07. GUERRA DE SUCESIÓN ESPAÑOLA (1701)

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Aquel domingo, día 6 de noviembre de 1661, la Gaceta de Madrid publicaba el feliz acontecimiento social del nacimiento del príncipe Carlos, hijo del Rey Felipe IV y Mariana de Austria, refiriéndose a él como “un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes”. En contraste a esta noticia, el Embajador de Francia escribía al rey de Francia, Luís XIV, describiendo al recién nacido: ”El Príncipe parece bastante débil; muestra signos de degeneración; tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el cuello le supura (…) asusta de feo”.

La realidad le daba la razón al embajador francés. Aquel niño, por mucho que la prensa oficial se empeñara, nacía deforme y enfermo, tanto que, con el tiempo, se convirtió en todo un vademécum de enfermedades: infertilidad, niveles inadecuados de testosterona, disfunción testicular, hipogenitalismo, ginecomastia (crecimiento de los senos), aspecto escuálido, escoliosis, así como diabetes y bronquitis crónica ya como adulto.

Retrato de Carlos II
Retrato de Carlos II

Un niño normal no hubiera sobrevivido, pero este estaba destinado a ser rey. Así, fue alimentado por 14 amas de cría distintas que le amamantaron hasta la edad de 4 años. Y, aunque crecía, no pudo sostenerse en pie hasta los 6 años de edad, debido probablemente al raquitismo que padecía, agravado también por la falta de luz solar, puesto que prácticamente no se sacó al niño al exterior por temor a los enfriamientos. La lista de enfermedades crecía sin cesar: infecciones respiratorias, sarampión, varicela, rubeola y viruela y epilepsia desde la infancia hasta los 15 años. Y para que el diagnóstico sea completo no podemos olvidarnos de su más que un evidente retraso intelectual.

Dada la situación, era fácilmente previsible pensar que el príncipe viviría poco, por lo que la cuestión sucesoria se convirtió en un asunto de estado. Con 18 años recién cumplidos se acordó su matrimonio con la princesa María Luisa de Orleans, con diecisiete años. Ella falleció diez años después sin que se consumara aquel matrimonio, debido a la imposibilidad de Carlos.

Con 28 años, la salud del rey era muy precaria y su aspecto era el de un anciano, lo que no fue in obstáculo para, un año después, casarse con Mariana de Neoburgo. Los antecedentes maternales de Mariana no podían ser mejores. Al fin y al cabo, su madre había tenido, nada más y nada menos, que 23 hijos. Durante el matrimonio, Mariana se sometió a todo tipo de tratamientos de fertilidad, físicos, como las sangrías, las purgas y la ingestión de mil y un brebajes, hasta los espirituales, como las procesiones. Nada de nada. Ni siquiera sus once simulados embarazos y sus simulados abortos. Lo curioso es que se responsabilizó a la reina de la infertilidad, como por ejemplo, la madre del rey, Mariana de Austria. La enemistad de ambas Marianas era evidente y afectó a la lucha por la sucesión del trono.

Mariana de Neoburgo
Mariana de Neoburgo

En efecto, ante el nombramiento del gobernador de los Países Bajos, la Mariana reina consorte tenía un candidato; su propio hermano; mientras que la Mariana reina madre tenía otro: el esposo de su nieta. La vencedora fue la reina madre y Maximiliano Manuel de Baviera fue nombrado embajador por Carlos II en 1691. Se cumplía así el plan previsto por la reina madre: que Maximiliano Manuel abriera el camino del trono para el príncipe José Fernando, hijo de aquel y de su nieta María Antonia y sobrino nieto del rey Carlos II de España. De esa manera, José Fernando de Baviera sería el heredero de todos los reinos, estados y señoríos de la Monarquía Hispánica.

Carlos II mantuvo su compromiso aún después de morir su madre el 16 de mayo de 1696 de un cáncer de pecho, pues en septiembre de 1696 decretaba heredero universal de la Monarquía a su sobrino nieto José Fernando de Baviera.

