Sorolla, el triunfo de la luz

Autorretrato de Sorolla. Foto: J.A. Padlla
Autorretrato de Sorolla. Foto: J.A. Padlla

Joaquín Sorolla y Bastida nace el 27 de febrero de 1863 en Valencia, su ciudad natal y su principal fuente inspiradora. Con apenas dos años mueren sus padres a causa de la epidemia de peste y él y su hermana se ven obligados a vivir con la hermana de su madre. Joaquín y su hermana se adaptaron a la nueva vida pese, o tal vez por ello, por su corta edad. Cuando llegó a la adolescencia, su tío quiso enseñarle el oficio de ebanista, al cual él se dedicaba, pero Joaquín ya por entonces se sentía una fuerte atracción por el dibujo, por lo que le enviaron a una escuela de la ciudad para que aprendiera las bellas artes.

Joaquín Sorolla no desaprovecharía aquella oportunidad que le daban sus tíos y dedicó sus sentidos a aprender. Aquel interés le llevó a, con apenas 18 años, a enviar tres marinas pintadas por él a una exposición en Madrid. No tuvieron una gran aceptación porque aquel concepto de la luz no se adaptaba a los cánones de aquel entonces. Pero el joven Sorolla no se desanimó por aquello, sino que consiguió una beca para estudiar en el museo de El Prado, donde tuvo la oportunidad de estudiar la obra de Velázquez y otros maestros de la pintura.

Y tanto aprendió que dos años más tarde consigue una medalla en la Exposición Regional de Valencia y, un año más tarde, otra medalla en la Exposición Nacional con su obra Defensa del Parque de Monteleón. París y Roma serán los siguientes destinos de Joaquín, donde estudiará la pintura clásica y el impresionismo que marcará su estilo.

Retrato de Clotilde. Foto: J.A. Padilla
Clotilde con traje de noche. Foto: J.A. Padilla

Joaquín entrará a trabajar en el taller de fotografía de su futuro suegro, Antonio García, donde se dedicaba a colorear las fotografías, por aquel entonces en blanco y negro. Aquel trabajo fue muy importante para él. Por un lado, se fue familiarizando con la técnica fotográfica y la luz; y por otro, conocería a su futura esposa, Clotilde, con la que contraerá matrimonio en 1888 en Valencia, aunque vivirán en Asis (Italia) durante un año, tras lo cual se trasladarán a vivir a Madrid, donde Sorolla comenzará su fecunda obra pictórica.  Clotilde se convertirá en su principal musa e inspiradora, además de modelo de muchas de sus obras. Un año más tarde el matrimonio se establecerá en Madrid, donde el pintor irá alcanzando cierta fama. Sorolla comenzará a pintar con esa técnica que le caracterizará: al aire libre, dominando con maestría la luz y combinándola con escenas cotidianas y paisajísticas de la vida mediterránea. Con Triste herencia ganará en 1900, el Gran Premio en el certamen internacional de París. El cuadro representa una dura escena tomada al natural de la playa valenciana del  Cabañal, donde se ve un grupo de niños discapacitados bañándose  como medida terapéutica para combatir sus problemas de salud. En el centro del mismo destaca la figura central de uno de los niños, afectado de poliomielitis,  se mueve con dificultad apoyado en unas muletas, mientras un religioso les vigila.

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Aquel premio era el reconocimiento internacional de su obra y el inicio de su fecunda carrera pictórica. Una exposición en París con más de medio millar de obras y otra en Nueva York en 1909 fueron dos hitos importantes en su carrera.

Sorolla viaja frecuentemente a su ciudad natal y con su caballete se acude a las playas de El Saler y La Malvarrosa, donde recoge aquella luz y aquella atmósfera mediterránea tan propia de sus obras. Allí preparaba un estudio improvisado con sombrillas y toldos para evitar el efecto de la luz directa sobre su lienzo, sin importarle el tamaño del mismo. En algunas ocasiones, el viento de levante derriba su lienzo y tenía que recogerlo, a veces con ayuda. Aquel viento que luego secaba la pintura y formaba parte de la misma. También Sorolla viajó por toda España pintando todo aquello que le llamaba la atención. Todos los días enviaba una carta a su mujer y de las mismas hoy conocemos muchos testimonios importantes.

