Cuesta de los Ciegos, la escalera al cielo

La Cuesta de los Ciegos es una escalinata de granito que nos lleva, no al cielo, aunque lo parezca, sino hacia los Jardines de Las Vistillas. Una escalinata de piedra, en forma de zigzag, que arranca desde los pies mismos del Viaducto de la calle Segovia y que conecta la parte baja, la calle Segovia, con la más alta salvando una pronunciada pendiente gracias a sus más a 254 escalones.

Este lugar ya aparece en planos de la ciudad de 1656, aunque su nombre actual llegaría más tarde gracias a sus varias leyendas en torno a ella, que van desde la curación milagrosa de dos ciegos por obra de San Francisco de Asís,  hasta un supuesto edificio colindante donde vivían músicos invidentes. En aquel entonces no existía la escalinata, sino una más que empinada cuesta de tierra, más bien un enorme tobogán, que utilizaba la gente para salvar el enorme barranco por el que transcurría el arroyo de San Pedro. Era el único modo de salvar el barranco desde la plaza de las Vistillas, ya que el viaducto no se empezó a construir sino mucho después. Por tal motivo, la cuesta se conocía como Arrastraculos y es fácil imaginar por qué.

La escalinata empieza su viaje en una pequeña placita presidida por una fuente, llamada Caño de La Vecindad, que conserva el escudo de la Villa de Madrid durante el periodo de la República y que fue instalada en 1932 al mismo tiempo que la escalinata.

Pese al esfuerzo, merece la pena subirla, o si preferimos, bajarla. Durante el viaje podemos ir descubriendo distintas perspectivas del Viaducto. Y si lo que queremos es contemplar la magnífica escalinata en toda su dimensión, podemos hacerlo desde el paseo que baja desde la calle Bailén, junto a la Almudena, cruzando bajo el Viaducto. 

En relación a la leyenda, sepamos que el nombre de esta cuesta tiene su origen en el siglo XVIII, Otra leyenda cuenta que San Francisco de Asís llegó a Madrid tras hacer el Camino de Santiago para fundar el cenobio que luego llegaría ser la Real Basílica de San Francisco el Grande. Un día de 1214, San Francisco volvía de entregar unos peces al prior de San Martín, quien, a su vez, regaló al santo un cántaro con aceite. Cuando regresaba a su casa encontró a dos ciegos que le pidieron limosna. San Francisco decidió entonces, darles el aceite, no sin antes untar con él los párpados de sus ojos. Los ciegos, entonces, recobraron la vista y el milagro dio nombre al lugar. Esta leyenda es la que aparece sobre el mosaico que muestra el nombre de la cuesta.

Y terminemos con una curiosidad en torno a  este lugar. Bajo la Cuesta de los Ciegos, bajo la ladera ahora ajardinada, escondido entre subterráneos vericuetos, existe un pasadizo sin uso, que mide cerca de dos metros de altura por 1,20 de ancho. Parece ser un pasadizo construido cuando aún existía la muralla, un camino de entrada o salida de la Villa o que comunicaba con algún edificio. Acaso un tema para otra leyenda.