Mientras, los sucesivos embarazos y abortos de su esposa hicieron pensar que su incapacidad para procrear era como consecuencia de algún hechizo. El Inquisidor General, Cardenal Rocaberti, llegó a investigar sobre ello, concluyendo que, en efecto, el rey había sido víctima de un hechizo: “Se lo habían dado en una taza de chocolate el 3 de abril de 1675, en la que habían disuelto sesos de un ajusticiado para quitarle el gobierno; entrañas para quitarle la salud y riñones para corromperle el semen e impedir la generación”. A lo que se ve, en aquella Corte pocos debían librarse de estar en sus cabales. Carlos II fue exorcizado mediante una serie de pócimas que, si no agravaron su situación es que era imposible. Tan solo su esposa Mariana se apiadó de su pobre esposo, prohibiendo aquellas pócimas y dando fin a los embarazos simulados.

En marzo del 1698, el embajador de Francia, aquel que supo ver el estado de rey recién nacido, volvía a escribir a Luis XIV: ”Es tan grande su debilidad que no puede permanecer más de una o dos horas fuera de la cama (…) cuando sube o baja de la carroza siempre hay que ayudarle”. Dos años más tarde, en octubre de 1700, Carlos II recibe los Santos Sacramentos y hace testamento. Tendido sobre la cama, apenas se le oía respirar. Era como un esqueleto, un cadáver con un hálito de vida. Tres semanas de agonía tras su extremaunción y tras dos días en coma, precedido de una fiebre alta, murió el día l de noviembre de 1700 “entregando su alma a Dios a las dos y cuarenta y nueve de la tarde”. Sus últimas palabras fueron, en respuesta a una pregunta de la Reina: “Me duele todo”, como un lapidario epitafio. La autopsia desveló que: “No tenía el cadáver ni una gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones, corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua”. Terminaba así la tristísima vida del último rey de los Austrias.

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Aquel final, esperado desde hacía mucho tiempo, no solamente en la Corte española, sino en las de Europa, abría un problema sucesorio. La falta de descendencia había encendido el deseo de las dinastías monárquicas europeas en hacerse con un trono muy deseado: el de España.

Por aquel entonces, todavía se conservaban prácticamente todos los territorios conquistados desde los Reyes Católicos y que habían ampliado los sucesivos descendientes de la Casa de Austria. Durante el reinado de Carlos II, y especialmente por su salud y falta de descendencia, la principal preocupación de la Corte española había sido garantizar el futuro de la dinastía, algo que se intentó con los matrimonios de María Luisa de Orleans, y Mariana de Neoburgo.

Como vimos, el rey había decretado como sucesor del trono a Fernando de Baviera por influencia de Mariana de Austria, adelantándose a los deseos de las dos casas imperantes en Europas que querían imponer a sus candidatos. Por una parte el emperador Leopoldo I de Habsburgo que quería como heredero en España a su hijo el archiduque Carlos. Y por otra, Luís XIV, que tenía como principal candidato a Felipe de Borbón, duque de Anjou, nieto de Luis XIV y biznieto del fallecido Felipe IV.

Felipe de Anjou
Felipe de Anjou

Ambas partes querían mover sus fichas en este enrevesado tablero que formaba España. Si triunfaba la candidatura del archiduque Carlos, se favorecería una alianza entre España y Austria. La triunfaba la de Felipe de Anjou, daría lugar a su vez a la unión de España y Francia. En ambos casos, la potencia resultante era descomunal para los intereses del resto de monarquías europeas, de ahí la necesidad de tramar posibles alianzas.

Luis XIV ya tenía en mente que, al morir Carlos II, el príncipe José Fernando de Baviera se quedara con los Países Bajos, los reinos de la Península y las posesiones de las Indias, mientras que Francia se quedaría con Nápoles y Guipúzcoa y el archiduque Carlos, el candidato de Leopoldo, recibiría el gran ducado de Milán. Sin embargo la voluntad de Carlos II era bien distinta y el 11 de noviembre de 1698 realizó un nuevo testamento en el que confirmaba que su heredero universal era el príncipe José Fernando de Baviera. Leopoldo también tenía su estrategia. Y ambas partes tenían como principal obstáculo al elegido por Carlos II, José Fernando.

Pero el destino también jugó en este tablero. José Fernando de Baviera, con sólo 7 años de edad, falleció de forma inesperada en febrero de 1699, con lo que el candidato oficial quedaba descartado definitivamente. Evidentemente, la repentina e inesperada muerte del heredero estuvo envuelto en una bruma de misterio. Sin explicación aparente, el joven comenzó a sentir ataques de epilepsia, vómitos y pérdidas prolongadas de conocimiento, que concluyeron con su muerte. Pese a las especulaciones y a las sospechas de envenenamiento no se pudo confirmar nada.