Hoy nos queda una herencia de más de casi cinco mil cuadros del genial pintor valenciano. Cinco mil estampas y retratos que nos muestra la vida cotidiana de aquella España de principios del siglo XX y de aquella luz que solo él ha sido capaz de atrapar en sus lienzos. Dedicó toda su vida a pintar, desde los 8 años hasta que su salud le impidió seguir haciéndolo. A los 57 años sufrió un ictus que le impidió seguir haciéndolo. Tres años más tarde murió en su residencia veraniega de Cercedilla. Su esposa Clotilde murió seis años más tarde sin reponerse del duro golpe. Sus ojos, desde la muerte de su esposo, habían perdido el brillo de antaño. El mismo brillo que había inspirado la obra de Sorolla.

La siesta

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla
Pintada en el verano de 1911 en San Sebastián, se observa a su mujer, a sus dos hijas, las tres de blanco, y a una prima, de azul, de éstas reposando en un prado tras una comida. La técnica observada recuerda al impresionismo de Van Gogh.
La bata rosa
Foto: J.A.Padilla
Foto: J.A.Padilla

Este cuadro, de más de 2 metros de alto también es conocida como  «Saliendo del baño» o «Después del baño«. Nos muestra una escena cotidiana en la que una mujer mayor ayuda a otra más joven a quitarse su bata de baño aún mojada en una caseta de baño.  Las batas rosas eran frecuentes por entonces en las playas valencianas. Era costumbre que los hijos de obreros y pescadores se bañaran desnudos hasta la adolescencia mientras las niñas lo hacían vistiendo una bata rosa o blanca. La luz se filtra entre las telas, se refleja en las túnicas blancas e ilumina el cobertizo y a las mujeres.

Retrato de Clotilde

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

Como se dice en la introducción, un joven Sorolla entra a trabajar en el estudio de Antonio García, por entonces un famoso fotógrafo de Valencia, donde se dedicará a colorear las fotografías.  Allí conocerá a una hija del fotógrafo, Clotilde García del Castillo. Los dos eran adolescentes y desde entonces no se separaron. Clotilde será todo para Sorolla: su esposa, su musa, su modelo favorita, la madre de sus tres hijos y hasta su  contable, como se aprecia en alguno de los libros de cuentas de la familia. En  1925, Clotilde dicta testamento donando todos sus bienes al Estado para la fundación de un museo en memoria de su marido. Hoy, el Museo Sorolla de Madrid, inaugurado en 1932, mantiene viva la obra y memoria de Joaquín Sorolla, y el espíritu de Clotilde se respira en cada rincón de la que fue su casa.

 

Las Velas

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Foto: J.A. Padilla

Pintado en la playa de Los Guitarristas, el cuadro nos muestra otra escena cotidiana en la que una yunta de bueyes están sacando una barca, cuya vela todavía no ha sido replegada. Al lado se ve la vela de otra embarcación, también medio extendida. Paleta brillante, de color fuerte y contrastado.

El baño del caballo

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

También pintado en El Cabañal, es uno de los cuadros más populares del pintor y que contiene todos sus elementos característicos: la sinfonía de blancos y azules junto a la orilla del mar y los contrastes y efectos de la luz sobe los cuerpos del joven y del caballo.  Los cuerpos brillantes por la piel mojada, la lámina de agua que hace de la arena un espejo, los reflejos de la luz en el agua, etc.

El Balandrito

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

Esta obra posee una de las características más destacables de Sorolla, como es su capacidad para representar el movimiento de las olas y la luz que estas reflejan. El cromatismo y la realidad ofrece un efecto espectacular.  La composición, centrada en el niño, carece de profundidad al no haber horizonte, dejando que el agua llene la totalidad de la composición.

Paseo a orilla del mar

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

Este cuadro muestra a  su mujer y a su hija mayor paseando por la playa. La brisa del mar y el efecto del viento se aprecia a través del movimiento de la ropa. Esta es otra de las grandes obras del autor, donde repite dos de sus temas favoritos: la familia y el mar, con el paseo de su mujer y su hija por la playa con la elegancia en la pose y en la indumentaria. Vuelve a eliminar la línea del horizonte y crea el agua y la arena a través de largas pinceladas azules, malvas y verdes turquesa. Sorolla utiliza un encuadre fotográfico, con el marco cortando la pamela de una de las figuras.

