de que aquella niña, con trece años recién cumplidos empezara a reinar por si misma. Pero el inicio de su reinado estaba marcada por la falta de un ambiente familiar, así como la ausencia de una preparación política adecuada para llevar a cabo el destino que la historia le había reservado. Su falta de formación era evidente y su escasa y descuidada educación la convirtieron en una mujer caprichosa y víctima de su falta de rigor. El conde de Romanones dio de ella una descripción bastante ilustrativa en cuanto a su personalidad: “A los diez años Isabel resultaba una retrasada (sic); apenas si sabía leer con rapidez; la forma de su letra no era elegante, sino la propia de las muchachas del pueblo; sentía horror por el idioma francés, hasta el punto de que resultaban vanos los esfuerzos de su madre y profesores por enseñárselo. De la aritmética solo conocía la primera regla, siempre que los sumandos fuesen sencillos. Su sintaxis, mediana; la ortografía peor aún; y hasta en el manejo de la aguja, afición principal de la mujer española, con dificultad daba algunos puntos de calceta. Odiaba la lectura; no había libros, por atrayentes que fueran que la llamaran la atención; su único entretenimiento eran los juguetes y los perritos; disponía de los mejores que le enviaban de París. Resultaba perezosa, pues nunca le ensañaron a trabajar. No sabía vestirse sola; para su atavío necesitaba a ayuda de cuatro camaristas, y aun así tardaba más de una hora en estar vestida. Hasta cumplir los diez años estuvo exclusivamente en manos de azafatas y camaristas, únicas personas con quien mantenía trato. De este ambiente nada selecto y aun netamente ordinario, se resintió toda su vida”.

Isabel II a los 13 años
Isabel II a los 13 años

En aquel ambiente de inestabilidad política entre liberales y moderados, tener en el Palacio Real a una ignorante más preocupada por las cosas mundanas que por lo necesario era la mejor garantía de que la Reina molestaría más bien poco, algo de agradecer después de unas décadas convulsas donde el absolutismo había hecho estragos. Pese a ello, Espartero quiso mejorar la educación y los modales de la reina y para ello nombró como su tutor a constitucionalista Agustín de Arguelles, un intelectual de gran prestigio y como consejera a Juana Vega de Mina, condesa de Espoz y Mina, viuda del famoso guerrillero y militar liberal. Pese a la personalidad de sus mentores, la cultura y educación de Isabel no tuvo los resultados esperados. Pero en octubre de 1843 el enfrentamiento entre los liberales y moderados provoca la caída de Espartero. Las Cortes acuerdan adelantar la mayoría de edad de la Reina un año antes de lo que marca la Constitución. El 10 de noviembre de 1843, Isabel II jura guardar la Constitución y asumir por si misma las funciones de su reinado. El periodo de regencia ha terminado. No así la inestabilidad política y social.

Baldomero Espartero
Baldomero Espartero

El mismo día del comienzo del reinado de Isabel II, el Gobierno de Joaquín María López dimitió, recomendando a la reina que nombrara como su sucesor en el gobierno a Salustiano de Olózaga, jefe del Partido Progresista, pero cuyo nombramiento también era apoyado por los moderados. Salustiano de Olózaga. Otro que merece un capítulo aparte. El primer objetivo del bueno de don Salustiano era crear un gobierno basado en una sólida mayoría parlamentaria, aunque para ello utilizara métodos poco académicos. Como decimos unas líneas más arriba, comenzaba un capítulo aparte, que los historiadores llaman el “incidente Olózaga”. De este triste capítulo de la historia de España existen dos versiones, a saber: la de la propia Reina y la del propio Olózaga, por lo que la subjetividad depende de la credibilidad depende de la credibilidad de los personajes. O sea, escasa. Pero resulta interesante y, sobre todo, ilustrativa del ambiente político de la época.

Salustiano Olózaga
Salustiano Olózaga

Como decíamos antes, Olózaga quiere asegurarse una mayoría progresista en las Cortes y, para ello, o más bien ¿para qué?, solicita una entrevista con Isabel II. Ni el día, ni la hora ni el lugar parecen ser los más convenientes para hablar de política pero, en las circunstancias que describimos, cualquier cosa parece posible. El día: el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes; la hora: por la noche; el lugar: la alcoba de la Reina.