Luís XIV, el "Rey Sol"
Luís XIV, el «Rey Sol»

Muerto José Fernando, comenzaron de nuevo las intrigas, las propuestas y los posicionamientos de las diferentes potencias europeas. En 1699 estalló en Madrid el llamado «Motín de los Gatos» cuya responsabilidad se le achacó al rey francés Luís XIV, quien a través del embajador de Francia, organizó los motines en contra de la situación económica en España y la carestía de alimentos: «Pan, pan, pan, queremos pan…. Viva el rey, muera el mal gobierno”. Las consecuencias del motín fueron la destitución del Conde de Oropesa, presidente del Consejo de Castilla, y principal defensor de la opción austríaca y que además hacía funciones de valido y el principal responsable del abastecimiento de la capital. También fue depuesto el corregidor de Madrid, Francisco de Vargas, siendo sustituido por Francisco Ronquillo, miembro del partido borbónico, que durante los disturbios había actuado como intermediario de las reclamaciones de la multitud. Así el «Motín de los Gatos» fue también el resultado de un conflicto político en el que el bando borbónico conseguía imponerse al partido austríaco.

Faltaba el testamento del rey. Como hemos visto, en los años finales de su vida, Carlos II tuvo que sufrir algunos rituales de exorcismo, pues se decía que estaba hechizado y que existía un maleficio sobre él que le impedía tener descendencia. Para ello vino a España fray Mauro de Tenda, amigo del confesor del rey, un exorcista de renombre que llegó a asegurar que quien había hechizado al Rey es: «Alguien que tiene simpatías por las flores francesas de lis y desea que de esta simple manera recaiga la herencia de esta Monarquía en el Rey de Francia”. El inquisidor no pudo liberar de maleficio alguno al rey pero acusó al culpable.

Carlos II, consciente de su próxima muerte, pidió finalmente consejo al papa Inocencio XII sobre su voluntad de ofrecer la Corona a uno de los hijos del Delfín de Francia. El papa, partidario de la opción francesa, no tardó en responder favorablemente a esta consulta.

Carlos II convencido de que esta era la voluntad de Dios se confesó y recibió la extremaunción mientras cedía el trono al Borbón francés. Así, el 1 de octubre el Rey firmó su nuevo testamento: «…declaro ser mi sucesor, en caso de que Dios me lleve sin dejar hijos, al Duque de Anjou, hijo segundo del Delfín, y como tal le llamo a la sucesión de todos mis Reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos. Y mando y ordeno a todos mis súbditos y vasallos de todos mis Reinos y señoríos que en el caso referido de que Dios me lleve sin sucesión legítima le tengan y reconozcan por su rey y señor natural, y se le dé luego, y sin la menor dilación, la posesión actual, precediendo el juramento que debe hacer de observar las leyes, fueros y costumbres de dichos mis Reinos y señoríos”. Exactamente un mes más tarde, tras una dura agonía, iniciaba su eterno viaje, con la conciencia tranquila por creer que su decisión se hacía por la voluntad de Dios.

Tal vez sería con la voluntad de Dios, pero no con el acuerdo de los principales Reyes europeos. Dos años después se iniciará la Guerra de Sucesión Española, un terrible conflicto que implicó a toda Europa en una cruenta guerra que decidiría finalmente el destino de las posesiones españolas y del propio modelo de Estado.

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Así, pues, en el año 1701, recién comenzado el siglo XVIII, se inicia la Guerra de Sucesión Española, unos meses después de la muerte de Carlos II, como consecuencia del nombramiento como nuevo Rey de España de Felipe V de Borbón, nieto del rey francés Luís XIV. Un conflicto bélico que durará hasta julio de 1713 con la firma del segundo Tratado de Utrecht.

El nombramiento de Felipe V levantaba el temor de muchas potencias europeas por una unión de las coronas de Francia y España. Este conflicto marcó el punto final para España como potencia hegemónica en Europa, convirtiéndose a partir de entonces en una potencia menor. Además, el conflicto sucesorio se convirtió en una verdadera Guerra Civil entre la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, que se saldó con la perdida de los históricos fueros aragoneses y catalanes.