Niñas en el mar

Foto: J.A.Padilla
Foto: J.A.Padilla

El cuadro presenta a dos niñas, vestidas con sus batas correspondientes, entrando en las aguas del mar azul intenso.  Ambas de espaldas, enlazan sus manos. La más alta, de una edad de entre cinco o seis años con su bata rosa y un lazo rojo en su pelo. se agarra a otra,  de unos tres añitos. Parece que las dos están contemplando el agua, quizá el movimiento de este o su efecto sobre sus pies.

Fijándonos detenidamente vemos como ambas parecen mirar sobre un punto, señalado con una pincelada en rojo, que podría ser un pececillo. O tal vez el lazo rojo de la niña pequeña, que se ha caído al agua.  Poco importa en un nuevo ejemplo de técnica pictórica.

Mis hijos

J.A. Padilla
J.A. Padilla

Este cuadro representa a los tres hijos del pintor en el estudio que tuvo Sorolla en su primera casa en Madrid. Joaquín, el menor, posa de pie, y destaca por su incipiente elegancia. María,   a la derecha, y Elena, ambas con vestidos y lazos rojos, posan sentadas en actitud relajada. Muchos aseguran que Sorolla se inspira en este cuadro en Las Meninas de Velázquez, por la situación de sus protagonistas  en un espacio que se desarrolla por detrás de ellos en gran profundidad, así como la presencia del lienzo preparado para el retrato en un margen del propio cuadro.

Mi mujer y mis hijos

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

En el cuadro vemos a Clotilde, a la derecha, vestida con traje blanco con lazada negra en la cintura, sujetando a Elena, medio desnuda y en el centro, que coge la bata de su hermano Joaquín.

Pescadora con su hijo

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

En el cuadro vemos a una mujer con un niño en brazos, al que protege del sol levantando su mano derecha. Su sombra se aprecia sobre la arena de la playa, oscura que ocupa casi la mitad del lienzo, y sobre ella mar azul intenso con retazos de espuma blanca. Se observa iluminismo que caracterizó la obra del pintor a través del juego de luces y sombras.

Después del baño

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

La obra muestra a una joven sentada en el suelo de lo que parecen ser unas termas clásicas,  revestidas de mármol. La joven se encuentra  de perfil, con su  cabello  recogido en un moño y el rostro ensombrecido, mientras se seca las  piernas con una gran sábana blanca, viéndose el extremo derecho de un ligero charco de agua, que alude al reciente baño de la muchacha.

El encuadre del cuerpo de la muchacha permite contemplar el lozano desnudo, a la vez que evita cualquier muestra de provocación en su pose, recogido y pudoroso. El pintor modela su anatomía con dibujo firme, matizando los brillos de su piel, aun humedecida, con una luz sutil que se refleja en los brazos y glúteos. Todo el cuadro está resuelto con la pulcritud técnica más atenta del estilo juvenil de Sorolla en estos años, pendiente de una definición precisa, visible hasta en los detalles más aparentemente secundarios, como los perfiles de las juntas de las  grandes losas de mármol o el brillo del borde de agua, buscando el juego de  contrastes entre las diferentes superficies del agua, la tela y el mármol que envuelven el cuerpo de la joven. Sorolla muestra el contraste entre la piel nacarada de la mujer con la frialdad del mármol, haciendo alarde de su técnica. Una técnica utilizada para mostrar el encuadre del cuerpo de la mujer, la sensualidad lozana su desnudo, los brillos de su piel aún humedecida, mostrándolo al mismo en actitud pudorosa.

 

Elena Sorolla en la playa

Foto: J.A. Padilla
Foto: J.A. Padilla

Sorolla pinta en este cuadro a su hija Elena  en la playa  dominada por el color azul del mar en contraste con el blanco vestido de la joven, teñido de azul por efecto de la luz del atardecer y del reflejo del agua. Pintado en 1909, se ha considerado siempre como la pareja de la obra Paseo a orillas del Mar, en el que aparecen Clotilde y María, paseando por la misma playa.