En una extraña reunión de un cuarto de hora, Olózaga presenta a la Reina una serie de documentos para su firma, entre ellos el decreto de disolución de las Cortes, todos ellos firmados por esta. Finalizada la reunión, Olózaga se retira rápidamente. Al día siguiente, la marquesa de Santa Cruz, que había estado ausente la noche anterior, se entera de lo ocurrido y pregunta a la reina sobre la entrevista de la noche anterior. De lo que escucha de Isabel le lleva a convocar urgentemente al presidente del Congreso y al general Narváez, para que actúen de testigos de que lo va a declarar la Reina, declaración que más tarde ratificará ante los altos mandos del Ejército, miembros de las Mesas del Congreso y del Senado, magistrados y funcionarios de Palacio. Todos ellos escucharán de los labios de la Reina el incidente de la noche anterior, mientras el Notario Mayor del Reino anotaba la declaración: “En la noche del 28 del mes próximo pasado se me presentó Olózaga y me propuso firmase el decreto de disolución de las Cortes. Yo respondí que no quería firmarlo, teniendo para ello, entre otras razones, la de que estas Cortes me habían declarado mayor de edad. Insistió Olózaga. Yo me resistí de nuevo a firmar el citado decreto. Me levanté dirigiéndome a la puerta que está a la izquierda de mi mesa de despacho. Olózaga se interpuso y echó el cerrojo de esta puerta. Me dirigí a la que está enfrente y también Olózaga se interpuso y echó el cerrojo de esta puerta. Me agarró del vestido hasta obligarme a rubricar. En seguida Olózaga se fue y yo me retiré a mi aposento”. El notario anotaba cada palabra de la Reina, mientras los demás escuchaban en absoluto silencio: “Antes de marcharse, Olózaga me preguntó si le daba mi palabra de no decir a nadie lo ocurrido, y yo le respondí que no se lo prometía”. La declaración escrita fue firmada por la Reina.

Tras conocer la declaración real, Olózaga solicitó ver a la Reina, pero esta se negó a recibirlo. Lo que sí le llegó fue el decreto de destitución, alegando motivos personales, el cual Olózaga se negó a aceptar por no compartir tales motivos. Pero los enemigos de Olózaga, los liberales moderados, no estaban dispuestos a desaprovechar la ocasión de atacarle bajo la acusación de deslealtad y coacciones y amenazas para conseguir sus fines. Olózaga se vio obligado a partir hacia el exilio y marcharse a Londres, desde donde participó en todos los movimiento encaminados a destronar a la Reina, especialmente  en el movimiento revolucionario que acabaría por destronarla en 1868. Tras el triunfo de «La Gloriosa” fue nombrado embajador en París, donde murió en 1873.

La destitución y exilio de Olózaga permitió al partido Moderado, bajo el liderazgo del general Narváez, dominar la escena política durante los diez años siguientes, conocidos bajo el nombre de la “Década Moderada”. En este período se elaboraron la Constitución de 1845, que proclamaba la soberanía compartida y anulaba algunas leyes progresistas. Se llevó cabo la reforma de la Hacienda y, por el Concordato de 1851, se logró el reconocimiento de la Iglesia a la monarquía isabelina, que aceptó la desamortización efectuada hasta entonces, exigiendo como contrapartida compensaciones económicas y que se paralizase el proceso de venta de bienes nacionales pendientes.

En cuanto al incidente en sí, jamás se supo lo que ocurrió realmente aquella noche en la habitación de la Reina. La realidad es que entre ambos existía una gran amistad y confianza desde la época en la que él fue su mentor, lo que tampoco parece justificar que a esas horas de la noche la Reina reciba a un ministro en su habitación. Algunos historiadores aseguran, sin pruebas evidentes, que Olózaga fue uno de los muchos amantes que tuvo la Reina. Otros historiadores aseguran que no fue uno más, sino el primero. Vaya usted a saber. Lo único realmente cierto es que aquel incidente marcó el inicio del reinado de Isabel II.

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