Desde la época del rey Felipe III el Imperio Español había alcanzado tal grado de desarrollo que los reyes necesitaban contar con validos y secretarios que les ayudaran a administrar el complejo Estado, pero los bandos nobiliarios solían disputar sórdidamente entre ellos por ocupar el cargo de valido del rey, lo que generaba una alta inestabilidad política. Las reformas políticas y económicas que pretendía llevar a cabo Carlos II no pudieron concretarse por la férrea oposición que encontró en los nobles y la Iglesia, los cuales temían perder sus privilegios económicos y sociales.

La mala salud de Carlos II y su falta de herederos convirtieron su sucesión en el principal asunto político europeo. Por un lado Luís XIV de Francia, cuya madre, Ana de Habsburgo, era hermana del rey Felipe IV y su esposa, María Teresa de Habsburgo, era hija de Felipe IV; y por otro lado el emperador Leopoldo I hijo también de una hermana de Felipe IV y casado con Margarita de Habsburgo, hija también de Felipe IV.

Archiduque Carlos
Archiduque Carlos

Inglaterra y Holanda veían como una amenaza para sus respectivos intereses económicos y territoriales la unión entre la Corona de España y la de Francia, ya que se sumaría la riqueza económica de las colonias americanas españolas al enorme poder militar de la Francia de la época. Ésta unión crearía una potencia que dominaría toda Europa. Por su parte Francia tampoco quería la unión entre España y Austria, por considerar esta una unión contraria a sus intereses. La experiencia del emperador Carlos I no era un buen antecedente para los franceses.

El conflicto entre las posiciones de Inglaterra y Holanda, por un lado; y Francia, por otro se resolvió mediante el Tratado de la Haya de 1698, que reconocía al nieto de Leopoldo I, José Fernando de Baviera como heredero de los reinos de España, Cerdeña, los Países Bajos españoles y las importantes colonias americanas, quedando el Milanesado para el Archiduque Carlos de Austria, hijo y heredero de Leopoldo I y las posesiones italianas de Nápoles, Sicilia y Toscana para Francia.

España se ofendió al enterarse de la existencia de este Tratado, ya que su opinión no había sido consultada, y por tanto lo rechazó totalmente. El rey Carlos II, para evitar que las potencias europeas dividieran el imperio territorial español, declaró a José Fernando de Baviera como su único heredero. Pero un año después, en 1699, el conflicto resurgirá al morir el príncipe José Fernando en extrañas circunstancias. El rey Carlos II de España fue presionado por su esposa para elegir como sucesor al archiduque Carlos de Austria. Asimismo, la Corona de Aragón apoyaba la opción de sucesión austriaca, ya que temía perder sus fueros en caso de que los franceses gobernaran. Por su parte, Francia, Inglaterra y Holanda llegaron a un nuevo acuerdo y firmaron ese mismo año un Segundo Tratado de Partición, mediante el cual el Archiduque Carlos de Austria heredaría todas las posesiones españolas menos las italianas, que pasarían a Francia.

En 1700, Carlos II, enterado de éste nuevo acuerdo y viendo cercana su muerte, decidió una vez más evitar la partición de los territorios españoles, nombrando como sucesor en su testamento a Felipe, Duque de Anjou, nieto de Luís XIV e hijo de Luís, el Delfín, príncipe heredero de Francia. Felipe de Anjou recibiría todas las posesiones españolas pero se debería comprometer a no unir las dos coronas, España y Francia, en una sola: «…Declaro ser mi Sucessor (en caso de que Dios me lleve sin dexar hijos), el Duque de Anjou, hijo segundo del Delfín; y como à tal le llamo à la sucessión de todos mis Reynos, y Dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos; y mando, y ordeno a todos mis subditos, y Vassallos de todos mis Reynos, y Señoríos, que en el caso referido de que Dios me lleve sin sucession legitima, le tengan, y reconozcan por su rey, y Señor natural,…» 

En España, Castilla era mayoritariamente partidaria de la opción francesa, ya que estaban cansados de los reyes de la familia Habsburgo, los cuales habían dilapidado todo el oro y riquezas de las colonias castellanas en América, gastándolo en continuas guerras religiosas o territoriales que nada tenían que ver con Castilla. En la Península, el esfuerzo económico y militar siempre había recaído en Castilla, mientras que la Corona de Aragón se mantenía al margen de los gastos militares. Durante el reinado de Felipe IV, el conde-duque de Olivares intentó obligar a los demás reinos peninsulares a aportar dinero y soldados para la defensa del Imperio, pero la mayoría se opusieron, llegando incluso, en el caso de Cataluña y Portugal, a rebelarse contra la monarquía en 1640. A raíz de estos sucesos, Portugal obtuvo su independencia. Curiosamente, la Corona de Aragón, en el conflicto sucesorio prefería en el trono de España a la Casa de Austria. El temor al centralismo francés hizo que aragoneses, valencianos y catalanes fueran partidarios del modelo austriaco de respeto a los fueros.

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Cumpliendo con lo dispuesto en el testamento de Carlos II, Felipe, Duque de Anjou, será proclamado en 1701 como rey de España, bajo el nombre de Felipe V. El Duque de Anjou era heredero también a la corona francesa, y suponía la futura unión de Francia y España, un imperio demasiado poderoso para el equilibrio europeo. A pesar de ello, todas las monarquías europeas, con reticencias, reconocieron a Felipe de Anjou como heredero. Todos menos el emperador austriaco Leopoldo I.

Proclamación de Felipe V en Versalles como Rey de España
Proclamación de Felipe V en Versalles como Rey de España

Felipe de Anjou, con apenas 17 años y tras ser aleccionado por su abuelo, se despide de la corte francesa, llegando a Madrid el 18 de febrero de 1701. El pueblo madrileño, hastiado del largo y agónico reinado de Carlos II, lo recibe con gran alegría y con esperanzas de renovación. Sin embargo, la precipitación y prepotencia de Luis XIV forzaron la situación. Al poco de la jura de Felipe V, el rey francés informaba que mantenía los derechos sucesorios de su nieto a la corona de Francia, al mismo tiempo que las tropas francesas comenzaban a ocupar las plazas fuertes de los Países Bajos españoles, con el consentimiento y colaboración de las débiles fuerzas españolas que las ocupaban.

Esta acción constituía una provocación, y el resto de las potencias reaccionaron. Holanda e Inglaterra se unieron al emperador Leopoldo y se comprometieron a defender los derechos a la sucesión de España del Archiduque Carlos. En septiembre de 1701 se forma una coalición internacional mediante la firma de la Gran Alianza, formada por Austria, Inglaterra, Holanda y Dinamarca, declarando la guerra a Francia y España en junio de 1702. Portugal y Saboya se unían a la alianza en mayo de 1703.

La guerra, iniciada al principio en las fronteras de Francia con estos países, cruzó inmediatamente los Pirineos y se convirtió en una auténtica guerra civil entre la Corona de Aragón, partidaria del Archiduque, quien se había comprometido a mantener el sistema federal y foral; y Castilla, que había aceptado a Felipe V, basado en un modelo de estado centralista de monarquía absoluta similar al francés.

Así las cosas, Luís XIV ordena la invasión del norte de Italia, en aquel momento bajo soberanía española. En respuesta, el príncipe Eugenio de Saboya, al mando de las tropas del emperador austriaco, da comienzo a las hostilidades en 1701, sin declaración de guerra pero, a pesar de alguna victoria, no consigue tomar Milán.

Estimulado por su abuelo, en 1702 Felipe V desembarca cerca de Nápoles pacificando el Reino de las Dos Sicilias, tras lo cual se dirige a Milán, donde es recibido con entusiasmo. Felipe de Anjou mostraba un valor casi temerario y pronto se ganó el respeto de su ejército.

Regresó a España, pasando por Cataluña y Aragón, y haciendo entrada triunfal en Madrid el 13 de enero de 1703. A su regreso le esperaban las malas noticias: los aliados del archiduque le habían declarado la guerra a él y a su abuelo como usurpadores del trono español.

Una de las principales preocupaciones de los aliados era conseguir una base naval en el Mediterráneo para las flotas inglesa y holandesa. Por ello, intentaron tomar Cádiz en agosto de 1702, pero fracasaron, a pesar de contar con un mayor número de efectivos. Eso sí, antes de marcharse las tropas aliadas se dedicaron al pillaje y al saqueo del Puerto de Santa María y de Rota, lo que será utilizado por la propaganda borbónica y evitó que Andalucía se sublevara contra Felipe V tal como habían planeado los aliados.

Otra de las intenciones de los aliados era interferir las rutas transatlánticas que comunicaban España con América, atacando los navíos que transportaba metales preciosos que constituían la fuente fundamental de ingresos de la Hacienda de la Monarquía española. Así, en octubre de 1702 las flotas inglesa y holandesa avistaron frente a las costas de Galicia a la flota de Indias que procedía de La Habana, escoltada por veintitrés navíos franceses, que se vio obligada a refugiarse en la ría de Vigo. Allí fue atacada el 23 de octubre por los barcos aliados durante la batalla de Rande, en Vigo. Sin embargo, la práctica totalidad de la plata fue desembarcada a tiempo y llevada al alcázar de Segovia.

Batalla de Vigo
Batalla de Vigo

Como decimos antes, en el verano de 1703, el reino de Portugal y el ducado de Saboya se unen al Tratado de La Haya, a pesar de que el duque de Saboya era el padre de la esposa de Felipe V. La entrada de ambos reinos suponía mayores posibilidades de imponer al candidato austriaco al trono español, por lo que el 12 de septiembre de 1703 el emperador Leopoldo I proclama formalmente a al archiduque Carlos de Austria, como Rey Carlos III de España, siendo reconocido por Inglaterra y Holanda. España tenía, en ese momento, dos reyes.

El 4 de mayo de 1704 el archiduque Carlos desembarca en Lisboa contando con el favor del rey Pedro II de Portugal, quien publica un manifiesto retirando su apoyo a Felipe V. El archiduque proclama que su estancia en Portugal su propósito de “liberar a nuestros amados y fieles vasallos de la esclavitud en que los ha puesto el tiránico gobierno de la Francia”. Desde allí intentará penetrar en España por Extremadura, pero fue rechazado por las tropas al mando de Felipe V. Un segundo intento anglo-portugués tratando de tomar Ciudad Rodrigo también fue rechazado.

Por su parte Inglaterra intentaba invadir Barcelona, pero también fracasó. En lo que no fracasó fue cuando, ya de regreso, la flota asedió Gibraltar, la cual estaba defendida sólo por 500 hombres, la mayoría milicianos, al mando de don Diego de Salinas. Gibraltar se rindió el 4 de agosto de 1704 tras dos días de lucha. El peón quedaba bajo soberanía inglesa. Hasta hoy.

Navío inglés frente a Gibraltar
Navío inglés frente a Gibraltar

Una flota francesa intentaría recuperar Gibraltar pocas semanas después enfrentándose a la flota angloholandesa el 24 de agosto a la altura de Málaga. La batalla naval de Málaga fue una de las mayores de la guerra. Duró trece horas pero al amanecer del día siguiente la flota francesa se retiró, con lo que Gibraltar continuó en manos de los ingleses. Habían conseguido el objetivo de poseer una base naval aliada en el Mediterráneo.

En marzo de 1705, la reina Ana de Inglaterra enviaba a un delegado suyo, Mitford Crowe, un comerciante afincado en Cataluña para firmar acuerdos comerciales con este principado. Tras contactar con sectores partidarios de los aliados, llamados vigatans, se firmó el pacto de Génova el 20 de junio de 1705, que establecía una alianza política y militar entre el Reino de Inglaterra y los vigatans según la cual Inglaterra desembarcaría tropas en Cataluña para unirse a las fuerzas catalanas que lucharían en favor del archiduque Carlos, comprometiéndose Inglaterra a mantener las leyes e instituciones propias catalanas. El archiduque Carlos, en cumplimiento de lo acordado en Génova, embarcó en Lisboa rumbo a Cataluña al frente de una gran flota aliada. A mediados de agosto la flota se detenía en Altea y en Denia donde el archiduque fue proclamado rey. El 22 de agosto llegaba la flota aliada a Barcelona, donde desembarcaron y dieron comienzo al sitio de Barcelona de 1705. Desde el castillo de Montjuic bombardearon la ciudad. El 9 de octubre Barcelona capitulaba y el día 22 Carlos entraba en la ciudad, jurando las instituciones catalanas. Para entonces, Valencia ya había reconocido a Carlos III como rey. Alicante, por el contrario, seguía siendo leal a Felipe.

Felipe V intenta recuperar Barcelona con su ejército integrado por 18 000 hombres iniciando el sitio a finales de abril, también desde el castillo de Montjuic. Pero el 8 de mayo llegaba a Barcelona una flota angloholandesa compuesta por 56 barcos y con más de 10.000 hombres a bordo, lo que obligaba a retirarse a Felipe V.

Mientras Felipe V estaba en Barcelona, Madrid quedaba desguarnecido mientras el ejército anglo-portugués tomaba Badajoz y Plasencia en dirección a la capital. Los aliados tomaron en mayo Ciudad Rodrigo y Salamanca, lo que forzó al rey y a la reina a abandonar Madrid y trasladarse a Burgos con la corte. El proclamado Carlos III dejaba Barcelona y el 27 de junio de 1706 hacía su primera entrada en Madrid, siendo recibido por los madrileños con gran frialdad. Pese a ello, Carlos fue proclamado el 2 de julio como Carlos III rey de España pero a finales de ese mismo mes abandonaba la capital con destino a Valencia debido a la falta de apoyos que había encontrado. Así, Felipe V volvió a entrar en Madrid el 4 de octubre ante el clamor popular. Unos días más tarde Carlos III juraba como rey del Reino de Valencia.

En Europa, los ejércitos borbónicos iban de derrota en derrota. El duque de Marlborough (el de “Mambrú se fue a la guerra”) tomaba casi todos los Países Bajos españoles, incluyendo las grandes ciudades y en Italia se levantaba el asedio de Turín, la capital de Saboya lo cual permitía al duque de Saboya tomar Milán para el archiduque Carlos el reino de Nápoles.

El 25 de abril de 1707 un ejército aliado anglo-luso-holandés se dirigía a Almansa a enfrentarse contra las fuerzas borbónicas, ignorando que estas habían recibido importantes refuerzos, lo que propició una importante victoria para los partidarios de Felipe de Anjou. Tras la retirada aliada, el ejército borbónico conquistó Valencia, Alcoy, Denia y Játiva, esta última después de un largo asedio y quema de la ciudad.

Si bien el ejército Borbón conseguía importantes triunfos por tierra, la flota anglo-holandesa aprovechaba para imponer su superioridad naval. A principios de 1709 comenzó en Francia una grave crisis económica y financiera que hizo muy difícil que seguir financiando la guerra, por lo que Luis XIV empezó a negociar el final de la misma. Pero las condiciones de los aliados eran inasumibles para Francia: reconocer al Archiduque Carlos como rey de España con el título de Carlos III y desalojar del trono a su nieto Felipe de Borbón. Pese a no aceptar estas condiciones, Luís XIV ordenó a gran parte de sus tropas que abandonaran España, con el fin de concentrarse en la defensa de las fronteras de Francia del avance aliado. Ambos ejércitos se enfrentaron en la batalla de Malplaquet, en la que los aliados vencieron, pero tuvieron muchas bajas, lo que permitió a los franceses contener el avance aliado. Lo que no pudieron evitar es que Marlboroug conquistara por completo los Países Bajos españoles.

Felipe V desafió a Luis XIV, haciendo jurar a su heredero y recabando independencia total para regir España: “Tiempo hace que estoy resuelto y nada hay en el mundo que pueda hacerme variar. Ya que Dios ciñó mis sienes con la Corona de España, la conservaré y la defenderé mientras me quede en las venas una gota de sangre; es un deber que me imponen mi conciencia, mi honor y el amor que a mis súbditos profeso”. Además, exigió a su abuelo la destitución del embajador en España y rompió relaciones con el Papa de Roma tras reconocer este al archiduque como rey. A principios de 1710 hubo un nuevo intento de alcanzar un acuerdo entre los aliados y Luis XIV en las conversaciones de Geertruidenberg pero también fracasaron. Finalmente, Luís XIV negociará en secreto, y a espaldas de Felipe V, con Inglaterra el Tratado de Utrech que podría fin a la guerra definitivamente. Al menos en Europa.

Así, en la primavera de 1710 se pactaba secretamente un acuerdo de paz mientras en España el ejército del Archiduque Carlos intentaba ocupar Madrid por segunda vez, lo que se produjo el 28 de septiembre, permaneciendo hasta finales de octubre, cuando Felipe entraba por tercera vez en Madrid el 3 de diciembre, en medio, de nuevo, de un clamor popular.

Carlos se había retirado para dirigirse a Barcelona. En el camino, sus tropas se dedicaban al saqueo de pueblos e iglesias, lo que le granjeó el odio del pueblo. Felipe V salió con sus tropas en su busca, encontrándole en los fríos campos de La Alcarria, concretamente en Brihuega. El ejército borbónico colocó sus piezas de artillería en los montes circundantes y empezó a bombardear la ciudad y desencadenar después un asalto. La ciudad capituló y la plaza fue tomada junto con 4000 prisioneros. Felipe V prosiguió su avance hacia Zaragoza, la cual se entregó sin resistencia el 4 de enero 1711. A Europa llegaban estas victorias y llegaba además un asunto esencial: los españoles amaban y colaboraban con el rey Borbón mientras odiaban al austriaco, por lo que sería complicado imponer un rey en contra del pueblo español.

Los éxitos militares de Felipe V en la Península llevaron a Luis XIV a dejar de apoyar militarmente a Felipe V al considerar que este ya tenía asegurado el trono, por lo que su estrategia se centraría en llegar a acuerdos para finalizar la guerra. El deseo de Luís XIV era acordar la paz con Inglaterra la cual, por otra parte, tampoco deseaba mantener una guerra en apoyo del archiduque.

El 17 de abril de 1711 muera el emperador José I de Habsburgo, siendo su sucesor su hermano el archiduque Carlos. Tres días antes había fallecido Luis de Francia, el Gran Delfín y padre de Felipe V, lo que colocaba al hijo de este, Luís de Borgoña, como candidato a sucesor de Luis XIV. Pero como este era un niño un niño débil y enfermo a quien todos auguraban una muerte temprana, todo señalaba que Felipe de Anjou finalmente sería quien reinaría como Luis XV.

Estas circunstancias supusieron un giro a la situación, toda vez que el reinado del archiduque provocaría una alianza entre España y Austria, más peligrosa que la de España y Francia, teniendo en cuenta los antecedentes del otro emperador que llegó a ser rey de España: Carlos V. Los demás estados europeos, y sobre todo Inglaterra, aceleraron las negociaciones de paz y empezaron de ver las ventajas de reconocer a Felipe V como rey español.

Así las cosas, las negociaciones entre Luis XIV con Inglaterra siguieron el plan previsto. Inglaterra se comprometía a reconocer a Felipe V a cambio de conservar Gibraltar y Menorca y el comercio en América. Las conversaciones formales se abrieron en Utrecht en enero de 1712, sin que España fuese invitada a las mismas en este momento.

En febrero de 1712 moría el duque de Borgoña y, tal como estaba previsto, su hijo Luís era el candidato al trono de Francia. Luis XIV, tal y como estaba previsto, deseaba nombrar regente a su nieto Felipe, pero los ingleses, tal como estaba previsto, pusieron como condición indispensable para la paz que las dos coronas de España y Francia quedaran separadas. El que ocupara uno de los reinos debía forzosamente renunciar al otro. El 9 de noviembre de 1712 Felipe V pronunció ante las Cortes su renuncia a sus derechos al trono francés, mientras los otros príncipes franceses hacían lo mismo respecto al español ante el parlamento de París. La paz había llegado.

El 11 de abril de 1713 se firmaba el Tratado de Utrecht entre la monarquía de Gran Bretaña y los estados aliados y la Monarquía de Francia, que tuvo como consecuencia la tan temida repartición de los estados de la Monarquía Hispánica que Carlos II había querido evitar. Los Países Bajos católicos, el reino de Nápoles, Cerdeña y el ducado de Milán quedaron en manos del emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el reino de Sicilia pasó al duque de Saboya. El 10 julio se firmó un segundo Tratado de Utrecht entre las monarquías de Gran Bretaña y de España según el cual Menorca y Gibraltar quedaban bajo soberanía de la Corona británica. A eso hay que sumar los privilegios que obtuvo Gran Bretaña en el mercado de esclavos mediante el derecho de asiento, y el navío de permiso, en las Indias españolas.

La Guerra de Sucesión acabó con el poder hegemónico de España en Europa. A partir de entonces, Inglaterra y Francia serán las potencias dominantes en el continente europeo. España perdió poder político y militar, pero por lo menos tuvo unos gobernantes capaces de emprender las necesarias reformas sociales y económicas que tanto necesitaba España. La llegada de la casa de Borbón, significó también la llegada de la ilustración y el progreso, acabando, poco a poco, con el medievalismo que aún existía en España. Felipe V aprovechaba su victoria para crear una nueva España, una nación unificada y dividida en provincias en vez de en reinos.

En cuanto a los territorios perdidos, las sucesivas guerras que sacudirían Europa en todo el siglo XVIII permitirían a España recobrar parte de algunos territorios perdidos en el Tratado de Utrecht, salvo Gibraltar.